lunes, 13 de agosto de 2012

La Tribu Perdida de los Sith #9: Pandemonio (I)

La Tribu Perdida de los Sith #9: Pandemonio
John Jackson Miller

1
2.975 años ABY

-¡Listos! ¡Apunten! ¡Fuego!
Una docena de gatillos de madera sonaron al unísono, con el poderoso chasquido resonando por toda la fortaleza. Después de un segundo para que los ballesteros recargasen, volvió a escucharse un sonido similar. Y luego otro. Ese ruido marcaba el cuarto de hora allí, en el pequeño pueblo, de la misma manera que lo hacía en las ciudades más grandes del continente. Bien podría haber sido el himno nacional, habían dicho algunos... pero Alanciar ya tenía canciones patrióticas en abundancia.
Los artilleros eran buenos allí, pensó Quarra, observando el campo de prácticas mientras guiaba su muntok por el complejo. La llegada del torpe reptil de seis patas y su jinete keshiri no hizo nada para distraer a los cadetes de sus disparos. El intervalo entre los disparos de sus ballestas de mano de alta tensión marcaba un ritmo más rápido del que podían alcanzar la mayoría de los artilleros de las metrópolis de las tierras altas. ¿Era por las armas o por los guerreros? Probablemente ambas cosas, pensó. Su propio distrito de Uhrar se encontraba más hacia el interior del continente. Los keshiri que se encontraban allí, en el fuerte del Cuello de Garrow, situado transversalmente en uno de los largos espolones sobre el mar occidental, tendrían que ser mejores: allí era donde estaba la amenaza.
Quarra tenía todo el derecho a estar allí, pero todavía se sentía fuera de lugar. Chaleco de color gris y tabaco, cabello plateado recogido apretadamente en un moño... ese era un estilo militar adecuado para el lugar de dónde venía, pero esto era un campo de trabajo. El trabajo duro no le era desconocido, pero últimamente se había dedicado a diferentes...
-¡Alto ahí! -Un capitán de rostro color borgoña cerca de la hilera hizo sonar un silbato y corrió hacia ella.
Quarra tiró de las riendas y exclamó una orden. El gigantesco muntok se detuvo derrapando violentamente, lanzando guijarros púrpuras contra la cara del oficial que se acercaba. Éste lanzó un juramento mientras trataba de limpiarse su único ojo bueno.
-Lo siento -dijo Quarra, golpeando las mandíbulas de la bestia, que soltó un gruñido-. Los muntoks son todo patas y una nube de arena.
El capitán no se rió.
-¡Documentación!
-Ya me autorizaron en la puerta este. ¿Cómo cree que llegué...?
-¡Documentación! -Levantó su arma. Estaba, asumió Quarra, cargada con pernos de fragmentación, no con las baratas varillas de vidrio disparadas por los alumnos.
-De acuerdo. –Aquí en el oeste van en serio, pensó Quarra, buscando en su bolsa. Le pasó al capitán una carpeta de cuero-. Cartas de tránsito y mis credenciales.
Los alumnos ya habían dejado de disparar, y sus jóvenes ojos se centraron en ella. Hombres y mujeres keshiri de edades comprendidas entre los doce y los quince, todos ellos en su primera misión en el destacamento. Quarra miró uno a uno los jóvenes rostros. Su hija mayor sería un alumno como ellos el año próximo.
Observó al capitán mientras éste hojeaba sus papeles. Tal vez había perdido el ojo por un recluta. O tal vez no: era viejo para este trabajo... lo que significaba que era bueno haciéndolo. Ningún oficial sensato destinaría a un ballestero con talento fuera del Cuello de Garrow. Ahí era donde estaba la acción.
O, más bien, donde debería estar.
-Jefa de Sección Quarra Thayn –gimió. La visión de la insignia evidentemente arruinó su apetito para el próximo mes-. He detenido a una jefa de sección. Lo siento, señora.
Tentada de hacer valer su cargo reprendiendo al oficial, Quarra recordó por qué estaba allí
-No hay problema, capitán...
-Ruehn. División de formación de la 108ª, Directorado del Suroeste.
-No se preocupe, Ruehn. Están en el filo de la navaja. O lo suficientemente cerca.
Su pase indicaba que se dirigía a Punta Desafío. Una de las estribaciones más occidentales de Alanciar, el cono de granito apuntaba el extremo más alejado del istmo, pasada la fortaleza. El continente, decían muchos, se parecía a la pata de un muntok. El grueso de la población y la industria se encontraba en las elevaciones más altas de la enorme cadera hacia el este. La región cruzada por canales conocida como la Canilla se extendía hacia el oeste, terminando en las Seis Garras, penínsulas montañosas casi paralelas que llegaban hasta el mar occidental. Cada Carra tenía una estación de señales en su extremo: los preparativos para cuando finalmente llegase el día temido.
El capitán se aclaró la garganta mientras doblaba el pergamino.
-Me sorprende que no se encuentre de vuelta con el resto de jefazos ahora que está apunto de llegar el Día de la Observancia -dijo.
-Parecía un buen momento para visitar el frente.
El ojo bueno del centinela hizo un guiño.
-¡Frente de batalla, mi trasero púrpura! Me paso el día manteniendo mis reclutas dentro de los muros. La Guardia Costera se encarga ella sola de cualquiera que merodee fuera. Treinta años, y esa es la única batalla que he luchado.
Quarra volvió a guardar los documentos en su carpeta. Señaló las altas puertas más adelante.
-¿Es por ahí?
-A menos que quiera nadar. -Las monturas voladoras llamadas uvak eran competencia exclusiva de la Guardia Costera en estas áreas, y los viajes por agua en los fiordos de este a oeste formados por las Seis Garras estaban altamente restringidos. No había ningún acceso a Punta Desafío salvo por el campamento militar en el Cuello de Garrow-. Disfrute de su visita. Y manténgase alerta.
-Manténgase alerta -dijo ella, tomando las riendas.
Ordenando a su muntok que volviera a trotar, Quarra se dirigió hacia las barricadas occidentales, el producto de cientos de años de construcción y renovación. Pero lo que llamó su atención fue la torre de señales, de pie entre los anillos de la fortaleza. Brillantes luces de colores se encendían y apagaban en el campanario, fácilmente visibles a esa hora tardía de la tarde. Las estudió a su paso... y volvió a recordar por qué estaba allí.
Todo había empezado con los mensajes enviados tres años antes a través de esa misma estación de relevo. Y ahora, más adelante, veía por primera vez la fuente de esas misivas. Conforme la majestuosa puerta se abría para permitir su salida, ella miró el sendero rocoso. Medio rodeado por una nube de niebla marina, Punta Desafío sobresalía de un océano furioso. Un silo solitario en lo alto del promontorio, con luces diminutas parpadeando en respuesta a la fortaleza lejana sobre ella.
Pensó por un momento en volver atrás, en desandar el largo viaje que la había llevado hasta allí. Si conseguía una montura uvak antes de caer la noche, podría estar de vuelta en el mundo que conocía antes de que nadie lo supiera. Porque se creía que Quarra Thayn -esposa y madre de tres hijos, administradora militar jefe de Uhrar, y una de los escasos keshiri portadores del misterioso poder conocido como la Fuerza- debería encontrarse en ese momento en otra parte. Oficialmente, se suponía que debía estar en una gira de trabajo por las fábricas de armaduras de batalla en la vertiente norte de Alanciar, no dirigiéndose a una reunión secreta en el medio de la nada con alguien que no conocía.
Detrás de ella, los ballesteros reanudaron los disparos, sincopando sus tiros con las lejanas señales intermitentes. Casi hipnotizada por la vista y el oído, sintió que su futuro se extendía ante ella. Esto era algo que tenía que hacer.
Respiró hondo y lanzó su muntok al galope.
Más vale que valga la pena.
El sol brillaba a baja altura sobre el océano occidental, pero Quarra no se dejó engañar. La oscuridad estaba ahí fuera, en esa dirección. El Heraldo había llegado desde el oeste, al igual que lo hacían las corrientes de aire y del mar en esa latitud sur. Hacia el oeste se hallaban el engaño y la traición, el odio y el pánico.
Sin embargo, los Protectores que habían creado Alanciar y todo lo que en Kesh se hallaba habían provisto bien a su pueblo. Las Seis Garras hacían honor a su nombre, puntos rocosos en los que se habían erigido almenas. Durante siglos, los fiordos habían sido ajetreados puertos para las patrulleras de la Guardia Costera, mientras que sus observadores los sobrevolaban en sus uvak. En ocasiones, las seis penínsulas habían estado fortificadas y activas.
Quarra seguía viendo los restos azotados por el viento de algunas de esas instalaciones anteriores ahí en Punta Desafío. Un conjunto de ruinas se extendía ante la torre de señales, y desde luego eran ruinas: claramente, las tropas del Cuello de Garrow habían practicado demoliciones ahí anteriormente. Gran parte del puesto avanzado había sido abandonado conforme las operaciones se iban consolidando en las estribaciones de tierra más anchas, al norte. Aunque no estaban tan al oeste como Desafío, algunas de las otras penínsulas eran más elevadas, ofreciendo una mejor cobertura de los puertos... y, estando más al norte, se encontraban en mejor posición para proteger la tierra de Alanciar. Desde que comenzaron a funcionar las nuevas instalaciones, las patrullas aéreas y marítimas se habían acercado más a la costa. Sería un error para un pueblo en la clandestinidad despertar accidentalmente a los Destructores por aventurarse demasiado en el mar.
La estación de señales se alzaba imponente ante ella, un cilindro de alabastro elevándose sobre un patio amurallado. En el nivel superior de la torre había balcones con barandillas mirando en todas direcciones, con la tan importante red de globos de fuego asentados en las barras por encima del balcón de oriente. Desmontando en el lado exterior del muro, Quarra encontró un poste y ató el muntok.
-La niebla está rolando -dijo un desdentado keshiri de unos sesenta años cuando abrió la puerta-. Puede que haya tormenta.
Quarra palideció al verle. Pequeños crecimientos de pelo untuoso terminaban en cómicos puntos detrás de sus orejas, y los botones de su uniforme tenían problemas para sujetar su estómago.
-¿No serás Jogan Halder?
-Cielo santo, no -dijo su saludador-. Está en la torre. Yo trabajo con él.
Interiormente, Quarra soltó un suspiro de alivio.
-¿Eres el gritador de pensamientos?
Lo soy, dijo a través de la Fuerza. ¿Y tú?
Quarra cerró los ojos y le envió una respuesta afirmativa telepática. Volvió a abrir rápidamente los ojos, para ver al viejo keshiri sonriendo.
-Es bueno conocer a otro que tiene el don –dijo-. Pero apenas he podido oírte. ¿Estás cansada?
-Ha sido un largo viaje. -Quarra puso los músculos en tensión. Había pasado mucho tiempo desde que había necesitado usar la Fuerza en su trabajo. Últimamente, sólo la había usado para entretener a sus hijos, y para ver si ellos poseían sus talentos poco comunes. Eso era por simple curiosidad materna; a buen seguro la Junta de Inducción descubriría con el tiempo qué niños tenían el talento.
Recogiendo su bolso de lona del lomo del muntok, Quarra se volvió y le ofreció su cartera de documentos.
-¿Quiere ver esto?
-No hay necesidad -dijo jovialmente-. Nuestros amigos de la fortaleza no le habrían permitido llegar hasta aquí de otra manera. -Salió, llevando el equipaje-. Si las cosas van como de costumbre, me van a cachear durante una hora en cada puerta. Mejor irme ahora, antes de que cierre el club de oficiales.
Exhalando, Quarra guardó los documentos en el interior de su chaleco. Bolsa en mano, saludó al gritador de pensamientos y cerró la puerta detrás de ella. Ya estaba aquí... y ya había entrado.
Tentativamente, cruzó el césped hacia la puerta abierta de la torre. Oyó cantar en el interior, resonando por el inmenso cilindro de piedra. Agarrando con fuerza su bolsa de lona por el asa de cuerda, Quarra entró y ladeó la cabeza. Unas escaleras de madera subían en espiral, hasta casi perderse de vista. La veta de la madera de los escalones no se encajaba, por haber sido evidentemente reemplazados muchas veces a lo largo de la vida de la estación. Pero alguien había comenzado a pintarlos en tonos que cambiaban poco a poco, creando el efecto de un arco iris dando vueltas.
Alrededor de la sala circular, vio puertas que conectaban con el resto del complejo. Podía oler algo que se estaba cocinando en una pequeña cocina; dos puertas abiertas dirigían a unos dormitorios escasamente amueblados, uno junto a otro. Y un último pasaje conducía hacia abajo... hacia el cántico.
-¡Brindo, amigo, por la vida contigo! -gritaba una voz de barítono, cada vez más fuerte-. El mar es mi hogar, y aunque deba vagar, siempre estaré...
-¿De verdad? -Quarra se paró delante de la puerta-. Esa no la había escuchado.
-Una canción de marineros. Aquí tenemos muchas -dijo el keshiri de pelo corto, sus brazos carnosos cargados de volúmenes de pergamino encuadernados-. ¿Eres Quarra?
-Culpable. -Dejó caer la bolsa de lona con un golpe seco-. ¿Te puedo ayudar con eso?
-No hay problema -dijo, dando un paso más allá. Con su piel de un malva robusto y una barba plateada perfectamente recortada, el hombre uniformado pesaría el doble que ella y estaba en una forma increíble.
¿Y es de mi edad? Debe subir y bajar estas escaleras un montón.
-Siento no haber estado allí para darte la bienvenida -dijo, posando la pila monstruosa de libros sobre una mesa desvencijada-. Bajé a la biblioteca, por si te retrasabas. Me gusta leer mientras como. -Dio un paso a través de un arco de piedra y encontró una olla de vidrio humeando sobre unas brasas apagadas-. Aquí siempre hay algún guiso. ¿Algo de comer?
-No, gracias -dijo, apoyándose en la puerta-. Tú eres...
-Oh -dijo, dejando caer la cuchara y limpiándose las manos-. Lo siento. Jogan Halder. -Le estrechó la mano-. Aquí no tenemos los modales de la gran ciudad.
-No pasa nada -dijo Quarra, sonriendo a su pesar al sentir su firme agarre. De repente, consciente de sí misma, retiró la mano-. ¿Tenéis una biblioteca aquí?
-¡Tal y como ves! -Jogan sonrió, mostrándole la sala-. Suelo ir al Cuello de Garrow cuando estoy de permiso, y a veces los viajeros dejan allí cosas para leer. No hay mucho que hacer aquí. -Señaló hacia arriba, donde terminaban los escalones pintados-. A veces, alguna de las otras estaciones de señales envía noticias cuando no hay tráfico. Pero es una forma lenta de leer.
Quarra sabía lo que quería decir. Sus conversaciones con Jogan habían comenzado tres años antes durante una visita de rutina a Kerebba, un centro de abastecimiento militar que se encontraba subiendo la corriente de uno de los canales que desembocaban en una de las bahías definidas por las Seis Garras. Ella había hablado allí con una prima que había reunido durante meses relatos de la frontera que le habían sido transmitidos por un oficial de señales en sus horas fuera de servicio. Quarra había leído a fondo la colección, encantada con el manejo de las palabras de la autora y la evaluación honesta, brutal, de la vida en el borde de la civilización. Cuando su prima fue reasignada, Quarra había enviado un mensaje a través de la estación de señales de Uhrar presentándose a sí misma.
Lo que sucedió después transformó su vida. Jogan y Quarra intercambiaron más de un millar de mensajes. En su mayor parte llegaban durante la noche, y los mensajes le esperaban cuando llegaba a su oficina cada mañana. Pronto comenzó a llevárselos consigo en sus rondas, hojeándolos en secreto para conseguir escapar de la monotonía de sus días. Las inútiles reuniones de distribución se convirtieron en oportunidades para elaborar las respuestas que le enviaría antes de irse a casa. Se esforzaba para que su propia vida sonase emocionante; al final, conforme creció la confianza, compartió sus sentimientos acerca de su trabajo y su hogar. Estaba agradecida de que su acceso al sistema de semáforos fuera limitado, para evitar que sus quejas se hicieran insoportables. Pero Jogan siempre había sido comprensivo, ocupando en sus largas noches para elaborar elocuentes y bien pensadas respuestas.
Y ahora estaba aquí, en su elemento. Ella lo había imaginado muchas veces, en su puesto de avanzada envuelto por la niebla en el borde del mundo seguro. No había resultado ser una decepción... y definitivamente él parecía estar prestándole atención. Encontrando el perchero, se quitó el abrigo para mostrar su uniforme de gala. Era necesario para sus viajes, pero había dejado las decoraciones en su escritorio del trabajo. Ya se sentía bastante incómoda sin necesidad de mostrar visiblemente en su primer encuentro que le superaba en rango.
-¿Te encontraste con Belmer a la salida?
-Sí -dijo Quarra. Se echó a reír-. Tenía miedo de que fueras tú.
-No, pero sí que envío mensajes románticos para él usando mi nombre. -Se echó a reír-. Es broma. Todos los amores de Belmer son fermentados.
-No es exactamente lo que querrías para un gritador de pensamientos en el frente, ¿no?
-No bebe estando de servicio, por supuesto. -Cogió su bolso de lona-. Deja que lleve eso. -Ella miró con anticipación como él lo colocaba entre las puertas de las dos alcobas, casi el equivalente, con equipajes, de guiñarle un ojo. No habían hablado en detalle acerca de cómo iban a arreglarse para dormir durante la semana de su visita... eso habría sido demasiado premeditado. Había sido más divertido especular.
-Perdona el aspecto del lugar. Estamos al final de la ruta de inspección, y con solterones, ya te puedes imaginar...
-Tengo tres hijos. Deberías ver mi casa cuando mi marido está ausente mucho tiempo por trabajo -dijo, lamentándolo inmediatamente.
-Tu marido... Brue, ¿no? ¿Cómo le va?
-Está bien -dijo Quarra, lamentando haberlo mencionado. ¡Estúpida, estúpida! Apartó la mirada a un lado-. ¿Qué hay de esa gira que me prometiste?
-Estaré encantado de dártela, aunque no hay mucho que ver -dijo Jogan.- Pero lo primero es lo primero, Quarra. Ven.
Al verle hacer señas para que le siguiera, Quarra dudó antes de darse cuenta de lo que tenía en mente. Avergonzada por dónde se habían ido sus pensamientos, lo siguió subiendo la escalera de caracol de la torre de señales. Sacudió la cabeza mientras subía y se preguntó acerca de su estabilidad mental.
¡Hace treinta años que dejé de ser una quinceañera! ¿Qué demonios me pasa?

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