viernes, 21 de febrero de 2014

El problema con los squibs (y III)


Para cuando Leia y los demás –todos excepto C-3PO- siguieron a Lebauer a la Sala Acuario, se habían terminado las localidades para la primera representación. Pero no importaba en absoluto. Lebauer y sus socios estaban en el interior de un salón privado, desde donde podían observar el espectáculo sin preguntarse quién les observaba a ellos. Los Solos y sus compañeros se encontraban en el vestíbulo, donde un continuo flujo de hembras jenet con blusas sin espalda y faldas de ciñeseda entraban y salían con coquetería pasando junto a los guardias casi a voluntad.
-Aún tengo el dinero para el sabacc –dijo-. Puede que sea más fácil si me limito a hacer saltar la banca.
-¿Con diez mil créditos? –dijo Emala-. Necesitarías una apuesta mayor que esa, figura.
Han se encogió de hombros.
-Puede que tarde un par de días. ¿Y qué? No tenemos pr... ¡Eh! –Extrajo el chip de crédito de su bolsillo y examinó el indicador de saldo. Luego miró a Emala con el ceño fruncido-. ¿Cómo sabías lo que tengo en el chip de crédito?
Emala apartó la mirada.
-¿Qué tenías cuando hiciste saltar la banca del Caballito de Mar? –preguntó Sligh antes de que Han pudiera presionar a Emala.
-Más –admitió-. Aposté el Halcón.
-¿Tú? –dijo Leia, boquiabierta-. ¡El Halcón!
-¡Venga ya! Era imposible que perdiera...
-Por supuesto. –Leia devolvió su atención al salón privado de Lebauer-. Pero creo que será mejor que nos ciñamos a nuestro plan original. No quiero tener que mendigar un viaje de vuelta a casa en un transporte de vagabundos.
Chewbacca emitió un suave gruñido y, a una señal de Leia, comenzó a cruzar el vestíbulo. Leia tomó el brazo de Han y juntos siguieron al wookiee hacia el salón. Cuando los dos matones jenet avanzaron para bloquear el paso a Chewbacca, este hizo entrechocar sus cabezas y los agarró de los harapos de sus túnicas.
-Hasta ahora, todo va bien –dijo Han.
Presionó la mano de uno de los jenet en el lector de palmas de la pared. La puerta se deslizó a un lado para revelar varios niveles de mesas de cóctel descendiendo hacia la pared de un gigantesco acuario de transpariacero, donde un gran grupo de alienígenas acuáticos avanzaba por el agua con movimientos ondulantes en un admirable –y muy hermoso- número de natación sincronizada. Lebauer y sus socios estaban agrupados alrededor de un pequeño conjunto de mesas, justo abajo, riendo y hablando y prestando una atención prácticamente nula al espectáculo.
Ignorando el murmullo asombrado que surgió de los jenets sentados en las filas de mesas superiores, Chewbacca abrió el descenso hacia la parte delantera del salón y dejó caer los dos guardias al suelo. Luego, cuando Lebauer y sus igualmente atónitos socios se volvieron y comenzaron a ponerse en pie, rugió una maldición que hizo que volvieran a derrumbarse en sus asientos. Leia avanzó a la parte delantera del salón y, colocándose de espaldas a la pared del acuario, miró a Lebauer a la cara.
-Buenas noches, administrador –dijo Leia-. Gracias por recibirme de nuevo.
Lebauer miró a sus guardias inconscientes, y luego a Leia, con sus ojos rojos tan inertes e inescrutables como de costumbre.
-¿Ha reconsiderado mi oferta?
-En realidad, no –Leia tuvo cuidado de mantener su atención centrada en el propio Lebauer; no quería descubrir su mano pasando su atención a los socios demasiado pronto-. Los contratos de salvamento no son una opción. La Nueva República no va a permitir que su sindicato desguace nuestras naves y venda componentes delicados al Imperio.
-¿Sindicato? –Lebauer alzó las cejas y trató de fingir inocencia-. ¿De qué sindicato me está hablando?
-Guárdese esa actuación para los turistas –dijo Han-. Lo sabemos todo sobre la Concha Invisible.
-Y estamos dispuestos a hacer un trato –dijo Leia-. Pero sin engaños. He venido a ofrecerle algo que desea aún más que los contratos de salvamento. Después de eso, no volveremos a hacer negocios nunca.
-Claro, si se siente usted mejor pensando eso. –Lebauer miró a sus socios y, al ver que estos tenían la atención fija en Leia, se sintió más inseguro-. Muy bien, por qué no me dice qué es eso que deseo aún más que los contratos de salvamento.
Leia sonrió.
-Su tío.
Lebauer palideció.
-¿Mi tío?
-Lorimar Lebauer. –Leia observó con satisfacción cómo varios de los asociados se inclinaron hacia delante en sus asientos-. Como favor especial hacia mí, los thyferranos están dispuestos a conmutar la sentencia de Lorimar.
-¿No es eso mejor que el salvamento? –preguntó Emala. Sorprendió a Leia saltando sobre la mesa y colocándose delante de ella, ocultando el rostro de Lebauer-. Todo lo que queremos es el Segundo Error.
-Y las estatuas boasa –añadió Leia, reprimiendo su enfado por la intromisión. ¿Cómo podía leer la reacción de Lebauer si no podía ver su cara?-. Una palabra suya, y su tío quedará libre.
Leia trató de dar un paso hacia un lado para colocarse donde pudiera ver a Lebauer, pero Emala eligió ese momento para tropezar con un vaso y verter la bebida de Caraluna en su regazo. Se levantó, maldiciendo, y Lebauer siguió quedando fuera de la vista de Leia... pero los otros jenets de la mesa parecían estar mirando a Lebauer en vez de a ella. Sonrió y se quedó donde estaba. Ellos eran de quienes Lebauer tenía que preocuparse, no de ella.
Pero Emala fue la primera en agotar su paciencia. Cuando Lebauer no respondió en los primeros instantes, metió la mano en uno de sus carrillos y extrajo un chip de crédito.
-¡Emala! –exclamó Han-. ¡Devuélveme eso!
Emala le ignoró y lanzó el chip no a Lebauer, sino al jenet junto a él.
-Eso es una chuchería –dijo-. Por el Segundo Error. Pero eso es todo. Lo tomáis o lo dejáis.
El jenet –Alto- estudió el chip por un instante y luego asintió.
-Está autorizado por diez mil créditos. –Se volvió hacia Lebauer-. No sé. Parece un precio muy bueno por un helado de squib.
-Apuesto a que sí –dijo Han.
Estaba fulminando a Emala con la mirada, pero no hizo ningún esfuerzo por recuperar el dinero de sabacc que le habían birlado. Ahora no podían dar a Lebauer ningún motivo para retirarse. Emala finalmente retrocedió, y Leia vio que pequeñas perlas de humedad comenzaban a brillar en la frente rosada de Lebauer. Sus ojos seguían inescrutables, pero estaba sudando.
Lebauer tomó el chip de crédito de manos de Alto.
-Os diré lo que voy a hacer –dijo, guardándose el chip en un bolsillo interior de su dobladillo-. Me voy a quedar esto y a pensar en ello.
Leia no estaba sorprendida en absoluto; ganar tiempo era la táctica favorita de los desesperados.
-No sé qué es lo que hay que pensar. Yo pensaría en...
-¿Qué problema hay, Lebauer? –Sligh saltó al nivel superior y puso su cabeza sobre el hombro del jenet-. ¿Te preocupa que pueda hacerlo de verdad?
Los ojos de Lebauer brillaron con fulgor escarlata.
-No estoy preocupado por nada. –Intentó agarrar el cuello del squib y falló-. Pero tú si vas a estarlo.
La cabeza de Sligh apareció sobre el otro hombro.
-Yo tampoco querría renunciar a ser presidente.
Lebauer se puso en pie de un salto y se giró hacia el squib, llevando una mano a su dobladillo. Leia estuvo casi tentada de dejarle sacar su bláster; después del torpe intento de Sligh para presionar a Lebauer, tendrían suerte si este no adivinaba todo su plan. Por desgracia, su permitía que Sligh muriera, Emala probablemente se negaría a entregarles el software de guía prometido.
-Antes de que mates al squib, hay algo que debería mencionar. –Leia tendría que acelerar el plan y esperar que la ira de Lebauer le cegara y le impidiera ver las bruscas transiciones-. Los thyferranos temen que esto sea algún tipo de fraude. No liberarán a Lorimar hasta que regrese a Coruscant y haga la petición en persona.
Lebauer olvidó inmediatamente a Sligh y se volvió hacia Leia.
-¿No me diga?
-No hay problema –dijo Alto, encogiéndose de hombros-. Una vez que esté libre, pueden quedarse con la mercancía.
-¿Creen que vamos a dejarnos engañar de esa forma? –se mofó Han, colocándose junto a Leia-. Ni hablar. Nos llevamos la mercancía con nosotros.
Alto negó con la cabeza.
-Eso es imposible.
-Me temo que debo insistir. –Leia mantenía la mirada fija en Lebauer mientras hablaba; él tenía los ojos entrecerrados, pensando, y las comisuras de sus labios iban estirándose formando una sonrisa-. La Nueva República y yo tenemos una reputación de mantener nuestra palabra. La Concha Invisible no.
Lebauer finalmente miró a Leia a los ojos, y ella pudo ver cómo la esperanza nacía en la expresión del jenet. Estaba haciendo una apuesta por los instintos de supervivencia de Lebauer, y esa apuesta comenzaba a darle resultados.
-Miren, hay formas de hacer esto... –dijo Alto.
-Está bien. –Lebauer alzó la mano para silenciar al otro jenet, y luego se dejó caer de nuevo en su asiento-. Estoy seguro de que podemos confiar en la princesa.
-¿Qué?
Varios de los asociados pronunciaron la palabra al unísono, con un jadeo de sorpresa, y Caraluna miró a Lebauer con el ceño fruncido.
-¡Ludlo, idiota! Está usando trucos mentales contigo. Todo el mundo sabe que tiene sangre Jedi.
Lebauer se volvió velozmente hacia el otro jenet, con confianza recobrada ahora que podía ver una forma de salir de esta. Para evitar que Leia liberase a su tío, todo lo que tenía que hacer era asegurarse de que nunca regresaba a Coruscant.
-Puede que quieras elegir tus palabras con más cuidado –dijo a Caraluna-. Aún sigo siendo el presidente en funciones de este sindicato.
Caraluna mantuvo la mirada de Lebauer sin parpadear.
-Presidente en funciones. Sabes que esto no está bien, Lebauer. Si tu tío estuviera aquí...
-Lo que sé es que es decisión mía, y que mi tío no está aquí. Está sentado en ese miserable pozo apestoso de Thyferra. –Lebauer golpeó la mesa con las palmas de la mano y miró fijamente a sus socios-. Y ahora –dijo-, ¿alguno de los presentes realmente quiere decirme que no debería hacer todo lo que pueda para traer a nuestro presidente de vuelta a Pavo Prime?
Era buen golpe de efecto; y uno que recordaba a Leia lo peligroso que podía llegar a ser Lebauer. Los demás jenets no tenían elección; sólo pudieron mirar al suelo y murmurar acerca de lo mucho que todos querían que Lorimar volviera. Leia tuvo que morderse el labio para evitar soltar una risita.
-Eso es lo que me imaginaba. –Lebauer se puso en pie, pero indicó al resto de los jenets que permanecieran sentados a la mesa-. Quedaos. Disfrutad. Volveré cuando me haya encargado de esto.
Lebauer condujo a los Solos y a sus compañeros fuera del salón, y luego volvió a entrar para encargar a seguridad que desactivase el sistema que protegía las boasas. Leia y han intercambiaron miradas de complicidad; sabían que ese no era el único mensaje que iba a enviar.
Poco tiempo después, se les unió un pequeño destacamento de seguridad y fueron conducidos a la entreplanta de las Suites Reales. Para gran sorpresa de Leia, las diez estatuas boasa ya habían sido retiradas de sus hornacinas y estaban cargadas en un carro de equipaje cubierto. Aún quedó más sorprendida cuando verificó que realmente eran las estatuas y vio lo cuidadosamente que habían sido embaladas.
A continuación, Lebauer les llevó a recoger el Segundo Error, y entonces Leia comenzó a dudar de sus instintos. Lo último que había esperado era que Lebauer entregase las estatuas boasa con tanta facilidad. Tal vez no era tan despiadado como pensaba... o tal vez simplemente era lo bastante listo para darse cuenta de que ya había perdido la partida. En cualquier caso, llegaron al ala administrativa sin incidentes, y allí Lebauer despachó al pequeño destacamento de seguridad que les había estado escoltando.
-No queremos personal adicional –explicó-. Fuera de horario, la seguridad de esa zona está automatizada.
Lebauer abrió la puerta de seguridad y abrió la marcha entrando –él solo- en el ala administrativa. Leia vio que Han y Chewbacca se intercambiaron miradas de extrañeza; el jenet les estaba tomando por sorpresa también a ellos. Le siguieron al interior de las oficinas en tinieblas y habían avanzado unos cien metros cuando Leia sintió que se le erizaban los pelos de la nuca. Se detuvo y, en la tenue luz, vio la balconada de la suite ejecutiva de Lebauer acechando en la oscuridad sobre sus cabezas. Han se detuvo junto a Leia.
-¿Qué ocurre?
-Siento algo. –Se aseguró de que su comunicador estuviera activo y sujeto en la parte interior del cuello de su túnica-. Tal vez sea la Fuerza.
Esa parada fue todo lo que hizo falta para que Lebauer saliera disparado hacia el turboascensor más cercano. Chewbacca rugió y se lanzó tras él, golpeando la puerta del ascensor con un gigantesco puño cuando esta se cerró justo delante de él. Sligh y Emala soltaron un chillido de alarma y desaparecieron en las sombras.
Al instante siguiente, no hubo sombras en la oficina cuando las luces se encendieron con toda su intensidad. Leia tomó la muñeca de Han y, cegados por el repentino resplandor, corrieron a refugiarse en un pasillo lateral que vieron con el rabillo del ojo.
Chocaron de lleno con un rifle bláster que alguien llevaba a la altura del pecho, y fueron bruscamente empujados por donde habían llegado.
-Todo irá mejor si no tratan de escapar –exclamó Lebauer-. Obliguen a mis chicos a armar un lío, y congelaré en carbonita lo que quede de ustedes.
-Eso no suena bien –dijo Han.
-Pero contábamos con ello –dijo Leia-. Es un consuelo.
Han hizo una pausa.
-Tienes un concepto curioso del consuelo, Leia.
Leia parpadeó para apartar la ceguera de sus ojos y vio que estaban rodeados por matones jenet. Al contrario que los guardias de seguridad, estos vestían uniformes de camareros, botones y jefes de sala. Sus rifles bláster eran todos E-11s y tenían un aspecto bastante nuevo. Tres de esos matones estaban de pie delante de Chewbacca, justo fuera del alcance de sus brazos, con sus armas apuntándole al pecho y manteniéndole pegado a la puerta cerrada del tubo del ascensor.
Un par de jenets regresaron con Sligh y Emala y los arrojaron al suelo en centro de la sala, junto a los Solos.
Leia alzó la mirada y vio a Lebauer descansando los codos en la barandilla de la balconada.
-No tiene por qué hacer esto –le dijo.
-Me temo que sí. Supongo que debería haberme concedido los contratos de salvamento. –Lebauer apoyó las manos en la barandilla y dirigió la mirada a uno de los jefes de sala, un jenet de rasgos duros con ojos tristes y un labio deforme-. Hazlo en la planta de energía, Verm. Y esta vez, asegúrate de que el culkuda se come los cadáveres enteros.
-¿Eso es todo? –protestó Han-. ¿”Hazlo en la planta de energía”?
Lebauer volvió su rostro inexpresivo hacia Han.
-Sí, eso es todo.
Se alejó de la barandilla y Leia lo perdió de vista.
-¡Espere! –Esto no estaba saliendo exactamente como ella lo había planeado-. ¿Qué pensarán sus socios cuando no regresemos a Coruscant?
Lebauer permaneció fuera de la vista.
-Lo mismo que piensa todo el mundo cuando desaparecen los héroes rebeldes: os encontrasteis con una patrulla imperial.
Emala abrió los ojos como platos, aún más de lo habitual.
-Oh, esa es buena. –Se volvió hacia Sligh-. No se nos había ocurrido.
-¿Ah, no? –Sligh tenía el pelaje del cuello de punta.
-No os preocupéis –dijo Han-. Leia tiene todo bajo control. –Miró hacia ella y susurró-: ¿No es así, cariño?
-Así es. –En voz más alta, Leia llamó a Lebauer-. ¿Qué pasa con las boasas?
-¡Es verdad, las boasas! –Emala chasqueó la lengua dirigiéndose a Lebauer-. No quisiéramos que te olvidaras de lo mucho que valen para ti.
-Podemos conseguirte fácilmente cinco millones –añadió Sligh-. Te debes a ti mismo el dejarnos hacer esto por ti.
-¿Cinco millones? –Eso hizo que Lebauer volviera a la barandilla de la balconada-. No lo sé. SI vuelven a aparecer...
Dejó que la frase colgara en el aire, sin decir lo que resultaba obvio a todos los presentes. Si las boasas volvían a aparecer, sus socios sabrían que les había engañado para mantener a su tío en prisión... y Leia estaba segura de que el castigo por tal delito haría que estar congelado en carbonita pareciera simplemente una larga siesta.
-¿Y qué si vuelven a aparecer? –dijo Emala después de un momento-. Estarán en manos imperiales. ¿Quién va a saber lo que ocurrió con los Solos?
-¿Y tú creíste en esos dos? –se quejó Han a Leia.
-Por desgracia, sí –dijo Leia.
En la barandilla, Lebauer negó con la cabeza.
-No, no vale la pena correr el riesgo. –Volvió a dirigirse al llamado Verm-. Funde las boasas.
-De acuerdo, jefe.
-Leia, cariño –susurró Han-. Creo que es la hora.
-Sí –dijo ella-. Es la hora.
Lebauer se apartó de nuevo de la barandilla, y Verm indicó a los captores de Chewbacca que lo acercaran.
Leia bajó la barbilla hacia el cuello de su túnica y dijo:
-Ahora, Trespeó; que suene bien alto.
-¿Alto, princesa Leia? –preguntó C-3PO. Lebauer volvía a estar fuera de la vista-. Pero no puedo controlar el volumen de su comunicador desde...
-¡Trespeó! –siseó Leia-. ¡Simplemente hazlo!
La voz de Lebauer comenzó a surgir del comunicador de Leia, repitiendo las órdenes que había dado a Verm sólo momentos antes.
-Hazlo en la planta de energía, Verm. Y esta vez...
Verm se acercó de inmediato, presionando el cañón de su rifle bláster contra las costillas de Leia.
-¿Qué es eso?
-¿A ti qué te parece? –preguntó Han.
Los ojos de Verm se abrieron como platos mientras seguía escuchando.
-Tu voz también aparece –dijo Han-. Sugiero que apartes ese cañón de las costillas de mi mujer y llames a tu jefe.
-¡No se mueva! –Verm apartó su rifle y se dirigió hacia el tubo del ascensor-. ¡Jefe! ¡Espere! Jefe, tiene que escuchar esto.
Leia se volvió hacia Han.
-Han.
-¿Sí?
-Me encanta cuando te haces el duro por mí.
Los ayudantes de Verm llegaron con Chewbacca, quien mostró los colmillos a los squibs e hizo ruidos amenazantes. Unos instantes después, Lebauer volvía a estar en la barandilla.
-¿Llevaba un comunicador?
-Un viejo truco de diplomática. –Leia hizo que C-3PO volviera a reproducir la conversación para él. Luego añadió-: Si algo desagradable llega a ocurrirnos en cualquier momento, y me refiero a cualquier momento, estoy segura de que sabe a quién va a mostrar mi droide esa grabación.
Lebauer cerró los ojos, y luego levantó la barbilla y permaneció así durante varios segundos, claramente luchando por poner en orden sus pensamientos.
Han dio un codazo a Leia.
-Ya le tenemos.
Leia asintió.
-Eso parece.
Finalmente, Lebauer bajó la barbilla y miró fijamente a Leia.
-Felicidades, princesa. Me la ha jugado bien. –Echó la mano a su dobladillo y extrajo una gran pistola bláster-. No me queda más remedio que dispararle yo mismo, aquí y ahora.
-¿Qué? –gritó Han. Habría saltado para ponerse delante de Leia, solo que Chewbacca lo apartó a un lado y ocupó su lugar-. Tal vez no haya entendido la parte en la que la junta escucha esa grabación.
-Lo que entiendo es que ambos estamos ya muertos. El día en que los thyferranos liberen a mi tío, mi cabeza tendrá un precio. –Lebauer señaló a Chewbacca con su pistola-. Verm, ¿podrías apartar esa pared de pelo de mi camino?
Verm levantó su rifle bláster, los squibs cayeron al suelo, y Chewbacca se preparó para saltar.
Leia se puso en el medio.
-No puedo creer que sea el presidente de la Concha Invisible. ¿Realmente pensaba que iba a hacer que su tío saliera de prisión?
Lebauer mantuvo su bláster a media altura.
-¿No iba a hacerlo?
-Desde luego que no. Es responsable de la pérdida de miles de vidas. Nunca usaría mi influencia para liberar a un asesino de masas. –Leia señaló con el pulgar el carro de equipaje que contenía las boasas-. Siempre que me marche de aquí con lo que he venido a buscar, puede dormir tranquilo.
El color comenzó a regresar al rostro de Lebauer.
-¿Ha mentido?
-Nos hemos echado un farol –corrigió Han.
Lebauer pensó en esto por un instante.
-Bueno –dijo entonces-, si se han echado un farol... –Volvió a deslizar su pistola bláster en su funda-. Mis socios no van a estar muy contentos cuando ustedes se retracten del trato, ¿saben?
-Esa grabación va a estar en circulación durante mucho tiempo –dijo Leia-. Estoy segura de que puedo contar con usted para mantenerlos a raya.
-Para que usted lo entienda: si alguna vez mi tío...
-No saldrá de prisión. –Leia señaló el tubo del ascensor con una mano-. Creo que tenemos negocios que cerrar.
Lebauer asintió y se volvió hacia Verm.
-Después de todo, nuestros invitados no van a necesitar una escolta. Llévate a los chicos y volved al trabajo.
-¿Está seguro, jefe?
-Han vencido a la banca, Verm. –Lebauer indicó al matón que se marchara-. Y esta vez pagaremos.
Una vez que los matones se hubieron marchado, Leia y los demás subieron a la balconada y siguieron a Lebauer a su oficina privada, donde Grees todavía estaba colgando de la pared en su coraza de carbonita. Lebauer echó una última y prolongada mirada al panel y luego se acercó a su escritorio y tecleó un código en la consola de control. Un trío de suaves pitidos sonó tras la carbonita, e hizo un gesto a Sligh y Emala señalándoles el panel.
-El Segundo Error es todo vuestro.
Los dos squibs retiraron el panel de la pared y no perdieron el tiempo para dirigirse hacia la puerta con él suspendido entre ellos.
-¿No os olvidáis de algo? –les dijo Han.
Ellos ni siquiera aminoraron la marcha.
-Ahora no es un buen momento –exclamó Sligh por encima del hombro-. ¡No os preocupéis, nos vemos en la suite!
Han y Chewbacca comenzaron a seguirles, pero tuvieron que detenerse cuando Lebauer pulsó un botón en su consola de control y la puerta se cerró ante ellos.
-¿Buscan tal vez una tarjeta de datos? –Lebauer parecía divertido-. ¿El software de guía para el MS-19, quizá?
-En realidad, sí. –Leia comenzó a tener una oscura premonición-. Deduzco que usted sabe algo al respecto.
-Podría decirse así. –De la garganta de Lebauer comenzó a brotar una profunda risa-. Por eso llamé Segundo Error a mi adorno mural.
Leia comenzó a enfadarse; principalmente con ella misma.
-¿No hay software de guiado?
-Por supuesto que no. –Lebauer sonreía como un culkuda-. Los imperiales aprendieron. Los squibs han estado un mes pasándome historias falsas. La INR no quiere saber nada de mí.
-¿Desinformación? –Leia estaba temblando de pura rabia-. ¿Y los squibs lo sabían?
-¿Usted qué cree? –Lebauer sacó de su bolsillo el chip de crédito de Han y lo hizo girar en el aire-. Ahora mismo, los squibs estarán colándose en un luxsub y descongelando a su amigo. Sugiero que ustedes también se dirijan a un salón de atraque.
Han lanzó una última y melancólica mirada al chip. Luego, cuando Lebauer la deslizó en una ranura de depósito en su despacho, hizo un gesto con la cabeza a Leia y Chewbacca y se volvió hacia la puerta.
-Al menos han conseguido las boasas –dijo Lebauer, riéndose entre dientes-. Y, para que vean que no hay resentimiento, les ofreceré un consejo, gratis.
-¿Ah, sí? –dijo Han-. Más vale que sea bueno.
-Nunca confíen en un squib –dijo Lebauer con una carcajada.
Aún seguía riéndose cuando la puerta se cerró tras ellos.

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