viernes, 6 de septiembre de 2013

Un ídolo con buenas intenciones (II)


Ya eran las horas del amanecer. Los últimos fuegos artificiales del carnaval se habían consumido, dejando atrás un viscoso techo de humo gris. Una fina llovizna de restos pulverizados caía del cielo, cubriendo de polvo a los cansados festejantes. Las finas cenizas cubrían sus llamativos disfraces y pendones, señalando el final de las festividades. En rebaños separados, las multitudes se disgregaron en grupos más pequeños y se dirigieron a las tranquilas sombras de sus casas para continuar la fiesta o dormir apaciblemente.
-No lo entiendo –susurró Padija. Sus manos nerviosas tiraron del petate de lienzo, arrugando el hombro de su chaqueta de vuelo-. Ya deberían estar aquí. Llevan casi una hora de retraso.
Drake frunció los labios con impaciencia, ofreciéndole poco consuelo. Masticando un puñado de copos de semillas, hizo una mueca cuando el amargo regusto quemó su sobrecargada lengua. Lamentando la sabrosa cena que se enfriaba a varias manzanas de distancia, frunció el ceño y trató de distraerse. El socorrano se apoyó en la elevada figura de su primera oficial. Retrocedió a trompicones unos cuantos pasos cuando la wookiee se apartó súbitamente de su lado.
-¿Qué te pasa? –gruñó.
La frenética voz de Nikaede casi quedó ahogada bajo un renovado estallido de ruido cuando un grupo de jóvenes salió trotando de la esquina más cercana. Arrastraban una ristra de petardos que explotaban sobre el adoquinado. El resonante escándalo reverberaba por las estrechas calles y callejones.
-¿Fuego de bláster? –preguntó Drake a su socia. Cuando los niños alborotadores se marcharon y el estruendo de los pequeños petardos se desvaneció, lo escuchó; el reconocible pulso de unos rifles bláster resonando en un callejón cercano. Soltando con cuidado la correa de su bláster pesado, Drake escudriñó la niebla nocturna conforme el sonido aumentaba en la calle. Miró en busca de señales de adoradores lunares borrachos, que podrían estar continuando su celebración durante horas disparando aleatoriamente al cielo nocturno. Pero los cielos sobre sus cabezas y las calles de abajo estaban despejados.
Se esforzó por ver en las sombras de un estrecho callejón, donde había desperdicios y montones de basura tirados a ambos lados de las calles desiertas. Entonces, por un instante, Drake vio una figura moviéndose entre los montones de basura. Con los tentáculos craneales rebotando sobre sus hombros en su carrera, el twi’lek vestía una túnica de trabajo y unos pantalones de vuelo naranjas. En las sombras, el alienígena parecía ser un bufón, haciendo cabriolas en la oscuridad para deleite de una audiencia invisible.
Saltando sobre los grandes montones, el twi’lek volvió a la luz. Sus piernas se movían con pasos pesados y cansados, como si fuera a desmayarse en la siguiente zancada. Un momento después, varios disparos de bláster le siguieron por el estrecho pasaje, esparciendo materia en descomposición e incinerando basura en el aire a su alrededor.
-¡Alto! –dijo una voz filtrada en las sombras distantes. La lejana estática de un comunicador aumentó la aprensión de Drake. Se quedó instintivamente inmóvil, usando el velo de la oscuridad como ventaja cuando tres soldados de asalto imperiales surgieron del muro de humo al otro lado del callejón. Persiguiendo a su agotada presa, disparaban alocadas ráfagas en las calles desiertas. Sus intenciones eran obvias, subrayadas por su flagrante despreocupación por la seguridad personal del twi’lek o de cualquier otro ciudadano que apareciera accidentalmente en la línea de fuego.
Cuando otra ráfaga de disparos bláster iluminó los oscuros muros de la callejuela de la ciudad, Drake escuchó al fugitivo jadear cuando su cuerpo se tensó con pequeños temblores y  convulsiones. El extraño cayó a los pies de Padija, con una negruzca marca de impacto humeando en la parte trasera de su túnica, entre sus hombros. Con la sangre manando de la comisura de sus labios, el twi’lek moribundo extendió su brazo hacia Padija y la atrajo hacia sí.
-¡Dr. Maa’cabe! –dijo Padija, colocándose rápidamente junto a él-. ¿Dónde está el coronel Renz?
Maa’cabe negó con la cabeza y trató de ponerse en pie, pero fracasó, volviendo a caer sobre los desperdicios amontonados. Un gemido ahogado escapó de su garganta y su cuerpo se convulsionó violentamente, estremeciéndose como si estuviera soportando una carga muy pesada. Un instante después, quedó inmóvil.
-¡Dr. Maa’cabe! –exclamó Padija. Soltó un grito cuando una ráfaga de fuego bláster explotó a su alrededor. La obligó a apartarse del cadáver de un salto.
Drake se llevó a Padija lejos del cuerpo del twi’lek y la empujó a otro callejón. Alzó las manos, mostrando a los soldados su intención de rendirse. Los soldados imperiales aminoraron para poder ver mejor al contrabandista y a sus compañeros, y luego se detuvieron cuando se aproximaron a la forma inerte del twi’lek.
-¿Qué estás haciendo? –susurró Padija.
-Ganar tiempo –respondió el contrabandista tras una ligera sonrisa. Hizo un gesto a Nikaede con la cabeza, indicando a la wookiee que le flanqueara por el lado izquierdo. Cuando los soldados de asalto se giraron y alzaron sus rifles bláster para apuntarle, el socorrano relajó el hombro, girando ligeramente sobre su talón derecho. Luego, abruptamente, dejó caer el hombro y extrajo el bláster pesado de su funda con letal precisión.
Mientras el primer disparo explotaba con llamas verdes contra el pecho del soldado imperial que iba en cabeza, Drake, empujó a Padija hacia la izquierda, contra su primera oficial. El impacto del disparo empujó al segundo soldado de asalto contra el muro del fondo y le dejó inconsciente en un montón chorreante de basura.
Esquivando un tiro perdido del soldado de asalto restante, Nikaede apartó a Padija a un lado y recibió un impacto directo en el hombro izquierdo. La wookiee encajó su ballesta en el hombro, preparándose para el retroceso, y soltó un feroz grito de guerra mientras disparaba. El disparo saltó desde el mecanismo del gatillo modificado e hizo añicos la placa pectoral del soldado de asalto.
-Hoy va a haber mucha basura –agachándose en las sombras, Drake atrajo a Padija hacia las sombras detrás de él-. ¿Ese era uno de tus pasajeros? –preguntó, adentrándose a la carrera en el estrecho canal.
El Dr. Maa’cabe –dijo ella, jadeando. Tanteó el bláster que llevaba en la cadera, sujetándolo en la palma de su mano. Mientras continuaban su huida por el callejón, Padija resbaló y perdió el equilibrio sobre la húmeda superficie del adoquinado. Su bláster hizo un disparo accidental cuando su dedo apretó el sensible gatillo en un acto reflejo.
Drake se tiró al suelo, agachándose y rodando bajo el disparo perdido y los rebotes que le siguieron.
-¡Ten cuidado con lo que haces con esa cosa! –gritó, apuntándole a la cara con su propio bláster.
Cuando Padija comenzaba a responderle algo, su voz quedó cortada por nuevos disparos de bláster. Nikaede la apartó a un lado, permitiendo que Drake tuviera vía libre para disparar a los soldados imperiales que les perseguían por el oscuro paso.
-¡Ten cuidado con lo que haces tú! –gritó Padija. Miró a la wookiee mientras Nikaede la alzaba en vilo y salía corriendo por la retorcida esquina de un callejón.
-¡Eh! Suéltame. ¡Puedo valerme yo misma! –Luchó por liberarse del suave pero firme agarre de la wookiee. Justo entonces, un disparo de bláster estalló sobre su cabeza, astillando en parte la esquina del edificio más cercano. La detonación resonó con tal fuerza, que Padija temió que sus tímpanos reventasen con la violencia de la explosión. Desorientada y confusa, se derrumbó contra el cuerpo cálido de Nikaede.
Superados en número y armamento, Drake buscó cobertura detrás de un montón de basura y disparó casi a quemarropa sobre el pecho del soldado de asalto que iba en cabeza. El socorrano alzó el bláster e hizo varios disparos aleatorios más. Cuando una cortina de disparos iluminó el callejón como respuesta, se lanzó por el pasaje lateral y corrió en las sombras tras su socia, chocando inadvertidamente contra Nikaede.
-¿A qué estás esperando ahí parada? –exclamó Drake. Se quedó inmóvil cuando un acalorado rugido de soeces sílabas en wookiee hizo que el color subiera a sus mejillas.
Sosteniendo en una mano a una Padija que se balanceaba como un peso muerto, y su ballesta en la otra, Nikaede miró la valla de cuatro metros de altura y gimoteó abatida, con su voz melancólica resonando contra la sólida estructura de plastiacero. Luego, agitando suavemente los hombros de Padija, aulló ante el rostro de la joven.
-Esto la despejará –gruñó Drake. Empujó a Padija contra el muro, dejando que sus manos cayeran a ambos lados de su cuerpo. Luego, tomándola de la pierna, la empujó hacia lo alto de la valla.
-¿Qué estás...? –su voz se convirtió en una sucesión de airados chillidos mientras su cuerpo pasaba por encima de la barrera.
Drake se quedó quieto, escuchando por encima de los fuertes latidos de su corazón.
-¿Padija? –Al otro lado sólo había silencio-. ¿Padija? ¿Estás bien? –gritó Drake, escuchando los pasos de sus perseguidores acercándose.
-Me las pagarás por esto, Drake Paulsen –susurró una voz débil-. ¿Esto es lo que llamas “talento especial” en acción?
Drake sonrió y guardó su bláster. Haciendo un gesto a Nikaede con la cabeza, apoyó su bota contra las manos unidas de la wookiee y aguantó mientras ella le lanzaba por encima de la barrera. Con cuidado de evitar la sombra encogida en la base de la valla, Drake cayó al otro lado. Volvió a sacar su bláster, examinando las calles en busca de cualquier signo de problemas.
-Date prisa, Nik. Está despejado.
Padija gritó cuando un fuerte chasquido resonó en la parte superior del muro de plastiacero, haciendo que saltasen chispas. Con las garras de escalada completamente extendidas, el rugiente rostro de Nikaede apareció sobre la parte superior del muro, seguido por sus hombros y luego el resto de su cuerpo. La wookiee pasó su enorme masa al otro lado y bajó de un salto de la barrera. Al dejarse caer al suelo, flexionando las rodillas para absorber el impacto, una cortina de disparos de bláster llovió sobre ellos, por encima de la elevada barrera. Varios disparos impactaron en el propio muro, causando fracturas de tensión que crecían en espiral desde el punto de impacto.
-Por el aspecto de esto –dijo Drake, mirando cómo el muro se iba haciendo añicos-, podemos descartar que nos hagan prisioneros.
-¿Y ahora qué? –susurró Padija mientras seguía al contrabandista a la calle desierta al otro lado del callejón.
-¿Por qué no me lo dice usted, señorita? Tú nos metiste en este lío.
-¿Yo? Te estoy pagando para que...
Drake la silenció con un brusco gesto para que callara. Mirando sobre sus hombros, vio un par de motos deslizadoras Halcón Nocturno aparcadas justo bajo una oscura cornisa. La cadena que en otro tiempo aseguraba la entrada a la estructura del garaje estaba ennegrecida con marcas de disparos; señal de una entrada forzada.
Bajando su bláster a la altura de los muslos para ocultarlo, Drake salió a la calle desierta, pasando su mirada de un extremo a otro de la ancha avenida.
-Ponte a ello, Nikaede –dijo, haciéndole un gesto con la mano.
-¿Que se ponga a qué? –preguntó Padija. Mirando a las sombras como si algo o alguien pudiera saltar sobre ella, agarró con fuerza su petate-. ¿Qué está haciendo?
La wookiee soltó la cubierta de los cables bajo el asiento de la moto deslizadora. Saltaron chispas del vehículo y el motor se encendió con un fuerte clamor, provocando una sonrisa de la inquieta wookiee.
-Nos está consiguiendo un medio de transporte para salir de aquí –respondió Drake, probando la estructura de la moto deslizadora Aratech 74-Z. Revolucionó el motor, pulsando los sensibles controles de aceleración.
-¿Sabes cómo pilotar una de estas cosas? –preguntó ella, trepando con cautela al asiento tras él-. He leído que estas cosas causan al año más muertos que...
-Supongo que tendrás que confiar en mí –sonrió Drake, mostrando la arrogancia en su rostro.
-¿Y adónde vamos a ir? El puerto estelar probablemente ya esté repleto de tropas imperiales.
-Si mi nave estuviera atracada en el puerto, podría estar preocupado. –Asintió con la cabeza cuando Nikaede devolvió a la vida el motor de la segunda moto deslizadora.
-Viviré para lamentar esto –susurró Padija, amortiguando su voz contra los hombros de Drake.
-Probablemente. –Aceleró a fondo, sujetando con fuerza el manillar mientras la moto salía despedida a las calles.
Disparos bláster explotaban sobre sus cabezas, provocando que Nikaede tuviera que frenar bruscamente para evitar ser alcanzada. El peso de la wookiee salió despedido hacia delante sin previo aviso, haciendo que la moto oscilase con riesgo de perder el equilibrio. Aumentó la potencia de los motores repulsores para compensar y aceleró para alcanzar a su socio.
-Mantén agachada la cabeza y haz lo mismo que yo –exclamó Drake-. ¡Cuando me incline, te inclinas! –Sintió su barbilla clavándosele en los hombros cuando ella asintió como respuesta. Un disparo rebotado bailó por el pavimento, duchando la parte trasera de sus motos con piedra fundida y escombros. Drake se inclinó sobre el panel de control y abrió la marcha por las estrechas calles de la ciudad interior. Esquivando fuego de bláster, el socorrano viró a la avenida principal hacia las secciones residenciales cercanas a las afueras de la capital.
Un par de soldados de asaltos en trineos repulsores les estaban esperando. Acelerando mientras giraba bruscamente, Drake soltó los peores juramentos socorranos de su repertorio cuando los imperiales abrieron fuego sobre ellos. Aceleró a fondo y dobló a toda velocidad la siguiente esquina, luchando por mantener el control de la Aratech mientras esta se agitaba salvajemente bajo su peso.
-¿Qué estás haciendo? –gritó Padija, agachándose bajo la lluvia de fuego bláster-. Esta calle es un callejón sin salida. ¡Hasta yo sé eso!
-Esto requiere un poco de sentido de contrabandista –gritó Drake por encima del fragor del viento-. Agárrate. –Continuó hacia la barricada que acechaba bloqueando su huida. Con una sonrisa pícara, sintió los brazos de Padija apretando con más fuerza su cintura-. Esto debería quitárnoslos de encima.
Ajustó el motor repulsoelevador y saltó la barricada de cuatro metros de alto. Sosteniendo firmemente los controles de la moto, cayó de nuevo al nivel del suelo y consiguió girar en el aire, dejando espacio para que Nikaede pudiera cruzar el muro con seguridad.
El piloto imperial en cabeza calculó mal la maniobra. Drake hizo una mueca de dolor cuando el soldado de asalto se deslizó por el peligroso giro y se estrelló contra los edificios al otro lado de la barrera. La explosión resultante pilló de lleno al siguiente piloto, enviándolo a él y a su moto en un brusco giro hacia las sombras en la base del muro.
-Por favor, dime que tienes un plan. –Padija enterró su rostro entre los hombros de Drake.
-Hay un escondite de contrabandista en el bosque. Mi padre solía acampar allí cuando las autoridades del sector se le acercaban demasiado-. Drake miró por encima del hombro para ver si alguien les perseguía. No había nadie-. Podemos llegar al escondite andando, una vez que salgamos de la ciudad.
Pisando a fondo el mecanismo de freno, Drake cambió bruscamente el sentido de la marcha con un derrape improvisado y cruzó en una zona de servicios y una plaza de mercado. Otra escuadra de soldados de asalto les estaba esperando. Escudando su vehículo tras el surtidor azulado de una elaborada fuente, Drake midió la distancia que necesitaba cubrir entre ellos y las puertas de la ciudad. Rodeó el borde de la fuente y aceleró los motores, inclinando la moto a un lado. Los motores de la Aratech protestaron con una sacudida, enviando un muro de espuma a la escuadra que se acercaba. Cegándolos momentáneamente, Drake aprovechó la ventaja del alto el fuego temporal y aceleró hacia las puertas. Sonrió al ver que Nikaede se mantenía pegada a él en su flanco derecho. Juntos, saltaron el muro y aceleraron campo a través, más allá de la capital.
Drake continuó hacia el bosque que acechaba justo ante ellos. La entrada oculta al escondite del contrabandista había sido tallada en el inmenso hueco de un árbol caído. Y tras ella se encontraba un intrincado sistema de túneles que les conducirían a un lugar seguro.
-¡Drake, tenemos compañía! –gritó Padija. Señaló a un trío de soldados de asalto imperiales, cada uno de ellos montado en un trineo repulsoelevador. Disparaban aleatoriamente a la oscuridad, atraídos por las emisiones del campo repulsor.
Cerca de la entrada del bosque, un disparo de bláster impactó en la sección de cola de Drake e hizo que la moto dañada chocara con el suelo. La Aratech se estremeció, se inclinó hacia delante y dio una voltereta, dejando una estela de humo gris tras ella. Drake sintió el mareo de la carencia de peso mientras su cuerpo volaba por el frío aire nocturno. Escuchó los distantes gritos frenéticos de Nikaede y una cacofonía de disparos bláster renovados.
La moto aterrizó salpicando en un pequeño arroyo cerca del borde oriental del bosque. Luego, el vehículo accidentado explotó con tal fuerza que Drake, incluso en su aturdimiento, trató de cubrirse el rostro y los oídos. Aterrizó sobre un matorral cercano al borde del arroyo. Rodando sobre los juncos acuáticos que rodeaban la orilla, se detuvo de golpe cuando su cabeza chocó contra una roca. Mientras las poco profundas aguas empapaban su chaqueta y sus pantalones, el joven socorrano quedó inmóvil, pacíficamente adormecido por el golpe en la cabeza.
-¡Drake! –escuchó que decía la aterrada voz de Padija, y luego sintió sus manos en su cara. Gimiendo lastimosamente conforme el dolor se adueñaba de su frente, rodó hacia un lado.
-Drake, por favor, reacciona. ¡Vienen hacia aquí!
Drake escuchó el inconfundible sonido de los disparos de una ballesta wookiee y reconoció las modulaciones de potencia aumentada del arma modificada de Nikaede. El sonido le hizo volver en sí abruptamente y se incorporó, mirando a Padija con expresión de desconcierto en su rostro. Ella tenía algunas marcas de arañazos en las mejillas, pero no parecía tener nada más grave. Entonces Drake sintió el cálido goteo de la sangre corriendo por el borde de su frente.
-¿Drake? –Padija extrajo de su bolsillo un pañuelo y rápidamente lo empapó en el agua fría, limpiándole la sangre del rostro-. Drake, reacciona.
Apartando la mano de Padija, Drake retiró la maraña de juncos que cubría su cabeza y pecho, y se puso en pie.
-Estaré bien –dijo, arrastrando las palabras, aún aturdido por la caída. Se tambaleó, inestable, sintiendo cómo ella le sujetaba poniéndole las manos en los hombros. La explosión de una granada en las inmediaciones hizo que los reflejos del socorrano despertaran de golpe-. ¡Nikki! ¡Vamos! –Salió corriendo hacia el interior del bosque, tirando de Padija para que le siguiera.
Cuando Nikaede llegó a su lado con grandes zancadas, aceleró la carrera, buscando la entrada oculta en la oscuridad. Drake sacó una vara de luz de su cinturón y examinó rápidamente los árboles cercanos, buscando la apertura por la que Nikaede y él habían salido al venir desde la chatarrería, al otro lado del bosque en los límites de la ciudad. De pronto, el haz de luz chocó contra una inesperada mancha de armadura blanca sobre fondo negro. El socorrano se echó al suelo, llevándose consigo a Padija, cuando el soldado de asalto explorador abrió fuego-. ¡Nikaede, al suelo!
-¿Cómo han llegado aquí tan rápido? –gritó Padija mientras los soldados corrían hacia ellos.
-No lo sé y no tengo intenciones de preguntarles. Vamos. –La levantó del suelo, esquivando una segunda ráfaga mientras Nikaede les cubría.
Se adentraron en el bosque sombrío. Al rodear un gran árbol, Padija tropezó con un grupo de raíces expuestas y cayó a los pies de Drake.
-¿Dónde está? ¿Dónde está ese sitio? –gritó con voz rota.
-Ahí atrás –gruñó Drake-. Los Chicos de Blanco estaban prácticamente sentados encima. Se acabó el intentar esquivarlos.
-¿Qué? –Se puso en pie lentamente, sacudiéndose el barro de las manos y muñecas-. ¿Qué vamos a hacer?
Drake notó el miedo en su voz.
-Bueno, no podemos quedarnos aquí fuera. –Sacó su bláster y tomó una posición defensiva en los árboles. Siguiendo los gestos instintivos de Nikaede, disparó y derribó al explorador que iba en cabeza. Al otro lado, subida a las ramas de un árbol cercano, Nikaede buscó cobertura y disparó desde las sombras, abatiendo al segundo explorador antes de que pudiera retirarse fuera de su alcance.
-¿Estáis locos? –siseó Padija-. No podéis enfrentaros a todos.
-Bueno, a menos que tengas una idea mejor –replicó Drake-, estamos atrapados aquí. No hay forma de que podamos escapar de ellos a pie. Y no sé a ti, pero desde luego a mí no me apetece en absoluto dedicarme a la minería en nombre del Emperador...
Su voz quedó interrumpida por un grito desesperado, a cierta distancia. Había un peculiar sonido palpitante procedente de unos diez metros de distancia, en la zona donde estaba escondida la entrada. Cuando Drake miró a través de los árboles esqueléticos, un fino haz de luz blanca cortó la oscuridad y golpeó a uno de los soldados de asalto que avanzaban, y luego a otro, antes de pasar al siguiente.
Padija reconoció el sonido característico de un sable de luz.
-¡Estás vivo! –exclamó. Comenzó a avanzar hacia la figura, pero Drake la retuvo-. No pasa nada –susurró, quitándose suavemente sus manos de encima-. Es uno de los pasajeros.
Drake avanzó lentamente cruzando la oscuridad hacia el sonido. Observó con hechizada fascinación cómo la sombra que llevaba el sable de luz caminaba directamente a la línea de fuego, reflejando una salva de disparos de bláster. Mientras el sable de luz trazaba un sendero de devastación por la oscuridad, su portador llegó junto al siguiente explorador, asestándole un tajo en el torso.
A través del perímetro de los árboles dispersos, las cinco lunas hermanas proyectaban su fulgor en la superficie del planeta. Distraído por el sonido de motores repulsores, Drake se volvió a tiempo de ver al soldado de asalto que les había seguido desde la ciudad. La armadura del imperial aún mostraba los rasguños de cuando casi chocó con la base de la barrera del distrito en la ciudad.
Mientras el soldado alzaba su rifle para disparar, Drake levantó su bláster y disparó primero. El disparo golpeó la parte inferior del trineo repulsor, haciendo estallar los motores. En una bola de llamas rojas y naranjas, el cuerpo del soldado de asalto salió despedido varios metros por el aire. Chocó contra un grueso entramado de ramas de árboles antes de caer a plomo contra el suelo.
Padija corrió a los brazos del extraño y le abrazó. Era un hombre atractivo de poco más de cuarenta años, que llevaba una capa marrón sobre el desgastado atuendo de un disfraz de carnaval. Había una marca negra de quemadura en su hombro derecho, donde aparentemente había sido alcanzado y herido. Mientras Padija le sostenía, cayó lentamente de rodillas, llevándola al suelo consigo.
-¡Coronel Renz! –Le limpió la suciedad del rostro, luchando por soportar su peso contra su débil cuerpo-. Creía que estabas muerto. –Padija volvió a abrazarle, temblando.
-¿El Dr. Maa’cabe? –susurró con esfuerzo.
-Muerto.
Renz asintió sobriamente, sin aliento por sus heridas.
-Sentí la perturbación de su muerte. Una terrible y trágica pérdida. ¿Y la calavera de cristal? –Se tambaleó, inestable, apoyándose contra un árbol cercano.
-Aún la tengo. No tienes que preocuparte. ¿Pero qué os ha ocurrido a Maa’cabe y a ti? Creí que estábamos a salvo.
-¿Recuerdas ese capitán imperial que dimos por muerto? –Renz mostró una ligera sonrisa-. Bueno, pues no estaba tan muerto como Maa’cabe pensaba. Nos identificó al comisario del museo, que puso una orden general de búsqueda contra nosotros. Reconocieron a Maa’cabe de inmediato.
-Bueno, he conseguido un contrabandista para sacarnos del planeta. Uno de los mejores, según me ha asegurado el camarero.
-¿Ah, sí? –Renz consiguió ensanchar su fina sonrisa y alzó la vista hacia Drake-. Diría que estoy en deuda con usted, capitán...
-Drake –intervino Padija-. Capitán Drake Paulsen. Y esta es su primera oficial, Nikaede.
-Le debo una, capitán Paulsen –Renz extendió su mano, estrechando casi sin fuerzas la de Drake.
-Digamos que estamos en paz –susurró Drake, mirando con cautela el objeto cilíndrico en la otra mano de Renz. El socorrano miró rápidamente por encima de él, examinando las sombras-. Odio romper la magia del momento, pero volverán. Y no me apetece quedarme para recibirles.
Escarbó en un pequeño montón de maleza, subiéndose a la rama de un árbol cercano. Examinó la entrada al escondite subterráneo. La maleza estaba removida, indicando que alguien había caído en el pasadizo oculto de debajo.
-Veo que encontraste el escondrijo favorito de mi padre –dijo Drake.
-Digamos que fue simplemente un golpe de suerte loca –rezongó Renz mientras trataba de incorporarse. Incluso con la ayuda de Padija, no podía ponerse en pie y se derrumbó sobre ella, exhausto por el esfuerzo.
-Mi nave está a unos cinco kilómetros de aquí, ocho yendo por el camino de los túneles. Sugiero que volvamos allá y nos escondamos hasta que todo esté despejado.
-¡Ocho kilómetros! –Padija examinó rápidamente la herida usando la vara de luz de Drake-. Nunca lo conseguirá. Está demasiado lejos.
-Todos lo conseguiremos –insistió Drake-. Nik, levántalo.
Con cautela, descendió de la entrada oculta y ayudó a la wookiee a cargarse al hombre herido sobre su ancha espalda. Tomando un medipac del bolsillo del cinturón de su primera oficial, apartó la gastada túnica de Renz y presionó con firmeza un vendaje de presión de emergencia contra su hombro. Nikaede sujetó con fuerza los brazos del hombre cuando este se estremeció súbitamente bajo el asalto del dolor que sentía.
-Eso tendrá que bastar de momento. Podremos atenderle mejor una vez que nos adentremos más en los túneles.
-¿Y qué va a impedir que nos sigan ahí abajo? –dijo Padija, desafiante.
-Ella tiene razón –dijo Renz con los dientes apretados-. Este lugar está lleno de pasillos engañosos y cruces de pasadizos. Y a menos que conozcas el camino...
-Y a menos que conozcas el camino –interrumpió Padija-, podemos morir en esos túneles. Y nadie encontrará jamás nuestros cuerpos.
-Mi padre y yo nos hemos escondido aquí suficientes veces como para encontrar mi camino en la oscuridad. –Guiñándole un ojo a Padija, Drake tomó la ballesta de Nikaede y se colgó la pesada arma de los hombros-. No te preocupes –susurró, guiándola al interior del túnel después de su primera oficial-. No nos perderemos, te lo prometo.
Entró tras ellas después de asegurar la entrada, y luego abrió la marcha por los pasajes ocultos del interior.

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