miércoles, 27 de febrero de 2013

Un duro invierno (IV)


Drake se despertó de un sueño agitado. El calor que emanaba de la chimenea era sofocante, casi vivo con una esencia tangible. Incapaz de respirar, el socorrano se puso rápidamente sus botas y salió de la cabaña, escapando a las oscuras nieblas nocturnas. Subiendo a la cerca del corral, se quedó mirando la gran boca del Cañón Tyma, hipnotizado por el intrincado laberinto de barrancos semi-subterráneos y pasos de montaña ocultos, destacas por sombras de mármol color marfil y huecos negros abiertos, expuestos bajo la tenue luz de las estrellas.
La quietud de la noche quedó rota por el lejano rugido del motor de un deslizador terrestre, reverberando desde los acantilados y proyectando ecos por toda la montaña. Cuando el vehículo se acercó, Drake saltó de la valla, poniéndose a cubierto detrás del abrevadero. Vio como los faros del deslizador atravesaban la oscuridad, avanzando temblorosas de un lado a otro mientras la nave giraba, casi chocando contra las puertas del asentamiento antes de enderezarse en el camino.
El conductor rodiano chilló cuando una botella de daranu se le resbaló de las manos y se estrelló contra la barra de la dirección. Desesperado por salvar a las últimas gotas, el rodiano frenó bruscamente, casi haciendo que él mismo y sus pasajeros salieran despedidos del vehículo. Junto a él, en los asientos delanteros, un sullustano ululó varias agitadas maldiciones cuando su frente chocó contra el salpicadero dejando una notable abolladura en la guantera.
Desde el asiento trasero, dos hombres humanos aullaban de placer.
-¡No te preocupes, Nio! -gritó uno de ellos en básico-. Toma -lanzó otra botella al eufórico rodiano-, toma otra. ¡Hay muchas más dónde salió esta! -Saylor Marjan se balanceó precariamente antes de sentarse de nuevo en su asiento. Poco después, gritó-: ¡No puedo creer que hayas metido a un niño en este asunto, Toob! ¿En qué estabas pensando?
-Deja que yo me preocupe por el muchacho -respondió una voz ronca-. Cambiaría a cualquiera de vosotros por él, exprime-reactores. -El contrabandista se calló, asaltado por un ataque de tos.
-Mientras pueda volar como escolta en mi Z-95 -se retractó Marjan-, le daré una parte justa.
-Eso es todo lo que pido -jadeó Toob-. Ahora vayamos. De repente, el rodiano aceleró el motor y el deslizador terrestre viró, rozando la pared de la montaña y agitando a sus pasajeros. Marjan juró con vehemencia, golpeando al conductor en la cabeza con un puño carnoso. Refunfuñando obscenidades, arrebató la botella de las manos temblorosas del rodiano y la hizo añicos sobre su cabeza escamosa-. ¡Ahora hazlo bien! -gruñó. Tembloroso, pero constante, el deslizador reanudó su curso, acelerando por la carretera de montaña por los senderos debajo del borde del cañón.
Frenético, Drake atravesó el pequeño recinto, volcando en su carrera un banco de trabajo con piezas de motor abandonadas. Se detuvo deslizándose cuando Fahs surgió de la puerta, y balbuceó:
-¿Lo has...?
-Lo he oído –dijo con brusquedad Fahs, entregando al socorrano su bláster, su camisa y su chaqueta.
-¡¿Cómo ha podido salir de la cama siquiera?! -preguntó Drake mientras se vestía la camisa.
-Es la naturaleza de la enfermedad -respondió Fahs, mirando ansiosamente el sendero-. Arriba, abajo, totalmente impredecible, especialmente en las últimas etapas.
-¿Adónde crees que se dirigen?
-Al Bantha Risueño, probablemente.
Abrochándose el desintegrador alrededor de la cintura, Drake corrió hacia los corrales de los olai.
-Tomaré por el Risco Garish y les adelantaré.
-Las lluvias lo han arrasado -advirtió Fahs, conduciendo uno de los olai detrás de él-. Es un suicidio seguro, incluso en un olai. -Cuando Drake se acomodó en la silla, el ansioso issori susurró-: Ten cuidado.
Drake Dejó asomar una sonrisa tranquilizadora, conjurando los temores del issori y los suyos propios.
-Cuidaré de él. -Activando el foco de luz en el arnés de su montura, silbó para darse ánimos y la espoleó para ponerse en camino, galopando imprudentemente hacia la estrecha boca de los pasajes del cañón más allá del asentamiento.
-Sé que lo harás, muchacho -suspiró Fahs, exhausto. Vio cómo la luz del foco se hacía cada vez más tenue sobre el camino del risco-. Sé que lo harás.
Apenas una hora después de salir al risco, Drake se inclinó sobre el cuello de su montura y golpeó las riendas contra sus hombros sudorosos. Podía ver el Bantha Risueño justo debajo de él y pudo escuchar el característico estallido de disparos bláster provenientes de esa dirección. Tiró de las riendas para dirigir su montura fuera de la pista, hacia las laderas rocosas sobre la taberna. Desconectando el foco que le proporcionaba luz, se abrió camino poco a poco por la peligrosa ladera, examinando desesperadamente las sombras y el arco de fuego láser que surgía desde cada lado del establecimiento.
A la izquierda, pudo distinguir el diseño blanco sobre negro de la armadura de los soldados de asalto imperiales cuando los disparos bláster iluminaban brevemente la zona de detrás de la barra. Frente a ellos, vio los restos humeantes de un rodiano y un sullustano tendidos en el barro. El sullustano todavía estaba vivo, su brazo malherido le colgaba a un lado mientras se arrastraba hacia sus compañeros, que estaban atrapados detrás del deslizador terrestre. Un disparo perdido puso fin a sus luchas.
-¡Esta vez te las tienes que arreglar tú sólo, Marji! -gritó una voz-. ¡No me corresponde solucionar esto!
Reconociendo la dura calidad de la voz de Toob, Drake guió su montura en esa dirección. Desde su posición ventajosa, vio que los soldados de asalto se disponían a cargar contra los contrabandistas superados en número y armamento. Usando el fuego disuasorio en su beneficio, retrasaban el ataque mientras otro destacamento de soldados de asalto se ponía en posición en el flanco exterior.
Drake galopó desde la tierra alta, haciendo un atrevido sprint cruzando la línea de fuego mientras decenas de soldados imperiales apuntaban. Fustigando su montura, esquivó un frenesí de salvas de bláster haciendo que el temperamental olai saltase sobre el deslizador terrestre incapacitado. Tirando ferozmente de las riendas, Drake le hizo dar media vuelta, balanceándose sobre su incómodo cuello mientras el animal se encabritaba.
-¡Vamos, Toob! -gritó, haciendo momentáneamente contacto visual con Marjan.
Pálido de histeria, Marjan gritó:
-¡No puedes abandonarme, Toob!
Agarrándose al estribo, Toob siseó.
-¡Maldice tu suerte, Marji! -Salvajemente, golpeó al contrabandista en la cabeza con su bota, manchando su rostro con barro rojo.
Drake chasqueó la lengua contra los dientes. El olai respondió con fuerza, haciendo una pequeña sacudida antes de salir al galope alejándose de la confusión de gritos y disparos de bláster. Protestando por la carga adicional, la montura se agitó con serias intenciones de tirar a sus jinetes. Haciendo rebotar sus cuartos traseros cada pocos pasos, irritada, la bestia echó hacia delante la cabeza y coceó al aire, tropezando en la arcilla inestable. Drake cogió las riendas y la guió de vuelta al camino. Era una lucha desesperada mientras la montura se defendía, incapaz de compensar el desplazamiento del peso y la huida temeraria por la montaña. Alargando la zancada, obedeció, galopando por la pendiente escarpada del cañón, retorciéndose los tobillos y las rodillas a cada paso.
Drake mantuvo sus talones en el costado de la montura, hostigándola con insistencia. Detrás de ellos, podía cómo se desvanecían los sonidos de la persecución. Cada pocos pasos, el ruido de los soldados de asalto atrapados hasta las rodillas en el barro iba disminuyendo. El socorrano sonrió con sorna, dando gracias por una toda una noche de lluvias torrenciales que habían precipitado y permitido su fuga.
Haciendo un último esfuerzo por resistirse, la yegua olai agitó violentamente la cabeza, golpeando la nariz de Drake con un chasquido de los huesos. El socorrano luchó por mantener la cabeza de la yegua bajo control, consiguiendo mantenerla en pie. Detrás de él, Toob se inclinaba hacia un lado, casi cayéndose del lomo del olai cuando el animal saltó apresuradamente un afloramiento de roca. Chillando de terror, aterrizó en un lodazal de barro húmedo, golpeando desesperadamente con sus patas traseras para escapar de la ciénaga. A pesar de sus esfuerzos, la yegua se tambaleó y cayó de rodillas. Volaron chispas de sus herraduras al golpear las rocas dentadas, que estaban repartidas por todo el camino. Alzándose con una cabriola, tiró a ambos jinetes antes de aterrizar de nuevo contra la endurecida carretera de montaña en un impacto capaz de romper huesos.
Controlando su caída, Drake se dobló sobre sí mismo y rodó. Atrapado por el impulso, siguió cayendo de cabeza, por el puerto de montaña. En la confusión de la náusea y el vértigo, oyó los horribles gritos de la yegua detrás de él, mientras esta se estrellaba por la pendiente escarpada hacia la cuenca del cañón. Acelerando por la pendiente en una enloquecedora maraña de piernas y riendas, el olai rebotó por encima de él, golpeándolo en la cara con uno de sus agitados cascos. En la base de la montaña, se estrelló contra el animal, golpeando su cabeza contra su cuerpo inmóvil. Su última visión fue la del cielo nocturno, violeta, rosa, y luego infinitamente negro.

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