jueves, 19 de septiembre de 2013

Operaciones Especiales: Secuestradores de naves (y II)


Jayme no era muy alto, pero era robusto, y cuando no estaba cerca de Morgan y Haathi poseía un aura de “por-favor-no-me-hables”. Por eso, al estar de pie en el umbral de la entrada a la torre de control, justo frente a un grupo de mozos de cuerda humanos y droides que estaban de cháchara, tuvo que esforzarse por no mostrar una apariencia amenazadora.
Por suerte nadie dio muestras de haber reparado en su presencia. Tampoco habían objetado cuando él y los demás entraron en la torre. Los droides sólo sabían que cualquiera con el uniforme verde del puerto estelar, con un conjunto de órdenes de trabajo, tenía permiso para entrar en la torre y hacer lo que quisiera. Los cerebros de los droides procesaban: uniformes-órdenes-acceso-obedecer. A Jayme le gustaba eso de los droides. Sospechaba que los cerebros de los trabajadores humanos funcionaban de la misma forma.
Luego escuchó la voz áspera de Morgan por el canal de comunicaciones.
-Estoy lista –dijo.
Jayme salió al asfalto bajo el ventanal. Con una mano se rascó la perilla negra, indicando que él también estaba listo. Su otra mano sostenía una caja de herramientas abollada y cubierta de óxido.
-¿Jayme? –dijo Morgan-. ¿Seguro que estás preparado?
Alzó la vista hacia Morgan, que estaba de pie en la pasarela mirándole.
-Sí –dijo Jayme.
Caminó cruzando la bahía de atraque con un aire tan casual como el tiempo les permitía; cuando llegó justo al exterior del cubo de campo de fuerza, dejó su caja de herramientas en el suelo y extrajo una vara plateada de aproximadamente medio metro de largo. Durante un minuto estudió el cubo de campo de fuerza, un brillo iridiscente casi invisible, y la zumbante valla de rejilla metálica electrificada detrás de él. Más allá había un muro blindado de baja altura. Jayme soltó una risita burlona. Pensar que el muro blindado sería un obstáculo era como pensar que alguien que te ha robado las tarjetas llave se detendría al encontrar una puerta adicional en tu casa.
-¿No tendrás ningún problema para superar ese muro, verdad? –dijo Morgan.
-Morg, ya te lo he dicho, he hecho esto montones de veces.
Quería decir que había saltado con pértiga por encima de muros muchas veces para dejarse caer al otro lado, pero nunca a través de una zona con campo de fuerza. No le había dicho eso a Morgan.
-Está bien –dijo Morgan.
-Esta vez estás apartada del cuadro de potencia, ¿no? Quiero decir, bien apartada. Porque fue sólo suerte loca que no perdieras por completo la mano la última vez, jovencita.
-Oh, venga ya, Jayme. Como si no hubieran sido capaces de volver a injertarme el pulgar.
Jayme estaba a punto de responder a eso cuando la voz de Haathi irrumpió.
-Oye, Jayme, estaría bien que lo hicieras en algún momento de esta semana.
El canal de comunicaciones quedó en silencio. Jayme respiró profundamente un par de veces y se concentró; luego pulsó el interruptor central de su vara dorada, y ambos extremos se extendieron un metro cada uno.
-Pínchalo –dijo.
Se escuchó un ligero zumbido cuando el pulgar de Morgan pulsó el interruptor rojo de su pequeña caja negra y causó un inmenso pico de potencia en el ordenador principal de seguridad. El brillo iridiscente desapareció y la verja dejó de zumbar. Al mismo tiempo, se escuchó un chisporroteo en el panel de mantenimiento de Morgan cuando la placa de circuitos del cuadro de potencia estalló. En cuestión de nanosegundos, el ordenador principal de seguridad quedó inutilizado, y su grito automatizado pidiendo sistemas de refuerzo sería contestado por la subestación que Jayme había recableado. Lo que venía a significar que era un grito que pasaría inadvertido.
Ahora Jayme tenía tal vez tres minutos antes de que la potencia auxiliar se activase y la verja y el campo de fuerza volvieran a estar en funcionamiento.
O puede que sólo tuviera un cuarto de segundo.
Borró eso de su mente mientras sujetaba la parte superior de la pértiga, retrocedió, y luego salió corriendo hacia la zona del campo de fuerza.

***

La vez siguiente que Jayme escuchó voces por el comunicador, se encontraba a unos 30 metros del YT-1300. No había escuchado ningún zumbido, pero sobre su cabeza había un brillo iridiscente y la valla electrificada crepitaba tras el muro blindado. El propio muro le rodeaba a él y al YT-1300; para llegar a la nave tendría que cruzar una zona abierta y despejada. La única cobertura la proporcionaban unas pocas cajas metálicas grandes y una cabaña de herramientas cerca de donde se encontraba.
-¿Y bien? –dijo la voz de Haathi-. ¿Es esa la nave que vimos en el ordenador?
Jayme se agachó detrás de una caja y sacó su comunicador.
-Sí, estoy bien, gracias –dijo.
-¿Jayme-estás-bien-es-esa-la-nave-que-vimos-en-el-ordenador? –dijo Haathi.
-Espera un momento –dijo Jayme, echando un vistazo. No había nadie más ahí dentro con él, y por supuesto Morgan se había ocupado de la docena larga de cámaras de seguridad dispersas por la zona; pero toda la bahía de atraque y sus respectivas defensas estaban situadas junto a uno de los muros del perímetro del puerto estelar. Sobre esos muros los guardias de seguridad patrullaban de un lado a otro, a la suficiente altura para mirar directamente hacia abajo y ver todo lo que estaba pasando en el asfalto.
Tampoco es que esos guardias supusieran un mundo de diferencia en la misión de Haathi. Los más cercanos estaban dando la espalda a la nave, lo que probablemente significaba que estaban divididos entre mirar la simulación por ordenador de Morgan de la nave sin perturbar en los monitores de seguridad, o estaban demasiado ocupados pensando en el cambio de turno para prestar atención. Jayme descubrió, al acercarse sigilosamente a la nave, que si se quedaba más cerca de la cabina estaba en un ángulo relativamente fuera de su vista.
Nunca antes había visto un carguero ligero de serie nuevecito; siempre estaban abollados, con marcas de carbonilla y arañazos. Este estaba tan chocantemente limpio que sintió que tenía que entornar los ojos al acercarse.
Inclinó el cuello para mirar por las ventanas del piloto. Justo debajo había unos números pintados de un nítido color negro; transmitió esos números a Haathi.
-Creo que estás mirando a nuestro amigo El Creador –dijo Haathi-, propiedad de... déjame que lo mire... –Se escuchó el distante sonido de los pitidos de una tableta de datos-... Sythluss Leethe.
Jayme esperó a estar de vuelta detrás de las cajas antes de responder.
-De todas formas, ¿qué clase de nombre es Sythluss? -preguntó.
-Sluissi.
-No me digas.
-¿Qué, podemos entrar nosotros también? –preguntó Haathi.
-Oh –dijo Jayme-, supongo que sí. Dame un minuto.
Encontró la puerta del muro norte, abrió su panel de mantenimiento y conectó una pequeña caja metálica a uno de los paneles de circuitos del interior. El aparato se llamaba CajaDeVoz, y Morgan le había dado una lección de 20 minutos acerca de su funcionamiento; pero todo lo que se había molestado en recordar era “ponlo en su sitio y háblale”.
El sistema de seguridad de la puerta habló primero.
-Autentificación de voz –dijo.
-Yo –dijo Jayme a la caja.
Unos segundos más tarde, se escuchó un pitido.
-Acceso concedido.
-Bajar escudos, abrir la puerta –dijo Jayme.
El campo de fuerza y la valla electrificada volvieron a apagarse; la puerta chasqueó y se abrió de par en par, y Haathi y los demás entraron al interior. Jayme pidió a la caja que volviera a activar los campos de fuerza, y luego alzó la mirada hacia los guardias. Ninguno de ellos estaba prestando atención.
-Que todo el mundo se fije en los guardias –dijo Jayme.
-Vamos a morir todos –dijo Nord, acuclillándose contra a una caja.
-¿Cuál es el siguiente curso de acción, T’Charek? –preguntó Jayme.
Nadie le respondió.
-Eh, ¿T’Charek? –dijo Jayme, mirando a su alrededor-. ¿T’Charek?
Haathi estaba de pie bajo la nave, mirando hacia arriba. De puntillas con un brazo extendido sobre su cabeza, estaba acariciando la panza de El Creador.
-Morgan –dijo tranquilamente por el comunicador-. Baja las defensas de esta nave. Ya.
Jayme reprimió una amplia sonrisa.
-De acuerdo, capi –dijo Morgan.
Haathi no la corrigió.
-¿Jayme? –dijo.
-Sí.
-Mantén al Doctor Paranoia detrás de las cajas y dile que se quede en silencio. Necesito que vigile a esos guardias.
-Entendido. ¿Morg?
-Estoy yendo.
Morgan se abrió camino hasta la nave portando un puñado de herramientas en la nave como si fuera un ramo de flores. Cuando llegó allí abrió unos cuantos paneles de mantenimiento ventral y se puso a trabajar en El Creador en una lluvia de chispas azules. Haathi observaba desde una pequeña distancia, haciendo visibles esfuerzos para no colgarse del hombro de Morgan y preguntarle cuánto más iba a tardar.
Justo entonces, Jayme escuchó un siseo. Era Nord, agachado en su lugar asignado a unos 10 metros detrás de Jayme.
-¡Pssst! ¡Jayme! ¿Te importaría intentar hacer que la comandante Haathi entre en razón? ¡Va a conseguir que nos maten a todos!
-Esa es una opinión bien fundada –dijo Jayme. A Haathi le dijo-: T’Charek, tal vez quieras darle a Morgan espacio para respirar.
Haathi alzó la mirada y sonrió a Jayme desde el otro lado del complejo.
-Es nuestra, ¿sabes? –dijo-. Un par de segundos más y es nuestra.
-Muy bien, ya está, todas las defensas han caído... –dijo Morgan.
-¡Sssí! ¡Estamos listos para el baile! –dijo Haathi. Corrió hacia la parte delantera de la nave, puso un pie en la rampa de aterrizaje, y fue violentamente lanzada hacia atrás con un chisporroteante relámpago rosa.
-...en cuanto desconecte los escalones aturdidores –dijo Morgan.
Jayme se golpeó la frente con la palma de la mano.
-Sólo me llevará otro segundo, capi –dijo Morgan, mirando a su alrededor-. ¿Capi?
-¡Ha caído! –dijo Jayme.
-¿Qué está pasando? –preguntó Nord.
-Limítate a mantener tu posición, Nord –dijo Jayme con irritación-. ¡Morg! T’Charek ha caído a plena vista. ¡Sácala de ahí, rápido!
-Eh... ¿está muerta?
Jayme se volvió. Nord estaba de pie justo detrás de él, a plena vista, señalando a Haathi.
-Nord, regresa a tu posición.
-Esta es mi posición –dijo Nord.
Jayme respiró profundamente.
-Nooo –dijo. Con voz tan calmada como pudo, y tan despacio como la situación le permitía, añadió-: Tu posición está detrás de esas cajas, y ¡fuera... de... la... vista!
-¿Necesita un médico, Don Experto? –preguntó Nord.
-Te lo haré saber en un minuto, Nord, ¡ahora sólo cállate y vuelve a tu sitio! –Miró a Morgan, que había movido limpia y eficientemente a Haathi fuera de la vista. Ni siquiera estaba seguro de dónde estaba Haathi ahora.
-¡Eh!
Jayme se puso alerta de pronto. Esa voz era nueva.
-¡Eh! ¡¿Qué está pasando ahí abajo?! ¡Eh, alto! –gritó uno de los hombres del muro, señalando a Nord y llamando la atención de los demás guardias de seguridad. En rápida sucesión, el campo de fuerza exterior y la verja se desactivaron de nuevo y una escalerilla fue tendida desde el lateral del muro de vigilancia. Antes de que nadie del equipo de Haathi pudiera advertir lo que estaba ocurriendo, la escalerilla bullía de guardias de seguridad... ninguno de los cuales esperó siquiera una respuesta antes de abrir fuego.

***

Haathi no podía estar segura de qué estaba pasando exactamente. Lo que sabía era que había mucho ruido mezclándose con el acre aroma metálico de paquetes de energía bláster descargándose, y que no podía sentir las piernas.
-¡T’Charek! –dijo una voz-. ¿Cuántos dedos tengo levantados?
Haathi parpadeó furiosamente. Tras un segundo se protegió los ojos con la mano y se concentró en la mano que estaban manteniendo delante de su cara. La mano olía como a grasa y... ¿burbuglub?
-Muh... ¿Morgan?
-¿Cuántos dedos? –volvió a preguntar Morgan.
-Otoño –respondió Morgan.
-Casi. –Morgan desapareció de la vista, y luego apareció por un instante-. Quédate donde estás –dijo, y volvió a marcharse.
Quédate donde estás. Haathi se preguntó dónde era eso. Se incorporó apoyándose en un brazo y se dio cuenta, después de que se le pasase el mareo, que estaba tumbada bajo la nave, completamente oculta bajo la rampa de acceso. Sus piernas habían obtenido ahora una sensación cosquilleante y pulsante.
Haathi se volvió sobre su estómago y obtuvo una mejor visión de lo que estaba ocurriendo. Un flujo de guardias había salido de la pasarela. Todos ellos eran lo que quedaba de los muchachos del turno de noche... nerviosos, paranoicos, y disparando letales ráfagas rojas con sus blásteres baratos reglamentarios del puerto estelar. Jayme había buscado cobertura detrás del cobertizo de herramientas, y la cabeza de Nord asomaba de detrás de un grupo distinto de cajas cada pocos segundos. Los guardias estaban demasiado alterados para concentrarse en si realmente le estaban dando a alguien o no, pero de algún modo eso era peor. Parecía que lluvia rosa caía sobre el asfalto, interrumpida ocasionalmente por los extraños disparos aturdidores azules del equipo de Haathi.
Al menos todos estaban bien hasta ahora. No era difícil adivinar qué había pasado, o de quién era la culpa. Los juicios precipitados eran una cosa, pero ciertamente sabía cómo advertir un patrón. Suspiró pesadamente y dejó que la cabeza se le hundiera entre los hombros. A la porra la misión. A la porra el YT-1300. ¿Quién lo necesitaba, de todas formas? ¿A quién se le había ocurrido llamarlo El Creador? Estúpido nombre para una estúpida nave.
Alzó la mirada a su vientre blanco, con sus entrañas multicolores colgando de los compartimentos que Morgan había abierto. Haathi se quedó mirando. Verlo asó era una especie de blasfemia. Se había quedado así porque los guardias habían hecho que Morgan dejase a medias su trabajo.
Haathi entrecerró los ojos. No por asomo iba a dejar que un puñado de frikis con pistolas psicóticos se interpusiera entre ella y la nave más bonita por la que nunca había tenido el privilegio de quedarse embobada.
Tomó su comunicador, que estaba zumbando y crepitando con los sonidos de los disparos bláster, y con la voz de Jayme.
-¡Jayme! –dijo Haathi-. ¡Retirada! ¡Todo el mundo a bordo!
-¿Dónde estás?
-¡Detrás de la rampa de acceso! Vamos, te cubriré... Morgan, ¿dónde estás?
-¡A popa! –gritó Morgan desde alguna parte detrás de Haathi.
-¡Escucha con atención! –dijo Haathi.
De pronto, el brillante disparo rojo de un bláster usado torpemente impactó en uno de los guardias en la parte superior de la escalera y lo envió, gritando, al suelo. Se escuchó un fuerte crujido. Más fuerte de lo que Haathi podía haber imaginado nunca.
-¡Aaah, no, no, no! –gritó Haathi por el comunicador-. ¿Quién ha hecho eso? ¡Quitad vuestros blásteres de “matar” ya mismo!
-¡Sólo si nos sacas de aquí! –respondió gritando Nord.
-Jayme, está histérico. Atúrdele –dijo Haathi. Jayme sonrió alegremente y apuntó a la cabeza de Nord, que desapareció instantáneamente detrás de una caja.
-¡Vale! ¡Está en aturdir! ¿Estás contenta? –gritó Nord.
-Morgan, ¿sigues ahí? –preguntó Haathi-. ¡Desconecta los escalones!
Morgan se agachó debajo de la nave, tomó los cables y sus herramientas del suelo, y se puso a terminar el trabajo.
Haathi podía ver que el número de los guardias iba disminuyendo rápidamente; casi todos los integrantes del turno de noche yacían en el suelo, aturdidos, con los paquetes de potencia de sus blásteres gastados hace tiempo en disparos a lo loco contra cajas y postes. Sin embargo, no eran completamente estúpidos. Unos cuantos de ellos se habían retirado a lo alto del pesado muro, donde tenían una posición ventajosa mejor que la de nadie en el equipo de Haathi.
La mente de Haathi pensaba a marchas forzadas. Si alguno de esos guardias tenía la presencia de ánimo para activar una alarma general... y lo harían, una vez que el sol se alzase; o si llegaba el turno de día... y lo haría, en cualquier momento ya; entonces ya no habría posibilidad de cancelar la misión o de escapar con la nave.
-Morg, apresúrate –exclamó-. Necesito esos escalones desactivados en dos minutos.
Una ráfaga de fuego láser cortó la respuesta de Morgan. Haathi volvió la cabeza en dirección a Morgan; el disparo había dado al soporte de aterrizaje delantero, que ahora humeaba. El guardia de seguridad que había hecho ese disparo estaba en los escalones más bajos de la escalera de los guardias, agitando un bláster con el que apuntaba a Morgan. Saltó al suelo.
Morgan se quedó parada con aspecto confuso por un instante. Se podía ver cómo la situación iba reflejándose en su rostro; el pánico siguió a la confusión, y luego la resignación.
Haathi se sintió un poco mareada. Si Morga se moviera un poco a la izquierda, Haathi tendría a tiro al guardia de seguridad. Si no, Haathi no estaba en condiciones de ponerse en posición para poder disparar primero.
Morgan miró al guardia. De pronto, su rostro se relajó.
-Buenos días –dijo ella-. ¿Quiere que se lo recargue?
El rostro del guardia se contorsionó presa del pánico.
-¿Qué?
-Sujete esto –dijo Morgan, lanzándole los cables. Un arco rosa le dio en el pecho, y luego cayó convulsionándose sobre el asfalto.
Haathi sintió que la sangre le regresaba al rostro. Sabía qué hacer ahora.
-¡Morgan, los alambres! ¡Suelta los alambres!
-¡Son cables! –respondió gritando Morgan.
-¡Suéltalos! –Haathi señaló a la escalera.
Los ojos de Morgan se abrieron de golpe. Había entendido, y dejó que los cables cayeran sobre uno de los escalones de la escalera. Un estallido de rosa brillante recorrió la escalera, cruzando la barandilla y el suelo metálico de la pasarela en el muro de vigilancia. Los guardias de seguridad restantes temblaron y cayeron donde estaban.
Luego todo fue silencio.
Eso era lo que quedaba del turno de noche. Jayme asomó por la esquina del cobertizo de herramientas, y Morgan regresó bajo la nave, cargando con los cables.
-Tenemos vía libre –dijo Haathi por el comunicador-. Que todo el mundo se apresure a embarcar.
Nord apareció de detrás de una pila de cajas y corrió, con el rostro enrojecido como un loco, hacia la nave. Sus pasos resonaron por la rampa de aterrizaje sobre la cabeza de Haathi, y en cuestión de segundos pudo escucharlo sobre ella en la nave, sin parar de correr hasta que llegó donde Haathi suponía que estaba la bahía de carga.
Jayme le siguió. Sin embargo, en lugar de ascender la rampa de aterrizaje, se colocó el brazo de Haathi por encima del cuello y la ayudó a subir cojeando la rampa. Morgan les siguió.
Jayme depositó a Haathi en el sofá de la zona de descanso.
-¿Dónde está Nord –preguntó-, ahora que le necesitamos a él y a su medipac?
-¿A quién le importa? –dijo Haathi-. Llevadme a la cabina...
-¡Jayme! –exclamó Morgan desde la entrada. Jayme corrió por el pasillo. A continuación se escuchó el sonido de disparos bláster. Había llegado el turno de día.
Genial. Ahora seguro que activaban la alarma general. Haathi gritó por el pasillo:
-¡Usa la anulación manual para cerrar la rampa! ¡No tenemos tiempo para perderlo con esos tipos!
Los disparos de bláster comenzaron a oírse amortiguados y distantes. EN un instante Jayme y Morgan aparecieron en la zona de descanso.
-¿A alguien se le ocurre –preguntó Haathi- alguna otra sorpresa que nuestro amigo Sythluss podría tener para nosotros?
-No –dijo Morgan.
-Bien. Llevadme a la...
-A menos que haya puesto una compuerta a la cabina y la tenga cerrada. Aunque estoy segura de que no habría hecho eso.
Jayme agarró la manga de Morgan. Haathi se incorporó contra la pared, apoyada en un montón de compartimentos de carga. Vio cómo Morgan y Jayme corrían por el pasillo principal. Por supuesto, había una pesada pared de acero bloqueando su camino a la entrada de la cabina. Haathi soltó un gruñido.
-Esto no es problema –dijo Morgan-. Algo habitual entre contrabandistas. Mi padre solía usarlo en los viejos tiempos. Mira, es sólo este pequeño tubo lo que mantiene cerrada la puerta.
Jayme extrajo un rollo gris de cinta gruesa y gomosa de uno de sus bolsillos, y mientras Morgan hablaba fijó la cinta a los cuatro lados de la escotilla.
-Entonces –decía Morgan-, para redirigir la energía, simplemente...
-¡A cubierto! –gritó Jayme. Disparó a la puerta con su bláster y agarró a Morgan del cuello de su mono para arrojarla al suelo. Haathi se agachó. Hubo una fuerte explosión seguida por el golpe metálico de la puerta chocando contra el mamparo.
Haathi se asomó a mirar por la esquina. Jayme y Morgan, ambos cubiertos de hollín, estaban poniéndose en pie entre toses.
-Vale, eso también funciona –dijo Morgan.
Haathi entrecerró los ojos. Al fondo del pasillo podía ver una sala en penumbras, tenuemente iluminada por algunas luces rojas dispersas.
Era la cabina. Su cabina.
Respiró profundamente y soltó el aire con igual fuerza.
-¡Morgan! ¡Jayme! –dijo-. ¿Oléis eso?
La miraron, luego se miraron entre sí, y luego a la puerta humeante.
-¡Es el olor de nuestra nueva nave! –gritó, y echó a andar tambaleante por el pasillo. Antes de que Jayme o Morgan pudieran ofrecerle su ayuda, ya estaba en la silla del piloto.
-¿T’Charek? –dijo Jayme desde la puerta-. ¿Estás bien?
La voz de Haathi sonó por el intercomunicador de la nave, alta y clara.
-Alarma general, alarma general –dijo-. Probando, uno, dos, tres.
-¡Eh, mola! –dijo Morgan, asomando detrás de Jayme.
-Y a su izquierda, damas y caballeros, pueden ver a la mitad de los guardias del puerto estelar tratando de ponerse en pie después de haber sido aturdidos en el olvido. A su derecha, pueden ver a la otra mitad de los guardias apuntando sus armas y haciendo gestos obscenos a nuestra nave –dijo la voz de Haathi.
-Hmm, ¿y con respecto a esos guardias de seguridad? –dijo Jayme.
Haathi miró a la consola principal, y luego por el parabrisas. El cielo se estaba volviendo de un púrpura enfermizo a través de una fina capa de nubes altoestratos. No iba a ser uno de los días más soleados de Zelos. Mejor. Tal vez todo el mundo se quedaría languideciendo en casa o algo así.
-Morgan –dijo Haathi-. Nave en espera. Sugerencias para la salida más rápida posible.
Morgan se inclinó sobre su hombro y estudió la consola.
-Oh. Vale. No actives las armas. No actives todos los escudos. No actives...
-En otras palabras, que lo redirija todo a los motores –dijo Haathi, impidiendo que Morgan pusiera sus manos llenas de hollín sobre cualquier botón.
-Exacto.
-Hecho. –Haathi volvió a hablar por el intercomunicador-. Agarraos, gente. Y Nord también.
El suelo tembló. Abajo, los guardias de seguridad lanzaron una salva de inocuos disparos al azar contra el lado ventral de la nave y luego cayeron o se tiraron al suelo, tapándose los oídos.
-¡Que todo el mundo salude! –dijo Haathi.
Morgan y Jayme saludaron.
-¡Comandaaante!
Era la voz de Nord. Haathi echó un vistazo a la consola; uno de los interruptores del intercomunicador había sido activado.
-¡Nord! ¡Saluda! –dijo Haathi.
-¡Sácanos de aquí, pedazo de psicópata! –respondió gritando Nord.
-Nord, tu problema es que no sabes cómo pasártelo bien –le dijo Haathi.
Desconectó el intercomunicador –Morgan le había dicho que lo redirigiera todo, después de todo- y pasó disparada junto a las escasas y débiles patrullas de seguridad aérea, con el flamante nuevo carguero ligero de la Rebelión.

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