lunes, 13 de enero de 2014

Emisario del vacío (IV)


Capítulo 3: La guerra en Wayland

El espacio estaba a punto de matar a Uldir Lochett y su equipo de una manera de lo más desagradable. Aunque no era ni de lejos la primera vez que el vacío había tratado de tragárselo, Uldir todavía tenía un montón de objeciones.
-Estamos perdiendo atmósfera rápidamente -murmuró, haciendo bailar sus dedos sobre los interruptores e indicadores al timón de su transporte, el Suerte Innecesaria-. Pero, ¿dónde?
Su voz ya sonaba anormalmente tenue, y sentía que sus tímpanos estaban a punto de explotar. ¿Cuánto tiempo quedaba antes de que su sangre comenzase a hervir?
Deja de pensar en eso. Eso no ayuda.
-¿Dónde crees? -preguntó Vega Sepen, su primer oficial, con sus ojos brillando como gemas corusca debajo de su flequillo platino-. No es complicado. Tu novia ha abierto la bahía de cazas y la ha dejado atascada así.
-¡Bueno, entonces séllala! -le espetó, volviendo la mirada a la corelliana-. ¡Y no le llames mi novia!
-Qué susceptible -dijo Vega-. No deberías permitir que una pequeña disputa estropee algo tan bonito. Al fin y al cabo, sólo ha saboteado nuestra hipervelocidad, nos ha robado el única caza estelar capaz de saltar al hiperespacio, y nos ha dejado perdiendo aire.
-¿Sí? A mí me parece que estás celosa, Sepen -espetó.
-Oh, sí, por supuesto -dijo Vega, estudiando los indicadores del sistema-. Estoy totalmente enamorada de ti, es cierto. Voy a declararme tan pronto como dejes de usar pañales.
Su voz sonaba extraña. La presión descendiente, probablemente.
-Jefe... -continuó Vega, en un tono más normal.
-¿Qué?
-No puedo sellarla.
-¡Engendro Sith! -Alzó la voz, tratando de proyectarla a través del aire cada vez menos denso-. A los trajes de vacío, todo el mundo, ¡ahora! -Se puso en pie y encontró que sus piernas se tambaleaban. Reprimió una risita ante lo divertida que le pareció de repente la situación. ¿Vega Sepen, más dura que el corindón, celosa de la Jedi renegada? Vega era como una hermana mayor; nunca había habido nada entre ellos.
Y tampoco había nada entre él y Klin-Fa Gi. Ella había sido un mynock irritante en su casco desde el segundo en que se conocieron, y eso había sido antes de que ella tratase de matarle a él y a su tripulación.
Otra cosa curiosa, esta vez realmente hilarante. Estaba bastante seguro de que no tenía tiempo de llegar a las taquillas antes de desmayarse. ¿Por qué no había pensado antes en los trajes de vacío? ¿Dónde estaba su cerebro?
Ah, claro. Medio muerto por falta de oxígeno.
No pudo evitarlo. Esa vez estalló en risas. La galaxia era el mejor bromista que hubiera existido jamás.
Todavía estaba riéndose cuando tropezó con Leaft. El dug se había derrumbado en un montón, con sus extremidades sobresaliendo en ángulos extraños. Su rostro normalmente feroz casi parecía lindo sin una hosca consciencia para animarlo. Y había traído algunas mantas para acurrucarse sobre ellas, ¿o era ropa sucia?
No, idiota, son los trajes de vacío, gruñó alguna parte obstinadamente racional de Uldir. Tú te olvidaste. Leaft no.
Su visión estaba borrosa. No tenía mucho tiempo. Se puso primero el casco y giró la válvula de alimentación, y luego comenzó a deslizarse en el traje. El aire fresco olía bien, pero sus pulmones no podían conseguir mucho; no había bastante presión, sin un sello entre el traje y el casco.
Un montón de agujeros negros apareció de repente en el mamparo. ¿Vacíos yuuzhan vong? ¿Estaban bajo ataque, ahora, además de todo lo demás?
-Se acabó –murmuró-. Me doy por vencido.
Y eso fue lo que hizo cuando los agujeros negros devoraron la nave, la luz, y finalmente a Uldir Lochett.

***

Se despertó con el silbido del aire en su casco. La cara plana de un duro le miraba con preocupación. El duro llevaba un traje de vacío. Tardó un confuso momento en entender que se trataba de Vook, el cuarto miembro de su tripulación. Al cabo de sólo otro instante recuperó sus últimos recuerdos.
-¡Leaft, Vega! Tenemos que...
-Ya está hecho, Jefecillo. -La voz de Vega sonaba metálica por el transceptor de su casco-. Estamos todos bien. Leaft está un poco debilucho...
-Estoy bien -gruñó el dug. Sonaba más aturdido que convincente.
-Buen trabajo, Leaft, al ir a buscar los trajes -dijo Uldir-. La próxima vez, recuerda ponerte primero el tuyo. Siempre.
-Hrrm. Formación básica. Aunque no estaba pensando con claridad. -Leaft sonaba disgustado, lo que era una rareza-. Pensaba como un ser humano -agregó. Eso ya era más propio de Leaft. Uldir se sintió aliviado.
-Al menos, Vook pensaba con claridad -dijo Vega.
Vook parecía avergonzado, pero no dijo nada.
-Está bien -dijo Uldir, tambaleándose para ponerse en pie-. Vamos a ver qué está mal y a arreglarlo.
-¿Y después? -gruñó Leaft.
-Después recuperaremos nuestro caza y haremos que cierta Jedi experimente mucho remordimiento.

***

Uldir estaba con Vook en el pasadizo del motor, reflexionando acerca del difunto hipermotor, cuando Vega asomó la cabeza desde arriba.
-Tenemos las puertas exteriores cerradas -dijo.
-¿Y las interiores?
-Bueno, hay una noticia buena y otra mala -concedió Vega-. La mala noticia es que se abrió paso por las puertas interiores cortándolas con su sable de luz, por lo que vamos a tener que arreglarlas. Leaft está ocupándose de ello. La buena noticia... supongo que es una buena noticia... es que no atascó las puertas exteriores a propósito. Golpeó el mecanismo con el Ala-A al despegar.
-Entonces no pretendía matarnos -reflexionó Uldir.
-¿Tú crees? ¿Entonces deduces que no se ha pasado al lado oscuro?
-Si realmente se hubiera vuelto una renegada, apenas habría tenido reparos en matarnos. De hecho, podría habernos torpedeado, para asegurarse de ello.
-Creo que todavía estás mareado -dijo Vega-. Nos ha dejado varados en el espacio vong sin hipervelocidad, a veinte años luz de distancia de cualquier lugar. También ha cortado la antena hiperonda, así que no podemos pedir ayuda. Eso es una sentencia de muerte en sí mismo. Una muy lenta y cruel. Muy del lado oscuro.
-Tal vez pensó que podríamos arreglar una cosa u otra.
-Ella sabía que ya estaban en mal estado, que necesitábamos suministros para efectuar las reparaciones. -Vega ladeó la cabeza-. No lo olvides, está de camino a Wayland. Debe de estar tras la pista de alguno de los viejos juguetes del Emperador. Incluso si no ha cedido ante el lado oscuro, debe estar justo en la zona de riesgo.
-Sí -asintió Uldir-. Voy a concederte eso. Pero debemos esperar que aún no se haya convertido. Al menos los Jedi todavía tienen unos cuantos amigos. Un Jedi Oscuro podría hacer que perdieran el poco apoyo que tienen. Sería todo lo que necesita la línea más dura del Senado para legalizar la política de entregar los Jedi a los yuuzhan vong.
-Eso podría ser lo de menos, si encuentra alguna de las armas del Emperador -dijo Vega-. Sabemos por experiencia cuánto daño puede hacer un solo Jedi Oscuro.
-Sí -dijo Vook en voz baja-, pero si ese daño fuera dirigido a los yuuzhan vong, no me importaría demasiado.
-Vook... -Uldir ahogó su réplica inmediata. El duro había perdido su planeta natal a manos de los vong. Estaba comprensiblemente molesto.
-No puedo imaginarme cómo debes sentirte, Vook -dijo Uldir-. Pero el lado oscuro nunca puede ser la respuesta. No aprendí mucho en la Academia Jedi, pero sí que aprendí eso.
Vook parpadeó lentamente y se quedó en silencio por un momento.
-Puedo reparar la hipervelocidad -dijo, tratando aparentemente de esquivar cualquier debate.
-¿Puedes?
-Sí. Ella cortó uno de los enlaces entre el motivador y el motor. Eso es fácil de reparar. Sin embargo, cuando salimos del hiperespacio, la sobretensión resultante se extendió por el resto del sistema y dejó fritos los motivadores restantes. Puedo realinear el bueno para controlar los motores, pero sólo para dos, tal vez tres saltos. Luego se quemará también.
-Genial -dijo Vega-. ¿Podemos llegar a Mon Calamari?
-Sí.
-No -dijo Uldir-. Vamos a Wayland.
Vega lo miró con ojos fríos como el acero.
-¿Y cómo nos marcharemos, una vez que lleguemos allí? No te olvides de que los yuuzhan vong también tienen una base en Wayland.
-Nos encargaremos de eso cuando llegue el momento -respondió Uldir-. De momento, las últimas instrucciones que me dio el Maestro Skywalker fueron llevarla para que la interroguen. Eso es lo que vamos a hacer.
-No estás pensando con la cabeza, jefe -dijo Vega.
-Y ya basta con eso -dijo Uldir-. Ya no es gracioso. -Se volvió hacia Vook-. ¿Cuánto tiempo tardarás en hacerlo?
-Tres horas, tal vez cuatro.
-Bien. Ponte a ello. Vega, vas a ayudarme a prepararnos lo máximo posible para el combate. -Alzó la voz-. Leaft, ¿cómo van las reparaciones de las puertas interiores?
-Irían más rápido si me dejaras trabajar en paz -respondió la voz del dug por el intercomunicador.
Vega le seguía mirando fijamente. Por sus ojos y su postura, Uldir adivinó no estaba contenta con su decisión. No le gustaba tener que recurrir a tirar de rango, si podía evitarlo. Siempre era mejor cuando tu equipo estaba de acuerdo contigo. Pero en este caso no iba a perder tiempo discutiendo el tema. Él no estaba dispuesto a ser responsable de dar a un Jedi Oscuro ni la más mínima oportunidad de resucitar alguno de los viejos juguetes del Emperador, no podía permitirlo. Ni siquiera si eso los mataba a todos.

***

El Suerte Innecesaria salió del hiperespacio con un golpe seco con les sacudió los huesos. Los compensadores inerciales gimieron y la fuerza de la gravedad trató de succionar el cerebro de Uldir a través de su oreja derecha. Un gran mundo verde llenó la mayor parte de su visión, demasiado cerca.
-Buen salto, jefe -dijo Vega.
-¿Qué ha pasado? -preguntó Uldir, sin dirigirse a nadie en particular-. Tenemos suerte de no haber acabado como forraje estelar, saliendo así de cerca de una singularidad.
Vook respondió.
-El motivador ha fallado durante el salto –dijo-. Ya no tenemos capacidad de hipervelocidad.
-Bueno, al menos nos has traído hasta aquí. Buen trabajo, Vook.
-Sí, señor -murmuró Vook, y añadió-: Ahora estamos condenados, señor.
-No, no lo estamos -respondió Uldir-. Quiero que empieces a explorar opciones. Mira a ver si puedes canibalizar partes suficientes para conseguir un salto, a cualquier parte. Escanea el sistema en busca de cascos de los que podamos recuperar piezas. Lo que sea. Sólo dame un salto más, Vook.
La expresión del Duro quedó ilegible, pero él se encogió de hombros.
-Está bien -dijo.
-Jefe -dijo Vega-, tengo tres objetos que se dirigen hacia nosotros.
-Perfecto -dijo Uldir-. ¿Qué son?
-Coralitas.
Uldir activó el intercomunicador.
-Leaft, ¿has oído eso?
-Sí -gruñó el dug-. Ya estoy en la torreta.
Uldir pasó a los escáneres de largo alcance. Allí estaban los coralitas, en efecto. Como toda la tecnología yuuzhan vong, los coralitas eran criaturas vivas, modificadas por biotecnología avanzada en letales naves asesinas. Uldir había tratado con suficientes de esas pequeñas furias para saber que una sola ya era un problema; tres auguraban un día realmente malo.
-Podría ser peor -suspiró.
-Tengo un análogo de corbeta acercándose desde el otro lado del horizonte planetario -dijo Vega-. Estimo que tendremos que enfrentarnos a los coralitas unos ocho minutos antes de tener que enfrentarnos también a esta otra nave.
-Ah -dijo Uldir-. Así que es peor. Recuérdame que no vuelva a decir eso.
-¿Y de qué serviría? -preguntó Vega-. Últimamente no parece que estés siguiendo demasiado bien los consejos, ni siquiera los tuyos propios.
-Y tú estás trazando rápidamente un rumbo hacia la insubordinación -espetó Uldir, dirigiendo la nave a una serie de maniobras evasivas-. Vook, ¿todavía tenemos plena capacidad de maniobra?
-En sublumínico, sí.
-Bien.
-Permiso para hablar, señor -dijo Vega rígidamente.
-Vega... –suspiró-. ¿Qué?
-No me necesitas aquí; tienes a Vook en control de incendios y haciendo reparaciones, y a Leaft en la torreta. Deja que tome un caza estelar. Para igualar un poco las probabilidades.
-Esa es una buena idea.
-Genial. –Echó mano a las hebillas de su arnés de seguridad.
-Dos minutos para máximo alcance -dijo Vook.
-Espera -dijo Uldir-. Quería decir que sacar un caza estelar es una buena idea. Pero seré yo quien lo pilote. Tú asumirás el mando del Suerte Innecesaria.
-Jefe, eso es...
-Escúchame. No podemos enfrentarnos a cada coralita que haya en el sistema. Trata de cubrir mi salida con una descarga láser; vierte un poco de basura, también, y yo saldré en silencio sin llamar la atención. Luego quiero que te pongas en marcha; escóndete en algún lugar, en el planeta, orbitando en silencio... lo que sea. Una vez que haya logrado alejarme de la lucha, encontraré a Klin-Fa Gi, la atraparé, y la traeré de vuelta.
-Claro. Atrapar a un Jedi Oscuro.
-Yo soy el único entre nosotros con algo de sentido de la Fuerza -dijo Uldir-. Así que soy el único tiene siquiera posibilidades aunque sólo sea de encontrarla. -Hizo una pausa-. De todos modos, fui yo quien la traja a bordo. Fue mi decisión venir tras ella. Yo asumiré las consecuencias.
Por la cara que puso Vega, parecía que un insecto repugnante le había picado dentro de la boca.
-No me gusta -dijo.
-No tiene por qué gustarte. Yo os encontraré, no te preocupes.
-Un minuto -dijo Vook.
-Prepara el caza número dos -dijo Uldir. Dicho eso, dejó el timón y se apresuró hacia la bahía de cazas.

***

Un proyectil globular de plasma saludó a Uldir cuando su ala-A salió de la bahía de cazas. Con un acto reflejo, tiró de la palanca -olvidando que tenía los motores apagados-, pero todavía estaba dentro de los escudos del Suerte, así que la explosión se propagó a través de ellos con una fluorescencia irisada. Apretando los dientes, dejó que la pequeña nave flotase en la nube de la basura suelta. Vio como una salva de torpedos de protones disparados desde el Suerte se convertían silenciosamente en pequeñas estrellas de fuego, acompañados de una descarga de rayos de energía desde la posición de Leaft en la torreta. Su dedo ardía sobre el interruptor de encendido. ¿Los coralitas habían visto salir su nave y disparaban específicamente contra él, o el disparo que le había pasado rozando era sólo mera coincidencia? Lo sabría en pocos segundos. Ya había pasado más allá de los escudos, y aunque el Ala-A tenía muchas modificaciones que no eran de fábrica, sus escudos no estaban mejorados. Un solo impacto directo y no sólo quedaría fuera de combate, sino que estaría muerto.
Pero los coralitas estaban demasiado ocupados para fijarse en él, gracias a su tripulación. Uno ya llevaba una herida lívida donde uno de los láseres de Leaft había chamuscado el coral yorik, calentándolo hasta la incandescencia. Mientras observaba, otro recibió la onda expansiva de un torpedo de protones. Por un momento, pensó que la lucha pronto habría terminado.
No hubo tal suerte. Observó, a la deriva y sintiéndose impotente, como los coralitas se acercaban a su rango más efectivo y las tornas cambiaron. Leaft todavía les cosía con su laser con una precisión mortal, pero los disparos se detenían en el espacio a metros de distancia de los cazas orgánicos. Las naves yuuzhan vong no tenían escudos como tal; en cambio, los mismos dovin basal que proporcionaban su impulso gravitacional abrían pequeñas singularidades que se tragaban todo lo que tocaban: misiles de conmoción, torpedos... incluso la luz coherente y las partículas de un disparo láser se desvanecían en ellas sin dejar rastro. Tenían sus límites, por supuesto, y los pilotos de la República habían aprendido un par de trucos para deslizar algún disparo ocasional a través de esas defensas gravitacionales, pero no era tarea fácil. Mientras tanto, los coralitas bombardeaban al Suerte Innecesaria con proyectiles de plasma sobrecargado, disparados desde lo que sólo podía describirse como volcanes en miniatura ubicados en la rugosa superficie de los coralitas. Ahora evitaban el alcance de la torreta, acercándose rápidamente. Vega no podía disparar con eficacia misiles a esa distancia, no sólo porque era probable que fallara, sino porque además la conmoción resultante podría dañar también al transporte.
-¡Vete, Vega, vete! –murmuró-. ¿A qué estás esperando?
Pero entonces el motor del Suerte se activó y un chorro de iones calientes envolvió a uno de los coralitas, cuyo piloto claramente había olvidado que un motor iónico resultaba ser un arma eficaz, aunque de corto alcance, en sí mismo. Los vacíos no podían tragar todo eso. El coralita se encendió en llamaradas naranjas, amarillas, azules... y desapareció.
-¡Eso es! -murmuró Uldir, viendo cómo el Suerte Innecesaria menguaba con una velocidad asombrosa. Los coralitas restantes fueron tras la nave, por supuesto, a pesar de que tenían pocas posibilidades de capturar el transporte si este no se lo permitía. A menos que los cazas vong tuvieran capacidad de saltar al hiperespacio, cosa que no creía que tuvieran.
El análogo de corbeta probablemente sí pudiera hacerlo, pero no podría ir más rápido que la luz hasta que estuviera un poco más lejos del planeta. Pero si le veían...
Siguió conteniendo la respiración mientras la nave más grande pasaba a tan sólo ocho kilómetros de su estribor inferior. Si se había fijado en él, no dio ninguna señal de ello.
Una nueva luz llamó su atención, cuando parte de la basura expulsada con él golpeó la atmósfera exterior de Wayland y comenzó a arder. Con un ojo todavía en el crucero que pasaba, tomó la palanca. No le serviría de nada golpear la atmósfera de forma equivocada. Un ángulo demasiado poco pronunciado y saltaría rebotado hacia el espacio. Demasiado pronunciado y quedaría incinerado. Era el momento de una ligera corrección de rumbo.
No activó toda la potencia de la nave, sino que disparó propulsores de maniobra a partir de fuentes de energía independientes. Eso le colocó en un ángulo más pronunciado. Alargó la mano hacia la palanca... y quedó asombrado por lo que vio en sus sensores.
Tres pequeños puntos, lanzados desde el crucero, dirigiéndose directamente hacia él.
Así que habían estado observando la basura desechada, y él se había revelado a sí mismo.
No sirve de nada maldecir al vacío, solía decir su abuela. Al final te acabará atrapando, y más vale que estés en buenos términos con él. Dio plena potencia a la nave, dejó caer el morro y se lanzó hacia el planeta. Los coralitas aceleraron tras él.
-Eso es, amiguitos -gruñó Uldir-. Que esas rocas voladoras se metan en el atolladero conmigo.
Chocó contra nubes de cristales de hielo a gran altitud que convertían la luz del sol primario de Wayland en un diamantino brillo de arco iris. Niveló un poco su descenso, observando que los coralitas, menos aerodinámicos, se retrasaban respecto a su nave más rápida. Sus armas, lo suficientemente eficaces en el espacio, perdían alcance en la atmósfera. Probablemente podría huir de ellos con bastante facilidad.
Giró en una curva cerrada. No podía permitirse correr ese riesgo; de acuerdo, podría dejar atrás a los coralitas, pero estos podrían mantener el contacto visual hasta que naves más aptas para la atmósfera se dirigieran hacia él. Uldir había visto unos cuantos de sus voladores, y algunos eran bastante desagradables. Si no quería tener que estar enfrentándose a los vong todo el tiempo mientras buscaba a Klin-Fa Gi, sería mejor que hiciera algo al respecto ahora.
Dirigió su proa hacia los coralitas mientras ellos golpeaban la turbulencia que él acababa de atravesar. Abrió fuego con sus cañones láser, sin pretender realmente hacerles mucho daño a esta distancia, pero esperando que la breve apertura y cierre de sus vacíos rasgase el aire a su alrededor y les mermara sus reservas de energía. Cuando estuvo en rango, les mandó el regalo que había estado planeando; un misil de impacto. El arma contaba con una modificación propia; estaba equipado con un sensor gravimétrico. Tan pronto como detectara un vacío, estallaría.
Estalló a unos diez metros del coralita en cabeza. A tal corta distancia, en una atmósfera, un misil de impacto tenía una autoridad considerable, expandiendo el aire en una esfera supersónica que golpeó al coralita en cabeza y lo mandó de vuelta por donde había venido. Los otros dos habían comenzado a retirarse, pero no lo suficiente, y ambos se fueron dando tumbos. Uldir se preparó para la sacudida, más leve, cuando la onda de choque lo alcanzó, y comenzó a usar sus cañones láser en serio, aguijoneando a uno de los coralitas que caía. Desde su visión periférica, advirtió al coralita líder cayendo sobre el planeta, tras haber perdido aparentemente el control de su unidad gravitatoria. Ya no podía ver al tercer coralita, pero el instinto le decía que tenía un par de segundos antes de que se pusiera a su cola.
Lenguas amarillas de coral vaporizándose hacían que el coralita que se encontraba delante de él se sacudiera hacia todos lados, lo que hacía que golpearle fuera más difícil, pero no parecía estar usando sus vacíos en absoluto. Casi lo tenía fijo en su objetivo, pero entonces la advertencia en su cabeza se desvaneció; se acababa el tiempo. Tiró de la palanca hacia arriba y a babor... y sintió cómo la sangre le subía a la cabeza. Había estado en lo cierto: serpentinas de plasma pasaron ardiendo justo por donde él se encontraba momentos antes. Convirtió su giro cerrado en una pirueta. Ambos coralitas estaban ahora debajo de él. Notó con satisfacción que el disparo de el que estaba detrás de él había golpeado en un costado a su hermano, y este estaba ardiendo.
Casi lacónicamente, Uldir perforó al coralita restante y luego se lanzó hacia el bosque, muy por debajo de él.

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