martes, 5 de noviembre de 2013

El gran asalto a la nave rebaño (VI)


Los buñuelos de azúcar habían desaparecido, las bandejas de ryshcate sólo contenían migajas, y los helados con sabor a blicci se estaban derritiendo formando purés. El postre había ido bastante bien, pensó Kels, a pesar del pequeño susto cuando el capataz del catering no había podido localizar el carro de pudin de gumbah. Sin perder su profesionalidad, había seguido delante de todas formas pero, para Kels, la mirada perpleja de su rostro había sido lo más destacado de la noche hasta el momento.
Bueno, eso y la abultada nota de crédito. Sonrió. Incluso aunque el tynnan y la sluissi no hubieran podido conseguir la caja fuerte, la velada no había sido un total desperdicio. A su alrededor, Noone y los demás trabajadores desfilaban de un lado a otro, sirviendo licores dulces. Kels decidió no unirse a ellos. Necesitaba una pausa.
El pomposo hombrecillo de la lanzadera caminaba pavoneándose junto a ella, dando saltitos sobre la punta de sus pies. Sujetaba una botella de tovash gruviano en sus delicadas manos. Kels decidió que no le apetecía malgastar una mueca de burla en el orondo bufón, y miró perezosamente a su alrededor buscando a sus dos dóciles colegas. Ambos alienígenas también sostenían botellas de tovash y, como su amigo, se dirigían a los carros de catering más cercanos a la mesa. Qué extraño, pensó  lánguidamente. El tovash gruviano no es una bebida habitual para la sobremesa.
Hubo un murmullo de actividad en la cabecera de la mesa y un susurro de interés en el resto de la sala. Ritinki y Vop, habiendo terminado sus conversaciones, se estaban levantando para intercambiar el habitual apretón de manos que daría formalmente por terminados los actos de la velada. Dos silenciosos guardaespaldas retiraron las sillas adornadas de la mesa arrastrándolas con un fuerte chirrido. Lentamente, con gran ceremonia, el desgarbado rodiano y el diminuto bimm caminaron entre las sillas y ascendieron a la tarima que estaba tras ellos. Al volverse para mirar a sus respectivas comitivas, que se habían reunido, cuatro corpulentos gorilas de seguridad se alinearon delante para formar una formidable barrera protectora. Uno de ellos parecía especialmente alerta, pero Kels supuso que probablemente era por el modo en que sus ojos parecían sobresalir de su rostro, que daba la impresión de haber sido consumido por el fuego en algún momento. Ritinki se aclaró la garganta para hablar.
-Estimados seres...
Por el rabillo del ojo, Kels captó un movimiento rápido y repentino. Antes de poder girar del todo la cabeza, una densa columna de oleoso humo azul surgió de uno de los carros con un furioso siseo. Parpadeó cuando el humo de la creciente nube se le metió en los ojos, y tosió espasmódicamente.
-¡Fuego! –gritó una voz.
A través de la creciente neblina, advirtió que otros dos carros estaban ardiendo igualmente.
Varios de los invitados volcaron sus sillas al salir apresuradamente hacia la salida. Kels se quedó agazapada, con su sentido de peligro instantáneamente alerta. Dudaba que se tratase de una coincidencia. Si no lo era, los perpetradores atacarían de inmediato. Volvió la cabeza hacia el estrado. Los cuatro guardias habían creado un muro de protección impenetrable alrededor de sus jefes y examinaban con atención a la multitud.
Salvo el hombre más a la derecha. Increíblemente, tenía la cabeza agachada, mirando el broche plateado que adornaba su túnica negra. Con la mirada perdida, abrió la boca para hablar...
Kels abrió los ojos como platos al enfocar mejor lo que estaba viendo. No era un broche decorativo. Era un tenedor de servicio que atravesaba limpiamente el estrecho espacio entre las costillas cuarta y quinta del hombre.
El hombre abrió más la boca. Un hilillo de sangre colgaba de su labio inferior. Con un lento movimiento que a Kels le recordó el de alguien moviéndose en gravedad cero, comenzó a inclinarse hacia delante... un movimiento compensado por el horriblemente desfigurado matón a su derecha, que estaba cayéndose hacia atrás. Cara-marcada dejó escapar un gorgoteante gemido, sujetándose firmemente el cuello con ambas manos. Entre sus dedos manchados de sangre, asomaba la empuñadura de un cuchillo de trinchar.
El tercer matón observó cómo caían sus compañeros con los ojos como platos; el cuarto trató de coger su bláster. Un destello plateado le golpeó en la oreja izquierda; cayó con un golpe seco. Simultáneamente, el guardia restante extrajo su arma de debajo de su chaqueta y disparó indiscriminadamente a la multitud. La sala estalló en gritos de dolor y pánico mientras la multitud continuaba su frenética búsqueda de las salidas. Kels escuchó un estrépito de platos haciéndose añicos, como si alguien hubiera volcado un carro lleno hasta los topes. Un saurton corría directamente hacia ella, resoplando y con los ojos muy abiertos, llevado por el pánico en una loca carrera. Ella se apartó de su camino.
El cuarto y último proyectil, un espetón para asar con un pequeño trozo de carne aún pegado a su ennegrecida superficie, impactó al tirador aleatorio justo encima del gatillo. El arma estalló espectacularmente, y su portador cayó al suelo con un grito apagado. Esta vez, Kels pudo rastrear el proyectil hasta su origen, y quedó boquiabierta por la sorpresa.
Allí, agarrando otro utensilio de cubertería y echando atrás su brazo para realizar un lanzamiento letal hacia Vop y Ritinki, que estaban comenzando a huir, estaba el chef. El pequeño estúpido tonto y pomposo del que se había burlado en la lanzadera. Cualquier resto de su anterior conducta se había desvanecido. Sobre su aceitoso mostacho ardían los ojos alertas y despiadados de un asesino profesional.
Antes de poder completar su lanzamiento, dos grandes chorros de fuego bláster surgieron desde detrás de él, pasándole rozando a ambos lados, hacia el estrado. Los pieles doradas, de pie tras un carro volcado, estaban disparando rifles bláster pesados con la fría pericia de asesinos a sueldo. A sus pies había un armario de armas abierto.
Un disparo de bláster alcanzó a Vop en la espalda, y cayó al suelo, rebotando y rodando hacia delante, llevado por la inercia incluso mientras la vida escapaba de su cuerpo. Ritinki se lanzó hacia el extremo opuesto del estrado y saltó tras él, escapando por poco a los impactos de una salva de proyectiles de plasma supercalentado.
Eso ya era demasiado. Manteniendo la cabeza gacha, Kels comenzó a retroceder lentamente, pisando con cuidado entre la vajilla destrozada y los charcos de vino. La neblina azulada estaba empezando a despejarse. Con un poco de suerte, conseguiría llegar a la línea de árboles sin incidentes, y desde allí era una breve carrera por el camino del jardín hasta la salida. Miró rápidamente a su alrededor. ¿Dónde stang estaba Noone?
-¡Agáchate! –El antebrazo de Noone la agarró del pecho y la tiró bruscamente al suelo. Giró mientras caía, tratando de liberarse, pero él aterrizó encima de ella. Un disparo de bláster cruzó zumbando el aire justo donde su cabeza había estado un instante antes.
-Gracias –dijo, tragando saliva.
Él le hizo un gesto señalando la periferia del claro. Varios de los invitados a la fiesta habían sacado sus armas de bolsillo. Claramente se trataba de agentes de seguridad adicionales. Habían sacado sus armas y estaban tratando de atrapar a los asesinos con una maniobra de flanqueo. Por desgracia, Kels y Noone estaban en medio del fuego cruzado.
Letales dardos de plasma trazaban una silbante red sobre sus cabezas. Uno de los pieles doradas había caído, pero los dos asesinos supervivientes se habían retirado detrás de una barrera improvisada con carros metálicos y sillas de madera. Estaban dividiendo sus disparos entre los matones que les rodeaban y Ritinki, su objetivo restante. Desde su lugar privilegiado en el suelo del patio, Kels podía ver al pequeño bimm agazapado tras el borde del estrado, barrido por los disparos. Sus hombres superaban largamente en número a los asesinos, pero después de ver en acción sus letales habilidades, Kels todavía calculaba que las probabilidades de supervivencia de Ritinki estaban en diez a uno.
Por encima del estruendo, Noone le gritó al oído.
-Menuda fiesta, ¿eh?
Kels ladró una risa amarga.
-Eres un maestro del eufemismo. ¿Esperabas que pasara esto?
-En absoluto –respondió-. ¡Niña, creo que nos hemos topado de lleno con un ataque mafioso!
Un disparo con mala puntería dibujó un surco dentado en el suelo cerca de sus cuerpos encogidos. Por tácito acuerdo, ambos comenzaron a reptar sobre sus vientres para alejarse de la inmediata línea de fuego.
-Por las estrellas, ¿de dónde sacaron esos rifles bláster? –gruñó Noone.
-Un armario de armas estilo contrabandista –respondió Kels-. Blindado contra sensores más allá de lo que puedas imaginarte. Parece que no hemos sido los únicos que hemos pensado en esconder algo en un carro. –Apoyándose en los codos, reptó más allá de un nimbanel muerto-. Lo que no entiendo es de dónde vino la distracción del humo.
Noone asintió.
-Creo que puedo ayudarte con eso. El tovash gruviano, cuando se mezcla con la especia ryll, reacciona de forma bastante alarmante. Y había mucha cantidad de ambas sustancias para poder usarse esta noche.
Kels meneó incrédula la cabeza.
-Un ataque mafioso. Menuda suerte. ¿Quién crees que está detrás?
-Guttu no, eso seguro. Él sólo quiere la caja. –Frunció los labios mientras otros dos guardaespaldas caían, con heridas de bláster humeantes en sus pechos. El “chef” y el humanoide de piel dorada superviviente seguían disparando tenazmente-. Esos tipos son expertos. Y los expertos no son baratos. Estamos hablando de uno de los grandes hutts. Durga, posiblemente, o tal vez incluso el propio Jabba.
Kels miró a Ritinki al otro lado de la sala. El bimm todavía estaba agachado en la protectora sombra del estrado elevado. Tendido a escasa distancia estaba el cuerpo con orificios carmesíes de su contable ciborg falso.
La insistente lluvia de fuego bláster impedía al rastrero bimm salir de su refugio aislado. Mientras Kels miraba, extrajo lentamente un objeto largo y metálico de debajo de su chaleco a cuadros.
-Cuidado con la cabeza –advirtió a Noone-. Parece que Ritinki finalmente ha sacado un bláster. –Volvió a mirar-. No, espera. No es un bláster. Parece alguna especie de control electrónico.
El bimm pulsó una secuencia clave en un lado del dispositivo, y entonces se llevó la mano a otro bolsillo y extrajo una máscara respiradora de emergencia. Encajando un cartucho de oxígeno en su base, deslizó la máscara sobre su boca y su nariz.
-¡Gas! –gritó Noone-. Debe estar planeando inundar la sala con gas nervioso. Niña, tenemos que salir de aquí ya.
Kels miró la maraña de disparos letales que se entrecruzaba llenando el cargado aire del patio. Las brillantes líneas dejaban impresiones persistentes en su retina.
-Eso es más fácil decirlo que hacerlo.

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