martes, 30 de abril de 2013

Pasajes (II)


Cantina de Drayhar. Espaciopuerto de Eponte. Kabaira. Un mes más tarde...
Era como un millar de otras cantinas en un millar de otros mundos. Débilmente iluminada, llena de humo y ruidosa, estaba llena de clientes procedentes de más de dos docenas de sistemas. Algunos estaban sentados encorvados en los reservados de las esquinas realizando transacciones comerciales. Un puñado de amantes de la música estaba sentado cerca del escenario, hipnotizados por la apasionada interpretación de la banda de la conocida Balada del Confín de las Estrellas. La rica y profunda voz de bajo del vocalista se fundía en perfecta armonía con su trío de coristas de Wranag.
Matt se echó recostó en su asiento, tomándose su tiempo para saborear su copa de brandy zadariano y preguntándose cómo había llegado a mezclarse con la capitana Tere Metallo. Apenas le había dejado libre un momento en estas últimas semanas. Siempre ordenándole cosas... arregla esto, haz aquello... le recordaba a un sargento de instrucción que había conocido.
Haciendo una mueca para sus adentros, Matt tomó un largo sorbo de brandy. Algo le hizo mirar hacia la entrada de la cantina. Allí estaba ella, con las manos firmemente plantadas en las caderas, con una mueca que iba de oreja a oreja.
Matt cruzó los brazos sobre el pecho y la miró a los ojos mientras se acercaba a la mesa.
-La carga habrá finalizado en unas dos horas, Matt -dijo.
Él asintió con la cabeza, esperando su comentario sobre el vaso medio vacío en la mesa.
-El ajuste que has realizado en el respaldo de la hipervelocidad muestra unas lecturas del 100 por cien. ¡Has hecho un gran trabajo!
-Ah, gracias -respondió, sorprendido por su cumplido.
-Voy a entrar en una última partida de sabacc antes de irnos. ¿Quieres venir conmigo?
-No. Creo que voy a terminar mi copa y volver directo a la nave.
-Muy bien. Pero, ¿por qué no vienes y conoces a mis amigos? Un par de ellos son comerciantes independientes, como nosotros. Los otros son hombres de negocios de aquí. Y ya que vamos a hacer un montón de negocios en Eponte, se trata de personas que necesitas conocer.
-Claro –dijo-, si así lo crees.
-Lo creo.
Había cuatro seres sentados en la mesa de sabacc en la esquina trasera de la cantina. Uno de ellos, una mujer de mediana edad, estaba vestida con un mono azul de aspecto sedoso. Obviamente uno de los comerciantes independientes, saludó con la cabeza a Metallo y Matt  mientras estos se acercaban. Si la vida en las rutas espaciales la había endurecido, ciertamente no se reflejaba en su rostro de aspecto angelical. Estudió a Matt mientras el twi'lek a su derecha alisaba su ondulante túnica roja. Frunció el ceño, entrecerrando su único ojo sano. Los otros dos hombres estaban vestidos con sobrios trajes grises; los socios de negocios kabairanos de Metallo.
-¡Caballeros! -los saludó Metallo.
-Ya era hora de que aparecieras, Metallo. ¡Estábamos a punto de comenzar sin ti! -dijo el mayor de los kabairanos, pasándose la mano por el cabello moteado de canas.
-¡Hunter, ya sabes que no me iría de Eponte sin darte la oportunidad de recuperar todo lo que perdiste ayer por la noche!
-¿Quién es tu amigo? -preguntó la comerciante independiente.
-Matt Turhaya de Tatooine, te presento  mis amigos: Menise, de Dantooine -dijo señalando hacia la mujer-, Branak, de Ryloth, y dos de los lugareños, Treimar y Hunter.
-¿Turhaya? De Tatooine, ¿eh? -preguntó Menise-. ¿Por casualidad no serás pariente de los Turhayas del taller de deslizadores, no?
Matt suspiró. A años luz de distancia de Tatooine, ya se había corrido la voz de su gran pérdida ante Metallo.
-Es el taller de mi hermano -asintió con la cabeza con tristeza.
Menise rió tan fuerte que saltaron lágrimas de sus ojos.
-Entonces, Matt, ¿la historia que escuché la semana pasada en Mos Eisley es cierta?
-¿De qué estás hablando, Menise? -preguntó Treimar.
Menise se frotó los ojos para secárselos.
-Metallo ganó los servicios de Matt después de que él apostara el negocio de su hermano en una partida de sabacc. No sé, Tere -dijo, examinando a Matt de pies a cabeza-, ¿estás segura de que obtuviste la mejor parte del trato?
Metallo sonrió.
-Estoy segura de ello, amigos míos. Matt es un gran mecánico, y un buen copiloto. Él sabe más sobre naves que todos vosotros juntos.
-Muy bien -dijo Menise-. Debes de haber impresionado a tu jefa, Matt. No pretendía hacerte pasar un mal rato.
-Está bien –respondió él.
Hunter sonrió a Matt.
-Apuesto a que fue la mejor partida que jamás perdiste, hijo.
Matt asintió, mirando a Metallo con el rabillo del ojo.
-Sí, puede que tengas razón.
-Entonces, ¿vas a volver a Tatooine? -preguntó Menise.
-No en este viaje -dijo Matt.
-Bueno, Matt, creo que a estos caballeros -agitó la mano señalando con gracia el resto de la mesa- les gustaría tener la oportunidad de vaciar mis bolsillos.
-Sí -gruñó Branak -. Toma asiento, Metallo.
-¿Y tú, Matt? -preguntó Hunter.
-No, tengo algo de trabajo que hacer en el Búsqueda Estelar.
-Eso puede esperar, Matt -le dijo Metallo.
-No llevo ni un crédito encima -dijo.
-No pasa nada, tengo suficiente para los dos. Puedes devolvérmelo cuando volvamos a la nave.
Matt estudió el rostro de Metallo. No entendía ni una pizca a esa mujer riileb. ¿Qué quiso decir con devolvérselo? ¿Con qué? En sus paradas en los puertos le había dado sólo los créditos suficientes para tomar una copa o dos. Bueno, pensó, ya le debo una fortuna. ¿Qué son unos cuantos créditos más?
Dos horas más tarde, Metallo había recuperado casi todo lo que le había prestado. Enderezándose en su asiento, recorrió la mesa con la mirada.
-Bueno, amigos míos, nuestra nave nos espera. Me temo que voy a tener que tomar vuestros créditos e irme.
-¿Quieres decir que tendremos que esperar hasta tu próximo viaje para la revancha? -preguntó Hunter, sonriendo ampliamente.
-Mi querido y viejo amigo -dijo Metallo-, ¿cuántos años llevamos repitiendo esta escena? ¿Cuándo vas a aprender?
Hunter se echó a reír.
-¡Eh, espera un minuto, Metallo! ¡Creo recordar que fui yo, hace sólo seis meses, quien te desplumó! -Chasqueó los labios, con el sabor de la victoria aún fresco en su mente. Sonriendo significativamente a los demás que estaban sentados alrededor de la mesa, les dijo-: Es por eso que ha tardado tanto tiempo en volver a Kabaira.
La risa llenó el aire, y de repente Hunter palideció hasta un tono más blanco que los lobos de la nieve que vagaban por las laderas de las montañas de su planeta natal. Miraba fijamente hacia la puerta de la cantina. Matt miró brevemente, pero pronto volvió la cabeza, cubriéndose la cara con una mano. Su corazón se aceleró.
Metallo siguió la mirada de Hunter, viendo al teniente de la Armada Imperial y a los dos soldados de asalto que lo acompañaban.
-¿Qué crees que están buscando? -dijo con calma, recostándose en su asiento y descubriendo para su sorpresa que Hunter había desaparecido-. Qué extraño. -Frunció el ceño, examinando la habitación, pero sin ver señales de su viejo amigo.
-Malditos imperiales -dijo Treimar suavemente, tratando discretamente de mirar por encima del hombro de Metallo-. Nunca traman nada bueno.
Branak soltó una maldición, mostrando su acuerdo.
-Tranquilos -murmuró Menise.
-Sí -convino Metallo, recogiendo sus créditos de la mesa-. Vamos, Matt. Creo que nos iremos ya.
Caminando detrás de Metallo, Matt se dio cuenta de que el zumbido de las conversaciones de la cantina había llegado a un punto muerto. Todas las miradas estaban centradas en los visitantes imperiales. El escrutinio no parecía perturbarles ni una pizca, el teniente al mando caminaba con confianza de mesa en mesa examinando los rostros. Pasando junto a Metallo, la miró con más curiosidad que sospecha, ajeno al resto del mundo durante varios segundos... hasta que chocó con Matt.
-Lo siento -murmuró Matt.
El joven teniente miró a Matt, luego frunció el ceño, con una expresión muy peculiar en su rostro.
-¿Nos hemos visto antes? -preguntó.
-No, no lo creo -dijo Matt, sin molestarse en parar.
El teniente agarró el brazo de Matt.
-No, me resultas familiar. ¿Cómo te llamas?
Mirando más allá del oficial, Matt vio que Metallo se había detenido en seco, con sus antenas oscilando notablemente. La banda había dejado de tocar, y la habitación estaba inmóvil, a excepción de los dos soldados de asalto que parecían moverse a cámara lenta hacia el teniente. Su corazón latía con fuerza en sus oídos.
-Mi nombre es Jamie Estrellabrillante -dijo, preguntándose si alguien más podría oír el ligero temblor de su voz-. Debe de estar confundiéndome con otra persona.
El oficial ladeó la cabeza hacia un lado, entrecerrando los ojos mientras estudiaba a Matt bajo la escasa luz de la cantina. Elevando una ceja, finalmente negó con la cabeza y soltó a Matt de su agarre. Sin mirar atrás, Matt pasó junto a Metallo por la puerta para salir al aire fresco de primera hora de la noche.
La niebla cubría la ciudad, una niebla tan espesa como las sombras que acechaban a Matt. Caminando hacia la bahía donde estaba atracada la nave, no se atrevió a mirar a Metallo, y fijó su mirada en las antiguas calles revestidas de ladrillo de Eponte. Cerró el puño, dándose mentalmente puñetazos a sí mismo.
Metallo rompió finalmente el silencio.
-¿Sabes?- dijo ella-, si ese funcionario sabe algo de corelliano antiguo, acabará recordándolo...
-¿Eh? -preguntó Matt.
-El nombre que has usado... Estrellabrillante.
-Oh, sí -dijo, arrastrando sus botas sobre el pavimento-. Yo... no pude pensar lo suficientemente rápido.
-Bueno, con suerte nos habremos ido mucho antes de que lo descubra -dijo.
Matt asintió con la cabeza, temblando cuando una ligera brisa sopló desde las montañas del sur.
-¿Vas a decirme de dónde te conoce?
Matt la miró, con un nudo formándose en el fondo de su garganta. Todos los viejos recuerdos de Anii y Alex -sombras del ayer- se agitaron profundamente dentro de él.
-Sí, supongo que deberías saberlo –comenzó-. Yo estuve en la armada...
-¿Y te fuiste, digamos, en circunstancias que la armada podría encontrar inapropiadas?
-Deserté.
Metallo asintió.
-Va a ser imposible evitar al Imperio en algunos de los puertos en los que aterrizamos, Matt. Supongo que vas tendrás que permanecer fuera de la vista en esas ocasiones.
Matt la miró con los ojos muy abiertos.
-¿Quieres decir que me dejas que siga contigo?
-Bueno, por supuesto.
-¿Sin hacer preguntas?
-Sin preguntas...
De repente, disparos de bláster resonaron por las calles. Una explosión sacudió un edificio a dos manzanas al oeste.
-¡Vamos -gritó Metallo-, lleguemos a la nave y salgamos de aquí!
-¡Te sigo, jefa!
Recorriendo la última manzana que les separaba del hangar 10, se apresuraron a ponerse a salvo cuando otra explosión iluminó el horizonte de Eponte.
Metallo activó la apertura de la escotilla del Búsqueda Estelar.
-Esperemos que no hayan cerrado el espacio aéreo -dijo, aminorando la marcha para agacharse de modo que su cabeza no golpease la entrada mientras subía por la rampa hacia el carguero.
-Tal vez sólo sea un problema local -agregó Matt, respirando con dificultad.
-Una explosión tremendamente grande para tratarse de problemas locales -respondió ella, deslizando una mano por el panel para cerrar la escotilla detrás de ellos-. Anoche te perdiste los comentarios de Treimar sobre la actividad rebelde aquí. Han estado volviéndose más audaces en la ciudad. Puede que estén preparando algo.
-¿La Alianza Rebelde? -preguntó Matt, dos pasos por delante de ella, mientras se dirigía a la cabina.
Metallo asintió.
-Sí -dijo ella, que venía detrás de él, prácticamente saltando en el asiento del piloto-. Han estado robando suministros médicos de la Corporación Delgas, aquí en Eponte.
-¿Están locos? -exclamó Matt, mientras tecleaba la llamada al control del espaciopuerto-. ¡Todo el Imperio tiene que hacer es enviar un Destructor Estelar y arrasarlos a todos!
-Suena como si hubieras visto suceder eso antes.
-Sí -dijo, con voz llena de dolor-. He visto demasiado.- Se preguntó si alguna vez sería capaz de contar a Metallo toda la verdad sobre su pasado. Frustrado, golpeó el panel de comunicaciones-. El espaciopuerto nos está denegando la autorización, jefe.
-No es una gran sorpresa -respondió Metallo-. Supongo que estamos atrapados...
Un fuerte estruendo resonó por toda la nave.
-¡¿Qué krazsch es eso?! -gritó Metallo, saltando de su asiento hacia la escotilla de la nave. Sacando su bláster, pulsó la apertura de la escotilla y descendió con cautela por la rampa.
El fuego de bláster sonó mucho más cerca. Un transporte armado pasó disparado más allá de la bahía de atraque, deteniéndose con un chirrido a menos de una manzana de distancia. Examinando rápidamente el hangar, Metallo vio la figura tumbada debajo de su nave.
-Tere, por favor...
-¿Hunter? Santo cielo, hombre, ¿qué ha pasado?
-¡Ayúdame! –suplicó-. Por favor...
-Vamos, Hunt, deja que te meta en la nave.
-No, no... en tu nave no -dijo con voz entrecortada.
Matt se acercó por detrás de ellos, reconociendo al viejo amigo de Metallo.
-¿Qué dem...?
-Matt –exclamó Metallo-, échame una mano.
-De acuerdo, jefa.
Juntos ayudaron a Hunter a subir por la rampa al Búsqueda Estelar.
-Matt, yo lo sujeto -dijo Metallo, llevando a Hunter hacia la bodega de popa-. Trae el botiquín.
-Tere, no deberías estar haciendo esto...
Hunter hizo una mueca cuando el dolor le atravesó el hombro.
-Tranquilo, viejo amigo. Sólo dime, ¿qué está pasando?
-Los imperiales descubrieron que estaba trabajando para la Alianza -le dijo mientras Matt se apresuró a regresar con el equipo médico.
-¿Tú? ¿Un espía rebelde? -preguntó, más sorprendida que alterada por su anuncio.
Hunter asintió débilmente.
Matt miró ansiosamente hacia Metallo. ¿Cómo podía estar tan tranquila? Toda su carrera como comerciante independiente podría estar en juego. Matt odiaba al Imperio, y sabía que a Metallo los imperiales tampoco le caían muy bien. Pero verse implicado con los rebeldes no era algo que le hubiera pasado por la cabeza. Por supuesto, los últimos años había estado demasiado borracho para pensar siquiera en ello. Pero, ¿qué haría ella?
Cerca de la escotilla de carga, Metallo tecleó una secuencia especial de números en el panel de acceso. Una de las placas de la cubierta se abrió, revelando una cámara de almacenamiento oculta.
-Matt, trátale la herida -dijo mientras bajaban suavemente a Hunter a la pequeña habitación.
Matt apartó la ropa quemada de la carne. Hunter casi se desmayó por el dolor.
-Está en mal estado, jefa -dijo Matt, aplicando ungüento a la quemadura de bláster en el hombro de Hunter-. Un tanque de bacta no le vendría mal.
-No, estaré bien. -Hunter hizo una mueca-. Los otros...
-¿Qué otros?
-Tengo que ayudar a... –tosió- mis amigos...
-No vas a ir a ninguna parte, Hunt -le dijo Metallo-. Ahora sólo túmbate aquí y descansa.
Un golpeteo metálico sonó en el casco de la nave.
-¡Ahí arriba, abran! -gritó una voz autoritaria.
-Más compañía -dijo con desdén Metallo, poniendo los ojos en blanco.
-Lo siento, Tere -dijo Hunter-. No fue mi intención... causarte problemas.
Ella se encogió de hombros.
-Hey, ¿para qué están los amigos? -Sonriendo, le apuntó con un dedo-. Quédate quieto hasta que yo vuelva. Vamos, Matt.
Hunter tomó la mano de Metallo, apretando con fuerza.
-Gracias.
Sellando la placa de la cubierta para cerrar la cámara de almacenamiento oculta, Metallo lanzó una mirada de soslayo a Matt.
-Nunca imaginaste que este viaje sería tan emocionante, ¿verdad? ¿Sabes, Matt? No quiero arrastrarte a esto -dijo, girándose para abrir la marcha por el pasillo-. Pero Hunter y sus amigos podrían necesitar nuestra ayuda. Nos convertiría en fugitivos...
Matt tomó aire profundamente, y lo soltó.
-Está bien, jefa. Te dije que estuve en la armada. Vi cosas que hizo el Imperio... cosas que nunca podría aprobar. -Se detuvo junto a la puerta, cerrando los ojos un instante para dejar fuera los viejos dolores-. Supongo que pensé que no había ninguna manera de luchar contra algo tan grande -dijo en voz baja-. Tal vez estaba equivocado.
Metallo puso su mano sobre el hombro de Matt.
-¿Vamos a ver quién está llamando a nuestra puerta? -preguntó ella.
En cuanto abrió la escotilla, Metallo vislumbró una armadura blanca.
-Soldados de asalto -dijo en voz baja.
Sin pensarlo, Matt la siguió por la rampa de la nave.
-¿Hay algún problema? -preguntó Metallo, acercándose a un soldado, y fijándose en un segundo colocado cerca de la escotilla de carga de popa del Búsqueda Estelar.
-Tenemos orden de registrar todas las naves de la zona -le dijo el soldado de asalto.
-¿Qué está pasando? Llevo carga legítima para un general imperial en Ord Traga -le dijo.
-Se ha visto a espías rebeldes dirigiéndose en esta dirección -dijo otra voz familiar, saliendo de detrás del soldado de asalto-. Así que no le importará mostrarnos su manifiesto y sus órdenes de suministro.
Metallo ocultó su ceño fruncido, reconociendo al teniente Imperial de la cantina.
-No, por supuesto que no, teniente -dijo ella.
-Sí –continuó él, avanzando con confianza hasta quedar frente a Metallo-, el Imperio no ve con ligereza la traición.
-¿Traición? -preguntó ella-. ¿De qué está hablando?
Apartando a Metallo a un lado, el teniente se acercó a Matt. Alargó la mano, levantando la barbilla gacha de Matt. Asintió con la cabeza, seguro de sí mismo.
-Ciertamente, Matt -dijo, sacudiendo la cabeza-, casi me convences de que no eras mi antiguo compañero de clase de la Academia.
Matt miró hacia Metallo.
-Sí, siempre me había preguntado qué pasó con el número uno de nuestra promoción -continuó el teniente. Su voz apestaba a sarcasmo-. Cuando me enteré de que habías desertado, quedé bastante sorprendido. Después de todo, siempre esperábamos que algún día fueses capitán de tu propia nave.
El rostro de Matt enrojeció. Cerró el puño y lanzó un golpe al oficial. No vio la culata del rifle bláster del soldado de asalto descendiendo sobre su cabeza.
-Registren esta nave -ordenó el teniente a sus subordinados.
-Sí, señor.
-Luego lleven al desertor al centro de detención en el cuartel imperial -ordenó. Se volvió y se enfrentó a Metallo-. No tiene ningún problema con eso, supongo -dijo con aire de suficiencia.
-No -contestó ella, sabiendo que no había nada que pudiera hacer para ayudar a Matt... al menos por el momento.
-Preséntese en el cuartel del sector por la mañana, capitana -dijo el teniente-. Puede que sea capaz de convencerles de que no tenía conocimiento del crimen de su tripulante. Tal vez entonces se le permita abandonar Kabaira.
Metallo asintió mientras los dos soldados de asalto salían de la nave.
-No hay nadie más a bordo, teniente -informó uno de los soldados de asalto.
-Que pase una buena noche, capitana -dijo el teniente-. En marcha, soldados.
Metallo frunció los labios y vio cómo se llevaban a rastras el cuerpo inconsciente de Matt. Fuera del hangar, no había movimiento de transportes, ni fuego de bláster. Las calles de Eponte habían quedado mortalmente silenciosas.

***

-¿Te sientes mejor? -preguntó Metallo cuando Hunter se despertó.
Gimiendo, trató de sonreír.
-Si estuviera muerto no podría sentirme mucho peor -dijo, haciendo girar su hombro para aliviar la tensión que se le había creado-. ¿Qué ha pasado? ¿Cuánto tiempo he estado inconsciente?
-Dos horas. He sabido que media docena de tus amigos han sido asesinados. Otros dos están en el centro de detención -le dijo.
Hunter apartó la mirada, enterrando su rostro en las manos.
-Seis muertos -repitió en voz baja-. Alguien avisó a los imperiales. Sabían exactamente donde se reunía mi gente.
-¿Por eso saliste apresuradamente de la cantina?
Él asintió con la cabeza.
-Pero lo que no sabían era que yo iba a llegar tarde.
-Debido a que estabas jugando al sabacc conmigo.
-Sí –dijo-. Si hubiera llegado a tiempo, no creo que estuviera aquí ahora.
-Ha pasado mucho tiempo desde que las cosas pintaban tan mal. -Metallo hizo una mueca-. Tengo un espía rebelde herido escondido debajo de las planchas de la cubierta de mi nave. Y mi copiloto ha sido arrestado.
Una mirada de asombro frunció la frente de Hunter.
-¿Han arrestado a Matt?
-¿Puedes creerlo? Entre millones de planetas con tropas imperiales, terminamos en un puerto donde un oficial lo ha reconocido.
-¿Por qué lo buscaban?
-Es un desertor -dijo.
-¿Desde cuándo te asocias con delincuentes buscados, Tere?
-No sabía que Matt había estado en la armada hasta hace un par de horas. Hablando de criminales... ¿desde cuándo te asocias con la Alianza Rebelde?
Él sonrió.
-Hace ya casi tres años. Hemos estado haciendo pequeñas cosas aquí en Kabaira. Ya escuchaste a Treimar.
-No es uno de los vuestros, espero...
-No, no. Habla demasiado. -Hunter se echó a reír, haciendo una mueca cuando otra punzada de dolor recorrió su brazo.
-De modo que robando suministros médicos...
-Y armas -añadió Hunter-. Los productos médicos han sido enviados a la flota rebelde fuera del planeta. Ellos necesitan desesperadamente nuestra ayuda.
-¿Y las armas?
-Las estamos almacenando aquí para utilizarlas contra el Imperio.
-¿Crees que alguien de vuestra organización es un traidor?
-Ciertamente parece que es así -asintió con la cabeza.
Cuidadosamente, Metallo pasó el dedo por la cicatriz de su mejilla.
-¿Alguna idea?
Hunter alzó las cejas con aire inquisitivo.
-¿Una fuga de la cárcel? ¿No tienes ya suficientes problemas? -le preguntó.
-No voy a dejar que Matt se pudra en una celda imperial. Tú también tienes amigos encerrados -le dijo Metallo-. Tal vez podamos hacer que tu informante se descubra en el proceso.
Hunter la miró.
-Sabía que había una razón por la que vine a ti en busca de ayuda.
-Mira –insistió, yo sólo estoy haciendo esto para conseguir que Matt...
-Claro -asintió él con la cabeza-. ¡Y un ojo de rancor! -Poniéndose serio, dijo-: Sabes que es posible que no salga bien...
-Lo sé, lo sé –dijo-. Venga, vamos. Vamos a necesitar más ayuda para esta operación. Y apuesto a que tu gente conoce ese edificio del cuartel general mejor que la palma de sus manos.
-Sí –confirmó Hunter, levantando su brazo para que Metallo pudiera ayudarle a subir.
Sonriendo, ella agitó la cabeza.
-Esto es realmente hermoso, Hunter. Menuda pareja formamos... Una mujer de Riileb bastante llamativa, acarreando a un hombre con una herida de bláster. ¿Crees que alguien se fijará?
-Esto ha sido idea tuya, ¿recuerdas?
-Correcto -asintió con la cabeza, ayudándolo a ponerse de pie-. Vamos.

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