lunes, 25 de febrero de 2013

Un duro invierno (III)


A doce kilómetros de distancia, por debajo de la estrecha quebrada montañosa, la boca ensanchada del Cañón Tyma comenzaba a desaparecer debajo de una manta errante de nubes rosa lavanda, un peculiar fenómeno exclusivo de los grises y sombríos cielos de Redcap. El abismo infame se bifurcaba y giraba extendiéndose varios cientos de kilómetros, cruzando el rostro estéril y enrojecido de la superficie del planeta, formando las únicas repisas de aterrizaje posibles dentro de un rango de 20 kilómetros de distancia de los asentamientos al borde de la montaña.
Dejando el Inquebrantable seguro y oculto en la región de la cuenca, Drake cedió una botella de raava socorrano y unas pocas células de energía a modo de trueque, a cambio de un par de olai. Abandonadas tras la disminución de los recursos minerales y el cierre de las minas, las criaturas eran lejanas descendientes de las que habían trabajado en las minas. Agresivos pero persistentes, los animales habían pasado casi una década evolucionando dentro del ambiente hostil de Redcap, multiplicándose y diseminándose a través de la superficie del planeta.
Drake miró la cabeza pesada del olai, moviéndose de izquierda a derecha con cada zancada. Los bulbosos cuernos huecos, que crecían y se enroscaban alrededor de la cabeza y el cuello de la criatura, le daban la impresión de que el animal se esforzaba por llevar su propia masa. Exhausta y de mal humor, la montura cabeceó en señal de protesta, rociando su pecho y sus patas con espuma. Sus dientes rasparon ruidosamente sobre la broca de metal, apretó y tiró de las riendas, lanzándose a sí misma y a su jinete sobre las piedras del suelo.
Aflojado en una caída anterior, más abajo en la montaña, un taco roto resonaba ruidosamente chocando contra el resto de la herradura de la bestia. Drake escuchó el tintineo, reviviendo la casi letal caída. Movió receloso la cabeza, deseando no haber aceptado nunca el impetuoso desafío de Toob de echar una carrera para subir la montaña. Castigándose a sí mismo, Drake se dio cuenta de que en la mente de Toob, él era todavía un niño y el contrabandista lo había utilizado en su beneficio.
Todavía sacudido por la choque, Drake presionó firmemente los talones contra el costado de su montura y la instó a galopar hacia el estrecho barranco. Desplomado sobre la silla, el rostro febril de Toob brillaba por el sudor y el contrabandista gruñó algo ininteligible. Drake suavemente quitó las riendas de las manos flojas del corelliano y sujetó una cuerda de guía a la brida del olai.
Molesto por la fuerza seductora que el anciano ejercía sobre él, Drake dio un fuerte taconazo al costado del olai, ignorando una mancha de arcilla roja que cruzaba sus gafas de vuelo. Sus ojos seguían un camino errante de vagos recuerdos de la infancia... recuerdos oscuros que le saludaban con una promesa de ayuda y de seguridad en la buena voluntad de un viejo amigo. Si sus instintos eran correctos, encontraría refugio en el pequeño pabellón de caza, que se encontraba a pocos metros del camino principal, ubicado al cobijo de las puertas del asentamiento Juteau.
Más allá del rústico tejado y el modesto corral, Drake podía ver la silueta velada de las casas, refugios y tiendas. A lo largo de la carretera principal, se habían activado varias lámparas de incandescencia, espantando a todas las sombras salvo a las más persistentes. Desde los oscuros cielos nocturnos, caía una ligera llovizna, dificultando los pasos al andar. El clic de las garras metálicas de los olai resonaba con estrépito contra el camino lleno de baches, mientras entraba en los patios delanteros. Y a pesar de los increíblemente afilados tacos de sus herraduras, los animales tropezaban con frecuencia.
Drake guió a su montura hasta la cerca del corral y se detuvo. Rígido y con el trasero dolorido por la cabalgada, liberó los pies de los estribos y desmontó. Con deliberada lentitud, pasó suavemente sus manos sobre la ancha espalda del olai, contemplando la magnitud del daño sobre su piel negra. Severamente golpeada por la caída, la criatura se estremeció bajo su toque, lanzando una vacilante mirada de crítica a su jinete. Vívidamente consciente de sus propias llagas, emocionales y físicas, Drake sonrió y le rascó el liso hocico aterciopelado.
-Vaya, pero si es el mismísimo Príncipe de Socorro en persona -susurró una sombra tenue-. Y uno de los monarcas caídos de Corellia.
Drake resopló, reconociendo el acento familiar de otro héroe de la infancia.
-Ol'val, Fahs -saludó, aceptando el firme apretón de manos del issori.
Lejos de su mundo acuático, Issor, la clarísima melena rubia de Fahs se había vuelto de un gris lúgubre por el tiempo y la mala salud. La llevaba con orgullo en un moño ceremonial, ocultando la mancha pálida de la calva en la coronilla de su cabeza. El coste de la vanidad hacía aparecer el liso y redondeado contorno de su rostro, donde la evolución había hecho desaparecer las orejas primordiales. Vestido con unos desteñidos pantalones de pirata color beige, su piel y el cabello mostraban el calvario de una vida pasada en la superficie de arcilla bermellón de Redcap. Profundamente curtidas y con músculos prominentes, las largas y delgadas extremidades del Issori, acentuaban su figura alargada, dando una fuerza visible a la aparentemente frágil altura. En las sombras, Drake observó un ligero temblor en los finos dedos palmeados, prueba de haber pasado demasiado tiempo en la cantina local, más que en actividades útiles.
Fahs sonrió generosamente; una calidez genuina se extendió por todo su rostro arrugado pero encantador.
-Aún no eres un hombre, pero vives la vida de un hombre. Te ves bien para ser un pícaro común, Drake Paulsen.
-Eso es porque no soy tan común -bromeó el socorrano. Inclinando la cabeza hacia Toob, susurró-: ¿Tienes sitio para nosotros?
-Siempre. –Acercándose al costado del olai, el issori apoyó suavemente a Toob contra él y deslizó al contrabandista inconsciente desde la silla a su hombro-. Tranquilo, viejo, tranquilo -susurró en respuesta al murmullo incoherente del corelliano.
Drake lo siguió hasta la puerta de la cabaña, vacilando en el estrecho marco. Acostumbrándose a la oscuridad, examinó el familiar interior, donde había pasado numerosos veranos en compañía de los amigos de más confianza de su padre. Reacio a ir más lejos, se retiró a las sombras del exterior, junto a los olai, que necesitaban un poco de atención.
Pasó casi una hora antes de que Fahs resurgiera del refugio.
-¿Hace cuánto tiempo que está así?
-Desde que salimos de Tatooine, y antes de eso no estoy seguro. -Drake se apoyó en el poste de la cerca, descansando su frente contra la madera llena de nudos-."Jabba ordenó a Tait que lo arrojasen en algún lugar del desierto. Algo sobre mala suerte si Toob moría en el palacio.
Fahs se rió.
-Jabba es según Jabba actúa; y nunca nadie lo acusó de ser compasivo.
-Alguien debería enseñar a esa babosa...
-Alguien debería dejarlo tranquilo -le regañó Fahs suavemente-. Tienes mucho potencial, Drake. Consigue unos pocos años luz más a tus espaldas y, con el tiempo, puede que tengas la oportunidad de darle al viejo gusano lo que se merece.
-Me importa un bledo Jabba. Ahora mismo, Toob es mi mayor problema. ¿Qué está pasando, Fahs? ¿Qué le pasa? -Exasperado, Drake lanzó una piedra sobre los corrales de los olai, a las zarzas en el lado opuesto-. Es como se estuviera volviendo loco poco a poco.
-Podría decirse así -respondió Fahs, poniendo en orden sus pensamientos-. En mi mundo, los poetas lo llaman melanncho, una tristeza tan grande que hace que los hombres se vuelvan locos. Nuestra especie prima, los odenji, quedó casi destruida por ella algunos siglos atrás. -El issori pasó el peso de una pierna a otra, mirando el cielo nocturno-. Cuando comencé a trabajar en Corellia, los mineros -resopló con orgullo-, que no sabían nada de artes, lo llamaban por otro nombre... brekken vinthern.
-Un roto... ¿un duro invierno? –tradujo Drake.
-Es un duro invierno, cuando un contrabandista llega al final de sus días. De ahí es de donde viene el dicho. Lo llaman así porque pocos llegan a sobrevivir. -Cruzando sus brazos sobre su pecho, Fahs bostezó-. En ese entonces, era común en mineros que trabajaban en las operaciones de los núcleos radiados o en contrabandistas que pasaban demasiado tiempo trabajando con piezas de motor contaminados.
-Entonces, ¿qué va a pasarle?
-Bueno, Drake -comenzó Fahs, pensativo-, los hombres que sufren esta enfermedad no suelen morir mientras duermen. Una vez vi a un pirata que la tenía recibir más de 40 puñaladas antes de salir de la pelea.
-¿Contra quién peleaba?
-Contra él mismo. Pensaba que el Imperio le había impregnado con miles de pequeñas balizas transpondedoras. Así que empezó a arrancárselas.
Drake tragó saliva con esfuerzo, luchando por comprender.
-¿No hay nada... cualquier cosa que podamos hacer?
-Hay una cosa. -Fahs frunció sus delgados labios y se quedó mirando la espesa arcilla bajo sus pies. Una expresión severa y distante envolvió su rostro, que ya no era hermoso, sino más bien siniestro en las sombras-. Se encuentra en las etapas finales de la enfermedad. En las últimas horas, puede que ni siquiera te conozca. Puede volverse contra ti de mala manera. Revivirá el pasado, confundiéndolo con el presente, y puede que incluso te tome por un viejo enemigo.
-Y cuando eso suceda -preguntó Drake-, ¿qué debo hacer?
El issori no dudó. Inclinándose hacia el rostro de Drake, respondió:
-Asegúrate de que es tu dedo el que está en el gatillo, y no el de un extraño. -Fahs se alejó, refugiándose en las sombras-. Sólo hay dos clases de sacrificios en esta vida: los que se ofrecen un buen grado y aquellos que deben sufrirse. A veces, es difícil saber la diferencia.
-¿Cómo puede saberse?
-Cuidamos de nosotros mismos, Drake. Cuando llegue el momento, lo sabrás.
Aturdido, Drake tembló, evitando la mirada constante del Issori. Mirando más allá de la oscuridad de los corrales de los olai, vio una sombra moviéndose a lo largo del perímetro del corral. La figura se detuvo, observándolos durante un largo rato antes de saludar con la mano.
-¿Quién es ese?
-El teniente Noble Calder -susurró Fahs-. Pilota naves de escolta para el Aremin. Están registrando la zona en busca de contrabandistas. –Guiñando un ojo en tono de broma, añadió con un bufido-: ¿Crees que ha encontrado alguno? -El issori atrajo a Drake hacia sí, masajeando los tensos hombros del muchacho-. Calder es un hombre bueno para ser Imperial, Drake. No lo juzgues por lo que ves.
-Buenas noches, Fahs -saludó una voz suave-. ¿Cómo va la noche?
-Va bien -contestó Fahs, aceptando la mano del Imperial y dándole un firme apretón-. Teniente Calder, este es un buen amigo mío. Drake.
-Drake –le saludó Calder, ofreciendo su mano en sincera señal de amistad.
Drake esperaba que su sentido de contrabandista entrase en erupción con sospechas y alarmas. Cuando sus ojos se fijaron el traje de vuelo negro, una inesperada ola de calma re recorrió, pacificando su corazón que latía con fuerza.
-Realmente no soy tan mal tipo -escuchó reír al imperial-. Todo está en el uniforme.
Drake se echó a reír, estrechando la mano del oficial.
Extrañamente tranquilo, sonrió ante el hermoso rostro y la mata de pelo blanco que lo coronaba. Sus profundos ojos azules profundamente estaban separados por una nariz inusualmente angulosa, compensando la severidad de un rostro aristocrático.
Apretando suavemente el hombro de Drake, Calder bromeó.
-¿Qué estás haciendo con este viejo bribón? No eres más que un niño.
-Tiene 17 años -dijo secamente el Issori-. Ya es un hombre en nuestro mundo.
Irguiéndose, Calder suspiró.
-¿Los contrabandistas no creen en la infancia, Fahs?
La respuesta fue inesperadamente cortante.
-Uno tiende a crecer rápidamente a este lado del Imperio.
-Todo depende de las decisiones que tomes. –Guiñando un ojo, le dio a Drake unas palmaditas en la cabeza-. Buenas noches.
Continuó su camino por la carretera de montaña, retirándose a través de las puertas del asentamiento hacia las tierras comunes.
Cautelosamente, Drake susurró:
-Hablando de contrabandistas. ¿Conoces a un tal Marjan Saylor?
-Conozco ese nombre -respondió Fahs-. No he visto a esa persona durante una década o más. Lo conocí en Arapia cuando Toob y yo fuimos a cobrar una deuda para un señor del crimen llamado Saadoon-Kauldi.
-Saadoon-Kauldi -rió Drake con escepticismo.
-Te sorprendería saber para quién llegamos a trabajar en aquel entonces, mi joven amigo. En cualquier caso, resulta que era Marjan quien debía el dinero. Como era amigo suyo, Toob se dejó engañar ese tonto y le convenció para transportar una carga de especia a través del sector Elrood, lo que ayudaría a pagar la deuda y tal vez les proporcionase un beneficio. -Frunciendo los labios, Fahs sonrió con el recuerdo-. Lo logramos. Conseguimos el dinero para Saadoon. Pero lo que obtuvimos como beneficio no resultó suficiente para arreglar una, ni mucho menos las cinco brechas en el casco que sufrimos. -El issori sacudió la cabeza con cansancio-. Marjan estaba loco. Pero, ¿quién estaba más loco, Toob o él? Honestamente no sabría decirlo.
-Toob le mencionó a él y algo acerca de un cargamento de especia de gran tamaño. Por eso insistió en venir a Redcap.
-Es la enfermedad. No te preocupes, Drake. Saylor y Toob eran amigos, hace mucho tiempo. Tuvieron una discusión hace casi 20 años y no se han hablado el uno al otro desde entonces. –Tomando a Drake por los hombros, Fahs condujo al agotado socorrano hacia la puerta de la choza-. Creo que te vendría bien un trago de mi sopa, receta de mi vieja madre –dijo riendo entre dientes-. Lo mejor para un día frío y húmedo.
-Suena bien -contestó Drake, adormilado. En silencio, entraron en la cabaña y cerraron la puerta, echando el cerrojo tras ellos.

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