lunes, 20 de agosto de 2012

La Tribu Perdida de los Sith #9: Pandemonio (V)


5

Las nubes se abrieron y el sol se reflejó de nuevo en las torres de cristal de Tahv. Edell ascendía los peldaños de mármol a la capital... solo. Ninguna escolta lo había recibido, ningún desfile había marcado su llegada.
En el interior, en el atrio en el que tres grandes facciones habían luchado entre sí un cuarto de siglo antes, Edell encontró la Tribu trabajando al unísono. Señores Sith y Sables se inclinaban sobre una réplica del mapa secreto de Korsin, dispuesto como una enorme mesa en el centro de la habitación. Edell lo había mirado muchas veces durante la planificación de su viaje... un viaje que ahora había finalizado.
-¡Señores y sables, he vuelto! -dijo. Nadie apartó la mirada de la mesa. Saludó otra vez... y otra.
Finalmente, los Señores enviaron a un subalterno. Ni siquiera un aprendiz, sino un mero Tyro, de un tercio de la edad de Edell. El jovencito adoptó un aire despectivo.
-¿Qué quiere?
-Tengo noticias -dijo Edell, irguiéndose-. He estado en el nuevo continente, y he regresado triunfante.
-¿Y cómo exactamente ha triunfado?
-Nos he llevado allí He demostrado que existía.
-Viejas noticias -dijo el muchacho, mostrando aún desdén-. La conquista va por buen camino.
Se abrió un espacio entre los Señores que se encontraban de pie de espaldas a él. Edell vio a través de la apertura que el mapa de la mesa estaba poblado con decenas de marcadores que simbolizaban fuerzas Sith y las aeronaves que las transportaban.
Edell frunció el ceño.
-No esperaba que invadieran tan rápidamente.
El Tyro no dijo nada.
-Muy bien -dijo Edell, dando un paso adelante-. Estoy preparado para asesorar...
-No. -El Tyro encendió un sable de luz, bloqueando su camino. Más adelante, el hueco entre los que estudiaban el mapa se cerró de modo que Edell ya no podía ver la mesa.
Edell protestó.
-Tengo derecho a estar aquí. ¡He confirmado que el continente existía!
-¿Y? Alguien lo habría hecho igualmente.
-¡Yo inventé las aeronaves!
-Que podemos construir sin ti.
-Pero yo soy un Alto Señor de la Tribu de los Sith...
-Un verdadero Sith habría hecho algo -dijo el Tyro-, no sólo echar un vistazo. Eres un manitas, nada más. -Dos guardias corpulentos, que nunca antes había visto, agarraron a Edell por detrás-. Echadlo fuera. No tiene derecho a estar aquí.

***

Edell jadeó y abrió los ojos a la noche. Agarrando las arenas húmedas, dejó escapar el agua de mar de sus pulmones.
¿Cuánto tiempo había estado inconsciente, se preguntó, para llegar a soñar? Parecía haber sido una eternidad... pero no podía haber sido más que unos pocos minutos. Mirando hacia el oeste a lo largo de la irregular costa, vio a cuatro de sus compañeros varados de manera similar, nadando a duras penas desde la bahía. A un kilómetro al noreste, los restos de la Candra aún ardían en el agua. Sin ser vistos, él y su grupo habían caído bastante al norte de la estación de señales; el globo había llevado los restos de la góndola más al este. Entrecerrando los ojos, vio uvaks zumbando sobre los restos, mientras que las luces se movió en la costa norte al otro lado de la bahía.
Aún no saben que estamos aquí, pensó. Tenemos una oportunidad.
Edell se incorporó torpemente. Magullado y empapado, pero por lo demás ileso, se tambaleó siguiendo la línea de la costa para reunirse con las otras personas que habían sobrevivido. Peppin, la capataz de uvak; Ulbrick y Janns, dos de los guerreros; y uno de los keshiri, cuyo nombre no importaba. Con Edell, eran cinco. ¿Era eso todo lo que quedaba, de una expedición de treinta?
-¡Subid! -dijo, señalando unas ruinas de piedra. Por encima, en lo alto de la cima occidental, se sentó una alta torre blanca rodeada por un alto muro. ¿Refugio, o más enemigos? No lo sabía... pero el complejo era mucho más pequeño que el de la península del norte, y si alguien había disparado misiles desde aquí, no lo estaban haciendo ahora-. No utilicéis los sables de luz -susurró. La oscuridad siempre había sido un aliado de los Sith... y particularmente ahora.
Los guerreros llegaron primero a la cima. Edell oyó un fuerte chasquido.
-¡Alto Señor!
Edell trepó para ver a Ulbrick en el suelo, agarrándose una herida en el muslo que sangraba abundantemente. Metros más adelante, una mujer keshiri de uniforme se agachaba detrás del cadáver de un uvak y disparaba brillantes proyectiles con un arma exótica. Los disparos por poco alcanzan a Janns, que se zambulló poniéndose a cubierto detrás de una cabaña en ruinas. Edell escuchó cómo los proyectiles se hacían añicos al impactar. Vidrio, se dio cuenta, como pequeñas hojas shikkar. Y aún más peligrosas, como probaban los gemidos de Ulbrick.
La mujer vio a Edell y volvió su arma contra él. El Alto Señor saltó justo a tiempo. ¿Cuántos disparos le quedarían en el cargador? Él no quería averiguarlo. Golpeando el suelo, ahuecó la mano y desgarró la superficie con la Fuerza, respondiendo a los disparos de la keshiri con un chorro de arena. La mujer estaba preparada para eso, pero su arma se negó a disparar de nuevo. Edell trató de coger el shikkar que guardaba en su cinturón...
...sólo para ser golpeado violentamente por un poder invisible. Bajo él, sus rodillas se doblaron, y cayó de espaldas, dejando caer la hoja. La mujer estuvo junto a ella en medio segundo, cogiendo el arma y abalanzándose sobre él. Él la agarró del brazo mientras ella lo bajaba con fuerza para apuñalarlo... y entonces vio sus ojos. Más grandes y separados que los ojos de cualquier otro keshiri que hubiera visto nunca, y llenos de un miedo furioso.
Sacando fuerzas de sus emociones, Edell exhaló con fuerza. La mujer cayó hacia atrás, perdiendo el control sobre la daga. Cuando aterrizó, se encontró con Peppin y Janns acechando sobre ella. Las manos enguantadas de los Sith la agarraron, Y lograron reducirla arrojándola al suelo.
Poniéndose en pie, Edell miró a su atacante. La mujer keshiri parecía ser de su edad. Llevaba un chaleco elaborado con un cuero que nunca había visto antes, casi una armadura. Reconoció al uvak muerto detrás de ella como al desafortunado Estribor, de la Candra... y cerca de él yacía un keshiri incapacitado, vestido como la mujer a excepción de un abrigo medio envuelto alrededor de su cuerpo.
Edell levantó la vista a la torre, al otro lado del muro. ¿Habría visto alguien la pelea? Hizo una señal a su embajador keshiri superviviente para que fuera a ver a Ulbrick.
-Yo me encargo de éste -dijo, recuperando su shikkar y dando un paso hacia el hombre herido.
-¡No lo toques, asqueroso Sith!
Todos miraron boquiabierto a su prisionera, que seguía consciente. Edell tartamudeó.
-¿Qué... qué has dicho?
Luchando contra sus captores, la mujer volvió a hablar.
-He dicho que no lo toques, asqu...
-Ya te había oído -dijo Edell, indicando a Peppin que le tapase la boca a la keshiri-. Simplemente, me sorprende oírte.
Nadie sabía qué idioma esperar de los nativos del continente oculto. Lo mejor que habían esperado era algún antiguo dialecto keshiri, si es que había habido algún intercambio prehistórico entre las culturas; su embajador estaba familiarizado con varias versiones. ¡Pero lo que ella estaba hablando, por mucho que fuera con un fuerte acento, era la lengua que la tripulación del Presagio había llevado a Kesh!
Calmándose, la mujer de cabellos plateados miró a Peppin y habló de nuevo en ese idioma.
-Queréis liberarme.
Peppin la miró incrédulo.
-Oh, no me digas...
-Sí -dijo Edell, con sus ojos dorados llenos de asombro-. Yo estaba en lo cierto. Lo pensé en el océano... y otra vez cuando la vi luchar. Estos keshiri saben cómo usar la Fuerza. O ésta lo sabe. -Volvió a mirar la extraña arma de madera tirado en la arena-. Tienen varias armas secretas.
-Nos preparamos para vosotros -dijo la prisionera, clavada en el suelo.
-¿Preparados para nosotros? ¿Cómo podéis siquiera saber de nosotros? -Edell miró a través de la oscuridad al muro del complejo-. ¿Quién más está aquí?
-¡Un destacamento entero!
Edell soltó una risita.
-Eso es mentira.
Finalmente, un respiro. Puede que los keshiri de allí hicieran uso de la fuerza, pero esta mujer no estaba muy versada en la técnica de las defensas mentales. Eso era un buen presagio.
-Tu nombre es... Quarra, creo. Y estás sola.
Quarra le fulminó con la mirada... y se estremeció. A un lado, su compañero keshiri se despertó tosiendo. Los ojos de la mujer se movieron en esa dirección.
-No quieres que él muera -dijo Edell-. Bien. Eso puede serme útil. Llevadlos a ambos dentro de la torre, rápido.
-Tened cuidado con él -dijo Quarra-. ¡Vuestro maldito uvak cayó sobre él y le ha roto las costillas!
-Vosotros mismos derribasteis la criatura sobre vosotros. -Hizo crujir los nudillos-. Pronto muchas más os caerán encima.
-No lo creo -dijo Quarra mientras sus captores la ponían en pie-. ¡Ya habéis visto lo que ha pasado ahí fuera! Nunca atravesaréis nuestras defensas.
-Oh, ya lo creo que lo haremos. -Edell señaló la abertura en el muro del complejo-. Nos has dejado la puerta abierta, ¿ves?
Edell vio que harían falta dos personas para mover al voluminoso nativo herido. De repente se acordó de su propio guerrero herido. En las sombras de la estructura, la víctima de Quarra se apoyaba pesadamente sobre los hombros del lacayo keshiri de Edell. El vendaje improvisado alrededor de la pierna derecha de Ulbrick estaba completamente saturado de sangre.
-¿Cuál es su condición... como te llames?
-Me llamo Tellpah, alto señor -respondió el erudito keshiri-. El Sable Ulbrick tiene muchas esquirlas en la pierna.
-Tendremos que actuar con rapidez. ¿Puede caminar?
Ulbrick apretó los dientes por el dolor.
-No sin dificultad, Alto Señor -dijo el joven Sith-. No lo creo.
Edell miró al guerrero y luego otra vez a Quarra. Le ofreció una sonrisa a la mujer... y se volvió, encendiendo su sable de luz y decapitando a Ulbrick con un destello rojo. Tellpah evitar el golpe que no iba dirigido contra él, pero el ayudante keshiri no pudo evitar el desastre.
-Oculta el cuerpo -ordenó Edell, desactivando su arma. Este lugar estaba protegido de la vista de la bahía, por lo que nadie había podido ver el acto... salvo el público al que iba destinado.
Quarra escupió horrorizada.
-¡Era uno de los tuyos!
-Sí -dijo Edell suavemente al pasar por la puerta-. No lo olvides. -Volvió a mirar al trío restante de sus compañeros-. Llevad al hombre a la parte baja de la torre. Yo iré a la parte superior para echar un vistazo.
-Pronto llegarán otros -dijo Peppin.
-Entonces hagámoslo rápido –dijo-. Tenemos que saber a qué atenernos. Atad a la mujer... y llevadla también al piso de arriba. ¡Puede que sea capaz de decirme a qué estoy mirando!

***

¡Un sable de luz!
Atada y sentada contra el banco de trabajo volcado de Jogan, Quarra lanzó miradas furtivas al líder de los Sith mientras este registraba el campanario... y al arma corta atada a su correa, que refleja suavemente la luz de la lámpara de neón que llevaba. Los sables de luz habían sido descritos en las Crónicas de Keshtah, e incluso corría el rumor de que existía uno en Alanciar, llevado allí por el Heraldo, hace mucho tiempo. Si tal cosa era cierta, el objeto estaría guardado en los archivos más secretos de la tierra, enterrado junto al cuartel general de avanzada del Gabinete de Guerra en Sus'mintri. Se preguntó si la reliquia aún funcionaría, como había hecho el arma del humano. Un pilare de energía mágica, que no se deshacía al chocar contra algo.
Sin duda, los Sith eran los Destructores de la leyenda. O sus secuaces. O sus creaciones.
Las Crónicas también habían descrito a los seres humanos, pero nada podría haberla preparado para las diferencias entre ellos. Esta variedad de tonos de piel y color de cabello, en comparación con la tez púrpura de los keshiri. Era difícil de creer que Edell, con su cabello del color del sol, perteneciera a la misma especie que la mujer Peppin y su impactante melena roja. No eran poco atractivos, como solían ser los monstruos, pero las Crónicas también habían advertido a los alanciari acerca de este hecho.
El líder de los Sith se inclinó con impaciencia sobre su asistente.
-¿Has encontrado algo, Tellpah?
-No, Alto Señor -le respondió el hombre más viejo, hojeando notas en el suelo, no lejos de donde ella estaba sentada. Tellpah era quien más desconcertaba a Quarra. Era keshiri, y sin embargo no lo era del todo, con una frente más baja y una cara ligeramente más estrecha. No era una rama muy lejana del árbol keshiri, pero sí una distinta de la suya. ¿Vendrían los humanos cada uno de diferentes lugares, para parecer tan distintos?
¿Y por qué un keshiri estaría allí, ayudando a los Sith que lo habían esclavizado?
-No tienes por qué obedecer, Tellpah –le susurró-. ¡Aquí los keshiri son libres!
Tellpah la miró fijamente, sin comprender.
-Ignórala -ladró Edell-. ¡Necesito saber la señal correcta que debo enviar!
Quarra sonrió. Al llegar al campanario, Edell había ido de balcón a balcón, estudiando la escena nocturna del exterior. Eso claramente le había puesto nervioso. Sólo la negrura del océano al oeste y al sur; rastreadores armados en la bahía hacia el norte. Y a lo largo de la península hacia el este, las tropas se estaban reuniendo a las puertas de la fortaleza del Cuello de Garrow, preparándose para dirigirse hacia ellos. Por lo que había dicho el Sith, los globos de fuego habían sido encendidos allí y en todas las fortalezas hacia el norte, para ayudar a las fuerzas de defensa. Una buena señal, pensó Quarra. Los alanciari ya no tenían miedo de que llegaran más aeronaves, y estaban preparando la operación de limpieza.
La única cosa que parecía ir conforme a los planes del líder Sith fue la llegada de dos humanos más, guerreros, evidentemente náufragos de la aeronave al igual que él. Habían surgido, ilesos, desde la bahía cerca de la punta occidental de Punta Desafío, y habían hecho que su número ascendiera hasta seis. Pero si quería evitar la llegada de las tropas desde el este, su tiempo se estaba acabando.
-¡La señal, Tellpah! ¡La señal!
-Ya te lo he dicho antes, conozco el código de todo despejado –se hizo oír Quarra.
De pie en el exterior junto al aparato de la señal, Edell se asomó para mirarle y lanzarle una mueca burlona.
-No creo que deba confiar en la señal que enviases.
-Tú decides -dijo. La había subido al piso de arriba pensando que al tener a Jogan en su poder, ella cooperaría. Pero incluso teniendo esa ventaja, comprobó que el Sith seguía siendo altamente suspicaz.
Edell entró de nuevo en el campanario y se quedó mirando con enojo a la base con los cilindros de señales. En un arrebato de poder de la Fuerza, lo estrelló contra el muro de piedra.
Bien, pensó Quarra. Se está desmoronando.
-No, no es así –dijo él, volviéndose hacia el sur. A través de la puerta abierta, vio algo lejos en el horizonte. Rápidamente salió-. Tellpah, por aquí. ¿Ves lo mismo que yo?
El esclavo keshiri se unió a su amo en la barandilla.
-¡Un barco, señor!
Quarra hizo una mueca. Sólo los buques de la Guardia Costera navegaban en el mar occidental, pero la flota cosechadora faenaba en los bancos de coral del Pasaje del Sur. Dejando caer anclas de piedra maciza para luchar contra la rápida corriente, los buques y sus buzos salían durante semanas. Sabía que se suponía que no debían faenar tan lejos al oeste, pero los capitanes atrasados en sus cuotas de recolección de productos del mar eran conocidos por saltarse algunas normas.
-Está bien -dijo Edell, apuntando al sudeste-. ¿Ves dónde está? Apuesto a que no pueden ver en absoluto la torre de señales en esa fortaleza cerca de nosotros. -Dio una palmada a Tellpah en el hombro. Rápido, vamos. ¡Llevémosla abajo!
Forzando a Quarra a levantarse, el esclavo apretó la cuerda que le ataba las muñecas a la espalda y la empujó hacia adelante. Quarra miró hacia las fauces abiertas de la escalera... y vio una oportunidad. Sería fácil dar un paso en falso y caer a su muerte. Era, de hecho, su horrible responsabilidad ahora. Ningún alanciari debía ayudar a los Sith en sus planes de invasión. Ella ya había hecho demasiado, con sólo abrir la boca. Dio un paso en el aire, con su bota posada en el vacío. Había que hacer algo...
No. Pensó en sus hijos en su hogar... y en Jogan, herido y tal vez moribundo en el piso de abajo. No, tenía que haber una razón que le hubiera llevado hasta allí, precisamente en ese momento. Y había esperanza. Las tropas se acercaban. Puede que su matrimonio no sobreviviera a su llegada, pero tampoco lo harían los humanos asesinos. Con determinación renovada, bajó las escaleras, seguida por Tellpah y su amo.
Los guerreros recién llegados surgieron desde el sótano, con los brazos cargados de libros y pergaminos, tal y como había estado Jogan.
-¡Archivos, Alto Señor!
-¿Aquí fuera? -Edell miró el alijo de pergaminos con aire evaluador-. Traedlos. Podrían ser de utilidad.
Quarra apenas ahogó una carcajada. Se imaginó lo que habría en la biblioteca de Jogan. Probablemente, la mitad de ellos serían historias de aventuras o romances. Recordando de repente, miró a un lado. Desde su habitación, Jogan gimió.
Edell la empujó hacia la habitación de Jogan.
-No te pongas demasiado cómoda.
Quarra vio que, ciertamente, Jogan no estaba nada cómodo. Los Sith lo habían dejado en el suelo, ignorando por completo su cama. Pero ahora su rostro tenía mejor color. Jogan había entrado en estado de shock cuando el uvak lo golpeó; Quarra había necesitado todas sus habilidades de la Fuerza para mantenerlo con vida. Se arrodilló junto a él. Con las manos atadas a su espalda, lo único que podía hacer era besar su mejilla amoratada.
Aturdido, Jogan la reconoció.
-Así no es como me había imaginado que entrarías en mi dormitorio -dijo, arrastrando las palabras.
-Silencio, ahora.
Jogan escuchó las voces extrañas de fuera y trató de levantarse, luchando contra el dolor. Ella le hizo bajar empujándolo con el codo. Jogan jadeó, agotado por el esfuerzo.
-¿Esos son... los Sith?
-Sí -susurró ella, acariciándole la mejilla con la suya-. Pero ahora mismo no están contentos. Sólo tenemos que esperar...
-Se acabó el esperar -dijo Edell, de pie en el umbral sobre ellos. Sonrió-. Es una lástima tener que interrumpir a semejante pareja de tortolitos. Pero hemos encontrado vuestro barco ahí fuera. Estamos a punto de hacer otro viaje... ¡todos nosotros!

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