Para cuando Leia y los demás
–todos excepto C-3PO- siguieron a Lebauer a la Sala Acuario, se habían
terminado las localidades para la primera representación. Pero no importaba en
absoluto. Lebauer y sus socios estaban en el interior de un salón privado,
desde donde podían observar el espectáculo sin preguntarse quién les observaba
a ellos. Los Solos y sus compañeros se encontraban en el vestíbulo, donde un
continuo flujo de hembras jenet con blusas sin espalda y faldas de ciñeseda
entraban y salían con coquetería pasando junto a los guardias casi a voluntad.
-Aún tengo el dinero para el
sabacc –dijo-. Puede que sea más fácil si me limito a hacer saltar la banca.
-¿Con diez mil créditos? –dijo
Emala-. Necesitarías una apuesta mayor que esa, figura.
Han se encogió de hombros.
-Puede que tarde un par de días.
¿Y qué? No tenemos pr... ¡Eh! –Extrajo el chip de crédito de su bolsillo y
examinó el indicador de saldo. Luego miró a Emala con el ceño fruncido-. ¿Cómo
sabías lo que tengo en el chip de crédito?
Emala apartó la mirada.
-¿Qué tenías cuando hiciste saltar
la banca del Caballito de Mar? –preguntó Sligh antes de que Han pudiera
presionar a Emala.
-Más –admitió-. Aposté el Halcón.
-¿Tú? –dijo Leia, boquiabierta-. ¡El
Halcón!
-¡Venga ya! Era imposible que
perdiera...
-Por supuesto. –Leia devolvió su
atención al salón privado de Lebauer-. Pero creo que será mejor que nos ciñamos
a nuestro plan original. No quiero tener que mendigar un viaje de vuelta a casa
en un transporte de vagabundos.
Chewbacca emitió un suave gruñido
y, a una señal de Leia, comenzó a cruzar el vestíbulo. Leia tomó el brazo de
Han y juntos siguieron al wookiee hacia el salón. Cuando los dos matones jenet
avanzaron para bloquear el paso a Chewbacca, este hizo entrechocar sus cabezas
y los agarró de los harapos de sus túnicas.
-Hasta ahora, todo va bien –dijo
Han.
Presionó la mano de uno de los
jenet en el lector de palmas de la pared. La puerta se deslizó a un lado para
revelar varios niveles de mesas de cóctel descendiendo hacia la pared de un
gigantesco acuario de transpariacero, donde un gran grupo de alienígenas
acuáticos avanzaba por el agua con movimientos ondulantes en un admirable –y
muy hermoso- número de natación sincronizada. Lebauer y sus socios estaban
agrupados alrededor de un pequeño conjunto de mesas, justo abajo, riendo y
hablando y prestando una atención prácticamente nula al espectáculo.
Ignorando el murmullo asombrado
que surgió de los jenets sentados en las filas de mesas superiores, Chewbacca
abrió el descenso hacia la parte delantera del salón y dejó caer los dos
guardias al suelo. Luego, cuando Lebauer y sus igualmente atónitos socios se
volvieron y comenzaron a ponerse en pie, rugió una maldición que hizo que
volvieran a derrumbarse en sus asientos. Leia avanzó a la parte delantera del
salón y, colocándose de espaldas a la pared del acuario, miró a Lebauer a la
cara.
-Buenas noches, administrador
–dijo Leia-. Gracias por recibirme de nuevo.
Lebauer miró a sus guardias
inconscientes, y luego a Leia, con sus ojos rojos tan inertes e inescrutables
como de costumbre.
-¿Ha reconsiderado mi oferta?
-En realidad, no –Leia tuvo
cuidado de mantener su atención centrada en el propio Lebauer; no quería
descubrir su mano pasando su atención a los socios demasiado pronto-. Los
contratos de salvamento no son una opción. La Nueva República no va a permitir
que su sindicato desguace nuestras naves y venda componentes delicados al
Imperio.
-¿Sindicato? –Lebauer alzó las
cejas y trató de fingir inocencia-. ¿De qué sindicato me está hablando?
-Guárdese esa actuación para los
turistas –dijo Han-. Lo sabemos todo sobre la Concha Invisible.
-Y estamos dispuestos a hacer un
trato –dijo Leia-. Pero sin engaños. He venido a ofrecerle algo que desea aún
más que los contratos de salvamento. Después de eso, no volveremos a hacer
negocios nunca.
-Claro, si se siente usted mejor
pensando eso. –Lebauer miró a sus socios y, al ver que estos tenían la atención
fija en Leia, se sintió más inseguro-. Muy bien, por qué no me dice qué es eso
que deseo aún más que los contratos de salvamento.
Leia sonrió.
-Su tío.
Lebauer palideció.
-¿Mi tío?
-Lorimar Lebauer. –Leia observó
con satisfacción cómo varios de los asociados se inclinaron hacia delante en
sus asientos-. Como favor especial hacia mí, los thyferranos están dispuestos a
conmutar la sentencia de Lorimar.
-¿No es eso mejor que el
salvamento? –preguntó Emala. Sorprendió a Leia saltando sobre la mesa y
colocándose delante de ella, ocultando el rostro de Lebauer-. Todo lo que queremos
es el Segundo Error.
-Y las estatuas boasa –añadió
Leia, reprimiendo su enfado por la intromisión. ¿Cómo podía leer la reacción de
Lebauer si no podía ver su cara?-. Una palabra suya, y su tío quedará libre.
Leia trató de dar un paso hacia un
lado para colocarse donde pudiera ver a Lebauer, pero Emala eligió ese momento
para tropezar con un vaso y verter la bebida de Caraluna en su regazo. Se
levantó, maldiciendo, y Lebauer siguió quedando fuera de la vista de Leia...
pero los otros jenets de la mesa parecían estar mirando a Lebauer en vez de a
ella. Sonrió y se quedó donde estaba. Ellos eran de quienes Lebauer tenía que
preocuparse, no de ella.
Pero Emala fue la primera en
agotar su paciencia. Cuando Lebauer no respondió en los primeros instantes,
metió la mano en uno de sus carrillos y extrajo un chip de crédito.
-¡Emala! –exclamó Han-.
¡Devuélveme eso!
Emala le ignoró y lanzó el chip no
a Lebauer, sino al jenet junto a él.
-Eso es una chuchería –dijo-. Por
el Segundo Error. Pero eso es todo. Lo tomáis o lo dejáis.
El jenet –Alto- estudió el chip
por un instante y luego asintió.
-Está autorizado por diez mil
créditos. –Se volvió hacia Lebauer-. No sé. Parece un precio muy bueno por un
helado de squib.
-Apuesto a que sí –dijo Han.
Estaba fulminando a Emala con la
mirada, pero no hizo ningún esfuerzo por recuperar el dinero de sabacc que le
habían birlado. Ahora no podían dar a Lebauer ningún motivo para retirarse.
Emala finalmente retrocedió, y Leia vio que pequeñas perlas de humedad comenzaban
a brillar en la frente rosada de Lebauer. Sus ojos seguían inescrutables, pero
estaba sudando.
Lebauer tomó el chip de crédito de
manos de Alto.
-Os diré lo que voy a hacer –dijo,
guardándose el chip en un bolsillo interior de su dobladillo-. Me voy a quedar
esto y a pensar en ello.
Leia no estaba sorprendida en
absoluto; ganar tiempo era la táctica favorita de los desesperados.
-No sé qué es lo que hay que
pensar. Yo pensaría en...
-¿Qué problema hay, Lebauer?
–Sligh saltó al nivel superior y puso su cabeza sobre el hombro del jenet-. ¿Te
preocupa que pueda hacerlo de verdad?
Los ojos de Lebauer brillaron con
fulgor escarlata.
-No estoy preocupado por nada.
–Intentó agarrar el cuello del squib y falló-. Pero tú si vas a estarlo.
La cabeza de Sligh apareció sobre
el otro hombro.
-Yo tampoco querría renunciar a
ser presidente.
Lebauer se puso en pie de un salto
y se giró hacia el squib, llevando una mano a su dobladillo. Leia estuvo casi
tentada de dejarle sacar su bláster; después del torpe intento de Sligh para
presionar a Lebauer, tendrían suerte si este no adivinaba todo su plan. Por
desgracia, su permitía que Sligh muriera, Emala probablemente se negaría a
entregarles el software de guía prometido.
-Antes de que mates al squib, hay
algo que debería mencionar. –Leia tendría que acelerar el plan y esperar que la
ira de Lebauer le cegara y le impidiera ver las bruscas transiciones-. Los
thyferranos temen que esto sea algún tipo de fraude. No liberarán a Lorimar
hasta que regrese a Coruscant y haga la petición en persona.
Lebauer olvidó inmediatamente a
Sligh y se volvió hacia Leia.
-¿No me diga?
-No hay problema –dijo Alto,
encogiéndose de hombros-. Una vez que esté libre, pueden quedarse con la
mercancía.
-¿Creen que vamos a dejarnos
engañar de esa forma? –se mofó Han, colocándose junto a Leia-. Ni hablar. Nos
llevamos la mercancía con nosotros.
Alto negó con la cabeza.
-Eso es imposible.
-Me temo que debo insistir. –Leia
mantenía la mirada fija en Lebauer mientras hablaba; él tenía los ojos
entrecerrados, pensando, y las comisuras de sus labios iban estirándose
formando una sonrisa-. La Nueva República y yo tenemos una reputación de
mantener nuestra palabra. La Concha Invisible no.
Lebauer finalmente miró a Leia a
los ojos, y ella pudo ver cómo la esperanza nacía en la expresión del jenet.
Estaba haciendo una apuesta por los instintos de supervivencia de Lebauer, y
esa apuesta comenzaba a darle resultados.
-Miren, hay formas de hacer
esto... –dijo Alto.
-Está bien. –Lebauer alzó la mano
para silenciar al otro jenet, y luego se dejó caer de nuevo en su asiento-.
Estoy seguro de que podemos confiar en la princesa.
-¿Qué?
Varios de los asociados
pronunciaron la palabra al unísono, con un jadeo de sorpresa, y Caraluna miró a
Lebauer con el ceño fruncido.
-¡Ludlo, idiota! Está usando
trucos mentales contigo. Todo el mundo sabe que tiene sangre Jedi.
Lebauer se volvió velozmente hacia
el otro jenet, con confianza recobrada ahora que podía ver una forma de salir
de esta. Para evitar que Leia liberase a su tío, todo lo que tenía que hacer
era asegurarse de que nunca regresaba a Coruscant.
-Puede que quieras elegir tus
palabras con más cuidado –dijo a Caraluna-. Aún sigo siendo el presidente en
funciones de este sindicato.
Caraluna mantuvo la mirada de
Lebauer sin parpadear.
-Presidente en funciones. Sabes que esto no está bien, Lebauer. Si tu tío
estuviera aquí...
-Lo que sé es que es decisión mía,
y que mi tío no está aquí. Está sentado en ese miserable pozo apestoso de
Thyferra. –Lebauer golpeó la mesa con las palmas de la mano y miró fijamente a
sus socios-. Y ahora –dijo-, ¿alguno de los presentes realmente quiere decirme
que no debería hacer todo lo que pueda para traer a nuestro presidente de
vuelta a Pavo Prime?
Era buen golpe de efecto; y uno
que recordaba a Leia lo peligroso que podía llegar a ser Lebauer. Los demás
jenets no tenían elección; sólo pudieron mirar al suelo y murmurar acerca de lo
mucho que todos querían que Lorimar volviera. Leia tuvo que morderse el labio
para evitar soltar una risita.
-Eso es lo que me imaginaba.
–Lebauer se puso en pie, pero indicó al resto de los jenets que permanecieran
sentados a la mesa-. Quedaos. Disfrutad. Volveré cuando me haya encargado de
esto.
Lebauer condujo a los Solos y a
sus compañeros fuera del salón, y luego volvió a entrar para encargar a
seguridad que desactivase el sistema que protegía las boasas. Leia y han
intercambiaron miradas de complicidad; sabían que ese no era el único mensaje
que iba a enviar.
Poco tiempo después, se les unió
un pequeño destacamento de seguridad y fueron conducidos a la entreplanta de
las Suites Reales. Para gran sorpresa de Leia, las diez estatuas boasa ya
habían sido retiradas de sus hornacinas y estaban cargadas en un carro de
equipaje cubierto. Aún quedó más sorprendida cuando verificó que realmente eran
las estatuas y vio lo cuidadosamente que habían sido embaladas.
A continuación, Lebauer les llevó
a recoger el Segundo Error, y entonces Leia comenzó a dudar de sus instintos.
Lo último que había esperado era que Lebauer entregase las estatuas boasa con
tanta facilidad. Tal vez no era tan despiadado como pensaba... o tal vez
simplemente era lo bastante listo para darse cuenta de que ya había perdido la
partida. En cualquier caso, llegaron al ala administrativa sin incidentes, y
allí Lebauer despachó al pequeño destacamento de seguridad que les había estado
escoltando.
-No queremos personal adicional
–explicó-. Fuera de horario, la seguridad de esa zona está automatizada.
Lebauer abrió la puerta de
seguridad y abrió la marcha entrando –él solo- en el ala administrativa. Leia
vio que Han y Chewbacca se intercambiaron miradas de extrañeza; el jenet les
estaba tomando por sorpresa también a ellos. Le siguieron al interior de las
oficinas en tinieblas y habían avanzado unos cien metros cuando Leia sintió que
se le erizaban los pelos de la nuca. Se detuvo y, en la tenue luz, vio la
balconada de la suite ejecutiva de Lebauer acechando en la oscuridad sobre sus
cabezas. Han se detuvo junto a Leia.
-¿Qué ocurre?
-Siento algo. –Se aseguró de que
su comunicador estuviera activo y sujeto en la parte interior del cuello de su
túnica-. Tal vez sea la Fuerza.
Esa parada fue todo lo que hizo
falta para que Lebauer saliera disparado hacia el turboascensor más cercano.
Chewbacca rugió y se lanzó tras él, golpeando la puerta del ascensor con un
gigantesco puño cuando esta se cerró justo delante de él. Sligh y Emala
soltaron un chillido de alarma y desaparecieron en las sombras.
Al instante siguiente, no hubo
sombras en la oficina cuando las luces se encendieron con toda su intensidad.
Leia tomó la muñeca de Han y, cegados por el repentino resplandor, corrieron a
refugiarse en un pasillo lateral que vieron con el rabillo del ojo.
Chocaron de lleno con un rifle
bláster que alguien llevaba a la altura del pecho, y fueron bruscamente
empujados por donde habían llegado.
-Todo irá mejor si no tratan de
escapar –exclamó Lebauer-. Obliguen a mis chicos a armar un lío, y congelaré en
carbonita lo que quede de ustedes.
-Eso no suena bien –dijo Han.
-Pero contábamos con ello –dijo
Leia-. Es un consuelo.
Han hizo una pausa.
-Tienes un concepto curioso del
consuelo, Leia.
Leia parpadeó para apartar la
ceguera de sus ojos y vio que estaban rodeados por matones jenet. Al contrario
que los guardias de seguridad, estos vestían uniformes de camareros, botones y
jefes de sala. Sus rifles bláster eran todos E-11s y tenían un aspecto bastante
nuevo. Tres de esos matones estaban de pie delante de Chewbacca, justo fuera
del alcance de sus brazos, con sus armas apuntándole al pecho y manteniéndole
pegado a la puerta cerrada del tubo del ascensor.
Un par de jenets regresaron con
Sligh y Emala y los arrojaron al suelo en centro de la sala, junto a los Solos.
Leia alzó la mirada y vio a
Lebauer descansando los codos en la barandilla de la balconada.
-No tiene por qué hacer esto –le
dijo.
-Me temo que sí. Supongo que
debería haberme concedido los contratos de salvamento. –Lebauer apoyó las manos
en la barandilla y dirigió la mirada a uno de los jefes de sala, un jenet de
rasgos duros con ojos tristes y un labio deforme-. Hazlo en la planta de
energía, Verm. Y esta vez, asegúrate de que el culkuda se come los cadáveres
enteros.
-¿Eso es todo? –protestó Han-.
¿”Hazlo en la planta de energía”?
Lebauer volvió su rostro
inexpresivo hacia Han.
-Sí, eso es todo.
Se alejó de la barandilla y Leia
lo perdió de vista.
-¡Espere! –Esto no estaba saliendo
exactamente como ella lo había planeado-. ¿Qué pensarán sus socios cuando no
regresemos a Coruscant?
Lebauer permaneció fuera de la
vista.
-Lo mismo que piensa todo el mundo
cuando desaparecen los héroes rebeldes: os encontrasteis con una patrulla
imperial.
Emala abrió los ojos como platos,
aún más de lo habitual.
-Oh, esa es buena. –Se volvió
hacia Sligh-. No se nos había ocurrido.
-¿Ah, no? –Sligh tenía el pelaje
del cuello de punta.
-No os preocupéis –dijo Han-. Leia
tiene todo bajo control. –Miró hacia ella y susurró-: ¿No es así, cariño?
-Así es. –En voz más alta, Leia
llamó a Lebauer-. ¿Qué pasa con las boasas?
-¡Es verdad, las boasas! –Emala
chasqueó la lengua dirigiéndose a Lebauer-. No quisiéramos que te olvidaras de
lo mucho que valen para ti.
-Podemos conseguirte fácilmente
cinco millones –añadió Sligh-. Te debes a ti mismo el dejarnos hacer esto por
ti.
-¿Cinco millones? –Eso hizo que
Lebauer volviera a la barandilla de la balconada-. No lo sé. SI vuelven a
aparecer...
Dejó que la frase colgara en el
aire, sin decir lo que resultaba obvio a todos los presentes. Si las boasas
volvían a aparecer, sus socios sabrían que les había engañado para mantener a su
tío en prisión... y Leia estaba segura de que el castigo por tal delito haría
que estar congelado en carbonita pareciera simplemente una larga siesta.
-¿Y qué si vuelven a aparecer?
–dijo Emala después de un momento-. Estarán en manos imperiales. ¿Quién va a
saber lo que ocurrió con los Solos?
-¿Y tú creíste en esos dos? –se
quejó Han a Leia.
-Por desgracia, sí –dijo Leia.
En la barandilla, Lebauer negó con
la cabeza.
-No, no vale la pena correr el
riesgo. –Volvió a dirigirse al llamado Verm-. Funde las boasas.
-De acuerdo, jefe.
-Leia, cariño –susurró Han-. Creo
que es la hora.
-Sí –dijo ella-. Es la hora.
Lebauer se apartó de nuevo de la
barandilla, y Verm indicó a los captores de Chewbacca que lo acercaran.
Leia bajó la barbilla hacia el
cuello de su túnica y dijo:
-Ahora, Trespeó; que suene bien
alto.
-¿Alto, princesa Leia? –preguntó
C-3PO. Lebauer volvía a estar fuera de la vista-. Pero no puedo controlar el
volumen de su comunicador desde...
-¡Trespeó! –siseó Leia-.
¡Simplemente hazlo!
La voz de Lebauer comenzó a surgir
del comunicador de Leia, repitiendo las órdenes que había dado a Verm sólo
momentos antes.
-Hazlo en la planta de energía,
Verm. Y esta vez...
Verm se acercó de inmediato,
presionando el cañón de su rifle bláster contra las costillas de Leia.
-¿Qué es eso?
-¿A ti qué te parece? –preguntó
Han.
Los ojos de Verm se abrieron como
platos mientras seguía escuchando.
-Tu voz también aparece –dijo
Han-. Sugiero que apartes ese cañón de las costillas de mi mujer y llames a tu
jefe.
-¡No se mueva! –Verm apartó su
rifle y se dirigió hacia el tubo del ascensor-. ¡Jefe! ¡Espere! Jefe, tiene que
escuchar esto.
Leia se volvió hacia Han.
-Han.
-¿Sí?
-Me encanta cuando te haces el
duro por mí.
Los ayudantes de Verm llegaron con
Chewbacca, quien mostró los colmillos a los squibs e hizo ruidos amenazantes.
Unos instantes después, Lebauer volvía a estar en la barandilla.
-¿Llevaba un comunicador?
-Un viejo truco de diplomática.
–Leia hizo que C-3PO volviera a reproducir la conversación para él. Luego
añadió-: Si algo desagradable llega a ocurrirnos en cualquier momento, y me
refiero a cualquier momento, estoy
segura de que sabe a quién va a mostrar mi droide esa grabación.
Lebauer cerró los ojos, y luego
levantó la barbilla y permaneció así durante varios segundos, claramente
luchando por poner en orden sus pensamientos.
Han dio un codazo a Leia.
-Ya le tenemos.
Leia asintió.
-Eso parece.
Finalmente, Lebauer bajó la
barbilla y miró fijamente a Leia.
-Felicidades, princesa. Me la ha
jugado bien. –Echó la mano a su dobladillo y extrajo una gran pistola bláster-.
No me queda más remedio que dispararle yo mismo, aquí y ahora.
-¿Qué? –gritó Han. Habría saltado
para ponerse delante de Leia, solo que Chewbacca lo apartó a un lado y ocupó su
lugar-. Tal vez no haya entendido la parte en la que la junta escucha esa
grabación.
-Lo que entiendo es que ambos
estamos ya muertos. El día en que los thyferranos liberen a mi tío, mi cabeza
tendrá un precio. –Lebauer señaló a Chewbacca con su pistola-. Verm, ¿podrías
apartar esa pared de pelo de mi camino?
Verm levantó su rifle bláster, los
squibs cayeron al suelo, y Chewbacca se preparó para saltar.
Leia se puso en el medio.
-No puedo creer que sea el
presidente de la Concha Invisible. ¿Realmente pensaba que iba a hacer que su tío
saliera de prisión?
Lebauer mantuvo su bláster a media
altura.
-¿No iba a hacerlo?
-Desde luego que no. Es
responsable de la pérdida de miles de vidas. Nunca usaría mi influencia para
liberar a un asesino de masas. –Leia señaló con el pulgar el carro de equipaje
que contenía las boasas-. Siempre que me marche de aquí con lo que he venido a
buscar, puede dormir tranquilo.
El color comenzó a regresar al
rostro de Lebauer.
-¿Ha mentido?
-Nos hemos echado un farol
–corrigió Han.
Lebauer pensó en esto por un instante.
-Bueno –dijo entonces-, si se han
echado un farol... –Volvió a deslizar su pistola bláster en su funda-. Mis
socios no van a estar muy contentos cuando ustedes se retracten del trato,
¿saben?
-Esa grabación va a estar en
circulación durante mucho tiempo –dijo Leia-. Estoy segura de que puedo contar
con usted para mantenerlos a raya.
-Para que usted lo entienda: si
alguna vez mi tío...
-No saldrá de prisión. –Leia
señaló el tubo del ascensor con una mano-. Creo que tenemos negocios que
cerrar.
Lebauer asintió y se volvió hacia
Verm.
-Después de todo, nuestros
invitados no van a necesitar una escolta. Llévate a los chicos y volved al
trabajo.
-¿Está seguro, jefe?
-Han vencido a la banca, Verm.
–Lebauer indicó al matón que se marchara-. Y esta vez pagaremos.
Una vez que los matones se
hubieron marchado, Leia y los demás subieron a la balconada y siguieron a
Lebauer a su oficina privada, donde Grees todavía estaba colgando de la pared
en su coraza de carbonita. Lebauer echó una última y prolongada mirada al panel
y luego se acercó a su escritorio y tecleó un código en la consola de control.
Un trío de suaves pitidos sonó tras la carbonita, e hizo un gesto a Sligh y
Emala señalándoles el panel.
-El Segundo Error es todo vuestro.
Los dos squibs retiraron el panel
de la pared y no perdieron el tiempo para dirigirse hacia la puerta con él
suspendido entre ellos.
-¿No os olvidáis de algo? –les
dijo Han.
Ellos ni siquiera aminoraron la
marcha.
-Ahora no es un buen momento
–exclamó Sligh por encima del hombro-. ¡No os preocupéis, nos vemos en la
suite!
Han y Chewbacca comenzaron a
seguirles, pero tuvieron que detenerse cuando Lebauer pulsó un botón en su
consola de control y la puerta se cerró ante ellos.
-¿Buscan tal vez una tarjeta de
datos? –Lebauer parecía divertido-. ¿El software de guía para el MS-19, quizá?
-En realidad, sí. –Leia comenzó a
tener una oscura premonición-. Deduzco que usted sabe algo al respecto.
-Podría decirse así. –De la
garganta de Lebauer comenzó a brotar una profunda risa-. Por eso llamé Segundo
Error a mi adorno mural.
Leia comenzó a enfadarse;
principalmente con ella misma.
-¿No hay software de guiado?
-Por supuesto que no. –Lebauer
sonreía como un culkuda-. Los imperiales aprendieron. Los squibs han estado un
mes pasándome historias falsas. La INR no quiere saber nada de mí.
-¿Desinformación? –Leia estaba
temblando de pura rabia-. ¿Y los squibs lo sabían?
-¿Usted qué cree? –Lebauer sacó de
su bolsillo el chip de crédito de Han y lo hizo girar en el aire-. Ahora mismo,
los squibs estarán colándose en un luxsub y descongelando a su amigo. Sugiero
que ustedes también se dirijan a un salón de atraque.
Han lanzó una última y melancólica
mirada al chip. Luego, cuando Lebauer la deslizó en una ranura de depósito en
su despacho, hizo un gesto con la cabeza a Leia y Chewbacca y se volvió hacia
la puerta.
-Al menos han conseguido las
boasas –dijo Lebauer, riéndose entre dientes-. Y, para que vean que no hay
resentimiento, les ofreceré un consejo, gratis.
-¿Ah, sí? –dijo Han-. Más vale que
sea bueno.
-Nunca confíen en un squib –dijo
Lebauer con una carcajada.
Aún seguía riéndose cuando la
puerta se cerró tras ellos.
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