jueves, 9 de agosto de 2012

Tenebrous y la senda tenebrosa (I)

Tenebrous y la senda tenebrosa
Matthew Stover

Morir, observó Tenebrous con leve sorpresa, estaba resultando ser no sólo agradable, sino totalmente maravilloso; si hubiera sospechado alguna vez lo mucho que iba a disfrutar del proceso, no habría perdido todas estas décadas esperando a que su necio aprendiz Plagueis lo asesinase.
Así que, incluso mientras yacía jadeante en torno a las púas de hielo que le atravesaban el pulmón, Tenebrous sonrió. A pesar de las sacudidas y convulsiones que, como actos reflejos, suponían la última rebelión de su cuerpo contra la caída de la noche eterna, a pesar de los sistemas orgánicos que fallaban uno tras otro, manteniendo los últimos vestigios de luz y vida dentro de las enormes complejidades de su cerebro -inmensas incluso en comparación con los demás biths, una especie justamente legendaria por su destreza intelectual-, Tenebrous se encontró disfrutando particularmente de la desaparición gradual de sus propios midiclorianos.
Su percepción de la Fuerza era aún más aguda que los poderes de aumento de sus enormes ojos; en la Fuerza, podía sentir cada uno de los midiclorianos desaparecer uno a uno, una onda expansiva de oscuridad, como estrellas eclipsadas por la silueta de una nave que se aproxima.
O cayendo a través del horizonte de sucesos de un agujero negro.
Ah, la oscuridad. La oscuridad, por fin. La oscuridad que había soñado. La oscuridad que había planeado. La oscuridad que era su único y verdadero amor. La oscuridad que había tomado como nombre.
¿Acaso no era Darth Tenebrous?
Su visión se atenuó. Sus oídos se apagaron, como si escuchase una ráfaga de viento, estática en un electrovocalizador... y, a continuación, silencio. La única sensación que registraba su carne temblorosa era el chasquido de los huesos rotos y la lenta asfixia que ahogaba su consciencia, conforme el pulmón destrozado sólo podía suministrar una fracción del oxígeno requerido por su gigantesco cerebro.
Poco importaba. Escudado ante el sufrimiento por su control de la Fuerza, Tenebrous observaba la agonía de su forma física con desapasionamiento adecuadamente bithano. Y ahora sus percepciones imposiblemente refinadas detectaban el barrido de la mente de Plagueis, mientras el aprendiz sondeaba los midiclorianos que desaparecían de su maestro moribundo con su propio uso de la Fuerza, como Tenebrous sabía que haría. Tenebrous había pasado décadas asegurándose de que Plagueis sería incapaz de resistirse a hacer exactamente eso.
Todo estaba transcurriendo según lo planeado.

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