Cambio de
manos
Timothy Zahn
Por separado o de dos en dos, avanzando dignamente
con un ligero rumor, los músicos comenzaron a desplazarse en el escenario. Se
colocaron en sus asientos o puestos asignados, tomaron sus instrumentos, y
comenzaron la amortiguada cacofonía de sus procedimientos de calentamiento
individuales. La audiencia, que había sido un hervidero con la habitual
conversación previa al concierto, se fue silenciando en proporción inversa al
creciente sonido del escenario, con un aire de expectación surgiendo de la
concurrencia y extendiéndose sobre ella como una niebla invisible.
Y no era para menos. Ahí, en un mundo del Borde
Medio sumido en la ignorancia llamado Chibias, estaba a punto de actuar la
Sinfónica Completa de Coruscant.
Sentada en la fila duodécimo empezando desde atrás,
a dos asientos del pasillo de la izquierda, Mara Jade respiró hondo y trató de
disfrutar el momento. Siempre le había gustado la orquesta y en tiempos pasados
había tratado de asistir a conciertos siempre que el tiempo y sus funciones se
lo permitían.
De vez en cuando, había llegado al extremo de
inventarse una razón para asistir, escogiendo al azar algún alto funcionario con
un palco permanente y sugiriendo que había que mantenerlo vigilado durante la velada.
Su maestro generalmente accedía a sus deseos, aunque dudaba de que alguna vez se
hubiera dejado engañar por sus excusas. De hecho, nada pareció haberle engañado
nunca.
Nada, claro está, excepto la forma y el momento de
su propia muerte. Se removió incómoda en su asiento, con los recuerdos de ese
momento oscureciendo las esquinas de su mente incluso a través de los sutiles y
caprichosos preparativos musicales que tenían lugar frente a ella en el lejano escenario.
Había acudido allí esa noche con la esperanza de traer de vuelta relajantes recuerdos
de tiempos mejores. En lugar de ello, lo único que estaba obteniendo era un
nuevo énfasis del enorme agujero que había donde antes había estado su vida. Todo
era culpa de Skywalker; suya y de Vader.
Y, por supuesto, de ella, por no matar a Skywalker
cuando había tenido la oportunidad.
Toda la orquesta estaba ya en el escenario, calentando
a todo volumen, pero la magia se había ido. Con enojada tristeza, Mara supo que
se había detenido en este mundo una noche de más. Ya era hora de seguir
adelante.
Murmurando disculpas a los dos duros sentados a su
lado, se deslizó junto a ellos para pasar. No, con Ysanne Isard y toda la Inteligencia
Imperial en su búsqueda, sin duda había sobrepasado su bienvenida.
Volvería a su modesta habitación de hotel, empaquetaría
su pequeña colección de pertenencias, y se marcharía de esa roca. Habría
cargueros yendo y viniendo desde el puerto espacial de la ciudad durante toda
la noche, y el centro de contratación del gremio que se encargaba de formar
equipos de trabajo estaba abierto todo el día. Debería ser bastante fácil para
ella conseguir que le dieran un trabajo temporal.
Al llegar al pasillo, empezó a caminar por la suave
pendiente hacia la salida. Más adelante, junto a la puerta, tres hombres estaban
teniendo una conversación tranquila pero intensa con un joven delgado, de pelo
ralo. Uno de los hombres era de mediana edad, con algunas canas asomando en su
corto cabello oscuro, y que vestía la clase de ropa de velada formal que uno
esperaría de un culto aficionado a los conciertos. Los otros dos llevaban
túnicas idénticas y placas de identificación doradas del personal de la sala de
conciertos, y tenían el musculoso aspecto de agentes de seguridad.
Mara miró al chico, reprobando mentalmente su sencillo
atuendo de viaje. Allá en Coruscant, ni siquiera le habrían permitido entrar en
un espectáculo nocturno con un aspecto tan desaliñado. Para colmo de males, incluso
llevaba una mochila al hombro.
Entonces, mientras una nueva serie de recuerdos
agridulces flotaba delante de sus ojos, vio que el hombre con ropa formal deslizaba
algo del tamaño y forma de una tarjeta de datos en el bolsillo lateral de la
mochila del chico.
Mara aminoró el paso, con sus entrenados reflejos
de investigación poniéndose en movimiento. El hombre no estaba simplemente dejando
en su sitio algo que hubiera sacado anteriormente; el movimiento había sido
subrepticio y diseñado para no ser visto por los dos hombres de seguridad. No
era una especie de traspaso de mensajes, no con esos dos hombres de seguridad acosando
al muchacho, y con el chico como el centro de atención, parecía poco probable
que el hombre se estuviera deshaciendo de algo incriminatorio antes de que él
mismo fuera registrado.
Eso dejaba sólo una posibilidad. Fuera lo que fuese
que hubiera puesto en la mochila, estaba diseñado para meter al chico en
problemas.
Uno de los hombres de seguridad se había apoderado ahora
de la mochila, mientras su compañero empujaba suave pero insistentemente al muchacho
a través de la puerta hacia el vestíbulo. Mara volvió a apretar el paso mientras
desaparecían, preguntándose exactamente qué iba a hacer.
Preguntándose, en realidad, qué podría llegar a hacer.
Esto no era asunto suyo, y como antigua Mano del Emperador sin autoridad legal,
difícilmente estaba en condiciones de hacer que fuera asunto suyo...
especialmente con Isard pisándole los talones.
Pero el chico parecía tan perdido y confundido,
como ella misma se había estado sintiendo últimamente...
Justo en la puerta, al otro lado del pasillo donde
el silencioso suceso había tenido lugar, una azafata permanecía en su puesto. Estaba
tocando su colección de tarjetas de datos con el programa, con la cabeza medio vuelta
mientras estiraba el cuello hacia el vestíbulo por donde acababa de marcharse
el grupo.
Lo que la dejó completamente desprevenida cuando
Mara se estrelló a toda velocidad contra ella.
-¡Oh! Disculpe -jadeó Mara, agarrando a la mujer para
que pudieran mantener el equilibrio cuando el impacto amenazó con tirarlas a
ambas al suelo alfombrado-. ¡Qué torpe soy! ¿Se encuentra usted bien?
-Estoy bien -le aseguró la mujer, tratando de que
no se le cayeran sus tarjetas de datos-. ¿Y usted?
-Estoy bien -dijo Mara, alisando la chaqueta de la
mujer en el lugar donde la había agarrado-. Es sólo que no veo nada bien en la
oscuridad.
-No pasa nada -dijo la azafata-. Será mejor que se
dé prisa, o se perderá la obertura.
-De acuerdo -dijo Mara, pasando junto a ella y
corriendo por la puerta.
Allí se detuvo el tiempo suficiente para fijar la
placa de identificación arrebatada a la azafata sobre su propio vestido antes
de continuar hacia el vestíbulo.
El cuarteto estaba todavía allí, reunido fuera del
camino de los últimos rezagados que se apresuraban a entrar en el concierto. El
hombre de seguridad aún sostenía la mochila del chico, pero no hacía ningún
esfuerzo por registrarla. El hombre con ropa formal, por su parte, estaba de
pie a una respetuosa distancia de un paso detrás del resto de ellos.
Mara estudió a este último mientras se dirigía hacia
el grupo. Ahora podía ver que era más joven de lo que había pensado al
principio, probablemente no más de treinta años de edad. Su cara y su postura
parecían tranquilas y serenas, pero podía sentir una tensión acechando justo
bajo la superficie. Algo estaba pasando, en efecto, algo importante.
-...hasta que lleguen las autoridades competentes -estaba
diciendo el hombre fuerte cuando Mara se acercó al alcance del oído. Sus ojos
se posaron en la intrusa, fijándose en la cara de Mara, su vestimenta, y su placa
de identificación en ese único golpe de vista, para luego apartarse con aire
igualmente casual.
Los dos hombres de seguridad, en cambio, ni
siquiera habían advertido su presencia.
-Desde luego, consejero -respondió uno de ellos, con
su mirada fija en el chico-. La ley imperial es clara sobre el procedimiento contra
alguien capturado con armas ilegales.
Mara hizo una mueca para sus adentros. Así que ese era
el juego. Plantar algo incriminatorio en el chico, y luego acusarlo de un delito
de posesión de armas, lo que permitiría un registro inmediato. La policía encontraría
la prueba plantada, y el chico se encontraría hasta el cuello en problemas.
Pero, ¿por qué? Aquí, con mejor iluminación, podía
ver que el chico parecía estar sucio, tenía una barba incipiente en la
barbilla, y al parecer había estado durmiendo con la ropa que llevaba puesta. Por
el Imperio, ¿qué podría hacerlo merecedor de una trampa así?
Sólo había una manera de averiguarlo.
-¿Puedo ayudarles? -preguntó, poniendo firmeza
oficial en su voz.
El hombre fuerte se volvió a mirar, echando un
nuevo vistazo a su placa de identificación.
-¿Y usted quién es?
-Soy Litassa Colay -dijo Mara, añadiendo un
apellido imaginario al nombre grabado en su placa prestada-. Directora de Eventos
Especiales Extraplanetarios para esta sala de conciertos. ¿Hay algún
problema... -bajó la mirada hacia la placa de identificación del hombre con la
mochila-, Jayx?
-No estamos seguros -dijo Jayx, mirándola sin
tenerlas todas consigo. Pero ella tenía una placa de identificación adecuada, y
por supuesto no podía esperarse que reconociera a todo los altos directivos de
la sala de conciertos-. Este caballero es el consejero Raines del personal del
gobernador Egron. Dice que vio a este chico introduciendo un bláster dentro de
su mochila. Ha llamado a las autoridades, y estamos a la espera de que se
presenten y hagan un registro adecuado.
-Nos estamos asegurando de seguir la ley -agregó
Tomin, el segundo hombre de seguridad.
-Muy encomiable -dijo Mara, echando un rápido
vistazo detrás del grupo. Había tres puertas abatibles con bisagras en la pared
lateral del vestíbulo: sin marcar, pero probablemente oficinas o pequeños
almacenes. Mara se estiró con la Fuerza, con la esperanza de tener una idea de
lo que había más allá de cada una de las puertas.
Pero no había nada. No obtuvo ningún conocimiento
ni intuición adicional; no tocó ninguna otra mente; no tuvo sensación alguna.
La Fuerza, al parecer, ya no estaba con ella.
Mientras tanto, estaba frente a frente con dos guardias de seguridad,
presumiblemente entrenados, cada uno de los cuales la superaba en peso por al
menos diez kilos, con una identidad falsa que cualquiera de ellos podría
descubrir de un momento a otro, en medio de una ciudad y de un planeta y de un
Imperio donde era una mujer buscada. El arma que solía tener en la manga y su
sable de luz estaban en su habitación del hotel. Por el Imperio, ¿qué estaba
haciendo ella ahí?
Por alguna extraña razón, se había metido a sí
misma en este lío. No había forma de salir salvo seguir adelante,
preferentemente en algún lugar un poco menos público.
-Pero no en el centro del vestíbulo -continuó. Eligiendo
al azar la puerta de la izquierda, hizo un gesto hacia ella-. Síganme, por
favor.
Tomin tomó al muchacho por el brazo, y el grupo se
dirigió esa dirección. Mara se quedó detrás de ellos, controlando los tiempos.
Cuando Jayx llegó a tres pasos, se puso justo detrás de él y agarró las correas
de la mochila.
-Abre la puerta -le ordenó.
Obedientemente, dejó casi por acto reflejo que le tomara
la mochila y dio un paso adelante, sacando su tarjeta de acceso y deslizándola
en la ranura. La puerta emitió un pitido, y se abrió.
Para revelar, no una oficina o una sala de
almacenamiento, sino un largo pasillo con varias puertas que conducían fuera de
él. En el extremo opuesto, torcía hacia la izquierda, probablemente dirigiéndose
detrás del escenario.
No era exactamente lo que se esperaba, pero serviría.
-Adelante -dijo, agitando su mano libre para
indicar a Tomin que avanzara-. Les esperaremos en la primera sala de ensayo.
Tomin arrugó ligeramente la frente cuando dijo eso,
pero dio media vuelta y echó a andar por el pasillo sin hacer comentarios. Mara
indicó al consejero Raines que le siguiera. Una vez más, sus ojos se posaron en
el rostro de Mara como si percibiera la trampa, pero la inercia de la situación
estaba en su contra, y él también avanzó sin rechistar. Mara se puso delante de
Jayx y el chico, como si estuviera a punto de unirse al desfile.
Y agarrando el borde de la puerta, la cerró de golpe
detrás de ellos.
Jayx todavía estaba allí de pie, atónito, mientras
ella se giraba y le golpeaba en la cara con la mochila del chico.
Automáticamente, levantó las manos para protegerse la cabeza, y con la mano
libre, Mara le golpeó con fuerza debajo de la caja torácica.
Se dobló con un grito ahogado de dolor. Mara lo
consideró la idea de golpearle en el cuello para asegurarse de que se quedaba
en el suelo, decidió que no era necesario, y en su lugar le dio la vuelta y lo
empujó con fuerza contra la puerta.
Justo a tiempo. La puerta se estaba empezando a
abrir de nuevo cuando Raines o Tomin intentaron salir a atacarle. El impacto de
Jayx la cerró otra vez de golpe, probablemente golpeando en la cabeza a
quienquiera que fuese.
El chico estaba mirándola.
-Vamos -ordenó Mara, agarrando su muñeca y dirigiéndose
a las puertas de salida.
Durante la primera fracción de segundo fue como
tirar de una estatua. Luego, de repente, él se despegó del suelo de mármol donde
parecía incrustado y se dejó arrastrar.
-Pero yo no he hecho nada –protestó.
-Me encantaría verte convencerles de eso -dijo Mara
por encima del hombro, mirando a través de las puertas de vidrio elaboradamente
grabadas de la parte delantera de la sala de conciertos. Aún no había signos de
policía. Empujando la puerta, sacó al chico al aire nocturno-. Tu amigo el consejero
Raines te puso algo en la mochila.
Los mantuvo a un trote rápido durante la primera
media manzana, luego aminoró a un paso normal para mezclarse mejor con el resto
del tráfico de peatones de la noche. No hubo gritos ni otros signos de
persecución detrás de ellos, y durante el resto de esa primera manzana Mara
comenzó a preguntarse si realmente Raines había llamado a la policía.
Y entonces, justo al llegar a la esquina, un
pequeño transporte de personal urbano llegó rugiendo por la calle, en dirección
a la sala de conciertos. Sólo que no transportaba policías. Al pasar bajo una
farola, captó el destello blanco de la armadura de soldado de asalto.
El muchacho se aclaró la garganta.
-Supongo que no tendrás nada para comer -dijo
esperanzado. Al parecer, no se había percatado de los soldados de asalto.
-Claro -dijo Mara, con un suspiro, girando por la
calle lateral y dirigiéndose a su hotel.
Por el Imperio, ¿en qué se había metido?
Bonita imagen de la destrucción de la mezquita de Córdoba
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