viernes, 24 de enero de 2014

Emisario del vacío (XI)


Capítulo 6: Emisario del Vacío

-Siempre pensé que miraría a la muerte directamente a los ojos -dijo Leaft, rascándose detrás de la oreja con su pie derecho.
-Bueno -dijo Uldir, con aire ausente-, al menos podrás ver donde no está la muerte.
Leaft resopló.
-Juegos de palabras humanos –dijo-. No sólo no veremos nada, sino que además no sentiremos nada. No es forma de marcharse para un guerrero. Mi madre siempre me dijo que acabaría mal, mezclándome con humanos.
-Bueno, nadie te ha arrastrado por la fuerza. De todos modos, ya estabas destinado a terminar mal, al margen de la compañía que frecuentases. -Uldir se encogió de hombros-. Si te sirve de consuelo, nadie sabe exactamente qué se siente cuando se cruza la singularidad de un agujero negro. Puede que sea muy doloroso cuando cada átomo de tu cuerpo se derrumba en neutrones. Y puesto que el tiempo prácticamente se detiene, podría durar un tiempo muy largo.
-Estás tratando de animarme.
-No, lo que estoy haciendo es tratar de pensar en una manera para evitar que eso suceda, Leaft. Hay más de doscientas personas en esta nave. Tal vez deberías dejar de preocuparte acerca de si esta es una muerte digna para ti, y empezar a...
Se volvió al oír un ruido detrás de él, levantando su bláster. Después de todo, estaban en una nave enemiga. Pensaba que se habían ocupado de la totalidad de la tripulación, pero con los yuuzhan vong nunca se sabía. La nave, al igual que todas sus herramientas, era un organismo vivo. Probablemente tenía por todas partes extraños bolsillos y cámaras que no habían advertido.
Pero la mujer que se abría paso a través de la biocompuerta rasgada del puente del transporte de esclavos no era yuuzhan vong; era una corelliana de escasa estatura y cabello platino, una mirada cortante como el diamante, y un rifle bláster.
-Hola, Vega -dijo Uldir-. Buen trabajo allí abajo.
-Buen trabajo tú también. Explícame de nuevo por qué estamos cayendo en un agujero negro.
-El piloto nos dirigió hacia él, y luego atacó a Leaft. Leaft tuvo que matarlo. –Señaló hacia uno de los tres cuerpos mutilados en el suelo. Las cicatrices y mutilaciones eran antiguas; los yuuzhan vong se cortaban a sí mismos como signo de rango. Lo que había matado al piloto eran los tres disparos bláster que el dug le había propinado.
-Entonces... desdirígenos -recomendó Vega-. Cambia de rumbo.
Alguien más estaba entrando detrás de Vega a través del portal destrozado: una mujer joven con el pelo oscuro y largo flequillo. Medio apoyado en su hombro estaba un varón humano alto, con una mata de pelo rojo y ojos de esmeralda. Uldir conocía a la mujer; era una Jedi, Klin-Fa Gi, y era la responsable directa de la misión que los había llevado a su situación actual. No conocía al hombre, pero por lo amistosos que se mostraban él y Klin-Fa, supuso que era el Jedi que habían venido a rescatar.
-El piloto también destruyó la capucha cognitiva -explicó, tratando de ignorar la repentina sensación de hundimiento en su estómago.
Vega frunció el ceño.
-¿No hay controles manuales?
-No que yo sepa. Pero si ves alguno, asegúrate de hacérmelo saber. -Se volvió hacia la Jedi-. Klin-Fa, tú has tenido algo más de experiencia con naves vong. ¿Qué piensas?
-Los yuuzhan vong no son muy dados a los sistemas de respaldo -dijo.
-Probablemente piensen que es una forma cobarde de pensar, o alguna idiotez semejante -resopló Vega-. ¿Y si nos dejamos remolcar? Vook todavía está ahí fuera con el Suerte Innecesaria. Debería tener potencia suficiente para desviarnos de este rumbo suicida.
-Sí, aunque con el pozo de gravedad que tiene esa cosa, esa ventana se está cerrando rápidamente. Desafortunadamente, eso no es una opción ahora: Está siendo atacado.
-Pensaba que se había ocupado de todos los coralitas -dijo Vega.
Uldir se encogió de hombros.
-Apareció algo más. No estoy seguro de qué, él realmente no tenía tiempo para hablar. Pero a menos que les venza en los próximos diez minutos, estamos solos en esto.

***

Tsaa Qalu gruñó con satisfacción mientras realizaba un rizo con su nave y hacía que sus armas vomitasen plasma. Proyectiles rojos salieron despedidos hacia la nave infiel, el Suerte Innecesaria.
-Este piloto es bastante bueno –dijo-. Conoce nuestra forma de actuar.
-Es un infiel, señor -le recordó su subordinado.
-¿Niegas sus habilidades de pilotaje, Laph Rapuung? -gruñó Tsaa Qalu, mientras el glauco fuego láser cruzaba la penumbra. Eso no era preocupante, los vacíos defensivos del Rebanador de Gaznates deberían detenerlos a todos, pero algo no le olía bien. Un cazador vivía por instinto. Viró bruscamente ascendiendo hacia babor. La capucha cognitiva a través de la cual pilotaba el Rebanador de Gaznates le hacía sentir como si la nave fuera su propio cuerpo, así que cuando cambió violentamente de dirección sintió algo parecido a un tobillo torcido. Al mismo tiempo, sintió la oleada de las fuerzas gravitatorias cuando el dovin basal se exigió demasiado a sí mismo, incapaz de cancelar la totalidad del impulso en un cambio tan abrupto.
Pero fue un buen movimiento. Distraído por el bombardeo láser, no había advertido el misil de impacto que descendía en una larga parábola desde otro cuadrante. El infiel debía de haberlo liberado mucho antes en la batalla, programándole esta maniobra retardada. A pesar de su cambio de rumbo repentino, la detonación casi fue demasiado cerca. El golpe aturdió brevemente al Rebanador, enviándolo haciendo trompos hacia un lado. Lanzas de luz del enemigo le siguieron, arrancando metros cúbicos de coral yorik del casco antes de que pudiera recuperar el control.
-¿Y bien, Rapuung? -se burló-. Sólo los instintos otorgados por los dioses nos han salvado de eso. ¿Aún cuestionas su habilidad?
-Es su máquina, señor, no él.
-Bah. Sus máquinas son vulgares y sin vida. ¿Realmente sugieres que una máquina ha estado a punto de matarnos? ¿Prefieres esa explicación a la simple aceptación de que algunos pilotos infieles tienen una habilidad superior?
-Eso es una herejía, señor.
-No lo es -rugió Tsaa Qalu-. Es la verdad. La verdad es esencial para un cazador, Rapuung. Si subestimas a la presa porque te mientes a ti mismo, tú mismo te convertirás en presa. Los infieles son corruptos, sí, y la mayoría son débiles. Pero algunos son dignos, como han demostrado repetidas veces. Es totalmente absurdo decir lo contrario.
-Pero los sacerdotes...
-Los sacerdotes. -Tsaa Qalu escupió la palabra como si fuera veneno.
Volvía a tener al Suerte Innecesaria bajo sus garras. Apretó los dientes y disparó. Esta vez un destello rojo de metal evaporándose le dijo que había atravesado los escudos enemigos.
-Puede que sea un buen piloto -concedió Laph Rapuung-. Pero no puede igualarse a usted.
-Por supuesto que no. Soy un cazador, elegido por los dioses para el manto de los nuun.
-Y ahora va a acabar con él.
-Pronto.
El villip ante él eligió ese momento para transformarse en el rostro de Viith Yalu, el maestro modelador de Wayland, el planeta donde había comenzado esta cacería.
-¡Tsaa Qalu! –exclamó el modelador, mientras el villip trataba de imitar los retorcidos zarcillos de su tocado y así transmitir la agitación del maestro.
-Sí, maestro modelador.
-Si no se encuentra a solas, diga a sus subordinados que se marchen. Tengo que hablar de algo con usted. –Podía notarse una profunda molestia en su voz.
-Estoy en medio de un combate.
-En ese caso, abandónelo de inmediato. Tengo que hablar con usted ahora.
-Muy bien -dijo Qalu, tratando de mantener oculto su propio rencor. Cambió el vector para alejarse del infiel, disparando algunos tiros de despedida. La nave no le siguió sino que regresó hacia el transporte de esclavos que se dirigía a su perdición-. Déjanos a solas, Laph Rapuung -dijo.

***

Uldir observaba la nada que se aproximaba con una creciente sensación de impotencia.
-¿Alguna idea, gente? –preguntó-. Hablad.
-Hay una posibilidad –dijo el pelirrojo con voz ronca. Eran las primeras palabras que pronunciaba.
-Lo siento -dijo Uldir-. ¿Tú eres...?
Aunque sabía muy bien quién debía ser, por la familiaridad en el trato entre él y Klin-Fa.
-Bey Gandan. Un Jedi, como Klin-Fa.
En efecto.
-¿Conoces alguna manera de pilotar esta nave?
-Creo que sí -dijo. Se estremeció y cerró los ojos por un momento.
-Bueno, no nos mantengas en vilo -dijo Vega.
-Está herido -espetó Klin-Fa. -¿Es que no te das cuenta? Dadle un minuto.
No, pensó Uldir, no me gusta este tipo. Miró a Bey a los ojos.
-Sin ánimo de ofender, pero creía que estabas en coma -dijo.
-Lo estaba -explicó Klin-Fa-. Yo lo saqué del coma con la Fuerza. ¿Quieres sobrevivir, Uldir?
-Por favor -dijo Bey-. No discutáis. Puede que vuelva a desmayarme, y tengo que deciros esto mientras todavía estoy coherente.
-Que hable, jefe -dijo Vega-. A estas alturas ya no puede hacernos ningún daño.
-Adelante -dijo Uldir, vagamente avergonzado por su actitud. Pero este tipo ya le estaba dando mala espina antes de conocerlo, y ahora...
-Los coralitas también tienen capuchas cognitivas -dijo Bey-. Están vinculados, en red, con el control central de esta nave. Si todavía hay algún coralita a bordo, deberíais ser capaces de pilotar el transporte desde ahí; de forma remota, por así decirlo.
-Eso es estúpido -espetó Leaft-. ¿Cualquier piloto de coralita puede hacerse cargo de la nave en cualquier momento?
Bey negó con la cabeza.
-No, no si alguien está usando la capucha central. Pero si está fuera de servicio, entonces sí, creo que sí.
-Grr. -Leaft enseñó los dientes-. ¿Y cómo es que sabes tanto de pilotar naves vong?
-He sido su prisionero por un tiempo -dijo Bey, con suavidad-. Y de todas formas sólo son conjeturas. Pero creo que es la mejor oportunidad que tenéis.
-Vale la pena intentarlo –tuvo que admitir Uldir.
-¿Dónde están los hangares de coralitas? -preguntó Vega-. Yo lo haré.
-Deberían estar a lo largo del pasillo de acceso al casco exterior -dijo Klin-Fa-. Vuelve al pasillo axial y toma cualquier arteria principal que se aleje del centro.
-Bien -dijo Vega-. Deseadme suerte.
Se dio la vuelta para irse.
-No -gruñó Leaft-. Yo lo intentaré. Y si no funciona...
-Si no funciona, en el mejor de los casos podrás enfurecerte con el universo por unos pocos segundos -dijo Klin-Fa.
-No me tientes, Jedi, -se volvió Leaft, fulminándola con la mirada.
Klin-Fa le devolvió desapasionadamente la furiosa mirada.
-Si vas a ir, Leaft, ve ya -dijo Uldir-. Y que la Fuerza te acompañe.
Leaft puso los ojos en blanco, y sin decir nada más trotó fuera de la cámara.
-¿Estás seguro de que es prudente confiarle esto? -preguntó Klin-Fa, una vez que el dug estuvo fuera donde ya no podía oírles.
Uldir estudió a la joven Jedi. Se dio cuenta de que estaba agarrando a Bey, casi como si tuviera miedo de que pudiera abandonarla de nuevo.
-¿Crees que puedes pilotar mejor que Leaft? -preguntó.
-No, pero creo que tú sí. Y su ira...
-Los yuuzhan vong tienen ira de sobra -dijo Uldir-. No creo que eso vaya a confundir ni una pizca a la nave.
-Seis minutos, jefecillo -dijo Vega-. Entonces ya no importará quién esté pilotando la nave; estaremos demasiado dentro del pozo de gravedad para lograr salir.
Uldir asintió y volvió la mirada hacia la transparencia. Leaft tenía razón: no podían ver el agujero negro y nunca lo harían. Pero, como él había dicho, se podía ver donde no estaba; una corona luminiscente de partículas de gas y hierro lo rodeaba en un nimbo azulado. Parecía la pupila de un gigante lo suficientemente grande como para tragarse un sistema estelar.
Se dio cuenta de Vega se había acercado un poco más a él.
-¿Crees que podrá hacerlo? -susurró.
Sonaba raro, viniendo de Vega. Vega nunca se inmutaba. Nunca había imaginado que ella llegara a plantearse la muerte. Pero ella –al igual que Leaft- estaba acostumbrada a enfrentarse al peligro con un bláster. Era diferente a caer en la nada sin poder hacer nada. Por eso había dejado que Leaft fuera el encargado de hacer el intento; unos segundos más, y el dug habría hecho su propia intentona.

***

Leaft gruñía y escupía para sí mismo mientras corría por los pasillos vivientes de la nave yuuzhan vong. La ira le golpeaba en el pecho como uno de los viejos tambores Y'sd de los ancianos thorp, como una antigua canción de matanza de los gran. Como estampidos sónicos, uno tras otro.
El jefe se había vuelto loco; de eso no había la menor duda. Pese a lo repugnante que era la hembra humana, había conseguido volverlo loco... si era debido a alguna clase de feromona o esa denominada Fuerza, no podía saberlo. Y Vega también estaba actuando de forma estúpida, como si alguien le hubiera robado algo muy preciado. Si ella amaba al jefe, ¿por qué no hinchaba su piel para demostrarlo y quedarse con él? Era lo suficientemente fuerte.
Aunque tampoco es que Leaft tuviera ningún deseo de presenciar ninguna cómo una hembra o un varón humano hinchaban su piel.
Por supuesto, ellos no hacían eso, ¿verdad? No se inflaban. No había ningún anuncio decente y simple del deseo de aparearse. En lugar de eso, se dirigían unos a otros estúpidas palabras supuestamente ingeniosas, y luego realizaban acrobacias alocadas para impresionarse. Era como si la naturaleza funcionara al revés en los seres humanos, favoreciendo la procreación de los estúpidos en lugar de seleccionar los más aptos.
Y, sí, tal vez hubiera algún tipo de amenaza para la galaxia, o lo que fuera. ¿Eso justificaba ese tipo de comportamiento?
Incluso si se las arreglaba para sacarlos de esta –tal y como había hecho entonces en Wayland, cuando se le ocurrió salir y conectar la manguera de combustible a la antigua nave-, incluso si lograba hacerlo, en menos de una hora estándar estarían de nuevo metidos hasta el fondo en otro pozo de sarlacc, porque todos los humanos de la nave estaban siendo arrastrados por ese frenesí de apareamiento.
Se detuvo, echando un vistazo a su alrededor. ¿Dónde estaban los estúpidos coralitas? Pensaba que estaba en el pasillo correcto. Estaban en el exterior de la nave, pero tenía que haber alguna manera para acceder a ellos desde ahí, algún mecanismo de acoplamiento. Comenzó a golpear en las paredes. ¿Cuánto tiempo le quedaba, de todos modos?
Tal vez no fuera el jefe quien era estúpido. Tal vez fuera él.
Tal vez debería haber pedido mejores indicaciones.
-¿Dónde estáis? -aulló. Avanzó a saltos por el pasillo. Nada.
Por pura frustración, desenfundó sus blasters y comenzó a disparar. Jirones de mamparo micoluminescente llenaron el aire, junto con un olor como a carne quemada y algas. Jadeando, se dejó caer sobre sus manos. Habían recibido su merecido.
Y entonces, en silencio, se abrieron agujeros en las paredes, cada uno de aproximadamente un metro de ancho.
-No sé lo que me hago, ¿eh? -gruñó Leaft-. Ahora les enseñaré.
Los agujeros eran las bocas de unos tubos. La mayoría no llegaban muy lejos y terminaban en la opacidad; después de todo, el transporte había lanzado la mayoría de sus coralitas para luchar contra el Suerte Innecesaria. Pero después de unos segundos de paso frenético, encontró uno que se abría en una pequeña gruta. Se apresuró a entrar y se encontró con algo así como un cruce entre el interior de un caza estelar y el cadáver putrefacto de un rancor. Había un asiento, sin embargo, y saltó sobre él. La capucha cognitiva colgaba por encima de él, y la agarró y se la colocó sobre las orejas y la cabeza.
Y entonces comenzó a hablarle. En yuuzhan vong.
Sintió que sus orejas se aplastaban. Quería quitarse esa cosa de un tirón, sacarse esas voces de la cabeza, pero tenía que hacerlo, demostrar...
Demostrar nada. Era Leaft, un dug, un guerrero. No tenía nada que demostrar. Sólo tenía que hacer esto, salvar al jefe, salvar a Vega.
Recordó haber oído que era mucho más fácil pilotar una de estas cosas si conocías la lengua, pero ya se había hecho antes sin ese conocimiento, y por un humano. Para él no debería suponer ningún problema en absoluto. Cerró los ojos.
-¡Vuela! –dijo-. ¡Marcha atrás!
No pasó nada, excepto una sensación extraña en sus piernas y que la voz iba sonando cada vez más fuerte en su cabeza.
-¡Vuela, cosa estúpida!
Nada.
Frustrado, dio una patada al suelo.
La aceleración le empotró en el asiento, y de repente vio las estrellas y el transporte, que se alejaba.
Era un comienzo. Un mal comienzo.
-¡No! -gritó a la capucha-. ¡El coralita no, el transporte!
Luchó contra el pánico. El círculo de la nada estaba muy cerca.
Pero entonces lo comprendió. El coralita no estaba obedeciendo sus pensamientos; no podía entenderlos. Pero entendía su cuerpo, sus impulsos nerviosos voluntarios.
Cerró los ojos de nuevo, flexionó sus dedos prensiles, y el coralita dio una vuelta. Gruñó alegremente. Podía controlar el coralita. Pero, ¿cómo tomar el control del transporte?
-Bueno -reflexionó en voz alta-. Si el coralita es como mi cuerpo, ¿qué es el transporte para mí?
¿Otro cuerpo? Exactamente. Y esa voz. La que trataba de hablarle... Debía ser el dispositivo de coordinación o como quiera que se llamase.
Se centró en la voz, y empezó a hablar con ella, tratando de alcanzarla, extendiéndose hacia ella...
Tocó algo, pero se escabulló. Reprimiendo otro aullido de frustración, volvió a concentrarse.
Y lo consiguió. De repente, su cuerpo parecía más grande, y podía sentirse empujando, empujando hacia el agujero negro, porque el último piloto había dejado el motor en marcha.
Así que Leaft necesitaba empujar hacia el otro lado.
Así lo hizo, y la agonía lo desgarró. El impulso era demasiado grande como para detenerlo sin más, incluso con el motor gravitatorio yuuzhan vong. La tensión desgarraría el transporte; a él mismo.
Por supuesto, era un piloto; debería saber que no podía revertir sin más la marcha para salir de un agujero negro. Así que tenía que virar, avanzando todavía hacia el agujero, pero en ángulo, para mantenerse por encima del horizonte de sucesos, alejado de donde el espacio se curvaba en un círculo perfecto.
Estaba jadeando. A esa distancia, incluso un pequeño cambio de rumbo era difícil. Sin embargo, estaba ocurriendo, estaba ocurriendo, ¿pero lo suficientemente rápido? No estaba seguro.
Lo enfermizo era que estaba empezando a disfrutar de pilotar esa cosa. Los controles no podían mover de esta forma una nave, no podían hacer que respondieran del modo que lo harían tus propios músculos. Sentía como si estuviera corriendo por un embudo, tan rápido que si trataba de detenerse caería y se hundiría por donde la pendiente cada vez mayor del embudo se convertía en una caída en picado. Tenía que correr para que su impulso lo llevase a lo largo de la pared del embudo, no hacia abajo. Eso sería una órbita.
Lo logró, con sus músculos gritando, pero no era suficiente con simplemente orbitar. Tenía que huir, volver a subir hasta el borde, y alejarse de él... sin que todos sus miembros se desencajaran.
La gravedad tiró de él, y escuchó el grito silencioso de protesta del dovin basal, mientras aminoraba, aminoraba... y aceleraba de nuevo.
Leaft aulló de dolor y alegría. Aulló a la estrella muerta que no le había podido vencer. Aulló a la vida. Y porque lo había logrado.
Se relajó, y su cuerpo se sintió pequeño otra vez. Durante un buen rato se sentó allí, parpadeando y confuso, porque el agujero negro todavía estaba allí, más grande que nunca. Sin embargo, el transporte ya no estaba allí. Bueno, no, ahí estaba, alejándose cada vez más rápido...
-Oh, flupp -gimió Leaft.
Su madre tenía razón, después de todo.

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