lunes, 28 de octubre de 2013

El gran asalto a la nave rebaño (I)

El gran asalto a la nave rebaño
Daniel Wallace

Quince segundos. Ese era todo el tiempo que le quedaba a Lyle Lippstroot en su desastrosa vida.
Se había despertado hacía veintiún minutos en su apartamento alquilado, se había desperezado echándose un poco de agua tibia por el rostro, y se había envuelto en una holgada bata froffli. Vop, ese repulsivo tirano rodiano, había transmitido una nueva serie de cifras durante la noche. En sus quince años como contable de Vop, Lippstroot había cubierto las huellas del prestamista, enterrando innumerables tratos ilegales, y consiguiendo que los suspicaces investigadores imperiales se esforzaran en vano persiguiendo sombras. En ese tiempo, había llegado a detestar el modo en el que Vop el Usurero apestaba constantemente a raava barato. Y el depravado cabezapincho nunca, ni una sola vez, le había dado las gracias.
Lippstroot había tomado la tableta de datos que le esperaba, examinó los nuevos números, y estableció un enlace neural en cuestión de segundos. Su ciberinterfaz SoroSuub 221, que rodeaba la parte trasera de su cráneo como si fuera media corona, seguía siendo formidable, incluso tras dos décadas de uso continuo. Un snivviano sin dientes le había dicho una vez a Lippstroot que los implantes cibernéticos a largo plazo convertían a sus portadores en autómatas carentes de sentimientos, pero él se reía amargamente de eso. La banda SoroSuub no había apagado el dolor de un amor perdido, ni enterrado la vergüenza de su vil y mezquina carrera, ni roto su adicción al lesai. La pieza de dos kilogramos que llevaba en la cabeza le permitía mantener un enlace directo con el ordenador principal de Vop y procesar cifras a velocidad cegadora, y, en ese momento, le estaba diciendo que estaba en problemas.
SU banda contenía ahora un programa trampa bartokk. Alguien había pirateado la matriz de transacciones original e insertado un nuevo fragmento de código. Cuando Lippstroot se enlazó con la tableta de datos, el virus se descargó a su banda craneal y se ejecutó.
En cuestión de un milisegundo, identificó la malignidad. En dos, se dio cuenta de que había poca esperanza. El programa trampa bartokk había sido usado por última vez en un par de asesinatos en Turkana, y, como siempre, había resultado ser fatal. El virus crearía una espiral de sobrecarga en su banda de interfaz y borraría por completo sus rutas neurales en quince segundos. La única solución posible era arrancar el sistema de su cráneo, a mano.
Catorce segundos.
Levantó las manos y alcanzó los cierres externos. Su dedo índice izquierdo soltó la pestaña de duracero, mostrando un pequeño cuadro con dieciséis puntos en relieve.
Once segundos.
Tecleó un simple código de cuatro dígitos en los puntos y fue respondido por un zumbido grave y gutural. ¡Maldita sea! ¡¿Cómo he podido equivocarme en esa secuencia?!
Nueve segundos.
Volvió a introducir el código, escuchó un bienvenido tono agudo, y esperó hasta que los tres ligeros chasquidos indicaron la liberación dermal.
Cinco segundos.
Pulsó el control de retirada, escuchando un sonido húmedo cuando las más profundas de las conexiones neurales se retiraban de su cerebelo y se recogían en su bastidor metálico.
Un segundo.
Con un siseo de presión al igualarse, deslizó la SoroSuub 221 ligeramente hacia delante, preparándose para levantar el dispositivo de su cabeza y arrojarlo a la sucia alfombra...
Lyle Lippstroot cayó hacia delante, chocando contra la mesita baja y enviando tres discos sellados de lesai volando por el fétido aire. Lanzó un breve grito, y quedó en silencio.
Muerto.

***

-¡A cubierto! ¡A cubierto-a cubierto-a cubierto!
Kels retiró los macrobinoculares de su rostro cubierto de sudor y entrecerró los ojos para mirar a través de la desierta zona árida al achaparrado experto en explosivos tynnan. Acababa de levantarse de la mina que estaba colocando y corría a su posición tan rápido como sus breves patas le permitían. Tenía una mirada de desesperación, con los ojos muy abiertos en su rostro con grandes incisivos.
-¡A cubierto!
La chica humana retrocedió corriendo los cuatro pasos que la separaban de la trinchera que acababan de excavar y se lanzó de cabeza. Un instante después, el tynnan saltó a su lado, aplastándole con la rodilla los dedos de la mano expuesta, y tapándose los oídos con sus dos garras palmeadas.
Una explosión ensordecedora sacudió el desierto. Una ardiente onda de choque pasó sobre sus cabezas, seguida de una furiosa lluvia de polvo y arena ennegrecida por el fuego. El tynnan dejó escapar un lento y casi inaudible silbido entre sus prominentes incisivos, sacudiéndose el polvo de su brillante pelaje marrón.
-Ha estado cerca, ¿verdad? –dijo guiñando un ojo a Kels.
Kels le fulminó con la mirada.
-Dawson, por lo que más quieras, creía que eras un experto. ¿Por qué ha estallado antes de tiempo?
El tynnan ignoró el insulto y se ajustó el aumentador ocular que ayudaba a compensar la escasa visión inherente a su especie.
-Vayamos a echar un vistazo, ¿quieres? –Saltó sobre la pared de la trinchera y comenzó a avanzar hacia el cráter recién creado por la explosión.
Kels suspiró. Hacía tres meses que había aceptado convertirse en aprendiz de esta variopinta banda de ladrones: un humano, una sluissi, y este atolondrado tynnan. Era de lejos la más joven del grupo, pero cada vez estaba más segura de que esos autoproclamados “ladrones maestros” estaban aprendiendo más de ella que ella de ellos. Su último intento de hurto mayor había acabado en un peliagudo tiroteo con una patrullera de los Rangers del Sector, dejándolos varados en las tierras yermas de Kamar hasta que pudieron hacer reparaciones en su nave, un viajo carguero pesado que parecía un bantha preñado. Para aprovechar el tiempo en tierra, Dawson había insistido en conducirla al lecho de un lago seco para probar un ecléctico muestrario de explosivos de seguridad.
En el bolsillo del pecho de su mono, su comunicador vibró. Lo tomó, se lo llevó brevemente al oído, y luego gritó a través de la arena a su peludo compañero.
-¡Mueve esa cola, Dawson! Noone quiere que volvamos a la nave.

***

Cecil Noone salió deslizándose en su trineo repulsor de debajo de su nave cuando Kels y Dawson se acercaron a ella. La oscura piel de su rostro estaba manchada de sudor y grasa de motor. Alzó su mano derecha cubierta de grasa y el soldador láser que sostenía en ella, en un saludo casual.
-¿Cómo va el Borgove, jefe? –preguntó Dawson, mirando los componentes de hipermotor dispersos en el suelo del desierto alrededor del carguero sucio de carbonita.
-No tan mal como aparenta. Una vez le vuelva a poner las tripas, estaremos listos para salir de este horno. –Noone se limpió la frente chorreante con el dorso de su manga, la única parte que no estaba pringosa de lubricante-. Y a tiempo, además. Subid a bordo. Sonax os informará.
Kels entró la primera, subiendo por la rampa extendida a la bienvenida sombra de la tripa del Borgove. Deslizó la bolsa de detonadores de su hombro y la dejó caer sobre su catre con un repiqueteo, haciendo que el sluissi inclinado sobre la terminal de datos principal soltase un siseo de fastidio.
-¡Cuidado! –exclamó la delgada alienígena, posándose sobre su gruesa cola musculosa. Los sluissi tenían dos brazos, pero sus cuerpos terminaban en un único y estrecho apéndice con forma de cola de serpiente-. ¡Esssasss cosssasss ssson explosssivasss!
-No, sin espoletas no –replicó Kels-. ¿Verdad, Dawson?
El tynnan arrugó los bigotes de su hocico.
-Tiene razón, Sonax. Pero da igual, Kels, no los tires así. Son piezas de ingeniería sensibles, y si las agitas demasiado pueden fallar o no estallar en absoluto. –Se aclaró la garganta-. Como has podido ver hace sólo treinta minutos.
Kels puso los ojos en blanco.
-Lo que tú digas. Bueno, Sonax, ¿qué pasa?
La reptil gris se deslizó hacia delante y se irguió en una posición sentada. La mayoría de los sluissi que Kels había encontrado en su vida eran metódicos y tranquilos, pero Sonax era distante, susceptible y fácilmente irritable. Kels tenía dificultades para llevarse bien con ella.
-Guttu el hutt –explicó Sonax en su sibilante básico-. Ha transssmitido con nuessstra clave privada esssta mañana. Dice tener un trabajo para nosssotrosss.
La boca de Kels dibujo una fina sonrisa. Una de las cosas que había aprendido entre esos ladrones, aparte de que no eran ni de lejos tan competentes como pretendían ser, era que estaban terriblemente endeudados con Guttu. Aunque el hutt sólo era un jefe criminal de nivel medio en Nar Shaddaa, cuando él silbaba una melodía, este grupo bailaba al son.
-El contable de un pressstamisssta ha sssido asssesssinado –continuó Sonax-. Losss asssesssinosss colocaron un programa trampa en sssu interfaz craneal. –Inconscientemente, alzó una mano para tocar la banda de metal que corría bajo su cresta sagital. La BioTech AJ^6 le permitía trabajar como la experta en ordenadores y pirata informática del grupo, pero Kels sospechó que las noticias del asesinato le habían golpeado demasiado cerca.
-El golpe... ¿lo hizo Guttu? –preguntó Kels.
-Lo dudo. No esss sssu essstilo.
-¿Y qué tiene que ver con nosotros? ¿Cuál es este trabajo?
-No lo sssé. Guttu dijo que nosss dará losss detallesss cuando lleguemosss a Nar Shaddaa.
-¿Y entonces cuándo partimos? –intervino Dawson.
-Ahora misssmo.

***

Noone permanecía de pie en la entrada de lijoso ático privado de Guttu el hutt, tirándose del dobladillo de una chaqueta que le quedaba pequeña. Los pináculos de permacemento más elevados de la ciudad vertical de Nar Shaddaa se alzaban en el rarificado aire de la atmósfera superior. Noone soltó el aliento en una nube de helado vaho.
El Borgove había llegado al sistema una hora antes, justo a tiempo para llegar a la cita de Guttu. Como líder de su pequeña liga de ladrones, era su deber informar a su empleador hutt y aceptar cualquier misión que la babosa hubiera pergeñado para ellos aquella vez. Con suerte, pagaría lo suficiente para dejar de estar en números rojos con Guttu y obtener un pequeño extra para preocupaciones cotidianas como comida o combustible. Siendo realistas, sabía que tendrían suerte si los cuatro escapaban al arresto y engañaban a la muerte una vez más. Algún día, posiblemente bastante pronto, la Dama del Destino les repartiría la carta de la Muerte. Y, con su reciente racha de suerte, probablemente la sacaría del fondo de la baraja.
Volvió a tocar el timbre de la entrada y se echó la capa de brilloseda negra sobre los hombros. A su lado, Kels sorbió ligeramente por la nariz. Noone la miró y alzó desafiante una ceja.
-¿Siempre te pones tus mejores galas cuando vas a visitar a un hutt? –La ligera mueca se había convertido en una amplia sonrisa.
-Guttu prácticamente nos posee –respondió Noone-. Algún día te contaré toda la historia, pero digamos simplemente que una buena impresión no vendrá mal.
La sonrisa se desvaneció, reemplazada por una expresión de diversión indiferente.
-Tal vez. Pero ese estilo pasó de moda hace diez años, cuando yo era una niña. Incluso en el Borde Exterior.
Noone reprimió un gruñido de fastidio. La chica era buena, muy buena. Era una excelente carterista, una brillante timadora, se defendía bien en una pelea, y tenía el potencial para ser una jugadora de cartas mejor que él. Ciertamente necesitaban sus habilidades. Pero no era una buena jugadora de equipo. Aún no.
Con un pesado gruñido, la doble puerta con filigranas doradas se abrieron lentamente hacia dentro. Al otro lado, casi tapando el tenuemente iluminado pasillo con su mole, un sludir de seis patas pisó con fuerza con su pata trasera derecha e hizo un gesto con una zumbante pica de fuerza.
-Mi amo os recibirá ahora.

No hay comentarios:

Publicar un comentario