El problema
con los squibs
Troy Denning
Más allá del extremo del vestíbulo brillaban las
luces de Pavo Prime, un titilante arrecife de ostentación submarina que atraía
por igual a jugadores y observadores de peces a las cristalinas aguas azules
del mundo de casinos más deslumbrante de la galaxia. Un banco de bocalunas
dorados nadaba rozando el exterior de la pared de observación, ajenos al
culkuda profusamente dentado que les acechaba desde detrás de un panel luminoso
que anunciaba grandes premios en el Erizo de Mar Estelar. De los cientos de
seres que avanzaban por la acera deslizante, no más de un puñado era capaz de
reconocer la ironía de lo que estaban viendo; Pavo Prime era un comedero
gigante para depredadores, y la presa favorita no respiraba en el agua.
Han Solo era uno de los pocos que entendía
exactamente lo que estaba viendo... y le encantaba. Un viaje a Pavo Prime podía
ser como tomar todos los momentos emocionantes de la vida y comprimirlos en
sólo unos pocos días de azar y resplandor. Le hacía sentirse tan vivo como
burlar un bloqueo imperial, sólo que era mucho más fácil escapar cuando las
cosas iban mal dadas. No es que esperase que nada fuera mal en este viaje. Con
la embajadora más hermosa de la galaxia a su lado y diez mil créditos para gastar
en su bolsillo, ¿qué podría ir mal?
La acera deslizante entró en una bulliciosa
terminal de tránsito repleta de turistas de cientos de especies diferentes. La
mayoría estaba empujando grandes carros repulsores de equipaje y estaban más
interesados en los bocalunas del exterior que en los rateros y carteristas que
los evaluaban en silencio. Han tomó a Leia del brazo y se dirigieron hacia un
letrero holográfico en el que podía leerse LUXSUBS PRIVADOS. Debido a que
trataban de pasar desapercibidos, Chewbacca y C-3PO les seguían con tres carros
de equipaje veinte pasos por detrás, lo bastante lejos para no atraer la
atención sobre los Solos.
Han y Leia estaban a mitad de camino hacia el
hololetrero cuando un ishi tib con boca en forma de pico fijó sus pedúnculos
oculares en ellos. Aunque Leia llevaba un par de cejas blancas postizas, lentes
de contacto blancas, y un elegante velo de gasa mirr, Han no se sorprendió en
absoluto cuando el ishi tib continuó mirándoles fijamente. Los ojos de Leia se
contaban entre los más hermosos de la galaxia, y haría falta algo más que un
cambio de color y un par de cejas sintéticas para cambiar eso.
El ishi tib comenzó a acercarse a ellos.
-Oiga, ¿no es usted...?
-No. –Leia interpuso su pequeña mochila entre
ellos-. Me debe de confundir con otra persona. Me pasa a menudo.
El ishi tib arrugó su curtido rostro.
-¿En serio? Su voz se parece...
-En serio. –Leia tomó a Han del brazo y echó a
andar en dirección opuesta-. Explícame de nuevo por qué no podíamos usar un
atraque privado –le susurró.
-Porque los atraques privados son para los grandes
apostadores, y resulta que no tenemos un millón de créditos en metálico. –El
disfraz de Han era más sencillo que el de Leia; una perilla falsa y un elegante
sombrero que hasta el momento no había atraído ninguna mirada-. E incluso si lo
tuviéramos, asaltar la banca de las mesas de sabacc con esas cantidades no
pondría a ese Ludlo Lebauer de un humor muy agradable. Los jefes de casino
odian las grandes pérdidas.
Leia arqueó una de sus cejas falsas.
-Estás muy seguro de ti mismo, piloto.
-Estoy vetado en la mitad de los casinos de Pavo
Prime –dijo Han con orgullo-. Pregúntale a Chewie acerca de cuando hicimos
saltar la banca en el Caballito de Mar.
-¿El Caballito de Mar? No hay ningún casino llamado
Caballito de Mar.
Han sonrió.
-Precisamente.
-Sí tú lo dices. –Leia puso afablemente los ojos en
blanco, sin necesidad de lentillas-. Por favor, no hagas quebrar el casino de
Lebauer hasta después de que entregue las boasas.
-Eso depende –dijo Han.
-¿De qué?
-De lo amablemente que me lo pidas.
Por mucho que Han esperaba con ganas sus vacaciones
en Pavo Prime, había sido Leia quien sugirió el viaje. La Inteligencia de la
Nueva República –INR- se había encontrado con un grupo de diez estatuas boasa
alderaanianas que habían estado fuera del planeta cuando la Estrella de la
Muerte lo hizo desaparecer en una nube de polvo, y Leia estaba ferozmente
determinada a preservar las boasas para futuras generaciones de alderaanianos.
Dado que las estatuas pertenecían actualmente al jefe de un casino –y que Leia
no tenía nada para negociar salvo su agudo ingenio- Han calculaba sus
probabilidades de éxito entre escasas e inexistentes. Sin embargo, no habría
apostado en su contra; ya había visto a Leia hacer lo imposible tantas veces
que había perdido la cuenta. Además, le agradaba estar en una misión que no
implicase salvar a la Nueva República. A Han le gustaba como al que más hacer
su parte, pero de vez en cuando era agradable ir en un sencillo y ordinario
viaje de negocios.
La muchedumbre de turistas comenzó a apretarse,
ralentizando el avance por la terminal a un paso lento. Preocupado por si se
separaban demasiado de sus compañeros, Han se volvió para indicar a Chewbacca
que avanzara y vio un par de roedores de un metro de alto deslizándose hacia
ellos entre el bosque de piernas. Con hocicos puntiagudos, orejas lanudas y
áridos ojos de color castaño oscuro, eran casi tan adorables como bebés de
wookiee... y el doble de problemáticos. En el instante en que vieron que Han les
miraba, mostraron blancas sonrisas llenas de dientes y alzaron sus pequeñas
manos para saludar.
Han se volvió en dirección opuesta, tirando de Leia
tras él, y comenzó a abrirse paso a codazos entre la multitud.
-No mires ahora –murmuró-, pero tenemos problemas.
Leia no miró.
-¿Qué ocurre? ¿Cazarrecompensas? ¿Asesinos? –Su
mano descendió hacia el pequeño bláster oculto en el bolsillo de su vestido-.
¿Viejos amigos?
-Peor –dijo Han-. Squibs.
Leia clavó sus dedos en el brazo de Han.
-No...
-Me temo que sí. –Ignorando la estela de protestas
indignadas que dejaban a su paso, Han tiró de Leia pasando junto a un par de
duros de piel azul y vio ante ellos el mostrador de registro de luxsub-. Sligh
y Emala.
-¿Qué hay de Grees?
-No le he visto.
-Oh –dijo Leia-. Eso es malo. Muy malo.
-Sí.
Habían conocido a Grees, Sligh y Emala en Tatooine
unos meses antes, en un viaje para recuperar otra de las obras de arte
alderaanianas supervivientes. La debacle que vino después no fue completamente
culpa de los squibs, pero su “ayuda” ciertamente complicó la situación. Lo
último que Han –o Leia- quería era otro enredo con esos tres. Después de todo,
se suponía que el viaje a Pavo Prime era más de placer que de negocios.
Han se dirigió hacia la única ventanilla vacía
donde un droide vendedor plateado con los fotorreceptores apagados estaba de
pie junto a una puerta de acceso cerrada. Sobre él, parpadeaba un hololetrero
dorado: LUXSUBS JOTAJOTA – LO SENTIMOS, TODAS LAS NAVES RESERVADAS.
Han golpeó el mostrador con la palma de la mano.
-Despierta, amigo.
Los fotorreceptores del droide se encendieron.
-Buenos días, señor. Me temo...
-Sí, ya sé leer –dijo Han, mirando la escotilla
detrás del mostrador-. ¿Tenéis un salón de atraque privado?
-Por supuesto –dijo el droide-. Pero todos nuestros
vehículos se encuentran alquilados por horas. Es prácticamente imposible saber
cuándo podría haber alguno disponible.
Han miró por encima de su hombro y vio que los
squibs se acercaban rápidamente, sin dejar de sonreír y saludar, y aprovechando
al máximo su tamaño para abrirse paso hacia él. Pocos pasos por detrás, la
forma peluda de Chewbacca sobresalía de la multitud, con los ojos fijos en el
hololetrero de JotaJota y la cabeza inclinada hacia un lado mostrando
extrañeza. Obviamente, aún no había visto a los squibs.
Han estrelló un chip de crédito en el mostrador y
se volvió hacia el droide.
-Subcontrata a otra empresa. Pagaremos el doble.
El droide miró a las filas adyacentes que, aunque
largas, avanzaban rápidamente.
-Pero sería más económico...
-Ha dicho que subcontrates –insistió Leia-. Nos
gustaría viajar con JotaJota; sois conocidos por vuestro excelente servicio al
cliente.
-No lo sabía. –El droide leyó el chip de crédito, y
luego la puerta de acceso se abrió-. Pero tratamos de mejorar. JotaJota les
desea la mejor de las suertes durante su estancia.
Han señaló a Chewbacca y dio instrucciones al
droide de dejar pasar sólo al wookiee y a su compañero droide, luego recuperó
su chip de crédito y siguió a Leia a través de la puerta de acceso.
El interior del salón de atraque era acogedor y
bien amueblado, con una doble hilera de sillones mórficos, un videomuro que
anunciaba las muy diferentes atracciones de Pavo Prime, y –junto a la compuerta
de embarque- una burbuja de observación con un panorama de la ciudad submarina
que descendía hasta casi un kilómetro más abajo. Aunque las luces de los
casinos brillaban en toda su altura hasta el fondo, los submarinos sólo podían
verse en los doscientos metros superiores; más allá de esa profundidad, las
luces en movimiento atraían demasiados grandes depredadores.
Sin molestarse a echar otro vistazo a la escena,
Leia se quedó mirando la compuerta por la que habían entrado.
-¿Qué están haciendo los squibs en Pavo Prime?
-¿Realmente quieres saberlo? –replicó Han.
-No –dijo Leia-. Pero no nos hemos tropezado con
ellos sin más. La galaxia no es tan pequeña.
-Debe de haberles ido muy bien desde que salimos de
Tatooine –sugirió Han-. Tal vez estén aquí sólo para gastar algo de dinero.
Leia le miró con aire de incredulidad.
-¿Los squibs?
-O tal vez hayan oído hablar de las estatuas boasa
–admitió Han. De todas las obras de arte que habían estado fuera del planeta en
el momento de la destrucción de Alderaan, las estatuas boasa eran las más
antiguas y misteriosas, porque habían sido creadas por los misteriosos killiks
que habitaban Alderaan mucho antes de que llegaran los humanos-. Tal vez estén
aquí para comprar las boasas.
-¿Y qué crees que tiene más sentido?
Antes de que Han pudiera responder, se abrió la
compuerta y aparecieron Chewbacca y C-3PO con los carros de equipaje. Chewbacca
echó un vistazo a la burbuja de observación y, al no ver ningún luxsub
esperando para recogerles, se volvió hacia Han y gruñó.
-Por supuesto que vi el letrero. –Han miró a través
de la compuerta abierta y, al no ver señal de Emala o Sligh, se volvió hacia
Chewbacca-. Sólo quería librarme de los squibs.
El pelaje de la espalda de Chewbacca se puso de
punta.
-¿Squibs? ¿Aquí? –preguntó C-3PO.
-¿Entonces no les habéis visto? –fue Leia quien
preguntó esto a Chewbacca.
El wookiee negó con la cabeza.
-Bueno, algo es algo. Tal vez los hayamos perdido.
–Leia comprobó su cronómetro y se volvió hacia Han-. Necesitamos encontrar una
forma de llegar al Casino Isla Perla. Lebauer nos espera dentro de treinta minutos,
y llegar tarde no ayudará a nuestra causa.
-No veo ninguna razón por la que debamos llegar
tarde, princesa Leia –dijo C-3PO-. Ahí llega nuestro transporte.
Han se volvió para ver un luxsub con forma de
concha flotando hacia la compuerta de atraque, con un mon calamari de ojos
bulbosos visible en la cúpula del piloto. En la inscripción del casco podía
leerse: “Si Desea Estilo, Desea Concha Rosa.”
Chewbacca rugió una pregunta.
-Sí, ha sido rápido –dijo Han.
Selló la compuerta interior del salón, y luego
esperó con los demás mientras el luxsub atracaba y equilibraba las presiones.
Cuando la compuerta exterior del salón se abrió, se encontraron mirando a una
cabina de pasajeros con asientos de terciopelo rosa, decantadores de bebida
rosa, y ventanillas tintadas de rosa.
-Parece el gaznate de un hutt –dijo Leia. Se volvió
a Han-. Tal vez deberíamos ir nadando.
-¿Nadando? –repitió C-3PO-. Realmente no creo que
esa sea una buena idea. Me hundiría como...
-Tranquilo, Trespeó. –Han asomó la cabeza por la
escotilla y, aparte de la decoración, no vio nada inusual-. Es una broma.
Todos subieron a bordo y sellaron la escotilla, y
entonces el luxsub ejecutó un lento giro pasando junto al panel luminoso del
Erizo de Mar Estelar, permitiendo a los pasajeros un vistazo de cerca de la
huesuda cabeza del culkuda que asomaba de detrás de la señal. Han dio al piloto
su destino, y no pasó mucho hasta que se desviaron hacia un casino con forma de
montaña y una marquesina con perlas y palmeras brillando en lo alto.
Cien metros después, Leia dejó escapar un suspiro
de alivio.
-No ha sido tan difícil después de todo. Cuando
dijiste squibs, pensé que se nos pegarían como lapas.
-No en este viaje. –Han cerró los ojos y unió las
yemas de los dedos, como si estuviera esperando que una carta de sabacc
cambiara su valor para él-. Antes les pegaría un tiro.
Enfrente de Han sonó un débil sonido, como una
botella al descorcharse, y abrió los ojos para descubrir que el cojín de un
asiento junto a C-3PO se había levantado, revelando un par de fosas nasales
negras y dos grandes ojos marrones.
-Eso hiere mis sentimientos. De verdad, Solo –dijo
una débil voz aguda-. ¿Así es como tratas a todos tus amigos?
Chewbacca bramó una protesta, y el sorprendido
piloto casi choca contra un blottal que pasaba antes de poder devolverles a su
rumbo correcto. El squib lanzó una furiosa mirada a Chewbacca.
-¿Me lo merezco? –El squib se volvió hacia C-3PO-.
¿Te importa, cabeza metálica? Estás sentado encima de Emala.
-¡Oh, cielos! –C-3PO se levantó-. Le pido perdón.
Mientras los dos squibs trepaban fuera de los
compartimentos de almacenamiento bajo los asientos, Han mantuvo un ojo en Leia,
preparado para detener su brazo si trataba de alcanzar su pistolera de
bolsillo. La verdad era que sentía ganas de desintegrar a la pareja él mismo,
pero incluso en Pavo Prime había leyes contra ese tipo de cosas. No sería justo
decir que los squibs eran responsables de lo que Leia había perdido en
Tatooine, pero ciertamente habían sacado provecho de ello.
-¿Qué hacéis aquí vosotros dos? –preguntó Leia una
vez que los squibs hubieron salido de su escondite y colocado los asientos de
nuevo.
-Proporcionaros transporte –dijo la hembra, Emala-.
No lo habéis puesto fácil.
-Hay un motivo –dijo Han. Se sintió aliviado de
escuchar la rabia en la voz de Leia; no se volvía realmente peligrosa hasta que
sus sentimientos eran inescrutables-. Como por ejemplo que estamos de
vacaciones. Tal vez no queramos tener nada que ver con vosotros.
-¿Vacaciones? –Emala puso los ojos en blanco, y
luego estiró un brazo u apagó el intercomunicador-. ¿Desde cuándo los Solos
toman vacaciones?
-Estáis aquí en una misión –dijo Sligh, volviéndose
hacia Leia-. ¿Quién creéis que habló a la Inteligencia de la Nueva República
sobre las estatuas boasa de Lebauer, para empezar?
Han miró a Leia.
Ella se encogió de hombros.
-El oficial de enlace sólo dijo que la información
procedía de una fuente fiable.
-Esos somos nosotros –dijo Sligh alegremente-.
Fiables. Sabéis que nunca trataríamos de engañaros. Sois demasiado listos.
-Sí, claro –dijo Han-. ¿Dónde está Grees? ¿Tratando
de colarse en el Halcón?
Sligh y Emala se miraron entre sí, incómodos, y sus
ojos se volvieron tan tristes y llorosos que Han inmediatamente lamentó el tono
de su pregunta.
-Mirad, lo siento –dijo-. No lo sabía. La última
vez que os vimos, todo fue...
-No te preocupes por eso. –Emala sorbió por la
nariz y se pasó la palma de la mano por las fosas nasales-. No hace falta que
te preocupes por nuestros sentimientos. No estamos aquí buscando vuestra simpatía.
-Entonces sois más listos de lo que pensaba –dijo
Leia-. ¿Por qué estáis aquí, entonces?
-Una proposición de neg...
-Olvídalo –dijo Leia.
Sligh frunció el ceño.
-Pero si no siquiera habéis escuchado...
-No es necesario –dijo Han-. Nadie nos tima dos veces.
-¿Timaros? ¿Eso es lo que pensáis? –Emala arrugó la
nariz con desdén-. Y yo que pensaba que Han Solo era buen jugador.
-Dejadlo –dijo Leia-. No voy a dejar que os
acerquéis a esas estatuas boasa.
Sligh miró al techo y puso los ojos en blanco.
-¿Qué os hace pensar que queremos las estatuas
boasa? Si quisiéramos las estatuas boasa, ¿habríamos hablado a la INR de ellas?
-Las estatuas son vuestra recompensa –añadió
Emala-. Es lo que os ofrecemos.
-Esa sí que es buena –dijo Han-. La última vez que
lo comprobé, no os pertenecían.
-Pero hemos sido quienes se han asegurado de que
sepáis de ellas –protestó Sligh-. Me sorprende vuestra falta de gratitud.
-Y nos necesitáis –añadió Emala-. Ludlo Lebauer es
un tipo duro. Si queréis conseguir de él esas boasas, necesitáis toda la
ventaja que podáis obtener. Necesitáis conocer la situación.
Leia pareció pensar en ello, y Han comenzó a tener
visiones de grandes manos de sabacc que ya no se jugarían. Estaba a punto de
advertir a Leia de que no mordiera el anzuelo, cuando lo hizo.
-La información es buena –dijo ella- siempre y
cuando sea precisa. Tendréis que convencerme de que la vuestra lo es.
Emala
miró a Sligh.
Sligh asintió.
-Díselo, pero nos tiene que escuchar hasta el
final-. Captó la mirada de Han y la mantuvo-. ¿Tienes alguna otra cosa que
hacer? Es un largo viaje hasta la Perla.
-Os escuchamos. –Han comenzó a servirse uno de los
refrescos rosas... y luego se lo pensó mejor-. De momento.
Emala sonrió.
-Y os alegraréis de haberlo hecho. ¿Qué sabéis
acerca de cómo consiguió Lebauer las estatuas?
-Se me informó de que Threkin Horm entregó las
boasas para satisfacer una deuda de juego –dijo Leia. Habían descubierto en
Tatooine que Horm (el presidente del Consejo Alderaaniano) estaba subastando
ilegalmente la misma herencia cultural que se le había encargado proteger-. Qué
daño ha causado ese hombre. Si no estuviera ya muerto, lo estrangularía yo
misma.
-Puede que tuvieras que hacer cola –replicó Emala-.
Horm tenía deudas con todo el mundo en Pavo Prime. Para mantener juntas las
boasas, Ludlo Lebauer tuvo que pagar a todos los demás de su propio bolsillo.
-Espero que hayáis traído un carguero lleno de
créditos –dijo Sligh.
-Lo que hayamos traído o dejado de traer no es de
vuestra incumbencia. –Han tuvo que resistir el impulso de ver si su chip de
crédito seguía en su bolsillo; esa era justo la clase de pista que los squibs
estarían esperando, y ya había visto en Tatooine lo diestros que eran los dedos
de Emala-. Olvidaos de nuestros créditos, ¿de acuerdo?
Sligh levantó las manos y volvió sus palmas rosas
hacia Han.
-Tranquilo, chico. Sabes que no lo intentaría...
eres demasiado listo para eso.
-Sligh sólo estaba diciendo que Lebauer no va a
dejar que esas estatuas os salgan baratas –ofreció Emala.
-Os aseguro que va a tener que considerar nuestra
oferta.
Leia consiguió mostrar confianza cuando Han sabía
que tenía que sentirse llena de dudas, porque Emala había dado justo en el
punto débil de su plan. No tenían nada que ofrecer a Lebauer salvo la promesa
de la buena voluntad galáctica que generaría devolviendo las estatuas al pueblo
alderaaniano. Por lo que estaban diciendo los squibs, eso iba a resultar
exactamente tan difícil como Han se había imaginado... pero si alguien podía
conseguirlo, esa era Leia.
-De todas formas, ¿cómo llegasteis a saber vosotros
dos tanto acerca de los problemas de Horm? –preguntó Leia.
En lugar de responder, Sligh dijo:
-Mirado, todo lo que tenéis que hacer es comprar
una obra de arte por nosotros, el Segundo Error, y vosotros os quedáis con las
boasas.
-Dejadme que me aclare –dijo Han-. ¿Nosotros
ponemos el dinero, os hacemos un favor, y vosotros dejáis que nos quedemos con
nuestras propias boasas?
-Es un buen trato –le aseguró Emala-. No lo
lamentaréis.
-Ya lo lamento. –Han se volvió hacia Leia-. ¿Has
escuchado suficiente?
Leia asintió.
-Más que...
-¡Emala! –dijo Sligh-. ¡Has olvidado hablarles del
software!
-Ah, sí; el software –dijo Emala, sin parecer haber
olvidado nada, realmente-. Os quedáis con las boasas, y nosotros os damos el
software de guía para el MS-19.
Leia quedó boquiabierta.
-¿El MS-19 imperial? ¿El nuevo revienta-escudos
MS-19 de Sienar?
-Quieres decir el nuevo revienta-escudos auto-guiado M-19 de Sienar –dijo Sligh-.
Tenemos entendido que su primer despliegue en Gondagali fue toda una sorpresa.
Leia se quedó mirando a los squibs, sin habla, pero
Han reconocía una promesa vacía cuando la escuchaba.
-Olvidadlo –dijo-. Necesitáis una mentira mejor que
esa para engañarnos.
-No es necesario ser maleducado –dijo Emala-. Sólo
tratamos de ayudar a la Nueva República.
-Me siento dolido –añadió Sligh-. Después de todo
lo que hemos pasado juntos, ¿cómo podéis dudar de nosotros? –Aunque estaba
hablando a Han, mantuvo la mirada fija en Leia-. Tenéis autorización de la INR.
Seguro que habéis oído lo valiosos que han sido los códigos de hilo-S que
proporcionamos.
Leia se tensó, pero no dijo nada.
-¿Códigos de hilo-S? –Han se volvió para ver los
ojos de Leia abiertos como platos-. ¿Qué códigos de hilo-S?
-¿Y qué hay de las especificaciones del misil de
boro que enviamos? –preguntó Emala, mirando también a Leia-. Estoy segura de
que eso resultó de utilidad. Los imperiales están realmente intrigados por su
súbita inefectividad.
Leia jadeó.
-¿Cómo sabéis...? No importa.
Han comenzó a ver el resto de sus vacaciones
cayendo en un torbellino por el desagüe del lavabo, pero no protestó. La
reacción de Leia significaba que eso era importante.
Después de un instante, Leia salió de su asombro.
-Muy bien –dijo-. Habladme de esa obra de arte que
tenemos que comprar para vosotros.
-¿Qué? –La pregunta de Han casi fue un grito...
pero no pasaba nada, ya que nadie pudo oírla debido al rugido de incredulidad
de Chewbacca-. ¿Te ha entrado el mal de las profundidades? ¡Al menos que sean
ellos quienes pongan el dinero!
-Si pudiéramos poner nuestro dinero, ¿creéis que
estaríamos molestando a alguien tan importante como vosotros? –preguntó Sligh-.
Hasta que no consigamos el Segundo Error, no tenemos acceso a nuestra caja
fuerte –explicó Emala-. Por eso os necesitamos.
Han se volvió hacia Leia.
-No puedes confiar en ellos.
-Probablemente no –dijo Leia.
Chewbacca gruñó, advirtiéndole de que no olvidara
lo que había ocurrido en Tatooine.
-Oh, no lo he olvidado. –Los ojos marrones de Leia
comenzaron a arder con la feroz llama a la que Han llamaba su brillo
testarudo-. Pero tenemos que hacerlo pese a todo.
Han se encogió de hombros, resignado, y luego se
volvió a Sligh.
-Entonces, ¿cuánto va a costarnos ese Segundo
Error?
-No demasiado –dijo Emala-. El valor es
principalmente sentimental.
-No vale más de un centenar de créditos –añadió
Sligh-. Pero Lebauer está muy apegado a él. Probablemente harán falta diez.
-¿Diez centenares? –preguntó Han-. ¿No sería más
fácil decir simplemente mil cred...?
-Diez mil, Solo. –Emala meneó la cabeza con
tristeza-. Y nosotros que pensábamos que eras un pez gordo.
El comentario le hirió más de lo que debería.
-Tengo los créditos; no te preocupes por eso –dijo
Han, bastante seguro de estar diciendo adiós a sus últimas ganancias de
sabacc-. Y realmente desearía no tenerlos.
Emala se inclinó hacia delante y le puso su pequeña
mano sobre la rodilla.
-Es lo mejor para todos –dijo-. Confía en mí.
***
Rodeado por muros opalescentes e iluminado con luz
de ambiente, el vestíbulo VIP del Casino Isla Perla se parecía bastante a lo
que había sido diseñado para parecerse: el interior de una perla. La plaza
central del vestíbulo, que era del tamaño justo para parecer majestuosa sin
sacrificar la intimidad, estaba amueblada uniformemente con muebles de
alabastro tapizados de blanco tiza. Aunque Leia habitualmente encontraba que la
arquitectura de los casinos era hortera y excesiva, esta vez estaba
impresionada... y esperanzada. La combinación de buen gusto y dinero eran
buenos augurios para sus oportunidades de persuadir al propietario para que
devolviera las boasas a los supervivientes de Alderaan.
Lo que el Isla Perla en grandeza, le faltaba en
servicio. Como muchos de los mejores establecimientos, en su mostrador
principal evitaba la eficiencia de los droides a favor de la elegancia de los
seres racionales. Los Solos estuvieron esperando casi diez minutos para que
alguien les acompañara a su suite, y Leia estaba empezando a pensar que
llegarían tarde a su cita con Lebauer.
-¿Hasta qué punto estás segura de su historia? –le
preguntó Han. Estaba sentado junto a Leia en el diván de alabastro, y no había
necesidad de que aclarase a quién se refería. Habían estado hablando largo y
tendido sobre los squibs desde que se separaron de ellos fuera de los muelles
de luxsubs-. Puede que nos la estén jugando con algún rumor que escucharon en
un tapcafé.
-No puede haber rumores, no sobre esto. –Leia
atrajo a Han junto a ella para poder hablar en voz más baja, e incluso entonces
seguía teniendo cuidado de no mencionar ningún dato concreto-. La INR está
siendo extremadamente cuidadosa con esto. Ni siquiera habrían dicho al Consejo
Provisional de dónde han sacado esa información.
-Precisamente –dijo Han-. No tenemos forma de
verificar su historia. Puede que estemos fundiéndonos mis diez mil créditos en
una estafa.
Leia le tomó de la mano.
-Han, la INR te los reembolsará. –Comprendía la
razón de las dudas de Han, porque ella estaba tan molesta como él por la
intrusión en su escapada. Ambos necesitaban descansar de las misiones para la
Nueva República-. Cuando les digamos que tenemos el software de guía para un
MS-19, probablemente nos giren el dinero por correo urgente.
Han la miró con gesto cínico.
-Ahora comienzas a hablar como un squib.
-Auh, eso duele –dijo Leia con una risita-. La cuestión
es –dijo después- que todavía tendremos tiempo para sabacc... y otras cosas.
Han le ofreció una sonrisa retorcida.
-Ahora empezamos a entendernos.
C-3PO, que había estado de pie junto al equipaje
cerca del robusto sillón donde se había sentado Chewbacca, se acercó.
-Perdonen que les interrumpa, pero parece que los
botones finalmente han regresado de su descanso.
C-3PO comenzó a avanzar hacia un pasillo junto al
mostrador de recepción. Laia se volvió para ver a un corpulento jenet con un
ostentoso conjunto de jubón y túnica de noron que dirigía a un grupo de media
docena de tipos con atuendo similar hacia el vestíbulo. Con hocicos
redondeados, pequeños y brillantes ojos rojos y orejas puntiagudas alzándose
cerca de sus sienes, tenían un aspecto amenazador y ligeramente repulsivo que
incluso la mirada de una diplomática tenía problemas en obviar.
-¡Ya era hora! –dijo C-3PO. Hizo girar la
articulación de su cintura y señaló al equipaje-. No es necesario que vengáis
los siete. Sólo tenemos tres bultos.
El jenet le miró fríamente.
-¿En serio?
-Oh, oh. –Han se puso en pie-. Algo me dice que
esos no son botones.
-¿Puede que sean las ropas hechas a mano? –replicó
Leia, levantándose a su lado-. ¿O el bulto de los blásters bajo sus brazos?
C-3PO continuó, ajeno a su conversación.
-Nos quedaremos en la Suite Almirante.
-Muy bien –dijo el jenet-. Haré que alguien se
ocupe de sus maletas.
Se volvió y, con dos de sus dedos provistos de
garras, agarró de la muñeca al empleado twi’lek.
-Eso no es bueno –susurró Han-. Nada bueno.
Leia cruzó la sala hacia ellos.
-Trespeó, no creo que esos caballeros sean botones.
C-3PO se volvió hacia Leia.
-¿No lo son?
-No. –Ahora que Leia estaba más cerca, pudo ver que
la piel rosada de los jenets estaba cubierta de escasa pelusa blanca-. Por
favor, disculpen a mi droide. Parece que ha tenido un error de procesamiento.
La mirada del líder se volvió hacia Leia.
-Olvídelo. –Sus ojos rojos eran inescrutables y
carentes de vida-. Bienvenidos al Isla Perla. –Tendió una mano peluda. En el
dedo más pequeño había un anillo de meñique con una gema corusca tan grande
como la uña de su pulgar-. Ludlo Lebauer.
Leia estaba tan sorprendida que no se dio cuenta de
que resultaba obvio que él esperaba que estrechase la mano que le había
tendido. Los rudos modales del jenet y sus llamativas ropas desentonaban tanto
con la elegancia del Isla Perla que su mente estaba teniendo problemas para
conciliar los conceptos entre sí.
Por fortuna, Han se había acercado con ella.
-Han Solo. –Se puso delante de Leia y tomó la mano
de Lebauer-. Gracias por recibirnos.
Si Lebauer se dio cuenta del asombro de Leia, su
expresión inerte no lo reveló. Se limitó a estrechar la mano de Han.
-Me alegro de verle de nuevo–dijo.
Ahora fue Han quien no pudo ocular su sorpresa.
-¿De nuevo?
-Estaba en el Caballito de Mar cuando ese jefe de
sala insultó a su wookiee –dijo, señalando con la cabeza a Chewbacca, que se
estaba acercando para unirse a ellos-. Puede que lo recuerde: en la tercera
fila de espectadores, cuatro posiciones a la izquierda del crupier.
Han ni siquiera trató de recordar.
-No, lo siento.
-Me temo que los recuerdos humanos no son tan
infalibles como los suyos, administrador –dijo Leia. Los jenet eran famosos en
toda la galaxia por sus memorias perfectas-. Pero estoy seguro de que él
apreció su apoyo.
Lebauer soltó un bufido.
-Lo dudo. Mi clan tenía inversiones en el
Caballito.
-Bueno... –Leia se obligó a ignorar la sensación de
hundimiento que la invadía, y miró a su alrededor con aire impresionado-.
Ciertamente parece haberse recuperado.
Lebauer dejó escapar un siseo rítmico que bien
podría haber sido una risa.
-Sí, podría decirse así. –Volvió la mirada hacia
Han-. Pero ni se le ocurra apostar aquí.
-Ni se me había ocurrido –dijo Han con aire
inocente-. Este viaje es estrictamente de negocios.
-Bien, entonces nos llevaremos bien. –Lebauer
señaló a un codru-ji de cuatro brazos que había aparecido junto al mostrador de
recepción-. El botones puede llevar a su droide y sus maletas a su habitación.
Ahora necesito mostrarles las formas.
-¿Las “formas”? –preguntó Leia.
-Ya sabe –dijo Lebauer-. Las estatuas.
Chewbacca, quien insistía en efectuar un barrido de
seguridad antes de que los Solos se alojasen en ningún lugar que no fuera su
propio apartamento, se marchó con C-3PO y el botones, y entonces Lebauer –sin
molestarse todavía en presentar a sus socios- condujo a Leia y Han a la ala más
lujosa del casino. Era aún más majestuosa que la plaza central, con atrios de
cuatro pisos, un pequeño bosque de plantas de interior, y una obra de arte de
un rincón diferente de la galaxia en cada esquina. Por supuesto, también había
gran cantidad de mesas de juego con apuestas elevadas y droides camareros
ofreciendo intoxicantes de cortesía a cualquiera que todavía aguantase de pie.
Pero las mesas estaban encajadas en pozos con escudos sonoros donde podían
atraer la atención sin resultar molestas, y los droides desaparecían en el
follaje cada vez que no se necesitaba que repusieran un refresco.
En una ocasión, cuando uno de los droides se
retiraba entre dos hojas de trebala, Leia creyó poder ver un par de ojos
oscuros observándoles desde las sombras. Miró a Han, pero él parecía no haberse
dado cuenta.
Lebauer condujo al grupo más allá de un pozo de
sabacc formal donde el protocolo parecía exigir elegantes tabardos de cuerpo
entero para los caballeros y trajes de noche escasos de tela para las damas, y
luego ascendieron por una rampa deslizante a una entreplanta en forma de U con
una puerta de seguridad protegiendo las entradas a una docena de las mayores
suites del Isla Perla. Entre cada par de puertas dobles había una hornacina que
contenía una de las estatuas boasa que Leia había venido a buscar. Con diez
hornacinas y diez boasas, se encontró preguntándose si las boasas habían sido
adquiridas para decorar el ala, o el ala construida para exponer las boasas.
Lebauer apartó a un atónito guarda jenet, y luego
condujo a Leia y a sus compañeros por la entreplanta para inspeccionar las
estatuas. Cada pieza era de un metro de alto y construida con algún tipo de
resina orgánica cuya fuente la ciencia aún no había podido identificar.
Variando el color desde un amarillo azafrán hasta un rojo rubí tan fuerte y
oscuro que casi era negro, las boasas eran poco más que formas translúcidas
rodeando patrones huecos. Había gráciles espirales alzándose en el interior de
un cilindro naranja acampanado, apretados lazos curvados flotando en un
estrecho rectángulo de ámbar, una solitaria burbuja situada en el corazón de
una burbuja escarlata... Las piezas eran tan completamente hipnóticas como Leia
recordaba, y para la cuarta, ella y Han tuvieron que ser amablemente empujados
para pasar a la siguiente.
Cuando llegaron a la pieza final –una columna
retorcida de color de cobre con una única línea recta alzándose a lo largo del
eje central-, Lebauer se volvió a sus fascinados huéspedes.
-A todos les pasa lo mismo. –Miró a sus asociados,
que murmuraron obedientemente su conformidad, y luego formó con los labios una
expresión que más parecía una especie de gruñido que una sonrisa-. La gente
reserva las Suites Reales sólo para verlas.
-Entonces debe de haber pocos que puedan permitirse
ese privilegio –dijo Leia, tratando de establecer las bases para la petición
que había venido a efectuar-. ¿Ha considerado alguna vez el valor de relaciones
públicas de exponerlas en una zona más accesible?
-¿”Valor” de relaciones públicas? –Lebauer miró a
sus socios, que interpretaron la señal para soltar una risita al unísono-.
Princesa, ¿qué cree que vende el Isla Perla? Somos exclusivos. No queremos relaciones
públicas.
-Por supuesto que no –dijo rápidamente Leia-. Pero
una clientela sofisticada también aprecia el valor de la filan...
Leia dejó que la frase terminara a mitad de
palabra, porque Lebauer había levantado la mano a la estatua y estaba recorriendo
su sinuosa superficie con los dedos. Tuvo que esforzarse para ocultar su
indignación. O bien a Lebauer no le importaba lo destructivo que era lo que
estaba haciendo, o bien no se había molestado en aprender lo más básico para el
cuidado de las estatuas.
-Discúlpeme –dijo Leia-, pero realmente no debería
tocar la estatua. Los aceites de su piel alimentarían a una bacteria
destructiva suspendida en la boasa.
-¿No me diga? –Sin apartar los ojos de Leia,
Lebauer continuó tocando la estatua-. Seguridad me dice que la gente lo hace
continuamente.
Leia sabía que el jenet la estaba provocando
deliberadamente –aunque no podía comprender por qué-, pero ese conocimiento no
impidió que su ira creciera. Tanto si pretendía renunciar a las estatuas como
si no, no ganaba nada dañándolas.
-¿Sabe? –dijo Han-, probablemente esa bacteria
tampoco le haga ningún bien a usted. He escuchado que se come la piel. Incluso
hay quien especula que es lo que mató a los killiks.
Los ojos rojos de Lebauer brillaron alarmados, y
casi aparta la mano. Luego sonrió.
-Se está echando un farol –dijo.
-¿Me eché faroles en el Caballito?
-Una vez –dijo Lebauer-. Horriblemente.
Han se encogió de hombros.
-Pues ahí lo tiene. –Miró a los socios de Lebauer-.
¿Quién toma el mando cuando él haya desaparecido?
-Eso tardará mucho tiempo en ocurrir, Solo.
–Lebauer se apartó de la estatua, y luego se volvió hacia Leia-. Vayamos a
alguna parte y hablemos acerca de esa “filantropía” a la que se refería,
princesa.
-Me alegra escuchar que esté abierto a la idea
–dijo Leia.
En realidad, trataba de adivinar qué podría querer
Lebauer de ella; él obviamente estaba intentando que el interés de la princesa
por las estatuas sirviera para sus propios propósitos, lo que significaba que
ese sería un buen momento para interrumpir su plan.
Lebauer indicó a sus asociados que fueran por
delante, luego se colocó delante de Han y Leia y avanzó hacia la salida.
Estaban a mitad de camino de la “U” cuando un suave susurro sonó en un frondoso
nogal bora que se alzaba en el piso de abajo. Leia volvió la cabeza para ver
una hoja del tamaño de una cabeza oscilando hacia ella.
-¡Error! -Siseó una voz casi inaudible.
-¿Qué ha sido eso? –preguntó Lebauer. Se detuvo y
se volvió hacia Leia, y esa hoja dejó de moverse-. No he podido entenderlo.
Leia volvió los ojos hacia Lebauer.
-¿Entender qué? –Se obligó a sí misma a no apartar
la mirada-. Yo no he dicho nada.
Lebauer frunció el ceño.
-¿Ah, no?
Han miró a Leia.
-Yo no he escuchado nada -ofreció-. Nada en
absoluto.
Lebauer frunció el ceño aún más. Examinó a Han por
un instante.
-Curioso. –Meneó la cabeza y echó a andar-. Juraría
haber escuchado algo.
Leia volvió a mirar al nogal Bora para encontrar la
nariz y los ojos de Emala asomando entre dos tallos. Sin emitir ningún sonido,
Leia vocalizó: Márchate.
-¡Te has olvidado! –susurró Emala.
Leia frunció el ceño y meneó la cabeza, y luego
vocalizó: No.
Han le dio un golpecito en la espalda. Se volvió
para encontrar a Lebauer unos pocos pasos más allá, medio vuelto hacia ella y
con el ceño fruncido.
-Discúlpeme, administrador –dijo Leia acercándose a
él-. Sólo estaba admirando ese nogal bora.
Los ojos rojos de Lebauer finalmente mostraron una
emoción: desconcierto.
-¿No tienen árboles en Coruscant?
-No muchos –dijo Leia.
-¿En serio? –Lebauer comenzó a avanzar de nuevo-.
Tendremos que darles uno para que se lo lleven con ustedes.
Leia intercambió miradas de alivio con Han, y ambos
siguieron a Lebauer rodeando la entreplanta. No se había olvidado del Segundo
Error; todo lo contrario. La actitud de Lebauer maltratando las estatuas tan
descaradamente había convencido a la Princesa de que este quería algo de ella
tan desesperadamente como ella quería las estatuas. Dado que estaba apegado al
Segundo Error, había decidido que el mejor momento para preguntar por ello
sería cuando las otras negociaciones estuvieran casi finalizadas, cuando
Lebauer no querría que ese asunto pudiera estropear el trato.
Por desgracia, los squibs no eran tan pacientes.
Mientras Lebauer y los Solos se acercaban a la puerta de seguridad en el
extremo de la entreplanta, Leia escuchó más roces de hojas a su espalda. Se
negó a mirar, pero eso no sirvió de nada.
-¡Nos estás vendiendo! –La voz de Sligh tenía algo
más de volumen que un susurro-. ¡Menuda jilly traicionera estás hecha!
Lebauer se detuvo en la puerta y giró sobre sus
talones.
-Esta vez, estoy seguro de haber escuchado algo.
-Es probable –dijo Leia, tratando de pensar en una
forma de disimular... y esperando que Sligh estuviera bien oculto-. Estaba,
eh... despidiéndome de las boasas.
-¿Habla con un puñado de bloques de resina? –La
mirada de Lebauer estaba peligrosamente fija en ella-. ¿En serio?
Un crujido de hojas sonó en la planta detrás de
Leia; no sabía de qué especie era porque trataba seriamente de no mirar.
No sirvió de nada. Los ojos de Lebauer comenzaron a
mirar hacia la entreplanta.
-En realidad, Han y yo estábamos comentando que tal
vez estaríamos interesados en otra de sus piezas. –Maldiciendo en silencio a
todos los squibs (y a Sligh y Emala en particular), Leia se plantó delante de
la línea de visión de Lebauer y preguntó-: ¿Podríamos ver el Segundo Error?
Lebauer abrió atónito su hocico, y sus asociados
–que escuchaban desde el otro lado de la puerta de seguridad- balbucearon
sorprendidos.
-¡El Segundo Error! –exclamó-. ¿Cómo han sabido
acerca del Segundo Error...?
Leia y Han intercambiaron miradas nerviosas, y
luego fue Han quien habló.
-Cómo supimos de él no importa. Puede que estemos
interesados en comprarlo.
-¿Ah, sí? –Lebauer se encogió de hombros-. Entonces
supongo que no hará ningún mal que lo vean. –Miró a sus asociados y sonrió-.
Puede que incluso resulte educativo.
Abrió la marcha hacia el ala administrativa del
casino, una bulliciosa zona de oficinas llena de empleados jenet, supervisores
jenet, y guardias de seguridad jenet con miradas duras, y luego ascendieron a
una suite ejecutiva abalconada que dominaba el piso de oficinas de debajo. Un grupo de empleadas vestidas con
lo que Leia supuso que era un provocativo atuendo de oficina para los jenets
–blusas sin espalda y pantalones hasta la rodilla con hendiduras en las
caderas- saludó a Lebauer por su nombre de pila mientras este conducía al grupo
a su oficina privada.
Era una gran cámara de piedra y metal tan cercana a
la superficie que Leia casi podía ver la gran esfera del sol azul de Pavo Prime
temblando en las olas sobre el techo abovedado de transpariacero. Lebauer la
tomó del brazo y la condujo hacia la esquina del fondo, donde un panel de
bajorrelieve negro colgaba de una pared frente a un gran sillón envolvente.
Conforme se acercaban, la escultura tomó la forma
de un bípedo de un metro de alto con el hocico puntiagudo y las orejas peludas
de un squib. Leia notó que Han le tomaba la mano. Aunque los rasgos del rostro
estaban demasiado distorsionados para reconocerlo, no tenía la menor duda de a
quién estaban mirando: el compañero de Sligh y Emala, Grees.
Tenía los ojos abiertos de terror, y uno de sus
pequeños brazos estaba levantado como para protegerse de un golpe. La otra mano
estaba extendida hacia el espectador, sosteniendo una tarjeta de datos circular
que parecía tan grande como un plato sopero entre sus pequeños dedos.
Han se volvió a Lebauer.
-Si esto es una broma, no nos está haciendo gracia.
-Lo siento si esto le ofende, Solo. –La petulante voz
de Lebauer sonaba de cualquier modo menos apenada-. Si tanto aprecian a los
squibs, no deberían haber preguntado.
-No los apreciamos –dijo Leia. Compartía la rabia
de Han, porque nunca había olvidado la agonía que había visto congelada en el
rostro de Han la noche que lo liberó de su ataúd de carbonita-. Pero lo que ha
hecho aquí no se lo habría deseado ni al mismo Emperador.
-¿Ah, sí? –Lebauer se volvió a sus asociados-. La
dama es realmente indulgente, teniendo en cuenta lo que él planeaba para su
hermano.
Leia le ignoró y continuó.
-No puedo ni imaginar que sea lo bastante estúpido
para pensar que hay un mercado legítimo para este tipo de cosas, pero estoy
dispuesta a ofrecerle un precio razon...
Al escuchar esas palabras, los asociados de Lebauer
estallaron en una carcajada.
El propio administrador soltó una risita
sarcástica.
-No hay un precio “razonable”. –Se volvió hacia una
pequeña barra de bar en la esquina opuesta-. Les he mostrado el Segundo Error
porque lo han pedido. Pero no está a la venta... a ningún precio.
-Todo tiene un precio –replicó Han-. Usted es el
jefe de un casino. Sabe que...
-Esto no. –Lebauer entró detrás del mostrador y
desplazó su atención hacia Leia-. ¿Puedo ofrecerle algo?
Leia negó con la cabeza.
-No –dijo-. Ya nos íbamos.
-¿En serio? –Lebauer parecía genuinamente
sorprendido-. ¿Antes de que hablemos de esas boasas?
-Si el Segundo Error realmente no está disponible,
no tenemos nada de lo que hablar. –A Leia le dolía la mera idea de dejar las
estatuas en manos de Lebauer, pero ella no había venido a jugar a este juego, y
necesitaba tiempo para aprender las nuevas reglas. Además, lo que había dicho
del destino de Grees iba completamente en serio. Sólo recordar el aspecto de
Han al emerger de ese infinito momento de frío y oscuridad era casi suficiente
para romperle de nuevo el corazón-. Lamento haber malgastado su tiempo.
Lebauer, atónito, tuvo que hacer un acto consciente
para cerrar la boca.
-Sí, yo también.
Leia hizo un gesto a Han y comenzó a dirigirse a la
salida. Los asociados de Lebauer –que se encontraban entre ellos y la puerta-,
intercambiaron miradas de preocupación y no hicieron ningún movimiento para
apartarse del camino de los Solos mientras estos se abrían paso. Cuando se hizo
aparente que Leia no iba de farol, dos de ellos le acompañaron a ella y a Han
mientras cruzaban la oficina.
-Deberían saber una cosa antes de marcharse –dijo
el primero de los asociados, uno alto con la espalda encorvada-. El Isla Perla
estaría gustoso de entregarles las estatuas boasa. Para los supervivientes de
Alderaan, quiero decir.
-¿En serio? –Leia continuó avanzando hacia la
puerta sin mirar a su interlocutor-. ¿A cambio de qué?
-De nada –dijo el segundo asociado. Tenía una
complexión musculosa y un rostro redondo como una luna llena-. No les costaría
nada.
-Lo dudo –dijo Leia-. Nada es gratis en Pavo Prime.
Cuando llegaron a la puerta, se detuvo y se volvió
para mirar la reacción que causaba su partida. Lebauer la miraba fijamente,
pero rápidamente bajó la mirada cuando sus ojos se encontraron. Interesante. Leia había pensado que era
el único al mando del casino, pero ahora comenzaba a ponerlo en duda.
El asociado alto dio un paso hacia ella.
-Mire, todo lo que queremos es un contrato. Para
hacer algo que la Nueva República necesita que se haga de todas formas.
-Cuesta imaginarse de qué puede tratarse. –Leia
estaba teniendo cuidado de no abrir una negociación... pero tampoco se marchó-.
La Nueva República es muy capaz de ocuparse de sus propias necesidades.
Caraluna se colocó junto a Alto.
-Alguien tiene que limpiar los restos después de
todas esas batallas en las que se enfrascan –dijo-. Sólo queremos los derechos
de salvamento en batalla.
-¿El Isla Perla tiene una flota de salvamento?
–preguntó Leia.
Alto se encogió de hombros y abrió los brazos.
-Una subsidiaria. ¿Qué dice? Sus estatuas por los
derechos de salvamento.
-Derechos exclusivos –dijo Lebauer desde el fondo
de la oficina.
-¿Para que puedan volver e vendernos nuestras
propias naves al triple de su valor? –bufó Han-. A mí me parece demasiado caro.
-Les pagaremos bien, Solo –dijo Caraluna-. Y cuando
digo pagarles no me refiero a la
Nueva República, si entiende lo que quiero decir.
-Sí, entiendo lo que quiere decir. –Leia se dio la
vuelta y, con Han a su lado, abandonó la oficina de Lebauer-. Como dije antes,
no tenemos nada de lo que hablar.
Conforme se alejaban, Alto salió
tras ellos por la puerta.
-¿Qué ocurre? -exclamó-. ¿Realmente es por ese
squib?
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