miércoles, 30 de octubre de 2013

El gran asalto a la nave rebaño (III)


Dawson y Sonax permanecieron completamente inmóviles en la cámara de procesado de residuos mientras el grupo de ithorianos pasaba por el pasillo colindante. Dawson esperó hasta que los sonidos de la burbujeante conversación se hubieran desvanecido, contó cinco latidos más de su corazón, y abrió la puerta empujándola con la palma de su mano. Saliendo de nuevo al pasillo, consultó su tableta de datos por décima vez desde que los dos habían comenzado juntos su incursión.
Sonax se deslizó a su lado.
-¡Dame essso! –solicitó, tratando de agarrar la tableta.
-Ni hablar –replicó el tynnan, sosteniendo el dispositivo fuera del alcance de sus manos-. Harías que nos perdiéramos.
-¡Ya essstamosss perdidosss! –siseó Sonax, mientras avanzaban por el pasillo-. Tenemosss que essstar de vuelta en el carro de comida, con el contenido de la caja fuerte, antesss de que termine la cena. Sssi me lo dasss, puedo dessscargar todo el mapa en mi banda de interfaz.
-¿Y dejarte a ti al mando? Sonax, te ha atrapado alguna singularidad matemática, y... –Dawson se detuvo en seco, pasando la mirada de la tableta de datos a las puertas blindadas que se alzaban ante ellos y de nuevo a la tableta, antes de mirar finalmente a Sonax-. Y ya hemos llegado.
La bodega de carga de la Canción de las Nubes comprendía casi una cuarta parte de la sección de popa, extendiéndose justo debajo del motivador de hipermotor y una cubierta por encima de los conjuntos de motores subluz. De acuerdo con la información de Guttu, la caja fuerte estaba almacenada al otro lado de esas puertas blindadas reforzadas, en una cámara sellada rodeada por un conjunto de alarmas de seguridad y una falange de guardias armados. La aproximación directa jamás funcionaría.
La pareja retrocedió hacia la última esquina que habían girado, para que no les pillasen desprevenidos en caso de que las puertas blindadas se abrieran de repente. Dawson señaló el techo.
-Túneles de acceso, ¿verdad?
Sonax negó meneando la cresta de su cabeza, con la pálida luz reflejándose en su banda de interfaz.
-Ssseguro que losss túnelesss essstán monitorizadosss –dijo-. Puedo anular lasss alarmasss accediendo al ordenador principal de la Canción, pero cualquier ithoriano alerta detectaría losss bloqueosss. Y essstoy sssegura de que habrá alguno.
Dawson parecía preocupado.
-¿Entonces qué...?
-Entoncesss nosss assseguramosss de que no permanezcan alerta. Dame mi caja.
El tynnan rebuscó en su zurrón y extrajo una caja gris rectangular del tamaño aproximado de un vaso de agua. Se la pasó a Sonax.
-Sssúbeme. Rápido.
Con una mueca, Dawson se arrodilló en el suelo mientras Sonax reptaba sobre su espalda y hombros. Con un gemido, se puso en pie, tambaleante. Sonax enrolló fuertemente su cola alrededor del pecho del tynnan para sujetarse.
Sonax abrió el panel del techo y lo apartó de su camino.
-¡Essstate quieto! –susurró hacia abajo, a su apoyo, e introdujo la cabeza en el interior del hueco del techo.
El oscuro pasaje de acceso avanzaba recto unos diez metros, y luego se separaba en tres ramas distintas. Perfecto. Apoyando los codos en el borde para contrarrestar los beodos tambaleos de Dawson, la sinuosa alienígena abrió la tapa de la pequeña caja gris. Un centenar de furiosos myrmins rojos bullían en su interior, chasqueando las pinzas de sus mandíbulas, ansiosos por poder cortar en pedazos algún enemigo. Sonax volcó la caja, enviando a las tinieblas al furioso ejército insectoide. Rápidamente, sacó la cabeza del conducto y volvió a colocar el panel sobre su cabeza.
Dawson suspiró aliviado cuando Sonax bajó de nuevo al suelo deslizándose desde sus hombros.
-Essso activará cualquier alarma que tengan ahí arriba –dijo ella al jadeante tynnan-. Mientrasss tanto, tomaremosss el camino de abajo.
Ya estaba retirando el panel en el suelo de la cubierta.

***

-Loolalekkipaa soookii-pa esoopili? –El khil lanzó una mirada furiosa a Noone, silbando entre sus hullepi y clavando su índice en la bandeja metálica-. Hooodoffi dip-dip?
Noone le devolvió la mirada con aprensión. Podía hablar con fluidez cinco idiomas, y podía salir del paso en una docena más, pero no podía descifrar ni una sola palabra del estridente argot gorjeado por ese alienígena con tentáculos en la cara. Tal vez había perdido práctica. O tal vez el khil estuviera borracho.
Tratando de adivinar las intenciones de su cliente por su entonación y su lenguaje corporal, Noone alzó su bandeja y la giró un cuarto de vuelta.
-Si no le apetece la anguila fleek, señor, también tengo canapés de pez de hielo escalfado, espolvoreados con...
-Goohilli! –El khil dio un puñetazo en la bandeja, enviando al suelo varias gambas de tierra con rebozado de mantequilla. Juntó sus dos manos con garras en un elaborado y probablemente grosero gesto, y se perdió entre la bulliciosa multitud. Noone respiró aliviado mientras se agachaba a recoger los aperitivos caídos.
Hasta ese momento, las cosas parecían marchar bien. Antes de su llegada al invernadero abovedado en el corazón de la nave rebaño, todos los empleados del catering habían sido concienzudamente escaneados en busca de armas o explosivos, y todas las delicias gastronómicas habían sido probadas por un par de catadores de aspecto infeliz. Aparentemente, la fiesta estaba transcurriendo según el horario previsto, y su capataz les ladraba órdenes mientras descubrían los aperitivos, encendían los candiles, removían la sopa, y descorchaban el brandy corelliano. Los ricos aromas se mezclaban con los dulces efluvios de las hojas de vesuvague y las flores donar.
La mesa principal del comedor, una gigantesca plancha de madera con asientos para un centenar, se encontraba directamente bajo el centro de la cúpula transparente. En la cabecera de la mesa había dos sillas talladas, tan grandes que sería más acertado denominarlas tronos. Juntas, aguardaban a los invitados de honor. Ninguno de los asientos era mayor que el otro, ni tenía detalles más intrincados, ni estaba más cerca de la mesa; aparentemente, las apariencias eran clave para esta negociación. A la izquierda de la mesa, se había despejado una gran zona para que los invitados se mezclaran y se relacionaran. En la periferia, justo frente a la línea de árboles cubiertos de musgo y a los serpenteantes caminos del jardín, Noone y el resto habían preparado un semicírculo irregular de carros de catering.
Los invitados habían llegado en masa hacía poco tiempo. Los entornos de Ritinki el bimm y Vop el rodiano incluían cada uno a decenas de subordinados, seguidores y lamebotas, y todos ellos parecieron deleitarse con la bienvenida visión de una barra libre. La atmósfera fue volviéndose cada vez más ruidosa y escandalosa, conforme un mar de tambaleantes seres, bajo los efectos de varios intoxicantes, luchaba por hacerse oír sobre el resto. Por el momento, ninguno de los jefes criminales había hecho su aparición.
Noone captó el destello de una chaqueta de color blanco brillante entre la masa de cuerpos. Abriéndose paso entre dos twi’leks elegantemente vestidos enzarzados en un acalorado debate sobre puntuaciones de bola-choque, Kels se acercó a su lado.
-¿Cómo va la guerra? –le gritó él al oído.
Kels sonrió ligeramente, alzó el puño derecho a la altura de su hombro, y entreabrió los dedos, mostrándole la característica silueta de una nota de crédito certificada de Sif-Uwana. La mano se hundió en su chaqueta y reapareció un instante después, vacía.
-¿Has robado eso? ¿A los twi’leks? –Sin volver la cabeza, echó un vistazo a los dos alienígenas, temiéndose lo peor. Aún seguían intercambiando belicosos insultos, gesticulando salvajemente con sus colas craneales. Y claramente ajenos a su entorno inmediato. La presión de su pecho desapareció, pero fue reemplazada por rabia. Blandió un dedo ante el rostro de la chica, a modo de advertencia-. No vuelvas a hacer eso. O quedas fuera del equipo. –Se inclinó acercándose a ella-. No podemos volver con el carro si nos pegan un tiro a ambos. ¿Entendido?
En ese punto del golpe, todo recaía en Sonax y Dawson. Todo lo que él y Kels podían hacer era interpretar sus papeles asignados durante la cena, limpiar los restos de los platos, recuperar el carro del pudin del nicho lateral donde lo habían dejado, y cargarlo de nuevo en la lanzadera de regreso. Con algo de suerte, sería igual de pesado que cuando lo habían descargado, con el peso de dos polizones y los diez kilogramos adicionales de una caja fuerte metálica. Echó un vistazo a los juerguistas. Con suerte, a ninguno de ellos le apetecería especialmente un plato frío de pudin de gumbah.
Noone echó un vistazo casual a la sala, girando la cabeza, y el pequeño dispositivo le rozó la piel de la nuca. Estaban pasando mucho tiempo hablando juntos.
-Será mejor que nos separemos –dijo-. Sólo recuerda lo que he dicho acerca de los pequeños robos. Ahora somos simples camareros honrados, nada más. –Se obligó a poner una expresión de dureza en su cara-. ¿De cuánto es la nota de crédito, de todas formas?
Kels abrió los ojos de par en par conforme se adentraba en la multitud. Alzó una mano, con los dedos extendidos, como si estuviera saludando a un colega del trabajo. Entonces Noone no pudo evitar que la sonrisa alcanzase su boca y se ensanchase de oreja a oreja. ¡Cinco mil! Enséñale un poco de disciplina, y nos convertirá en los ladrones con más éxito del sector.

***

El palpitante zumbido del campo de seguridad era bastante reconocible, ahora que sabían lo que tenían que escuchar. Pero el campo era imperceptible en todas las longitudes de onda visuales, y Dawson, gateando a cuatro patas, había chocado de cabeza en él. Ahora estaba sentado, gruñendo y frotándose el punto donde se le había chamuscado el pelaje.
Sonax acercó más su cabeza, casi tocando la barrera de fuerza pero sin llegar a hacerlo. Golpeó tentativamente contra ella la punta de su luma portátil. Crepitó y chisporroteó con tensa energía. No iban a poder pasar por ahí a la fuerza.
Cerrando ambos ojos y respirando profundamente, Sonax accedió a su banda cibernética. La acción fue automática, casi inconsciente, pero como siempre sintió un bienvenido brote de calidez y placer. Este mundo interior era seguro y confortable, y sus caminos de silicio tan familiares como los abarrotados confines de la Esfera Habitacional D de Sluis Van, donde había vivido de niña con su padre y sus hermanas.
En el ojo de su mente, apareció ante ella una matriz de opciones, con túneles ramificados que se extendían tras ella como brillantes líneas verdes y rojas. Seleccionó el pasadizo número doscientos treinta y dos del decimocuarto nivel. Su consciencia entró disparada en el tubo, siguiéndolo por mareantes caídas y giros hasta su punto final, donde un conjunto de rejillas de finos cuadrados que giraban lentamente en direcciones opuestas bloqueaba cualquier acceso. Sonax empujó la primera rejilla en posición, luego la segunda, luego la tercera. Se deslizó por uno de los miles de pequeños agujeros, surgiendo en un anfiteatro zumbante cuyas líneas se extendían hasta el infinito. Números de paquete y cadenas de código pasaban zumbando como borrones de luz, en un clamoroso y caótico torbellino de sonidos y sensaciones. Había entrado en el ordenador principal de la Canción de las Nubes.
Momentos después de que ella y Dawson hubieran comenzado a reptar por el túnel de mantenimiento inferior, habían llegado a un terminal de datos miniaturizado, tal y como esperaba. Era un dispositivo sencillo, preparado sólo para comprobaciones de diagnóstico, pero tenía un acceso directo al ordenador principal; solamente a un único directorio, con el único objetivo de obtener registros de reparaciones. Usando un cable de enlace, con un extremo conectado al puerto de datos y otro a su banda craneal, Sonax había pirateado el directorio y accedido al disco principal. Desactivó cualquier alarma de intrusión latente en el pasadizo de mantenimiento B43, luego localizó el código de señal remota y lo copió.
El código de señal remota de la Canción permitía que las tabletas de datos y otros equipos portátiles permanecieran enlazados al ordenador principal sin estar físicamente conectados por cables, clavijas o tomas de datos. Esta comodidad era una característica estándar en la mayoría de grandes naves estelares. Después de desenganchar el cable, lo enrolló y se lo devolvió a Dawson. Duplicando la señal, Sonax podía conectarse a los sistemas de la nave en cualquier momento, siempre que permaneciese a bordo. Tal y como estaba haciendo ahora.
La cacofonía del ordenador principal de la Canción habría sobrepasado a una mente puramente orgánica incapaz de percibir su estructura subyacente. Para un ciborg como Sonax, era hermosa, una obra de arte de arquitectura intrincada que dejaba sin aliento. Colocándose tras un palpitante flujo de datos, siguió su estela entre dos filtros antivirus y un bloqueo de contraseña, salió junto a un inmenso baluarte que representaba las Operaciones de Seguridad.
El muro virtual estaba cubierto con las protuberancias rectangulares de los subdirectorios; se dirigió a la ranura en la intersección de la columna Mern-Krill y la fila 3135: Contramedidas de Seguridad. Con un suave empujón por su parte, comenzaron a volar números a velocidad cegadora, pero sabía lo que necesitaba, y lo reconocería cuando lo... ¡ahí! El comando de control para el campo de contención 776, pasadizo B43.
Un débil enlace azul surgió del comando de control, dirigiéndose hacia otro camino de silicio. Si se cortase la potencia, la barrera de energía caería, pero una señal reflejada por ese enlace activaría una señal de alerta en la estación de algún técnico ithoriano. Puede que estuvieran demasiado distraídos con la infestación de myrmins como para darse cuenta, pero más valía prevenir que lamentar.
Sonax empujó ligeramente el delicado enlace, no lo bastante para romperlo (lo que causaría que un amenazante programa de autodiagnóstico apareciera en ese sector), pero suficiente para insertar un parche con un buffer temporal. Volviendo al indefinido borrón negro que representaba el comando del campo de seguridad, colocó los números en una alineación nueva, sin potencia. Cuando el borroso código comenzó a ralentizarse y enfriarse, Sonax comenzó a deshacer sus pasos hacia las estables matrices de su propia red neural.
Abrió los ojos. Dawson todavía estaba frotándose la coronilla. Toda la operación había tardado menos de un segundo de tiempo real.
A su lado, la barrera de energía siseó, chisporroteó con un millar de parpadeantes puntos de luz, dio un alarmantemente brillante destello, y desapareció. Sonax volvió a tantearla con su luma. Esta vez, su brazo pasó sin problemas por la unión y al pasillo más allá.
Dawson asintió con admiración.
-Excelente, Sonax, excelente. Muy buen trabajo.
Sonax ya estaba avanzando, serpenteando hacia delante con su poderosa cola. Encontraba mucho más fácil moverse por el estrecho pasaje que su compañero tynnan de dos patas.
-Rápido –dijo-. No tenemos mucho tiempo.

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