Daye miró una mancha gris moteada en el suelo. Ese
duracemento estaba tan mal endurecido que incluso sin su monolente no tenía
problemas para verlo... pero no había sido capaz de excavar en él. Un débil lumipanel
iluminaba el filtro de aire. No podía llegar a ninguno de ellos. El administrador
Brago no había anunciado la incautación de las armas de Una Poot. Tal vez los sunesis
todavía tenían una oportunidad de luchar. Tal vez Brago simplemente estaba
ocupado comiendo.
“Hay algo odioso en los gobiernos de fuera del planeta
fuera”, recordó Daye de los ensayos de Agapos. “Exigimos líderes de nuestra
propia especie, cuyas crías hayan pupado junto a las nuestras. Sólo ellos
tendrán en cuenta nuestro futuro.” Con algunas modificaciones de menor
importancia, podría haber retransmitido eso mismo en Druckenwell.
Ojalá hubiera conocido a alguno de los sunesis.
Había oído que la metamorfosis los predisponía a creer en la vida después de la
muerte. Deseó creer ahora en ello. Estaría feliz de poder descansar, pero, en
este caso, se había dado cuenta de que temía la extinción.
Unos pasos se detuvieron frente a su puerta. Se
apoyó contra la pared.
Dos personas larguiruchas de piel color turquesa
claro irrumpieron, llevando borrones que parecían blásters. Una forma plateada les
siguió, más o menos humanoide, obviamente mecánica. Finalmente apareció el
soldado joven de pelo rojo. La aprensión de Daye se transformó en esperanza. En
la Fuerza, sentía que ese joven era valiente... determinado... y servicial.
-¿Conor? -No podía ser...
-Mi nombre es Urek. Tenemos que sacarte de
aquí."
Reconoció el nombre: ¡El contacto rebelde Una Poot,
que se había infiltrado durante el mandato de Fuguée! También había sido quien
"descubrió" la cápsula de mensajes.
-Vamos -instó el joven-. Los hombres a los que he aturdido
no permanecerán inconscientes para siempre.
-No puedo usar mis piernas -le advirtió Daye-. En
absoluto.
Urek miró a través de la puerta de la celda
abierta.
-Carga con él, Aiteff. -El droide se acercó rodando
sobre sus estrechas cadenas. Urek y un sunesi levantaron a Daye. El droide
dobló sus brazos en un ángulo similar a una silla.
-Trate de ponerse cómodo -entonó Aiteff-, pero
seguro. Debemos darnos prisa.
Daye se sentó de lado y rodeó los hombros de Aiteff
con sus brazos.
-Ya estoy –dijo-. Vamos.
Los sunesis de largos miembros salieron rápidamente.
Aiteff les siguió. En el pasillo esperaba otro grupo: varios borrones turquesa
más, dos formas de droide metálicas, tres humanos -uno con una complexión
fornida de luchador- y un gotal.
-Daos prisa. –Un sunesi hizo señas con un brazo
vestido de gris. Daye entrecerró los ojos con tanta fuerza que le causó dolor
de cabeza. Este tenía delicadas crestas en las cejas y probablemente era de
sexo femenino-. ¡En el valor está la fuerza! -dijo entre dientes.
-Alabado sea el Creador -respondió el droide de
Daye... y sus compañeros biológicos. Aiteff rodó hacia delante. Los demás
corrieron.
Pero sólo los droides sirven al Creador... o así lo
había creído Daye. Había oído que la gente de Agapos permitía a los droides y a
los humanos vivir entre ellos como iguales. ¿Habrían adoptado también la
cuasi-deidad de los droides?
-Normalmente llevo yo a Daye -ofreció Woyiq.
-No hay tiempo -resopló Urek-. Sigue corriendo.
Tengo que volver a mi puesto. Siento haberte aturdido. En el abordaje. ¡Defensa
propia!
-No hay problema -gruñó Woyiq.
El grupo giró a la derecha, lejos de la oficina de
Brago. Daye miró atrás. Giraron otra vez a la derecha. Aparecieron borrones
negros desde un pasillo lateral.
-¡Soldados! -exclamó.
-¡Vamos! -exclamó la pequeña Sunesi. La mayoría del
grupo siguió corriendo. Ella y dos droides se quedaron atrás, sacando sus armas.
Woyiq se quedó con ellos. Daye se aferró a su androide. Su impotencia lo humillaba.
Aiteff entró en un hueco de ascensor. Subieron
varios niveles, y luego avanzaron rápidamente a lo largo de otro pasillo.
-¿Dónde está todo el mundo? -preguntó Daye.
-Estaban comiendo. -El droide sonaba petulante, al
no tener esa necesidad-. El administrador Brago prometió un festín. Urek sabía
que era nuestra oportunidad.
Los que iban corriendo a la cabeza llegaron a una
puerta. Soldados aturdidos yacían esparcidos alrededor.
-La entrada de servicio. -Aiteff maniobró entre los
cuerpos uniformados-. ¡Aguanta la respiración!
Atravesaron la entrada. Daye quedó totalmente
cegado por una densa niebla gris. Cristales ligeros le acariciaban las mejillas
y las manos mientras el droide seguía avanzando. Escuchó -¿o se lo estaba
imaginando?- agudos chillidos en todas las direcciones. Los ultrasonidos serían
de gran ayuda en el aire turbio.
Aiteff pasó con un sonido metálico a través de una
escotilla que Daye no había visto venir y le dejó caer en un asiento, y luego
extendió un sólido brazo y sacó de un mamparo un par de filtros nasales. Daye se
los colocó, luego entrecerró los ojos al ver otra forma oscura. Toalar estaba
junto a una escotilla, blandiendo un bláster de diseño extraño. Esa pequeña
lanzadera tenía cuatro filas de asientos. Esperaba que tuviera escudos.
Un sunesi vigilaba la esclusa de aire junto a
Toalar.
-Viene Nee -chilló el alienígena.
-¿La pequeña? -preguntó Daye.
El sunesi asintió. Se secó el sudor de su frente
abombada.
-¿Ella es vuestro líder?
El sunesi asintió de nuevo.
-Una de los más cercanos discípulos de Agapos. Una
luz en nuestra oscuridad. No la abandonaremos al enemigo.
Otro sunesi apretó los controles del transporte.
-Él no te abandonará, sino que te guiará y te
fortalecerá.
-A través de la más oscura de las noches
-susurraron otros tres.
Daye se alegró de que los sunesis hablasen básico.
Era evidente que no iba a morir, después de todo... aún no.
-Toalar, ¿estás bien? -Brago había ordenado que Toalar
fuera interrogado.
El gotal se encogió de hombros.
-Nada por lo que no haya pasado antes. Él no...
Dos droides entraron corriendo a bordo, luego
Woyiq, llevando a la pequeña y delgada Nee.
-Medipac -dijo con voz ronca-. Le han dado.
El brazo izquierdo de Nee colgaba inerte. Líquido
rosa goteaba de sus cuatro dedos largos. Golpeó un panel de la esclusa con su
mano sana, trinando en voz alta.
El transporte se tambaleó. Los enormes ojos de Nee se
cerraron y sus finos labios plateados se movieron. Otro sunesi se acercó a ella
luchando contra la aceleración.
Ella sangraba por la parte superior del brazo,
cerca del hombro. ¿Qué tipo de armas estaban usando los imperiales sobre esta gente?
Daye se sonrojó, deseando poder aliviar su dolor. Sabía lo que significaba ser
herido.
-¿Tenéis un medipac? -gruñó Woyiq.
-Silencio. -Un sunesi le pasó dos filtros nasales.
Nee estaba cantando.
-Viumbay, viotay. Sifu. -Hubo una larga pausa, y
luego cantó de nuevo.
Una técnica de distracción, supuso Daye. Podría ser
un largo vuelo hasta llegar junto a su médico. Su compañero le puso una mano en
el brazo.
-Sifu –cantó-. Sifu.
-Toalar -exclamó Woyiq-. ¿Tenéis un medipac?
-¡Espera! -Daye entrecerró los ojos mirando con más
atención. Debajo de la manga chamuscada de Nee, la piel turquesa se estaba
tejiendo ante sus ojos. La sangre dejó de gotear. ¿Qué estaban haciendo?
-Alabada sea esta creación -entonó en básico el
compatriota de Nee.
Nee levantó la cabeza.
-Gloria mayor que las estrellas –cantó-. Nunca seréis
abandonados.
Woyiq quedó boquiabierto. Daye tanteó a través de
la Fuerza. La presencia de Nee latía poderosamente. Ella acababa de sanarse a
sí misma... y se había despertado con fuerzas renovadas, no debilitada.
-Déjame en el suelo -indicó.
-Lo que usted diga, señora -obedeció Woyiq.
Nee se tambaleó hacia la consola del piloto. La
lanzadera dio una sacudida. Daye supuso que estaban esquivando disparos. Si los
sunesis utilizaban ultrasonidos para la comunicación diaria, su radar debía de
ser excepcional.
Y se curaban a sí mismos. Se quedó mirando la
cabeza bulbosa de Nee. Esta discípula lo había hecho, al menos. Daye apretó sus
piernas. ¿Podría él hacer lo mismo... usando la Fuerza?
Los Jedi lo habían hecho, lo sabía las historias que
se contaban. Obviamente, Nee era poderosa en la Fuerza.
¿Lo era él?
Ni siquiera podía imaginar restaurar sus piernas
atrofiadas. Pero un médico había dicho que su ojo bueno podría volver a enfocarse
con el tiempo, incluso si no tenía acceso a un droide quirúrgico. El peor daño
había afectado a los nervios en las profundidades de su cráneo.
Cerró ambos ojos. Trató de captar la Fuerza y dirigirla
para tratar el dolor punzante detrás de sus sienes.
No ocurrió nada.
La canción de Nee flotaba en su mente. Tal vez la
deidad o espíritu local, o el campo de curación de los sunesis podía tener
piedad de un hombre herido.
-Viumbay -cantó en silencio-, viotay. Sifu. -El
transporte se sacudió. Se agarró a los estrechos reposabrazos y abrió los ojos.
Entre su asiento y el del piloto, cristales
diminutos se arremolinaban y brillaban.
Parpadeó. Entrecerró los ojos. No notó ninguna
diferencia en ninguno de los casos. Sus dos ojos se habían enfocado... ¡estaba
viendo en tres dimensiones!
Toalar gimió y se frotó los conos perceptores.
-¿Qué re pasa? -preguntó Daye, creyéndoselo sólo a
medias.
-Dolor de cabeza -respondió Toalar-. Pero se está
yendo.
Los gotals sentían la Fuerza a través de esos
conos. Daye se recostó. ¿Qué había hecho? ¿O no había sido él? ¿Había algún
poder ahí fuera, como su agradecido instinto sugería? ¿Acaso él podría... eso
podría... curar sus piernas?
Cerró los ojos y repitió la canción, acariciándoselas.
Nada. ¿Por qué ser codicioso? ¡Podía ver! Si sólo estuviera sentado más cerca
de una ventana... La pequeña nave parecía estar nivelándose. Probablemente se
dirigían a otro continente.
Iba a conocer a Agapos. El líder espiritual de Nee.
Posiblemente un sanador mayor.
Algo le tocó el hombro por detrás. Giró la cabeza y
se encontró mirando el delicado rostro turquesa de Nee. Las crestas plateadas de
sus cejas y sus orejas pequeñas y redondas brillaban.
-Él te ha tocado -murmuró, con un trino de soprano
en su voz-. Sifu mungu.
-¿Quién? -susurró Daye-. ¿Quién es?
Ella se rió en voz baja, un trino de alegría
compartida, no de burla. Levantó la mano de su hombro y le tocó la frente. De
pronto, exhausto, cayó en un sueño profundo y sin sueños.
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