miércoles, 8 de enero de 2014

Emisario del vacío (I)

Emisario del vacío
Greg Keyes

Capítulo 1: Batalla sobre Bonadan

Vaya, esto es interesante, pensó Uldir Lochett, mientras un par de piernas femeninas con medias negras saltaron sobre su hombro izquierdo. Por encima de las medias, percibió vagamente una falda de color amarillo oscuro y, aún más arriba, un rostro joven, decidido, enmarcado por cabello corto y oscuro. Pero fueron los pies los que captaron su atención al aterrizar justo en el centro de la mesa a la que él y sus compañeros estaban sentados, lanzando sus bebidas en breves trayectorias suborbitales. A continuación, los pies desaparecieron, junto con las piernas que los impulsaban, la falda amarilla, y todo lo demás, en un salto de unos dos metros de altura y otro de longitud hacia la balconada que se hallaba sobre ellos. Los abrasadores destellos de unos disparos pasaron silbando, y Uldir se encontró tanteando con la mano una pistolera vacía.
-¡Detenedla! -gritó alguien detrás de Uldir.
Uldir vio cómo dos de sus tres compañeros también estaban tratando de desenfundar unas armas que no estaban allí. La tercera, una mujer humana con un sorprendente pelo platino, se limpió una salpicadura de whisky corelliano de la larga cicatriz debajo de su ojo izquierdo.
-Necesito otra copa -señaló, mientras otra andanada de lanzas de energía amarillas pasaba quemando el aire, impactando contra la balconada de sintomadera que la chica había logrado agarrar. Los parroquianos de la cantina En el Rojo salieron huyendo fuera de la recién declarada zona de guerra, pero la música de la banda continuó resonando alegremente sobre el sonido de los disparos de las armas.
-No me gustan los lugareños -gruñó Leaft, golpeando la mesa con su pie cerrado en un puño y frunciendo el ceño como sólo un dug era capaz de hacerlo.
Un vistazo por encima del hombro confirmó lo que Uldir ya sospechaba: los perseguidores de la muchacha eran agentes de la ley de la Autoridad del Sector Corporativo, las únicas personas con permiso para llevar armas en Bonadan. Por el color y la intensidad de sus rayos, dedujo que estaban usando un ajuste de aturdimiento, y en cualquier caso su objetivo era sin duda la chica, que ahora estaba muy por encima de ellos, dejando a Uldir y a sus compañeros decididamente fuera de la línea de fuego. Se relajó un poco, posando su mirada ámbar en la chica mientras ella se impulsaba hacia arriba, preguntándose qué habría hecho para provocar una reacción tan fuerte de la policía local.
-Muy maleducados -dijo Vook, aparentemente de acuerdo con el dug. Su rostro de duro, liso y carente de nariz, era inescrutable, pero su tono de voz, como de costumbre, era melancólico, como si incluso esta circunstancia le hiciera pensar en su mundo perdido.
-Odio las vacaciones -dijo Leaft, golpeando la mesa de nuevo.
No eran exactamente unas vacaciones. Un pequeño contratiempo con un interdictor yuuzhan vong en la Vía Hydiana había dejado el transporte que el improbable cuarteto compartía con un hiperimpulsor renqueante y sin escudos en absoluto. Habían conseguido llegar a duras penas al Sector Corporativo, un territorio del borde que seguía siendo esencialmente neutral en el conflicto entre lo que quedaba de la Nueva República libre y los feroces yuuzhan vong extragalácticos, que iban engullendo sistema tras sistema en su cruzada religiosa de conquista. Sin nada que hacer mientras se realizaban las reparaciones, Uldir supuso que a todos les vendría bien un poco de tiempo libre, y por consiguiente los cuatro pronto se encontraron en la cinta galasol, una colorida colección de cantinas caras y casinos cerca del espaciopuerto.
La chica que huía iba vestida como los asistentes que Uldir había visto esa misma tarde en el casino Cambio de Suerte, pero si era realmente era una jugadora, era una muy ágil. Mientras la observaba, saltó sobre la balconada, esquivando hábilmente las diversas líneas de fuego dirigidas a ella, y se agachó detrás de una mesa ahora abandonada. Los agentes de la ley de la ASC agruparon debajo de la balconada, disparando hacia arriba.
-Debe de tratarse de un error -comentó Vega Sepen, la mujer de cabello color platino.
-Una táctica muy poco sólida -convino seriamente Vook.
-Un humano de escasa estatura y desarmada contra cuatro payasos corporativos -dijo Leaft con una mueca-. No vale el precio de la entrada.
-Su estatura no es tan escasa -corrigió Uldir, cruzando los brazos y levantando la punta cuadrada de su barbilla hacia la balconada-. Es una chica.
-Oh, oh -murmuró Vega.
-No hablemos del género humano -gruñó el dug-. La sola idea me pone enfermo. Eh... Capitán.  -añadió con un poco de mal humor, probablemente recordando una de las muchas amonestaciones formales que había recibido últimamente de sus superiores.
En ese momento, la mesa tras la que se escondía la chica cayó de repente sobre la barandilla de la balconada. Impactó de lleno a tres de los hombres de seguridad y rozó al cuarto. Con una sonrisa feroz, la chica se volvió y echó a correr a través del nivel superior hacia una salida.
-Está escapando -señaló Vook.
-Sí -dijo Uldir-. O puede que no.
Vega debió de ver la expresión en el rostro de Uldir.
-No es nuestra lucha –advirtió-. Somos pilotos de rescate, no cazadores de recompensas.
-Bueno, no podemos pilotar nada si no tenemos nave, y me aburro -dijo Uldir-. De todos modos, me debe estas bebidas.
Con esas palabras, echó hacia atrás su silla, se abrochó su chaqueta de vuelo, y saltó sobre la mesa.
-Esto va a acabar mal -escuchó cómo predecía Vook con tristeza.
Uldir siguió el ejemplo de la chica, saltando sobre la mesa. Atrapó la balconada, subió a ella rápidamente, y corrió hacia la salida por la que ella había desaparecido.
La salida conducía a un piso superior, un patio al aire libre. Allí, bajo un cielo vespertino del color del óxido, encontró que su presa había dejado un rastro de clientes enojados y confundidos maldiciendo, y se estaba encaramando al cable de salida del escudo de iones que filtraba el contaminado aire de Bonadan en algo casi agradable. La opinión de Uldir sobre la destreza atlética de la joven se elevó otra muesca, acompañada por la creciente sospecha de que probablemente era una especie de ladrona o espía. Tal vez había robado algo del casino, o lo había intentado. Fuera lo que fuese, estaba decidido a averiguarlo.
Esquivó hacia su derecha para evitar tropezar con un rodiano caído, pero eso le llevó a enfrentarse con un inmenso macho barabel que hizo rechinar unos dientes muy afilados a casi medio metro por encima de su propia estatura de metro y medio.
-Lo siento -murmuró Uldir ante la torre escamosa.
El negro rostro reptiliano del barabel se contorsionó.
-¿Me estás insultando? -Flexionó sus garras, y Uldir se dio cuenta de que la policía de Bonadan no podía confiscar las armas naturales.
El barabel tenía dientes, garras y sesenta kilos más que él. Uldir tenía sus puños y el mejor entrenamiento en combate sin armas que el Cuerpo de Búsqueda y Rescate podía proporcionar.
Así que salió corriendo, escondiéndose detrás de una togoriana borracha que iba dando tumbos mientras el barabel se lanzaba contra él. El gran lagarto trató de corregir el repentino movimiento de Uldir y en su lugar dio contra la humanoide de pelaje blanco, que aulló y se tambaleó hacia su adversario. Uldir pensó que, en circunstancias normales, no le habría importado quedarse a ver cómo terminaba eso, pero había perdido de vista a la ladrona una vez más.
Trepó por el cable con sus manos desnudas, tirando de él hacia la azotea. Desde ahí no podía ver la cinta galasol, pero podía escucharla en un estruendo de música: Uldir y sus compañeros habían llegado durante una especie de fiesta local organizada por uno de los nuevos ejecutivos del sector corporativo. Habían tenido que abrirse paso a través de un desfile dominado por carrozas voladoras con la imagen de los diferentes líderes de la ASC, que distribuían vales de apuestas gratuitas para adultos y juguetes y chucherías para los niños. Desde su posición, ahora dominaba el lado más feo de Bonadan, el distrito de almacenes que había detrás de la llamativa fachada de la cinta.
-¿Cómo ha...?  -comenzó a decir Uldir, pero luego se dio cuenta de que estaba hablando consigo mismo, algo que consideraba una mala señal. Pero, ¿cómo había hecho ese salto? Había cubierto los cuatro metros que le separaban de la vía aérea por la que transitaban las barcazas como si hubiera sido un centímetro.
Estaba corriendo hacia la barcaza inmediatamente superior, que estaba tan solo a un metro más o menos de su compañera, y la línea de barcazas proseguía hasta donde alcanzaba su vista.
-Por todo el carbono de la galaxia -juró. Si no podía realizar el salto, la perdería, pero desde luego no merecía la pena arriesgarse a ver si podía realizar el salto, así que ahí sea acababa todo.
Oyó un siseo detrás de él y se volvió para ver al barabel acercándose rápidamente y decidió que, después de todo, valía la pena descubrirlo. Tomó diez pasos de carrerilla y saltó con todas sus fuerzas. En el último instante, su ánimo decayó con la repentina sensación de que no lo lograría, y a continuación fue él quien cayó rápidamente con la sensación de que la gravedad le estaba gastando una broma. Había saltado lo bastante lejos, pero no lo bastante alto. En su caída, ni siquiera pudo arañar el costado de la barcaza.
Por poco no vio el cable multi-sensor que colgaba delante de él, pero en el último momento lo hizo, y lo rodeó con sus manos, haciendo una mueca por la quemadura de la fricción que producía al frenar su impulso. Jurando un agradecimiento silencioso al destino que protegía a los tontos y a los pilotos espaciales, comenzó a trepar hacia arriba, ignorando la sibilante cadena de ininteligibles maldiciones con la que el barabel le obsequiaba entre aullidos.
Cuando llegó arriba, se tomó un momento para recuperar el aliento, y por un instante se quedó asombrado por el atardecer. El sol primario de Bonadan era una gigante yema de huevo roja dibujada contra un horizonte de ébano marcado por colinas erosionadas y escombreras. En el resplandor decreciente de esa luz, las torres de plexiacero del puerto espacial parecían estar moldeadas de lava encendida. Columnas de humo negro flotaban desde las refinerías distantes, reuniéndose en nubes iluminadas por la mortecina luz del sol, estirando sus sombríos dedos hacia el horizonte de la noche. En las profundidades del cielo, los destellos actínicos de los motores de iones guiñaban aquí y allá conforme las naves iban y venían. El tren de mineral sobre el que se encontraba se extendía a lo lejos, como una especie de camino mágico sobre el paisaje estéril.
No había nada admirable en el desastre ecológico que la Autoridad del Sector Corporativo había causado en un planeta una vez exuberante, pero había belleza en todo, incluso en la devastación. La Fuerza estaba presente incluso en un terreno baldío.
Las barcazas eran estrictamente planetarias, con el techo abierto. No pudo reconocer el mineral (esperaba que no fuera radiactivo), pero ciertamente no era una buena superficie para correr, así que cuando salió en persecución de la chica lo hizo a lo largo del borde de metal que sobresalía de la barcaza. La estrechez del mismo no le molestaba: como era un niño, los espaciopuertos de Coruscant y de casi todo el resto de la galaxia habían sido sus patios de recreo, y había pasado muchas horas haciendo cosas mucho más tontas en superficies mucho más precarias.
Para su satisfacción, su presa no parecía haberlo detectado todavía. Ella se estaba tomando su tiempo, segura de que había perdido a sus perseguidores. Saltó el metro que le separaba de la siguiente barcaza, y luego saltó la siguiente, acercándose cada vez más a ella, confiando en que el zumbido constante de los repulsores enmascararía su llegada. Además, la chica ahora se había detenido, levantando su vestido para revelar algo pegado a su pierna. Comenzó a retirar el adhesivo, rasgándolo en tiras.
Ajá, pensó. Ahora veremos lo que has robado.
Sin embargo, cuando se acercó a cinco metros de distancia, la chica dejó lo que estaba haciendo y giró sobre sus talones para enfrentarse a él.
-¡Quieto ahí! -gritó por encima del repiqueteo de las barcazas-. Me defenderé si te acercas.
-Oh, estoy seguro de eso -dijo Uldir-. –Ya vi lo que hiciste con los agentes de la ley, allí en la cantina.
Ella levantó la barbilla, y de pronto pudo ver que era bastante hermosa, con sus ojos oscuros y sus cortos mechones castaños. Y joven; quizá más joven que él. Ciertamente no parecía el ideal de glamour de una jugadora de la galasol; más bien parecía la hermana pequeña de alguien jugando a disfrazarse.
-¿Y a ti eso qué te importa? -preguntó ella, mirándole-. Eso no es un uniforme de la ASC.
-Me debes cuatro bebidas –dijo-. Además, tengo esta extraña sensación de que lo que estás haciendo no es bueno.
-Ahí te equivocas -respondió la chica-. No tienes ni idea de lo equivocado que estás.
-Explícame mi error, entonces. Estaré encantado de escucharlo.
Ella sonrió débilmente.
-No necesitas ninguna explicación -dijo.
A Uldir se le ocurrió que en realidad no la necesitaba. Ahora que se había encontrado con ella, parecía una chica honesta. Cualquier problema que tuviera con la ASC probablemente sería un malentendido. Se encogió de hombros, y estaba empezando a alejarse cuando cayó en la cuenta.
-¡Hey! -dijo, volviéndose.
Un trozo de mineral le golpeó en el hombro con fuerza suficiente para derribarle. Rápidamente, volvió a levantarse, pero ella ya estaba allí. Ahora que sabía lo que era, no estaba sorprendido.
Tampoco tuvo la oportunidad para más conversación. Ella estaba en el aire, dirigiéndole una patada a su plexo solar.
Su entrenamiento tomó el control. Las patadas voladoras eran buenas para derribar a oponentes de sus deslizadores, o tal vez si estaban paralizados, pero no servían de nada contra alguien que estaba de pie, en equilibrio, y con un poco de presencia de ánimo. Giró a un lado y le golpeó en la nuca mientras ella pasaba de largo... salvo que ella no pasó de largo. En cambio, aterrizó y giró, convirtiendo la patada en un remolino que le alcanzó en el mismo objetivo que él había estado apuntando en ella. Él cayó girando pesadamente sobre el mineral, y cuando se quiso incorporar ella ya estaba sobre él. Sin embargo, en su apresuramiento se ​​había vuelto descuidada, y él pudo bloquear su siguiente patada y le golpeó el vientre con los dedos rígidos. Ella jadeó y cayó pesadamente sobre el mineral.
-Escucha... -empezó, pero antes de que pudiera decir más, ella hizo un gesto con la mano izquierda, y otro trozo de roca saltó de alrededor de un metro de distancia y le golpeó en la frente. Cayó sentado, con fuerza.
-Ay -dijo, frotándose la cabeza-. No tenías por qué hacer eso. Yo...
Se dio cuenta antes que ella, tal vez porque ella estaba aturdida por su golpe y tal vez porque ella estaba concentrada en él. Se lanzó hacia ella. Ella echó las manos hacia arriba en postura defensiva, pero él las agarró y la puso de pie justo cuando varios destellos candentes derretían agujeros en el mineral sobre el que había estado tumbada.
-¡Voladores! -gritó.
Efectivamente, cinco voladores atmosféricos de seguridad estaban descendiendo hacia ellos, escupiendo fuego láser. Uldir se encontró de repente cara a cara con la chica, sujetando todavía sus dos manos. Ella pareció estudiarle durante un nanosegundo, luego se liberó y comenzó a correr de nuevo. Uldir la siguió, con los disparos láser calentando sus talones.
La chica corrió hasta el borde de la barcaza, lo siguió durante unos segundos, y luego saltó hacia el espacio.
-¡Espera! -gritó Uldir. Demasiado tarde. Derrapó hasta detenerse, y echó un vistazo por el borde, esperando que ella se hubiera dejado caer en un edificio alto, pero no había nada más que una caída a plomo de sesenta metros hasta los monótonos edificios de un solo piso de duraplástico a las afueras del espaciopuerto.
Un disparo se acercó lo suficiente para rizarle las cejas, y él dedujo que se había convertido en un objetivo sustituto. Varios tiros más se extendieron por el borde de la barcaza, y con una maldición sin palabras se puso de nuevo en movimiento, dejándose caer de nuevo en la barcaza para poder utilizar el borde levantado como cobertura limitada. Su mano ansiaba poder asir su desintegrador, pero seguía estando en su nave.
Los pilotos eran inteligentes. Cuatro se quedaron atrás, estableciendo una especie de perímetro de fuego que lo mantuvo atrapado en la barcaza. El quinto descendió, acercándose, centrándose en golpearle. Trató de despejar su mente, de sentir llegar los disparos antes de que lo hicieran, pero su entrenamiento Jedi había sido prácticamente en vano; no tenía talento natural para la Fuerza. Aun así, de vez en cuando, su suerte era lo bastante extraña como para sugerir que la academia del Maestro Skywalker había dejado algún poso en él.
Esta vez, no creía que fuera a ser tan afortunado como de costumbre. Cuando un sexto volador se alzó desde debajo de la barcaza, a apenas dos metros a su derecha, estuvo seguro de ello. Hizo una mueca cuando los blasters dispararon.
Pero los disparos pasaron ardientes sobre su cabeza y golpearon al volador que le acosaba a corta distancia, y su atención cambió de repente, concentrándose en la figura vestida de amarillo y negro a los mandos de la nave recién llegada. La figura estaba haciendo un gesto de impaciencia.
-No hace falta que me lo digas dos veces -murmuró Uldir. Esquivando todavía el fuego más distante, corrió hacia el volador y saltó. En el instante en que se encontró a bordo, la chica apretó el acelerador, cruzando entre de una red de disparos blancos.
-Gracias -dijo Uldir.
-Si esto es un truco, te arrepentirás –dijo secamente la chica-. ¿Por qué me persigues?
-No sabía que eras Jedi.
La chica ladeó la nave y descendió locamente hacia el paisaje.
-Creo que realmente te interesaría ganar altitud -agregó.
-¿Ah, sí? ¿Quieres pilotar tú?
-Eh... De acuerdo.
-Genial. -Ella soltó los mandos, dejando que Uldir se lanzase a por ellos antes de que el volador se estrellase contra una torre de transmisión. Mientras tanto, ella volvió a trabajar en lo que estaba atado a su pierna.
-¿No sabías que era Jedi? Es por eso que todo el mundo me está persiguiendo.
-Pensé que eras una ladrona -explicó Uldir, bajando el morro de la nave a tiempo para evitar una grave ofensa de la luz coherente y partículas cargadas-. ¿Por qué te persiguen ellos?
-Porque soy Jedi. ¿Estás borracho de estimulantes? ¿No sabes que todos los planetas de la galaxia se pelean por entregarnos a los yuuzhan vong?
-Soy consciente de eso -dijo Uldir, secamente-. Casi me entregan a mí también.
Ella se echó a reír.
-Tú no eres un Jedi.
Eso le escoció más de lo que Uldir querría admitir.
-Hey, sé un poco amable conmigo. Te he salvado el cul... eh, el pellejo.
-Y yo te he devuelto el favor -le recordó-. Ahora estamos en paz. Así que, ¿por qué iba alguien a tratar de entregarte?
Uldir se apartó de los ojos un mechón de su cabello castaño.
-Soy un piloto de rescate –dijo-. Un ex compañero mío resultó ser de la Brigada de la Paz, y se enteró de que una vez asistí a la Academia Jedi. Organizó una emboscada y tuve la suerte de poder escapar de ella. Eso fue justo después de que el señor de la guerra yuuzhan vong anunciase que si todos los Jedi le eran entregados, dejaría de conquistar la galaxia. -Meneó la cabeza-. Como si alguien pudiera realmente creer eso.
-¿Asististe a la academia del Maestro Skywalker? -preguntó la chica con escepticismo.
-¿Es que hay otra?
-No.
-Sin embargo, no tenía ninguna aptitud para la Fuerza -añadió Uldir.
-Eso resulta obvio -dijo la chica.
-Sí, creo que ya has mencionado eso -dijo Uldir, virando bruscamente a babor, donde los voladores de la policía estaban tratando de flanquearle, y estaban haciendo un trabajo bastante bueno-. Espera un segundo –dijo-. Vamos a tener que pelear un poco, aquí. -Echó un vistazo por encima del hombro-. Me llamo Uldir, por cierto.
-Klin-Fa Gi, a tu servicio -dijo ella con gravedad-.  Casi haces que me maten, Uldir. No lo hagas otra vez.
-Trataré de no hacerlo, Klin-Fa Gi. Agáchate. Vamos a recibir algunos impactos.
-No si yo tengo algo que decir al respecto.
Por segunda vez en la noche, ella saltó por delante de él, aterrizando con gracia felina en la proa del deslizador. Se quedó allí, un blanco perfecto para los dos voladores que se acercaban girando hacia ellos. Entonces, resonó un siseo en el viento, y una pequeña porción de energía amarilla apareció en su mano izquierda, trazando rápidamente un ocho en el aire y haciendo que un par de disparos láser salieran rebotados, zumbando hacia los páramos.
Así que eso es lo que estaba pegado a su pierna, concluyó Uldir. Klin-Fa debía de haber atravesado uno de esos sensores de armas de los que Bonadan estaba repleto.
-Supongo que ahora tengo escudos -murmuró Uldir, pulsando en su palanca los controles del cañón bláster y virando a estribor. Su disparo dio de lleno en su objetivo, friendo el estabilizador del volador atacante. Se fue dando tumbos. Uldir esperó que el piloto pudiera recuperar el control del volador antes de chocar contra el suelo.
Ahí va uno, pensó, mientras Klin-Fa ejecutando otra loca serie de bloqueos que dejó su volador ileso por el fuego enemigo.
Como había notado antes, los pilotos no eran estúpidos. Contrariamente a las tácticas habituales de combate aéreo, ahora estaban tratando de ponerse por debajo de ellos, donde no estaba el sable láser de la Jedi. Él dejó caer el volador, con la esperanza de que Klin-Fa pudiera mantener el equilibrio, temeroso de realizar algún giro demasiado ajustado.
El páramo sombrío se alzó ante ellos, un sinfín de hectáreas de tierra quemada por los agentes químicos, cortada en patrones fractales por la violenta erosión. El sol primario de Bonadan era ahora una fina lente roja en el horizonte, y un poco más al norte un relámpago serpenteó dentro de una nube en forma de yunque. El viento sabía a agua, arena, y a perjudiciales compuestos de carbono.
Sin embargo, la tormenta le dio una idea, por lo que dirigió su rumbo hacia la nube de tormenta. La lluvia podría obstaculizar la vista, y los relámpagos confundirían los instrumentos. Tal vez incluso confundirían a los droides sonda que la patrulla estaba sin duda usando. Si él y Klin-Fa conseguían atravesar eso, tal vez podría dar media vuelta y encontrar el Suerte Innecesaria antes de que los voladores de seguridad recuperaran el rastro. Si la nave estaba reparada, entonces podrían ser capaces de salir del planeta antes de que la autoridad portuaria les cerrase el paso. Si...
Sonrió con fuerza, recordando lo que solía decir Vega: "Si" es sólo una manera corta de decir "estamos condenados".
-¿Esos tipos son de la Brigada de la Paz? –preguntó Uldir a la muchacha.
-Antes los has mencionado -le espetó ella-. Nunca había oído hablar de ellos.
Uldir arqueó una ceja. Eso era sorprendente.
-Son una organización colaboracionista -le dijo-. Creen que no podemos vencer a los yuuzhan vong, por lo que tratan de unirse a ellos, de congraciarse con ellos mientras aún sea posible. A veces se infiltran en la policía local.
Klin-Fa resopló.
-Nadie en la Autoridad Corporativa ha necesitado nunca que le animen cuando había alguna posibilidad de ganancia, y a los corpos no les gusta tratar con intermediarios, a menos que sea necesario. Hay un ejecutor yuuzhan vong en este planeta, mientras hablamos. Seguro que los corpos han hecho su propio trato.
-¿Qué? Pero eso viola el pacto de neutralidad.
-Apuesto a que no lo hace. Los abogados de la ASC pueden encontrar una laguna donde ni siquiera hay agua.
La nube se cernía sobre ellos, pero los voladores se estaban acercando demasiado. Descendió aún más, dejándose caer en uno de los cañones que descendían la colina hacia el espaciopuerto.
-Parece que sabes pilotar -admitió Klin-Fa a regañadientes, saltando por encima de la cabina del piloto para aterrizar en su popa, que era ahora la parte más amenazada de la nave.
-¿No me digas? -replicó Uldir-. Cielos, me alegro de que me lo hayas dicho. Yo nunca me habría dado cuenta. Ahora estoy todo radiante y seguro de mí mismo. Ya no me cabe duda de que puedo sacarnos de esta.
Ella ignoró el sarcasmo.
-Piloto de rescate, ¿eh? -reflexionó ella-. ¿A quién rescatas?
-Jedi, sobre todo.
Klin-Fa bloqueó un disparo dirigido contra su estabilizador trasero y le lanzó una mirada de extrañeza.
-¿Qué? –preguntó-. ¿Para quién trabajas?
-Los pagos vienen del Cuerpo de Búsqueda y Rescate de la Nueva República, pero eso es una especie de tapadera. En última instancia, las órdenes vienen del Maestro Skywalker. Ha estado durante meses organizando una red para llevar a los Jedi fuera de peligro.
-Yo no sabía nada de eso –dijo-. He estado... fuera de contacto. Ni siquiera supe acerca del ultimátum del señor de la guerra hasta ayer.
Eso explicaba por qué tampoco sabía nada de la Brigada de la Paz.
-¿Dónde estabas, que no te enteraste de eso? -preguntó Uldir.
Sus ojos se estrecharon.
-Entenderás que no ofrezca voluntariamente esa información, así, sin más.
-Hey, aquí la Jedi eres tú. ¿No puedes distinguir si estoy mintiendo, o si soy una amenaza?
Ella vaciló.
-Ya me han engañado antes –admitió-. Lo único que debes entender es que estoy en una misión, también para el Maestro Skywalker. He descubierto algo de la mayor importancia, una grave amenaza para la Nueva República.
-¿Pero no me dirás lo que es?
-No.
Uldir quedó impresionado por lo impasible que permaneció. Aunque su alocado curso por los cañones les había librado temporalmente de los disparos láser, no debía ser fácil para ella mantener el equilibrio; sin embargo, ni siquiera había parpadeado. Tenía helio líquido en sus venas, esta chica.
-Estamos a punto de entrar directamente en una tormenta –dijo él-. Tal vez deberías volver a la cabina.
-¿Tormenta? No. Tal vez deberías... ¡Cuidado!
Uldir tiró de la palanca, reprochándose mentalmente a sí mismo por haberse distraído. Uno de los voladores de seguridad había encontrado de algún modo un camino por un cañón lateral y ahora de repente estaba frente a él. Fuego bláster quemó el vientre de su vehículo, y la nave se sacudió como un toukfin arponeado. El sistema de energía gimió, y todos los indicadores del tablero se apagaron. El volador comenzó a caer mientras Uldir pulsaba frenéticamente el activador que canalizaba la energía de los sistemas de emergencia.
El corte de energía duró sólo un instante, pero fue una caída vertiginosa, y ahora estaba a punto de chocar con el volador atacante. Se ladeó a babor, olvidando momentáneamente que tenía una pasajera en equilibrio sobre su proa. A Klin-Fa no pareció importarle; saltó hábilmente para colocarse en la estrecha parte que el volador presentaba ahora hacia el cielo, se agachó, y lanzó un tajo hacia el otro vehículo. Uldir vio una lluvia de chispas antes del impacto. Fue un golpe oblicuo, y su oponente se alejó girando faltándole buena parte del morro. Uldir fue vagamente consciente del crujido que se escuchó cuando se estrelló contra una pared del cañón, pero la mayor parte de su atención se centraba en evitar el mismo destino. Los repulsores chisporrotearon de nuevo, y con una maldición silenciosa salió fuera del cañón, al no sentirse capaz ya de maniobrar el vehículo ahí dentro.
Fue entonces, al mirar al muro negro de la tormenta, cuando se dio cuenta de que no veía a Klin- Fa. Sus últimas maniobras debían de haberla hecho caer.
Se lanzó en un viraje cerrado –esperando verla y esperando también que sus habilidades Jedi le hubieran ayudado a sobrevivir a la caída- cuando un grito desde abajo llamó su atención. Vio a la joven Jedi aferrándose con los dedos de una mano a los amarres magnéticos de la nave.
-¡Aguanta! -Uldir fijó el curso hacia la tormenta y buscó en la guantera del salpicadero, extrayendo un bláster especial de las fuerzas del orden. Luego salió de la cabina hacia el morro de la nave, extendiendo los brazos para mantener el equilibrio.
Los tres voladores restantes fueron ganando terreno rápidamente, y el aire era chispeaba con muerte ionizada. Uldir se dejó caer sobre su vientre y se acercó al borde, agarrando a Klin-Fa por la muñeca. Ella cerró a su vez sus dedos alrededor de la muñeca de Uldir, y quedó colgando en el espacio, girando su sable de luz para desviar un disparo láser que la habría cortado por la mitad. Uldir se puso en pie, levantándola a pulso, mirando con asombro cómo continuaba defendiéndose de los ataques. Con su mano libre disparó fríamente contra la nave de policía que iba en cabeza, acercándose con demasiada rapidez. La rozó dos veces, y luego impactó en la cabina con un golpe oblicuo que debió de haber herido al piloto, ya que la nave se desvió de repente. Entonces dos sacudidas seguidas agitaron su volador de tal forma que Uldir casi perdió el equilibrio. Consiguió hacer subir a la Jedi hasta la proa justo cuando las primeras gotas de lluvia salpicaron a su alrededor.
-¡Regresemos a la cabina! -gritó. La nave estaba empezando a escorarse extrañamente hacia estribor, lo que probablemente indicaba un mal funcionamiento fatal en uno de los estabilizadores.
Otro disparo golpeó su nave mientras llegaban a los asientos de seguridad, y luego, como si hubieran pasado por debajo de una cortina, la lluvia comenzó a caer con tal fuerza que Uldir no podía ver nada. Encendió el escudo climático y el agua comenzó a separarse en láminas en contra su campo, pero la visibilidad no aumentó en lo más mínimo.
Un relámpago en forma de dragón de dieciocho cabezas aulló a su alrededor, y los pelos de la nuca de Uldir se pusieron como escarpias. El sonido era como la implosión de un planeta.
-¡Engendro Sith! -gritó Klin-Fa-. ¿Qué nos has hecho?
-Ya no puedes ver a nuestros amigos, ¿verdad?
-No. No son tan tontos como para volar dentro de una tormenta barredora.
-¿Una qué?
-Bonadan tiene estaciones de control climático por todas partes. No creerás que esto es natural, ¿verdad? Generan esto en las afueras cuando el aire se vuelve demasiado cáustico para los mineros. La lluvia y los relámpagos precipitan parte de la porquería que envían al cielo cada día.
-Ah. ¿Qué quieres decir con esto?
-Lo que quiero decir es que es más concentrada y violenta que una tormenta normal, cerebro de cohete. El embudo alrededor del ojo está diseñado para crear máxima ionización.
-Máxima... oh-oh.
Cada vez se estaba poniendo más oscuro, pero a no tanta distancia pudo ver cortinas de rayos bailando como los velos de una nebulosa.
-Entonces no nos interesa ir allí, ¿verdad? -gruñó Uldir, tirando frenéticamente de la palanca hacia estribor. No ocurrió nada. La nave no les llevaba a ninguna parte salvo al corazón de la tormenta.
-No. Así que sácanos de aquí ya -gritó Klin-Fa. Incluso a través del parabrisas, el sonido de la tormenta era casi ensordecedor.
-No puedo. Bloqueé los controles cuando fui a por ti. Todavía están bloqueados.
-¡Bueno, pues desbloquéalos, cabeza hueca!
Uldir continuó pulsando interruptores.
-No funciona -dijo.
-Bueno, ¿y entonces?
-Agárrate fuerte, supongo.
Apuntó con el desintegrador al conjunto repulsor trasero y disparó.
-¿Estás loco? -chilló Klin-Fa.
-No lo estaba antes de conocerte -respondió Uldir-. Ahora tal vez necesite una opinión profesional.
Volvió a disparar, y el volador pareció hundirse contra el viento. La proa comenzó a caer casi perpendicular al suelo.
-Como he dicho -comentó Uldir, mientras otra red de relámpagos crepitaba a todo su alrededor-, agárrate fuerte.
Entonces sintió un cosquilleo que no procedía de los relámpagos, y lo reconoció como un movimiento en la Fuerza. Puede que no fuera lo suficientemente sensible como para dominarla realmente, pero había estado junto a los Jedi más poderosos de la galaxia, y había aprendido a reconocer su uso.
Sobre todo ahora, cuando sentía que de algún modo estaba mal. Miró a Klin-Fa y la encontró con los ojos cerrados y su rostro completamente en calma. Por alguna razón, eso le resultó momentáneamente aterrador. Entonces ya no tuvo más tiempo para pensar en ello, porque chocaron contra el suelo, rebotaron, cayeron y chocaron de nuevo. El parabrisas se hizo añicos, y la lluvia cayó repentinamente, asfixiante, sobre ellos. Después de eso, la oscuridad.

***

Uldir despertó escupiendo agua por la boca y sintiendo el doloroso picor de la misma en sus pulmones. Una de las luces de posición del volador brillaba débilmente bajo la superficie. Aparte de eso, la oscuridad sólo era rota por las terribles llamaradas blancas y rojas de los relámpagos que se volvían más extremos a cada segundo. La lluvia estaba ahora mezclada con granizo, que golpeaba dolorosamente contra la piel desnuda de su rostro, y el trueno era un rugido casi ininterrumpido. Los torrentes desatados desde el cielo seguían esculpiendo el cañón en el que se había estrellado, como lo habían estado haciendo desde que la vegetación natural de Bonadan había renunciado a su tenue control sobre la existencia. El volador había chocado contra algo y se estaba llenando rápidamente de agua.
En la tenue luz, distinguió a Klin-Fa Gi, desplomada e inconsciente, con la cara sobresaliendo apenas del agua. Le buscó el pulso y, para su alivio, lo encontró fuerte. Al no poder despertarla, la sujetó como un socorrista acuático, sosteniéndola por la espalda para que la cabeza se mantuviera por encima de la superficie. Mientras lo hacía, el nivel y la velocidad de la inundación aumentaban, y rápidamente. Tenía que llegar a un terreno más alto; eso era obvio. Aunque no muy alto; los rayos tenían una puntería infalible, y Uldir ya se sentía como si estuviera en la diana de una fuerza de asalto táctico aire-planeta.
La corriente le empujó, y era demasiado fuerte para luchar contra ella. Colocó los pies corriente abajo, usando sus botas para protegerse de las rocas y otros obstáculos. Esto era incómodo, ya que dejaba a Klin-Fa sobre él, y tenía que hundir la cabeza frecuentemente. Sin embargo, había sido entrenado para este tipo de situación, como parte de su preparación para el cuerpo de rescate, y la pequeña voz de pánico que amenazaba con convertirse en un grito se mantuvo relativamente tranquila. Todo lo que tenía que hacer era no perder la cabeza, se dijo. Ni los brazos ni las piernas...
Cuando comenzó a sentir la sacudida de los relámpagos, eso se hizo más difícil de conseguir. Imágenes de pesadilla de piedra y el agua turbia aparecían de forma estroboscópica cada pocos segundos, por lo que ahora casi tenía una visión continua de su entorno. Empujándose con las piernas contra una roca que sobresalía, trató de impulsarse hacia lo que parecía una pendiente que le podría llevar por encima del nivel de la inundación. Estuvo a punto de no alcanzarla, pero se las arregló para aferrarse a una roca y -luchando contra la corriente inmensamente fuerte- tirar de sí mismo y de la Jedi hasta la pendiente. Se quedó allí jadeando por un momento hasta que un rayo cayó tan cerca que sintió el chorro caliente de piedra astillada en su mejilla. Con un gruñido, se echó a Klin-Fa sobre los hombros y se dirigió a lo que parecía una especie de alero.
Su suerte seguía acompañándole; se trataba efectivamente de una pequeña cueva en el costado del cañón. Se adentraba lo suficiente para estar seca. Esperaba que también fuera lo suficientemente profunda para que no propagar el golpe de los rayos, y lo bastante elevada para que la inundación no la llenase, porque ya no le quedaba ni un átomo de fuerza. Se tendió en la oscuridad, tratando de no flaquear ante el diluvio que caía fuera, prometiéndose a sí mismo que la próxima vez que una chica derramase su bebida se limitaría a pedir otra.
En el exterior, parecía que el planeta estaba ardiendo, y el trueno llegó a ser como el sonido de un motor de fusión soplando en la atmósfera. Cerró los ojos ante el resplandor y esperó a que pasara.
Finalmente lo hizo, y una calma fantasmal se apoderó de todo cuando el ojo pasó sobre ellos. Luego Uldir fue obsequiado con otro despliegue de fuegos artificiales, cortesía del control climático de Bonadan.
Cuando los relámpagos remitieron finalmente, comenzó a darse cuenta de que tenía frío. ¿Era invierno? ¿Bonadan tenía invierno? No podía recordarlo. Tal vez cuando un nuevo equipo de rescate les encontrara, sólo encontraría un par de cadáveres congelados.
A la luz de una vara luminosa que tenía en uno de sus muchos bolsillos, examinó a Klin-Fa con el pequeño medipac que siempre llevaba consigo. Una desagradable hinchazón en la cabeza indicaba la causa de su continua inconsciencia, pero por lo demás parecía estar en buen estado; no encontró indicios de huesos rotos o hemorragia interna.
Le administró un anti-inflamatorio y un antibiótico de amplio espectro, la puso tan cómoda como pudo, y luego volvió a sus limitados recursos.
Estos se limitaban básicamente a su comunicador. Sostuvo pensativamente por un instante el pequeño cilindro, considerando sus opciones. Había sido equipado con un codificador de rastros; aunque cualquier sensor en las inmediaciones sabría que estaba transmitiendo, haría falta una descodificación de seguridad para permitirles triangular la señal. La ASC probablemente tendría tecnología bastante decente en esa zona, pero probablemente podría transmitir durante unos treinta segundos antes de que tuvieran suficientes datos como para descifrar el mensaje o ubicar su posición.
Cada vez hacía más frío. Valía la pena arriesgarse. Lo activó.
Rugió el sonido de la estática, probablemente debido a la tormenta cercana. Sin embargo, después de unos instantes, obtuvo una versión distorsionada de la voz de Vega Sepen.
-Eh, jefecillo –dijo-. Realmente deberías seguir mi consejo de vez en cuando.
-Escucha, Vega –dijo él-. Resulta que la chica era un Jedi. Por el momento hemos esquivado a nuestros perseguidores, pero nos hemos estrellado en el interior, a unos quince clics al sudeste de la ciudad.
-Eso no son unas indicaciones muy precisas.
-Limítate a buscar donde haya voladores de la policía disparando –dijo.
-¿Con qué? La nave aún está en el taller.
-Confío en ti, Vega. Pensarás en algo. Tengo que cortar, antes de que localicen la señal.
-De acuerdo. Buena suerte, jefecillo.
-Odio cuando me llamas así.
-Lo sé.
La señal crepitó y Uldir apagó el comunicador. Probablemente aún estaba a salvo, pero la próxima vez que lo usara encontrarían su ubicación en segundos.
Klin-Fa tembló y emitió un gemido. Él le tocó la frente y la encontró fría. Él mismo también había comenzado a tiritar, por la mojadura y por la temperatura en descenso. Con un suspiro, se quitó la chaqueta. Se tumbó junto a la joven Jedi, acurrucándose a su lado y cubriendo a ambos con la chaqueta. Tardó un buen rato hasta que comenzase a sentirse algo de calor por el contacto.

***

Se despertó con unos ojos oscuros a escasos centímetros de los suyos.
-¿Has disfrutado? –preguntó Klin-Fa.
-¿Eh?
-Acurrucándote contra mí. ¿Es esa tu idea de pasarlo bien?
-Eh, sólo trataba de mantenernos en calor. De mantenerte en calor.
Ella casi sonrió.
-Tranquilízate, cerebro de cohete –dijo-. Sé lo que estabas haciendo, y gracias. Pero que eso no te dé ninguna idea equivocada.
Uldir se dio cuenta de que sus cuerpos aún se estaban tocando, y se sintió súbita y totalmente incómodo.
-¿Qué? No, claro que no.
Ella le golpeó en la frente con el índice.
-Muy bien. No creo que haya mucho peligro de que de aquí salga ninguna idea, pero nunca se sabe.
-Eh, esta última noche estuve pensando mucho más que tú.
-Apuesto a que sí.
-Eso no es lo que quise decir. –Sintió que su rostro se ruborizaba.
Ella se sentó. Una penetrante luz de color blanco amarillento brillaba a la entrada de la cueva.
-¿Dónde estamos?
-En algún lugar de las tierras baldías al sur de la ciudad. Puede que recuerdes que nuestro volador se estrelló.
-Recuerdo que lo condujiste a una tormenta barredora.
-Eh, ¿cómo iba a saberlo? Y ya puestos, ¿cómo lo sabías tú?
-Soy de aquí –gruñó ella.
-¿De Bonadan?
-No, de esta cueva. , de Bonadan. Crecí en este agujero miserable.
-Eh, todo el mundo tiene que crecer en alguna parte.
-Sí, pero no tienen por qué volver. Yo lo hice, para mi desgracia.
-¿Por qué?
-Tú y tus preguntas. ¿Eres piloto o reportero?
-Piloto –dijo Uldir.
-¿Y dónde está tu nave?
-Yo... eh... no lo sé.
-No eres gran cosa como piloto, entonces, ¿verdad? Parece que me toca a mí sacarnos de aquí.
-Bueno, es tu planeta.
-No me lo recuerdes. –Comenzó a caminar hacia la entrada, y entonces se detuvo en seco.
-¿Qué?
-Ven aquí –susurró-. En silencio.
Llegó junto a ella para echar un vistazo por la entrada de la cueva. Al otro lado estaba el barranco en el que ambos casi se ahogaron la noche anterior. Ahora estaba seco, cubierto por material aluvial recién depositado, y podían ver lo que había hasta cerca de medio clic de distancia. Cerca del recodo, subiendo hacia donde el volador había caído, pudo ver ocho figuras a pie, descendiendo por el cañón en su dirección.
-Un grupo de búsqueda –dijo.
-Sí -respondió ella-. ¿Ves al tercero desde la izquierda?
-No estoy ciego.
-Yo sí, en lo que a él concierne –replicó Klin-Fa-. No puedo sentirle en la Fuerza. Eso sólo puede significar una cosa.
Uldir asintió.
-Yuuzhan Vong –dijo-. Las cosas acaban de complicarse sobremanera.
Y como para subrayar su comentario, escuchó el gemido de voladores sobre sus cabezas, de varios de ellos.

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