martes, 27 de agosto de 2013

Pequeños favores (III)


-Esto no es bueno.
Cavv volvió a agacharse en el callejón, apretándose contra el muro.
-De hecho, para cómo suelen ser estas cosas, es muy, muy malo.
-¿Han incrementado las patrullas? –preguntó Arkell solemnemente.
Cavv asintió.
-Casi parece que Curamelle esté bajo ley marcial. El Moff Caglio debe de haber movilizado todas las fuerzas de defensa de la ciudad en tu búsqueda... –Se mordisqueó la punta del pulgar y añadió en voz baja-: Aunque algo no termina de encajar.
-Vastin es muy protector –dijo Rivoche-. Y cualquier cosa que el mocoso consentido quiera, su papi se la consigue.
-No es exactamente la efusiva adoración de la típica futura prometida... –comentó Cavv.
Ella soltó un desdeñoso bufido.
-Eso es porque toda esta relación no es otra cosa que un fraude. Vastin me ve como la perfecta esposa trofeo: otro escalón más en su camino de ascenso al poder político. En lo que a mí concierne, únicamente es bueno para servirme de tapadera. Ya ves, últimamente ciertos imperiales de alto rango han expresado su creencia de que ya era hora de que me casara y criase una generación de carne de cañón para el ejército del Emperador.
Arkell echó un vistazo a los deslizadores militares imperiales que pasaban disparados junto a su escondite.
-Por mucho que me desagrade estar de acuerdo con el ladrón, su evaluación de la situación es bastante precisa. Y cuanto más esperemos, peor se volverá.
-¿Enviaron un ladrón para rescatarme? –preguntó Rivoche.
-Vigila tu tono, jovencita. No sabes nada sobre mí.
Rivoche cruzó los brazos y sonrió sarcásticamente.
-Sé que, hasta ahora, esto no ha sido precisamente un rescate impecable...
El ladrón suspiró y miró a Arkell en busca de apoyo, pero el gigante meneó la cabeza y dijo:
-Nosotros prohibimos a nuestras mujeres solteras abandonar el hábitat familiar sin el permiso de sus tutores.
Rivoche se volvió, lanzando láseres a Arkell con la mirada.
-¡Especie de militarista belicoso y chovinista! Te voy a...
-¡Ya lo tengo! –dijo Cavv de pronto.
-¿Qué? –preguntaron Rivoche y Arkell al unísono.
-Creo que tenemos aquí a dos grupos distintos de imperiales. Y no están trabajando juntos.
-No caerá esa breva –dijo Rivoche riendo-. El Imperio no va a desgarrarse en facciones.
-Sin embargo, piensa en ello. El hombre que apareció en el ático era sin duda de la OIS. Sabía que eras una espía, y sólo trajo una única escuadra con él. ¿Y cuándo ha sido la última vez que viste Comandos de Asalto por aquí? –Antes de que nadie pudiera discutir, continuó-. Además, por lo que he visto de las fuerzas de Caglio, no te está dando caza, sólo buscándote. Apuesto a que el Moff piensa que fuiste atacada en el ático has sido secuestrada... probablemente por rebeldes.
-Lo que estás diciendo tiene sentido, ladrón –dijo Arkell-, pero, ¿por qué el agente de la OIS no habría compartido su información?
Cavv se encogió de hombros.
-Tal vez quería quedarse con todos los méritos. Sabemos que los impes son bastante dados a esas mezquinas maniobras políticas siempre que piensen que no les van a pillar.
-Bueno, si él y su escuadra están todos muertos, entonces puede que nadie más sepa la verdad sobre mí. –Rivoche se volvió hacia Cavv-. ¿Podríamos usar eso en nuestro beneficio, no?
-Es posible, pero aún no estoy seguro de cómo. Aunque nuestra situación no mejora mucho. –Cavv colocó suavemente la capucha cubriendo el rostro de Rivoche-. En todo caso, aún tenemos que mantener tu identidad oculta, o si no... –El gemido de los vehículos repulsoelevadores le hizo estremecerse-. No podemos quedarnos aquí mucho más tiempo.
Arkell puso una mirada amenazante, sosteniendo su pistola bláster.
-Tampoco vamos a ser capaces de regresar a la nave. Puedo imaginarme las medidas de seguridad en el puerto estelar...
-Si no podemos llegar a la nave –dijo Cavv, sacando un pequeño comunicador-, entonces tendremos que hacer que la nave venga a nosotros.
Rivoche se volvió a Arkell con una ceja arqueada.
-¿Seguro que le funcionan bien todos los impulsores?
El guerrero velabri se encogió de hombros.
Ella devolvió su atención a Cavv.
-La última vez que lo comprobé, esta ajetreada metrópolis no estaba precisamente repleta de lugares para aterrizar.
-La improvisación es hija de la desesperación –dijo Cavv con una sonrisa de autocomplacencia-. ¿Cuál es el edificio más alto de la ciudad?
Tras pensarlo un momento, Rivoche respondió.
-El Hotel Galaxia Real. –Trató sin éxito de disimular una sonrisa mientras miraba al velabri-. ¿Siempre es tan irritante cuando tiene razón?
-No –respondió Arkell con cara muy seria-. Normalmente es peor...

***

Sollaine entró a trompicones en el edificio, sangrando sobre la mullida alfombra blanca. Cuando la secretaria trató de detenerle, la empujó al suelo, y no se detuvo hasta que abrió de un golpe la puerta de la oficina. Ni se inmutó ante el gran rifle bláster que le apuntaba a la cabeza.
-¿Qué significa esto? –dijo el hombre que sostenía el arma desde detrás de la cobertura de su escritorio.
Sollaine arrojó sus cilindros de rango sobre la mesa e hizo una mueca de desdén.
-El Imperio solicita oficialmente sus servicios de cazarrecompensas...
-Debe de haber algún error, señor. Seguridad Coreguardia no emplea caza...
-Un total de 100.000 créditos netos al contado ahora, y la misma cantidad en la entrega. ¿Tenemos un trato?
El propietario de Servicios de Seguridad Coreguardia sonrió.
-¿Cuántos de nuestros empleados desearía activar para este trabajo, señor?
-Todos ellos.
Sollaine miró fijamente al heterogéneo grupo de cazarrecompensas reunido ante él. Poco más de cincuenta matones, eran duros, feos, y emanaban un aroma combinado único.
El comandante de la OIS no lo advirtió; había perdido ligeramente el sentido del olfato. Tampoco es que importase. Sólo una cosa era importante.
Capturar a Rivoche y volver con ella ante el Emperador. Observar cómo Vader era apartado como el estúpido que era, y luego ocupar el lugar que le pertenecía junto al Emperador.
Sollaine apartó esa ensoñación de su mente y devolvió su atención al asunto que tenía en ese momento entre manos. Sabía que con las fuerzas del Moff Caglio vigilando todos los puntos de salida de la ciudad, sus cómplices no tendrían ninguna oportunidad de conseguir llevarla al puerto estelar.
Con eso en mente, sólo había una forma de escapar. Tendrían que abandonarla en alguna parte y volver a buscarla con una nave. Y había muy pocos lugares en Curamelle para hacer eso sin atraer la atención.
La respuesta le llegó súbitamente.
Sollaine se quedó mirando la calle colapsada, y luego alzó la mirada al cielo de Corulag. Dejó que sus ojos vagasen por la brillante estructura hasta que ya no pudo distinguir el resto del rascaestrellas, que continuaba ascendiendo hacia la atmósfera y más allá...
Entonces sus ojos volvieron a enfocarse en la brillante holoseñal en la que se leía Hotel Galaxia Real.

***

Cavv abrió la puerta y volvió a dejar la vibroganzúa en su bolsillo.
-No hay nada que supere el descuento de los cinco dedos en una habitación de hotel.
Rivoche y Arkell entraron rápidamente tras él, y el ladrón cerró la puerta.
Cavv echó un vistazo a la habitación y sonrió.
-Vaya, es un sitio bastante agradable.
-Me alegro de que se ajuste a tus estándares -dijo Rivoche.
Ignorando la puya, Cavv continuó su exploración de la habitación.
-No sé cómo vamos a salir de esta. –Arkell daba vueltas como un animal enjaulado frente a la gran ventana de transpariacero. Se detuvo un momento y miró al exterior. Desde su posición elevada, el suelo no era más que un recuerdo lejano.
Cavv sonrió a Arkell desde una posición relativamente cómoda sobre una de las camas.
-Supongo que los velabri no podéis metamorfosearos a voluntad en una especie aviar, ¿verdad? –Sonrió, encogiéndose de hombros de forma excesivamente teatral-. Parece que vuestra raza no es tan “perfectamente evolucionada” como os gusta pensar que sois.
Claramente, eso no le hizo gracia en absoluto. Arkell dejó de dar vueltas y se dirigió hacia Cavv.
-Si te tiro por esa ventana, solamente podrás evolucionar a una forma de vida de aspecto líquido...
-¡Ya basta! –Rivoche acababa de alcanzar su límite. Se sentó en la otra cama, tapándose los oídos-. ¿No os parece que podríamos aprovechar mejor el poco tiempo que nos queda? Por ejemplo... no sé... ¿tratando de salvar nuestras vidas?
El velabri cruzó los brazos sobre su inmenso pecho.
-Estamos atrapados en una habitación de hotel, sin otra vía de escape salvo la que no podemos usar, gracias a ese agente mecanizado de la OIS y su legión de cazarrecompensas en el tejado.
-Al menos hemos descubierto que estaba allí –protestó Cavv-. Si no le hubiera dicho a Errecé que entrase en las cámaras de seguridad del tejado, podríamos haber ido derechos a su trampa.
-Una de las pocas cosas inteligentes que has hecho –dijo Arkell.
Rivoche se apartó del rostro un mechón de pelo caído.
-Me preguntó cómo sobrevivió a esa explosión.
-Por el archivo de datos que Errecé recuperó, ese tal Sollaine parece ser un imperial duro de roer. Incluso para los estándares de la OIS...
La mirada perdida de Arkell regresó a la ventana.
-Esto es imposible.
Cavv frunció el ceño, ahuecando su almohada.
-Haces que todo suene tan... pesimista.
Por primera vez, Arkell se quedó sin palabras. Abrió la boca, la cerró, y luego simplemente se dio la vuelta y se dirigió hacia la puerta.
Rivoche alzó una ceja con curiosidad.
-¿A dónde vas?
Arkell se detuvo frente a la puerta, alzando su pistola bláster pesada.
-¡Prefiero salir ahí fuera y morir como un guerrero a quedarme aquí escondiéndome como un selliwyrm!
-Algunas veces esconderse para evitar llamar la atención tiene sus ventajas –replicó Cavv-. Por supuesto, otras veces es mejor esconderse a plena vista.
-¡Y además estoy harto de tus estúpidos tópicos!
-Tranquilo, velabri –dijo Cavv, poniéndose finalmente en pie-. Me estoy ocupando del asunto.
-¿Ah, sí, eh?
Rivoche se volvió hacia Cavv con curiosidad.
-¿Cómo, exactamente?
Cavv comprobó su cronómetro.
-Mi apoyo debería llegar ya en cualquier momento.
-Cuanto antes, mejor... –Arkell extendió la mano hacia el control de la puerta-. Porque es asombroso cómo las cosas empeoran continuamente.
-Incluyendo tu actitud –dijo Rivoche, obteniendo una risa amortiguada de Cavv.
Arkell meneó la cabeza y pulsó el panel, y luego se dio la vuelta.
-Si no fuera por ti, no estaríamos en esta situación. Precisamente por eso nuestras hembras están confinadas en Velabri, nuestro planeta natal.
Cuando vio la expresión en el rostro de Rivoche, Arkell pensó que estaba a punto de soltar otra tanda de insultos, pero luego se dio cuenta de que no le estaba mirando a él, sino más allá. Confundido, miró a Cavv, que estaba completamente inexpresivo.
Arkell se giró rápidamente. Inmediatamente deseó no haberlo hecho, porque ahora estaba mirando a la figura femenina que estaba de pie en la entrada de su habitación. Una larga trenza de cabello colgaba sobre su espalda, aunque lo que colgaba de su bandolera era peor: una docena de detonadores termales. Llevaba puesto un ceñido mono corporal negro y una armadura gris con una oscura placa facial que reflejaba el rostro aterrorizado de Arkell. Una palabra bailó en la cabeza del velabri, una y otra vez.
Beylyssa.
Arkell pudo sentir cómo la sangre abandonaba su rostro. Rápidamente desplazó su mano hacia la pared, buscando el panel de control.
La puerta se cerró ante el rostro de la figura.
Arkell sólo pudo reunir la suficiente voluntad para emitir una única palabra, que sonó en un registro mucho más agudo que su voz habitual.
-¡Abajo!
A Rivoche no hubo que decírselo dos veces. Se lanzó debajo de la cama inmediatamente, justo cuando Arkell pasó volando por encima, aterrizando a su lado. Rápidamente se asomó por encima de la cobertura, apuntando con su bláster a la puerta.
Entonces fue cuando Arkell se dio cuenta de que Cavv no se estaba poniendo a cubierto. De hecho, el estúpido ladrón había caminado tranquilamente hasta la puerta, y estaba a punto de pulsar el panel.
Incluso peor, se estaba riendo.
Arkell no podía creerlo.
-¿Estás completamente loco? ¡Esa es Beylyssa, la cazarrecompensas que disfruta haciendo explotar las cosas!
-No... y no –respondió Cavv.
Rivoche se atrevió a mirar.
-¿Qué?
-No, no estoy loco. –Cavv sonrió mientras abría la puerta. La figura acorazada entró en la habitación-. Y no –continuó Cavv-, esta no es Beylyssa, aunque esa era la impresión que estaba buscando...
La puerta se cerró y Cavv rodeó a la figura con el brazo.
-Esta es Finn Varatha; nuestro apoyo.
Increíblemente aliviado, Arkell se puso en pie, ayudando a Rivoche a hacer lo mismo. Enfundando su bláster, avanzó a ellos. No pudo evitar sonreír mientras extendía la mano.
-Ya me gusta. Aunque sea fea.
Cavv soltó una risita.
-Te equivocas de nuevo.
El velabri estaba confuso.
-Es costumbre en mi planeta hacer que las mujeres poco atractivas se oculten –explicó.
La figura acorazada se quitó el casco. Al principio no pudo verse ningún rostro, gracias a la cascada de rizos de ébano que se liberó al soltarse la coleta. A través del cabello rápidamente apareció un rostro joven y hermoso. Arkell sintió que una mano suave se cerraba alrededor de la suya, pero estaba demasiado ocupado mirando fijamente, con incredulidad, a un par de brillantes ojos azules y a una sonrisa lasciva.
Varatha era de las que quitaban el aliento.
-Obviamente, tu planeta no tiene una costumbre similar que prohíba a sus idiotas viajar por la galaxia –dijo con una sonrisa.
Arkell retrocedió un paso de la mujer acorazada.
-¿Estás tratando de burlarte de mí?
-Naah –dijo Cavv con una sonrisa sarcástica-. “Tratando” implicaría que aún no lo ha conseguido, velabri.
-¿Velabri, eh? –Varatha dirigió su mirada a Arkell-. No me parece tan duro.
-No sólo un velabri –dijo Arkell, irguiéndose en toda su estatura-. Soy un Lancero. Y para tu información, soy más duro que dos humanos cualquiera juntos.
Varatha simplemente sonrió y se acercó.
-¿Te importaría intentar demostrarlo?
El ladrón se interpuso rápidamente entre ambos.
-Bueno, ¿estamos todos listos para abandonar esta fiesta?
Varatha frunció los labios.
-Pero si acabo de llegar...
Cavv le guiñó un ojo.
-Sé de buena tinta que hay una gala aún mejor a punto de empezar en el tejado. ¿Te apetece unirte a nosotros, querida?
-No me lo perdería por nada en el mundo. ¿Tienes nuestras invitaciones?
El ladrón le tendió una tableta de datos.
Varatha examinó la información y meneó la cabeza.
-Odio aguarte la fiesta, viejo, pero nos faltan unos cuarenta y cinco soldados para que sea una lucha justa.
-Entonces las probabilidades están igualadas –dijo Cavv encogiéndose de hombros.
-¿Disculpa? –Rivoche estaba mirando al ladrón como si acabara de brotarle una segunda cabeza-. A menos que la Alianza haya adoptado recientemente un sistema matemático distinto, me parece que nos sobrepasan ampliamente en número.
-Vamos, ¿no lees vuestra propia propaganda? “Cualquier rebelde puede derrotar a diez imperiales.” Eso dice en el manual... y estos ni siquiera son imperiales. –El ladrón sonrío-. Somos cuatro, de modo que podemos acabar con cuarenta de ellos.
Varatha intervino.
-¿Y qué pasa con los otros diez?
-Ahí es donde entra nuestro estimado Lancero. Duro como dos de nosotros, ¿recuerdas? Eso significa que debería ser capaz de ocuparse con el doble de nuestra parte sin sofocarse. –Cavv apoyó su mano en el hombro de Arkell-. ¿Verdad?
Las mejillas del velabri enrojecieron por un momento, y sus colmillos desnudos prometían algo doloroso para Cavv. Sin embargo, con gran determinación, la mueca de Arkell se convirtió lentamente en una sonrisa forzada.
-Por supuesto –susurró apretando los dientes.
Esta vez fue el turno de Varatha de colocarse rápidamente entre los posibles combatientes. Sacó un bláster de su mochila y se lo lanzó a Rivoche.
-¿Sabes cómo manejarlo, cielo?
Con seguridad de experto, Rivoche comprobó el paquete de energía, alineo el punto de mira, y sostuvo el arma en posición de tirador alerta.
-Tomaré eso como un “sí”. –Varatha se volvió a Cavv-. Entonces, ¿cuál es el plan, viejo?
El ladrón se limitó a sonreír.
-¿Esa es la sonrisa de “me he ocupado de todo, Finn, no te preocupes por nada”, o la de “voy a improvisar sobre la marcha y espero que la Fuerza me acompañe”?
La sonrisa traviesa de Cavv se ensanchó aún más. Le quitó a Varatha un par de detonadores termales y se dirigió a la puerta.
Varatha soltó un largo suspiro y tomó su rifle bláster.
-Genial.

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