lunes, 17 de febrero de 2014

El problema con los squibs (I)

El problema con los squibs
Troy Denning

Más allá del extremo del vestíbulo brillaban las luces de Pavo Prime, un titilante arrecife de ostentación submarina que atraía por igual a jugadores y observadores de peces a las cristalinas aguas azules del mundo de casinos más deslumbrante de la galaxia. Un banco de bocalunas dorados nadaba rozando el exterior de la pared de observación, ajenos al culkuda profusamente dentado que les acechaba desde detrás de un panel luminoso que anunciaba grandes premios en el Erizo de Mar Estelar. De los cientos de seres que avanzaban por la acera deslizante, no más de un puñado era capaz de reconocer la ironía de lo que estaban viendo; Pavo Prime era un comedero gigante para depredadores, y la presa favorita no respiraba en el agua.
Han Solo era uno de los pocos que entendía exactamente lo que estaba viendo... y le encantaba. Un viaje a Pavo Prime podía ser como tomar todos los momentos emocionantes de la vida y comprimirlos en sólo unos pocos días de azar y resplandor. Le hacía sentirse tan vivo como burlar un bloqueo imperial, sólo que era mucho más fácil escapar cuando las cosas iban mal dadas. No es que esperase que nada fuera mal en este viaje. Con la embajadora más hermosa de la galaxia a su lado y diez mil créditos para gastar en su bolsillo, ¿qué podría ir mal?
La acera deslizante entró en una bulliciosa terminal de tránsito repleta de turistas de cientos de especies diferentes. La mayoría estaba empujando grandes carros repulsores de equipaje y estaban más interesados en los bocalunas del exterior que en los rateros y carteristas que los evaluaban en silencio. Han tomó a Leia del brazo y se dirigieron hacia un letrero holográfico en el que podía leerse LUXSUBS PRIVADOS. Debido a que trataban de pasar desapercibidos, Chewbacca y C-3PO les seguían con tres carros de equipaje veinte pasos por detrás, lo bastante lejos para no atraer la atención sobre los Solos.
Han y Leia estaban a mitad de camino hacia el hololetrero cuando un ishi tib con boca en forma de pico fijó sus pedúnculos oculares en ellos. Aunque Leia llevaba un par de cejas blancas postizas, lentes de contacto blancas, y un elegante velo de gasa mirr, Han no se sorprendió en absoluto cuando el ishi tib continuó mirándoles fijamente. Los ojos de Leia se contaban entre los más hermosos de la galaxia, y haría falta algo más que un cambio de color y un par de cejas sintéticas para cambiar eso.
El ishi tib comenzó a acercarse a ellos.
-Oiga, ¿no es usted...?
-No. –Leia interpuso su pequeña mochila entre ellos-. Me debe de confundir con otra persona. Me pasa a menudo.
El ishi tib arrugó su curtido rostro.
-¿En serio? Su voz se parece...
-En serio. –Leia tomó a Han del brazo y echó a andar en dirección opuesta-. Explícame de nuevo por qué no podíamos usar un atraque privado –le susurró.
-Porque los atraques privados son para los grandes apostadores, y resulta que no tenemos un millón de créditos en metálico. –El disfraz de Han era más sencillo que el de Leia; una perilla falsa y un elegante sombrero que hasta el momento no había atraído ninguna mirada-. E incluso si lo tuviéramos, asaltar la banca de las mesas de sabacc con esas cantidades no pondría a ese Ludlo Lebauer de un humor muy agradable. Los jefes de casino odian las grandes pérdidas.
Leia arqueó una de sus cejas falsas.
-Estás muy seguro de ti mismo, piloto.
-Estoy vetado en la mitad de los casinos de Pavo Prime –dijo Han con orgullo-. Pregúntale a Chewie acerca de cuando hicimos saltar la banca en el Caballito de Mar.
-¿El Caballito de Mar? No hay ningún casino llamado Caballito de Mar.
Han sonrió.
-Precisamente.
-Sí tú lo dices. –Leia puso afablemente los ojos en blanco, sin necesidad de lentillas-. Por favor, no hagas quebrar el casino de Lebauer hasta después de que entregue las boasas.
-Eso depende –dijo Han.
-¿De qué?
-De lo amablemente que me lo pidas.
Por mucho que Han esperaba con ganas sus vacaciones en Pavo Prime, había sido Leia quien sugirió el viaje. La Inteligencia de la Nueva República –INR- se había encontrado con un grupo de diez estatuas boasa alderaanianas que habían estado fuera del planeta cuando la Estrella de la Muerte lo hizo desaparecer en una nube de polvo, y Leia estaba ferozmente determinada a preservar las boasas para futuras generaciones de alderaanianos. Dado que las estatuas pertenecían actualmente al jefe de un casino –y que Leia no tenía nada para negociar salvo su agudo ingenio- Han calculaba sus probabilidades de éxito entre escasas e inexistentes. Sin embargo, no habría apostado en su contra; ya había visto a Leia hacer lo imposible tantas veces que había perdido la cuenta. Además, le agradaba estar en una misión que no implicase salvar a la Nueva República. A Han le gustaba como al que más hacer su parte, pero de vez en cuando era agradable ir en un sencillo y ordinario viaje de negocios.
La muchedumbre de turistas comenzó a apretarse, ralentizando el avance por la terminal a un paso lento. Preocupado por si se separaban demasiado de sus compañeros, Han se volvió para indicar a Chewbacca que avanzara y vio un par de roedores de un metro de alto deslizándose hacia ellos entre el bosque de piernas. Con hocicos puntiagudos, orejas lanudas y áridos ojos de color castaño oscuro, eran casi tan adorables como bebés de wookiee... y el doble de problemáticos. En el instante en que vieron que Han les miraba, mostraron blancas sonrisas llenas de dientes y alzaron sus pequeñas manos para saludar.
Han se volvió en dirección opuesta, tirando de Leia tras él, y comenzó a abrirse paso a codazos entre la multitud.
-No mires ahora –murmuró-, pero tenemos problemas.
Leia no miró.
-¿Qué ocurre? ¿Cazarrecompensas? ¿Asesinos? –Su mano descendió hacia el pequeño bláster oculto en el bolsillo de su vestido-. ¿Viejos amigos?
-Peor –dijo Han-. Squibs.
Leia clavó sus dedos en el brazo de Han.
-No...
-Me temo que sí. –Ignorando la estela de protestas indignadas que dejaban a su paso, Han tiró de Leia pasando junto a un par de duros de piel azul y vio ante ellos el mostrador de registro de luxsub-. Sligh y Emala.
-¿Qué hay de Grees?
-No le he visto.
-Oh –dijo Leia-. Eso es malo. Muy malo.
-Sí.
Habían conocido a Grees, Sligh y Emala en Tatooine unos meses antes, en un viaje para recuperar otra de las obras de arte alderaanianas supervivientes. La debacle que vino después no fue completamente culpa de los squibs, pero su “ayuda” ciertamente complicó la situación. Lo último que Han –o Leia- quería era otro enredo con esos tres. Después de todo, se suponía que el viaje a Pavo Prime era más de placer que de negocios.
Han se dirigió hacia la única ventanilla vacía donde un droide vendedor plateado con los fotorreceptores apagados estaba de pie junto a una puerta de acceso cerrada. Sobre él, parpadeaba un hololetrero dorado: LUXSUBS JOTAJOTA – LO SENTIMOS, TODAS LAS NAVES RESERVADAS.
Han golpeó el mostrador con la palma de la mano.
-Despierta, amigo.
Los fotorreceptores del droide se encendieron.
-Buenos días, señor. Me temo...
-Sí, ya sé leer –dijo Han, mirando la escotilla detrás del mostrador-. ¿Tenéis un salón de atraque privado?
-Por supuesto –dijo el droide-. Pero todos nuestros vehículos se encuentran alquilados por horas. Es prácticamente imposible saber cuándo podría haber alguno disponible.
Han miró por encima de su hombro y vio que los squibs se acercaban rápidamente, sin dejar de sonreír y saludar, y aprovechando al máximo su tamaño para abrirse paso hacia él. Pocos pasos por detrás, la forma peluda de Chewbacca sobresalía de la multitud, con los ojos fijos en el hololetrero de JotaJota y la cabeza inclinada hacia un lado mostrando extrañeza. Obviamente, aún no había visto a los squibs.
Han estrelló un chip de crédito en el mostrador y se volvió hacia el droide.
-Subcontrata a otra empresa. Pagaremos el doble.
El droide miró a las filas adyacentes que, aunque largas, avanzaban rápidamente.
-Pero sería más económico...
-Ha dicho que subcontrates –insistió Leia-. Nos gustaría viajar con JotaJota; sois conocidos por vuestro excelente servicio al cliente.
-No lo sabía. –El droide leyó el chip de crédito, y luego la puerta de acceso se abrió-. Pero tratamos de mejorar. JotaJota les desea la mejor de las suertes durante su estancia.
Han señaló a Chewbacca y dio instrucciones al droide de dejar pasar sólo al wookiee y a su compañero droide, luego recuperó su chip de crédito y siguió a Leia a través de la puerta de acceso.
El interior del salón de atraque era acogedor y bien amueblado, con una doble hilera de sillones mórficos, un videomuro que anunciaba las muy diferentes atracciones de Pavo Prime, y –junto a la compuerta de embarque- una burbuja de observación con un panorama de la ciudad submarina que descendía hasta casi un kilómetro más abajo. Aunque las luces de los casinos brillaban en toda su altura hasta el fondo, los submarinos sólo podían verse en los doscientos metros superiores; más allá de esa profundidad, las luces en movimiento atraían demasiados grandes depredadores.
Sin molestarse a echar otro vistazo a la escena, Leia se quedó mirando la compuerta por la que habían entrado.
-¿Qué están haciendo los squibs en Pavo Prime?
-¿Realmente quieres saberlo? –replicó Han.
-No –dijo Leia-. Pero no nos hemos tropezado con ellos sin más. La galaxia no es tan pequeña.
-Debe de haberles ido muy bien desde que salimos de Tatooine –sugirió Han-. Tal vez estén aquí sólo para gastar algo de dinero.
Leia le miró con aire de incredulidad.
-¿Los squibs?
-O tal vez hayan oído hablar de las estatuas boasa –admitió Han. De todas las obras de arte que habían estado fuera del planeta en el momento de la destrucción de Alderaan, las estatuas boasa eran las más antiguas y misteriosas, porque habían sido creadas por los misteriosos killiks que habitaban Alderaan mucho antes de que llegaran los humanos-. Tal vez estén aquí para comprar las boasas.
-¿Y qué crees que tiene más sentido?
Antes de que Han pudiera responder, se abrió la compuerta y aparecieron Chewbacca y C-3PO con los carros de equipaje. Chewbacca echó un vistazo a la burbuja de observación y, al no ver ningún luxsub esperando para recogerles, se volvió hacia Han y gruñó.
-Por supuesto que vi el letrero. –Han miró a través de la compuerta abierta y, al no ver señal de Emala o Sligh, se volvió hacia Chewbacca-. Sólo quería librarme de los squibs.
El pelaje de la espalda de Chewbacca se puso de punta.
-¿Squibs? ¿Aquí? –preguntó C-3PO.
-¿Entonces no les habéis visto? –fue Leia quien preguntó esto a Chewbacca.
El wookiee negó con la cabeza.
-Bueno, algo es algo. Tal vez los hayamos perdido. –Leia comprobó su cronómetro y se volvió hacia Han-. Necesitamos encontrar una forma de llegar al Casino Isla Perla. Lebauer nos espera dentro de treinta minutos, y llegar tarde no ayudará a nuestra causa.
-No veo ninguna razón por la que debamos llegar tarde, princesa Leia –dijo C-3PO-. Ahí llega nuestro transporte.
Han se volvió para ver un luxsub con forma de concha flotando hacia la compuerta de atraque, con un mon calamari de ojos bulbosos visible en la cúpula del piloto. En la inscripción del casco podía leerse: “Si Desea Estilo, Desea Concha Rosa.”
Chewbacca rugió una pregunta.
-Sí, ha sido rápido –dijo Han.
Selló la compuerta interior del salón, y luego esperó con los demás mientras el luxsub atracaba y equilibraba las presiones. Cuando la compuerta exterior del salón se abrió, se encontraron mirando a una cabina de pasajeros con asientos de terciopelo rosa, decantadores de bebida rosa, y ventanillas tintadas de rosa.
-Parece el gaznate de un hutt –dijo Leia. Se volvió a Han-. Tal vez deberíamos ir nadando.
-¿Nadando? –repitió C-3PO-. Realmente no creo que esa sea una buena idea. Me hundiría como...
-Tranquilo, Trespeó. –Han asomó la cabeza por la escotilla y, aparte de la decoración, no vio nada inusual-. Es una broma.
Todos subieron a bordo y sellaron la escotilla, y entonces el luxsub ejecutó un lento giro pasando junto al panel luminoso del Erizo de Mar Estelar, permitiendo a los pasajeros un vistazo de cerca de la huesuda cabeza del culkuda que asomaba de detrás de la señal. Han dio al piloto su destino, y no pasó mucho hasta que se desviaron hacia un casino con forma de montaña y una marquesina con perlas y palmeras brillando en lo alto.
Cien metros después, Leia dejó escapar un suspiro de alivio.
-No ha sido tan difícil después de todo. Cuando dijiste squibs, pensé que se nos pegarían como lapas.
-No en este viaje. –Han cerró los ojos y unió las yemas de los dedos, como si estuviera esperando que una carta de sabacc cambiara su valor para él-. Antes les pegaría un tiro.
Enfrente de Han sonó un débil sonido, como una botella al descorcharse, y abrió los ojos para descubrir que el cojín de un asiento junto a C-3PO se había levantado, revelando un par de fosas nasales negras y dos grandes ojos marrones.
-Eso hiere mis sentimientos. De verdad, Solo –dijo una débil voz aguda-. ¿Así es como tratas a todos tus amigos?
Chewbacca bramó una protesta, y el sorprendido piloto casi choca contra un blottal que pasaba antes de poder devolverles a su rumbo correcto. El squib lanzó una furiosa mirada a Chewbacca.
-¿Me lo merezco? –El squib se volvió hacia C-3PO-. ¿Te importa, cabeza metálica? Estás sentado encima de Emala.
-¡Oh, cielos! –C-3PO se levantó-. Le pido perdón.
Mientras los dos squibs trepaban fuera de los compartimentos de almacenamiento bajo los asientos, Han mantuvo un ojo en Leia, preparado para detener su brazo si trataba de alcanzar su pistolera de bolsillo. La verdad era que sentía ganas de desintegrar a la pareja él mismo, pero incluso en Pavo Prime había leyes contra ese tipo de cosas. No sería justo decir que los squibs eran responsables de lo que Leia había perdido en Tatooine, pero ciertamente habían sacado provecho de ello.
-¿Qué hacéis aquí vosotros dos? –preguntó Leia una vez que los squibs hubieron salido de su escondite y colocado los asientos de nuevo.
-Proporcionaros transporte –dijo la hembra, Emala-. No lo habéis puesto fácil.
-Hay un motivo –dijo Han. Se sintió aliviado de escuchar la rabia en la voz de Leia; no se volvía realmente peligrosa hasta que sus sentimientos eran inescrutables-. Como por ejemplo que estamos de vacaciones. Tal vez no queramos tener nada que ver con vosotros.
-¿Vacaciones? –Emala puso los ojos en blanco, y luego estiró un brazo u apagó el intercomunicador-. ¿Desde cuándo los Solos toman vacaciones?
-Estáis aquí en una misión –dijo Sligh, volviéndose hacia Leia-. ¿Quién creéis que habló a la Inteligencia de la Nueva República sobre las estatuas boasa de Lebauer, para empezar?
Han miró a Leia.
Ella se encogió de hombros.
-El oficial de enlace sólo dijo que la información procedía de una fuente fiable.
-Esos somos nosotros –dijo Sligh alegremente-. Fiables. Sabéis que nunca trataríamos de engañaros. Sois demasiado listos.
-Sí, claro –dijo Han-. ¿Dónde está Grees? ¿Tratando de colarse en el Halcón?
Sligh y Emala se miraron entre sí, incómodos, y sus ojos se volvieron tan tristes y llorosos que Han inmediatamente lamentó el tono de su pregunta.
-Mirad, lo siento –dijo-. No lo sabía. La última vez que os vimos, todo fue...
-No te preocupes por eso. –Emala sorbió por la nariz y se pasó la palma de la mano por las fosas nasales-. No hace falta que te preocupes por nuestros sentimientos. No estamos aquí buscando vuestra simpatía.
-Entonces sois más listos de lo que pensaba –dijo Leia-. ¿Por qué estáis aquí, entonces?
-Una proposición de neg...
-Olvídalo –dijo Leia.
Sligh frunció el ceño.
-Pero si no siquiera habéis escuchado...
-No es necesario –dijo Han-. Nadie nos tima dos veces.
-¿Timaros? ¿Eso es lo que pensáis? –Emala arrugó la nariz con desdén-. Y yo que pensaba que Han Solo era buen jugador.
-Dejadlo –dijo Leia-. No voy a dejar que os acerquéis a esas estatuas boasa.
Sligh miró al techo y puso los ojos en blanco.
-¿Qué os hace pensar que queremos las estatuas boasa? Si quisiéramos las estatuas boasa, ¿habríamos hablado a la INR de ellas?
-Las estatuas son vuestra recompensa –añadió Emala-. Es lo que os ofrecemos.
-Esa sí que es buena –dijo Han-. La última vez que lo comprobé, no os pertenecían.
-Pero hemos sido quienes se han asegurado de que sepáis de ellas –protestó Sligh-. Me sorprende vuestra falta de gratitud.
-Y nos necesitáis –añadió Emala-. Ludlo Lebauer es un tipo duro. Si queréis conseguir de él esas boasas, necesitáis toda la ventaja que podáis obtener. Necesitáis conocer la situación.
Leia pareció pensar en ello, y Han comenzó a tener visiones de grandes manos de sabacc que ya no se jugarían. Estaba a punto de advertir a Leia de que no mordiera el anzuelo, cuando lo hizo.
-La información es buena –dijo ella- siempre y cuando sea precisa. Tendréis que convencerme de que la vuestra lo es.
Emala miró a Sligh.
Sligh asintió.
-Díselo, pero nos tiene que escuchar hasta el final-. Captó la mirada de Han y la mantuvo-. ¿Tienes alguna otra cosa que hacer? Es un largo viaje hasta la Perla.
-Os escuchamos. –Han comenzó a servirse uno de los refrescos rosas... y luego se lo pensó mejor-. De momento.
Emala sonrió.
-Y os alegraréis de haberlo hecho. ¿Qué sabéis acerca de cómo consiguió Lebauer las estatuas?
-Se me informó de que Threkin Horm entregó las boasas para satisfacer una deuda de juego –dijo Leia. Habían descubierto en Tatooine que Horm (el presidente del Consejo Alderaaniano) estaba subastando ilegalmente la misma herencia cultural que se le había encargado proteger-. Qué daño ha causado ese hombre. Si no estuviera ya muerto, lo estrangularía yo misma.
-Puede que tuvieras que hacer cola –replicó Emala-. Horm tenía deudas con todo el mundo en Pavo Prime. Para mantener juntas las boasas, Ludlo Lebauer tuvo que pagar a todos los demás de su propio bolsillo.
-Espero que hayáis traído un carguero lleno de créditos –dijo Sligh.
-Lo que hayamos traído o dejado de traer no es de vuestra incumbencia. –Han tuvo que resistir el impulso de ver si su chip de crédito seguía en su bolsillo; esa era justo la clase de pista que los squibs estarían esperando, y ya había visto en Tatooine lo diestros que eran los dedos de Emala-. Olvidaos de nuestros créditos, ¿de acuerdo?
Sligh levantó las manos y volvió sus palmas rosas hacia Han.
-Tranquilo, chico. Sabes que no lo intentaría... eres demasiado listo para eso.
-Sligh sólo estaba diciendo que Lebauer no va a dejar que esas estatuas os salgan baratas –ofreció Emala.
-Os aseguro que va a tener que considerar nuestra oferta.
Leia consiguió mostrar confianza cuando Han sabía que tenía que sentirse llena de dudas, porque Emala había dado justo en el punto débil de su plan. No tenían nada que ofrecer a Lebauer salvo la promesa de la buena voluntad galáctica que generaría devolviendo las estatuas al pueblo alderaaniano. Por lo que estaban diciendo los squibs, eso iba a resultar exactamente tan difícil como Han se había imaginado... pero si alguien podía conseguirlo, esa era Leia.
-De todas formas, ¿cómo llegasteis a saber vosotros dos tanto acerca de los problemas de Horm? –preguntó Leia.
En lugar de responder, Sligh dijo:
-Mirado, todo lo que tenéis que hacer es comprar una obra de arte por nosotros, el Segundo Error, y vosotros os quedáis con las boasas.
-Dejadme que me aclare –dijo Han-. ¿Nosotros ponemos el dinero, os hacemos un favor, y vosotros dejáis que nos quedemos con nuestras propias boasas?
-Es un buen trato –le aseguró Emala-. No lo lamentaréis.
-Ya lo lamento. –Han se volvió hacia Leia-. ¿Has escuchado suficiente?
Leia asintió.
-Más que...
-¡Emala! –dijo Sligh-. ¡Has olvidado hablarles del software!
-Ah, sí; el software –dijo Emala, sin parecer haber olvidado nada, realmente-. Os quedáis con las boasas, y nosotros os damos el software de guía para el MS-19.
Leia quedó boquiabierta.
-¿El MS-19 imperial? ¿El nuevo revienta-escudos MS-19 de Sienar?
-Quieres decir el nuevo revienta-escudos auto-guiado M-19 de Sienar –dijo Sligh-. Tenemos entendido que su primer despliegue en Gondagali fue toda una sorpresa.
Leia se quedó mirando a los squibs, sin habla, pero Han reconocía una promesa vacía cuando la escuchaba.
-Olvidadlo –dijo-. Necesitáis una mentira mejor que esa para engañarnos.
-No es necesario ser maleducado –dijo Emala-. Sólo tratamos de ayudar a la Nueva República.
-Me siento dolido –añadió Sligh-. Después de todo lo que hemos pasado juntos, ¿cómo podéis dudar de nosotros? –Aunque estaba hablando a Han, mantuvo la mirada fija en Leia-. Tenéis autorización de la INR. Seguro que habéis oído lo valiosos que han sido los códigos de hilo-S que proporcionamos.
Leia se tensó, pero no dijo nada.
-¿Códigos de hilo-S? –Han se volvió para ver los ojos de Leia abiertos como platos-. ¿Qué códigos de hilo-S?
-¿Y qué hay de las especificaciones del misil de boro que enviamos? –preguntó Emala, mirando también a Leia-. Estoy segura de que eso resultó de utilidad. Los imperiales están realmente intrigados por su súbita inefectividad.
Leia jadeó.
-¿Cómo sabéis...? No importa.
Han comenzó a ver el resto de sus vacaciones cayendo en un torbellino por el desagüe del lavabo, pero no protestó. La reacción de Leia significaba que eso era importante.
Después de un instante, Leia salió de su asombro.
-Muy bien –dijo-. Habladme de esa obra de arte que tenemos que comprar para vosotros.
-¿Qué? –La pregunta de Han casi fue un grito... pero no pasaba nada, ya que nadie pudo oírla debido al rugido de incredulidad de Chewbacca-. ¿Te ha entrado el mal de las profundidades? ¡Al menos que sean ellos quienes pongan el dinero!
-Si pudiéramos poner nuestro dinero, ¿creéis que estaríamos molestando a alguien tan importante como vosotros? –preguntó Sligh-. Hasta que no consigamos el Segundo Error, no tenemos acceso a nuestra caja fuerte –explicó Emala-. Por eso os necesitamos.
Han se volvió hacia Leia.
-No puedes confiar en ellos.
-Probablemente no –dijo Leia.
Chewbacca gruñó, advirtiéndole de que no olvidara lo que había ocurrido en Tatooine.
-Oh, no lo he olvidado. –Los ojos marrones de Leia comenzaron a arder con la feroz llama a la que Han llamaba su brillo testarudo-. Pero tenemos que hacerlo pese a todo.
Han se encogió de hombros, resignado, y luego se volvió a Sligh.
-Entonces, ¿cuánto va a costarnos ese Segundo Error?
-No demasiado –dijo Emala-. El valor es principalmente sentimental.
-No vale más de un centenar de créditos –añadió Sligh-. Pero Lebauer está muy apegado a él. Probablemente harán falta diez.
-¿Diez centenares? –preguntó Han-. ¿No sería más fácil decir simplemente mil cred...?
-Diez mil, Solo. –Emala meneó la cabeza con tristeza-. Y nosotros que pensábamos que eras un pez gordo.
El comentario le hirió más de lo que debería.
-Tengo los créditos; no te preocupes por eso –dijo Han, bastante seguro de estar diciendo adiós a sus últimas ganancias de sabacc-. Y realmente desearía no tenerlos.
Emala se inclinó hacia delante y le puso su pequeña mano sobre la rodilla.
-Es lo mejor para todos –dijo-. Confía en mí.

***

Rodeado por muros opalescentes e iluminado con luz de ambiente, el vestíbulo VIP del Casino Isla Perla se parecía bastante a lo que había sido diseñado para parecerse: el interior de una perla. La plaza central del vestíbulo, que era del tamaño justo para parecer majestuosa sin sacrificar la intimidad, estaba amueblada uniformemente con muebles de alabastro tapizados de blanco tiza. Aunque Leia habitualmente encontraba que la arquitectura de los casinos era hortera y excesiva, esta vez estaba impresionada... y esperanzada. La combinación de buen gusto y dinero eran buenos augurios para sus oportunidades de persuadir al propietario para que devolviera las boasas a los supervivientes de Alderaan.
Lo que el Isla Perla en grandeza, le faltaba en servicio. Como muchos de los mejores establecimientos, en su mostrador principal evitaba la eficiencia de los droides a favor de la elegancia de los seres racionales. Los Solos estuvieron esperando casi diez minutos para que alguien les acompañara a su suite, y Leia estaba empezando a pensar que llegarían tarde a su cita con Lebauer.
-¿Hasta qué punto estás segura de su historia? –le preguntó Han. Estaba sentado junto a Leia en el diván de alabastro, y no había necesidad de que aclarase a quién se refería. Habían estado hablando largo y tendido sobre los squibs desde que se separaron de ellos fuera de los muelles de luxsubs-. Puede que nos la estén jugando con algún rumor que escucharon en un tapcafé.
-No puede haber rumores, no sobre esto. –Leia atrajo a Han junto a ella para poder hablar en voz más baja, e incluso entonces seguía teniendo cuidado de no mencionar ningún dato concreto-. La INR está siendo extremadamente cuidadosa con esto. Ni siquiera habrían dicho al Consejo Provisional de dónde han sacado esa información.
-Precisamente –dijo Han-. No tenemos forma de verificar su historia. Puede que estemos fundiéndonos mis diez mil créditos en una estafa.
Leia le tomó de la mano.
-Han, la INR te los reembolsará. –Comprendía la razón de las dudas de Han, porque ella estaba tan molesta como él por la intrusión en su escapada. Ambos necesitaban descansar de las misiones para la Nueva República-. Cuando les digamos que tenemos el software de guía para un MS-19, probablemente nos giren el dinero por correo urgente.
Han la miró con gesto cínico.
-Ahora comienzas a hablar como un squib.
-Auh, eso duele –dijo Leia con una risita-. La cuestión es –dijo después- que todavía tendremos tiempo para sabacc... y otras cosas.
Han le ofreció una sonrisa retorcida.
-Ahora empezamos a entendernos.
C-3PO, que había estado de pie junto al equipaje cerca del robusto sillón donde se había sentado Chewbacca, se acercó.
-Perdonen que les interrumpa, pero parece que los botones finalmente han regresado de su descanso.
C-3PO comenzó a avanzar hacia un pasillo junto al mostrador de recepción. Laia se volvió para ver a un corpulento jenet con un ostentoso conjunto de jubón y túnica de noron que dirigía a un grupo de media docena de tipos con atuendo similar hacia el vestíbulo. Con hocicos redondeados, pequeños y brillantes ojos rojos y orejas puntiagudas alzándose cerca de sus sienes, tenían un aspecto amenazador y ligeramente repulsivo que incluso la mirada de una diplomática tenía problemas en obviar.
-¡Ya era hora! –dijo C-3PO. Hizo girar la articulación de su cintura y señaló al equipaje-. No es necesario que vengáis los siete. Sólo tenemos tres bultos.
El jenet le miró fríamente.
-¿En serio?
-Oh, oh. –Han se puso en pie-. Algo me dice que esos no son botones.
-¿Puede que sean las ropas hechas a mano? –replicó Leia, levantándose a su lado-. ¿O el bulto de los blásters bajo sus brazos?
C-3PO continuó, ajeno a su conversación.
-Nos quedaremos en la Suite Almirante.
-Muy bien –dijo el jenet-. Haré que alguien se ocupe de sus maletas.
Se volvió y, con dos de sus dedos provistos de garras, agarró de la muñeca al empleado twi’lek.
-Eso no es bueno –susurró Han-. Nada bueno.
Leia cruzó la sala hacia ellos.
-Trespeó, no creo que esos caballeros sean botones.
C-3PO se volvió hacia Leia.
-¿No lo son?
-No. –Ahora que Leia estaba más cerca, pudo ver que la piel rosada de los jenets estaba cubierta de escasa pelusa blanca-. Por favor, disculpen a mi droide. Parece que ha tenido un error de procesamiento.
La mirada del líder se volvió hacia Leia.
-Olvídelo. –Sus ojos rojos eran inescrutables y carentes de vida-. Bienvenidos al Isla Perla. –Tendió una mano peluda. En el dedo más pequeño había un anillo de meñique con una gema corusca tan grande como la uña de su pulgar-. Ludlo Lebauer.
Leia estaba tan sorprendida que no se dio cuenta de que resultaba obvio que él esperaba que estrechase la mano que le había tendido. Los rudos modales del jenet y sus llamativas ropas desentonaban tanto con la elegancia del Isla Perla que su mente estaba teniendo problemas para conciliar los conceptos entre sí.
Por fortuna, Han se había acercado con ella.
-Han Solo. –Se puso delante de Leia y tomó la mano de Lebauer-. Gracias por recibirnos.
Si Lebauer se dio cuenta del asombro de Leia, su expresión inerte no lo reveló. Se limitó a estrechar la mano de Han.
-Me alegro de verle de nuevo–dijo.
Ahora fue Han quien no pudo ocular su sorpresa.
-¿De nuevo?
-Estaba en el Caballito de Mar cuando ese jefe de sala insultó a su wookiee –dijo, señalando con la cabeza a Chewbacca, que se estaba acercando para unirse a ellos-. Puede que lo recuerde: en la tercera fila de espectadores, cuatro posiciones a la izquierda del crupier.
Han ni siquiera trató de recordar.
-No, lo siento.
-Me temo que los recuerdos humanos no son tan infalibles como los suyos, administrador –dijo Leia. Los jenet eran famosos en toda la galaxia por sus memorias perfectas-. Pero estoy seguro de que él apreció su apoyo.
Lebauer soltó un bufido.
-Lo dudo. Mi clan tenía inversiones en el Caballito.
-Bueno... –Leia se obligó a ignorar la sensación de hundimiento que la invadía, y miró a su alrededor con aire impresionado-. Ciertamente parece haberse recuperado.
Lebauer dejó escapar un siseo rítmico que bien podría haber sido una risa.
-Sí, podría decirse así. –Volvió la mirada hacia Han-. Pero ni se le ocurra apostar aquí.
-Ni se me había ocurrido –dijo Han con aire inocente-. Este viaje es estrictamente de negocios.
-Bien, entonces nos llevaremos bien. –Lebauer señaló a un codru-ji de cuatro brazos que había aparecido junto al mostrador de recepción-. El botones puede llevar a su droide y sus maletas a su habitación. Ahora necesito mostrarles las formas.
-¿Las “formas”? –preguntó Leia.
-Ya sabe –dijo Lebauer-. Las estatuas.
Chewbacca, quien insistía en efectuar un barrido de seguridad antes de que los Solos se alojasen en ningún lugar que no fuera su propio apartamento, se marchó con C-3PO y el botones, y entonces Lebauer –sin molestarse todavía en presentar a sus socios- condujo a Leia y Han a la ala más lujosa del casino. Era aún más majestuosa que la plaza central, con atrios de cuatro pisos, un pequeño bosque de plantas de interior, y una obra de arte de un rincón diferente de la galaxia en cada esquina. Por supuesto, también había gran cantidad de mesas de juego con apuestas elevadas y droides camareros ofreciendo intoxicantes de cortesía a cualquiera que todavía aguantase de pie. Pero las mesas estaban encajadas en pozos con escudos sonoros donde podían atraer la atención sin resultar molestas, y los droides desaparecían en el follaje cada vez que no se necesitaba que repusieran un refresco.
En una ocasión, cuando uno de los droides se retiraba entre dos hojas de trebala, Leia creyó poder ver un par de ojos oscuros observándoles desde las sombras. Miró a Han, pero él parecía no haberse dado cuenta.
Lebauer condujo al grupo más allá de un pozo de sabacc formal donde el protocolo parecía exigir elegantes tabardos de cuerpo entero para los caballeros y trajes de noche escasos de tela para las damas, y luego ascendieron por una rampa deslizante a una entreplanta en forma de U con una puerta de seguridad protegiendo las entradas a una docena de las mayores suites del Isla Perla. Entre cada par de puertas dobles había una hornacina que contenía una de las estatuas boasa que Leia había venido a buscar. Con diez hornacinas y diez boasas, se encontró preguntándose si las boasas habían sido adquiridas para decorar el ala, o el ala construida para exponer las boasas.
Lebauer apartó a un atónito guarda jenet, y luego condujo a Leia y a sus compañeros por la entreplanta para inspeccionar las estatuas. Cada pieza era de un metro de alto y construida con algún tipo de resina orgánica cuya fuente la ciencia aún no había podido identificar. Variando el color desde un amarillo azafrán hasta un rojo rubí tan fuerte y oscuro que casi era negro, las boasas eran poco más que formas translúcidas rodeando patrones huecos. Había gráciles espirales alzándose en el interior de un cilindro naranja acampanado, apretados lazos curvados flotando en un estrecho rectángulo de ámbar, una solitaria burbuja situada en el corazón de una burbuja escarlata... Las piezas eran tan completamente hipnóticas como Leia recordaba, y para la cuarta, ella y Han tuvieron que ser amablemente empujados para pasar a la siguiente.
Cuando llegaron a la pieza final –una columna retorcida de color de cobre con una única línea recta alzándose a lo largo del eje central-, Lebauer se volvió a sus fascinados huéspedes.
-A todos les pasa lo mismo. –Miró a sus asociados, que murmuraron obedientemente su conformidad, y luego formó con los labios una expresión que más parecía una especie de gruñido que una sonrisa-. La gente reserva las Suites Reales sólo para verlas.
-Entonces debe de haber pocos que puedan permitirse ese privilegio –dijo Leia, tratando de establecer las bases para la petición que había venido a efectuar-. ¿Ha considerado alguna vez el valor de relaciones públicas de exponerlas en una zona más accesible?
-¿”Valor” de relaciones públicas? –Lebauer miró a sus socios, que interpretaron la señal para soltar una risita al unísono-. Princesa, ¿qué cree que vende el Isla Perla? Somos exclusivos. No queremos relaciones públicas.
-Por supuesto que no –dijo rápidamente Leia-. Pero una clientela sofisticada también aprecia el valor de la filan...
Leia dejó que la frase terminara a mitad de palabra, porque Lebauer había levantado la mano a la estatua y estaba recorriendo su sinuosa superficie con los dedos. Tuvo que esforzarse para ocultar su indignación. O bien a Lebauer no le importaba lo destructivo que era lo que estaba haciendo, o bien no se había molestado en aprender lo más básico para el cuidado de las estatuas.
-Discúlpeme –dijo Leia-, pero realmente no debería tocar la estatua. Los aceites de su piel alimentarían a una bacteria destructiva suspendida en la boasa.
-¿No me diga? –Sin apartar los ojos de Leia, Lebauer continuó tocando la estatua-. Seguridad me dice que la gente lo hace continuamente.
Leia sabía que el jenet la estaba provocando deliberadamente –aunque no podía comprender por qué-, pero ese conocimiento no impidió que su ira creciera. Tanto si pretendía renunciar a las estatuas como si no, no ganaba nada dañándolas.
-¿Sabe? –dijo Han-, probablemente esa bacteria tampoco le haga ningún bien a usted. He escuchado que se come la piel. Incluso hay quien especula que es lo que mató a los killiks.
Los ojos rojos de Lebauer brillaron alarmados, y casi aparta la mano. Luego sonrió.
-Se está echando un farol –dijo.
-¿Me eché faroles en el Caballito?
-Una vez –dijo Lebauer-. Horriblemente.
Han se encogió de hombros.
-Pues ahí lo tiene. –Miró a los socios de Lebauer-. ¿Quién toma el mando cuando él haya desaparecido?
-Eso tardará mucho tiempo en ocurrir, Solo. –Lebauer se apartó de la estatua, y luego se volvió hacia Leia-. Vayamos a alguna parte y hablemos acerca de esa “filantropía” a la que se refería, princesa.
-Me alegra escuchar que esté abierto a la idea –dijo Leia.
En realidad, trataba de adivinar qué podría querer Lebauer de ella; él obviamente estaba intentando que el interés de la princesa por las estatuas sirviera para sus propios propósitos, lo que significaba que ese sería un buen momento para interrumpir su plan.
Lebauer indicó a sus asociados que fueran por delante, luego se colocó delante de Han y Leia y avanzó hacia la salida. Estaban a mitad de camino de la “U” cuando un suave susurro sonó en un frondoso nogal bora que se alzaba en el piso de abajo. Leia volvió la cabeza para ver una hoja del tamaño de una cabeza oscilando hacia ella.
-¡Error! -Siseó una voz casi inaudible.
-¿Qué ha sido eso? –preguntó Lebauer. Se detuvo y se volvió hacia Leia, y esa hoja dejó de moverse-. No he podido entenderlo.
Leia volvió los ojos hacia Lebauer.
-¿Entender qué? –Se obligó a sí misma a no apartar la mirada-. Yo no he dicho nada.
Lebauer frunció el ceño.
-¿Ah, no?
Han miró a Leia.
-Yo no he escuchado nada -ofreció-. Nada en absoluto.
Lebauer frunció el ceño aún más. Examinó a Han por un instante.
-Curioso. –Meneó la cabeza y echó a andar-. Juraría haber escuchado algo.
Leia volvió a mirar al nogal Bora para encontrar la nariz y los ojos de Emala asomando entre dos tallos. Sin emitir ningún sonido, Leia vocalizó: Márchate.
-¡Te has olvidado! –susurró Emala.
Leia frunció el ceño y meneó la cabeza, y luego vocalizó: No.
Han le dio un golpecito en la espalda. Se volvió para encontrar a Lebauer unos pocos pasos más allá, medio vuelto hacia ella y con el ceño fruncido.
-Discúlpeme, administrador –dijo Leia acercándose a él-. Sólo estaba admirando ese nogal bora.
Los ojos rojos de Lebauer finalmente mostraron una emoción: desconcierto.
-¿No tienen árboles en Coruscant?
-No muchos –dijo Leia.
-¿En serio? –Lebauer comenzó a avanzar de nuevo-. Tendremos que darles uno para que se lo lleven con ustedes.
Leia intercambió miradas de alivio con Han, y ambos siguieron a Lebauer rodeando la entreplanta. No se había olvidado del Segundo Error; todo lo contrario. La actitud de Lebauer maltratando las estatuas tan descaradamente había convencido a la Princesa de que este quería algo de ella tan desesperadamente como ella quería las estatuas. Dado que estaba apegado al Segundo Error, había decidido que el mejor momento para preguntar por ello sería cuando las otras negociaciones estuvieran casi finalizadas, cuando Lebauer no querría que ese asunto pudiera estropear el trato.
Por desgracia, los squibs no eran tan pacientes. Mientras Lebauer y los Solos se acercaban a la puerta de seguridad en el extremo de la entreplanta, Leia escuchó más roces de hojas a su espalda. Se negó a mirar, pero eso no sirvió de nada.
-¡Nos estás vendiendo! –La voz de Sligh tenía algo más de volumen que un susurro-. ¡Menuda jilly traicionera estás hecha!
Lebauer se detuvo en la puerta y giró sobre sus talones.
-Esta vez, estoy seguro de haber escuchado algo.
-Es probable –dijo Leia, tratando de pensar en una forma de disimular... y esperando que Sligh estuviera bien oculto-. Estaba, eh... despidiéndome de las boasas.
-¿Habla con un puñado de bloques de resina? –La mirada de Lebauer estaba peligrosamente fija en ella-. ¿En serio?
Un crujido de hojas sonó en la planta detrás de Leia; no sabía de qué especie era porque trataba seriamente de no mirar.
No sirvió de nada. Los ojos de Lebauer comenzaron a mirar hacia la entreplanta.
-En realidad, Han y yo estábamos comentando que tal vez estaríamos interesados en otra de sus piezas. –Maldiciendo en silencio a todos los squibs (y a Sligh y Emala en particular), Leia se plantó delante de la línea de visión de Lebauer y preguntó-: ¿Podríamos ver el Segundo Error?
Lebauer abrió atónito su hocico, y sus asociados –que escuchaban desde el otro lado de la puerta de seguridad- balbucearon sorprendidos.
-¡El Segundo Error! –exclamó-. ¿Cómo han sabido acerca del Segundo Error...?
Leia y Han intercambiaron miradas nerviosas, y luego fue Han quien habló.
-Cómo supimos de él no importa. Puede que estemos interesados en comprarlo.
-¿Ah, sí? –Lebauer se encogió de hombros-. Entonces supongo que no hará ningún mal que lo vean. –Miró a sus asociados y sonrió-. Puede que incluso resulte educativo.
Abrió la marcha hacia el ala administrativa del casino, una bulliciosa zona de oficinas llena de empleados jenet, supervisores jenet, y guardias de seguridad jenet con miradas duras, y luego ascendieron a una suite ejecutiva abalconada que dominaba el piso de oficinas  de debajo. Un grupo de empleadas vestidas con lo que Leia supuso que era un provocativo atuendo de oficina para los jenets –blusas sin espalda y pantalones hasta la rodilla con hendiduras en las caderas- saludó a Lebauer por su nombre de pila mientras este conducía al grupo a su oficina privada.
Era una gran cámara de piedra y metal tan cercana a la superficie que Leia casi podía ver la gran esfera del sol azul de Pavo Prime temblando en las olas sobre el techo abovedado de transpariacero. Lebauer la tomó del brazo y la condujo hacia la esquina del fondo, donde un panel de bajorrelieve negro colgaba de una pared frente a un gran sillón envolvente.
Conforme se acercaban, la escultura tomó la forma de un bípedo de un metro de alto con el hocico puntiagudo y las orejas peludas de un squib. Leia notó que Han le tomaba la mano. Aunque los rasgos del rostro estaban demasiado distorsionados para reconocerlo, no tenía la menor duda de a quién estaban mirando: el compañero de Sligh y Emala, Grees.
Tenía los ojos abiertos de terror, y uno de sus pequeños brazos estaba levantado como para protegerse de un golpe. La otra mano estaba extendida hacia el espectador, sosteniendo una tarjeta de datos circular que parecía tan grande como un plato sopero entre sus pequeños dedos.
Han se volvió a Lebauer.
-Si esto es una broma, no nos está haciendo gracia.
-Lo siento si esto le ofende, Solo. –La petulante voz de Lebauer sonaba de cualquier modo menos apenada-. Si tanto aprecian a los squibs, no deberían haber preguntado.
-No los apreciamos –dijo Leia. Compartía la rabia de Han, porque nunca había olvidado la agonía que había visto congelada en el rostro de Han la noche que lo liberó de su ataúd de carbonita-. Pero lo que ha hecho aquí no se lo habría deseado ni al mismo Emperador.
-¿Ah, sí? –Lebauer se volvió a sus asociados-. La dama es realmente indulgente, teniendo en cuenta lo que él planeaba para su hermano.
Leia le ignoró y continuó.
-No puedo ni imaginar que sea lo bastante estúpido para pensar que hay un mercado legítimo para este tipo de cosas, pero estoy dispuesta a ofrecerle un precio razon...
Al escuchar esas palabras, los asociados de Lebauer estallaron en una carcajada.
El propio administrador soltó una risita sarcástica.
-No hay un precio “razonable”. –Se volvió hacia una pequeña barra de bar en la esquina opuesta-. Les he mostrado el Segundo Error porque lo han pedido. Pero no está a la venta... a ningún precio.
-Todo tiene un precio –replicó Han-. Usted es el jefe de un casino. Sabe que...
-Esto no. –Lebauer entró detrás del mostrador y desplazó su atención hacia Leia-. ¿Puedo ofrecerle algo?
Leia negó con la cabeza.
-No –dijo-. Ya nos íbamos.
-¿En serio? –Lebauer parecía genuinamente sorprendido-. ¿Antes de que hablemos de esas boasas?
-Si el Segundo Error realmente no está disponible, no tenemos nada de lo que hablar. –A Leia le dolía la mera idea de dejar las estatuas en manos de Lebauer, pero ella no había venido a jugar a este juego, y necesitaba tiempo para aprender las nuevas reglas. Además, lo que había dicho del destino de Grees iba completamente en serio. Sólo recordar el aspecto de Han al emerger de ese infinito momento de frío y oscuridad era casi suficiente para romperle de nuevo el corazón-. Lamento haber malgastado su tiempo.
Lebauer, atónito, tuvo que hacer un acto consciente para cerrar la boca.
-Sí, yo también.
Leia hizo un gesto a Han y comenzó a dirigirse a la salida. Los asociados de Lebauer –que se encontraban entre ellos y la puerta-, intercambiaron miradas de preocupación y no hicieron ningún movimiento para apartarse del camino de los Solos mientras estos se abrían paso. Cuando se hizo aparente que Leia no iba de farol, dos de ellos le acompañaron a ella y a Han mientras cruzaban la oficina.
-Deberían saber una cosa antes de marcharse –dijo el primero de los asociados, uno alto con la espalda encorvada-. El Isla Perla estaría gustoso de entregarles las estatuas boasa. Para los supervivientes de Alderaan, quiero decir.
-¿En serio? –Leia continuó avanzando hacia la puerta sin mirar a su interlocutor-. ¿A cambio de qué?
-De nada –dijo el segundo asociado. Tenía una complexión musculosa y un rostro redondo como una luna llena-. No les costaría nada.
-Lo dudo –dijo Leia-. Nada es gratis en Pavo Prime.
Cuando llegaron a la puerta, se detuvo y se volvió para mirar la reacción que causaba su partida. Lebauer la miraba fijamente, pero rápidamente bajó la mirada cuando sus ojos se encontraron. Interesante. Leia había pensado que era el único al mando del casino, pero ahora comenzaba a ponerlo en duda.
El asociado alto dio un paso hacia ella.
-Mire, todo lo que queremos es un contrato. Para hacer algo que la Nueva República necesita que se haga de todas formas.
-Cuesta imaginarse de qué puede tratarse. –Leia estaba teniendo cuidado de no abrir una negociación... pero tampoco se marchó-. La Nueva República es muy capaz de ocuparse de sus propias necesidades.
Caraluna se colocó junto a Alto.
-Alguien tiene que limpiar los restos después de todas esas batallas en las que se enfrascan –dijo-. Sólo queremos los derechos de salvamento en batalla.
-¿El Isla Perla tiene una flota de salvamento? –preguntó Leia.
Alto se encogió de hombros y abrió los brazos.
-Una subsidiaria. ¿Qué dice? Sus estatuas por los derechos de salvamento.
-Derechos exclusivos –dijo Lebauer desde el fondo de la oficina.
-¿Para que puedan volver e vendernos nuestras propias naves al triple de su valor? –bufó Han-. A mí me parece demasiado caro.
-Les pagaremos bien, Solo –dijo Caraluna-. Y cuando digo pagarles no me refiero a la Nueva República, si entiende lo que quiero decir.
-Sí, entiendo lo que quiere decir. –Leia se dio la vuelta y, con Han a su lado, abandonó la oficina de Lebauer-. Como dije antes, no tenemos nada de lo que hablar.
Conforme se alejaban, Alto salió tras ellos por la puerta.
-¿Qué ocurre? -exclamó-. ¿Realmente es por ese squib?

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