lunes, 10 de febrero de 2014

Cambio de manos (I)

Cambio de manos
Timothy Zahn

Por separado o de dos en dos, avanzando dignamente con un ligero rumor, los músicos comenzaron a desplazarse en el escenario. Se colocaron en sus asientos o puestos asignados, tomaron sus instrumentos, y comenzaron la amortiguada cacofonía de sus procedimientos de calentamiento individuales. La audiencia, que había sido un hervidero con la habitual conversación previa al concierto, se fue silenciando en proporción inversa al creciente sonido del escenario, con un aire de expectación surgiendo de la concurrencia y extendiéndose sobre ella como una niebla invisible.
Y no era para menos. Ahí, en un mundo del Borde Medio sumido en la ignorancia llamado Chibias, estaba a punto de actuar la Sinfónica Completa de Coruscant.
Sentada en la fila duodécimo empezando desde atrás, a dos asientos del pasillo de la izquierda, Mara Jade respiró hondo y trató de disfrutar el momento. Siempre le había gustado la orquesta y en tiempos pasados había tratado de asistir a conciertos siempre que el tiempo y sus funciones se lo permitían.
De vez en cuando, había llegado al extremo de inventarse una razón para asistir, escogiendo al azar algún alto funcionario con un palco permanente y sugiriendo que había que mantenerlo vigilado durante la velada. Su maestro generalmente accedía a sus deseos, aunque dudaba de que alguna vez se hubiera dejado engañar por sus excusas. De hecho, nada pareció haberle engañado nunca.
Nada, claro está, excepto la forma y el momento de su propia muerte. Se removió incómoda en su asiento, con los recuerdos de ese momento oscureciendo las esquinas de su mente incluso a través de los sutiles y caprichosos preparativos musicales que tenían lugar frente a ella en el lejano escenario. Había acudido allí esa noche con la esperanza de traer de vuelta relajantes recuerdos de tiempos mejores. En lugar de ello, lo único que estaba obteniendo era un nuevo énfasis del enorme agujero que había donde antes había estado su vida. Todo era culpa de Skywalker; suya y de Vader.
Y, por supuesto, de ella, por no matar a Skywalker cuando había tenido la oportunidad.
Toda la orquesta estaba ya en el escenario, calentando a todo volumen, pero la magia se había ido. Con enojada tristeza, Mara supo que se había detenido en este mundo una noche de más. Ya era hora de seguir adelante.
Murmurando disculpas a los dos duros sentados a su lado, se deslizó junto a ellos para pasar. No, con Ysanne Isard y toda la Inteligencia Imperial en su búsqueda, sin duda había sobrepasado su bienvenida.
Volvería a su modesta habitación de hotel, empaquetaría su pequeña colección de pertenencias, y se marcharía de esa roca. Habría cargueros yendo y viniendo desde el puerto espacial de la ciudad durante toda la noche, y el centro de contratación del gremio que se encargaba de formar equipos de trabajo estaba abierto todo el día. Debería ser bastante fácil para ella conseguir que le dieran un trabajo temporal.
Al llegar al pasillo, empezó a caminar por la suave pendiente hacia la salida. Más adelante, junto a la puerta, tres hombres estaban teniendo una conversación tranquila pero intensa con un joven delgado, de pelo ralo. Uno de los hombres era de mediana edad, con algunas canas asomando en su corto cabello oscuro, y que vestía la clase de ropa de velada formal que uno esperaría de un culto aficionado a los conciertos. Los otros dos llevaban túnicas idénticas y placas de identificación doradas del personal de la sala de conciertos, y tenían el musculoso aspecto de agentes de seguridad.
Mara miró al chico, reprobando mentalmente su sencillo atuendo de viaje. Allá en Coruscant, ni siquiera le habrían permitido entrar en un espectáculo nocturno con un aspecto tan desaliñado. Para colmo de males, incluso llevaba una mochila al hombro.
Entonces, mientras una nueva serie de recuerdos agridulces flotaba delante de sus ojos, vio que el hombre con ropa formal deslizaba algo del tamaño y forma de una tarjeta de datos en el bolsillo lateral de la mochila del chico.
Mara aminoró el paso, con sus entrenados reflejos de investigación poniéndose en movimiento. El hombre no estaba simplemente dejando en su sitio algo que hubiera sacado anteriormente; el movimiento había sido subrepticio y diseñado para no ser visto por los dos hombres de seguridad. No era una especie de traspaso de mensajes, no con esos dos hombres de seguridad acosando al muchacho, y con el chico como el centro de atención, parecía poco probable que el hombre se estuviera deshaciendo de algo incriminatorio antes de que él mismo fuera registrado.
Eso dejaba sólo una posibilidad. Fuera lo que fuese que hubiera puesto en la mochila, estaba diseñado para meter al chico en problemas.
Uno de los hombres de seguridad se había apoderado ahora de la mochila, mientras su compañero empujaba suave pero insistentemente al muchacho a través de la puerta hacia el vestíbulo. Mara volvió a apretar el paso mientras desaparecían, preguntándose exactamente qué iba a hacer.
Preguntándose, en realidad, qué podría llegar a hacer. Esto no era asunto suyo, y como antigua Mano del Emperador sin autoridad legal, difícilmente estaba en condiciones de hacer que fuera asunto suyo... especialmente con Isard pisándole los talones.
Pero el chico parecía tan perdido y confundido, como ella misma se había estado sintiendo últimamente...
Justo en la puerta, al otro lado del pasillo donde el silencioso suceso había tenido lugar, una azafata permanecía en su puesto. Estaba tocando su colección de tarjetas de datos con el programa, con la cabeza medio vuelta mientras estiraba el cuello hacia el vestíbulo por donde acababa de marcharse el grupo.
Lo que la dejó completamente desprevenida cuando Mara se estrelló a toda velocidad contra ella.
-¡Oh! Disculpe -jadeó Mara, agarrando a la mujer para que pudieran mantener el equilibrio cuando el impacto amenazó con tirarlas a ambas al suelo alfombrado-. ¡Qué torpe soy! ¿Se encuentra usted bien?
-Estoy bien -le aseguró la mujer, tratando de que no se le cayeran sus tarjetas de datos-. ¿Y usted?
-Estoy bien -dijo Mara, alisando la chaqueta de la mujer en el lugar donde la había agarrado-. Es sólo que no veo nada bien en la oscuridad.
-No pasa nada -dijo la azafata-. Será mejor que se dé prisa, o se perderá la obertura.
-De acuerdo -dijo Mara, pasando junto a ella y corriendo por la puerta.
Allí se detuvo el tiempo suficiente para fijar la placa de identificación arrebatada a la azafata sobre su propio vestido antes de continuar hacia el vestíbulo.
El cuarteto estaba todavía allí, reunido fuera del camino de los últimos rezagados que se apresuraban a entrar en el concierto. El hombre de seguridad aún sostenía la mochila del chico, pero no hacía ningún esfuerzo por registrarla. El hombre con ropa formal, por su parte, estaba de pie a una respetuosa distancia de un paso detrás del resto de ellos.
Mara estudió a este último mientras se dirigía hacia el grupo. Ahora podía ver que era más joven de lo que había pensado al principio, probablemente no más de treinta años de edad. Su cara y su postura parecían tranquilas y serenas, pero podía sentir una tensión acechando justo bajo la superficie. Algo estaba pasando, en efecto, algo importante.
-...hasta que lleguen las autoridades competentes -estaba diciendo el hombre fuerte cuando Mara se acercó al alcance del oído. Sus ojos se posaron en la intrusa, fijándose en la cara de Mara, su vestimenta, y su placa de identificación en ese único golpe de vista, para luego apartarse con aire igualmente casual.
Los dos hombres de seguridad, en cambio, ni siquiera habían advertido su presencia.
-Desde luego, consejero -respondió uno de ellos, con su mirada fija en el chico-. La ley imperial es clara sobre el procedimiento contra alguien capturado con armas ilegales.
Mara hizo una mueca para sus adentros. Así que ese era el juego. Plantar algo incriminatorio en el chico, y luego acusarlo de un delito de posesión de armas, lo que permitiría un registro inmediato. La policía encontraría la prueba plantada, y el chico se encontraría hasta el cuello en problemas.
Pero, ¿por qué? Aquí, con mejor iluminación, podía ver que el chico parecía estar sucio, tenía una barba incipiente en la barbilla, y al parecer había estado durmiendo con la ropa que llevaba puesta. Por el Imperio, ¿qué podría hacerlo merecedor de una trampa así?
Sólo había una manera de averiguarlo.
-¿Puedo ayudarles? -preguntó, poniendo firmeza oficial en su voz.
El hombre fuerte se volvió a mirar, echando un nuevo vistazo a su placa de identificación.
-¿Y usted quién es?
-Soy Litassa Colay -dijo Mara, añadiendo un apellido imaginario al nombre grabado en su placa prestada-. Directora de Eventos Especiales Extraplanetarios para esta sala de conciertos. ¿Hay algún problema... -bajó la mirada hacia la placa de identificación del hombre con la mochila-, Jayx?
-No estamos seguros -dijo Jayx, mirándola sin tenerlas todas consigo. Pero ella tenía una placa de identificación adecuada, y por supuesto no podía esperarse que reconociera a todo los altos directivos de la sala de conciertos-. Este caballero es el consejero Raines del personal del gobernador Egron. Dice que vio a este chico introduciendo un bláster dentro de su mochila. Ha llamado a las autoridades, y estamos a la espera de que se presenten y hagan un registro adecuado.
-Nos estamos asegurando de seguir la ley -agregó Tomin, el segundo hombre de seguridad.
-Muy encomiable -dijo Mara, echando un rápido vistazo detrás del grupo. Había tres puertas abatibles con bisagras en la pared lateral del vestíbulo: sin marcar, pero probablemente oficinas o pequeños almacenes. Mara se estiró con la Fuerza, con la esperanza de tener una idea de lo que había más allá de cada una de las puertas.
Pero no había nada. No obtuvo ningún conocimiento ni intuición adicional; no tocó ninguna otra mente; no tuvo sensación alguna.
La Fuerza, al parecer, ya no estaba con ella. Mientras tanto, estaba frente a frente con dos guardias de seguridad, presumiblemente entrenados, cada uno de los cuales la superaba en peso por al menos diez kilos, con una identidad falsa que cualquiera de ellos podría descubrir de un momento a otro, en medio de una ciudad y de un planeta y de un Imperio donde era una mujer buscada. El arma que solía tener en la manga y su sable de luz estaban en su habitación del hotel. Por el Imperio, ¿qué estaba haciendo ella ahí?
Por alguna extraña razón, se había metido a sí misma en este lío. No había forma de salir salvo seguir adelante, preferentemente en algún lugar un poco menos público.
-Pero no en el centro del vestíbulo -continuó. Eligiendo al azar la puerta de la izquierda, hizo un gesto hacia ella-. Síganme, por favor.
Tomin tomó al muchacho por el brazo, y el grupo se dirigió esa dirección. Mara se quedó detrás de ellos, controlando los tiempos. Cuando Jayx llegó a tres pasos, se puso justo detrás de él y agarró las correas de la mochila.
-Abre la puerta -le ordenó.
Obedientemente, dejó casi por acto reflejo que le tomara la mochila y dio un paso adelante, sacando su tarjeta de acceso y deslizándola en la ranura. La puerta emitió un pitido, y se abrió.
Para revelar, no una oficina o una sala de almacenamiento, sino un largo pasillo con varias puertas que conducían fuera de él. En el extremo opuesto, torcía hacia la izquierda, probablemente dirigiéndose detrás del escenario.
No era exactamente lo que se esperaba, pero serviría.
-Adelante -dijo, agitando su mano libre para indicar a Tomin que avanzara-. Les esperaremos en la primera sala de ensayo.
Tomin arrugó ligeramente la frente cuando dijo eso, pero dio media vuelta y echó a andar por el pasillo sin hacer comentarios. Mara indicó al consejero Raines que le siguiera. Una vez más, sus ojos se posaron en el rostro de Mara como si percibiera la trampa, pero la inercia de la situación estaba en su contra, y él también avanzó sin rechistar. Mara se puso delante de Jayx y el chico, como si estuviera a punto de unirse al desfile.
Y agarrando el borde de la puerta, la cerró de golpe detrás de ellos.
Jayx todavía estaba allí de pie, atónito, mientras ella se giraba y le golpeaba en la cara con la mochila del chico. Automáticamente, levantó las manos para protegerse la cabeza, y con la mano libre, Mara le golpeó con fuerza debajo de la caja torácica.
Se dobló con un grito ahogado de dolor. Mara lo consideró la idea de golpearle en el cuello para asegurarse de que se quedaba en el suelo, decidió que no era necesario, y en su lugar le dio la vuelta y lo empujó con fuerza contra la puerta.
Justo a tiempo. La puerta se estaba empezando a abrir de nuevo cuando Raines o Tomin intentaron salir a atacarle. El impacto de Jayx la cerró otra vez de golpe, probablemente golpeando en la cabeza a quienquiera que fuese.
El chico estaba mirándola.
-Vamos -ordenó Mara, agarrando su muñeca y dirigiéndose a las puertas de salida.
Durante la primera fracción de segundo fue como tirar de una estatua. Luego, de repente, él se despegó del suelo de mármol donde parecía incrustado y se dejó arrastrar.
-Pero yo no he hecho nada –protestó.
-Me encantaría verte convencerles de eso -dijo Mara por encima del hombro, mirando a través de las puertas de vidrio elaboradamente grabadas de la parte delantera de la sala de conciertos. Aún no había signos de policía. Empujando la puerta, sacó al chico al aire nocturno-. Tu amigo el consejero Raines te puso algo en la mochila.
Los mantuvo a un trote rápido durante la primera media manzana, luego aminoró a un paso normal para mezclarse mejor con el resto del tráfico de peatones de la noche. No hubo gritos ni otros signos de persecución detrás de ellos, y durante el resto de esa primera manzana Mara comenzó a preguntarse si realmente Raines había llamado a la policía.
Y entonces, justo al llegar a la esquina, un pequeño transporte de personal urbano llegó rugiendo por la calle, en dirección a la sala de conciertos. Sólo que no transportaba policías. Al pasar bajo una farola, captó el destello blanco de la armadura de soldado de asalto.
El muchacho se aclaró la garganta.
-Supongo que no tendrás nada para comer -dijo esperanzado. Al parecer, no se había percatado de los soldados de asalto.
-Claro -dijo Mara, con un suspiro, girando por la calle lateral y dirigiéndose a su hotel.
Por el Imperio, ¿en qué se había metido?

1 comentario:

  1. Bonita imagen de la destrucción de la mezquita de Córdoba

    ResponderEliminar