miércoles, 18 de diciembre de 2013

Operaciones Especiales: El arte de la infiltración (II)


El capitán Mylesgood de la Oficina Imperial de Seguridad estaba encorvado en su sillón de oficina, mirando por la gran ventana de transpariacero que ocupaba toda la pared opuesta, cuando escuchó que la puerta se abrió tras él. Apenas acusó el sonido, porque su atención estaba centrada en la escena que tenía lugar ante él. Fuera, todo era caos. El antiguo edificio de administración había sido derribado y sustituido por una cosa horrible de duracemento sin ventanas; la antigua pista de aterrizaje estaba siendo reemplazada por una gran red de plataformas de aterrizaje, y su vista, su hermosa vista de los bosques y las montañas, estaba siendo reemplazada por una vista del muro de duracemento de cuatro pisos de altura que dividía su lado de la base del nuevo y brillante lado de máxima seguridad, donde pequeños edificios negros de baja altura se apiñaban alrededor de la base de una alta torre de seguridad. Mylesgood no podía ver la oficina del jefe de seguridad desde donde estaba sentado, pero sabía que su ventana era el doble de grande que la suya.
-¿Capitán? ¿Señor? –Una voz de mujer. La sargento Chambers, su ayudante-. ¿Le interrumpo?
-Me está observando, Chambers –dijo Mylesgood.
-¿Quién?
Mylesgood señaló la ventana.
-Tenko. Ya sabe, el general.
-¿Le está observando, señor?
-Me está observando ahora mismo desde esa gran oficina suya. Está pensando en todos los soldaditos de asalto blancos que van a venir para llenar su torre de seguridad y relegar a gente como usted o yo a pequeños planetas insignificantes con pequeños trabajos insignificantes. –Mylesgood se dio la vuelta; Chambers estaba expectante, balanceándose sobre las plantas de sus pies-. ¡Nosotros hicimos esta base, Chambers! ¡Nos apropiamos de este planeta sin que el planeta lo supiera siquiera! Ahora Vader y Palpatine tienen que anunciar a toda la maldita galaxia dónde está el Imperio.
-Es un nuevo universo, señor –dijo Chambers.
-Eso es lo que decían cuando me alisté. Salvo que con un tono de voz diferente.
-Señor, hay algo de lo que debo hablarle.
-¿No puede esperar?
-¿Hasta que haya terminado de quejarse, señor? No.
Mylesgood suspiró.
-La voy a echar de menos, Chambers.
-Gracias, señor. Escuche, tenemos un problema.
-¿De qué se trata?
-La patrulla 1138 no ha presentado su informe.
Por primera vez Mylesgood miró directamente a los ojos de Chambers, que estaban inusualmente perplejos.
-¿Toda una patrulla desaparecida? –preguntó.
-No, entraron por la puerta principal hace una media hora. Sólo que no han presentado ningún informe.
Mylesgood tamborileó con los dedos en su escritorio.
-Puede que tan sólo sea otro incidente de borrachos –dijo Chambers-. ¿Quiere que establezca una alerta general?
Mylesgood se volvió en su silla, miró de nuevo a la alta torre de seguridad, y volvió a darse la vuelta.
-No, Chambers. Nosotros mismos nos ocuparemos de esto.
-De acuerdo, señor, si así lo desea.
-¿No quiere saber por qué?
-Suponía que usted me lo diría.
-Porque si es sólo un incidente de borrachos, no quiero que el General Descontento de allí lo use como excusa para recordar a todo el mundo que un puñado de paletos incivilizados solía dirigir este lugar.
-¿Y si no lo es?
-Entonces son terroristas. Y en ese caso, me encargaré de que usted y yo y el resto de los agentes recibamos tantas condecoraciones, que construiremos otra Estrella de la Muerte con ellas y haremos que Vader nos sirva el almuerzo en Coruscant.
-¿Señor?
-En otras palabras, voy a encontrar a esa gente y voy a hacer que prefirieran estar enfrentándose a todo un batallón de soldados de asalto. –Se puso en pie-. Que traigan mi repulsor. Informe a las tropas que configuren sus armas para matar, pero que se aseguren de dejarme uno de los perpetradores para que pueda, cómo lo diría, entrevistarle.
-Muy bien, señor –dijo Chambers, y ambos abandonaron apresuradamente la oficina.

***

Morgan estaba apoyada sobre una mano en el muro de duracemento de cuatro pisos de altura que separaba su zona de la de máxima seguridad. Recorriendo la parte superior del muro había dos gruesos cables cargados con alto voltaje, obviamente porque era más inteligente pasar sobre el muro que a través de él. Típica ilusión imperial.
Bajó la mirada hacia Jayme, arrodillado a su lado. Estaban en una oscuridad casi completa, con la luz de algún reflector de búsqueda pasando ocasionalmente por el muro apenas un metro por encima de ellos.
-¿Cuál va a ser la zona de explosión? –preguntó, sacando de su bolsa un par de cargas cuadradas del tamaño de una mano.
-Sabía que era una pregunta retórica –dijo ella.
-¿Qué?
-Antes, en la sala de archivos. Sabía que T’Charek hablaba retóricamente.
-Muy bien, de acuerdo, Morg, pero dime qué piensas sobre...
-Sé que pensáis que no me entero de nada, ¿sabes? Pero no es así.
Jayme colocó una carga en el muro, a unos treinta centímetros del suelo.
-Necesito un cálculo, Morg.
-¿De qué?
-Dame radio de explosión y distancia de seguridad mínima desde aquí.
-¿Aproximadamente?
-Sí. Sólo una estimación rápida.
Morgan cerró los ojos. Una ecuación parpadeó ante ella, pero no era plenamente consciente de lo que era. Abrió los ojos y miró al complejo, que estaba menos ajetreado ahora que casi era de noche.
-Cincuenta y uno coma trescientos setenta y cuatro metros –dijo.
-¿Por qué coma trescientos setenta y cuatro?
-¡El viento, Jayme, el viento!
-Ah. Vale.
Morgan nunca había podido entender cómo se había ganado la reputación de estar ausente cuando realmente prestaba más atención a los detalles que cualquier otro. Jayme podría haber realizado ese cálculo, pensó, si hubiera querido ponerse a ello. Su problema, y el de todos los demás, era que no sabía que sentarse y calcular hasta quedarse entumecido era una completa pérdida de tiempo. Simplemente tenías que dejar que las respuestas llegaran hasta ti.
-Muy bien –dijo Jayme, dándole tres cargas-. Coloca estas justo sobre tu cabeza, y luego salgamos de aquí.
Morgan sujetó con los dientes el mango de una vara de luz y colocó las cargas en una fila horizontal, como el dintel de una puerta. Luego sacó de su chaqueta el guante detonador, lo deslizó en su mano, dio media vuelta, y salió corriendo con Jayme cruzando el complejo. Ambos evitaron las farolas, que acababan de encenderse hacía un minuto.
-¿No te da la impresión de que T’Charek está un poco tensa últimamente? –preguntó Morgan.
-Casi pierde a todo su equipo –dijo Jayme-. Eso va a atormentarla durante un tiempo.
-Sí, pero no fue culpa suya.
-Eso a ella no le importa. Además, algo así hace que pienses en tu propia mortalidad y en la de los demás. ¿No te sientes distinta?
-No. Para mí comenzó como cualquier otro día; levantarme, cepillarme el pelo, arreglar la rejilla informática principal, ser electrocutada por un droide asesino descarriado que cree que soy un hutt.
Jayme sonrió. A Morgan le gustaba cuando lo hacía, porque era un acontecimiento relativamente inusual, y sólo sonreía delante de ella, T’Charek y Maglenna. Y a veces delante de algún imperial ocasional al que tenía acorralado.
Por supuesto, siempre se ponía increíblemente serio justo después de haber sonreído, como si tuviera que hacer penitencia o algo así por haber mostrado felicidad. Sacó el comunicador de su cinturón y habló con voz áspera.
-Comandante –dijo-. Estamos yendo a casa.
Apenas pudo terminar la frase. El comunicador crepitaba con el sonido de fuego bláster.
-¡Negativo! –exclamó Haathi-. ¡Necesito que...!
El canal quedó muerto.
-¡Oh, genial! Vamos –dijo Jayme, comenzando a correr. Morgan y él doblaron la esquina de la estafeta postal, donde estaba esperándoles su repulsor. Junto con un escuadrón de hombres con uniformes negros y grises y brillantes cascos negros, todos ellos ocupados registrando el repulsor.
A Morgan el corazón le dio un vuelco.
-¡Alto!
En una fluida maniobra, todos apuntaron a Jayme y Morgan con sus rifles bláster.
-¡Manos arriba, despacio y sin trucos! ¡Echaos al suelo! –bramó el sargento.
Levantaron las manos. Morgan miró a Jayme, que la miraba fijamente con aire expectante.
-¿Qué? –preguntó ella.
Él abrió los ojos como platos.
El sargento gritaba.
-¡Al suelo! ¡Ya! ¡Hacedlo!
-Ahhh, eso –dijo Morgan. Sus dedos enguantados fueron cerrándose sobre su palma, primero el índice, luego el anular, luego el dedo medio, dos veces.
Se escuchó una fuerte explosión a 10 metros de distancia, cuando la caseta del generador temporal, que controlaba el cableado protector en lo alto del muro, estalló en pedazos. Morgan notó cómo volaba por los aires, y sabía que tendría que sacar los brazos y protegerse para la caída, pero siguió presionando el guante con sus dedos, haciendo estallar la serie de cargas en puertas, bajo camiones repulsores, y finalmente en el propio muro gigante. En alguna parte, Jayme estaba gritando algo.
Morgan realmente no supo lo que ocurrió a continuación. Tenía un vago recuerdo de las explosiones, pero no estaba segura de cómo habían tenido lugar; y creía recordar haberse puesto en pie y salir corriendo, porque Jayme se lo había dicho.
En cualquier caso, cuando su cabeza se aclaró, Jayme no estaba en ninguna parte, y estaba de pie con la espalda contra el muro de un callejón, con tres soldados apuntando con sus rifles a su cara.
-Te vienes con nosotros, rebelde.

***

Veinte minutos antes, Haathi y Maglenna habían estado en una situación muy tranquila. Los funcionarios imperiales actuaban como un puñado de mascotas nerviosas y sobreprotegidas, y no les gustaba alzar sus voces al volumen de una conversación audible. Y mucho menos advertir la presencia de comandantes y sargentos de aspecto extraño. Lo que significaba que Haathi y Maglenna podían permanecer en el pasillo el tiempo que quisieran mientras no se cruzasen con ninguno de los de seguridad.
-¿Cómo puedo parecer un oficial? –susurró Maglenna.
-Piensa que estás en una reunión del Senado, y uno de los pequeños aduladores de Palpatine cree que lo sabe todo, pero tú sabes que le tienes cazado.
Maglenna inmediatamente adquirió una postura erguida como un pali, una encantadora media sonrisa, y unos gestos fluidos y relajados. Haathi estaba luchando con el impulso de prepararle un cóctel cuando un joven teniente surgió de un grupo de oficinas al final del pasillo y comenzó a ponerse su chaqueta gris.
Haathi trotó hacia él.
-Perdone –estuvo a punto de llamarle “hijo”, pero se contuvo-, señor.
Él la miró; uno de sus ojos estaba inyectado en sangre.
-¿Cómo es que lleva pintura de camuflaje? –le preguntó él.
-Misión de reconocimiento.
-Ah.
-Señor, realmente lamentamos molestarle, pero necesitamos que nos haga un rápido favor.
Él suspiró profundamente, luego miró por encima del hombro de Haathi y pareció advertir la presencia de Maglenna.
-Oh, ah, por supuesto, comandante –dijo, y les condujo a su oficina. Haathi advirtió que todas las demás oficinas de esa fila estaban a oscuras.
Dentro, la sala estaba decorada completamente con un relajante color azul metálico, con una alfombra nueva en el suelo, un panel de control completamente nuevo cubierto de polvo de construcción, y una gran pila de tabletas de datos en una caja cerca de la silla del teniente. Cuando la puerta se cerró, todos los ruidos del exterior desaparecieron. Haathi sintió como si se hubiera sumergido en una piscina.
-Muy bien, ¿qué necesitan?
-Hmm... –Maglenna dejó su tableta de datos sobre la pila-. Tenemos un manifiesto de carga actualizado para el... el Savareen... Rodiano. El Savareen Rodiano. Sí.
-Hmmmsí, deme un momento –dijo el teniente. Deslizó su cilindro de código en la ranura junto al monitor principal y luego tecleó inconscientemente su código de acceso personal-. Savareen Rodiano –dijo tras un instante-. Es un nombre curioso.
-Sí, ¿verdad? –dijo Haathi.
-¿He pedido comentarios al respecto? –exclamó Maglenna, sonando casi genuinamente herida.
-Lo siento. ¿Qué clase de nave es? –Tomó la tableta de datos.
-¿No lo dice en la tableta de datos? –le preguntó Haathi.
-Sí, ¿quiere decir que no lo sabe? –dijo Maglenna.
Él miró a la tableta, y luego levantó la mirada.
-¡Espere un momento! Esto no es... –dijo al cañón del bláster pesado de Haathi.
Después de arrastrar su cuerpo inconsciente, todavía en la silla, a una esquina, Haathi enfundó su bláster y se apoyó en el panel de control.
-Muy bien –dijo a Maglenna-. Esto es lo que va a pasar. Morgan y Jayme están esperando que yo les diga cuál sería el lugar más obvio para un intento de entrada a la fuerza, y dentro de 10 minutos lo harán volar. Ahora voy a quedarme junto al Sr. Terminal Auxiliar aquí presente para averiguar exactamente dónde guardan los imperiales los suministros importantes al otro lado del muro divisorio. Luego haré un trabajo absolutamente horrible para cubrir mis huellas.
-¿Y yo que hago?
-Harás un trabajo absolutamente brillante para cubrir mis huellas.
-¿Y qué hay del super-carguero?
-No tiene importancia ahora mismo. Entra al sistema y pon en movimiento mi nuevo plan.
-¿Y cuál es?
-El Sr. Teniente Imperial te había abierto el archivo de envíos, ¿verdad?
-Sí.
-Vas a cambiar algunas cosas.
-¿Qué, los horarios?
-Eso es lo que tú creerías, ¿verdad? Eso es lo que vamos a hacerles pensar. Tú, por el contrario, vas a re-enrutar las futuras órdenes de envío. Digamos que te encuentras con un cargamento de artillería pesada destinada a alguna gigantesca fortaleza imperial en, no sé, Coruscant o algún sitio grande.
-¿Sí?
-Sería más fácil para la Rebelión si ese importante cargamento fuese a algún sitio pequeño y con mínima seguridad como Rodaj... ¡Oh, cielos, si eso está a tiro de piedra de nuestra base de Vale Cuatro!
Maglenna continuó mostrando preocupación, pero sus ojos se iluminaron.
-Y todo esto ya ha sido procesado por los imperiales –dijo.
-Sí. Todo ha sido aprobado de antemano.
Maglenna se puso manos a la obra con una expresión de diligencia mezclada con asombro. En un espacio de tiempo relativamente breve, ambas pudieron abrirse camino por los archivos de datos, tras hablar brevemente acerca de qué bases rebeldes estaban ubicadas cerca de qué bases imperiales. Haathi, por su parte, concentró sus esfuerzos en el almacén; localizó las zonas que un terrorista sin experiencia querría sabotear, las transmitió a Jayme y Morgan, e hizo un trabajo deliberadamente torpe al ocultar sus pasos informáticos.
Finalmente Haathi comprobó su crono.
-¿Estás ya lista? –preguntó a Maglenna.
-Casi –dijo Maglenna-. ¿Todavía tenemos una base en Sheshar...?
-¡Eh!
Ambas se volvieron de pronto, con los blásters en la mano, para ver a un brigada de mediana edad de pie en la puerta.
Este inmediatamente retrocedió de espaldas hacia el pasillo.
-¡Seguridad! –exclamó, lanzándose como pudo hacia la pared tras él. Los dos disparos aturdidores impactaron en su torso, pero no antes de que apretase el botón de alarma con su codo.
-Oh, vaya. –Haathi salió corriendo al pasillo. Un centenar de técnicos sobresaltados prácticamente habían golpeado el techo de un salto. Al otro lado de la sala principal, detrás del muro de transpariacero opuesto, había un conjunto de tres turboascensores, hacia los que Haathi pensó en correr hasta que advirtió las luces rojas que parpadeaban sobre cada uno de ellos.
-¡Bloqueo de seguridad! –dijo a Maglenna, que ahora estaba de pie junto a ella.
-¿Y eso qué significa?
-Que habrá una escuadra de soldados de asalto aquí abajo en unos dos minutos. Regla número dos: ¡si las cosas van como la seda, estás yendo derecho a una emboscada!
Maglenna claramente estaba luchando por el impulso natural de su cuerpo de sucumbir al pánico, y sostenía el bláster como si no estuviera segura de si simplemente debía enfundarlo y actuar de forma casual. Su pregunta fue respondida por los dos guardias de la puerta blindada principal, que llegaron corriendo, vieron inmediatamente a la mujer, y comenzaron a disparar.

***

El hombro de Jayme le estaba matando. Había aterrizado en los escalones de entrada a la estafeta postal y había vuelto en sí justo a tiempo para ver el cuerpo de Morgan chocando contra tres agentes de la OIS. Ella se levantó; ellos no.
Si hubiera estado algo más lúcido, Jayme podría haber sido capaz de ayudarla, pero, en su estado, se limitó a observar en completo estupor cómo Morgan se tambaleaba alejándose un poco del repulsor y luego activaba la bolsa de explosivos que dos agentes habían encontrado en el suelo. Jayme volvió a desmayarse, y lo siguiente que supo era que el repulsor había sido destruido, los agentes estaban muertos, y Morgan había desaparecido.
T’Charek va a matarme.
Sin pensarlo realmente, Jayme se agarró a la barandilla y se puso en pie. Parecía haber una gran confusión a su alrededor, pero no podía escuchar nada, y por un instante se preguntó si se le habían reventado los tímpanos. Luego escuchó una voz lejana.
-¡Ese es el otro!
Jayme se concentró; la voz provenía de un hombre que no estaba tan lejos después de todo: un capitán de pie en la cubierta trasera de un repulsor que tenía dos agentes de la OIS en el asiento delantero, y otro manejando un gran cañón de cubierta montado cerca del capitán. Uno de los supervivientes de la última explosión escuchó la orden y corrió hacia los escalones. Llevaba las manos cerradas en puños y su pistolera estaba vacía; evidentemente él y su bláster habían sido separados.
Jayme tenía el mismo problema. Su mirada pasó del agente que se aproximaba al capitán del repulsor, y luego al cañón de cubierta que acechaba sobre la cabeza del capitán.
-¡Atrapadle para interrogarle! –gritó el capitán.
Era todo lo que Jayme necesitaba oír. Cuando el agente se acercó a los escalones, Jayme le dio una patada en el pecho. Luego agarró la parte superior del marco de la ventana más cercana –que, como todas las demás de ese edificio, aún no había sido honrada con transpariacero- y saltó al interior con las piernas por delante.
Los pies cayeron sobre un suelo desigual al que le faltaban baldosas, y se apartó de la ventana. Era un lugar muy amplio, sin escritorios, mostradores ni ninguno de los lujos que habitualmente tendría. Si no fuera por un generador de potencia que emitía un brillo azul contra el muro opuesto, la sala habría estado completamente a oscuras.
Jayme agarró uno de los largos cables del generador que yacían por el suelo, lo ató en los postes a ambos lados de la puerta principal, y esperó, con los ojos en las ventanas. Unos veinte segundos después, una silueta oscura con un gran casco negro de la OIS apareció en la ventana situada justo frente a él; el zumbido de un repulsor y la furiosa voz del capitán pasaron por las ventanas del otro lado. Jayme permaneció en las sombras y no dijo nada.
De pronto dos agentes entraron en tromba por la puerta principal, con los rifles bláster a la altura del pecho. Ambos lanzaron simultáneamente jadeos de asfixia al chocar sus gargantas contra el cable del generador. Jayme pateó un rifle y tomó el otro, y salió corriendo por la puerta principal.
Aún no sabía exactamente donde se encontraba, pero había una multitud de soldados de infantería corriendo por allí igual de confusos que él y que no le prestaban ninguna atención. Se irguió y se mezcló entre la gente.
Estúpido, estúpido, estúpido, pensó mientras trotaba con un puñado de soldados que corría alejándose del lugar de la explosión hacia un bloque de residencias. Se separó del grupo y corrió por un callejón lateral. Debería haberme quedado pegado a ella, debería haberla protegido de la explosión de algún modo...
Cuando giró la esquina, seguía pensando en Morgan; así fue cómo dos de los agentes de Mylesgood salieron de las sombras y le atraparon fácilmente en un asfixiante agarre.

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