miércoles, 20 de febrero de 2013

Un duro invierno (I)

Un duro invierno
Patricia A. Jackson

En el fulgor implacable de los soles gemelos de Tatooine, el Mar de las Dunas parecía estar en llamas. Monótonas formaciones de arcilla endurecida y una gran extensión de dunas desérticas creaban un infinito dosel de aire recalentado. Un ligero viento a baja altitud soplaba sobre las crestas de las dunas, empujando constantemente arena y polvo contra los pies de aterrizaje del Inquebrantable.
A la llegada de la noche, la temperatura presionaba las escalas indicadoras más allá del máximo, ahogando a un ansioso Drake Paulsen mientras caminaba a la sombra de su carguero ligero Ghtroc, el Inquebrantable. Agitado, se agarró las mangas de su chaqueta de vuelo y la arrojó por la rampa hacia el corredor. Era poco alivio contra los vientos calientes. El joven socorrano se pasó las manos por su desordenada melena marrón de rizos sueltos, y luego jugueteó con los dedos en el pendiente dorado de su lóbulo izquierdo.
Soplando desde el desierto profundo, la dirección del viento cambió bruscamente. Como la mayoría de Tatooine, este lugar en particular no tenía nombre, ni méritos, sólo un conjunto de coordenadas que le había llegado de boca de compañeros traficantes de confianza. Ve a Tatooine; un amigo de tu padre está en problemas. Después habían llegado coordenadas precisas y planos vectoriales. Transmitiendo una urgencia que iba más allá de su críptico significado, la información había llegado en socorrano, meticulosamente ensayado por aquellos que ignoraban el lenguaje. En respuesta a ese llamamiento, Drake había recorrido media galaxia, llegando sólo momentos antes de la hora establecida.
Un gemido lastimero resonó suavemente desde el pasillo interior del Inquebrantable. Con las manos en las caderas, Drake se volvió hacia el contorno sombreado de su socio, la wookiee Nikaede. Traduciendo mentalmente palabras y frases, se encogió de hombros pensativo, observando el contorno curvo de la ballesta que ella sostenía en sus manos.
-Nunca tendrías un blanco claro con esa tormenta que se avecina -gruñó él, con un tono involuntariamente brusco en su voz.
Más allá del horizonte que comenzaba a oscurecerse, un muro de arena y polvo había creado una enorme nube opaca que se movía en su dirección. En su interior, Drake podía oír el viento, un rumor lejano que reverberaba contra la ladera de la pequeña cordillera.
-Sólo mantén tus ojos abiertos -gruñó y continuó dando vueltas con nerviosismo.
Al cabo de una hora, el frente de la tormenta había llegado, haciendo volar la arena y el polvo punzante. Preparado para hacer frente a lo peor de la tormenta, Drake se puso sus gafas de vuelo.
-¡Nikaede! -gritó desde la rampa-. ¡Sella los impulsores! Esto podría ponerse feo.
Recordando las tormentas de ceniza que plagaban su mundo natal, Drake se quedó mirando la tormenta, recortando Tatooine y sustituyendo cada imagen con una visión de su mundo natal, Socorro. Estos pensamientos bruscos del hogar le tocaron la fibra sensible, revolviendo una terrible sensación de extravío y vacío en su interior. Distraído, el joven pirata no se dio cuenta de la proximidad del peligro hasta que el sonido de pasos resonó por encima del viento. Sobresaltado, Drake se dio la vuelta, sacando su pistola en un movimiento fluido.
-¡No te acerques más! -gruñó en básico, reconociendo las ropas hechas jirones y el filtro de aire de un incursor tusken. Envuelto en la violencia del viento, el carroñero del desierto se detuvo brevemente, observando al pirata con fría arrogancia antes de reanudar su amenazador avance.
-¡Vete! -ladró Drake, mientras el intruso se acercaba un paso, obligándolo a retroceder otro paso más-. Te lo advierto -dijo entre dientes. Su espalda se encontró con una brusca resistencia, el cuerpo de un segundo incursor tusken-. ¡Nikaede! -chilló, cuando otras sombras comenzaron a moverse a lo largo del perímetro de la nave. Apartando de un codazo al carroñero del desierto, salió disparado hacia la rampa.
El asaltante se tambaleó hacia atrás, doblado, arrancándose trapos y pedazos de tela de su cabeza.
-Drake –exclamó con voz apagada-. ¡Soy yo! ¡Tait Ransom!
A pesar de la furiosa nube de polvo que les rodeaba, Drake reconoció la inconfundible melena salvaje de pelo negro que emergió del disfraz, y el rostro moreno que ésta enmarcaba.
-¡Eres tú!
Rugiendo con vehemencia, Nikaede corrió a través de la rampa de bajada, sosteniendo su arco de energía modificado. Gruñó ferozmente, acercándose protectoramente a su capitán, que estaba rodeado de extraños.
-Tranquila, Nik -dijo Drake riendo entre dientes-. Mira quién es.
-Veo que aún mantienes la misma compañía -rezongó el contrabandista, masajeándose una costilla magullada-. Mira, Drake -dijo secamente-, no hay mucho tiempo. Me alegra ver que recibiste mi mensaje.
-¿Tú enviaste esa llamada de socorro?
-No es para mí -dijo Tait. Frunciendo los gruesos labios, silbó fuertemente, una nota vacilante que trascendía el viento. En respuesta, varias figuras se deslizaron por la arena, a través de la oscuridad y hacia la nave. Mientras se acercaban, llevaban con ellos un cuerpo inerte, inmóvil. Luchando débilmente, la cara del hombre estaba hinchada y enrojecida por la fiebre, con gran cantidad de cicatrices y heridas.
-¡Toob! -gritó Drake con horror. Reconoció las horribles cicatrices, sabiendo que tenían casi dos años más de antigüedad de lo que parecían. Uno de sus ojos había desaparecido, y la cuenca había sido cubierta con un descolorido parche de piel escamosa. El otro ojo no era humano, sino un implante cibernético que brillaba intermitentemente, como si funcionase mal.
-Es un duro invierno, cuando un contrabandista llega al final de sus días -susurró con tristeza Tait. Se apartó a un lado de la rampa, indicando a sus hombres que subieran al carguero.
-¿Qué pasó? -La wookiee gruñó amenazadoramente; Drake la hizo callar con una mirada severa-. ¡Acompáñales a mi camarote!
Cuando el socorrano se volvió hacia él en busca de respuestas, Ransom agitó la mano delante de su rostro, restando importancia.
-Olvida los detalles, Drake, yo realmente no los conozco. No sé qué le pasa o cómo llegó a este estado.
Inclinándose en la cintura, sacudió la arena de su filtro de aire, golpeándolo ligeramente contra su talón. En un extraño dialecto, indicó a su gente que se apartasen del Inquebrantable.
-Bueno, ¿entonces qué sabes? –rezongó Drake.
-Se está muriendo -susurró Tait con arrogancia-. Y ya estaría muerto si no le hubiera seguido de cerca. -Observó al socorrano cuidadosamente para ver su reacción-. Jabba tiene una peculiaridad acerca de las personas que mueren en su palacio. Una muerte inútil es una muerte sin sentido. Si no es divertido, o al menos rentable, entonces trae mala suerte. Y Jabba odia la mala suerte. -Encogiéndose de hombros, Tait comenzó a caminar de vuelta hacia la tormenta-. Nos ordenó que le arrojásemos en el desierto. Afortunadamente, yo tenía un cargamento de especias que entregar y eso me dio el tiempo suficiente para hacer correr la voz.
-¿Pero por qué? -preguntó Drake-. ¡Toob nunca le ha fallado a Jabba!
-Esto no tiene nada que ver con fallarle a nadie, Drake. -Reconociendo el carácter del socorrano, Tait siseó-: ¡No te hagas grandes ilusiones, chico! Esto no es Socorro y no estamos hablando de Abdi-Badawzi. -Cogió a Drake por el cuello, complacido por el temeroso brillo que nublaba los ojos del muchacho-. Aquí estamos en la primera división. Tu papá no está aquí para recoger los pedazos si te equivocas. -Al soltar al socorrano, susurró-: Es mejor que te vayas al otro lado de la galaxia. -Ransom se puso su máscara y su filtro respirador-. Espera a que pase la tormenta antes de abandonar el planeta.
Tan silenciosamente como había llegado, desapareció en la tormenta de arena.
Subiendo la rampa a la carrera, Drake inició la secuencia de cierre. Una repentina ráfaga de viento sacudió el Inquebrantable, golpeando a través de los conductos de ventilación y los cilindros abiertos.
-¡Nikaede, fija los soportes de aterrizaje y bloquea todos los conductos de ventilación! -Su voz resonó por el pasillo, ahogada por el aullido del vendaval de afuera-. ¡Asegúrate de que los escudos de las bobinas del impulsor estén activos!
Saliendo del camarote del capitán, la wookiee rugió indicando que había entendido las órdenes, deteniéndose brevemente para mirar a su compañero y luego a la cabina. Un gemido lastimero escapó de su boca con grandes dientes.
-No te preocupes -le susurró Drake-. Me ocuparé de él yo mismo. Sólo cierra esos respiraderos y asegúrate de que el hiperimpulsor funciona. Puede que necesitemos usarlo a toda prisa. –Cuando la wookiee se retiró, el socorrano vaciló en la puerta de su camarote personal. De mala gana, entró, forzando una larga y temblorosa respiración en sus pulmones. Arrodillándose junto a la litera integrada en el mamparo, se quedó mirando a la figura marchita que había bajo las mantas y vio cómo el anciano se estremecía y gemía en su delirio. Tomando el botiquín y una toalla antiséptica de su interior, suavemente limpió la frente febril de Toob, frunciendo el ceño conforme la suciedad y el polvo se pegaban a la tela y dejaban al descubierto la carne mutilada y quemada por el sol de la cara del corelliano-. ¿Toob? -susurró.
Con un parpadeo, el ojo se abrió, con sus bordes hinchados y rojos por la fiebre. Asentada en la cuenca de carne suelta, la unidad cibernética zumbó ruidosamente, enfocando al joven pirata. Brevemente, una leve sonrisa se formó en los labios llenos de ampollas de Toob.
-Drake -murmuró con voz ronca-. ¿Realmente eres tú, muchacho?
-¿Quién si no? -susurró Drake. Tal como había hecho tantas veces cuando era niño, tomó la mano del contrabandista y presionó la palma contra su frente. Luchando contra las lágrimas, recordó la fuerza de esa mano tan sólo 10 años atrás y cómo había sido capaz de acunarlo y protegerlo. Drake miró, impávido, el arruinado rostro del corelliano, recordando cómo un encuentro traumático con un detonador termal casero había dejado siete hombres muertos y dos supervivientes, uno que perdió una pierna, y el otro los ojos. Todo como resultado del intento fallido de un cazador de recompensas por conseguir la fama. Un parche suave y amarillento de piel callosa cubría lo que debería haber sido el ojo izquierdo y su cuenca. Poco después de perder el ojo derecho debido a la radiación, fue sustituido por la óptica cibernética.
Bañado en sudor frío, Toob balbuceó:
-Yo... sabía que ese granuja... Tait Ransom... te encontraría -dijo con voz ronca. Presa de un violento espasmo de dolor, el corelliano se encogió, tosiendo. Gimiendo miserablemente, se relajó sobre las almohadas, temporalmente atrapado entre la inconsciencia y la vigilia.
-Tranquilo -susurró Drake-. Ahora estás a salvo. Guarda tus fuerzas. -Sus palabras cayeron en oídos sordos mientras arropaba al anciano subiendo las mantas hasta su cuello-. ¡Nik! -exclamó por el comunicador interno-. Eleva 10 grados la temperatura de mi camarote.
Agotado y desmoralizado por la caída de un héroe de su infancia, Drake se aferró a la mano de Toob, posando la carne fría y firme contra su frente, como si anclase al corelliano en el mundo material. Inundado por un torrente de imágenes de la infancia, sonrió, recordando las palabras subidas de tono de una canción bar de contrabandistas, una que Toob había utilizado a menudo como si fuera una nana. Al recordar la calidez y la energía del abrazo del hombre y el coro ronco de las palabras, comenzó a cantar.
-He estado a ambos lados de un bláster. Se me conoce por quiénes son mis enemigos. Estoy preparado para saltar al desastre. Dulce dama -bostezó con fuerza-, dulce dama, bésame, bésame por favor. –Medio dormido, siguió murmurando-. He hecho... la carrera de Kessel... y he sobrevivido...
Conforme el sopor del agotamiento se apoderaba de él, se quedó plácidamente dormido.

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