lunes, 17 de junio de 2013

Sólo los droides sirven al Creador (III)


Daye miró una mancha gris moteada en el suelo. Ese duracemento estaba tan mal endurecido que incluso sin su monolente no tenía problemas para verlo... pero no había sido capaz de excavar en él. Un débil lumipanel iluminaba el filtro de aire. No podía llegar a ninguno de ellos. El administrador Brago no había anunciado la incautación de las armas de Una Poot. Tal vez los sunesis todavía tenían una oportunidad de luchar. Tal vez Brago simplemente estaba ocupado comiendo.
“Hay algo odioso en los gobiernos de fuera del planeta fuera”, recordó Daye de los ensayos de Agapos. “Exigimos líderes de nuestra propia especie, cuyas crías hayan pupado junto a las nuestras. Sólo ellos tendrán en cuenta nuestro futuro.” Con algunas modificaciones de menor importancia, podría haber retransmitido eso mismo en Druckenwell.
Ojalá hubiera conocido a alguno de los sunesis. Había oído que la metamorfosis los predisponía a creer en la vida después de la muerte. Deseó creer ahora en ello. Estaría feliz de poder descansar, pero, en este caso, se había dado cuenta de que temía la extinción.
Unos pasos se detuvieron frente a su puerta. Se apoyó contra la pared.
Dos personas larguiruchas de piel color turquesa claro irrumpieron, llevando borrones que parecían blásters. Una forma plateada les siguió, más o menos humanoide, obviamente mecánica. Finalmente apareció el soldado joven de pelo rojo. La aprensión de Daye se transformó en esperanza. En la Fuerza, sentía que ese joven era valiente... determinado... y servicial.
-¿Conor? -No podía ser...
-Mi nombre es Urek. Tenemos que sacarte de aquí."
Reconoció el nombre: ¡El contacto rebelde Una Poot, que se había infiltrado durante el mandato de Fuguée! También había sido quien "descubrió" la cápsula de mensajes.
-Vamos -instó el joven-. Los hombres a los que he aturdido no permanecerán inconscientes para siempre.
-No puedo usar mis piernas -le advirtió Daye-. En absoluto.
Urek miró a través de la puerta de la celda abierta.
-Carga con él, Aiteff. -El droide se acercó rodando sobre sus estrechas cadenas. Urek y un sunesi levantaron a Daye. El droide dobló sus brazos en un ángulo similar a una silla.
-Trate de ponerse cómodo -entonó Aiteff-, pero seguro. Debemos darnos prisa.
Daye se sentó de lado y rodeó los hombros de Aiteff con sus brazos.
-Ya estoy –dijo-. Vamos.
Los sunesis de largos miembros salieron rápidamente. Aiteff les siguió. En el pasillo esperaba otro grupo: varios borrones turquesa más, dos formas de droide metálicas, tres humanos -uno con una complexión fornida de luchador- y un gotal.
-Daos prisa. –Un sunesi hizo señas con un brazo vestido de gris. Daye entrecerró los ojos con tanta fuerza que le causó dolor de cabeza. Este tenía delicadas crestas en las cejas y probablemente era de sexo femenino-. ¡En el valor está la fuerza! -dijo entre dientes.
-Alabado sea el Creador -respondió el droide de Daye... y sus compañeros biológicos. Aiteff rodó hacia delante. Los demás corrieron.
Pero sólo los droides sirven al Creador... o así lo había creído Daye. Había oído que la gente de Agapos permitía a los droides y a los humanos vivir entre ellos como iguales. ¿Habrían adoptado también la cuasi-deidad de los droides?
-Normalmente llevo yo a Daye -ofreció Woyiq.
-No hay tiempo -resopló Urek-. Sigue corriendo. Tengo que volver a mi puesto. Siento haberte aturdido. En el abordaje. ¡Defensa propia!
-No hay problema -gruñó Woyiq.
El grupo giró a la derecha, lejos de la oficina de Brago. Daye miró atrás. Giraron otra vez a la derecha. Aparecieron borrones negros desde un pasillo lateral.
-¡Soldados! -exclamó.
-¡Vamos! -exclamó la pequeña Sunesi. La mayoría del grupo siguió corriendo. Ella y dos droides se quedaron atrás, sacando sus armas. Woyiq se quedó con ellos. Daye se aferró a su androide. Su impotencia lo humillaba.
Aiteff entró en un hueco de ascensor. Subieron varios niveles, y luego avanzaron rápidamente a lo largo de otro pasillo.
-¿Dónde está todo el mundo? -preguntó Daye.
-Estaban comiendo. -El droide sonaba petulante, al no tener esa necesidad-. El administrador Brago prometió un festín. Urek sabía que era nuestra oportunidad.
Los que iban corriendo a la cabeza llegaron a una puerta. Soldados aturdidos yacían esparcidos alrededor.
-La entrada de servicio. -Aiteff maniobró entre los cuerpos uniformados-. ¡Aguanta la respiración!
Atravesaron la entrada. Daye quedó totalmente cegado por una densa niebla gris. Cristales ligeros le acariciaban las mejillas y las manos mientras el droide seguía avanzando. Escuchó -¿o se lo estaba imaginando?- agudos chillidos en todas las direcciones. Los ultrasonidos serían de gran ayuda en el aire turbio.
Aiteff pasó con un sonido metálico a través de una escotilla que Daye no había visto venir y le dejó caer en un asiento, y luego extendió un sólido brazo y sacó de un mamparo un par de filtros nasales. Daye se los colocó, luego entrecerró los ojos al ver otra forma oscura. Toalar estaba junto a una escotilla, blandiendo un bláster de diseño extraño. Esa pequeña lanzadera tenía cuatro filas de asientos. Esperaba que tuviera escudos.
Un sunesi vigilaba la esclusa de aire junto a Toalar.
-Viene Nee -chilló el alienígena.
-¿La pequeña? -preguntó Daye.
El sunesi asintió. Se secó el sudor de su frente abombada.
-¿Ella es vuestro líder?
El sunesi asintió de nuevo.
-Una de los más cercanos discípulos de Agapos. Una luz en nuestra oscuridad. No la abandonaremos al enemigo.
Otro sunesi apretó los controles del transporte.
-Él no te abandonará, sino que te guiará y te fortalecerá.
-A través de la más oscura de las noches -susurraron otros tres.
Daye se alegró de que los sunesis hablasen básico. Era evidente que no iba a morir, después de todo... aún no.
-Toalar, ¿estás bien? -Brago había ordenado que Toalar fuera interrogado.
El gotal se encogió de hombros.
-Nada por lo que no haya pasado antes. Él no...
Dos droides entraron corriendo a bordo, luego Woyiq, llevando a la pequeña y delgada Nee.
-Medipac -dijo con voz ronca-. Le han dado.
El brazo izquierdo de Nee colgaba inerte. Líquido rosa goteaba de sus cuatro dedos largos. Golpeó un panel de la esclusa con su mano sana, trinando en voz alta.
El transporte se tambaleó. Los enormes ojos de Nee se cerraron y sus finos labios plateados se movieron. Otro sunesi se acercó a ella luchando contra la aceleración.
Ella sangraba por la parte superior del brazo, cerca del hombro. ¿Qué tipo de armas estaban usando los imperiales sobre esta gente? Daye se sonrojó, deseando poder aliviar su dolor. Sabía lo que significaba ser herido.
-¿Tenéis un medipac? -gruñó Woyiq.
-Silencio. -Un sunesi le pasó dos filtros nasales.
Nee estaba cantando.
-Viumbay, viotay. Sifu. -Hubo una larga pausa, y luego cantó de nuevo.
Una técnica de distracción, supuso Daye. Podría ser un largo vuelo hasta llegar junto a su médico. Su compañero le puso una mano en el brazo.
-Sifu –cantó-. Sifu.
-Toalar -exclamó Woyiq-. ¿Tenéis un medipac?
-¡Espera! -Daye entrecerró los ojos mirando con más atención. Debajo de la manga chamuscada de Nee, la piel turquesa se estaba tejiendo ante sus ojos. La sangre dejó de gotear. ¿Qué estaban haciendo?
-Alabada sea esta creación -entonó en básico el compatriota de Nee.
Nee levantó la cabeza.
-Gloria mayor que las estrellas –cantó-. Nunca seréis abandonados.
Woyiq quedó boquiabierto. Daye tanteó a través de la Fuerza. La presencia de Nee latía poderosamente. Ella acababa de sanarse a sí misma... y se había despertado con fuerzas renovadas, no debilitada.
-Déjame en el suelo -indicó.
-Lo que usted diga, señora -obedeció Woyiq.
Nee se tambaleó hacia la consola del piloto. La lanzadera dio una sacudida. Daye supuso que estaban esquivando disparos. Si los sunesis utilizaban ultrasonidos para la comunicación diaria, su radar debía de ser excepcional.
Y se curaban a sí mismos. Se quedó mirando la cabeza bulbosa de Nee. Esta discípula lo había hecho, al menos. Daye apretó sus piernas. ¿Podría él hacer lo mismo... usando la Fuerza?
Los Jedi lo habían hecho, lo sabía las historias que se contaban. Obviamente, Nee era poderosa en la Fuerza.
¿Lo era él?
Ni siquiera podía imaginar restaurar sus piernas atrofiadas. Pero un médico había dicho que su ojo bueno podría volver a enfocarse con el tiempo, incluso si no tenía acceso a un droide quirúrgico. El peor daño había afectado a los nervios en las profundidades de su cráneo.
Cerró ambos ojos. Trató de captar la Fuerza y dirigirla para tratar el dolor punzante detrás de sus sienes.
No ocurrió nada.
La canción de Nee flotaba en su mente. Tal vez la deidad o espíritu local, o el campo de curación de los sunesis podía tener piedad de un hombre herido.
-Viumbay -cantó en silencio-, viotay. Sifu. -El transporte se sacudió. Se agarró a los estrechos reposabrazos y abrió los ojos.
Entre su asiento y el del piloto, cristales diminutos se arremolinaban y brillaban.
Parpadeó. Entrecerró los ojos. No notó ninguna diferencia en ninguno de los casos. Sus dos ojos se habían enfocado... ¡estaba viendo en tres dimensiones!
Toalar gimió y se frotó los conos perceptores.
-¿Qué re pasa? -preguntó Daye, creyéndoselo sólo a medias.
-Dolor de cabeza -respondió Toalar-. Pero se está yendo.
Los gotals sentían la Fuerza a través de esos conos. Daye se recostó. ¿Qué había hecho? ¿O no había sido él? ¿Había algún poder ahí fuera, como su agradecido instinto sugería? ¿Acaso él podría... eso podría... curar sus piernas?
Cerró los ojos y repitió la canción, acariciándoselas. Nada. ¿Por qué ser codicioso? ¡Podía ver! Si sólo estuviera sentado más cerca de una ventana... La pequeña nave parecía estar nivelándose. Probablemente se dirigían a otro continente.
Iba a conocer a Agapos. El líder espiritual de Nee. Posiblemente un sanador mayor.
Algo le tocó el hombro por detrás. Giró la cabeza y se encontró mirando el delicado rostro turquesa de Nee. Las crestas plateadas de sus cejas y sus orejas pequeñas y redondas brillaban.
-Él te ha tocado -murmuró, con un trino de soprano en su voz-. Sifu mungu.
-¿Quién? -susurró Daye-. ¿Quién es?
Ella se rió en voz baja, un trino de alegría compartida, no de burla. Levantó la mano de su hombro y le tocó la frente. De pronto, exhausto, cayó en un sueño profundo y sin sueños.

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