viernes, 17 de agosto de 2012

La Tribu Perdida de los Sith #9: Pandemonio (IV)

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¡Chas-Crack! La enorme ballesta en Punta Vigilancia disparó de nuevo, y su chasquido mecánico resonó a través del puerto hasta la estación de señales en Desafío.
-¡Sí! ¡Sí! -gritó Jogan desde la torre de la estación, dando saltos en el sitio. Su excitación sacudía el balcón norte más que las propias explosiones-. ¡Acabad con ellos!
Quarra se apoyó en la barandilla, hipnotizada por la escena que se veía al noroeste. Una turbidez rancia en lo alto del cielo era el único indicio de la existencia previa de la primera aeronave. La segunda había dejado una biliosa columna de humo, cayendo en espiral persiguiendo a su infeliz pasaje.
Sith. ¡Sith! Quarra se maldijo por no percibir su mal aproximándose. Su trabajo, su civilización entera, se basaba en permanecer alerta, y había permitido que otras preocupaciones desviaran su mente. ¡Era culpa suya! Pero, de todas formas, ¿quién sabía qué había que buscar? Nadie de los que vivían en Alanciar había sido tocado por el mal Sith. No hasta unos minutos antes, cuando abrió su mente para enviar el mensaje de advertencia a la parte continental. Pudo sentirlos en ese momento: zarcillos de oscuridad retorciéndose, llegando en la noche, muy confiado de la inferioridad de Quarra... y del triunfo definitivo de los Sith.
-Triunfo. -Casi había podido escuchar la palabra, pronunciada por una boca alienígena.
Dos de las aeronaves habían caído después de eso, pero ¿quién sabía cuántas más tenían los Sith? ¿Quién sabía siquiera que las tenían? No se mencionaban aeronaves en las Crónicas de Keshtah, el tomo que contaba todo lo que se conocía sobre el lado oscuro del mundo. Si los Sith tenían aeronaves, ¿por qué no las habían utilizado antes? ¿Eran nuevas? ¿Era esto una prueba?
Si lo era, las fuerzas de la Alanciar la estaban superando. Sobre las aguas, otra arma disparó, lanzando una silbante nube en la noche.
-¡Eso es! ¡Eso es! –exclamó Jogan-. ¡Llevaos eso de vuelta a vuestra casa!
Quarra se levantó de repente.
-¡Casa! –Salió disparada de vuelta al interior del campanario.
Inmediatamente chocó contra algo dolorosamente sólido. Habían apagado las pocas luces del campanario, de acuerdo con las órdenes generales, pero había olvidado dónde estaba la mesa de trabajo de Jogan. Ahora la mesa estaba encima de ella... o ella estaba sobre la mesa. Quarra rodó, tratando de liberar su pierna. Los lápices de Jogan cayeron de sus soportes, repiqueteando en el suelo junto a ella. Ella juró, pero su voz se perdió en el sonido de otro disparo desde la costa opuesta.
En el exterior, Jogan vitoreaba.
-¡Voladlos por los aires, maldita sea!
Quarra pensaba esas dos últimas mismas palabras. Apretó los dientes y pateó la mesa para librarse de ella. Volviéndose, pasó por encima de los objetos caídos y avanzo tambaleante hacia la escalera.
-¡Quarra, tienes que ver esto!
Asomando la cabeza al interior, Jogan la vio desaparecer en el agujero negro de la escalera.
-¿Quarra?

***

La góndola se estremeció en la oscuridad.
-¡Daos prisa, estúpidos!
Todos los ocupantes de la Candra estaban ahora en movimiento, lanzando provisiones por la borda en un intento desesperado de poner un poco de altura entre la nave y las ballestas de tierra. Edell vio que la fortificación que dominaba el puerto estaba bastante erizada de armas... pero que tenían un alcance limitado. Para evitar un destino mortal, un Sith bien podría pasar un poco de hambre.
Pero la Tribu tenía que saber lo que acechaba allí.
-¡Taymor! ¡Envía la alarma!
Mirando hacia atrás, Edell vio a la telépata arrodillándose. No había manera de concentrarse ahí, no con la Candra sacudiéndose tan violentamente por los esfuerzos de los uvak enloquecidos. La mujer se apoyó en la estructura de la góndola con una mano... y gritó cuando unos géiseres blancos parecieron brotar de debajo de sus pies, haciendo pedazos a la mujer y al suelo de hejarbo.
Edell observó con ojos desorbitados como Taymor caía. Con la Candra dando bandazos de nuevo, saltó a través del nuevo agujero abierto en el suelo para aterrizar junto a lo que quedaba de la clarividente. Comprobó que no había forma de salvar a Taymor: su cuerpo había sido desgarrado por docenas de piedras brillantes. Se quedó boquiabierto al reconocer los proyectiles.
¡Diamantes!
Un uvak pasó gritando, remontándose hacia arriba en el cielo de la noche detrás de la Candra. Edell creyó una de sus propias gimientes criaturas había logrado liberarse... hasta que el uvak pareció dar media vuelta en el aire y se volvió en su persecución. No había duda: era la fuente de los disparos fatales. Y ahora que se aproximaba, Edell podía ver a través de la oscuridad a un jinete keshiri, sosteniendo un tubo largo en el hombro.
-¡Cuidado!
Mientras Edell se sumergía de nuevo en la apertura, un chasquido mecánico sonó por detrás. Una nube de piedras brillantes se arqueó hacia arriba; algunas pepitas perforaron la parte posterior de la góndola, otras siguieron ascendiendo, zumbando, hasta perderse de vista. Debajo, los uvak de la propia Candra, que nunca habían dejado de gritar, quedaron abruptamente en silencio.
El capitán vio cómo el atacante se adelantaba para unirse a otros dos, similarmente armados. Los ojos de Edell se abrieron como platos. ¡Los keshiri tenían una fuerza aérea!

***

Quarra bajó las escaleras saltándose escalones antes de saltar finalmente por encima de la barandilla hacia la oscuridad. Aterrizando con seguridad en el suelo de la torre -por lo menos la Fuerza le había sido de ayuda en eso- se precipitó hacia la cocina, sin recordar siquiera qué estaba buscando.
Jogan descendió rápidamente por las escaleras.
-¡Quarra!
-Me tengo que ir -dijo mientras se precipitaba atolondradamente de habitación en habitación-. ¿Dónde está mi bolsa? ¡Necesito mi bolsa!
Jogan miraba, perplejo, desde su posición en la escalera mientras ella se movía frenéticamente. Señaló hacia el suelo, delante de las puertas de los dormitorios.
Buscando a tientas la bolsa en la oscuridad, Quarra se levantó. La tela se rasgó al quedar la cuerda de la mochila atrapada bajo su pie, y ella cayó al suelo de nuevo con un ruido sordo. La ropa cayó desparramándose de la bolsa rota.
Otro clamor desde el exterior. Jogan alzó la mirada hacia las alturas, dudando entre ver la destrucción de los antiguos invasores y a una mujer alterada luchando en la oscuridad para recuperar su ropa. No tardó mucho tiempo en decidirse. Saltó de la escalera, la encontró agachada a cuatro patas, metiendo inútilmente objetos en una bolsa que ya era tal. Se arrodilló detrás de ella.
-¡Quarra, no tienes que irte a ninguna parte! Hemos enviado nuestros mensajes. Estamos a salvo aquí.
-Estás a salvo aquí -dijo ella, buscando a tientas la última de sus prendas interiores descarriadas. Mirando a la izquierda, la encontró... en la mano del desconcertado oficial de señales-. Yo no estoy a salvo aquí... ¡porque yo no estoy aquí!
Jogan le dirigió una mirada sin entender.
-¿Qué quieres decir?
Le arrancó la prenda de la mano.
-¡Mi marido cree que ahora mismo estoy de gira por la Ladera Norte!
-Yo no salgo mucho. ¿Es así como llaman ahora a lo que estábamos haciendo?
Ella le devolvió una mirada que dejaba bien en claro que no le había hecho gracia. En el exterior, otro chasquido de madera más indicaba más tribulaciones para los Sith invasores.
Jogan la observó doblar lo que quedaba de la bolsa.
-Pero has dicho que Brue no está en el ejército –dijo-. No creo que lo averigüe.
Sujetando sus pertenencias entre el brazo y el torso, Quarra se volvió y agarró las manos de Jogan. Habló con urgencia.
-Jogan, conocerte es una de las mejores cosas que han pasado nunca. Eres una persona muy optimista y confiada -dijo. Le volteó sus manos y las aferró con más fuerza-. Pero eso de ahí fuera es lo más grande que jamás haya ocurrido, ¡y tú y yo estábamos en el balcón viéndolo! ¡Yo he sido quien envió la señal de pensamiento! -Dejó caer las manos y se levantó-. Pronto habrá aquí un montón de gente -dijo, gesticulando salvajemente-. Y todo el mundo en Kesh sabrá quién estaba aquí cuando llegaron los Sith. ¡No puedo estar aquí!
-Esto es historia...
-¡Cállate!
Jogan se puso de pie.
-Quarra, si el estado te envió, ya saben que estás aquí...
-De eso se trata. No me enviaron. -Pasó junto a él como una exhalación camino de la puerta. Iluminada desde atrás por la poca luz del exterior, se volvió para mirarle de forma lastimera-. Yo misma escribí la carta de tránsito. ¡Tomé prestado el sello del supervisor de viajes para compulsarla!
-¿Puedes hacer eso?
-¡En realidad, no! Pero ayuda que él tenga setenta y siete años, y buenos contactos para que le envíen a trabajar en, no sé... ¿una fábrica de vidrio?
-¿No hubo una orden de relevo para Belmer?
¡Belmer! Su mente daba vueltas. No, ella no le había dicho su nombre a Belmer, el gritador de pensamientos. Él también estaría ahora mismo volviendo hacia allí, a menos que las fuerzas en el Cuello de Garrow lo hubieran retenido. Pensó de nuevo en el capitán y sus artilleros. ¿Recordaría él su nombre? Ellos, también, aparecerían caminando por el sendero en cualquier momento. ¿Cómo se suponía que iba a conseguir esquivarlos para irse?
-¡Tengo que irme!
Corrió hacia la puerta.

***

-¡Daños de la campana en aumento!
La advertencia de Peppin no era una sorpresa para Edell. El hidrógeno salía siseando de pinchazos en la bolsa de gas. Esto no es bueno, pensó, aunque al menos los atacantes que rondaban alrededor -había tres ahora- no tenían las jabalinas con punta de fuego que habían matado a sus compañeros. Pero la Candra estaba descendiendo de nuevo, y pronto estaría de vuelta dentro del alcance de los ballesteros. No había otra opción. Tenían que desinflar el globo... antes de que otra persona lo hiciera.
Edell se abrió paso hacia adelante. Había un cabo colgando allí en alguna parte, cabeceando en la oscuridad, que vaciaría el globo de gas de forma ordenada... si les daba tiempo. En el exterior, los jinetes de uvak se preparaban para dar otro pase.
-¡Guerreros de babor y estribor! Preparados para desviar el fuego –gritó-. Nada de sables de luz; ¡usad la Fuerza!
No era el momento para descubrir si encender un sable de luz desencadenaría una explosión.
Dos uvak convergieron desde ambos lados, y sus jinetes desataron una lluvia de gránulos brillantes en la noche. Pero justo cuando los guerreros Sith gesticulaban para bloquear la rociada, el tercer jinete de uvak hizo su aparición... lanzándose de cabeza hacia la góndola.
La sección delantera se desgajó bajo el peso del ataque suicida, destrozando la imagen tallada de Candra Kitai junto con el resto de la proa. Dos miembros de la tripulación murieron en el acto por el impacto. Edell se agarró a un tramo de barandilla en medio del barco justo cuando los cables delanteros se rompieron. Lo que quedaba de la góndola volcó hacia abajo, sujetándose sólo por los soportes traseros al globo que iba deshinchándose cada vez más. Otro guerrero y un embajador keshiri que no estaba bien sujeto desaparecieron en la oscuridad.
Lo que quedaba de la Candra se precipitó hacia abajo, y el globo sacudía violentamente a sus rehenes que sobrevivían debajo. Edell vio rostros girando por encima de él, todos ellos aferrándose desesperadamente a los restos. Bajo ellos, el oscuro puerto se hacía cada vez más ancho, como si fuera una boca que quisiera devorarlos. Desde más allá, escuchó los reveladores silbidos empezando de nuevo, cada vez más agudo por segundos. Gritó para que su tripulación se dejase caer desde la nave... y, finalmente, saltó él mismo, renunciando a su sueño ante una erupción de luz y calor.

***

Mientras el oleaje se estrellaba contra la península al sur, el caos continuó haciendo estragos en el norte. Cada lanzador de las Seis Garras disparaba violentamente hacia el cielo, en busca de la última aeronave. Jogan estaba de pie en la puerta abierta, sosteniendo su ballesta de repetición con las dos manos. Una construcción fuerte de madera osificada y bandas elásticas de alta tensión, era el suministro estándar para el frente.
Pero mientras la guerra tan esperada estaba teniendo lugar al otro lado del puerto, hacia el norte, Quarra andaba buscando por el montículo en todas las demás direcciones. Su bolsa rota estaba posada en el suelo, sin vigilancia.
-Quarra, ¿qué pasa? -preguntó Jogan, acercándose.
-Mi muntok -dijo, agitando un trozo de cordón de cuero-. ¡Esa maldita cosa ha mordido su correa y ha salido corriendo!
Jogan se arrodilló y miró las huellas en la arena de color púrpura.
-Las explosiones le habrán asustado. ¿Puedes llamarle?
-Lo haría si supiera su nombre. ¡Lo alquilé en el corral de Tandil!
-¿No te acuerdas de su nombre?
-Sólo iba a tenerlo por un tiempo. ¿Llegas a conocer a los muntoks de alquiler?
Jogan la miró con desconcierto.
-¿Y tu trabajo es mantener Uhrar organizada?
-¡Lo siento, es mi primera aventura!
Quarra se volvió para discutir más a fondo la cuestión... sólo para sentir una agitación en la Fuerza. Sintiendo la sombra cayendo sobre Jogan antes de poder verla, se acercó para empujarlo telequinéticamente.
¡Demasiado tarde! Una masa orgánica se estrelló contra la ladera de arena, agitándose al chocar contra la superficie. Arrojada al suelo por el impacto, Quarra tropezó... y miró fijamente a los verdes ojos inertes de una bestia gigante.
-¡Un uvak! -gritó, tratando de ponerse en pie. Avanzó a tientas en oscuridad, tanteando su camino alrededor de la criatura-. ¡Jogan! ¿Estás bien?
Al noroeste, por encima de su hombro, el último globo restante explotó estruendosamente sobre el puerto. Quarra no le prestó atención, tanteando alrededor del mastodóntico cadáver hasta que encontró a Jogan, con su cuerpo atrapado debajo de la pesada cola de la criatura.
Con el rostro violeta iluminado por la detonación, Jogan miraba hacia arriba con ojos nublados, y sangre goteando de sus labios.
-Creo que he encontrado tu animal -dijo, entre tos y tos-. Pero pensaba... que habías dicho que alquilaste un muntok... no un uvak...

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