jueves, 4 de julio de 2013

Medidas desesperadas (IV)


Era el cambio de estación en Hargeeva, y las hojas de color óxido se soltaban de las esqueléticas ramas azotadas por el viento aullante. La tormenta se precipitó sobre Ciudad Arginall justo cuando la última luz abandonó el cielo. Makintay se encogía dentro de su mono de trabajo; el callejón en el que se había escondido hacía poco para protegerlo de los fríos vientos. Debe ser ya cerca de medianoche. ¿Pedrin había decidido no visitar a su amante después de todo?
Una explosión de luz brillante iluminó repentinamente el callejón y Makintay entrecerró los ojos por reflejo, dirigiendo la mano a la culata del bláster oculto bajo su largo abrigo. Le siguió el fuerte estruendo de un trueno, y luego un torrencial aguacero de lluvia helada.
-Oh, genial. -Mak se apresuró a cruzar el estrecho callejón hacia el refugio de una escalera de emergencias que sobresalía de la pared y que daba acceso al apartamento de la amante de Pedrin. Hojas embarradas crujieron bajo las botas de Mak y un roedor carroñero se ocultó de nuevo en su agujero. En la unión de la pared y el pavimento había varios tablones rotos que dejaban a la vista puntales del muro y una oscuridad más profunda que debía ser un sótano. Esto estaba lejos de ser una parte prestigiosa de la ciudad. "Apartamento" era una palabra demasiado lujosa para los miserables cuartuchos que rodeaban la salida de la escalera de emergencia, dos pisos más arriba.
En medio de todos los relámpagos, Mak casi no vio las luces del aerodeslizador hasta que se estabilizaron y llenaron la calle exterior. La oscuridad volvió cuando el motor se apagó y se escuchó el siseo de mecanismos hidráulicos cuando se abrió la puerta del pasajero. Mak no necesitaba verificación visual para saber que era Pedrin quien entraba al edificio. Mak consultó su crono; esperaría el tiempo justo para coger a Pedrin con la guardia baja.
Mak se movió para ver la habitación de arriba, pero tuvo que regresar rápidamente a su escondite cuando escuchó ruido de botas acercándose a la entrada del callejón. Hubo un destello de armaduras blancas cuando aparecieron dos soldados de asalto, uno de los cuales se acercaba para comprobar la escalera de la salida de emergencia. Maldiciendo en silencio, Mak soltó su asidero en los tablones rotos de la pared y se dejó caer en la estrecha abertura del sótano junto el nido de roedores. Diminutos colmillos afilados se hundieron en la pantorrilla de Mak y uno de los animales chilló y salió disparado hacia afuera, casi haciendo tropezar al soldado de asalto que estaba mirando para arriba hacia la escalera de la salida de emergencia.
El soldado le dio una patada, y exclamó con desagrado hacia su compañero:
-¡Sólo es un apestoso agujero infestado de bichos! Aquí no hay nadie que pueda ver nada. Venga, vamos. Quiere privacidad; ¡pues que la tenga!
Los soldados se fueron y un rato más tarde, el aerodeslizador despegó y desapareció en el oscuro cielo lluvioso. Makintay esperaba que Pedrin les hubiera dicho que no volvieran por él antes del amanecer. Acurrucado en su escondrijo con olor a humedad, Mak esperó, y luego comenzó a subir con cautela por la escalera de la salida de emergencia.
Estaba sólo a mitad de camino cuando oyó fuertes voces airadas, una de hombre y otra de mujer. Luego se escuchó un fuerte chasquido, un grito, y una mujer que soltaba maldiciones mezcladas con sus sollozos. Últimamente no tienes suficientes rebeldes a los que golpear, ¿no? Mak soltó una maldición, subiendo apresuradamente los escalones restantes.
En la sucia ventana de vidrio panelado, hizo una pausa, y miró al interior. Una débil luz brillaba en una pequeña lámpara de mesilla. Pedrin estaba de espaldas a la ventana, y su capa estaba extendida sobre una silla cercana. Una mujer vestida con un traje de noche estaba sentada acurrucada en el suelo delante de él. Levantó la mirada hacia el Imperial y Mak vio que su rostro estaba magullada y surcado de lágrimas, con los ojos brillando de puro odio.
Pedrin levantó un puño amenazador cuando también él observó esa expresión de desafío.
-No, por favor -rogó la mujer, retrocediendo sobre sus manos y rodillas.
Makintay aprovechó su oportunidad. Forzando la ventana, saltó al interior, sacó su bláster y aturdió a Pedrin justo cuando otro relámpago iluminaba la habitación.
La cabeza de la mujer se volvió para seguir la caída del cuerpo de Pedrin, luego alzó de nuevo la mirada, con los ojos muy abiertos por el horror al ver la figura oscura junto a la ventana. Su boca se abrió y se llevó las manos a la boca para ahogar un grito. Mak enfundó su bláster y levantó una mano suplicante.
-Calma. Vine a por él. No voy a hacerte daño. ¿De acuerdo?
Ella tragó saliva y asintió. Mientras Mak se inclinaba y colocaba esposas en las muñecas de Pedrin, la mujer se puso temblorosamente en pie y se retiró para sentarse en la cama. Temblaba de pies a cabeza, pero no hizo ningún otro sonido, mirando con sus ojos nerviosos las manos de Makintay.
-Maldita sea -murmuró Mak-. Estará inconsciente por lo menos una hora. Se acabó el poder hacerle preguntas.
-¿P-preguntas? -tartamudeó la mujer.
-Sí -dijo Mak, mirándola fugazmente y luego devolviendo su mirada asesina al imperial inconsciente-. Él envenenó a una amiga mía.
La mujer resopló amargamente y levantó una mano para examinar la dolorosa magulladura en su mejilla.
-Parece su estilo.
Mak se volvió hacia ella y vio cómo se apartaba el desordenados pelo hacia atrás sobre sus hombros y lo aseguraba con alguna clase de broche. Su ojo izquierdo estaba ya cerrado por la hinchazón y había verdugones del tamaño de un dedo cruzándole la mejilla.
-¿Estás bien? -le preguntó, acercándose un paso más-. ¿Hay algo que pueda hacer para ayudarte?
-Ya lo has hecho -dijo, y señaló a Pedrin con la cabeza-. Gracias. No se habría detenido hasta que necesitase un médico.
-Dímelo a mí -dijo Mak con amargura-. Yo fui su prisionero.
-Oh. -Había gran cantidad de simpatía en esa pequeña palabra.
Mak le dirigió una retorcida sonrisa.
-A ver, deja que me ocupe de esos moretones. ¿El baño es por ahí?
Mientras Makintay le aplicaba primeros auxilios, Thera Capens contó su historia; Pedrin había amenazado a sus amigos, obligándola a convertirse en su amante. Ella se quedó en silencio y empezó a temblar de nuevo.
-Tranquila. -Mak le puso una manta por encima-. Ya se acabó. Él ya no volverá a hacerte daño.
-¿Vas a matarlo? -preguntó, todavía temblando.
Mak lo miró fijamente. En realidad no había considerado eso. ¿Podría matar a un hombre indefenso a sangre fría, incluso aunque fuera alguien como Pedrin?
-No lo sé -contestó en voz baja-. Quiero decir, van a trasladarlo.
Ella negó con la cabeza e hizo una mueca por encima de sus magulladuras.
-Ahora no, ya no será así. Antes tendrán que investigar todo esto.
Mak exhaló un suspiro y se dejó caer para sentarse en la cama junto a Thera.
Por supuesto. No lo había pensado.
Hubo un largo momento de silencio y Thera preguntó:
-Necesitas que te diga cómo curar a tu amiga, ¿no? -Mak asintió. Ella le palmeó la mano, que aún sostenía el hisopo de algodón que había utilizado para limpiarle la cara-. Tienes un toque suave, rebelde. ¿Cómo planeas hacerle hablar? -Mak se encogió de hombros y ella le dirigió una sonrisa irónica-. Eres nuevo en esto, ¿no es así? En interrogar a gente, quiero decir.
Mak resopló.
-No es algo que te enseñen en Palacio.
El ojo bueno de Thera se abrió de par en par.
-¿Eres uno de los hombres del rey?
-Ahh... bueno... más o menos. Lo fui.
Thera suspiró y miró de nuevo a Pedrin.
-Las amenazas no funcionarán con él. Costará mucho tiempo hacerle hablar, y no tienes tiempo. Sus guardias estarán aquí al amanecer.
-Lo sé -dijo Mak pesadamente-. Estaba esperando tener suerte. Ahora no tengo más remedio, voy a tener que llevarlo a otro lugar para ocuparme de él.
-Tienes que conseguir que salir de aquí primero. No recomiendo la puerta principal, demasiados cotillas y ojos espías. Puedo hacer que un amigo mío traiga un moto-trineo si consigues sacar a ese ser rastrero por la escalera de la salida de emergencia.
-No hay problema, estaba pensando que tendría que cargar con esa alimaña todo el camino de vuelta a mi nave.
-¿Tienes una nave? -Thera lo miró esperanzada-. ¿Puedes llevarme fuera de este mundo? No quiero estar aquí cuando sus matones regresen haciendo preguntas.
Hasta ahora Makintay no se había parado a pensar en lo que podría ocurrirle a la amante de Pedrin después de que el imperial desapareciera de su vida. Desde luego, no podía dejarla para ser interrogada por los imperiales.
-De acuerdo –dijo sombríamente-. Haz las maletas, y consigue ese vehículo. ¿Qué te parecería unirte a la Alianza Rebelde?
A modo de respuesta, Thera le rodeó con sus brazos y lo abrazó con deleite.

***

Cuando el mayor Pedrin Nial finalmente consiguió enfocar de nuevo su visión borrosa, definitivamente no le gustó lo que vio. Al otro lado de una pequeña cabina a bordo de una nave, de pie apoyado insolentemente contra el mamparo, y vistiendo uniforme de la Alianza, estaba el comandante Stevan Makintay.
-¿Has disfrutado de tu bonito sueño? -se burló Makintay, acercándose-. Me temo que no te va a servir de mucho, pero eso es mejor que nada, ¿no es cierto?
Pedrin ignoró la burla. Se dio la vuelta para ver su entorno y de inmediato se arrepintió. Su cabeza parecía a punto de partirse. Vestido sólo con la camisa y los pantalones de su uniforme, húmedos por la lluvia, estaba atado con nudos dolorosamente apretados a una silla ante una pequeña mesa en una cabina por lo demás vacía. La cubierta y los mamparos reverberaban con la inconfundible sensación de los motores hiperespaciales a todo gas.
El pánico momentáneo hizo que el pulso de Pedrin se desbocase. ¡Hiperespacio! Los expertos que le habían implantado la micro-baliza transpondedora en el brazo habían asegurado a Pedrin que podrían seguirla al otro lado de la galaxia, si fuera necesario. Pedrin les había dicho que sería mejor que no llegara a hacer falta o responderían por ello. Les había ordenado capturar a los rebeldes antes de que pudieran salir de Hargeeva. El pánico se convirtió en rabia cuando Pedrin se dio cuenta de que alguien por encima de él había hecho uso de su rango para obligar a su equipo a que permitieran que Makintay dejase Hargeeva con él. Obviamente, el Alto Mando había decidido que no podían confiar en que sus inquisidores consiguieran la información, por lo que habían optado por seguir la nave rebelde todo el camino hasta su base. Era muy fácil para ellos, pero eso dejaba a Pedrin en manos de los rebeldes al menos durante las próximas horas.
Pedrin trató de encontrar suficiente humedad en su boca seca para poder hablar.
-Nunca te saldrás con la tuya, Makintay -comenzó.
El comandante rebelde arqueó una ceja con desdén.
-¿En serio? Haces un uso demasiado libre de esa palabra, “nunca”, mayor. También me dijiste que nunca volvería a ver a Ketrian de nuevo, ¿recuerdas?
-Así que ella nos traicionó, después de todo -se burló Pedrin-. Eso sólo sería sorprendente para mis superiores. Por suerte, se tomaron medidas para asegurarnos de que no fuese de ninguna utilidad para vuestra lamentable Rebelión.
-Y yo no creía que me pudiera gustar golpear a un hombre atado. -Los ojos verdes de Makintay brillaban como el hielo en un banco de nieve-. Sin embargo, tú no eres un hombre, ¡¿verdad, escoria?! -Lanzó un poderoso golpe con el puño derecho que impactó contra el costado de la cabeza de Pedrin-. ¡Dime qué usaste en ella o recibirás una paliza que hará que la que me diste parezca una nadería!
Pedrin aspiró en el interior de su mejilla partida y tragó sangre. Esperaba que esta nave no estuviera lejos de su destino. ¡Esos tontos de Inteligencia pagarían por meterlo en esto!
-Y vosotros, los rebeldes, pretendéis tener esa ética tan pura -se burló-. ¿Lo ves? Recurrís a la tortura con la misma facilidad que nosotros.
Makintay se sonrojó y se alejó, y luego dijo en voz baja:
-Te equivocas. -Se volvió de nuevo hacia su prisionero. Si sus ojos eran helados antes, ahora eran letalmente fríos-. Pero puedes estar seguro de que haré lo que sea necesario para mantener a Ketrian con vida. ¿Crees que puede resistir a mi desesperación, Pedrin? Ya sabes lo mucho que ella significa para mí. ¿Realmente crees que puedes resistir a cualquier cosa que su muerte me lleve a hacer? Y se está muriendo, escoria. Poco a poco, con cada respiración, se debilita. Si ella muere, tú mueres también. Pero te garantizo que tu muerte no llegará en absoluto de forma más rápida o menos dolorosa. Te mantendré con vida mucho tiempo, Pedrin. Mi dolor no tendrá límites.
Mirando para arriba a esos ojos de calavera, Pedrin se estremeció. Tragó saliva y trató de decirse a sí mismo que la ayuda no estaba muy lejos. No funcionó.
-Mira, Makintay -dijo nerviosamente-. No quiero que Ketrian muera. Ella vale mucho para el Imperio, y...
Makintay se inclinó hacia delante, agarró la parte delantera de la camiseta interior de Pedrin, lo atrajo hacia sí y gritó:
-¡Olvida tu maldito Imperio!
-Vale, vale - asintió Pedrin, retorciéndose frenéticamente para liberarse-. Sólo estaba tratando de decir que envenenar a Altronel fue idea suya. Les dije que podía salir mal. Les advertí...
Makintay le soltó y dio un paso atrás, con la expresión más tranquila.
-¿Qué es lo que le dieron?
-Sólo la droga estándar, se puede curar fácilmente con una dosis de Trypanid.
-¡Mentiroso! -rugió Makintay-. Debería matarte, sucio cobarde. -Sacó su bláster y pasó el ajuste de aturdir a matar-. Basta de perder el tiempo. Dímelo ya o disparo. –La boca del arma apuntaba al corazón de Pedrin. Él tragó saliva y palideció-. Y esta vez, asegúrate de acertar.
Pedrin necesitó varios intentos para encontrar su voz.
-Te lo juro, es la verdad –declaró-. El Trypanid la curará...
El dedo de Makintay tembló en el gatillo y el cañón del bláster se balanceó de un lado a otro mientras se esforzaba por recobrar el control.
-Nuestro médico ya ha probado con Trypanid, escoria. Conocemos la fórmula de la droga de seguridad estándar del Imperio desde hace meses. Eso no es lo que usasteis en Ketrian. Tienes una última oportunidad, y luego empiezo a abrir agujeros de ventilación en tu cuerpo.
Los ojos de Pedrin se hincharon y su mandíbula se contorsionaba convulsivamente. No podía apartar la mirada del amenazante cañón de ese bláster.
-¡Te digo  que es la verdad! ¡Tiene que pasarle alguna otra cosa! -Los nudillos de Makintay estaban completamente blancos sobre el gatillo-. ¡Mátame y ella también morirá!
Makintay pronunció una grosera maldición, le dio la espalda, enfundó el bláster y golpeó la apertura de la puerta.
Pedrin pudo vislumbrar rápidamente un corredor exterior brillantemente iluminado antes de que la puerta se cerrase de nuevo. Se hundió contra sus ataduras e intentó ignorar el sudor que caía a raudales sobre sus ojos. El corazón le latía con tanta fuerza que le dolían las costillas. Le había dicho la verdad. ¿Por qué Makintay se negaba a aceptarla? Altronel debía de haber contraído alguna enfermedad extraña. Pedrin deseó fervientemente que la base rebelde no estuviera muy lejos. En el momento en que la nave atracase allí, la Flota del Sector llegaría detrás exigiendo la rendición de los rebeldes. Imaginar lo que haría a Makintay poco después de eso, hizo que Pedrin comenzase a reír mientras esperaba.

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