martes, 14 de agosto de 2012

La Tribu Perdida de los Sith #9: Pandemonio (II)


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-Aquí es donde sucede la magia -dijo Jogan, ayudándola a entrar al campanario-. Lo que hay de ella.
Justo en la puerta de entrada hacia el oeste, un soporte de madera sujetaba cilindros de diferentes tamaños. Cada tambor tenía varias ruedas cubiertas de placas orientadas en torno a un pasador central, con líneas dividiendo la circunferencia de cada rueda en partes iguales. Jogan seleccionó uno de los tambores de tamaño medio y lo colocó a lo largo en un soporte de su mesa de trabajo. Con una celeridad nacida de la rutina, garabateó un mensaje con tiza en el cilindro, un símbolo en cada caja, girando el tambor completo cuando llegaba al final de cada línea. Al acabar, sacó del interior del cilindro una pequeña varilla de cierre, haciendo que las ruedas con letras giraren libremente. Tras restablecer las posiciones de las ruedas al azar, reemplazó la barra de bloqueo y registró un número de diez dígitos que reflejaba las nuevas posiciones de las ruedas.
-Esta no es una encriptación muy sofisticada -dijo. Desenchufando el cilindro de su lugar de trabajo, salió al balcón del este. En el parapeto se encontraba el marco que sujetaba la gran red de globos de fuego, todos menos uno de sus orbes girados hacia adentro, hacia sus sujeciones... la posición de “apagado”-. Es posible que quieras protegerte los ojos -dijo.
Quarra se quedó en la puerta y observó a Jogan manejar el dispositivo de señale. Girando poleas, hizo que la red brillase cobrando vida. Se encendió una luz naranja, y luego otra, alumbrando a la distancia en la creciente oscuridad del este. Enviada la señal de alerta, las manos de Jogan saltaban de un control a otro, encendiendo y apagando luces de un brillante blanco, dorado, naranja y verde. Había aprendido una vez lo que significaban; había sido parte de su formación básica en su hogar. Sin embargo, sólo un experto podría enviar señales tan rápido como un operador de semáforos de Alanciar con experiencia. Jogan sólo necesitó cinco segundos para enviar el código de destino y comenzar a transmitir su misiva.
-Eres bueno.
-Práctica -dijo, apenas mirando el tambor con el texto codificado como referencia-. Es una enorme cantidad de trabajo sólo para decir que Belmer Kattun ha ido a dormir en el suelo de una taberna durante una semana, y que su relevo ha llegado.
-¿No estás usando mi nombre?
-No hay necesidad -dijo Jogan, sonriendo, incluso mientras sus manos seguían trabajando en el dispositivo-. Eres un guerrero anónimo más para la Gran Causa.
Puede que tengamos una Gran Causa diferente este fin de semana, se dijo, esperando que su rubor no se notase en el resplandor.
Volviendo al interior, protegida de los ardientes destellos, estudió la habitación solitaria. Entre observadores, señaleros y transcriptores, en la mayoría de estaciones de señales hacia el interior había no menos de cuatro trabajadores. Y muchas de ellas tenían más, manejando tráfico en más de una dirección. Lo que había comenzado como un sistema de alerta temprana se había convertido en el eje logístico del estado, transportando de todo, desde información meteorológica hasta manifiestos de carga. Como habían pasado décadas sin que el temido enemigo llegara, muchos con la autoridad necesaria habían empezado a utilizar la red para mensajes personales, como los que habían intercambiado ella y Jogan. La red había sido uno de los mayores desarrollos de los tiempos modernos, pero estaba cada vez bajo más presión, y se esperaba que en cualquier momento el Gabinete de Guerra tomara medidas drásticas.
Eso está bien, pensó. Ahora estoy aquí.
-¿Dónde trabaja el gritador de pensamientos? -preguntó ella.
-A veces aquí. A veces en el balcón, o en el patio -dijo Jogan, volviendo desde el exterior. Terminado el mensaje, borró el cilindro limpiándolo con un paño húmedo-. Abajo hay una sala de meditación con un poco de privacidad, pero eso no parece importaros.
-Cierto -dijo, recordando-. No puedes usar la Fuerza.
-Me basta con mi forma de enviar mensajes. –Señaló la puerta junto a él-. ¿Puesta de sol?
De alguna manera, Quarra se encontró en el balcón del oeste, muy por encima de las atronadoras olas. La vida se estaba moviendo sin ella. Ella ya no tomaba decisiones, no de manera consciente. Fuera de allí, como le había prometido, un fuego naranja apareció entre las nubes bajas y el horizonte.
-Los bancos de coral en el sur son incluso más bonitos. Tenemos un bote de remos... tal vez por la mañana puedas verlos. -Jogan apareció a su lado con una botella y un vaso-. Del escondite de Belmer. -Sirvió el vaso para ella-. Lo siento, no hay más que un vaso. Belmer bebe directamente de la botella. –Guiñándole un ojo, hizo exactamente eso.
-Así que esto es lo que hacéis –dijo-. Os sentáis aquí durante todo el año, bebiendo...
-Y escribiendo a mujeres casadas.
-...bebiendo y escribiendo a mujeres casadas, mientras que el Gran Enemigo acecha sobre las olas. -Bebió un sorbo y sonrió-. Soy una jefa de sección, ya sabes. Podría informar de ello.
-Correré el riesgo.
El sol desapareció, y la alfombra de nubes borró el cielo restante. Sintiendo que se levantaba el viento, se acercó más a la barandilla donde él bebía.
-¿Nunca te has casado?
-No, y tú lo sabes –dijo-. Hablamos de eso en el segundo mensaje.
Quarra se rió entre dientes. Su propio estado civil no fue revelado hasta el duodécimo mensaje.
-Supongo que es difícil pensar en tener una familia al final de la línea.
-El Final de la Línea -dijo Jogan, volviéndose a mirar el mar-. Me gusta.
-Lo siento... ¿Te he ofendido?
-No hay nada inferior en estar aquí. Este es el frente -dijo. Agarrándola del hombro, le dio la vuelta y señaló-. ¿Ves esa boya de ahí? Esa es la dirección por la que llegó el Heraldo, hace dos mil años. En algún lugar más allá está el mayor mal que Kesh haya visto nunca. El diablo que conocemos. Ahora bien, podría estar destinado en el interior, transmitiendo los mundanos mensajes de otras personas... o podría estar aquí, diciéndole al mundo cada noche que todo sigue en orden.
-Profundo –dijo ella, terminando su bebida. Dejó el vaso sobre la repisa-. Me lo escribiste una vez. -En varias ocasiones, recordó-. Esa es una buena razón para estar aquí.
Él asintió con la cabeza.
-Y ahora –dijo él, dejando la botella-, ¿por qué estás tú aquí?
Quarra se echó a reír.
-¡Me llamaron a filas, como a todo el mundo!
-No me refiero a eso. -La apartó del balcón y la miró con ojos oscuros y serios-. ¿Qué estás haciendo aquí?
Ella balbuceó, sorprendida por el cambio en su tono.
-¿Qué... qué quieres decir?
-Quiero decir que una mujer en tu posición tiene cosas mejores que hacer que venia a darle a la lengua con un condenado a cadena perpetua en el Cuerpo de Señales.
-¿Quería ver el mar?
Él sonrió... pero no se rió.
Ella suspiró y dijo el nombre.
-Brue.
-Brue. ¿A qué dices que se dedicaba tu marido? Algo en el Directorado de Formación, creo.
-Enseña soplado de vidrio a los ancianos.
-Bueno, eso es...
Quarra miró hacia otro lado cuando Jogan se detuvo para recomponer sus palabras.
-Estoy seguro de que tiene mucho trabajo con ellos -concluyó.
-¿Sin contar los dolores de cabeza? -Quarra sonrió débilmente-. Brue odia cada minuto de su trabajo. Son veteranos, y si bien todos ellos ya están retirados, todavía tienen que hacer algo por la Causa, como todos nosotros. Así que estas malhumoradas personas están en la línea de fábrica, y todos y cada uno de ellos piensan que superan a Brue en rango. Lo que no sería cierto, incluso si Brue tuviera realmente algún rango... –La voz de Quarra se fue apagando.
-Sin embargo, está haciendo que la gente resulte útil. Es todo lo que podemos hacer, ¿no?
-No -dijo ella, sacudiendo la cabeza-. O sí. Puede que sea todo lo que puede hacer... pero nunca lo sabrá porque no lo intenta. Brue es un buen padre para los niños, y cuida decentemente del hogar a pesar de que yo esté ocupada...
-Pero ya no es el hombre con el que te casaste.
-En realidad, lo es. Ése es el problema. En veinte años, he ascendido de empleada de suministros a gritadora de pensamientos, a supervisora de materiales, y a jefa de sección. Los jefes de sección con éxito se convierten en alcaldes. Yo también acabo odiando siempre mi trabajo, pero, cada vez, encuentro el camino hacia algo mejor. ¡Sin embargo, Brue no puede encontrar el valor para enfrentarse a un viejo fósil cuya autoridad se terminó antes del Antiguo Cataclismo!
Quarra contuvo el aliento. Era como sus mensajes, pero esta vez no había un límite de palabras para detenerla. Ella no había querido hacerlo, no quería quejarse de Brue. No era justo para él, no era lo que había venido a hacer aquí.
¿Qué había venido a hacer aquí?
-¿Sabes? –dijo Jogan-, no es tan malo si tiene la actitud correcta. Aquí no ocurre gran cosa, pero hay algo acerca de ser capaz de decirle a la gente cosas que me gustan. Cada uno de mis informes de aquí... es una pequeña historia, aunque sea en frases...
Jogan no terminó la frase, porque Quarra había decidido lo que había venido a hacer. Él no rechazó el beso. Girándolo de modo que su espalda estaba contra la baranda del balcón, se apretó contra él y le besó más fuerte. Ella sintió un alivio enorme por estar en ese lugar, haciendo eso, después de tantos meses y tantas palabras. Se acabó el hablar.
-Quarra. -El nombre sonaba suave en el aire. La apretó con más fuerza. Ella giró la cabeza para acariciarle la mejilla con sus labios, y abrió los ojos al mar...
...y vio la gigantesca mole voladora, emergiendo de la niebla.
-¡Jogan!
El hombre la miró con pánico, temiendo horrorizado haberse pasado de la raya. Al ver sus ojos, sin embargo, se volvió para mirar en la misma dirección.
-¿Qué demonios es eso?
La forma oscura se hizo más clara cuando se acercaba. Hinchada y redondeada, como un bizcocho con mucha levadura... sólo que gigantesca, tan alta como la propia torre de señales. El diseño fluorescente de la forma le hacía parecer un rostro alienígena rugiendo. Había algo suspendido justo debajo de la masa: una cubierta con barandillas, fácilmente del tamaño de uno de los paquebotes del canal. Y había algo en la parte posterior del cuerpo a ambos lados, yendo y viniendo casi orgánicamente en el viento. Algo estaba vivo allá -Quarra podía sentir la agitación en la Fuerza- pero la estructura general era artificial.
Era una aeronave.
-Hay dos de ellos -gritó, tirando a Jogan del chaleco y señalando.
-¡No! -gritó, señalando a las nubes justo al noroeste-. ¡Tres!
Por una fracción de segundo, se abrazaron otra vez, estupefactos, mirando ambos a las naves.
-¿Qué hacemos?
-Lo que se supone que debemos hacer -dijo Jogan. La soltó y corrió hacia el interior.
-Espera. ¿Qué estás haciendo?
-Esta debería ser una respuesta fácil -dijo, agarrando un tambor cubierto de polvo que se encontraba solo en la parte superior del soporte de madera. Fue el primer cilindro que se inscribió para la transmisión cuando se abrió la estación de señales, siglos antes, y contenía una sola palabra, sin codificar, con el identificador de fuente de Punta Desafío en la parte superior.
No había código de destino, porque el destino era todas partes.
-No he enviado ningún tráfico urgente desde el tifón que apareció y desapareció de golpe hace seis años -dijo, corriendo hacia el balcón del este-. ¡Desde luego, espero que me crean! -Manejando las poleas, miró hacia atrás para verla todavía en pie en la puerta-. Quarra, ¿a qué estás esperando?
-¿Qué quieres decir?
-Tú eres la gritadora de pensamientos –dijo-. La velocidad de transmisión de las estaciones de semáforos es limitada. ¡Tienes que llamar!
Se quedó inmóvil, dándose cuenta de repente de dónde estaba -y lo que había estado haciendo- cuando recordó algo importante. Había trabajado muy duro para mantener todo en secreto. Su voz se quebró.
-Pero... ¡se supone que no debo estar aquí!
-¡Quarra!
No tenía elección. Era eso. Era Eso; en Alanciar, ese pronombre sólo podía tener un significado. La sensación en la Fuerza era más fuerte, ahora. Más sucia. Más oscura.
Quarra sabía, ahora, por qué estaba aquí. A pesar de que no era necesario mirar hacia la parte continental, se dio la vuelta, cerró los ojos y se concentró duro. Sí, había mentes hacia las tierras pobladas del noreste, a la espera de transmitir su llamada. Una palabra, la palabra que los alanciari habían temido desde hace dos mil años cuando el Heraldo quedó varado en una isla cerca de sus costas.
-¡Sith!

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