-Siempre
pensé que miraría a la muerte directamente a los ojos -dijo Leaft, rascándose
detrás de la oreja con su pie derecho.
-Bueno
-dijo Uldir, con aire ausente-, al menos podrás ver donde no está la muerte.
Leaft
resopló.
-Juegos
de palabras humanos –dijo-. No sólo no veremos nada, sino que además no sentiremos
nada. No es forma de marcharse para un guerrero. Mi madre siempre me dijo que acabaría
mal, mezclándome con humanos.
-Bueno,
nadie te ha arrastrado por la fuerza. De todos modos, ya estabas destinado a terminar
mal, al margen de la compañía que frecuentases. -Uldir se encogió de hombros-.
Si te sirve de consuelo, nadie sabe exactamente qué se siente cuando se cruza
la singularidad de un agujero negro. Puede que sea muy doloroso cuando cada
átomo de tu cuerpo se derrumba en neutrones. Y puesto que el tiempo prácticamente
se detiene, podría durar un tiempo muy largo.
-Estás
tratando de animarme.
-No,
lo que estoy haciendo es tratar de pensar en una manera para evitar que eso
suceda, Leaft. Hay más de doscientas personas en esta nave. Tal vez deberías
dejar de preocuparte acerca de si esta es una muerte digna para ti, y empezar a...
Se
volvió al oír un ruido detrás de él, levantando su bláster. Después de todo, estaban
en una nave enemiga. Pensaba que se habían ocupado de la totalidad de la
tripulación, pero con los yuuzhan vong nunca se sabía. La nave, al igual que
todas sus herramientas, era un organismo vivo. Probablemente tenía por todas
partes extraños bolsillos y cámaras que no habían advertido.
Pero
la mujer que se abría paso a través de la biocompuerta rasgada del puente del
transporte de esclavos no era yuuzhan vong; era una corelliana de escasa
estatura y cabello platino, una mirada cortante como el diamante, y un rifle bláster.
-Hola,
Vega -dijo Uldir-. Buen trabajo allí abajo.
-Buen
trabajo tú también. Explícame de nuevo por qué estamos cayendo en un agujero
negro.
-El
piloto nos dirigió hacia él, y luego atacó a Leaft. Leaft tuvo que matarlo. –Señaló
hacia uno de los tres cuerpos mutilados en el suelo. Las cicatrices y
mutilaciones eran antiguas; los yuuzhan vong se cortaban a sí mismos como signo
de rango. Lo que había matado al piloto eran los tres disparos bláster que el dug
le había propinado.
-Entonces...
desdirígenos -recomendó Vega-. Cambia
de rumbo.
Alguien
más estaba entrando detrás de Vega a través del portal destrozado: una mujer
joven con el pelo oscuro y largo flequillo. Medio apoyado en su hombro estaba
un varón humano alto, con una mata de pelo rojo y ojos de esmeralda. Uldir
conocía a la mujer; era una Jedi, Klin-Fa Gi, y era la responsable directa de
la misión que los había llevado a su situación actual. No conocía al hombre, pero
por lo amistosos que se mostraban él y Klin-Fa, supuso que era el Jedi que
habían venido a rescatar.
-El
piloto también destruyó la capucha cognitiva -explicó, tratando de ignorar la repentina
sensación de hundimiento en su estómago.
Vega
frunció el ceño.
-¿No
hay controles manuales?
-No
que yo sepa. Pero si ves alguno, asegúrate de hacérmelo saber. -Se volvió hacia
la Jedi-. Klin-Fa, tú has tenido algo más de experiencia con naves vong. ¿Qué
piensas?
-Los
yuuzhan vong no son muy dados a los sistemas de respaldo -dijo.
-Probablemente
piensen que es una forma cobarde de pensar, o alguna idiotez semejante -resopló
Vega-. ¿Y si nos dejamos remolcar? Vook todavía está ahí fuera con el Suerte Innecesaria.
Debería tener potencia suficiente para desviarnos de este rumbo suicida.
-Sí,
aunque con el pozo de gravedad que tiene esa cosa, esa ventana se está cerrando
rápidamente. Desafortunadamente, eso no es una opción ahora: Está siendo
atacado.
-Pensaba
que se había ocupado de todos los coralitas -dijo Vega.
Uldir
se encogió de hombros.
-Apareció
algo más. No estoy seguro de qué, él realmente no tenía tiempo para hablar.
Pero a menos que les venza en los próximos diez minutos, estamos solos en esto.
***
Tsaa
Qalu gruñó con satisfacción mientras realizaba un rizo con su nave y hacía que
sus armas vomitasen plasma. Proyectiles rojos salieron despedidos hacia la nave
infiel, el Suerte Innecesaria.
-Este
piloto es bastante bueno –dijo-. Conoce nuestra forma de actuar.
-Es
un infiel, señor -le recordó su subordinado.
-¿Niegas
sus habilidades de pilotaje, Laph Rapuung? -gruñó Tsaa Qalu, mientras el glauco
fuego láser cruzaba la penumbra. Eso no era preocupante, los vacíos defensivos del
Rebanador de Gaznates deberían
detenerlos a todos, pero algo no le olía bien. Un cazador vivía por instinto. Viró
bruscamente ascendiendo hacia babor. La capucha cognitiva a través de la cual pilotaba
el Rebanador de Gaznates le hacía sentir
como si la nave fuera su propio cuerpo, así que cuando cambió violentamente de
dirección sintió algo parecido a un tobillo torcido. Al mismo tiempo, sintió la
oleada de las fuerzas gravitatorias cuando el dovin basal se exigió demasiado a
sí mismo, incapaz de cancelar la totalidad del impulso en un cambio tan
abrupto.
Pero
fue un buen movimiento. Distraído por el bombardeo láser, no había advertido el
misil de impacto que descendía en una larga parábola desde otro cuadrante. El
infiel debía de haberlo liberado mucho antes en la batalla, programándole esta
maniobra retardada. A pesar de su cambio de rumbo repentino, la detonación casi
fue demasiado cerca. El golpe aturdió brevemente al Rebanador, enviándolo haciendo trompos hacia un lado. Lanzas de luz
del enemigo le siguieron, arrancando metros cúbicos de coral yorik del casco
antes de que pudiera recuperar el control.
-¿Y
bien, Rapuung? -se burló-. Sólo los instintos otorgados por los dioses nos han salvado
de eso. ¿Aún cuestionas su habilidad?
-Es
su máquina, señor, no él.
-Bah.
Sus máquinas son vulgares y sin vida. ¿Realmente sugieres que una máquina ha estado a punto de matarnos? ¿Prefieres
esa explicación a la simple aceptación de que algunos pilotos infieles tienen
una habilidad superior?
-Eso
es una herejía, señor.
-No
lo es -rugió Tsaa Qalu-. Es la verdad. La verdad es esencial para un cazador,
Rapuung. Si subestimas a la presa porque te mientes a ti mismo, tú mismo te
convertirás en presa. Los infieles son corruptos, sí, y la mayoría son débiles.
Pero algunos son dignos, como han demostrado repetidas veces. Es totalmente
absurdo decir lo contrario.
-Pero
los sacerdotes...
-Los
sacerdotes. -Tsaa Qalu escupió la palabra
como si fuera veneno.
Volvía
a tener al Suerte Innecesaria bajo
sus garras. Apretó los dientes y disparó. Esta vez un destello rojo de metal evaporándose
le dijo que había atravesado los escudos enemigos.
-Puede
que sea un buen piloto -concedió Laph Rapuung-. Pero no puede igualarse a usted.
-Por
supuesto que no. Soy un cazador, elegido por los dioses para el manto de los nuun.
-Y
ahora va a acabar con él.
-Pronto.
El
villip ante él eligió ese momento para transformarse en el rostro de Viith
Yalu, el maestro modelador de Wayland, el planeta donde había comenzado esta
cacería.
-¡Tsaa
Qalu! –exclamó el modelador, mientras el villip trataba de imitar los retorcidos
zarcillos de su tocado y así transmitir la agitación del maestro.
-Sí,
maestro modelador.
-Si
no se encuentra a solas, diga a sus subordinados que se marchen. Tengo que
hablar de algo con usted. –Podía notarse una profunda molestia en su voz.
-Estoy
en medio de un combate.
-En
ese caso, abandónelo de inmediato. Tengo que hablar con usted ahora.
-Muy
bien -dijo Qalu, tratando de mantener oculto su propio rencor. Cambió el vector
para alejarse del infiel, disparando algunos tiros de despedida. La nave no le siguió
sino que regresó hacia el transporte de esclavos que se dirigía a su perdición-.
Déjanos a solas, Laph Rapuung -dijo.
***
Uldir
observaba la nada que se aproximaba con una creciente sensación de impotencia.
-¿Alguna
idea, gente? –preguntó-. Hablad.
-Hay
una posibilidad –dijo el pelirrojo con voz ronca. Eran las primeras palabras
que pronunciaba.
-Lo
siento -dijo Uldir-. ¿Tú eres...?
Aunque
sabía muy bien quién debía ser, por la familiaridad en el trato entre él y
Klin-Fa.
-Bey
Gandan. Un Jedi, como Klin-Fa.
En efecto.
-¿Conoces
alguna manera de pilotar esta nave?
-Creo
que sí -dijo. Se estremeció y cerró los ojos por un momento.
-Bueno,
no nos mantengas en vilo -dijo Vega.
-Está
herido -espetó Klin-Fa. -¿Es que no te das cuenta? Dadle un minuto.
No, pensó Uldir, no me gusta este tipo. Miró a Bey a los
ojos.
-Sin
ánimo de ofender, pero creía que estabas en coma -dijo.
-Lo
estaba -explicó Klin-Fa-. Yo lo saqué del coma con la Fuerza. ¿Quieres
sobrevivir, Uldir?
-Por
favor -dijo Bey-. No discutáis. Puede que vuelva a desmayarme, y tengo que
deciros esto mientras todavía estoy coherente.
-Que
hable, jefe -dijo Vega-. A estas alturas ya no puede hacernos ningún daño.
-Adelante
-dijo Uldir, vagamente avergonzado por su actitud. Pero este tipo ya le estaba
dando mala espina antes de conocerlo, y ahora...
-Los
coralitas también tienen capuchas cognitivas -dijo Bey-. Están vinculados, en
red, con el control central de esta nave. Si todavía hay algún coralita a
bordo, deberíais ser capaces de pilotar el transporte desde ahí; de forma
remota, por así decirlo.
-Eso
es estúpido -espetó Leaft-. ¿Cualquier piloto de coralita puede hacerse cargo
de la nave en cualquier momento?
Bey
negó con la cabeza.
-No,
no si alguien está usando la capucha central. Pero si está fuera de servicio,
entonces sí, creo que sí.
-Grr.
-Leaft enseñó los dientes-. ¿Y cómo es que sabes tanto de pilotar naves vong?
-He
sido su prisionero por un tiempo -dijo Bey, con suavidad-. Y de todas formas
sólo son conjeturas. Pero creo que es la mejor oportunidad que tenéis.
-Vale
la pena intentarlo –tuvo que admitir Uldir.
-¿Dónde
están los hangares de coralitas? -preguntó Vega-. Yo lo haré.
-Deberían
estar a lo largo del pasillo de acceso al casco exterior -dijo Klin-Fa-. Vuelve
al pasillo axial y toma cualquier arteria principal que se aleje del centro.
-Bien
-dijo Vega-. Deseadme suerte.
Se
dio la vuelta para irse.
-No
-gruñó Leaft-. Yo lo intentaré. Y si no funciona...
-Si
no funciona, en el mejor de los casos podrás enfurecerte con el universo por
unos pocos segundos -dijo Klin-Fa.
-No
me tientes, Jedi, -se volvió Leaft, fulminándola con la mirada.
Klin-Fa
le devolvió desapasionadamente la furiosa mirada.
-Si
vas a ir, Leaft, ve ya -dijo Uldir-. Y que la Fuerza te acompañe.
Leaft
puso los ojos en blanco, y sin decir nada más trotó fuera de la cámara.
-¿Estás
seguro de que es prudente confiarle esto? -preguntó Klin-Fa, una vez que el dug
estuvo fuera donde ya no podía oírles.
Uldir
estudió a la joven Jedi. Se dio cuenta de que estaba agarrando a Bey, casi como
si tuviera miedo de que pudiera abandonarla de nuevo.
-¿Crees
que puedes pilotar mejor que Leaft? -preguntó.
-No,
pero creo que tú sí. Y su ira...
-Los
yuuzhan vong tienen ira de sobra -dijo Uldir-. No creo que eso vaya a confundir
ni una pizca a la nave.
-Seis
minutos, jefecillo -dijo Vega-. Entonces ya no importará quién esté pilotando la
nave; estaremos demasiado dentro del pozo de gravedad para lograr salir.
Uldir
asintió y volvió la mirada hacia la transparencia. Leaft tenía razón: no podían
ver el agujero negro y nunca lo harían. Pero, como él había dicho, se podía ver
donde no estaba; una corona luminiscente de partículas de gas y hierro lo
rodeaba en un nimbo azulado. Parecía la pupila de un gigante lo suficientemente
grande como para tragarse un sistema estelar.
Se
dio cuenta de Vega se había acercado un poco más a él.
-¿Crees
que podrá hacerlo? -susurró.
Sonaba
raro, viniendo de Vega. Vega nunca se inmutaba. Nunca había imaginado que ella llegara
a plantearse la muerte. Pero ella –al igual que Leaft- estaba acostumbrada a
enfrentarse al peligro con un bláster. Era diferente a caer en la nada sin
poder hacer nada. Por eso había dejado que Leaft fuera el encargado de hacer el
intento; unos segundos más, y el dug habría hecho su propia intentona.
***
Leaft
gruñía y escupía para sí mismo mientras corría por los pasillos vivientes de la
nave yuuzhan vong. La ira le golpeaba en el pecho como uno de los viejos
tambores Y'sd de los ancianos thorp,
como una antigua canción de matanza de los gran. Como estampidos sónicos, uno
tras otro.
El
jefe se había vuelto loco; de eso no había la menor duda. Pese a lo repugnante que
era la hembra humana, había conseguido volverlo loco... si era debido a alguna
clase de feromona o esa denominada Fuerza, no podía saberlo. Y Vega también
estaba actuando de forma estúpida, como si alguien le hubiera robado algo muy
preciado. Si ella amaba al jefe, ¿por qué no hinchaba su piel para demostrarlo
y quedarse con él? Era lo suficientemente fuerte.
Aunque
tampoco es que Leaft tuviera ningún deseo de presenciar ninguna cómo una hembra
o un varón humano hinchaban su piel.
Por
supuesto, ellos no hacían eso, ¿verdad? No se inflaban. No había ningún anuncio
decente y simple del deseo de aparearse. En lugar de eso, se dirigían unos a
otros estúpidas palabras supuestamente ingeniosas, y luego realizaban
acrobacias alocadas para impresionarse. Era como si la naturaleza funcionara al
revés en los seres humanos, favoreciendo la procreación de los estúpidos en
lugar de seleccionar los más aptos.
Y,
sí, tal vez hubiera algún tipo de amenaza para la galaxia, o lo que fuera. ¿Eso
justificaba ese tipo de comportamiento?
Incluso
si se las arreglaba para sacarlos de esta –tal y como había hecho entonces en
Wayland, cuando se le ocurrió salir y conectar la manguera de combustible a la
antigua nave-, incluso si lograba hacerlo, en menos de una hora estándar estarían
de nuevo metidos hasta el fondo en otro pozo de sarlacc, porque todos los
humanos de la nave estaban siendo arrastrados por ese frenesí de apareamiento.
Se
detuvo, echando un vistazo a su alrededor. ¿Dónde estaban los estúpidos
coralitas? Pensaba que estaba en el pasillo correcto. Estaban en el exterior de
la nave, pero tenía que haber alguna manera para acceder a ellos desde ahí,
algún mecanismo de acoplamiento. Comenzó a golpear en las paredes. ¿Cuánto
tiempo le quedaba, de todos modos?
Tal
vez no fuera el jefe quien era estúpido. Tal vez fuera él.
Tal
vez debería haber pedido mejores indicaciones.
-¿Dónde
estáis? -aulló. Avanzó a saltos por el pasillo. Nada.
Por
pura frustración, desenfundó sus blasters y comenzó a disparar. Jirones de
mamparo micoluminescente llenaron el aire, junto con un olor como a carne
quemada y algas. Jadeando, se dejó caer sobre sus manos. Habían recibido su
merecido.
Y
entonces, en silencio, se abrieron agujeros en las paredes, cada uno de aproximadamente
un metro de ancho.
-No
sé lo que me hago, ¿eh? -gruñó Leaft-. Ahora les enseñaré.
Los
agujeros eran las bocas de unos tubos. La mayoría no llegaban muy lejos y
terminaban en la opacidad; después de todo, el transporte había lanzado la
mayoría de sus coralitas para luchar contra el Suerte Innecesaria. Pero después de unos segundos de paso
frenético, encontró uno que se abría en una pequeña gruta. Se apresuró a entrar
y se encontró con algo así como un cruce entre el interior de un caza estelar y
el cadáver putrefacto de un rancor. Había un asiento, sin embargo, y saltó sobre
él. La capucha cognitiva colgaba por encima de él, y la agarró y se la colocó
sobre las orejas y la cabeza.
Y
entonces comenzó a hablarle. En yuuzhan vong.
Sintió
que sus orejas se aplastaban. Quería quitarse esa cosa de un tirón, sacarse
esas voces de la cabeza, pero tenía que hacerlo, demostrar...
Demostrar
nada. Era Leaft, un dug, un guerrero. No tenía nada que demostrar. Sólo tenía
que hacer esto, salvar al jefe, salvar a Vega.
Recordó
haber oído que era mucho más fácil pilotar una de estas cosas si conocías la
lengua, pero ya se había hecho antes sin ese conocimiento, y por un humano.
Para él no debería suponer ningún problema en absoluto. Cerró los ojos.
-¡Vuela!
–dijo-. ¡Marcha atrás!
No
pasó nada, excepto una sensación extraña en sus piernas y que la voz iba
sonando cada vez más fuerte en su cabeza.
-¡Vuela,
cosa estúpida!
Nada.
Frustrado,
dio una patada al suelo.
La
aceleración le empotró en el asiento, y de repente vio las estrellas y el
transporte, que se alejaba.
Era
un comienzo. Un mal comienzo.
-¡No!
-gritó a la capucha-. ¡El coralita no, el transporte!
Luchó
contra el pánico. El círculo de la nada estaba muy cerca.
Pero
entonces lo comprendió. El coralita no estaba obedeciendo sus pensamientos; no
podía entenderlos. Pero entendía su cuerpo, sus impulsos nerviosos voluntarios.
Cerró
los ojos de nuevo, flexionó sus dedos prensiles, y el coralita dio una vuelta. Gruñó
alegremente. Podía controlar el coralita. Pero, ¿cómo tomar el control del
transporte?
-Bueno
-reflexionó en voz alta-. Si el coralita es como mi cuerpo, ¿qué es el
transporte para mí?
¿Otro cuerpo? Exactamente. Y esa voz. La
que trataba de hablarle... Debía ser el dispositivo de coordinación o como
quiera que se llamase.
Se
centró en la voz, y empezó a hablar con ella, tratando de alcanzarla, extendiéndose
hacia ella...
Tocó
algo, pero se escabulló. Reprimiendo otro aullido de frustración, volvió a
concentrarse.
Y
lo consiguió. De repente, su cuerpo parecía más grande, y podía sentirse
empujando, empujando hacia el agujero negro, porque el último piloto había
dejado el motor en marcha.
Así
que Leaft necesitaba empujar hacia el otro lado.
Así
lo hizo, y la agonía lo desgarró. El impulso era demasiado grande como para detenerlo
sin más, incluso con el motor gravitatorio yuuzhan vong. La tensión desgarraría
el transporte; a él mismo.
Por
supuesto, era un piloto; debería saber que no podía revertir sin más la marcha
para salir de un agujero negro. Así que tenía que virar, avanzando todavía
hacia el agujero, pero en ángulo, para mantenerse por encima del horizonte de
sucesos, alejado de donde el espacio se curvaba en un círculo perfecto.
Estaba
jadeando. A esa distancia, incluso un pequeño cambio de rumbo era difícil. Sin
embargo, estaba ocurriendo, estaba ocurriendo, ¿pero lo suficientemente rápido?
No estaba seguro.
Lo
enfermizo era que estaba empezando a disfrutar de pilotar esa cosa. Los
controles no podían mover de esta forma una nave, no podían hacer que
respondieran del modo que lo harían tus propios músculos. Sentía como si
estuviera corriendo por un embudo, tan rápido que si trataba de detenerse
caería y se hundiría por donde la pendiente cada vez mayor del embudo se
convertía en una caída en picado. Tenía que correr para que su impulso lo llevase
a lo largo de la pared del embudo, no hacia abajo. Eso sería una órbita.
Lo
logró, con sus músculos gritando, pero no era suficiente con simplemente orbitar.
Tenía que huir, volver a subir hasta el borde, y alejarse de él... sin que
todos sus miembros se desencajaran.
La
gravedad tiró de él, y escuchó el grito silencioso de protesta del dovin basal,
mientras aminoraba, aminoraba... y aceleraba de nuevo.
Leaft
aulló de dolor y alegría. Aulló a la estrella muerta que no le había podido
vencer. Aulló a la vida. Y porque lo había logrado.
Se
relajó, y su cuerpo se sintió pequeño otra vez. Durante un buen rato se sentó
allí, parpadeando y confuso, porque el agujero negro todavía estaba allí, más
grande que nunca. Sin embargo, el transporte ya no estaba allí. Bueno, no, ahí
estaba, alejándose cada vez más rápido...
-Oh,
flupp -gimió Leaft.
Su
madre tenía razón, después de todo.
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