martes, 11 de febrero de 2014

Cambio de manos (II)


Con los soldados de asalto probablemente peinando la zona de los teatros, no parecía muy buena entrar a una cantina o un tapcafé, y todo lo que tenía en su habitación eran un par de piezas de fruta un poco rancias y un paquete de raciones de emergencia de nave estelar.
Pero el chico no era exigente. Dio cuenta de la frugal cena como si no hubiera visto comida en una semana. Estudiando sus mejillas hundidas mientras comía, Mara decidió que muy posiblemente no lo había hecho.
Después de ambas piezas de fruta y tres barras de raciones, finalmente se detuvo.
-Gracias -dijo, vaciando su quinto vaso de agua-. Lo siento. Supongo que estaba más hambriento de lo que pensaba.
-Está bien -le tranquilizó Mara-. Bueno. ¿De qué iba todo eso en la sala de conciertos?
Él meneó la cabeza.
-No sé- Todo lo que sé es que se suponía que tenía que encontrarme con alguien, y que nunca apareció, y que no puedo volver a casa...
-Eh, frena un poco -dijo Mara, levantando una mano-. Vamos a empezar desde el principio. ¿De dónde eres?
-De Ciudad Saraban -le dijo-. Está en Sibisime. Yo estaba, bueno, más o menos trabajando allí cuando un hombre vino a verme. Dijo que si yo venía aquí a Chibias, él tendría un muy buen trabajo para mí en el palacio del gobernador. Aquí es donde vive el gobernador, ¿no es así?
-Está justo ahí, bajo todas esas cúpulas y torres -dijo Mara secamente, señalando con la cabeza hacia la ventana, desde donde podía verse el palacio del gobernador a una docena de manzanas de distancia.
El chico miró de soslayo.
-Oh. Sí. En cualquier caso, yo llegué aquí hace una semana. Me había dado un billete para un transporte de línea espacial, pero no estaba en el espaciopuerto para reunirse conmigo. La dirección donde me dijo que me reuniera con él no era un lugar real... por eso pensé que esta podría no ser la ciudad correcta. Yo sólo tenía un billete de ida, y no tenía dinero suficiente para volver a casa, y todo lo que tenía se acabó hace un par de días de todos modos.
-¿Dónde has estado viviendo? -preguntó Mara.
-Por ahí -dijo, señalando vagamente la ventana.
-Entiendo –dijo Mara-. ¿Qué te hizo ir al concierto? ¿Y cómo entraste sin dinero?
-Oh, yo ya tenía una entrada -dijo el muchacho-. Estaba en el paquete que me dio con mi billete del transporte de línea. Pensé que tal vez él planeaba aparecer por allí. -Se encogió de hombros-. Si no, al menos podría conseguir un par de horas de sueño. -Se pasó una mano por el pelo ligeramente graso-. Supongo que ahora nunca lo sabré.
-Oh, creo que él estaba allí -le aseguró Mara, recogiendo la mochila del chico-. Por lo menos en espíritu. Te tendieron una trampa.
-¿Trampa? -repitió él, frunciendo el ceño-. ¿Qué quiere decir?
-Quiero decir que alguien que te atrajo aquí, te dejó confuso y hambriento, y luego intentó meterte en serios problemas. -Levantó la tarjeta de datos que el consejero Raines le había deslizado en la mochila-. Con esto.
El muchacho frunció el ceño aún más. O tal vez sólo estaba tratando de leer la etiqueta.
-¿Qué es eso?
-No lo sé -dijo Mara, estudiando las marcas-. Pero tiene el sello oficial del gobernador Egron, más lo que parece una clasificación de Secreto de Nivel Dos.
Él abrió unos ojos como platos.
-¿El sello del gobernador?
-En efecto. -Mara le arrojó la tarjeta de datos y se levantó-. Te estaban tendiendo una trampa para que te atraparan con secretos robados del gobierno.
Se acercó a la computadora de la sala y la encendió.
-Pero eso es una locura -protestó el chico detrás de ella-. ¿Qué podría...? Quiero decir, ¿por qué? ¿Por qué yo?
-En casos como este, la respuesta es siempre la misma -dijo Mara, abriendo un enlace a la Holored. Eso todavía no tenía ningún sentido, pero al menos ahora tenía un lugar donde empezar a buscar a su misterioso aspirante a chantajista-. Concretamente, tienes algo que ellos quieren.
-Eso tiene aún menos sentido –insistió él-. Yo no tengo nada. Ni familia, ni dinero. Ni amigos.
Mara sintió que su labio temblaba. Igual que ella.
-¿Y qué hay de habilidades o capacidades? -sugirió. La Holored se abrió, y tecleó uno de sus códigos de acceso especiales-. ¿Algo que pueda ser de utilidad a alguien? Maldición.
-¿Qué pasa? –preguntó él, levantándose de la silla y acercándose para colocarse detrás de ella.
-Tenía la esperanza de colarme en el ordenador de palacio y tratar de localizar a ese consejero Raines -dijo ella, probando otro código. Ese tampoco funcionó-. Sé algunas claves de acceso de alto nivel, pero parece que la gente del gobernador ha entrado y las ha cambiado.
-Oh -dijo el muchacho-. ¿Puedo probar?
Mara le miró frunciendo el ceño. Pero el chico parecía perfectamente serio.
-¿Qué, sabes algunos códigos de acceso Imperial? -preguntó con sarcasmo.
-Bueno, no –admitió-. Pero soy muy bueno con los ordenadores.
Mara vaciló. Una pérdida de tiempo, pero por otro lado, no tenía una idea mejor en ese momento. Ya había bloqueado cualquier sonda inversa que pudieran intentar, por lo que no haría ningún daño que le dejara jugar si quería-. Está bien, claro -dijo ella, poniéndose de pie y dejándole la silla. Su estómago rugió, recordándole que no había comido desde el almuerzo, y se acercó al paquete abierto de barras de raciones que el chico había devastado. Tal vez algo de comida le ayudaría a pensar. Eligió una de las barras y desprendió el envoltorio.
-Ya está –exclamó el chico.
-Ya está, ¿qué? -preguntó Mara, tomando un bocado.
-Estoy dentro –dijo-. ¿Qué era lo que estábamos buscando?
Mara volvió junto a él, con un escalofrío recorriéndole la espalda. Un cifrado de Gobernador/Diplomático Imperial de Nivel Tres... ¿y este chico de la calle lo había atravesado como si no estuviera allí?-. Estamos buscando al hombre de la sala de conciertos -dijo ella con los labios rígidos-. Dudo que Raines sea su verdadero nombre, por lo que probablemente tengas que mostrar una lista de fotos de personal.
-Oh, de acuerdo -dijo el chico, pulsando delicadamente las teclas con sus dedos. Apareció el primer grupo de expedientes de personal, y se inclinó hacia adelante para estudiar la pantalla del ordenador-. Veamos...
-No está ahí -dijo Mara-. Continúa.
El chico la miró.
-Pero no he tenido tiempo de mirar.
-Yo sí -le dijo Mara, apropiándose de un segundo asiento y sentándose en él junto al chico-. No está ahí.
-Pero...
-Hey, confía en mí -le interrumpió suavemente Mara, con una sonrisa forzada. Este chico era todavía un enigma, pero al menos ahora sabía por qué valía la pena hacerle cruzar medio sector para tenderle una trampa-. Eres bueno con los ordenadores. Yo soy buena en esto.
-Oh. Bien. -Todavía parecía desconcertado, pero de todas formas volvió de nuevo a la computadora y mostró el siguiente conjunto de archivos.
Era un palacio de buen tamaño, y el gobernador Egron parecía tener sirvientes, funcionarios, asesores y empleados de todo tipo de sobra, todos ellos alimentándose del canal gubernamental. Incluso con el ojo entrenado y la mente disciplinada de Mara, tardaron más de dos horas en examinar los archivos.
Al final, no consiguieron nada.
-Supongo que no está conectado con el gobernador, después de todo -dijo el chico, echándose hacia atrás en su silla y frotándose los dedos.
-Oh, está conectado, desde luego -dijo Mara-. De lo contrario, ¿de dónde sacó esa tarjeta de datos? Es sólo que no está conectado oficialmente.
El muchacho pareció asimilar eso.
-Entonces, ¿qué hacemos?
-Lo que tú vas a hacer es permanecer aquí -dijo Mara, levantándose y yendo junto a la cama. Sacando de debajo su bolsa de viaje, extrajo la funda de bláster que solía ocultar bajo su manga y la ató en su antebrazo izquierdo. Tomando el desintegrador en sí de debajo de su almohada, lo metió en su funda. Luego, cruzando la habitación hacia el pequeño armario junto a la puerta, sacó una chaqueta modesta pero de aspecto caro.
El muchacho no se había perdido un movimiento.
-¿Es usted policía? -preguntó, sonando más asombrado que preocupado-. ¿O un detector?
-Ninguna de las dos cosas -dijo Mara, sintiendo otra punzada de pérdida por la vida que una vez había tenido-. Volveré pronto -le dijo, poniéndose la chaqueta y asegurándose de que la manga izquierda estaba preparada para poder desenfundar rápidamente-. No llames a nadie, no respondas a tu comunicador, y no abras la puerta. Sólo finge que no estás aquí. Dúchate o duerme si quieres. Volveré tan pronto como pueda.
-¿A dónde va?
-Alguien de palacio está involucrado -le contó Mara-. Ese mismo alguien estaba esperando que Raines te llevara consigo en la sala de conciertos. Es probable que en estos momentos esté preocupado, preguntándose dónde se encuentra y qué ha salido mal con el plan. -Sonrió con fuerza-. Cuando un árbol ya está temblando, es mucho más fácil hacer que caiga el fruto.
-Oh –dijo-. Entiendo.
-Muy bien -dijo Mara-. Así que limítate a quedarte aquí quieto. -Se detuvo en la puerta cuando un pensamiento la asaltó de repente-. Por cierto, todavía no sé tu nombre.
Él se encogió de hombros.
-Me llaman Ghent.
-¿Ghent qué más?
Él parecía confundido.
-Sólo Ghent. Quiero decir, solía tener... pero en realidad ya nadie lo utiliza, y...
-Bueno, está bien -le interrumpió ella-. Te veré más tarde.
Salió, asegurándose de que la puerta quedaba sellada detrás de ella. Si Ghent estaba tan impresionado con una simple pistola oculta en la manga, pensó con ironía, era una suerte que no hubiera visto lo que estaba escondido en el largo bolsillo bajo el brazo izquierdo.
Metiendo la mano en el bolsillo, se aseguró de que su sable de luz viajaba suelto y listo, y se dirigió hacia la noche.

***

-Me llamo Arica Pradeux -dijo Mara secamente por tercera vez en la noche, esta vez para el capitán de la guardia que esperaba justo en el vestíbulo de entrada del palacio-. El código de reconocimiento es Hapspir Barrini. Informe al Gobernador Egron que quiero verlo de inmediato.
La boca del capitán se estremeció.
-Volved a vuestras tareas -ordenó a los soldados de asalto que habían escoltado a Mara desde la puerta del palacio-. Usted: venga conmigo.
Abrió la marcha por el vestíbulo y a través de un conjunto de altas puertas dobles que se abrieron cuando murmuró unas palabras. Al otro lado había una sala de recepción privada, más pequeña que el vestíbulo pero con decoración más elaborada. Tenía forma de cúpula, con dos pisos de altura, columnas de soporte curvadas y un balcón con barandilla que recorría la habitación a la altura del segundo piso.
-Así que está usted aquí en nombre de un gran moff, ¿verdad? -comentó el capitán cuando las puertas se cerraron tras ellos.
¿Una prueba? Obviamente.
-Su tableta de datos debe de estar cortocircuitada -dijo Mara-. El código de reconocimiento que le he dado es el de un enviado de un gran almirante.
El capitán estudió su rostro.
-No del todo –dijo-. Tengo entendido que hay otra palabra en el código.
-Eso es correcto -reconoció Mara-. Diré esa palabra al gobernador. A nadie más.
El capitán asintió lentamente con la cabeza.
-Por supuesto –dijo-. Espere aquí.
Cruzó la habitación y salió por una de las puertas que había allí. Mara miró a su alrededor, observando los detalles de la habitación.
-Tal vez pueda serle de ayuda -exclamó desde lo alto una voz familiar.
Mara miró hacia arriba. El hombre que se hacía llamar consejero Raines estaba justo encima de ella, apoyado en la barandilla mientras miraba hacia abajo.
-Tal vez pueda -convino Mara-. ¿Hablamos?
Él sonrió ligeramente al incorporarse y comenzó a caminar rodeando la sala. Unos pasos delante de él, una escalera de caracol comenzaba a descender como un sacacorchos hasta el nivel de Mara. Mara vio cómo descendía la escalera, buscando pistas sobre su identidad o posición en su postura y su forma de andar. No es militar, decidió, o al menos no de alto rango. Pero no es un político de carrera, tampoco. ¿Fuerzas especiales? Es posible.
Él llegó a la planta baja y se dirigió hacia ella.
-Soy el consejero Raines –dijo-. No creo que fuéramos debidamente presentados en la sala de conciertos.
-No, no lo fuimos -aceptó Mara. Se dio cuenta de que el hombre tenía un hematoma reciente en la frente. Al parecer, él había sido quien se lanzaba a la carga cuando ella lanzó a Jayx contra la puerta de la sala de conciertos-. De hecho, tampoco lo hemos sido ahora –añadió-. No existe ningún consejero Raines.
Él apretó los labios en una sonrisa irónica.
-Así que ya ha entrado en los archivos del gobernador, ¿verdad? -Se encogió de hombros, concediendo el punto-. Muy bien. Llámeme Markko. Estoy ligado al gobernador Egron, digamos, extraoficialmente.
-¿Extraoficialmente, cómo? -preguntó Mara.
Markko sonrió de nuevo, con un tono más irónico esta vez.
-En otras partes del Imperio, probablemente dirían que soy un amigo –dijo-. Pero como usted sabe, a los funcionarios de alto rango no se les permite tener amigos.
Mara luchó por mantener el rostro inexpresivo. Pero algo debía de haberse filtrado en él de todos modos, porque pudo ver la mueca con la que Markko respondió.
-Hablando de amigos -agregó suavemente-, ¿qué tal está el suyo?
-Escondido a salvo -dijo Mara, molesta por haber perdido ya un punto en este pequeño juego-. Aunque está bastante confuso. ¿Por qué no me ilustra usted?
-¿Realmente le envía un gran almirante? -preguntó Markko sin rodeos.
-He actuado como mensajera para ellos en alguna ocasión -le dijo Mara, lo que resultaba ser cierto-. Por el momento, estoy entre trabajos.
-¿Entonces no se trata de una investigación oficial?
-Digamos que la situación ha despertado mi interés -dijo Mara-. ¿Qué ha hecho Ghent para que se molesten en jugar con él de esta manera?
Markko se encogió de hombros.
-El gobernador tiene un trabajo que requiere su ayuda. Me ofrecí para obtenerla.
-¿Chantajeándolo con una tarjeta de datos robada? ¿Por qué no le contrata sin más?
Markko resopló.
-¿Qué, a un sucio rebanador de poca monta?
-Un sucio rebanador de poca monta cuya ayuda necesita –replicó Mara-. Muy bien. ¿Qué me ofrece?
Markko parecía desconcertado.
-¿Qué?
-Ya me ha oído -dijo Mara-. Usted necesita a Ghent. Yo lo tengo. ¿Tengo que hablar más claro?
-¿Va a venderle? -preguntó Markko con suspicacia-. Pensé que era su amiga.
-Fue usted quien dijo que era mi amigo, no yo -señaló Mara-. Pero eso no me refería a eso. Le estoy ofreciendo alquilar sus servicios. -Levantó ligeramente las cejas-. Y después de lo que le ha hecho pasar, no espere que sea barato.
El rostro de Markko había adquirido una mirada de complicidad.
-Ajá–dijo-. Y como agente suyo, supongo que usted se quedará con el acostumbrado diez por ciento.
-Veinte –corrigió Mara-. Porque también soy su garante.
-¿Garante de qué?
-De su seguridad -dijo Mara con suavidad-. Si es un rebanador tan buena como insinúa, el Imperio podría encontrar otros usos para él. No quiero que encuentre ningún tropiezo desagradable al salir por la puerta de palacio.
Markko sonrió.
-Por supuesto –dijo-. Está bien, jugaré. ¿Cuánto quiere?
Mara hizo un rápido cálculo mental. Un experto en informática superior podía cobrar quinientos o seiscientos a la hora en una empresa legítima. Era hora de ver cuánto deseaba Markko la ayuda de Ghent.
-Dos mil -dijo.
Markko abrió los ojos como platos.
-¿Dos mil?
-Sí -dijo Mara-. A la hora, por supuesto.
Markko negó con la cabeza.
-Está loca.
-Y usted está desesperado -le recordó-. Porque el gobernador Egron no le pidió en absoluto que contratara a Ghent, ¿verdad? Ningún gobernador Imperial sugeriría contratar a un rebanador ilegal para hacer un trabajo para él. –Le señaló con un dedo-. No, Markko. Es usted a quien Egron ha contratado para hacer el trabajo. Sólo que no es un rebanador lo bastante bueno como para manejar la situación, ¿verdad?
Esta vez fue la reacción microscópica del hombreo lo que le indica que el golpe había dado de lleno en el clavo. Y como ella había hecho antes, él también reconoció que había perdido ese punto.
-Muy inteligente -dijo con amargura-. ¿Para qué gran almirante dijo que estaba trabajando?
-Dije que estaba entre trabajos -contestó Mara-. ¿Qué necesita qué haga Ghent?
Los músculos de las mejillas de Markko se tensaron ligeramente.
-Tenemos un sistema informático rebelde -dijo, en voz muy baja-. No un simple equipo de línea, sino uno capturado en un centro de mando del sector. Si podemos acceder a él, podemos limpiar de esas alimañas toda esta región del espacio.
Mara respiró hondo, con su mano queriendo empuñar su sable de luz. Una oportunidad de devolver el golpe a los amigos rebeldes de Skywalker.
-¿Y usted no puede encargarse de ello?
Markko hizo una mueca.
-Soy un rebanador bastante bueno –dijo-. Pero esto definitivamente está fuera de mi alcance.
-Qué incómodo para usted -murmuró Mara. El rostro de Skywalker flotaba delante de sus ojos...
-Le ofrezco ochocientos por él -sugirió Markko.
Con un esfuerzo, Mara sacudió a Skywalker de sus pensamientos.
-El trato es dos mil.
-Esto es ridículo -explotó Markko-. Mil, entonces. Eso es el doble de lo que podría ganar en cualquier empresa legal.
-Las empresas legítimas no te hacen dormir en la calle durante dos días y luego tratan de chantajearte -dijo Mara-. Dos mil. Lo toma o lo deja.
Markko tomó una respiración entrecortada.
-Lo tomo -dijo con los dientes apretados-. ¿Cuándo?
-Oh, no lo sé. -Mara miró a un crono ornamentado que colgaba de la pared-. La noche aún es joven. Estaremos aquí en dos horas.
-¿Esta noche? -Markko parecía asustado.
-¿Por qué no? -preguntó Mara-. Si quiere que se piratee ese equipo, vamos a piratearlo. ¿Qué entrada debemos utilizar?
Markko frunció los labios.
-Puerta suroeste –dijo-. Estaré esperándoles para dejarles entrar.
-Allí estaremos -prometió Mara-. Sólo asegúrese de tener preparado el dinero.
La ciudad todavía bullía de vehículos y peatones mientras era escoltada hasta la puerta exterior del palacio. Consideró llamar a un transporte, decidió no hacerlo, y en lugar de eso se fue caminando. Ghent, supuso, estaría entusiasmado con el acuerdo que acababa de conseguir. Suponiendo, claro, que decidiera contárselo. Porque había algo en la historia de Markko que le molestaba. Algo que no acababa de encajar del todo.
¿Por qué Markko sentía que tenía que chantajear o -ahora- contratar a Ghent para que hiciera este trabajo por él? Aún más, ¿por qué el gobernador Egron había contratado a Markko en primer lugar? El Imperio tenía innumerables expertos en informática competentes; tal vez no tan buenos o tan rápidos como Ghent, pero competentes al fin y al cabo. ¿Por qué no se estaba ocupando del trabajo ninguno de ellos?
Podía ser que ya lo estuvieran, y simplemente se habían quedado estancados. Pero entonces, ¿por qué dejar a Ghent vagabundear durante una semana? ¿Por qué no llevarle inmediatamente al palacio y ordenarle que hiciera el trabajo? El gobernador Egron era el Imperio, después de todo, al menos en ese sector. Podía requisar a cualquier persona o cosa que quisiera.
No, había algo más en juego ahí. Algo digno de una gran cantidad de subterfugios, y de una gran cantidad de dinero.
Y, al parecer, algo digno de hacer que la siguieran.
Lo había descubierto en el primer bloque de edificios: un hombre anodino más bien pequeño, deambulando detrás de ella como si acabara de llegar de una granja a experimentar las vistas y sonidos de la gran ciudad. No lo hacía mal, pero no lo suficientemente bien para alguien con la formación que tenía ella. Obviamente, Markko no confiaba que ella apareciera como había prometido.
Obviamente, también, la había subestimado.
Eso abría posibilidades.
Mantuvo su ritmo, siguiendo recta en la dirección que había tomado inicialmente, manteniendo un ojo en el hombre que seguía su estela. Más adelante, en la siguiente esquina, estaban las entradas a dos de los teatros más pequeños de la ciudad.
La gente debería estar saliendo en ese mismo momento de al menos uno de ellos. Dobló la esquina, dejándola temporalmente fuera de la vista de su perseguidor. Estacionados a lo largo de ambos lados de la calzada, tal como esperaba, había filas de deslizadores terrestres; y los humanos y alienígenas de la fauna nocturna fluían al exterior por las puertas del teatro al otro lado de la calle.
Perfecto.
Mirando hacia atrás una vez para asegurarse de que la esquina del edificio la seguía ocultando de su perseguidor, se lanzó cuan larga era sobre la acera y rodó debajo de uno de los vehículos estacionados. En cierto modo, era una maniobra obvia, pero los instructores del Emperador le habían asegurado que la mayoría de la gente, incluso los profesionales, simplemente no pensaba en ello.
Sobre todo cuando otras posibilidades eran mucho más probables. A lo largo de toda la calle, los vehículos estaban comenzando a ponerse en marcha y salir de sus plazas de aparcamiento conforme los aficionados que salían del teatro se dirigían a sus casas. Mantuvo la atención en la esquina, y poco segundos después aparecieron un par de botas bajas. El hombre se detuvo, y luego comenzó a correr.
Pero su misión estaba condenada, y lo sabía. Demasiados vehículos, demasiada gente, y demasiada poca luz. Fue a un par de deslizadores terrestres más allá del escondite de Mara y luego se rindió, ralentizando su paso hasta detenerse de mala gana. Soltando una maldición que pudo oírse incluso sobre el ruido de los vehículos que se marchaban, se dio la vuelta.
Justo estaba pasando de nuevo junto al deslizador terrestre de Mara cuando otro par de botas se unió a él doblando la esquina.
-¿Qué estás haciendo? –siseó una voz de hombre, apenas audible sobre el bullicio del gentío- ¿Dónde está?
Interesante, pensó Mara, acercándose al borde del vehículo tanto como pudo atreverse. Así que había habido un segundo perseguidor, uno preparado para encargarse de la caza cuando Mara lograra despistar al primero, más evidente. Tal vez Markko no le había subestimado tanto como había pensado.
-¿Dónde crees que está? –replicó el primer perseguidor-. Aquí, en alguna parte, o en cualquier otra parte.
El recién llegado soltó una maldición, menos imaginativa que la de su socio.
-Será mejor que informemos. A Markko no le va a gustar esto.
-A Markko no le va a gustar esto –imitó con sarcasmo el primer perseguidor-. No me digas.
El informe fue breve y conciso. Mara no pudo distinguir las palabras que salían del comunicador, pero a juzgar por su lado de la conversación estaba claro que a Markko eso no le había gustado en absoluto. Los dos hombres dieron la vuelta y salieron corriendo doblando la esquina en la dirección por la que habían venido.
Mara contó hasta treinta para darles tiempo a que se alejaran lo suficiente.
Luego, rodando de debajo del deslizador, se sacudió la mayor parte del polvo de su túnica y salió en su persecución.
La habían seguido. Era justo que les devolviera el favor. Y, tal vez, demostrarles cómo debían hacerse los seguimientos.

***

Ella esperaba que los dos hombres  volvieran al palacio, donde prácticamente todo lo que podría ver sería si era Markko u otra persona quien los recibía en la puerta. Para su sorpresa, en lugar de eso giraron en una calle lateral dos manzanas antes del palacio. Un minuto más tarde, desaparecieron por la puerta principal de una gran casa privada a media manzana.
Mara continuó hacia la parte de atrás de la casa, manteniéndose en el lado opuesto de la calle y tratando de resolver este inesperado giro de los acontecimientos mientras llegaba a la parte posterior. ¿Por qué Markko los enviaría a un lugar fuera del palacio? ¿Simplemente estaban volviendo a su casa? Pero, ¿por qué iba a dejar que hicieran eso sin obtener antes un informe completo?
¿O era este el hogar de Markko? Pero, una vez más, ¿por qué no escuchar su informe en el palacio?
La puerta trasera estaba cerrada con llave, pero no lo suficiente como para ser un problema. La parte trasera de la casa estaba a oscuras y en silencio, pero conforme avanzaba a lo largo de un pasillo sombrío podía ver luz difusa y oír voces suaves procedentes de algún lugar por delante de ella. La luz y el sonido comenzaron a acentuarse al pasar a través de un comedor informal, una sala de juegos y una sala de meditación que parecía diseñada más para el entretenimiento que para la soledad.
Y entonces, al girar en una última esquina, allí estaba.
La habitación estaba continuando el pasillo, a unos cinco metros, y la puerta abierta derramaba la luz y la tensa conversación. Reconoció dos de las voces: sus dos antiguos perseguidores. Había al menos tres voces, aunque la de Markko de parecía ser ninguna de ellas. Aguzó el oído, tratando de distinguir las palabras.
-Mantén las manos donde pueda verlas -dijo Markko con vos tranquila detrás de ella.
Mara reprimió entre dientes una maldición. Tan concentrada en la conversación, se había olvidado por completo de mantener un ojo sobre su propia espalda.
Pero antes, en días pasados, no lo había necesitado. La Fuerza siempre le había dado sutiles toques y advertencias de cosas que sus ojos y sus oídos aún no habían captado, dándole ese punto extra de alerta y esa capa adicional de defensa.
Pero la Fuerza, al parecer, ya no estaba con ella.
¿Por qué no? ¿Se había olvidado de cómo alcanzarla a raíz de la repentina muerte del Emperador? ¿O es que el trauma de ese evento había cerrado su mente a la Fuerza, bloqueando su camino normal a ella? ¿O es que la Fuerza realmente nunca estado con ella? ¿Había sido simplemente el Emperador, a través de ella, quien había tenido esa habilidad?
Pero ese era un tema para examinar otro día. En ese momento, tenía problemas más inmediatos en sus manos.
-Aquí está -dijo con calma, dándose la vuelta, asegurándose de mantener sus manos lejos de su cuerpo. Markko estaba de pie en la puerta abierta de un armario a unos tres metros detrás de ella, con un pequeño bláster en la mano-. Sabe, habría sido mucho más simple si me hubiera invitado a esta fiesta desde el principio.
-Muy gracioso -gruñó Markko, haciendo un gesto con su bláster-. Entre. No intente nada.
-¿Yo? -respondió Mara, volviéndose y dirigiéndose a la habitación iluminada-. Es usted el que está jugando. Pensé que teníamos un acuerdo.
En algún momento de los últimos segundos, la conversación de la habitación había cesado. Mara cruzó la puerta para encontrar un anillo de ocho personas sentadas rígidamente en sillas o sofás, y todos ellos se volvieron en ese momento para mirarla. Tres de los hombres tenían las manos dentro de sus abrigos, obviamente sosteniendo blásters ocultos.
-Hola -les saludó Mara-. Bienvenidos a la partida semanal de Markko de Seguir al Líder.
El primer perseguidor resopló.
-Muy gracioso -gruñó.
-Me llamo Arica -continuó Mara-. Yo soy el líder. -Miró a Markko cuando entró en la habitación detrás de ella-. ¿Qué tal si nos presentamos todos de nuevo, Markko? Comenzando con usted.
-Usted es el líder -le recordó Markko secamente-. ¿Por qué no empieza usted? -Levantó su bláster para reforzar sus palabras-. Y antes de contestar, debo decir que he comprobado los archivos del ordenador de palacio después de que se fuera. No hay ningún registro de ninguna Arica Pradeux.
-Pradeux -murmuró uno de los otros hombres-. Había un Alec Pradeux entre los asesores de Palpatine.
-No hay parentesco -le aseguró Mara-. Yo sólo tomo prestado su apellido a veces. Resulta útil para abrirte puertas.
-Entonces, ¿quién es usted? -preguntó Markko-. ¿Y de qué lado de la guerra está?
Mara se encogió de hombros, esforzándose por leer el ambiente de la habitación mientras lanzaba mentalmente una moneda al aire. Una reunión fuera del palacio, sin duda implicaba una reunión anti- imperial. Por otro lado, si Egron tenía enemigos dentro del palacio -¿y qué gobernador no los tenía?-, esto fácilmente podría ser un grupo pro-imperial al que hubiera sancionado.
La moneda lanzada aterrizó de canto.
-Por el momento, de ninguno -dijo a Markko-. Soy estrictamente un contratista independiente.
-¿Trabaja con Talon Karrde? -preguntó alguien con suspicacia.
Mara negó con la cabeza.
-Nunca he oído hablar de él. ¿Quién es?
-Un aspirante a caudillo contrabandista -dijo otro hombre con un resoplido-. Uno más del centenar que lucha por aprovechar el agujero que dejó Jabba cuando le estrujaron su gordo gaznate.
Mara sintió un nudo en su propia garganta. Jabba el hutt. Asesinado en Tatooine a manos de -¿quién si no?- Luke Skywalker. No importaba lo que hiciera, parecía no poder alejarse nunca de él.
-¿Qué tiene que ver Karrde con esto?
-Absolutamente nada -dijo Markko-. Así que usted no tiene ninguna tendencia política en absoluto, ¿verdad? Creía que sólo las babosas sin cerebro se negaban a tener opiniones. Las babosas, o los cobardes.
-Las opiniones políticas son un lujo que nunca me he podido permitir -respondió Mara con entonación uniforme. Ya conocía sus técnicas de combate verbal, y no estaba dispuesta a dejarse llevar por el desafío de su tono-. Sobre todo, me he mantenido ocupada siguiendo con vida. Dónde me sitúe depende de quién ofrezca el mejor precio. O de quién sostenga el bláster en mi espalda.
-Ahora mismo el bláster en su espalda es el mío -le recordó Markko, levantando el arma para dar énfasis-. ¿Eso quiere decir que ahora trabaja para mí?
Mara se encogió de hombros.
-Usted tiene el bláster. Yo tengo a Ghent. Y todavía estoy esperando esas presentaciones.
Durante un largo momento, Markko la estudió.
-Muy bien –dijo-. Mi nombre es Markko. Soy un agente de la Alianza Rebelde.
La Alianza Rebelde. Pese a estar más o menos preparada para ello, la revelación todavía fue un shock de alguna manera.
-Ya veo -dijo Mara, tratando de no dejar que asomara el desprecio que sentía. Estas eran las personas que habían destruido su vida...-. ¿Y el sistema informático? -preguntó ella-. ¿Vuestro, supongo?
-Sí, de otro grupo -dijo Markko, asintiendo con la cabeza-. Me contrataron para encontrar la forma de infiltrarme entre los confidentes de Egron para poder estar allí cuando lo descifrasen. Una vez que yo neutralizara la información más crítica, podrían quedarse con lo que quede.
-Muy generoso de tu parte. -Mara señaló el corro de los demás rostros-. ¿Y estos dónde entran?
-Son la célula local. -Markko le dirigió una sonrisa irónica-. Su trabajo consistía en asegurarse de que usted entregaba a Ghent según lo prometido.
-Bien -dijo Mara-. Considere su trabajo terminado. -Se volvió hacia la puerta.
-¿A dónde va? -preguntó uno de los otros.
-Estaré en la puerta suroeste con Ghent dentro de hora y media -dijo a Markko, haciendo caso omiso de la pregunta-. No llegue tarde, y tenga listo el dinero. -Envió un vistazo a los otros rebeldes por encima de su hombro-. Y no traten de seguirme –agregó-. La próxima vez que tenga que perder una sombra, probablemente la pierda de forma un poco más permanente.
Sin esperar respuesta, salió de la habitación.
Nadie trató de detenerla. Nadie trató de seguirla, tampoco.
Un minuto más tarde estaba de nuevo en el aire fresco de la noche, dando vueltas a la cabeza con las posibilidades. Un ordenador rebelde capturado. Una célula rebelde completa.
Y un agente rebelde de alto nivel traído para la ocasión. Podía hacerlo. Sabía que podía. Ellos confiaban en ella, o al menos se daban cuenta de que no tenían ninguna otra elección en ese asunto. Podía llevar a Ghent al palacio, piratear la computadora, y luego ofrecer las dos cosas –el ordenador y Markko- al gobernador Egron.
Tal vez sería suficiente para conseguir un puesto de trabajo en el Departamento de Inteligencia local del gobernador. Probablemente no uno muy importante, pero al menos lo suficiente como para permitirle unirse a la lucha contra la rebelión. Sería una oportunidad para empezar a construirse una vida de nuevo. Tal vez incluso la oportunidad de quitarse a Isard de las espaldas.
Sí, esto iba a funcionar. Y todo porque había decidido permanecer en Chibias lo suficiente para escuchar un concierto.
Tal vez la Fuerza no la había abandonado del todo, después de todo. De todas formas, tomó una ruta larga y tortuosa de regreso a su hotel, vigilando la calle detrás de ella todo el camino.

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