lunes, 4 de noviembre de 2013

El gran asalto a la nave rebaño (V)


Dawson se encontraba en la esclusa, luchando por mantener su respiración bajo control. Ya no puedo echarme atrás, se recordó a sí mismo. Un miedo helado yacía agazapado en su estómago, amenazando con subir como una burbuja a su cerebro. Se obligó a contenerlo de nuevo y entonces soltó el aire lentamente, como en un ejercicio de meditación. El sonido resonó ruidosamente en los claustrofóbicos confines de su traje de vacío.
La nave personal de Ritinki, el Viento Asaari, había atracado en una esclusa exterior en lugar de aterrizar en una de las bahías de hangar abiertas. Cuando descubrieron ese hecho, soltó una maldición en voz alta. El único modo de entrar al interior del yate era a través de la escotilla circular de la esclusa, y la escotilla estaba vigilada entre gruñidos por un par de babeantes gamorreanos de aspecto agresivo. Los porcinos alienígenas eran demasiado estúpidos para dejarse sobornar, y lo más probable era que cualquier intento de engaño acabase contigo limpiamente partido en dos por un vibrohacha. Sonax había estado dispuesta a rendirse, hasta que Dawson tuvo un destello de iluminación. Los atracaderos a ambos lados del Viento Asaari estaban desocupados.
Se colaron en esa esclusa, en el embarcadero superior, que estaba vacío salvo por un armario de mantenimiento y una hilera de trajes de vacío ithorianos colgando de perchas. Con mucho esfuerzo, Dawson se introdujo en uno de los trajes, demasiado grandes para él, recogiendo el holgado tejido y sujetándolo con cinta para motores alrededor de la cintura, los codos y las rodillas. Sonax, sin embargo, era un caso aparte. La serpentina sluissi no podía encajar en ninguno de esos trajes bípedos sin una amputación o un milagro. Tras una breve pero acalorada discusión, estuvo de acuerdo en introducirse en un trineo de equipo que él selló desde el exterior. Ahora estaba encorvada ahí dentro, odiando con todas sus fuerzas cada minuto que pasaba. Por su parte, Dawson tampoco se sentía mucho mejor.
La pequeña luz junto a la escotilla exterior parpadeó pasando del verde al rojo, indicando que la cámara había alcanzado el vacío total. Con un abultado guante de largos dedos, empujó la palanca de apertura manual. La escotilla redonda se retiró lentamente hacia arriba, revelando una creciente sección de negrura tachonada de estrellas. Su respiración se aceleró involuntariamente. Moviéndose rápidamente antes de que cambiase de idea, dio un paso cruzando el borde de la esclusa y saltó al exterior.
Apenas había flotado unos pocos metros cuando el cordón alrededor de su cintura se extendió por completo, deteniéndole con un brusco tirón. Desconcertado, giró su cabeza en el interior de la alargada escafandra diseñada para las cabezas en forma de martillo de los ithorianos. El trineo de equipo, asegurado al otro extremo del cordón, seguía aún posado en la cubierta de la esclusa, sujeto firmemente en su sitio por la gravedad artificial de la Canción de las Nubes.
Si el traje se lo hubiera permitido, Dawson se habría dado una palmada en la frente con rabia. Idiota, pensó. Deberías haberlo empujado antes. Pensó en retroceder a la esclusa y comenzar de nuevo. No, espera. Tal vez aún pueda liberarlo.
Miró el panel de control rectangular en el antebrazo izquierdo del traje. Como cualquier traje de vacío para gravedad cero, este estaba equipado con cohetes de maniobra ubicados justo debajo de cada hombro, situados fuera del cuerpo para poder apuntarlos en cualquier dirección. Después de un extremadamente desagradable episodio de vértigo hacía casi seis años, había evitado los paseos espaciales como si fueran un virus urticante. Sin embargo, no debería ser demasiado difícil entender cómo funcionaban.
Los botones iluminados eran inusualmente grandes, diseñados para torpes dedos enguantados. Frunció el ceño mientras examinaba la enrevesada escritura ithoriana.
-Este –murmuró.
Al pulsar el botón, sonó una alarma en el altavoz de su casco. Con un silbido de gas al escapar, los cohetes de su espalda cobraron vida. Comenzó a avanzar ligeramente, pero fue de nuevo detenido por el cordón que le anclaba.
Dawson pulsó el cuadrado de control dos veces más, escuchando cómo el sonido iba haciéndose más agudo cada vez. El silbido en sus orejas se hizo más fuerte, y la tirantez en su cintura se acentuó cuando los propulsores doblaron su potencia. Giró el cuello para mirar hacia atrás. El cordón temblaba con la tensión. El trineo de equipamiento avanzó unos cinco centímetros, arañando las planchas de la cubierta, y luego se detuvo.
Volvió a mirar los controles de su traje, con ambos cohetes todavía disparados a plena potencia. Bueno, esto es una pérdida de tiempo. Buscó el botón de apagado en el panel de su brazo. Parece que tendré que volver dentro y empujar a la antigua usanza.
De pronto salió despedido hacia delante como disparado por un cañón. Estrella blancas brillaban con fuerza por todas partes, mientras que la resplandeciente rejilla de Nar Shaddaa, rodeada por una estrecha cinta de una débil atmósfera azul, aparecía a kilómetros bajo sus pies enfundados en botas. Su estómago revuelto luchó por mantener el ritmo de su cerebro, que estaba funcionando a la velocidad de la luz.
Su primer pensamiento –que el cordón se había partido- fue descartado tras mirar con preocupación por encima del hombro. Iba arrastrando el trineo por el espacio abierto. Pero los fuertes tirones en su cintura, unidos al círculo de la esclusa abierta, que iba empequeñeciéndose rápidamente, sólo podían significar una cosa. Estaba acelerando, y rápido. Maldiciendo, apretó repetidamente su antebrazo, esperando pulsar el interruptor de apagado.
En lugar de eso, tecleó un giro brusco a la izquierda. La potencia del impulsor de la izquierda quedó reducida a la mitad, distribuyendo la fuerza adicional al chorro de gas que salía de la boquilla derecha. Dawson giró en un arco cerrado, con las estrellas pasando disparadas ante su placa facial como enloquecidas líneas brillantes. El trineo de equipo que tenía atado giró siguiéndole, y se encontró girando fuera de control; trineo metálico y bípedo en traje espacial dando vueltas en los extremos opuestos de un punto de giro invisible como compañeros en un ballet sarkano. La bruñida extensión broncínea de los bordes de la nave rebaño oscureció de pronto las estrellas estriadas, luego desapareció igual de súbitamente mientras Dawson comenzaba otra mareante rotación. Apretando los dientes, casi presa del pánico, tanteó desesperado buscando los controles de dirección. Por pura suerte, consiguió cortar la potencia a ambos propulsores.
Sin fricción atmosférica, continuó girando, pero al menos ya no seguía acelerando. Empujado dentro de su traje por la mano invisible de la fuerza centrífuga, Dawson alzó la mano izquierda tan cerca como la placa facial se lo permitió y estudió detenidamente la delicada escritura. Con confianza renovada y no poca cantidad de alivio, pulsó las teclas que le harían realizar un suave giro a la derecha.
Dawson salió de los violentos giros cuando la boquilla izquierda le hizo perder velocidad lentamente. Cortó la potencia y examinó su entorno sin aliento. Con el pulso latiendo con fuerza, su corazón desbocado lanzó un rugiente chorro de sangre por sus oídos. En cualquier momento, aunque con retraso, notaría el subidón de adrenalina.
Por suerte, no había salido flotando tan lejos de la esclusa como se temía. Allí, a no más de un centenar de metros de distancia, estaba la nave de Ritinki, con su esbelto morro conectado sólidamente a la esclusa contigua. Las finas líneas del yate espacial estaban rotas por los emplazamientos de turboláseres pesados y cañones iónicos. Dawson realizó un rápido examen del casco, identificando su área de destino, y se impulsó cuidadosamente hacia delante.
Estiró ambos brazos hacia los lados mientras veía cómo su destino iba creciendo a través de la ancha placa facial. Construida para ojos ithorianos, distorsionaba los objetos en su campo de visión periférica; un fastidio sin demasiada importancia. Se concentró en su respiración, y soltó una amarga risita pensando en su casi desastrosa lección de maniobras en gravedad cero.
-Ahora recuerdo por qué no hago estas cosas –dijo en voz alta-. Me pregunto qué piensa Sonax de esto.
Volvió a reírse, esta vez con ganas, más alto.
El Viento Asaari estaba ya tan cerca que podía distinguir las marcas de succión de los mynocks en su casco gris pizarra. Se estaba aproximando a demasiada velocidad. Necesitaba invertir ligeramente los impulsores y aminorar a un avance más lento, o chocaría contra la pared de plastiacero con suficiente fuerza como para romperse un hueso... o peor aún, rasgar el traje.
Dawson esperó hasta haberse acercado un poco más, y entonces giró ambos impulsores hacia delante y soltó un suave chorro de aire comprimido. Su velocidad disminuyó ligeramente. Apretó el botón con más fuerza. Un poco más...
Dawson jadeó cuando un tremendo peso le golpeó de lleno en los hombros y la parte baja de la espalda. Su columna vertebral gritó de agonía cuando cada terminación nerviosa cobró vida con un dolor agudo y penetrante. Al instante siguiente, chocó contra el casco del Viento, y el aire salió de sus pulmones y su visión se nubló con manchurrones oscuros.
Era, como tantas otras cosas, obvio al pensarlo con detenimiento. El trineo de equipo, sujeto al cordón flexible, no había frenado cuando él había aplicado los frenos al impulso del traje de vacío. Obedeciendo las simples leyes de la inercia, había continuado en línea recta hasta encontrar el obstáculo más cercano: él. Y los impulsores de su traje. Su falta de previsión finalmente había acabado con él, pensó Dawson con pesar. Y aún peor, había condenado también a Sonax.
Ambos cohetes de maniobra parecían estar aplastados más allá de cualquier reparación posible; ninguno de ellos respondía a sus frenéticas pulsaciones en el panel de instrumentos oscurecido. El casco se deslizaba bajo él mientras sus dedos enguantados luchaban en vano por agarrarse a los bordes soldados de las planchas de blindaje. Alcanzaría el extremo de popa de la nave en cuestión de segundos. Sin la energía del traje, continuaría flotando hacia Nar Shaddaa, remolcado todo el camino por el trineo. Taciturno, se preguntó si se asfixiaría por falta de aire antes de arder en la reentrada planetaria.
Consiguió agarrarse débilmente al borde cóncavo de un plato sensor externo, perdió el agarre, y continuó deslizándose. El conjunto de motores subluz de popa avanzaba hacia él a toda velocidad. Más allá, se abría el bostezo del espacio vacío. Bueno, se acabó. Ni siquiera tendré que escuchar a Noone decir “te lo dije”.
Algo sólido y con bordes duros le golpeó en el costado derecho justo bajo las costillas. Conforme su cuerpo se retorcía alrededor del obstáculo, Dawson pudo ver el puntiagudo extremo de una antena de señal subespacial. Agitando ambos brazos como un hombre ahogándose, agarró la fina antena y la apretó contra su pecho como un amante. El trineo continuó flotando, llegando al final del cordón y amenazando con hacerle soltarse. Dawson cerró los ojos con fuerza y aguantó hasta que cesaron los tirones.
Había pasado casi un minuto antes de recuperar el valor suficiente como para abrir un ojo. Las estrellas seguían donde las había dejado. Lentamente relajó los brazos. Con los movimientos decididos y precisos de un escalador trepando los glaciares de Toola, avanzó poco a poco varios metros, descendiendo a lo que había identificado provisionalmente como la sala ventral de motores. Un cansancio nervioso comenzó a apoderarse de sus músculos. Pronto, sus manos comenzarían a temblar. Ya tengo suficientes emociones para un día, pensó.
El cortador de fusión estaba asegurado a la parte delantera de su traje de vacío con una X plateada de cinta de motor. Lo liberó. A partir de ahora, vamos a hacerlo todo según el manual. Encendió el cortador con un estallido insonoro de plasma y comenzó a cortar el casco.

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