lunes, 1 de julio de 2013

Medidas desesperadas (I)

Medidas desesperadas
Carolyn Golledge

El sonido constante de los monitores de signos vitales sonaba en contrapunto con el silbido rítmico del respirador. Escuchando como lo había hecho casi constantemente durante el último día y medio, el líder de escuadrón Stevan Makintay encontraba que los sonidos eran tan tranquilizadores como irritantes.
Frotando sus ojos doloridos, se volvió y miró de nuevo el rostro pálido de Ketrian Altronel. Despierta, Kel, por favor, le rogó en silencio. Habla conmigo. Por favor, no te mueras.
Una mano fuerte y cálida apretó con simpatía el hombro de Makintay, y él se sobresaltó, se volvió y vio a Tarrek, el médico de la Base Nido de Águilas, inclinado sobre él.
-Realmente deberías ir a dormir un poco, Mak -repitió Tarrek-. Te haré saber inmediatamente si hay algún cambio.
Makintay negó con la cabeza.
-Me quedo -dijo tercamente. Un brote de ira y dolor hizo que los músculos de su mandíbula temblasen y luchó por recuperar el control-. Yo le metí en este lío. Ese perro callejero imperial, Pedrin, nunca la habría envenenado si yo no hubiera...
Tarrek suspiró ruidosamente, interrumpiéndolo.
-Eso no es verdad y tú lo sabes. -Se inclinó sobre la figura inmóvil tumbada en la cama, levantó los párpados de Ketrian y probó la respuesta de dilatación de la pupila-. El Alto Mando Imperial ya se había imaginado el valor de la nueva aleación y sospechaba que ella escaparía para traérnosla aquí. Habrían querido drogarla y enviarla a Coruscant tanto si tú y el equipo aparecíais como si no.
-Bien -espetó Makintay-. Pero ella no estaría aquí tumbada... -Se negó a decir “muriéndose”. Las lágrimas se escaparon de sus ojos y se las limpió con enojo mientras terminaba-... de esta manera. Estaría en Coruscant sana y salva. Habría recibido el tratamiento para la droga de seguridad y estaría disfrutando de su fama recién obtenida. ¡Si tan sólo la hubiera dejado tranquila!
-Nosotros -le corrigió con calma Tarrek mientras se enderezaba de nuevo-. Contactar con ella fue una decisión del Mando de la Alianza.
-Fue idea mía -insistió Mak-. ¿Y bien? -preguntó, inclinándose hacia delante para mirar el cuaderno de datos en el que Tarrek estaba realizando otra anotación-. ¿Ha funcionado mejor que lo último que intentaste? -Se refería a la siempre creciente lista de antídotos que Tarrek había inyectado en Ketrian durante tres días desde su llegada a la enfermería de la Base Nido de Águilas.
Tarrek no podía mirar a los ojos desesperados de Makintay.
-No -admitió con tristeza-. Sigue perdiendo terreno frente al veneno. -Frustrado, enojado por su incapacidad para ayudar, tiró el cuaderno de datos sobre una mesa cercana-. No puedo entenderlo. Parecía estar rechazando tan bien el veneno cuando la tratamos por primera vez...
-He estado pensando en eso -dijo Makintay. Su tono era tan mortalmente frío que Tarrek se volvió y lo miró con ansiedad-. Tú no conoces a Pedrin; yo sí. Poor desgracia. Pero sí sabes lo que me hizo a mí cuando me interrogaron.
Tarrek se estremeció, recordando las evidencias médicas... y lo que había oído cuando había colocado a Makintay en trance hipnótico y trató de ayudar al hombre a superar los efectos psicológicos de su tortura a través de un procedimiento estándar de desprogramación antitraumática de- para ayudar al hombre a través de los.
-Pedrin es un sádico -convino.
-Más que eso. -Makintay apretó la mano inerte de Ketrian, se inclinó y la besó tiernamente en la frente. Su carne parecía tan suave como la cera y estaba perlada de sudor. No vas a morirte, Ket, juró en silencio. No vamos a dejar que ese engendro de pantano imperial gane.
Makintay se puso de pie.
-Pedrin debe haber diseñado un veneno especial. Es lo bastante inteligente. Y lo bastante malvado. Ketrian me dijo que realidad odiaba pensar en que sería ella y no él quien regresase a Coruscant. Apuesto a que en estos momentos está presumiendo ante su alto mando sobre cómo él personalmente se aseguró de que nunca sobreviviría para transmitirnos su nueva tecnología. -El puño de Makintay se cerró sobre la culata de su bláster enfundado y su mirada ardiente se enfrentó a los horrorizados ojos de Tarrek-. Bueno, no va a salirse con la suya. ¡Voy a volver a Hargeeva y juro que le haré hablar! Sólo asegúrate de que Ket sigue respirando hasta que regrese con el antídoto correcto.
-Pero, Mak -protestó Tarrek-, no puedes...
-¿Ah, no? Mírame.
Makintay giró bruscamente para salir de la pequeña habitación y de inmediato se topó con una ayudante del médico que venía sosteniendo una bandeja en sus manos. La dejó caer ruidosamente al suelo. Mak la recogió y pidió disculpas, reconociendo a la ayudante, ligeramente encorvada y de pelo castaño, como una compatriota hargeevana. El padre de Mak, el gran señor, se habría referido despectivamente a ella como una plebeya, una pobre campesina de las empobrecidas calles de los suburbios de la Ciudad Arginall. Mak prefería completamente los términos igualitarios; esa actitud diferente, junto con la insistencia de Mak en proponer matrimonio a la plebeya Ketrian Altronel había hecho que su padre renegara de él y le arrojase en un planeta prisión.
La Asistente Médico Astina Griek parecía sentirse intimidada a fondo por el Gran Señor Makintay. Mantenía los ojos bajos y casi hizo una reverencia mientras se negaba a aceptar la disculpa del joven Makintay.
-Ha sido culpa mía, mi señor.
-No -dijo Mak entre dientes con irritación. Sin duda, la mujer sabía lo mucho que odiaba que le llamasen "mi señor" Era una broma recurrente entre los pilotos de Mak-. No ha sido culpa tuya, Astina. Ya no estamos en Hargeeva más. Llevamos siendo amigos desde que nos unimos a la Alianza. Por favor, olvídate del 'mi señor', ¿de acuerdo? Has estado trabajando muy duro cuidando de Ketrian estos últimos tres días. Debes estar agotada.
Finalmente Griek lo miró, mostrando en sus ojos azules algo menos de intimidación que su voz. Era mucho más baja que él, y su espalda curvada menguaba aún más su estatura. Un legado de sus días en un campo imperial de trabajos forzados. Unos pocos mechones de pelo castaño y largo caían de los moños cuidadosamente peinados en su nuca mientras se echaba ligeramente hacia atrás y le sonreía nerviosamente.
-Es usted tan diferente a su padre y al resto de ellos –dijo-. Siempre se me olvida. Y es usted quien debe estar agotado. Yo al menos he dormido un poco. -Se dio la vuelta y miró a Tarrek-. Entonces, ¿le ha convencido para que se vaya a dormir, doctor?
-No -dijo Tarrek, mirando a Makintay con desaprobación-. Ahora dice que va a volver a Hargeeva para obtener el antídoto.
-¿Qué? -Griek le miró asombrada.
-Descansaré cuando vuelva y vea a Ketrian curada.
Sin que el médico ni su asistente pudieran hacer ningún otro comentario, Makintay salió por la puerta mientras hablaba.

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