martes, 23 de abril de 2013

Kella Rand, informando... (y III)


La satisfacción todavía corría por sus venas un poco más tarde, cuando Kella dejó la oficina, con la aerocámara siguiéndole detrás zumbando como un vartlett domesticado. Tras un breve debate, ella y Nostler habían acordado que no podían entregar sin más el clip de vídeo a las Autoridades del Consejo. Si uno de los guardias estaba implicado en el asesinato, podrían estarlo también otros, y no querían arriesgarse a que terminase en las manos equivocadas.
Eso dejaba sólo una persona que Kella creyera que podría ser capaz de ayudar: L'varren. Con la Nueva República siendo culpada de la muerte de Barayel, el embajador podría tener cierto interés en ayudarla a asegurarse de que su tarjeta de datos -y la prueba de la inocencia de la Nueva República- llegase a las personas adecuadas.
Su informe, que esperaba en el banco de noticias de la oficina a que llegase el droide mensajero dentro de una hora más o menos, incluía el video incriminatorio, y una segunda copia se encontraba  mezclada entre las tarjetas que cubrían el fondo de su bolso de datos. Si se daba prisa, podría tener tiempo para agregar una actualización.
L’varren y su comitiva diplomática se alojaba en el mismo hotel que ella, a sólo unas manzanas de la oficina de RGN, y prestando sólo una atención superficial al ligero tráfico nocturno que pasaba junto a ella, Kella recorrió mentalmente su lista de reportera mientras caminaba. El quién, el qué, el cuándo, el dónde y el cómo de la explosión parecían claros, pero no el por qué.
Todavía estaba dándole vueltas a los posibles motivos cuando un disparo bláster chisporroteó a escasos metros sobre su cabeza, chocando contra una fachada de mármol y haciendo saltar esquirlas de piedra calientes sobre sus hombros.
Kella estaba en el suelo antes siquiera de darse cuenta... por suerte, ya que un segundo disparo, más bajo, siguió al primero, haciendo brotar un surtidor de chispas brillantes de la pared en el lugar donde había estado su cabeza. Un fuerte crujido a su izquierda llamó su atención y, con un escalofrío, se dio cuenta de que un macetero de piedra lleno de alegres flores acababa de salvarle la vida.
Susurrando a la aerocámara para que descendiera, se acomodó mejor detrás de la limitada cobertura y trató de evaluar la situación. Pensaba que los disparos provenían de algún lugar al otro lado de la ancha calle, pero no estaba segura de la dirección exacta, y no se atrevía a asomar la cabeza para echar un vistazo. Inmovilizada así, era terriblemente vulnerable. Los pocos transeúntes que podía ver cerca no iban a ser de mucha ayuda: como ella, se habían arrojado a la acera, o cobijado en los portales cercanos. Nadie parecía estar dando la alarma.
El vello de sus brazos se erizó. Mientras ella estaba ahí dudando, su atacante podría estar moviéndose hacia una posición mejor para acabar el trabajo. A regañadientes, había decidido sacar su propio bláster y tratar de abrir fuego de cobertura mientras hacía una carrera desesperada hacia un lugar seguro cuando, apenas a un par de metros de distancia, una puerta se abrió y un hombre con un increíble traje púrpura salió, exigiendo saber qué demonios estaba ocurriendo allí.
Kella vio su oportunidad. Como un cangrejo, se escabulló junto a él, cruzando la puerta ornamentada e irrumpiendo, no en una tienda como había esperado, sino en un restaurante de lujo. Un droide dorado con una pajarita negra se quedó atónito al verla agachada en el vestíbulo decorado con buen gusto y los comensales bien vestidos se quedaron boquiabiertos de asombro cuando ella se puso de pie y corrió zigzagueando por entre las mesas hacia la parte posterior del edificio. Captó rápidos vistazos de lujosos manteles rojos y brillantes cubiertos mientras buscaba otra puerta. Tenía que haber una entrada trasera a través del área de la cocina, y desde allí, podría escapar... ¿a dónde?
Irrumpiendo por una puerta en la parte trasera, esquivó por poco a un androide camarero cargado con una bandeja de platos humeantes. Pegándose contra un mostrador para poder pasar junto a él, vio otra puerta, ésta con el letrero "salida" escrito en básico con grandes letras, y salió a un callejón mal iluminado, sorprendiendo a algunos roedores de piel curtida husmeando en un rebosante cubo de basura. Arrugando la nariz ante el poco apetitoso olor que emanaba del pavimento pegajoso, corrió por el estrecho callejón con la aerocámara zumbando a su espalda.
Todavía no había señales de persecución cuando el callejón desembocó en una calle unos cientos de metros más adelante, así que Kella se quedó oculta en las sombras mientras recuperaba aliento y meditaba su próximo movimiento.
Con la tarjeta de datos y su vídeo incriminatorio en el fondo de su bolso de datos, no era difícil entender por qué alguien estaba detrás de ella. Lo que seguía siendo un misterio era quién, y cómo se había enterado de lo que tenía.
Sus pensamientos se posaron en Nostler y los otros dos reporteros de la oficina. Odiaba pensar que uno de los suyos pudiera estar involucrado en esto, pero no había muchas alternativas. Analizando sombríamente sus opciones, decidió seguir con el plan original de ponerse en contacto con L’varren. Al menos él tenía un grupo de agentes de seguridad que podría ofrecer cierta protección mientras ella y el embajador decidían qué hacer con el clip de vídeo.
Asomándose con cautela fuera del callejón, identificó con inquietud al menos una docena de potenciales escondites para un francotirador. Pero no había otra manera. Extremadamente alerta ante cada pequeño destello de movimiento, comenzó a avanzar por la calle. Diez tensos minutos después, llegó al hotel.
Alzándose majestuosamente hacia el cielo nocturno, el edificio era un injerto completamente moderno que destacaba entre sus compañeros de piedra circundantes. Aunque era una vista impresionante, lo que llamó la atención de Kella fue la alterada multitud que se agolpaba en su base. Deteniéndose al pie del largo tramo de escaleras que conducía a la entrada, contempló la escena que tenía delante.
Manifestantes con pancartas proporcionaban carnaza para las aerocámaras que flotaban escaleras arriba y abajo, mientras que sus reporteros entrevistaban a algunos de los manifestantes... o descansaban sobre las jardineras de piedra de los alrededores, al parecer dispuestos a esperar toda la noche, si fuera necesario, para atrapar a L'varren y conseguir una declaración suya con respecto a estos nuevos acontecimientos. Unos cuantos carteles escogidos destacaban del resto, y Kella pensó irónicamente que los "imperialistas Indu", como llamaba en privado al consorcio empresarial con el que había hablado anteriormente, estaban aprovechando los eventos del día al máximo para registrar sus sentimientos anti Nueva República. Las redes de noticias parecían muy dispuestas a ayudar a avivar las llamas.
Eso ya lo veremos, se dijo con aire de suficiencia, empezando a subir las escaleras. Con la atención centrada en su destino, apresurándose a cruzar el vestíbulo y dirigiéndose a los turboascensores que se encontraban al fondo, al principio no se dio cuenta.
Pero entonces se sobresaltó, boquiabierta, al reconocer al hombre que estaba junto a una holoescultura decorativa frente al vestíbulo. Juloff, uno de los periodistas de la agencia. Y junto a él... Darme.
La habían visto. Su corazón se hundió con la revelación tardía. Por supuesto, probablemente la habían estado esperando. Juloff asintió con la cabeza en respuesta a algo que dijo Darme, y mientras empezaron a cruzar decididamente el vestíbulo hacia ella, Kella estudió sus expresiones implacables y supo que estaba en problemas.
Bueno, se acabó, pensó, y corrió hacia los turboascensores. Cuando llegó, uno de ellos estaba descargando pasajeros, y se introdujo entre las personas que salían, golpeando el botón de cierre tan pronto como estuvo dentro. Una pareja que no había tenido tiempo de bajar del elevador la miró alarmada cuando sacó su bláster y presionó el número del piso de L’varren en el panel de llamada.
Mientras las puertas se cerraban, alcanzó a ver las caras enojadas de sus perseguidores, y cuando el ascensor comenzó a acelerar hacia arriba, Kella sacó su comunicador e hizo lo que se había jurado que nunca volvería a hacer después de ese incidente del año anterior... tecleó la frecuencia personal de L'varren.
Contestó al segundo tono. Su voz sonaba precavida.
-L'varren.
-Embajador, soy Kella Rand -se identificó-. Perdone que le moleste, señor, pero tengo que verle de inmediato.
-¿Kella? -preguntó vacilante-. Ahora mismo estoy un poco liado. Tal vez mañan...
Reconociendo las evasivas, se apresuró a interrumpirle.
-Señor, le pido disculpas, pero necesito verle ahora. –Por un momento, se preguntó cómo explicarle la situación, pero luego simplemente siguió adelante sin rodeos-. Tengo una prueba bastante buena de que su ayudante no mató a Barayel, y de quién lo hizo, y por qué. Sin duda eso vale un momento de su tiempo.
-¿Prueba? –preguntó bruscamente el diplomático-. ¿Qué clase de pruebas?
-Un clip de vídeo –dijo ella-, que muestra cómo es colocada la bomba. Y no fue Aden quien lo hizo, precisamente. Ese tipo está muy vivo, y en estos momentos me está persiguiendo. Por desgracia, no está demasiado lejos. -Al otro lado del ascensor, la pareja abrió los ojos como platos y se encogió contra la pared-. Señor, ahora mismo estoy subiendo. Puedo mostrárselo.
-Me gustaría verlo -le aseguró secamente-. ¿Han sido notificadas las Autoridades?
-Hay un pequeño problema con eso -le dijo Kella-. Al menos un agente de la Autoridad estuvo involucrado.
Por un instante, se preguntó si su conversación estaba siendo monitorizada, pero decidió que a esas alturas ya apenas importaba.
-Ya veo .dijo-. De acuerdo, te veré en un momento, Kella. Estoy deseando que llegues.
-Igualmente -murmuró en voz baja. Apagando el comunicador, lo dejó caer en la bolsa de datos, donde tintineó suavemente al chocar contra la tarjeta de datos incriminatoria. Una rápida mirada indicador del turboascensor mostró que ya casi estaban, y se preguntó con inquietud a qué distancia la seguirían sus perseguidores. Esperaba no tener que hacer una carrera contra ellos -o contra un disparo de bláster- por el largo pasillo hasta la esquina de la habitación de L'varren.
Una idea repentina acudió a su mente, y golpeó el botón de parada en el panel de control. Sus involuntarios pasajeros entraron en tensión para escapar, pero quedaron visiblemente decepcionados cuando el ascensor se detuvo entre dos pisos y la puerta permaneció cerrada.
-Aerocámara, abajo -exclamó ella, sacando la valiosa tarjeta de datos. Cuando el dispositivo descendió zumbando cerca del suelo, abrió la tapa de su panel de acceso y sacó la tarjeta de datos nueva, sin usar que llevaba, deslizando en su lugar la otra tarjeta de datos. Una luz en el borde de la aerocámara comenzó a parpadear en rojo, indicando que la tarjeta de datos estaba llena y no podía registrar más información. Rutinariamente, fijaba el contenido de todas sus cartas después de usarlas, por lo que nunca había peligro de grabar accidentalmente sobre ellas.
En este caso, si no conseguía llegar a la suite de L'varren, la luz intermitente de la aerocámara les alertaría de que ahí había algo para ser visto.
Poniendo el turboascensor otra vez en marcha y cerrando de nuevo el panel de la aerocámara, le ordenó:
-Vete directamente a la Suite 44-1.
Casi como una idea de último momento, cambió la configuración de su pistola para aturdir. Si había algún tiroteo, ella no quería matar a nadie. Los asesinos muertos no podían confesar.
Cuando las puertas se abrieron, asomó la cabeza con cautela y miró a ambos lados del pasillo. El camino parecía despejado. Agarrando con más firmeza el bláster, salió, pero antes de que llegara más allá de las puertas del otro turboascensor, se abrieron, y con asombrosa rapidez, Darme se abalanzó sobre ella y la agarró.
Sujetó la mano de su arma con facilidad profesional, y le rodeó la garganta con su fuerte brazo, presionando dolorosamente, arrastrándola hacia su turboascensor. Jadeando, Kella vio la aerocámara que avanzaba zumbando por el pasillo hacia la suite de L'varren. Las puertas se cerraron y jadeó de nuevo cuando él tiró de su muñeca, enviando una llamarada incandescente de dolor por su brazo, seguida de adormecimiento. Kella sólo supo que había dejado caer la pistola cuando él la pateó hacia el otro lado del ascensor y se deslizó hasta detenerse contra la pared. Tomando conciencia de la situación con una brusca oleada, se dio cuenta de que tenía un vibro-cuchillo cerca de su cara.
-¿Qué tal si eres lista y entregas el clip de vídeo, eh? –le dijo al oído en voz baja, y ella se estremeció al oír un tono tan calmado y casual procedente de un hombre que sostenía un cuchillo en su garganta.
Forzando a su voz a mostrar una calma que ella no sentía, asintió cuidadosamente.
-Si insiste...
-Insisto –dijo él. Pasándose el arma a la otra mano, la rodeó y deslizó sus dedos en la bolsa de datos que colgaba en su costado. Plenamente consciente de la cuchilla vibratoria, tan cerca que casi podía sentirla cortándole mechones de cabello, Kella se puso rígida, pero se mantuvo en silencio mientras él realizaba su búsqueda. Extrajo para su inspección su tarjeta de crédito identificativa, su cuaderno de datos, la llave de su habitación, y algo de calderilla en moneda local, antes de arrojarlos bruscamente al suelo.
Se guardó el puñado de tarjetas de datos, empujando a Kella y metiéndose las tarjetas en su chaqueta en el mismo movimiento rápido. Kella chocó contra la pared del ascensor, se dio la vuelta, y encontró a Darme recogiendo su propio bláster y apuntándole con él. Se quedó helada.
-En realidad no le servirá de nada, ¿sabe? -le dijo ella, incapaz de reprimir un repentino último acto de desafío-. Aunque se deshagas de mi copia del clip de vídeo, no se librará de la que ya está cargada en el banco de noticias. Una vez que el mensajero recoja el paquete de mensajes, no podrá encubrir esto, no importa lo que me haga.
Él sonrió, una mera exhibición de dientes.
-El informe que archivaste ya no existe -corrigió cortésmente-. Cuando llegue el droide mensajero, no habrá ningún informe en absoluto de la infame Kella Rand sobre este incidente.
Ella frunció el ceño.
-Unas pulsaciones de teclado por aquí, una eliminación de archivo por allá... -Él se encogió de hombros-. No es tan difícil hacer desaparecer un informe. Sobre todo con la ayuda de alguien con los códigos de acceso necesarios.
Juloff, por supuesto. Así que el reportero de la oficina realmente la había traicionado. De alguna manera, hacer que su informe de noticias desapareciera parecía aún peor que haberla usado como blanco para los disparos de la calle.
-¿Por qué? -le preguntó-. ¿Por qué haría eso?
-Porque es un leal ciudadano del Imperio -dijo Darme rotundamente-. Igual que yo. Y ningún gobierno rebelde advenedizo va a establecerse en Indu San, o poner sus dedos viscosos sobre nuestra gente. No mientras tengamos algo que decir al respecto.
Ella lo miró sin comprender, entonces el por qué encajó de repente en su lugar y todo cobró sentido para ella.
-¿De eso trata todo esto? -le preguntó.
-Por supuesto –dijo-. Y además está funcionando estupendamente.
Y así era.
Nostler había dicho que antes de haber sido expulsado, el gobierno imperial no había sido tan impopular; y Kella había visto por sí misma que el Imperio aún gozaba de cierto apoyo, como el del consorcio empresarial que tan acertadamente había apodado como "imperialistas indu". Al apoyar activamente al Imperio, los imperialistas ganaban más créditos, tanto a través de beneficios extraordinarios obtenidos de sus propios ciudadanos, como de contratos y contactos obtenidos por intercesión Imperial.
Se trataba de un grupo que claramente adoraría ver desacreditada a la Nueva República. ¿Qué mejor manera de lograrlo que endosarles un asesinato?
Kella recordó brevemente la espantosa escena de la sala del Consejo.
-Pero, ¿por qué matar a Barayel? -le preguntó-. Todo indicaba que iba a votar no a la alianza.
Darme resopló.
-Podría haberlo hecho... o tal vez no. Siempre fue un worrt resbaladizo. Así era mejor.
Ella intentó otra táctica.
-Pero, ¿qué pasa con lo que quiere el pueblo? Muchos de ellos parecían estar contentos de que el Imperio se hubiera ido.
-¡El pueblo! -dijo con desdén-. La gente no sabe lo que es mejor para ellos. Baja los precios, y seguirán a cualquiera, a cualquier parte. Ellos no entienden cómo funciona esto.
Pero ahora, ella sí lo entendía. Al igual que el Imperio que admiraba, Darme claramente pensaba en términos de pérdidas y ganancias... esa era su regla de medida, y no lo correcto y lo incorrecto. Abrió la boca para hablar de nuevo cuando el turboascensor se detuvo bruscamente con una sacudida, como si le hubieran cortado súbitamente la energía. Darme entrecerró los ojos con rabia, y maldijo mientras golpeaba el panel de mandos, tratando después de abrir la puerta. No consiguió nada.
Kella miró el indicador, que mostraba que estaban detenidos entre dos plantas. Con el bláster de Kella apuntándola y gruñendo "No te muevas", Darme extrajo de nuevo el vibro-cuchillo de nuevo, y lo introdujo con cuidado en la ranura donde las puertas se unían en el centro. Cuando consiguió separarlas un poco haciendo palanca, introdujo sus manos para terminar de abrir las puertas, dejando al descubierto la pared lisa del hueco del turboascensor. Asomando la cabeza por el pequeño espacio, estudió la pared oscura y gruñó de satisfacción al ver una escalera de servicio a su alcance.
Luego se volvió hacia ella, con un brillo frío en los ojos.
Alerta, Kella se agachó a un lado, pero no había ningún lugar donde ir. Mientras el rayo del bláster la golpeaba en la cara y caía al suelo, su último pensamiento fue de agradecimiento por haber cambiado la configuración del bláster de "matar" a "aturdir".

***

Se despertó con una sensación creciente. Cuando su cerebro se aclaró lo suficiente como para darse cuenta de que el turboascensor estaba otra vez en marcha, éste se detuvo, y su estómago dio una sacudida. Legañosa, levantó la cabeza cuando la puerta forzada se abrió y un bosque de piernas entró corriendo y se arrodilló a su alrededor.
-¡Kella! ¿Estás bien? -preguntó L’varren, ayudándola a sentarse. Todavía atontada, ella asintió con la cabeza y miró a su alrededor. Además de dos de los propios agentes de L’varren, reconoció las costuras rojas de las perneras de la seguridad del hotel de pie justo al lado del ascensor.
-¿Vieron el clip de vídeo? -preguntó ella, mirándole.
-Lo vimos, y también capturamos al sospechoso –respondió-. Seguridad lo atrapó saliendo a la fuerza del hueco del turboascensor unos pisos más abajo. Ha sido detenido y, espero, será acusado del asesinato de Barayel. Gracias a tus agudos ojos, mi ayudante y la Nueva República han sido limpiados de toda sospecha -agregó.
Kella sonrió débilmente.
-Sólo hago mi trabajo, embajador.
Las palabras parecieron resonar en su cabeza, y sintió una sacudida repentina de alarma.
-¿Qué hora es? -preguntó, liberando un brazo del agarre de L'varren y comprobando su cronómetro. Horrorizada, vio que eran las 23:54.
¿Sería demasiado tarde para alcanzar el droide mensajero?
-¿Dónde está el clip? -preguntó, luchando por ponerse de pie y saliendo del ascensor sobre unas piernas sorprendentemente dormidas. L'varren y los agentes la siguieron. El diplomático la miraba con preocupación.
-En mi habitación –dijo-. Junto con tu aerocámara.
-¡Tengo que hacer un informe completamente nuevo! -le dijo con urgencia-. El que grabé antes ha sido eliminado y no hay nada sobre el asesinato para que lo recoja el droide mensajero. Si es que aún no ha estado aquí.
Frunció el ceño ferozmente ante la idea.
Sin esperar que se le diera permiso, atravesó la puerta de la suite como un cañonazo. Encontrando la unidad de comunicaciones, introdujo apresuradamente la frecuencia de Nostler, rompiendo a hablar sin preámbulos en cuanto respondió.
-¿El mensajero se ha marchado ya?
-Kella, ¿dónde estás? –exclamó Nostler a su vez-. Algo gordo está pasando en el hotel de L’varren. Lo están precintando, no permiten que entre ningún periodista, pero tal vez...
-Ya estoy dentro -le interrumpió con impaciencia-. Robbe. El droide mensajero. ¿Se ha marchado ya?
-¡No! Todavía estás a tiempo para una actualización -le aseguró-. Un poco por los pelos, pero descargaré sus paquetes de mensajes antes de subir nuestros informes. Todavía puedes obtener la primicia, si te das prisa.
Kella cortó la transmisión y llamó a su aerocámara, repasando en su mente lo que tenía que hacer a continuación. Obtener una declaración rápida de la policía local, conseguir algunas citas de algunos consejeros indu, tal vez un pronóstico optimista de L'varren sobre la votación de mañana, hacer una rápida re-edición... todo a la velocidad de la luz.
Con una fina sonrisa, tecleó su código de acceso al banco de noticias y se puso a trabajar.

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