jueves, 13 de febrero de 2014

Cambio de manos (y III)


-¿Está segura de que esto es una buena idea? -murmuró Ghent mientras caminaban hacia las amortiguadas luces de la puerta suroeste del palacio.
-Todo irá bien -le aseguró Mara, tratando de sonar como si lo dijera en serio. El plan había sonado fabuloso en su camino de regreso al hotel. Había sonado igual de bueno cuando se lo explicó a Ghent, con su cabello aún más alborotado recién salido de la ducha mientras trataba de enrollar las mangas del mono de repuesto que había tomado del armario de Mara.
Pero ahora, mientras caminaban realmente hacia el palacio, de repente ya no parecía tan infalible.
Sobre todo porque tenía la fuerte sospecha de que los amigos rebeldes de Markko estaban avanzando para llenar las sombras detrás de ellos. Si no podía convencer al gobernador Egron de que ella y Ghent estaban de su lado, una salida rápida podría ser difícil.
Los guardias de la puerta la abrieron sin preguntas ni comentarios. En el interior, encontraron a Markko esperándoles, con media docena de soldados de asalto a su espalda. Saludó en silencio a Ghent con un gesto de cabeza, luego miró a Mara.
-Seguidme -fue todo lo que dijo.
Así lo hicieron. Los soldados de asalto, observó Mara sin sorprenderse en absoluto, comenzaron a andar tras ellos.
Markko abrió la marcha a través de un laberinto de pasillos con poca luz, cambiando de dirección cada dos esquinas. Probablemente no era la ruta más directa a su destino, sino que estaba cuidadosamente diseñada para confundirles en cuanto a dónde se encontraban exactamente, y -más importante- en qué dirección estaba la salida.
Finalmente, llegaron a una serie de puertas sin marcar. Markko las abrió de un empujón, y el grupo entró.
La habitación era mucho más grande de lo que el tamaño de las puertas habría sugerido. Estaba construida en el mismo estilo que la sala de recepción en la que había hablado antes con Markko, con un techo alto en forma de cúpula sostenida por arcos decorativos que se levantaban desde el suelo. Esta parecía estar diseñada como una sala de audiencias o de asambleas, con una plataforma elevada cerca del extremo opuesto, y una silla que parecía un trono descansando sobre ella. Grandes pinturas y tapices antiguos se alineaban en las paredes de piedra tallada, con esculturas colocadas en nichos o en pequeños pedestales esparcidos alrededor. Era una habitación claramente diseñada para impresionar a los visitantes con la riqueza, la posición y la cultura del Gobernador Egron.
Y en el centro de la sala, justo en frente del trono, estaba el sistema de ordenadores capturado.
Era más grande de lo que Mara había esperado por la descripción anterior de Markko. O tal vez eso fuera sólo una ilusión creada por las estanterías, las mesas de examen y los equipos análisis que habían sido dispuestos en un amplio anillo a su alrededor, todo ello conectado a la computadora con marañas de cables de diferentes colores. Markko y sus amigos no se habían quedado sentados a esperar que apareciera Ghent e hiciera el trabajo por ellos. Habían hecho todo lo posible para abrir esta particular nuez damak antes de darse por vencidos.
Lo que significaba que ella y Ghent realmente los tenían a su merced. Si hubiera duplicado su tarifa, era muy probable que Markko todavía hubiera acabado aceptando.
Miró a Ghent, preguntándose si él estaría siguiendo la misma línea de pensamiento. Pero no. Estaba mirando a la computadora del modo en que un experto en arte miraría alguna de las pinturas o esculturas de la habitación. La idea del dinero probablemente ni siquiera había pasado todavía por su cabeza.
-Ahí está -dijo una voz profunda detrás de ellos.
Mara se volvió para ver cómo un hombre mayor con el rostro lleno de arrugas entraba en la habitación pasando junto al grupo de soldados de asalto que se encontraba ahora reunido junto a la puerta.
-Ese es Ghent, supongo -añadió el hombre, estudiando al chico con obvias dudas.
-Lo es -dijo Mara con calma. Nunca había conocido a este funcionario en particular, pero su rostro estaba entre los archivos que el Emperador le había hecho memorizar hace años-. Y usted, si no me equivoco, es el gobernador Egron.
Egron la miró como si contemplara un plato que no había ordenado.
-¿Markko? -preguntó.
-Una amiga de Ghent -explicó Markko-. Se encarga de gestionar las negociaciones por su servicio.
Egron le envió una mirada penetrante.
-¿Negociaciones?
-No pasa nada -dijo Markko, levantando una mano para calmarlo-. Está bajo control. Muy bien, Ghent, ahí está el ordenador. Ponte a trabajar.
Sin decir palabra, con los ojos todavía brillando, Ghent cruzó la sala hacia la computadora. Durante un minuto o dos, siguió contemplándola, trazando con la mirada algunas de las conexiones de los cables. Entonces, sin decir nada todavía, se sentó frente a la consola principal de análisis. Lentamente al principio, y tomando más y más velocidad después, sus dedos empezaron a acariciar las teclas.
-Así que tú eres su representante de negocios, ¿verdad? -dijo la voz de Egron al oído de Mara.
-Extraoficialmente -dijo Mara, volviéndose hacia él-. Es un trabajo temporal, pero espero que sea muy rentable.
Egron resopló.
-Tratar de extorsionar a un gobernador Imperial es una propuesta arriesgada.
-Eso no es en realidad lo que tenía en mente -dijo Mara, mirando disimuladamente a su alrededor. Markko estaba de pie a una distancia respetuosa detrás de Ghent, viéndolo trabajar, y ninguno de los soldados de asalto estaba tan cerca como para oírles. Esta era su oportunidad de contárselo todo-. Dígame, Gobernador...
-¿Gobernador? -llamó suavemente Markko-. ¿Podría acercarse, por favor?
-Por supuesto.
Egron hizo un gesto con la cabeza a Mara, y luego pasó a su lado para dirigirse junto a Markko. Markko murmuró algo, y un momento después ambos se enfrascaron en una profunda conversación.
Mara se dio la vuelta, con una alarma silenciosa empezando a sonar en el fondo de su mente. ¿Acaso Markko sospechaba que planeaba traicionarles a él y a sus amigos rebeldes? Si era así, trataría de arreglárselas para evitar que lograra estar a solas con Egron, al menos hasta que pudiera presentar al gobernador una historia diseñada para minar su credibilidad.
Cosa que muy bien podría estar haciendo en ese momento, de hecho. Y por lo que recordaba del expediente de Egron, el gobernador perfectamente podría optar por creer a su supuesto amigo en lugar de a los códigos de reconocimiento imperiales de Mara.
Miró hacia la puerta. Y todo ello teniendo lugar en una habitación sin salida, excepto a través de seis soldados de asalto.
Hora de encontrar una salida alternativa.
Comenzó a dar vueltas por la sala de audiencias, pretendiendo estudiar las obras de arte. La oficina privada y los aposentos de Egron sin duda incluirían salidas secretas, pero una sala de reunión pública como ésta probablemente no las tendría. Su mejor esperanza era una puerta trasera que hubiera sido cubierta por uno de los tapices y luego olvidada.
-¿Arica? –la llamó Markko.
Ella se dio la vuelta. Markko todavía estaba de pie detrás de Ghent, haciendo gestos a Mara para que se reuniera con él; el gobernador se había apartado y estaba rondando los bordes de los equipos informáticos como un wrix hambriento en busca de la forma de entrar en un corral de banthas.
Mara se acercó a Markko, manteniendo un ojo en las tropas de asalto mientras lo hacía. Hasta el momento, no había indicios de que le prestasen una especial atención.
-¿Sí?
-El gobernador ha aceptado su petición -le dijo Markko-. Dos mil a la hora. Supongo que aceptará la divisa imperial estándar.
-Desde luego -dijo Mara-. Y ahora, hablemos de lo que nos vas a pagar.
Él frunció el ceño.
-¿De qué está hablando? Acabo de decir...
-Ha dicho que el gobernador va a pagar dos mil -lo interrumpió Mara-. Pero usted tiene su propia agenda, ¿no es así? ¿Por qué deberías obtener un viaje gratis a su costa?
Markko exhaló ruidosamente.
-No me lo puedo creer –gruñó-. Aún se atreve a... –Se atragantó con las palabras-. Está bien. Lo que usted quiera.
Girando con una media vuelta perfecta, se alejó.
-Lo que usted diga -murmuró Mara tras él, asegurándose de que su satisfacción no asomase en su voz. Cómo interrumpir una conversación que no quieres tener, en una fácil lección: empieza a hablar de dinero.
Volviendo la espalda al furioso Markko, Mara se puso al lado de Ghent.
-¿Cómo te va? -preguntó.
No hubo respuesta.
-¿Ghent? -intentó de nuevo.
Esta vez, él la miró.
-¿Decía usted algo? -preguntó vagamente.
-Te he preguntado cómo vas –repitió-. ¿Estás haciendo algún progreso?
-Alguno –dijo-. Va un poco lento. Nunca antes me había encontrado con estas encriptaciones.
-Estoy segura de que lo conseguirás -dijo con tono alentador.
-Oh, lo sé -dijo distraídamente, volviendo a bajar la mirada hacia la consola.
-Hazme saber cuando te estés acercando -añadió Mara en voz baja-. Sólo a mí. ¿Entiendes?
-Claro –dijo-. Oiga, ¿quiere ver algo realmente chulo? Mire esto.
Pulsó unas cuantas teclas y las líneas de galimatías de una de sus pantallas fueron reemplazadas por un logotipo curvado de color rojo y azul que se retorcía y giraba como una serpiente aérea interpretando un ballet. Debajo de la danza, un conjunto de números y letras se balanceaba hacia atrás y hacia delante, como si fueran espectadores que disfrutaban del espectáculo.
-¿No es genial? -dijo Ghent-. ¿Alguna vez ha visto algo así?
-Sí -dijo Mara con sus labios repentinamente rígidos. Sí, efectivamente había visto antes ese logotipo. Era el emblema de la Corporación de Susurradores Shasstariss, una empresa pequeña, de gestión familiar, contratada por el Imperio para crear ciertas encriptaciones militares especializadas. Y por el número de código que aparecía debajo del logo...
Miró el ordenador, sintiendo escalofríos en la nuca. Eso no era un ordenador capturado a los rebeldes, ni de nivel de Mando de Sector ni de ningún otro tipo.
Era el nodo de control primario de un Destructor Estelar Imperial.
Y con eso, todo el asunto encajó de repente en su cabeza. Markko no estaba tratando de hacer desaparecer alguna base de datos rebelde antes de que la información pudiera ser interceptada. Lo que trataba de conseguir ahí era nada menos que un conjunto completo de matrices de control, patrones de transmisión, y cifrados militares de un Destructor Estelar.
Echó una rápida mirada a Markko por el rabillo del ojo. No era de extrañar que creyera necesario tratar de exprimir a Ghent tan fuerte como pudiera para asegurarse que el chico hacía el trabajo. Un golpe así para sus amigos rebeldes probablemente le supondría un ascenso de varios niveles en el acto. Y justo delante de las narices de un gobernador Imperial, además.
Un gélido agarre pareció asentarse en torno a su garganta. Antes, en su guarida rebelde, recordó Mara tardíamente, Markko había mencionado haber entrado en los ordenadores de palacio para buscar su alias Arica Pradeux. Y no habría tenido más que unos pocos minutos para hacerlo entre el momento en que ella salió del palacio y el momento en que se encontraron en la casa de encuentros rebelde.
Y, sin embargo, según él mismo había admitido, él sólo era rebanador medianamente competente. ¿Cómo podía haber llegado tan rápido a los archivos de personal a través de los cifrados especializados?
Respuesta: no lo había hecho, porque alguien lo había hecho por él. Alguien que no necesitaba piratear el sistema, porque ese alguien ya tenía los métodos de desencriptado necesarios.
O en otras palabras, el gobernador Egron.
Miró a Egron, que aún paseaba inquieto en círculos por la habitación, y la mano invisible alrededor de su garganta apretó un poco más fuerte. No había ninguna razón para que un gobernador Imperial necesitara o quisiera encriptaciones militares. Ciertamente no había ninguna razón para que quisiera nada del resto de la información almacenada en el ordenador de un Destructor Estelar.
A menos, por supuesto, que tuviera la intención de venderla.
Ella respiró hondo. Así que era eso. Markko no estaba haciendo su jugada delante de las narices de un Egron desprevenido. El gobernador había visto en qué dirección soplaba el viento en el Imperio, y había hecho un trato con la Rebelión para obtener una jubilación anticipada.
De hecho, con toda probabilidad era Egron quien lo había arreglado todo. Todo, desde contactar con Markko para asegurar el ordenador hasta localizar a un rebanador que pudiera desentrañar sus secretos sin que nadie se diera cuenta.
De hecho, tal vez esa era la verdadera razón por la que lo habían mantenido viviendo en la calle durante una semana. Al no tratar de ponerse en contacto con nadie durante sus penurias, había demostrado que efectivamente no tenía a nadie a quien pudiera llamar. Lo que significaba que, una vez que hubiera servido a su propósito, podría desaparecer silenciosamente sin que nadie lo advirtiera o le importase.
Y si estaba programada la desaparición de Ghent, cualquier persona que supiera de él estaba sin duda enrolada para el mismo viaje sin retorno. Incluso alguien que conociera los códigos de reconocimiento imperiales.
Especialmente alguien que conociera los códigos de reconocimiento imperiales.
-¿No es genial? -dijo Ghent de nuevo-. Me gusta mucho la forma en que...
-Está bien, eso es suficiente -dijo Mara, dejando caer una mano sobre su hombro a modo de advertencia.
Debía de haber transmitido algo en su voz o en el toque, ya que milagrosamente él recibió el mensaje.
-¿Algo va mal? –preguntó Ghent.
-En este momento, todo va mal -le dijo con gravedad-. Estamos rodeados de enemigos, Ghent. Necesito encontrar una forma de que escapemos, y rápido.
Por un segundo pensó que había cometido un error al decir nada. La boca del muchacho se abrió, sus ojos se abrieron en estado de shock, y Mara se preparó para la exclamación que traería toda la multitud corriendo para ver lo que estaba pasando.
Pero sus instintos no le habían fallado. La boca se cerró, los ojos volvieron de nuevo al tamaño normal, e inclinó la cabeza de forma microscópica.
-Está bien –dijo-. ¿Qué quiere que haga?
-Lo que más necesito es tiempo –dijo-. ¿Puedes ralentizar un poco esta operación?
Él se encogió de hombros.
-Claro. Probablemente iba a costarme otra media hora o así de todos modos.
-Que sea una hora -dijo Mara, mirando a su alrededor en busca de inspiración. Soldados de asalto reunidos alrededor de la puerta, Egron y Markko deambulando con impaciencia...
En una habitación con paredes de piedra, vigas de soporte en forma de arco, y obras de arte colgadas.
Sería arriesgado, por lo menos en dos niveles diferentes. Pero en ese momento no tenía muchas opciones.
-¿Hay alguna manera de conseguir que este equipo haga ruido? –preguntó-. Nada demasiado fuerte, sino algo como un zumbido, un chirrido, o algo así.
-Uh... –Ghent miró a su alrededor-. Sí, creo que sí. ¿Se refiere a algo realmente irritante?
-Sólo algo para encubrir otros ruidos razonablemente suaves -le dijo ella-. Dame unos cinco minutos, y luego ponlo en marcha.
-Está bien –dijo el-. Y luego, ¿qué?
Ella le dedicó una sonrisa tranquilizadora.
-No te preocupes. Cuando vayamos, iremos juntos.
Dándole otro apretón el hombro, Mara dio un paso atrás y se dirigió hacia donde Egron estaba caminando en círculos. Él la vio venir y se detuvo.
-¿Está hecho?
-No, pero tiene hambre -le dijo Mara-. Me gustaría ir a buscarle algo de comer.
-Podrá comer cuando haya acabado –indicó Markko, uniéndose a la conversación.
-Los rebanadores hambrientos no trabajan tan bien como los felices y bien alimentados -replicó Mara-. Ni tan rápido, tampoco. -Se encogió de hombros-. Pero, bueno, ustedes son los que pagan la factura. Si no les importa que esto dure un par de horas extra, por mí bien. No me esperan en ninguna otra parte.
Markko y Egron se miraron. Mara captó un ligero movimiento de cabeza de Markko...
-Muy bien -dijo el gobernador-. Pero usted no va a marcharse. Haré que nos envíen algo.
Se volvió y se acercó a los soldados de asalto. Unas cuantas palabras, y dos de los seis dieron media vuelta y desaparecieron por la puerta. Markko ya se había alejado. Mara también lo hizo en ese momento, regresando junto a la pared a su anterior estudio de las obras de arte colgadas. Sólo quedaban cuatro soldados de asalto a los que enfrentarse, siempre que estuviera lista para hacer su movimiento antes de que regresaran los otros.
Y eso iba a depender de Ghent. Si el chico estaba tan absorto en su trabajo que se había olvidado de poner el ruido de fondo que le había pedido...
Estaba a mitad de camino alrededor de la habitación, estudiando un lienzo triangular con bultos de pintura y un aspecto vagamente rodiano, cuando se dio cuenta del tenue zumbido.
Comenzó muy suave, como un insecto deambulando en la distancia. Pero casi de inmediato el nivel de ruido comenzó a aumentar. Miró a su alrededor, fingiendo estar buscando su origen, y se las arregló estar mirando otra vez a Ghent cuando Markko y Egron llegaban junto a él.
-¿Qué es ese ruido? -preguntó el gobernador-. ¿Algo va mal?
-No, no pasa nada -les aseguró Ghent-. Es un círculo de retroalimentación de Periandro. Un montón de sistemas de seguridad los llevan integrados. Se escucha ruido cuando alguien intenta piratearlos.
-¿No puedes apagarlo? -preguntó Markko, inclinándose sobre el hombro de Ghent mientras estudiaba las pantallas.
-¿Apagarlo? -repitió Ghent, mirándolo con asombro-. No, no. Les interesa que esto continúe.
-¿Por qué? -gruñó Markko.
-Porque es útil -dijo Ghent pacientemente-. El ruido te dice qué tal vas con el pirateo. Mire, si sube o baja de tono...
Se lanzó a una discusión técnica, pero Mara no necesitaba oír nada más. Apartándose de nuevo, sacó su sable de luz de su bolsillo oculto, escondiéndolo bajo el borde de su chaqueta. Ghent había hecho su parte. Era el momento de que ella hiciera la suya.
Se acercó a una de las pinturas, y levantó la mano izquierda para tocar el borde del marco con sus dedos, como lo sostuviera para examinarlo mejor. Cambiando ligeramente la posición de su cuerpo para bloquear la visión desde la puerta y los equipos informáticos, colocó la punta de su sable de luz contra la pared y lo encendió.
El siseo sonó diez veces más fuerte que de costumbre. Se tensó, con los sentidos alerta en busca de cualquier señal de que alguien más lo hubiera oído.
Pero entre la animada explicación de Ghent y el chirrido cada vez más molesto de su equipo, el sonido aparentemente había pasado desapercibido. Manteniendo el mango contra la pared para que no fuera visible nada de la hoja resplandeciente, deslizó la espada de luz hacia arriba, cortando cuidadosamente la piedra en bisel. El corte cruzado Paparak era una técnica de ingeniería un poco peculiar, una de las muchas que el Emperador le había enseñado en los últimos años, diseñada para debilitar una pared de carga de tal manera que aguantaría en pie el tiempo suficiente para que el saboteador se pusiera a salvo del colapso resultante.
Terminó su corte y apagó el sable de luz. El siguiente corte, calculó, tenía que estar cerca de la base de la columna de soporte a tres metros a su derecha. Ocultando el arma de nuevo, pasó con aire casual hacia el siguiente cuadro.
Un corte cruzado Paparak para una sala de ese tamaño normalmente no tomaría más de cinco minutos en prepararse. Con la necesidad de no llamar la atención sobre lo que estaba haciendo, sin embargo, pasaron cerca de veinte minutos hasta que casi hubo terminado.
Faltaba realizar un último conjunto de cortes. Justo a la derecha de un cuadro particularmente interesante al fondo de la sala, talló sigilosamente una abertura triangular que, una vez apartada la piedra de una patada, serviría como una rápida salida.
Y era hora de irse.
Devolvió el sable de luz a su bolsillo y comenzó avanzar de nuevo hacia Ghent, deambulando todavía como una representante comercial aburrida haciendo tiempo hasta poder contar el dinero. El gobernador Egron seguía rondando, pero Markko parecía haber tomado una posición permanente detrás del hombro de Ghent.
Habría que ocuparse de eso. Afortunadamente, tenía una idea bastante buena de cómo hacerlo.
Markko la miró mientras se detenía detrás del otro hombro de Ghent.
-¿Disfrutando de la colección de arte del gobernador? -le preguntó.
-No está mal del todo -dijo Mara, mirando las pantallas de Ghent-. Dígame, Markko, ¿hasta qué punto conoce realmente al gobernador Egron?
-¿Qué quiere decir?
-Quiero decir que si hay alguna posibilidad de que sepa quién es usted en realidad.
Durante un largo rato se quedó callado. Ghent, como era previsible, siguió trabajando, al parecer completamente ajeno a la conversación.
-¿Por qué lo pregunta? -dijo Markko al fin.
-Por uno de los cuadros de allí -dijo Mara, señalando con la cabeza el que estaba junto al agujero que había tallado en la pared-. ¿Ha oído hablar del gas cantrosh?
-¿Qué es esto, la academia militar? -gruñó Markko.
-No, la academia de supervivencia -replicó Mara-. ¿Sabe lo que es, o no?
Markko silbó entre dientes.
-Es un gas de guerra. Se extiende rápidamente; altamente venenoso para la mayoría de las especies.
-Muy bien -dijo Mara-. Bueno, el marco de ese cuadro en particular está hecho de una matriz de óxido cantrosh. Por un crédito extra, ¿le importaría decirme qué pasa si una matriz de óxido recibe el impacto, digamos, de un disparo de bláster?
Markko miró al gobernador.
-No sería capaz.
-¿Por qué no? -replicó Mara-. No mientras él esté en la sala, por supuesto, a menos que tenga una máscara de respiración consigo o escondida en ese trono. Y, por supuesto, los sistemas de filtrado de los soldados de asalto les protegerán perfectamente. Así que volvemos a la pregunta original: ¿Hay alguna posibilidad de que sepa quién es usted en realidad?
Markko era realmente muy bueno consiguiendo que sus emociones y sus procesos de pensamiento no se mostraran en su rostro. Pero, de nuevo, se filtró lo suficientemente para que Mara pudiera ver que había dado en el blanco. Después de todo, un gobernador imperial que podría convertirse en traidor a su propio gobierno difícilmente perdería el sueño por hacer lo mismo con otro aliado.
-Usted parece ser la experta con estas cosas -dijo al fin-. ¿Qué me recomienda?
-Le recomiendo que lo saquemos de aquí, ni más ni menos -dijo Mara con aspereza-. Desenganchamos el cuadro de la pared, lo llevamos al otro lado de la sala, y le decimos a Egron que o se va el cuadro o nos vamos nosotros.
-¿Y cree que lo aceptará sin más?
-¿Con todos esos preciosos datos aún encerrados donde no puede acceder a ellos? -le recordó Mara-. ¿Qué otra cosa puede hacer? ¿Ghent? Vamos, Ghent, reacciona.
Ghent parpadeó al volver al mundo real.
-¿Qué?
-Vamos a dar un paseo -le dijo Mara, tirando de la silla hacia atrás-. Vamos, levántate.
-Espera un segundo -dijo Markko mientras Mara levantaba a Ghent casi a pulso-. ¿Él viene con nosotros?
-Digamos que es una pausa para estirar las piernas -dijo Mara-. Además, Egron podría adelantársenos y hacer que los soldados de asalto disparen si sólo estamos usted y yo, suponiendo que fuéramos lo bastante rápidos para llevarnos a Ghent con nosotros antes de que el gas se extendiera por la habitación hasta aquí.
-¿Gas? -repitió Ghent, boquiabierto-. ¿Qué gas?
-No pasa nada -dijo Mara, tomándolo del brazo-. Está todo controlado. Ven con nosotros.
Comenzaron a cruzar la sala.
-¿A dónde vais? -preguntó Egron, deteniendo repentinamente su marcha circular.
-Tiene que estirar las piernas -exclamó Mara como respuesta-. Si quiere ser de utilidad, ¿por qué no va a ver por qué se retrasa esa comida?
Egron murmuró algo entre dientes y les dio la espalda.
-Espere un segundo -murmuró Markko-. No nos interesa que salga de la habitación.
-No va a arriesgar la vida de Ghent -le recordó Mara, sin romper el ritmo-. Eche un vistazo a ese trono y mire a ver si puede encontrar una máscara de respiración escondida en alguna parte.
Mara sabía que si Markko hubiera tenido tiempo de pensar en ello, nunca habría dejado que ella y Ghent se alejaran de él, ni siquiera unos pocos pasos. Pero él claramente era un hombre acostumbrado a obedecer órdenes, y sin siquiera un murmullo de protesta cambió de dirección y se dirigió hacia el trono. Mara siguió su camino, deseando poder mirar por encima de su hombro y ver lo que estaban haciendo Egron y los soldados de asalto, pero sabiendo que no se atrevía. Diez pasos más... cinco...
Y entonces llegaron junto a la pared.
-Prepárate -murmuró, volviéndose a medias para colocarse de costado junto a su corte triangular. Lanzando una mirada al otro lado de la habitación para asegurarse de que no había rifles de los soldados de asalto apuntándoles, levantó la pierna derecha y lanzó contra la piedra una patada lateral tan fuerte como pudo.
Y con un crujido horrible, el triángulo se rompió en un montón de escombros.
-¡Ahora! -ordenó, empujando a Ghent a través de la abertura y girando ahora completamente para hacer frente a sus oponentes. Egron se había quedado clavado en el suelo, boquiabierto por el desconcierto; en un acto casi reflejo, los soldados de asalto se estaban acuclillando para colocarse en posición de disparo mientras levantaban sus armas para apuntar...
Y Markko tenía el horrible y desquiciado aspecto de un hombre que acaba de darse cuenta de que había sido engañado.
Y cuando Mara se metió por el agujero detrás de Ghent, hubo una orden entrecortada, y la pared a su alrededor comenzó a estallar con destellos de fuego bláster. Eso fue un error. Con la integridad estructural ya debilitada por el daño calculado del sable de luz de Mara, los disparos bláster fueron todo lo que hizo falta para rebasar el límite. Justo cuando Mara agarró el brazo de Gante, toda la pared comenzó a derrumbarse.
-¡Corre! -exclamó Mara, tirando del muchacho por el pasillo de servicio en el que se encontraban ahora. Trozos de piedra caían a su alrededor, llenando el pasillo con escombros y asfixiante polvo de roca, y por el sonido supuso que el resto de la cámara también se estaba derrumbando. Con suerte, aplastaría el ordenador del Destructor Estelar en el proceso; pero ahora ya no había nada más que pudiera hacer al respecto.
Avanzaron tosiendo hasta el final del pasillo, sólo para descubrir que era un callejón sin salida.
-¿Y ahora qué? –consiguió preguntar Ghent entre toses.
-Prepárate para salir corriendo –le dijo Mara, sacando su sable de luz y encendiéndolo. Dos rápidos tajos y una patada, y atravesaron la pared. La sala al otro lado estaba desierta, pero a través del decreciente sonido de la mampostería derrumbándose tras ellos pudo escuchar gritos y órdenes y algún grito distante ocasional.
Cruzaron la sala hacia la puerta, y Mara se asomó cautelosa a un pasillo igualmente desierto.
-Rápido y en silencio –dijo a Ghent en un susurro mientras apagaba el sable de luz. Si el resto de gente de palacio se limitaba a concentrarse en la escena del desastre y les dejaban tranquilos...
Avanzaron dos pasillos más antes de que se les acabase la suerte. Y se les acabó en la forma de una escuadra de cuatro soldados de asalto haciendo la ronda.
-Alto –ladró el jefe de la escuadra, blandiendo su rifle bláster hacia ellos-. Identifíquense.
Mara dudó. Tenía el sable de luz medio oculto contra su costado, cubriendo el extremo inferior con su mano derecha. En los estrechos confines del pasillo no tardaría nada en abatir a los cuatro antes de que se dieran cuenta de lo que estaba pasando.
Pero eran soldados imperiales, miembros del orden del que había formado parte orgullosamente. Y aunque sirvieran a un gobernador traidor, ellos no habían hecho personalmente nada que mereciera la muerte.
-Agente imperial en asunto oficial –dijo en cambio-. Código de reconocimiento Besh-Senth-Isk-Doce.
Los soldados de asalto adoptaron una postura notablemente más rígida y erguida.
-¿Patrón Nen-Peth? –preguntó su líder.
-Uno-tres-siete-siete –dijo Mara.
-Confirmado –dijo el líder, alzando su rifle-. Pueden pasar.
Ghent se quedó mirando a los soldados de asalto con aire de estupefacta incredulidad. Mara le dio un empujón, devolviéndolo al mundo real con un sobresalto, y ambos avanzaron más allá de la escuadra.
-Guau –dijo Ghent con un suspiro cuando doblaron otra esquina hacia otro pasillo desierto más-. ¿Dónde aprendió esas cosas? –De pronto la miró aún más estupefacto-. ¿Es usted una Jedi?
-En absoluto –le aseguró Mara sombríamente. El único Jedi en activo en esos días era...-. Vamos –dijo, negándose a volver a pensar siquiera en ese nombre en lo que quedaba de día-. La puerta por la que entramos debería estar muy cerca.
En ese momento, se dio cuenta de que tendrían que superar al grupo de rebeldes de Markko. Pero no tenía sentido adelantarse tanto a los acontecimientos. Claramente, los soldados de asalto que hacían la ronda no habían escuchado que Mara y Ghent estaban siendo perseguidos, pero los guardias de la puerta exterior podrían estar en un canal de comunicaciones distinto. Si lo estaban, y si habían recibido el mensaje, el engaño del negocio oficial no iba a funcionar por segunda vez.
Delante de ellos pudo ver la puerta de salida, sin nadie a la vista. O bien los guardias estaban todos fuera, o bien habían sido llamados a la escena del hundimiento de la sala de audiencias. Respirando un poco más tranquila, se dirigió hacia ella...
-No tan rápido, traidora...
Quedó congelada en su lugar. La voz procedía de su espalda... y aunque estaba deformada por la furia, no tuvo problemas en reconocerla. Lentamente, manteniendo las manos a la vista, se dio la vuelta.
-Hola, gobernador –le saludó-. Tiene buen aspecto.
-¿Quiere decir que sigo vivo? –bufó-. Sí, estoy vivo. Lamento mucho haber estropeado su plan.
-En realidad, no lo ha hecho –le aseguró Mara, examinándolo con más detenimiento. Tenía el rostro pálido y demacrado, sus ropas estaban tan cubiertas de polvo como las de Ghent y ella, y la sangre se mezclaba con el polvo, saliendo de diversos pequeños cortes y arañazos.
Pero el bláster con el que les estaba apuntando estaba firme como una roca.
-Por cierto, ¿dónde está su amigo Markko? –preguntó Mara, sólo por decir algo-. ¿Estaba demasiado lejos de la puerta?
-Ni lo sueñe –dijo Markko, apareciendo desde un pasillo lateral que conectaba con el pasillo unos pocos pasos más cerca de la salida. Tenía aún peor aspecto que Egron, y el bláster de su mano mostraba el inestable temblor de una serpiente borracha tratando de parecer sobria.
Pero lo que le faltaba de estabilidad, lo compensaba de sobra con su determinación. Pese a tener que arrastrar pesadamente su pierna izquierda, avanzó cojeando hacia ellos, sin detenerse, haciendo muecas de dolor a cada paso.
-Han malinterpretado mi objetivo –le dijo Mara, manteniendo un tono calmado de voz mientras se apartaba de Ghent dirigiéndose hacia la pared del pasillo tras ella. Dos blásters les apuntaban; pero la mano temblorosa de Markko era claramente el peligro menor, al menos hasta que se acercara más-. No tengo ningún interés particular en matar a ninguno de los dos –añadió-. Ni siquiera en hacerles daño, de hecho. –Volvió la mirada hacia Egron-. Todo lo que quería era el ordenador –dijo, haciendo ondear su mano izquierda en la dirección de la sala derrumbada, y aprovechando la distracción generada por el gesto para retroceder otro paso. Su sable de luz aún estaba en equilibrio medio oculto en su mano derecha, y su pequeño bláster descansaba preparada en su antebrazo izquierdo, oculto bajo la manga-. No necesita cifrados militares, gobernador. Ni tiene derecho a tenerlos.
-Eso ahora carece de importancia, ¿no le parece? –replicó agriamente Egron-. Ya se ha encargado de eso. Todo el techo se desplomó... grandes pedazos de roca han caído por todas partes, el ordenador está completamente destrozado.
-Bien –dijo Mara-. Espero que al menos los soldados de asalto...
Y justo a mitad de la frase, trazó un arco hacia arriba con su sable de luz, encendiéndolo en el mismo movimiento, y lo lanzó directamente hacia el gobernador.
Egron lanzó un alarido y, mientras se agachaba presa del pánico para huir del sable de luz volador, disparó en un acto reflejo. El disparo falló por mucho. Mara se agachó, liberando el bláster de su manga mientras Ghent también gritaba a su vez. Egron volvió a disparar, y su disparó salió aún más desviado que el primero.
El disparo de Mara dio justo en su objetivo.
-¡Quieta! –dijo la áspera voz de Markko.
Cautelosamente, Mara volvió la cabeza, con su arma aún apuntando al cuerpo inmóvil de Egron, y su mente oscurecida por la desazón. El grito que Ghent había lanzado un segundo antes no había sido de sorpresa, como había supuesto, sino por la impresión de tener súbitamente el brazo de Markko rodeándole la garganta.
El brazo seguía allí, manteniéndolo pegado al cuerpo de Markko.
Y el bláster de Markko estaba presionado muy firmemente contra su sien.
-¿Se da cuenta? –dijo Markko entre dientes-. Yo también puedo ser listo. Suelte el arma.
-Estoy impresionada –dijo Mara, sin hacer el menor asomo de querer obedecer-. La cojera, el arma temblorosa... muy bien representado.
-Gracias –dijo Markko-. Supuse que al enfrentarse a una elección de objetivos, iría primero a por el más amenazador.
-Desde luego –dijo Mara, comenzando a sentirse bastante extraña acerca de la dirección que estaba tomando esa conversación. Era como si fueran dos profesionales hablando del oficio.
Tal vez lo fueran.
-Veo que usted también ha recibido entrenamiento –dijo ella-. Tal vez casi tan bueno como el mío.
-Puede que mejor –sugirió él.
-Puede –dijo Mara-. Pero ha cometido un error.
-¿Ah, sí? ¿Y cuál es?
Mara hizo un ligero gesto señalando el arma que sostenía Markko.
-Está apuntando a la persona equivocada.
-No, no lo creo –dijo Markko-. Usted parece preocuparse por este muchacho. No creo que quiera verlo morir.
Ghent emitió un ligero gorgoteo desde el fondo de la garganta. Los ojos se le salían de las cuencas, pidiendo ayuda a Mara sin palabras.
Pero Ghent no sabía cómo pensar en esas situaciones. Mara sí. O eso esperaba.
-No, no demasiado –concedió-. Pero no menos de lo querría ver morir a cualquier transeúnte inocente sin una razón importante. El hecho es, Markko, que ni siquiera conocía a Ghent antes de esta noche. No es que seamos viejos amigos ni nada parecido.
Markko la estudió por un instante.
-En ese caso –dijo finalmente-, parece que estamos en una especie de punto muerto.
-Eso me temo –convino Mara-. Si dispara a Ghent, pierde su escudo. Aún más, nunca tendrá tiempo de girar su bláster para apuntarme antes de que le derribe. Tiene mi palabra.
-Le creo –dijo Markko con voz tensa-. ¿Y si decido apuntarle ahora...?
-Ocurrirá lo mismo –le dijo Mara-. Debería haberme disparado inmediatamente en lugar de tratar de tomar un rehén.
-Sí –murmuró Markko-. Estoy de acuerdo: un auténtico error. Pero quería averiguar quién y qué era usted.
-Eso es muy fácil –dijo Mara-. Soy la justicia. –Señaló con la cabeza el cuerpo de Egron-. Él intentó traicionar al Imperio. Yo le declaré culpable y le ejecuté.
-¿Así sin más?
-Así sin más –confirmó Mara.
Markko frunció los labios.
-Veo que estoy en serios problemas.
Mara miró el rostro aterrorizado de Ghent. Un operativo rebelde, un enemigo del Imperio y de todo en lo que creía... y un civil asustado. Un muchacho, atrapado en un problema que no era culpa suya.
¿Dónde residía su deber?
Antes, habría sabido responder a esa pregunta. Ahora, todas las líneas estaban borrosas.
Pero Ghent había venido hasta aquí confiando en ella. Confiando en ella.
Y con el Emperador muerto, y el Imperio actualmente en manos de gente como Isard, tal vez eso era todo lo que importaba.
-No necesariamente –dijo a Markko-. He cumplido mi deber ejecutando a un traidor. No tengo ninguna querella en particular contra usted.
Markko soltó un bufido.
-Claro que no. Un agente rebelde, ¿y alguien que se define a sí misma como la justicia imperial no tiene querellas conmigo?
-Deje que lo exprese de otro modo –dijo Mara-. Le ofrezco un trato. Deje que Ghent se marche y aparte su bláster, y los tres salimos caminando de aquí, vivos y libres. Insista en jugar al héroe rebelde... y yo soy la única que camina.
Los ojos de Markko miraron fugazmente a Egron y luego volvieron a Mara.
-¿Por qué debería confiar en usted?
Mara se encogió de hombros.
-¿Por qué no? Ya tengo lo que quería: un traidor muerto, y los cifrados militares a salvo de las manos rebeldes. Puedo permitirme ser generosa. –Alzó las cejas-. Y como he dicho, no me gusta especialmente ver morir a viandantes inocentes. Especialmente cuando sólo son unos muchachos.
Durante un largo instante Markko se limitó a mirarla fijamente. Mara mantuvo su posición, con el corazón latiéndole con fuerza en la garganta, observando sus ojos por esa fracción de segundo de advertencia que sería todo lo que tendría si Markko decidía que su orgullo valía más que su vida.
Y entonces, lentamente, él apartó el bláster de la cabeza de Ghent, mientras el otro brazo aflojaba la presión sobre el cuello del muchacho. Ghent soltó otro jadeo y cayó como un saco ligero de rodillas al suelo. Durante otro largo instante Markko se limitó a quedarse quieto, con el arma apuntando al techo y los ojos fijos en Mara, invitándola silenciosamente a incumplir su promesa.
Pero Mara no se movió; y con una respiración profunda, Markko hizo girar su bláster y volvió a deslizarlo bajo su abrigo.
-Hasta la próxima vez –dijo, con una ligera reverencia. Dándoles la espalda, se dirigió al pasillo lateral por el que había aparecido y desapareció por él.
Mara escuchó durante unos instantes el sonido de sus pasos al alejarse, y luego se levantó. Con el bláster todavía en la mano, pasó junto al cadáver de Egron y recuperó su sable de luz.
-Vamos, Ghent –dijo, apagándolo y deslizándolo de nuevo en su bolsillo-. La puerta está justo ahí. Salgamos.

***

Estaban a tres manzanas del palacio, y el sonido de las sirenas de los vehículos de emergencia comenzaba a desvanecerse tras ellos, antes de que Ghent hablase finalmente.
-¿Realmente habría dejado que me matara? –preguntó.
-Sí él realmente quería matarte, no había nada que yo pudiera haber hecho para detenerle –le dijo Mara-. Lo siento, pero la situación era esa. Todo lo que podía hacer era tratar de persuadirle de que no significabas nada para mí, para que no pudiera utilizarte a su favor.
-¿Pero realmente es usted una agente imperial?
Mara tragó saliva.
-Lo fui una vez –admitió-. Ahora... digamos simplemente que ya no tengo hogar.
Ghent pareció asimilar eso.
-Entonces, ¿qué hacemos ahora?
-Salimos de aquí –dijo Mara-. Hay mucha gente que nos vio allí. Una vez que empiecen a encajar las piezas, nos buscarán a ambos. ¿Qué necesitas para volver a casa?
-No lo sé –dijo Ghent-. Suficiente dinero para comprar un billete, supongo. ¿Tenemos tiempo para volver a su hotel a recuperar mi mochila?
-Esa podría no ser una buena idea –dijo Mara, meneando la cabeza-. Antes no creía que la gente de Markko me hubiera seguido hasta allí. Pero ahora sé que Markko es más listo de lo que pensaba.
Miró por encima de su hombro y frunció el ceño. Ahora que pensaba en ello, ¿qué había pasado con el grupo de rebeldes que creía que se estaba reuniendo en el exterior del palacio cuando ella y Ghent entraron? No habían visto ni rastro de ellos al salir; ciertamente no había habido ningún impedimento a su fuga. ¿Habrían salido huyendo cuando sonó la alarma?
¿O simplemente se habían reunido en el exterior del hotel de Mara buscando una venganza tardía?
-No, definitivamente no es una buena idea –decidió-. Lo siento.
-No pasa nada –dijo Ghent con un suspiro-. Supongo que en realidad ya me lo esperaba.
-Por si sirve de algo, yo también voy a tener que abandonar allí casi todo lo que poseo –dijo Mara, rebuscando en sus bolsillos-. ¿Tienes idea de cuánto puede costar un billete de vuelta a Sibisime?
-Eh... no, en realidad no –dijo-. Supongo que ochocientos. Puede que novecientos.
Mara hizo una mueca. En otras palabras, casi todo lo que tenía. De vuelta a la casilla de salida, al parecer.
-Toma –dijo, ofreciéndole los créditos-. Espero que esto sea suficiente.
-Pero no puedo aceptar su dinero –protestó él.
-Tómalo –ordenó Mara, sin humor para discutir-. Yo me las arreglaré para salir de esta roca. Vete a tu casa, ¿de acuerdo?
Reticente, el aceptó los créditos.
-¿Pero cómo puedo compensarle?
-No te preocupes por eso –le dijo, volviendo a mirar detrás de ellos. Aún no había signos de persecución-. Tal vez volvamos a encontrarnos algún día. Mientras tanto... –Señaló delante de ellos-. El espaciopuerto está por ahí. ¿Crees que podrás encontrarlo tú solo?
-Claro –dijo-. ¿Qué hay de usted?
Ella señaló a la derecha.
-Bajando esa calle está la oficina del gremio que se encarga de contratar mano de obra. Cuídate, ¿vale?
-Claro –dijo-. Y usted también.
Durante un instante pareció que iba a tratar de abrazarla. Pero Mara simplemente dio la vuelta y se alejó caminando. Sabía que al muchacho le iría bien. Esperaba que al muchacho le fuera bien.

***

El muchacho había avanzado un par de manzanas más hacia el espaciopuerto, y hacía un buen rato que había desaparecido la misteriosa mujer, cuando Talon Karrde decidió que era seguro acercarse.
-Disculpa –dijo, saliendo de las sombras donde había estado esperándole-. ¿Eres Ghent?
El chico quedó inmóvil.
-Sí –dijo, nervioso-. ¿Quién es usted?
-Me llamo Talon Karrde –se presentó Karrde-. No te preocupes, no voy a hacerte daño. Estoy aquí para ofrecerte un trabajo.
Ghent resopló.
-Ya he tenido bastantes ofertas de trabajo para una temporada, gracias. –De pronto, frunció el ceño-. ¿Es usted el que me envió el billete?
-No –le aseguró Karrde-. Aunque debo admitir que tu súbita desaparición me hizo perderte la pista durante unos días. Estaba preparándome para acercarme a ti en Sibisime cuando te marchaste de pronto.
-De acuerdo –dijo Ghent, ya más tranquilo pero todavía extrañado-. ¿Entonces qué quiere?
-Como he dicho, ofrecerte un trabajo –dijo Karrde-. Tengo una modesta organización de cierto tamaño que se dedica a mover mercancía e información de un sitio a otro.
-¿Contrabandistas?
Karrde se encogió de hombros.
-Más o menos. Ahora mismo necesitamos un buen rebanador; nuestras fuentes indican que eres uno de los mejores. –Señaló en dirección al espaciopuerto-. Si te apetece hablar de ello, mi nave está atracada cerca. No tienes por qué hacerlo, por supuesto.
-Bueno... –Ghent miró por encima de su hombro-. No sé. Hay cierta gente que me anda buscando. Imperiales, y otro grupo. Ella dijo que puede que aún me estén buscando.
-El segundo grupo eran miembros de la Alianza Rebelde –le dijo Karrde-. Y sí, ambos grupos parecen estar dedicando esfuerzos para seguirte.
Ghent volvió a mirar por encima de su hombro.
-¿Quiere decir que siguen ahí detrás?
-Ya no –le aseguró Karrde con una sonrisa mordaz-. Mi gente se ha ocupado de ambos grupos.
Ghent parpadeó.
-¿Entonces sería seguro volver al hotel y recoger mis cosas? Ella dijo que tendríamos que abandonarlo todo.
-Podemos ir donde quieras –le aseguró Karrde-. ¿Hago que nos recoja un deslizador terrestre?
-No, no está lejos –dijo Ghent-. Podemos ir andando. Es por ahí.
-Hablando de la mujer –dijo Karrde cuando comenzaron la marcha-. Estaba demasiado lejos para que pudiera verla bien. ¿Quién era, de todas formas?
-No lo sé –dijo Ghent-. Nunca me dijo su nombre. Todo lo que dijo es que una vez trabajó para el Imperio, pero ya no.
-Interesante –dijo Karrde, pensativo-. ¿Y dices que dejó algunas cosas en tu habitación?
-Sí, pero no creo que podamos hacérselas llegar –dijo Ghent-. Me dijo que iba a conseguir trabajo en alguna nave. No sé en cual.
-Lástima –murmuró Karrde-. Pero bueno, nunca se sabe. Puede que algún día volvamos a encontrarnos con ella.
-Eso es lo que dijo ella –dijo Ghent-. Y, ¿sabe? Tenía un sable de luz. ¿Cree que podría ser un Jedi o algo?
-Nunca se sabe –volvió a decir Karrde.
E incluso si sus caminos no volvían a cruzarse nunca, pensó para sí, podría haber algo entre sus pertenencias abandonadas que le diera una pista de su identidad.
Eso podría serle de utilidad algún día. Nunca se sabe.
Haciendo una señal a sus silenciosos guardaespaldas para que se acercasen, Karrde y Ghent se adentraron en la noche.

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