-¿Está segura de que esto es una buena idea? -murmuró
Ghent mientras caminaban hacia las amortiguadas luces de la puerta suroeste del
palacio.
-Todo irá bien -le aseguró Mara, tratando de sonar
como si lo dijera en serio. El plan había sonado fabuloso en su camino de
regreso al hotel. Había sonado igual de bueno cuando se lo explicó a Ghent, con
su cabello aún más alborotado recién salido de la ducha mientras trataba de
enrollar las mangas del mono de repuesto que había tomado del armario de Mara.
Pero ahora, mientras caminaban realmente hacia el
palacio, de repente ya no parecía tan infalible.
Sobre todo porque tenía la fuerte sospecha de que
los amigos rebeldes de Markko estaban avanzando para llenar las sombras detrás
de ellos. Si no podía convencer al gobernador Egron de que ella y Ghent estaban
de su lado, una salida rápida podría ser difícil.
Los guardias de la puerta la abrieron sin preguntas
ni comentarios. En el interior, encontraron a Markko esperándoles, con media
docena de soldados de asalto a su espalda. Saludó en silencio a Ghent con un
gesto de cabeza, luego miró a Mara.
-Seguidme -fue todo lo que dijo.
Así lo hicieron. Los soldados de asalto, observó Mara
sin sorprenderse en absoluto, comenzaron a andar tras ellos.
Markko abrió la marcha a través de un laberinto de
pasillos con poca luz, cambiando de dirección cada dos esquinas. Probablemente
no era la ruta más directa a su destino, sino que estaba cuidadosamente diseñada
para confundirles en cuanto a dónde se encontraban exactamente, y -más
importante- en qué dirección estaba la salida.
Finalmente, llegaron a una serie de puertas sin
marcar. Markko las abrió de un empujón, y el grupo entró.
La habitación era mucho más grande de lo que el
tamaño de las puertas habría sugerido. Estaba construida en el mismo estilo que
la sala de recepción en la que había hablado antes con Markko, con un techo
alto en forma de cúpula sostenida por arcos decorativos que se levantaban desde
el suelo. Esta parecía estar diseñada como una sala de audiencias o de
asambleas, con una plataforma elevada cerca del extremo opuesto, y una silla
que parecía un trono descansando sobre ella. Grandes pinturas y tapices
antiguos se alineaban en las paredes de piedra tallada, con esculturas colocadas
en nichos o en pequeños pedestales esparcidos alrededor. Era una habitación
claramente diseñada para impresionar a los visitantes con la riqueza, la
posición y la cultura del Gobernador Egron.
Y en el centro de la sala, justo en frente del
trono, estaba el sistema de ordenadores capturado.
Era más grande de lo que Mara había esperado por la
descripción anterior de Markko. O tal vez eso fuera sólo una ilusión creada por
las estanterías, las mesas de examen y los equipos análisis que habían sido
dispuestos en un amplio anillo a su alrededor, todo ello conectado a la
computadora con marañas de cables de diferentes colores. Markko y sus amigos no
se habían quedado sentados a esperar que apareciera Ghent e hiciera el trabajo
por ellos. Habían hecho todo lo posible para abrir esta particular nuez damak
antes de darse por vencidos.
Lo que significaba que ella y Ghent realmente los
tenían a su merced. Si hubiera duplicado su tarifa, era muy probable que Markko
todavía hubiera acabado aceptando.
Miró a Ghent, preguntándose si él estaría siguiendo
la misma línea de pensamiento. Pero no. Estaba mirando a la computadora del modo
en que un experto en arte miraría alguna de las pinturas o esculturas de la
habitación. La idea del dinero probablemente ni siquiera había pasado todavía
por su cabeza.
-Ahí está -dijo una voz profunda detrás de ellos.
Mara se volvió para ver cómo un hombre mayor con el
rostro lleno de arrugas entraba en la habitación pasando junto al grupo de
soldados de asalto que se encontraba ahora reunido junto a la puerta.
-Ese es Ghent, supongo -añadió el hombre,
estudiando al chico con obvias dudas.
-Lo es -dijo Mara con calma. Nunca había conocido a
este funcionario en particular, pero su rostro estaba entre los archivos que el
Emperador le había hecho memorizar hace años-. Y usted, si no me equivoco, es
el gobernador Egron.
Egron la miró como si contemplara un plato que no
había ordenado.
-¿Markko? -preguntó.
-Una amiga de Ghent -explicó Markko-. Se encarga de
gestionar las negociaciones por su servicio.
Egron le envió una mirada penetrante.
-¿Negociaciones?
-No pasa nada -dijo Markko, levantando una mano
para calmarlo-. Está bajo control. Muy bien, Ghent, ahí está el ordenador. Ponte
a trabajar.
Sin decir palabra, con los ojos todavía brillando,
Ghent cruzó la sala hacia la computadora. Durante un minuto o dos, siguió
contemplándola, trazando con la mirada algunas de las conexiones de los cables.
Entonces, sin decir nada todavía, se sentó frente a la consola principal de
análisis. Lentamente al principio, y tomando más y más velocidad después, sus
dedos empezaron a acariciar las teclas.
-Así que tú eres su representante de negocios,
¿verdad? -dijo la voz de Egron al oído de Mara.
-Extraoficialmente -dijo Mara, volviéndose hacia él-.
Es un trabajo temporal, pero espero que sea muy rentable.
Egron resopló.
-Tratar de extorsionar a un gobernador Imperial es
una propuesta arriesgada.
-Eso no es en realidad lo que tenía en mente -dijo
Mara, mirando disimuladamente a su alrededor. Markko estaba de pie a una
distancia respetuosa detrás de Ghent, viéndolo trabajar, y ninguno de los
soldados de asalto estaba tan cerca como para oírles. Esta era su oportunidad
de contárselo todo-. Dígame, Gobernador...
-¿Gobernador? -llamó suavemente Markko-. ¿Podría acercarse,
por favor?
-Por supuesto.
Egron hizo un gesto con la cabeza a Mara, y luego
pasó a su lado para dirigirse junto a Markko. Markko murmuró algo, y un momento
después ambos se enfrascaron en una profunda conversación.
Mara se dio la vuelta, con una alarma silenciosa
empezando a sonar en el fondo de su mente. ¿Acaso Markko sospechaba que
planeaba traicionarles a él y a sus amigos rebeldes? Si era así, trataría de
arreglárselas para evitar que lograra estar a solas con Egron, al menos hasta
que pudiera presentar al gobernador una historia diseñada para minar su
credibilidad.
Cosa que muy bien podría estar haciendo en ese
momento, de hecho. Y por lo que recordaba del expediente de Egron, el
gobernador perfectamente podría optar por creer a su supuesto amigo en lugar de
a los códigos de reconocimiento imperiales de Mara.
Miró hacia la puerta. Y todo ello teniendo lugar en
una habitación sin salida, excepto a través de seis soldados de asalto.
Hora de encontrar una salida alternativa.
Comenzó a dar vueltas por la sala de audiencias,
pretendiendo estudiar las obras de arte. La oficina privada y los aposentos de
Egron sin duda incluirían salidas secretas, pero una sala de reunión pública
como ésta probablemente no las tendría. Su mejor esperanza era una puerta
trasera que hubiera sido cubierta por uno de los tapices y luego olvidada.
-¿Arica? –la llamó Markko.
Ella se dio la vuelta. Markko todavía estaba de pie
detrás de Ghent, haciendo gestos a Mara para que se reuniera con él; el
gobernador se había apartado y estaba rondando los bordes de los equipos
informáticos como un wrix hambriento en busca de la forma de entrar en un
corral de banthas.
Mara se acercó a Markko, manteniendo un ojo en las
tropas de asalto mientras lo hacía. Hasta el momento, no había indicios de que
le prestasen una especial atención.
-¿Sí?
-El gobernador ha aceptado su petición -le dijo Markko-.
Dos mil a la hora. Supongo que aceptará la divisa imperial estándar.
-Desde luego -dijo Mara-. Y ahora, hablemos de lo
que nos vas a pagar.
Él frunció el ceño.
-¿De qué está hablando? Acabo de decir...
-Ha dicho que el gobernador va a pagar dos mil -lo
interrumpió Mara-. Pero usted tiene su propia agenda, ¿no es así? ¿Por qué
deberías obtener un viaje gratis a su costa?
Markko exhaló ruidosamente.
-No me lo puedo creer –gruñó-. Aún se atreve a... –Se
atragantó con las palabras-. Está bien. Lo que usted quiera.
Girando con una media vuelta perfecta, se alejó.
-Lo que usted diga -murmuró Mara tras él,
asegurándose de que su satisfacción no asomase en su voz. Cómo interrumpir una
conversación que no quieres tener, en una fácil lección: empieza a hablar de
dinero.
Volviendo la espalda al furioso Markko, Mara se
puso al lado de Ghent.
-¿Cómo te va? -preguntó.
No hubo respuesta.
-¿Ghent? -intentó de nuevo.
Esta vez, él la miró.
-¿Decía usted algo? -preguntó vagamente.
-Te he preguntado cómo vas –repitió-. ¿Estás
haciendo algún progreso?
-Alguno –dijo-. Va un poco lento. Nunca antes me
había encontrado con estas encriptaciones.
-Estoy segura de que lo conseguirás -dijo con tono
alentador.
-Oh, lo sé -dijo distraídamente, volviendo a bajar
la mirada hacia la consola.
-Hazme saber cuando te estés acercando -añadió Mara
en voz baja-. Sólo a mí. ¿Entiendes?
-Claro –dijo-. Oiga, ¿quiere ver algo realmente chulo?
Mire esto.
Pulsó unas cuantas teclas y las líneas de
galimatías de una de sus pantallas fueron reemplazadas por un logotipo curvado de
color rojo y azul que se retorcía y giraba como una serpiente aérea interpretando
un ballet. Debajo de la danza, un conjunto de números y letras se balanceaba
hacia atrás y hacia delante, como si fueran espectadores que disfrutaban del
espectáculo.
-¿No es genial? -dijo Ghent-. ¿Alguna vez ha visto
algo así?
-Sí -dijo Mara con sus labios repentinamente
rígidos. Sí, efectivamente había visto antes ese logotipo. Era el emblema de la
Corporación de Susurradores Shasstariss, una empresa pequeña, de gestión
familiar, contratada por el Imperio para crear ciertas encriptaciones militares
especializadas. Y por el número de código que aparecía debajo del logo...
Miró el ordenador, sintiendo escalofríos en la
nuca. Eso no era un ordenador capturado a los rebeldes, ni de nivel de Mando de
Sector ni de ningún otro tipo.
Era el nodo de control primario de un Destructor
Estelar Imperial.
Y con eso, todo el asunto encajó de repente en su
cabeza. Markko no estaba tratando de hacer desaparecer alguna base de datos
rebelde antes de que la información pudiera ser interceptada. Lo que trataba de
conseguir ahí era nada menos que un conjunto completo de matrices de control,
patrones de transmisión, y cifrados militares de un Destructor Estelar.
Echó una rápida mirada a Markko por el rabillo del
ojo. No era de extrañar que creyera necesario tratar de exprimir a Ghent tan fuerte
como pudiera para asegurarse que el chico hacía el trabajo. Un golpe así para
sus amigos rebeldes probablemente le supondría un ascenso de varios niveles en
el acto. Y justo delante de las narices de un gobernador Imperial, además.
Un gélido agarre pareció asentarse en torno a su
garganta. Antes, en su guarida rebelde, recordó Mara tardíamente, Markko había
mencionado haber entrado en los ordenadores de palacio para buscar su alias
Arica Pradeux. Y no habría tenido más que unos pocos minutos para hacerlo entre
el momento en que ella salió del palacio y el momento en que se encontraron en
la casa de encuentros rebelde.
Y, sin embargo, según él mismo había admitido, él
sólo era rebanador medianamente competente. ¿Cómo podía haber llegado tan
rápido a los archivos de personal a través de los cifrados especializados?
Respuesta: no lo había hecho, porque alguien lo
había hecho por él. Alguien que no necesitaba piratear el sistema, porque ese alguien
ya tenía los métodos de desencriptado necesarios.
O en otras palabras, el gobernador Egron.
Miró a Egron, que aún paseaba inquieto en círculos
por la habitación, y la mano invisible alrededor de su garganta apretó un poco
más fuerte. No había ninguna razón para que un gobernador Imperial necesitara o
quisiera encriptaciones militares. Ciertamente no había ninguna razón para que
quisiera nada del resto de la información almacenada en el ordenador de un
Destructor Estelar.
A menos, por supuesto, que tuviera la intención de
venderla.
Ella respiró hondo. Así que era eso. Markko no
estaba haciendo su jugada delante de las narices de un Egron desprevenido. El
gobernador había visto en qué dirección soplaba el viento en el Imperio, y
había hecho un trato con la Rebelión para obtener una jubilación anticipada.
De hecho, con toda probabilidad era Egron quien lo
había arreglado todo. Todo, desde contactar con Markko para asegurar el
ordenador hasta localizar a un rebanador que pudiera desentrañar sus secretos
sin que nadie se diera cuenta.
De hecho, tal vez esa era la verdadera razón por la
que lo habían mantenido viviendo en la calle durante una semana. Al no tratar
de ponerse en contacto con nadie durante sus penurias, había demostrado que
efectivamente no tenía a nadie a quien pudiera llamar. Lo que significaba que,
una vez que hubiera servido a su propósito, podría desaparecer silenciosamente sin
que nadie lo advirtiera o le importase.
Y si estaba programada la desaparición de Ghent,
cualquier persona que supiera de él estaba sin duda enrolada para el mismo
viaje sin retorno. Incluso alguien que conociera los códigos de reconocimiento
imperiales.
Especialmente alguien que conociera los códigos de
reconocimiento imperiales.
-¿No es genial? -dijo Ghent de nuevo-. Me gusta
mucho la forma en que...
-Está bien, eso es suficiente -dijo Mara, dejando
caer una mano sobre su hombro a modo de advertencia.
Debía de haber transmitido algo en su voz o en el toque,
ya que milagrosamente él recibió el mensaje.
-¿Algo va mal? –preguntó Ghent.
-En este momento, todo va mal -le dijo con gravedad-.
Estamos rodeados de enemigos, Ghent. Necesito encontrar una forma de que
escapemos, y rápido.
Por un segundo pensó que había cometido un error al
decir nada. La boca del muchacho se abrió, sus ojos se abrieron en estado de
shock, y Mara se preparó para la exclamación que traería toda la multitud
corriendo para ver lo que estaba pasando.
Pero sus instintos no le habían fallado. La boca se
cerró, los ojos volvieron de nuevo al tamaño normal, e inclinó la cabeza de forma
microscópica.
-Está bien –dijo-. ¿Qué quiere que haga?
-Lo que más necesito es tiempo –dijo-. ¿Puedes ralentizar
un poco esta operación?
Él se encogió de hombros.
-Claro. Probablemente iba a costarme otra media
hora o así de todos modos.
-Que sea una hora -dijo Mara, mirando a su
alrededor en busca de inspiración. Soldados de asalto reunidos alrededor de la
puerta, Egron y Markko deambulando con impaciencia...
En una habitación con paredes de piedra, vigas de
soporte en forma de arco, y obras de arte colgadas.
Sería arriesgado, por lo menos en dos niveles
diferentes. Pero en ese momento no tenía muchas opciones.
-¿Hay alguna manera de conseguir que este equipo haga
ruido? –preguntó-. Nada demasiado fuerte, sino algo como un zumbido, un chirrido,
o algo así.
-Uh... –Ghent miró a su alrededor-. Sí, creo que
sí. ¿Se refiere a algo realmente irritante?
-Sólo algo para encubrir otros ruidos
razonablemente suaves -le dijo ella-. Dame unos cinco minutos, y luego ponlo en
marcha.
-Está bien –dijo el-. Y luego, ¿qué?
Ella le dedicó una sonrisa tranquilizadora.
-No te preocupes. Cuando vayamos, iremos juntos.
Dándole otro apretón el hombro, Mara dio un paso
atrás y se dirigió hacia donde Egron estaba caminando en círculos. Él la vio
venir y se detuvo.
-¿Está hecho?
-No, pero tiene hambre -le dijo Mara-. Me gustaría
ir a buscarle algo de comer.
-Podrá comer cuando haya acabado –indicó Markko, uniéndose
a la conversación.
-Los rebanadores hambrientos no trabajan tan bien
como los felices y bien alimentados -replicó Mara-. Ni tan rápido, tampoco. -Se
encogió de hombros-. Pero, bueno, ustedes son los que pagan la factura. Si no
les importa que esto dure un par de horas extra, por mí bien. No me esperan en
ninguna otra parte.
Markko y Egron se miraron. Mara captó un ligero
movimiento de cabeza de Markko...
-Muy bien -dijo el gobernador-. Pero usted no va a
marcharse. Haré que nos envíen algo.
Se volvió y se acercó a los soldados de asalto.
Unas cuantas palabras, y dos de los seis dieron media vuelta y desaparecieron
por la puerta. Markko ya se había alejado. Mara también lo hizo en ese momento,
regresando junto a la pared a su anterior estudio de las obras de arte colgadas.
Sólo quedaban cuatro soldados de asalto a los que enfrentarse, siempre que estuviera
lista para hacer su movimiento antes de que regresaran los otros.
Y eso iba a depender de Ghent. Si el chico estaba
tan absorto en su trabajo que se había olvidado de poner el ruido de fondo que le
había pedido...
Estaba a mitad de camino alrededor de la habitación,
estudiando un lienzo triangular con bultos de pintura y un aspecto vagamente
rodiano, cuando se dio cuenta del tenue zumbido.
Comenzó muy suave, como un insecto deambulando en
la distancia. Pero casi de inmediato el nivel de ruido comenzó a aumentar. Miró
a su alrededor, fingiendo estar buscando su origen, y se las arregló estar
mirando otra vez a Ghent cuando Markko y Egron llegaban junto a él.
-¿Qué es ese ruido? -preguntó el gobernador-. ¿Algo
va mal?
-No, no pasa nada -les aseguró Ghent-. Es un círculo
de retroalimentación de Periandro. Un montón de sistemas de seguridad los llevan
integrados. Se escucha ruido cuando alguien intenta piratearlos.
-¿No puedes apagarlo? -preguntó Markko,
inclinándose sobre el hombro de Ghent mientras estudiaba las pantallas.
-¿Apagarlo? -repitió Ghent, mirándolo con asombro-.
No, no. Les interesa que esto continúe.
-¿Por qué? -gruñó Markko.
-Porque es útil -dijo Ghent pacientemente-. El
ruido te dice qué tal vas con el pirateo. Mire, si sube o baja de tono...
Se lanzó a una discusión técnica, pero Mara no
necesitaba oír nada más. Apartándose de nuevo, sacó su sable de luz de su
bolsillo oculto, escondiéndolo bajo el borde de su chaqueta. Ghent había hecho
su parte. Era el momento de que ella hiciera la suya.
Se acercó a una de las pinturas, y levantó la mano
izquierda para tocar el borde del marco con sus dedos, como lo sostuviera para
examinarlo mejor. Cambiando ligeramente la posición de su cuerpo para bloquear
la visión desde la puerta y los equipos informáticos, colocó la punta de su
sable de luz contra la pared y lo encendió.
El siseo sonó diez veces más fuerte que de
costumbre. Se tensó, con los sentidos alerta en busca de cualquier señal de que
alguien más lo hubiera oído.
Pero entre la animada explicación de Ghent y el
chirrido cada vez más molesto de su equipo, el sonido aparentemente había
pasado desapercibido. Manteniendo el mango contra la pared para que no fuera
visible nada de la hoja resplandeciente, deslizó la espada de luz hacia arriba,
cortando cuidadosamente la piedra en bisel. El corte cruzado Paparak era una
técnica de ingeniería un poco peculiar, una de las muchas que el Emperador le
había enseñado en los últimos años, diseñada para debilitar una pared de carga
de tal manera que aguantaría en pie el tiempo suficiente para que el saboteador
se pusiera a salvo del colapso resultante.
Terminó su corte y apagó el sable de luz. El
siguiente corte, calculó, tenía que estar cerca de la base de la columna de
soporte a tres metros a su derecha. Ocultando el arma de nuevo, pasó con aire
casual hacia el siguiente cuadro.
Un corte cruzado Paparak para una sala de ese
tamaño normalmente no tomaría más de cinco minutos en prepararse. Con la
necesidad de no llamar la atención sobre lo que estaba haciendo, sin embargo, pasaron
cerca de veinte minutos hasta que casi hubo terminado.
Faltaba realizar un último conjunto de cortes.
Justo a la derecha de un cuadro particularmente interesante al fondo de la
sala, talló sigilosamente una abertura triangular que, una vez apartada la
piedra de una patada, serviría como una rápida salida.
Y era hora de irse.
Devolvió el sable de luz a su bolsillo y comenzó avanzar
de nuevo hacia Ghent, deambulando todavía como una representante comercial
aburrida haciendo tiempo hasta poder contar el dinero. El gobernador Egron
seguía rondando, pero Markko parecía haber tomado una posición permanente
detrás del hombro de Ghent.
Habría que ocuparse de eso. Afortunadamente, tenía
una idea bastante buena de cómo hacerlo.
Markko la miró mientras se detenía detrás del otro
hombro de Ghent.
-¿Disfrutando de la colección de arte del
gobernador? -le preguntó.
-No está mal del todo -dijo Mara, mirando las
pantallas de Ghent-. Dígame, Markko, ¿hasta qué punto conoce realmente al
gobernador Egron?
-¿Qué quiere decir?
-Quiero decir que si hay alguna posibilidad de que
sepa quién es usted en realidad.
Durante un largo rato se quedó callado. Ghent, como
era previsible, siguió trabajando, al parecer completamente ajeno a la
conversación.
-¿Por qué lo pregunta? -dijo Markko al fin.
-Por uno de los cuadros de allí -dijo Mara,
señalando con la cabeza el que estaba junto al agujero que había tallado en la
pared-. ¿Ha oído hablar del gas cantrosh?
-¿Qué es esto, la academia militar? -gruñó Markko.
-No, la academia de supervivencia -replicó Mara-.
¿Sabe lo que es, o no?
Markko silbó entre dientes.
-Es un gas de guerra. Se extiende rápidamente; altamente
venenoso para la mayoría de las especies.
-Muy bien -dijo Mara-. Bueno, el marco de ese
cuadro en particular está hecho de una matriz de óxido cantrosh. Por un crédito
extra, ¿le importaría decirme qué pasa si una matriz de óxido recibe el impacto,
digamos, de un disparo de bláster?
Markko miró al gobernador.
-No sería capaz.
-¿Por qué no? -replicó Mara-. No mientras él esté
en la sala, por supuesto, a menos que tenga una máscara de respiración consigo
o escondida en ese trono. Y, por supuesto, los sistemas de filtrado de los soldados
de asalto les protegerán perfectamente. Así que volvemos a la pregunta original:
¿Hay alguna posibilidad de que sepa quién es usted en realidad?
Markko era realmente muy bueno consiguiendo que sus
emociones y sus procesos de pensamiento no se mostraran en su rostro. Pero, de
nuevo, se filtró lo suficientemente para que Mara pudiera ver que había dado en
el blanco. Después de todo, un gobernador imperial que podría convertirse en
traidor a su propio gobierno difícilmente perdería el sueño por hacer lo mismo
con otro aliado.
-Usted parece ser la experta con estas cosas -dijo
al fin-. ¿Qué me recomienda?
-Le recomiendo que lo saquemos de aquí, ni más ni
menos -dijo Mara con aspereza-. Desenganchamos el cuadro de la pared, lo
llevamos al otro lado de la sala, y le decimos a Egron que o se va el cuadro o nos
vamos nosotros.
-¿Y cree que lo aceptará sin más?
-¿Con todos esos preciosos datos aún encerrados donde
no puede acceder a ellos? -le recordó Mara-. ¿Qué otra cosa puede hacer? ¿Ghent?
Vamos, Ghent, reacciona.
Ghent parpadeó al volver al mundo real.
-¿Qué?
-Vamos a dar un paseo -le dijo Mara, tirando de la
silla hacia atrás-. Vamos, levántate.
-Espera un segundo -dijo Markko mientras Mara levantaba
a Ghent casi a pulso-. ¿Él viene con nosotros?
-Digamos que es una pausa para estirar las piernas -dijo
Mara-. Además, Egron podría adelantársenos y hacer que los soldados de asalto
disparen si sólo estamos usted y yo, suponiendo que fuéramos lo bastante rápidos
para llevarnos a Ghent con nosotros antes de que el gas se extendiera por la
habitación hasta aquí.
-¿Gas? -repitió Ghent, boquiabierto-. ¿Qué gas?
-No pasa nada -dijo Mara, tomándolo del brazo-.
Está todo controlado. Ven con nosotros.
Comenzaron a cruzar la sala.
-¿A dónde vais? -preguntó Egron, deteniendo
repentinamente su marcha circular.
-Tiene que estirar las piernas -exclamó Mara como
respuesta-. Si quiere ser de utilidad, ¿por qué no va a ver por qué se retrasa
esa comida?
Egron murmuró algo entre dientes y les dio la
espalda.
-Espere un segundo -murmuró Markko-. No nos
interesa que salga de la habitación.
-No va a arriesgar la vida de Ghent -le recordó
Mara, sin romper el ritmo-. Eche un vistazo a ese trono y mire a ver si puede
encontrar una máscara de respiración escondida en alguna parte.
Mara sabía que si Markko hubiera tenido tiempo de
pensar en ello, nunca habría dejado que ella y Ghent se alejaran de él, ni
siquiera unos pocos pasos. Pero él claramente era un hombre acostumbrado a
obedecer órdenes, y sin siquiera un murmullo de protesta cambió de dirección y
se dirigió hacia el trono. Mara siguió su camino, deseando poder mirar por
encima de su hombro y ver lo que estaban haciendo Egron y los soldados de
asalto, pero sabiendo que no se atrevía. Diez pasos más... cinco...
Y entonces llegaron junto a la pared.
-Prepárate -murmuró, volviéndose a medias para
colocarse de costado junto a su corte triangular. Lanzando una mirada al otro
lado de la habitación para asegurarse de que no había rifles de los soldados de
asalto apuntándoles, levantó la pierna derecha y lanzó contra la piedra una
patada lateral tan fuerte como pudo.
Y con un crujido horrible, el triángulo se rompió
en un montón de escombros.
-¡Ahora! -ordenó, empujando a Ghent a través de la
abertura y girando ahora completamente para hacer frente a sus oponentes. Egron
se había quedado clavado en el suelo, boquiabierto por el desconcierto; en un
acto casi reflejo, los soldados de asalto se estaban acuclillando para
colocarse en posición de disparo mientras levantaban sus armas para apuntar...
Y Markko tenía el horrible y desquiciado aspecto de
un hombre que acaba de darse cuenta de que había sido engañado.
Y cuando Mara se metió por el agujero detrás de Ghent,
hubo una orden entrecortada, y la pared a su alrededor comenzó a estallar con
destellos de fuego bláster. Eso fue un error. Con la integridad estructural ya
debilitada por el daño calculado del sable de luz de Mara, los disparos bláster
fueron todo lo que hizo falta para rebasar el límite. Justo cuando Mara agarró
el brazo de Gante, toda la pared comenzó a derrumbarse.
-¡Corre! -exclamó Mara, tirando del muchacho por el
pasillo de servicio en el que se encontraban ahora. Trozos de piedra caían a su
alrededor, llenando el pasillo con escombros y asfixiante polvo de roca, y por
el sonido supuso que el resto de la cámara también se estaba derrumbando. Con
suerte, aplastaría el ordenador del Destructor Estelar en el proceso; pero
ahora ya no había nada más que pudiera hacer al respecto.
Avanzaron tosiendo hasta el final del pasillo, sólo
para descubrir que era un callejón sin salida.
-¿Y ahora qué? –consiguió preguntar Ghent entre
toses.
-Prepárate para salir corriendo –le dijo Mara,
sacando su sable de luz y encendiéndolo. Dos rápidos tajos y una patada, y
atravesaron la pared. La sala al otro lado estaba desierta, pero a través del
decreciente sonido de la mampostería derrumbándose tras ellos pudo escuchar
gritos y órdenes y algún grito distante ocasional.
Cruzaron la sala hacia la puerta, y Mara se asomó
cautelosa a un pasillo igualmente desierto.
-Rápido y en silencio –dijo a Ghent en un susurro
mientras apagaba el sable de luz. Si el resto de gente de palacio se limitaba a
concentrarse en la escena del desastre y les dejaban tranquilos...
Avanzaron dos pasillos más antes de que se les
acabase la suerte. Y se les acabó en la forma de una escuadra de cuatro
soldados de asalto haciendo la ronda.
-Alto –ladró el jefe de la escuadra, blandiendo su
rifle bláster hacia ellos-. Identifíquense.
Mara dudó. Tenía el sable de luz medio oculto
contra su costado, cubriendo el extremo inferior con su mano derecha. En los
estrechos confines del pasillo no tardaría nada en abatir a los cuatro antes de
que se dieran cuenta de lo que estaba pasando.
Pero eran soldados imperiales, miembros del orden
del que había formado parte orgullosamente. Y aunque sirvieran a un gobernador
traidor, ellos no habían hecho personalmente nada que mereciera la muerte.
-Agente imperial en asunto oficial –dijo en
cambio-. Código de reconocimiento Besh-Senth-Isk-Doce.
Los soldados de asalto adoptaron una postura
notablemente más rígida y erguida.
-¿Patrón Nen-Peth? –preguntó su líder.
-Uno-tres-siete-siete –dijo Mara.
-Confirmado –dijo el líder, alzando su rifle-.
Pueden pasar.
Ghent se quedó mirando a los soldados de asalto con
aire de estupefacta incredulidad. Mara le dio un empujón, devolviéndolo al
mundo real con un sobresalto, y ambos avanzaron más allá de la escuadra.
-Guau –dijo Ghent con un suspiro cuando doblaron
otra esquina hacia otro pasillo desierto más-. ¿Dónde aprendió esas cosas? –De
pronto la miró aún más estupefacto-. ¿Es usted una Jedi?
-En absoluto –le aseguró Mara sombríamente. El
único Jedi en activo en esos días era...-. Vamos –dijo, negándose a volver a
pensar siquiera en ese nombre en lo que quedaba de día-. La puerta por la que
entramos debería estar muy cerca.
En ese momento, se dio cuenta de que tendrían que superar
al grupo de rebeldes de Markko. Pero no tenía sentido adelantarse tanto a los
acontecimientos. Claramente, los soldados de asalto que hacían la ronda no
habían escuchado que Mara y Ghent estaban siendo perseguidos, pero los guardias
de la puerta exterior podrían estar en un canal de comunicaciones distinto. Si
lo estaban, y si habían recibido el mensaje, el engaño del negocio oficial no
iba a funcionar por segunda vez.
Delante de ellos pudo ver la puerta de salida, sin
nadie a la vista. O bien los guardias estaban todos fuera, o bien habían sido
llamados a la escena del hundimiento de la sala de audiencias. Respirando un
poco más tranquila, se dirigió hacia ella...
-No tan rápido, traidora...
Quedó congelada en su lugar. La voz procedía de su
espalda... y aunque estaba deformada por la furia, no tuvo problemas en
reconocerla. Lentamente, manteniendo las manos a la vista, se dio la vuelta.
-Hola, gobernador –le saludó-. Tiene buen aspecto.
-¿Quiere decir que sigo vivo? –bufó-. Sí, estoy
vivo. Lamento mucho haber estropeado su plan.
-En realidad, no lo ha hecho –le aseguró Mara,
examinándolo con más detenimiento. Tenía el rostro pálido y demacrado, sus
ropas estaban tan cubiertas de polvo como las de Ghent y ella, y la sangre se
mezclaba con el polvo, saliendo de diversos pequeños cortes y arañazos.
Pero el bláster con el que les estaba apuntando
estaba firme como una roca.
-Por cierto, ¿dónde está su amigo Markko? –preguntó
Mara, sólo por decir algo-. ¿Estaba demasiado lejos de la puerta?
-Ni lo sueñe –dijo Markko, apareciendo desde un
pasillo lateral que conectaba con el pasillo unos pocos pasos más cerca de la
salida. Tenía aún peor aspecto que Egron, y el bláster de su mano mostraba el
inestable temblor de una serpiente borracha tratando de parecer sobria.
Pero lo que le faltaba de estabilidad, lo
compensaba de sobra con su determinación. Pese a tener que arrastrar
pesadamente su pierna izquierda, avanzó cojeando hacia ellos, sin detenerse,
haciendo muecas de dolor a cada paso.
-Han malinterpretado mi objetivo –le dijo Mara,
manteniendo un tono calmado de voz mientras se apartaba de Ghent dirigiéndose
hacia la pared del pasillo tras ella. Dos blásters les apuntaban; pero la mano
temblorosa de Markko era claramente el peligro menor, al menos hasta que se acercara
más-. No tengo ningún interés particular en matar a ninguno de los dos
–añadió-. Ni siquiera en hacerles daño, de hecho. –Volvió la mirada hacia
Egron-. Todo lo que quería era el ordenador –dijo, haciendo ondear su mano
izquierda en la dirección de la sala derrumbada, y aprovechando la distracción
generada por el gesto para retroceder otro paso. Su sable de luz aún estaba en
equilibrio medio oculto en su mano derecha, y su pequeño bláster descansaba
preparada en su antebrazo izquierdo, oculto bajo la manga-. No necesita
cifrados militares, gobernador. Ni tiene derecho a tenerlos.
-Eso ahora carece de importancia, ¿no le parece?
–replicó agriamente Egron-. Ya se ha encargado de eso. Todo el techo se
desplomó... grandes pedazos de roca han caído por todas partes, el ordenador
está completamente destrozado.
-Bien –dijo Mara-. Espero que al menos los soldados
de asalto...
Y justo a mitad de la frase, trazó un arco hacia
arriba con su sable de luz, encendiéndolo en el mismo movimiento, y lo lanzó
directamente hacia el gobernador.
Egron lanzó un alarido y, mientras se agachaba
presa del pánico para huir del sable de luz volador, disparó en un acto
reflejo. El disparo falló por mucho. Mara se agachó, liberando el bláster de su
manga mientras Ghent también gritaba a su vez. Egron volvió a disparar, y su
disparó salió aún más desviado que el primero.
El disparo de Mara dio justo en su objetivo.
-¡Quieta! –dijo la áspera voz de Markko.
Cautelosamente, Mara volvió la cabeza, con su arma
aún apuntando al cuerpo inmóvil de Egron, y su mente oscurecida por la desazón.
El grito que Ghent había lanzado un segundo antes no había sido de sorpresa,
como había supuesto, sino por la impresión de tener súbitamente el brazo de
Markko rodeándole la garganta.
El brazo seguía allí, manteniéndolo pegado al
cuerpo de Markko.
Y el bláster de Markko estaba presionado muy
firmemente contra su sien.
-¿Se da cuenta? –dijo Markko entre dientes-. Yo
también puedo ser listo. Suelte el arma.
-Estoy impresionada –dijo Mara, sin hacer el menor
asomo de querer obedecer-. La cojera, el arma temblorosa... muy bien
representado.
-Gracias –dijo Markko-. Supuse que al enfrentarse a
una elección de objetivos, iría primero a por el más amenazador.
-Desde luego –dijo Mara, comenzando a sentirse
bastante extraña acerca de la dirección que estaba tomando esa conversación.
Era como si fueran dos profesionales hablando del oficio.
Tal vez lo fueran.
-Veo que usted también ha recibido entrenamiento
–dijo ella-. Tal vez casi tan bueno como el mío.
-Puede que mejor –sugirió él.
-Puede –dijo Mara-. Pero ha cometido un error.
-¿Ah, sí? ¿Y cuál es?
Mara hizo un ligero gesto señalando el arma que
sostenía Markko.
-Está apuntando a la persona equivocada.
-No, no lo creo –dijo Markko-. Usted parece
preocuparse por este muchacho. No creo que quiera verlo morir.
Ghent emitió un ligero gorgoteo desde el fondo de
la garganta. Los ojos se le salían de las cuencas, pidiendo ayuda a Mara sin
palabras.
Pero Ghent no sabía cómo pensar en esas
situaciones. Mara sí. O eso esperaba.
-No, no demasiado –concedió-. Pero no menos de lo
querría ver morir a cualquier transeúnte inocente sin una razón importante. El
hecho es, Markko, que ni siquiera conocía a Ghent antes de esta noche. No es
que seamos viejos amigos ni nada parecido.
Markko la estudió por un instante.
-En ese caso –dijo finalmente-, parece que estamos
en una especie de punto muerto.
-Eso me temo –convino Mara-. Si dispara a Ghent,
pierde su escudo. Aún más, nunca tendrá tiempo de girar su bláster para
apuntarme antes de que le derribe. Tiene mi palabra.
-Le creo –dijo Markko con voz tensa-. ¿Y si decido
apuntarle ahora...?
-Ocurrirá lo mismo –le dijo Mara-. Debería haberme
disparado inmediatamente en lugar de tratar de tomar un rehén.
-Sí –murmuró Markko-. Estoy de acuerdo: un
auténtico error. Pero quería averiguar quién y qué era usted.
-Eso es muy fácil –dijo Mara-. Soy la justicia.
–Señaló con la cabeza el cuerpo de Egron-. Él intentó traicionar al Imperio. Yo
le declaré culpable y le ejecuté.
-¿Así sin más?
-Así sin más –confirmó Mara.
Markko frunció los labios.
-Veo que estoy en serios problemas.
Mara miró el rostro aterrorizado de Ghent. Un
operativo rebelde, un enemigo del Imperio y de todo en lo que creía... y un
civil asustado. Un muchacho, atrapado en un problema que no era culpa suya.
¿Dónde residía su deber?
Antes, habría sabido responder a esa pregunta.
Ahora, todas las líneas estaban borrosas.
Pero Ghent había venido hasta aquí confiando en
ella. Confiando en ella.
Y con el Emperador muerto, y el Imperio actualmente
en manos de gente como Isard, tal vez eso era todo lo que importaba.
-No necesariamente –dijo a Markko-. He cumplido mi
deber ejecutando a un traidor. No tengo ninguna querella en particular contra
usted.
Markko soltó un bufido.
-Claro que no. Un agente rebelde, ¿y alguien que se
define a sí misma como la justicia imperial no tiene querellas conmigo?
-Deje que lo exprese de otro modo –dijo Mara-. Le
ofrezco un trato. Deje que Ghent se marche y aparte su bláster, y los tres
salimos caminando de aquí, vivos y libres. Insista en jugar al héroe rebelde...
y yo soy la única que camina.
Los ojos de Markko miraron fugazmente a Egron y
luego volvieron a Mara.
-¿Por qué debería confiar en usted?
Mara se encogió de hombros.
-¿Por qué no? Ya tengo lo que quería: un traidor
muerto, y los cifrados militares a salvo de las manos rebeldes. Puedo
permitirme ser generosa. –Alzó las cejas-. Y como he dicho, no me gusta
especialmente ver morir a viandantes inocentes. Especialmente cuando sólo son
unos muchachos.
Durante un largo instante Markko se limitó a
mirarla fijamente. Mara mantuvo su posición, con el corazón latiéndole con
fuerza en la garganta, observando sus ojos por esa fracción de segundo de
advertencia que sería todo lo que tendría si Markko decidía que su orgullo
valía más que su vida.
Y entonces, lentamente, él apartó el bláster de la
cabeza de Ghent, mientras el otro brazo aflojaba la presión sobre el cuello del
muchacho. Ghent soltó otro jadeo y cayó como un saco ligero de rodillas al
suelo. Durante otro largo instante Markko se limitó a quedarse quieto, con el
arma apuntando al techo y los ojos fijos en Mara, invitándola silenciosamente a
incumplir su promesa.
Pero Mara no se movió; y con una respiración
profunda, Markko hizo girar su bláster y volvió a deslizarlo bajo su abrigo.
-Hasta la próxima vez –dijo, con una ligera
reverencia. Dándoles la espalda, se dirigió al pasillo lateral por el que había
aparecido y desapareció por él.
Mara escuchó durante unos instantes el sonido de
sus pasos al alejarse, y luego se levantó. Con el bláster todavía en la mano,
pasó junto al cadáver de Egron y recuperó su sable de luz.
-Vamos, Ghent –dijo, apagándolo y deslizándolo de
nuevo en su bolsillo-. La puerta está justo ahí. Salgamos.
***
Estaban a tres manzanas del palacio, y el sonido de
las sirenas de los vehículos de emergencia comenzaba a desvanecerse tras ellos,
antes de que Ghent hablase finalmente.
-¿Realmente habría dejado que me matara? –preguntó.
-Sí él realmente quería matarte, no había nada que
yo pudiera haber hecho para detenerle –le dijo Mara-. Lo siento, pero la
situación era esa. Todo lo que podía hacer era tratar de persuadirle de que no
significabas nada para mí, para que no pudiera utilizarte a su favor.
-¿Pero realmente es usted una agente imperial?
Mara tragó saliva.
-Lo fui una vez –admitió-. Ahora... digamos
simplemente que ya no tengo hogar.
Ghent pareció asimilar eso.
-Entonces, ¿qué hacemos ahora?
-Salimos de aquí –dijo Mara-. Hay mucha gente que
nos vio allí. Una vez que empiecen a encajar las piezas, nos buscarán a ambos.
¿Qué necesitas para volver a casa?
-No lo sé –dijo Ghent-. Suficiente dinero para
comprar un billete, supongo. ¿Tenemos tiempo para volver a su hotel a recuperar
mi mochila?
-Esa podría no ser una buena idea –dijo Mara,
meneando la cabeza-. Antes no creía que la gente de Markko me hubiera seguido
hasta allí. Pero ahora sé que Markko es más listo de lo que pensaba.
Miró por encima de su hombro y frunció el ceño.
Ahora que pensaba en ello, ¿qué había pasado con el grupo de rebeldes que creía
que se estaba reuniendo en el exterior del palacio cuando ella y Ghent
entraron? No habían visto ni rastro de ellos al salir; ciertamente no había
habido ningún impedimento a su fuga. ¿Habrían salido huyendo cuando sonó la
alarma?
¿O simplemente se habían reunido en el exterior del
hotel de Mara buscando una venganza tardía?
-No, definitivamente no es una buena idea
–decidió-. Lo siento.
-No pasa nada –dijo Ghent con un suspiro-. Supongo
que en realidad ya me lo esperaba.
-Por si sirve de algo, yo también voy a tener que
abandonar allí casi todo lo que poseo –dijo Mara, rebuscando en sus bolsillos-.
¿Tienes idea de cuánto puede costar un billete de vuelta a Sibisime?
-Eh... no, en realidad no –dijo-. Supongo que
ochocientos. Puede que novecientos.
Mara hizo una mueca. En otras palabras, casi todo
lo que tenía. De vuelta a la casilla de salida, al parecer.
-Toma –dijo, ofreciéndole los créditos-. Espero que
esto sea suficiente.
-Pero no puedo aceptar su dinero –protestó él.
-Tómalo –ordenó Mara, sin humor para discutir-. Yo
me las arreglaré para salir de esta roca. Vete a tu casa, ¿de acuerdo?
Reticente, el aceptó los créditos.
-¿Pero cómo puedo compensarle?
-No te preocupes por eso –le dijo, volviendo a
mirar detrás de ellos. Aún no había signos de persecución-. Tal vez volvamos a
encontrarnos algún día. Mientras tanto... –Señaló delante de ellos-. El
espaciopuerto está por ahí. ¿Crees que podrás encontrarlo tú solo?
-Claro –dijo-. ¿Qué hay de usted?
Ella señaló a la derecha.
-Bajando esa calle está la oficina del gremio que
se encarga de contratar mano de obra. Cuídate, ¿vale?
-Claro –dijo-. Y usted también.
Durante un instante pareció que iba a tratar de
abrazarla. Pero Mara simplemente dio la vuelta y se alejó caminando. Sabía que
al muchacho le iría bien. Esperaba
que al muchacho le fuera bien.
***
El muchacho había avanzado un par de manzanas más
hacia el espaciopuerto, y hacía un buen rato que había desaparecido la
misteriosa mujer, cuando Talon Karrde decidió que era seguro acercarse.
-Disculpa –dijo, saliendo de las sombras donde
había estado esperándole-. ¿Eres Ghent?
El chico quedó inmóvil.
-Sí –dijo, nervioso-. ¿Quién es usted?
-Me llamo Talon Karrde –se presentó Karrde-. No te
preocupes, no voy a hacerte daño. Estoy aquí para ofrecerte un trabajo.
Ghent resopló.
-Ya he tenido bastantes ofertas de trabajo para una
temporada, gracias. –De pronto, frunció el ceño-. ¿Es usted el que me envió el
billete?
-No –le aseguró Karrde-. Aunque debo admitir que tu
súbita desaparición me hizo perderte la pista durante unos días. Estaba
preparándome para acercarme a ti en Sibisime cuando te marchaste de pronto.
-De acuerdo –dijo Ghent, ya más tranquilo pero
todavía extrañado-. ¿Entonces qué quiere?
-Como he dicho, ofrecerte un trabajo –dijo Karrde-.
Tengo una modesta organización de cierto tamaño que se dedica a mover mercancía
e información de un sitio a otro.
-¿Contrabandistas?
Karrde se encogió de hombros.
-Más o menos. Ahora mismo necesitamos un buen
rebanador; nuestras fuentes indican que eres uno de los mejores. –Señaló en
dirección al espaciopuerto-. Si te apetece hablar de ello, mi nave está
atracada cerca. No tienes por qué hacerlo, por supuesto.
-Bueno... –Ghent miró por encima de su hombro-. No
sé. Hay cierta gente que me anda buscando. Imperiales, y otro grupo. Ella dijo
que puede que aún me estén buscando.
-El segundo grupo eran miembros de la Alianza
Rebelde –le dijo Karrde-. Y sí, ambos grupos parecen estar dedicando esfuerzos
para seguirte.
Ghent volvió a mirar por encima de su hombro.
-¿Quiere decir que siguen ahí detrás?
-Ya no –le aseguró Karrde con una sonrisa mordaz-.
Mi gente se ha ocupado de ambos grupos.
Ghent parpadeó.
-¿Entonces sería seguro volver al hotel y recoger
mis cosas? Ella dijo que tendríamos que abandonarlo todo.
-Podemos ir donde quieras –le aseguró Karrde-.
¿Hago que nos recoja un deslizador terrestre?
-No, no está lejos –dijo Ghent-. Podemos ir
andando. Es por ahí.
-Hablando de la mujer –dijo Karrde cuando
comenzaron la marcha-. Estaba demasiado lejos para que pudiera verla bien.
¿Quién era, de todas formas?
-No lo sé –dijo Ghent-. Nunca me dijo su nombre.
Todo lo que dijo es que una vez trabajó para el Imperio, pero ya no.
-Interesante –dijo Karrde, pensativo-. ¿Y dices que
dejó algunas cosas en tu habitación?
-Sí, pero no creo que podamos hacérselas llegar
–dijo Ghent-. Me dijo que iba a conseguir trabajo en alguna nave. No sé en
cual.
-Lástima –murmuró Karrde-. Pero bueno, nunca se
sabe. Puede que algún día volvamos a encontrarnos con ella.
-Eso es lo que dijo ella –dijo Ghent-. Y, ¿sabe?
Tenía un sable de luz. ¿Cree que podría ser un Jedi o algo?
-Nunca se sabe –volvió a decir Karrde.
E incluso si sus caminos no volvían a cruzarse
nunca, pensó para sí, podría haber algo entre sus pertenencias abandonadas que
le diera una pista de su identidad.
Eso podría serle de utilidad algún día. Nunca se
sabe.
Haciendo una señal a sus silenciosos guardaespaldas
para que se acercasen, Karrde y Ghent se adentraron en la noche.
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