lunes, 29 de abril de 2013

Pasajes (I)

Pasajes
Charlene Newcomb

Voces distantes asomaron los bordes de su subconsciente; voces monótonas que hablaban suavemente en un lenguaje que había oído antes, pero que nunca se había molestado en aprender. Esforzándose para levantar la cabeza de la mesa, Matt Turhaya se frotó los ojos vidriosos por haber bebido una o varias cervezas de más. Le dolía la cabeza.
Flotaba música a través de la sala, los golpes rítmicos de las notas graves de un TecladoBase acentuando voces que crecían en intensidad a medida que Matt regresaba de su estado semi-consciente. Centrándose en su entorno, finalmente recordó dónde estaba. La cantina.
A mitad de camino a través del recinto del bar, estaba en marcha una fuerte discusión. Matt reconoció al wookiee. Pero nunca antes había visto en la cantina al adversario del enorme alienígena. Pensándolo mejor, no recordaba haber visto nunca a nadie como ella. Su cabeza estaba completamente calva a excepción de una larga trenza plateada de que le colgaba hasta muy por debajo de su cintura. Ella había entrelazado en su interior un lazo negro y sedoso, lo que añadía un aire de elegancia a su apariencia, una apariencia que tal vez sólo los machos de su especie podrían encontrar atractiva.
Hablando en la lengua materna del wook, lo miró fijamente con unos ojos que se cruzaron con los de él; sólo medía aproximadamente un centímetro menos que él. Con dedos largos y delgados, golpeaba rápidamente en pecho peludo del wookiee como una andanada de fuego de artillería. O era estúpida, o muy valiente, decidió Matt mientras se pasaba una mano por su rostro desaliñado.
Matt se dio cuenta de que los demás clientes de la cantina habían dejado un amplio espacio a su alrededor. Ella posó suavemente su mano en el DL-44 enfundado en su cintura. Giró la cabeza ligeramente hacia el camarero. La luz iluminó su piel de color gris pastoso y, por primera vez, Matt pudo ver la cicatriz dentada que cruzaba su cara justo debajo de su ojo derecho.
El wookiee ladró a la hembra. Ella gruñó una respuesta airada, luego miró a su alrededor en la habitación. Sus ojos rosados se cruzaron con los de Matt. Ella dejó de fruncir el ceño y las dos antenas con forma de estambre encima de su cabeza temblaron. Matt le sostuvo la mirada. Todo en la habitación parecía haberse detenido, congelado en el tiempo y el espacio. Ella tenía los ojos llenos de dolor –su mismo dolor-, no la mirada de lástima o repugnancia que había recibido de otros seres cientos de veces. Algo parecía unirlos, como si fueran una sola mente. Y de alguna manera, a pesar de que ni siquiera se conocían entre sí, sabía que ella lo entendía mejor de lo que nadie lo haría jamás.
Ella se giró para enfrentarse al wookiee, ladrando otra réplica. Los ojos azules del wookiee se abrieron como platos, y luego rió a carcajadas. Ella sonrió, dándole palmadas en la espalda. Todo el mundo que estaba atento a la situación se relajó visiblemente.
Matt la miró durante unos segundos más, incapaz de apartar sus ojos de ella. Temblando, respiró hondo y tomó el vaso que estaba sobre la mesa. Vacío. Lo observó, haciendo girar el recipiente en su mano y mirando cómo la luz se reflejaba en un prisma de colores, preguntándose si alguna vez podría volver a maravillarse de esos pequeños milagros. Preguntándose si alguna vez podría volver a preocuparse por nada o por nadie. Durante un instante o dos, quedó perdido en otro tiempo, en otro lugar, cuando de repente una voz familiar resonó en toda la habitación. Colocando el vaso sobre la mesa, Matt se sujetó la cabeza entre las manos.
-Muy bien. ¿Dónde está? -Incluso con la banda tocando de fondo, la melódica voz de barítono de Jamie Turhaya sobresalía por encima del zumbido constante de las conversaciones en la cantina-. ¿Dónde está mi hermano? -preguntó.
El hombre de cabello rubio y piel bronceada resultaba una figura hermosa en comparación con la mayoría de los clientes habituales de la cantina. La fuerte línea de la mandíbula y los pómulos altos hacían destacar su rostro. Era más alto que su hermano menor, su cuerpo más musculoso. Jamie vio a Matt, y luego se abrió camino a través de media docena de mesas.
-Vamos, Mattie –dijo-. Es hora de volver a casa. Mañana va a ser un largo día en el taller. Necesitas una buena noche de descanso para ser capaz de ayudar.
Gruñendo, Matt pasó el brazo por los hombros de Jamie y voluntariamente dejó que su hermano mayor le arrastra a casa. Trató de no escuchar las palabras que ya había oído antes.
-Sabes, Matt, has estado aquí durante seis meses. No puedes seguir haciéndote esto -dijo Jamie, con un tono que no pretendía ser condescendiente.
Matt sabía que Jamie le quería mucho. Había lidiado con la embriaguez de Matt, lo había cuidado en su melancolía, y se había negado a darlo por imposible sin importar lo que dijeran los demás.
-Sé que has pasado por muchas cosas -continuó Jamie-, al perder a Anii y a Alex con un año de diferencia... es una carga terrible. Pero, Matt, tienes que seguir adelante con tu vida...

***

Escombros. Hasta donde le alcanzaba la vista. Ni una sola casa se alzaba en lo que antes habían sido las ondulantes colinas verdes de Janara III. Una neblina marrón cubría las ruinas. El humo se elevaba hacia el cielo oscuro.
Matt cayó de rodillas entre las ruinas de la casa de su familia. Repasó los pedazos rotos de su vida... plastiacero de la mesa, un trozo de cerámica de un precioso florero, platos rotos. Su emoción creció cuando descubrió parte de un holomarco de mármol que su esposa había regalado a sus padres. Con las dos manos, excavó en el polvo y encontró -quemado, medio destrozado, con los bordes curvados- un holo de Anii con Alex. Era el único pedazo de su esposa y su hija pequeña que le quedaba.
Temblando, miró hacia arriba, manteniendo el holo cerca del pecho. Una figura lejana en el horizonte llamó su atención... una sombra fantasmal que vigilaba la tierra... la armadura blanca de un soldado de asalto imperial. El Imperio al que una vez sirvió había sido el responsable de esta destrucción.
Las lágrimas corrían por su rostro.
-¡No! -gritó. Un viento frío e implacable gimió, llevando su voz a través del paisaje lleno de cicatrices.
Acurrucándose en el suelo en posición fetal, Matt agarró con fuerza el holo mientras el sol se despedía de la ciudad de Sreina...
Asomando su ardiente cabeza naranja en el horizonte, uno de los soles gemelos anunció otro día cálido y seco en Tatooine. La luz del sol se filtraba por una grieta en las cortinas parcialmente cerradas. A medida que el sol se alzaba más en el cielo, un torrente de luz cayó en el sofá, sobre la cara de Matt. Despertando de repente, sorprendido por el resplandor en sus ojos, se sentó abruptamente mientras la pesadilla huía de sus sentidos.
Jamie roncaba ruidosamente en la parte trasera de la casa. Matt volvió a derrumbarse en el sofá donde había dormido la mona de la mayor parte de los efectos de su visita a la cantina. La cabeza ya no le dolía, pero se sentía aturdido, emocionalmente agotado. Durante un largo rato, simplemente se quedó allí escuchando el monótono zumbido del generador del climatizador. Finalmente se levantó, se vistió en silencio, y luego se deslizó a las calles de Mos Eisley.
Atajando por un callejón oscuro al otro lado de la calle de la tienda de su hermano, Matt pasó por la tienda de recuerdos de Heff, aún oscura. Para ser una ciudad que rara vez dormía, Mos Eisley parecía inusualmente tranquila esa mañana. Incluso el predicador de la esquina de la calle aún no había tomado posesión de su puesto.
Dentro de la entrada de la cantina, Matt dejó que sus ojos recorrieran lentamente la habitación.
-¿Tan pronto de vuelta, Matt? -le saludó desde la barra Jaresh, uno de los habituales.
Matt saludó con la cabeza al hombre viejo y malhumorado y bajó lentamente las escaleras para reunirse con él y tomar una copa. Pero algo en el otro extremo de la habitación le llamó la atención. La hembra humanoide estaba allí, inmersa en un juego de sabacc, golpeando suavemente con los dedos sobre la mesa.
Su mirada recorría la mesa de sabacc, con sus antenas temblando casi imperceptiblemente. El twi’lek Cha'ba, un "hombre de negocios", como se refería a sí mismo, jugueteaba con sus créditos. Pira Bland, un camello de especia chandrilano, levantó su jarra y tomó un trago de cerveza. Y el contrabandista corelliano a la derecha de la mujer se recostaba casualmente en su silla, agarrándose las manos detrás de la cabeza. Cuando Matt se acercó, le saludó con una inclinación de cabeza.
-Apuestas –dijo el crupier.
-Voy con 20 -dijo la mujer alienígena, lanzando sus créditos al bote.
-Veinte. Y 20 más -respondió Bland.
Cha'ba negó con la cabeza.
-Do chonda -dijo, poniendo sus cartas boca abajo sobre la mesa.
El corelliano se enderezó en su asiento, recogiendo las cartas de la mesa para estudiarlas. Pasó la mirada de Bland a la mujer humanoide. Mostrándole una sonrisa, le dijo:
-Muy bien, Metallo, quiero ver lo que tienes. Ahí van mis créditos.
Los valores de las cartas se materializaron cuando el crupier activó el aleatorizador. Bland puso los ojos en blanco. El corelliano sacudió la cabeza cuando Metallo puso boca arriba su mano ganadora y cogió el bote de sabacc.
-No sé cómo lo haces, Metallo -murmuró, lanzando sus cartas sobre la mesa-. ¿Todos los riilebs tenéis este talento natural para los juegos de azar?
Ella mostró una sonrisa socarrona.
-No tenemos juegos como este en Riileb –respondió-. Mi antiguo maestro me enseñó a jugar.
-¿Es así como conseguiste la cicatriz en la cara? -bromeó.
Matt vio la breve ola de dolor que atravesó el rostro de Metallo. El corelliano también la vio, y su sonrisa desapareció.
Metallo recorrió lentamente con su dedo la cicatriz de tres centímetros de largo. En voz baja, casi en un susurro, habló mientras miraba los rostros sentados frente a ella en la mesa.
-Esto lo hizo el Imperio -dijo. Había un dejo de amargura en su voz. Sus ojos se posaron en Matt y por un breve momento pareció atravesarlo con la mirada-. Sé que no soy la única que ha sentido su ira.
Todas las cabezas asintieron lentamente al unísono. Sólo el sonido de unos pies arrastrándose a través del viejo suelo de la cantina interrumpió sus pensamientos. Un wookiee se acercó a la mesa y le gruñó al corelliano.
-¿La nave ya está cargada? -preguntó.
El wookiee gritó una respuesta alterada.
-Muy bien, de acuerdo, estaré allí en un minuto. -El corelliano se levantó lentamente, mostrando a Metallo una sonrisa fanfarrona-. Bueno, Metallo, ¿qué puedo decir? ¡Este juego es demasiado para mí!
-¡Qué bien que te vayas ahora, viejo pirata! -se echó a reír ella de buena gana-. ¡Antes de que me quede con todos tus créditos!
-Sí, claro -dijo, dando la vuelta para irse.
-Cielos despejados, amigo mío –le dijo Metallo. Sus ojos rosas volvieron hacia el resto de jugadores-. Bueno, ¿qué tal otra ronda?
Matt se aclaró la garganta.
-¿Hay lugar para uno más? -preguntó.
Bland se rió entre dientes, señalando a Matt el asiento que acababa de dejar vacante el corelliano.
-Metallo acepta los créditos de cualquiera... ¡incluso los tuyos, Turhaya!
Metallo miró a Matt de nuevo.
-¿Otro corelliano? -preguntó ella.
Matt se sorprendió.
-¿Cómo lo sabes?
-Tu nombre... Turhaya... Es corelliano antiguo. Si no recuerdo mal, se traduce como "estrella brillante", ¿no es así?
Matt sonrió.
-Mi padre solía decir que significaba que la familia Turhaya estaba destinada a eclipsar a todas las demás. -Su rostro se agrió de repente. Su vida en estos últimos tres años había sido de todo menos brillante. Una prometedora carrera en la Armada Imperial había sido destrozada por la muerte de su esposa. Luego, menos de un año después, su hija había muerto durante una redada contra presuntos rebeldes en Janara III. Matt se pasó la mano por la frente-. ¿Puedo tomar un trago? –preguntó hacia el bar.
-Sí –exclamó Metallo-, tráenos un poco de té.
Matt frunció el ceño.
Metallo le miró frunciendo el ceño a su vez, con sus ojos fijos de nuevo en los de él.
-No aceptaré créditos de nadie que esté jugando borracho, Sr. Turhaya.
Una sonrisa asomó en la comisura de los labios de Matt.
-De acuerdo -dijo, mientras una amplia sonrisa se dibujaba en la cara de Metallo.

***

-¡¿Qué has hecho qué?! -gritó Jamie Turhaya, apartando la visera protectora de su cara.
Matt se encogió. Se alegró de que el chasis de un XP-38 mantuviera a Jamie a más de un brazo de distancia. Nunca había visto tanta ira en el rostro de su hermano.
-Aposté el taller de deslizadores en un juego de sabacc -repitió en voz baja.
-¡Matt, no tenías derecho! ¡Es mi taller! ¡No posees ni un crédito de él! -Jamie sacudió la cabeza con disgusto-. Santo cielo, Mattie, ¿en qué estabas pensando? Pensé que si te daba un trabajo... Oh, no importa. ¡Sólo vete de aquí!
-Lo siento, Jamie -dijo Matt.
-Que lo sientas no me devolverá el taller, Matt...
Metallo, demasiado curiosa para esperar en la bien cuidada oficina del taller, se situó en la entrada del garaje de Taller de Reparaciones de Deslizadores de Turhaya.
-Disculpen -interrumpió.
-Capitana Metallo -dijo Matt, volviéndose hacia ella. Era obvio por su expresión que había oído la mayor parte de la conversación-. Le estaba explicando...
Metallo levantó la mano para silenciar a Matt
-¿Usted es el hermano de Matt? -le preguntó a un asombrado Jamie.
-Sí –respondió-. Soy el dueño de este taller.
-Eso he oído, señor Turhaya.
Metallo miró a Matt.
-Escuche, capitana...
-¿Y Matt no es su socio en este negocio?
-Así es, capitana -dijo Jamie-. Matt trabaja para mí, eso es todo.
-Por lo tanto, Matt -Metallo frunció el ceño-, todavía me debes 150.000 créditos.
-¡150.000! -gritó Jamie-. Matt, ¿estás loco? ¿Estabas tan borracho...?
-Sr. Turhaya, por favor -dijo con calma Metallo-. Matt no estaba borracho. Está bastante sobrio, como se puede ver. Ahora, dígame, ¿su hermano es un buen mecánico?
Jamie asintió.
-Cuando se concentra en ello, es el mejor.
Metallo estudió a Matt.
-¿Sabes algo de naves espaciales, Matt?
-Es bueno con las naves -intervino Jamie antes de que Matt pudiera responder.
-Mi carguero necesita algunas reparaciones, aunque no por valor de 150.000 créditos... y llevo un tiempo buscando un co-piloto.
-¿Co-piloto? -preguntó Matt con cautela.
-Puede trabajar para pagar lo que le debe -añadió Jamie.
Metallo pasó la mirada de Matt a Jamie, y luego de nuevo a Matt.
-El Búsqueda Estelar está en la bahía de atraque 87. Nos vemos allí en dos horas -le dijo mientras se giraba para irse.
-Allí estará, capitana –le dijo Jamie.
Matt puso mala cara, mirando ceñudo a Jamie.
-Tal vez esto sea algo bueno, Mattie -le dijo Jamie a su hermano menor.
-No lo sé, Jamie.
-Tengo un presentimiento sobre ella. Me gusta. -Jamie sonrió, luego se puso serio-. ¿Sabes? Esto podría ser un nuevo comienzo para ti, Matt. Trabajar en las rutas espaciales... siempre te han gustado ese tipo de cosas. Sólo trata de permanecer sobrio...
-Sin lecciones, por favor –dijo Matt haciendo una mueca.
-Matt, lo siento mucho. -Hizo una pausa, tratando de encontrar las palabras adecuadas, mientras posaba una mano sobre el hombro de su hermano-. No he sabido ayudarte a superar tu pasado.
Una niebla nubló los ojos de Matt. Dándose la vuelta, apartó con la mano las lágrimas que amenazaban con empañar su visión.
-No es tu culpa, Jamie. Es algo con lo que tendré que vivir siempre.
-Recordarlas es una cosa, Matt, pero puedes aferrarte a ellas para siempre -dijo Jamie, tragándose el nudo en su garganta-. Tienes que aprender a dejarlas ir.
-Es muy duro -dijo Matt, mirando hacia atrás en dirección a su hermano, sin avergonzarse ya de que Jamie viera las lágrimas que corrían por sus mejillas-. Nunca has estado enamorado, ¿verdad, Jamie?
-No, no lo he estado, Matt –admitió-. Pero sé lo que Anii significaba para ti...
-¿De verdad? –El rostro de Matt estaba atormentado por el dolor, sus ojos ardían con una pasión, una rabia que se había vuelto demasiado familiar para Jamie.
-Tal vez no, Matt. Pero, ¿no lo ves? Te están dando otra oportunidad -dijo Jamie, con sus propios ojos también llenos de lágrimas-. Todo lo que estoy diciendo es que no dejes que las sombras de ayer nublen tus mañanas.
Matt asintió, aunque en realidad no creía que tuviera la fuerza -o el valor- de dejar ir esos viejos recuerdos.
-Eres un buen hombre, Matt Turhaya -Jamie lo abrazó con fuerza-. Puedes hacer que esto funcione -agregó en voz baja-. Sé que puedes hacerlo.

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