jueves, 30 de agosto de 2012

La Tribu Perdida de los Sith #9: Pandemonio (XIII)


13

Edell se estremeció.
-¿Quieres que los keshiri de aquí destruyan nuestras naves?
-No nuestras naves -dijo Bentado, alzándose sobre el mapa gigante. Una docena de modelos de dirigibles en miniatura se encontraban fuera del borde occidental-. Destruirán las naves de la Tribu.
-Pero todos somos parte de la Tribu.
-¿Lo somos? -La cicatriz sobre el ojo de Bentado tembló.
-Pasamos mucho tiempo tratando de reconstruirla -dijo Edell, apenas consciente de que Quarra observaba atentamente desde un costado-. No veo qué sentido tiene que volver a desgarrarla.
-No te hagas el inocente. Tú y tu gente del Destino Dorado habéis estado desgarrando la Tribu durante años, al igual que mi gente. -Hizo un gesto abarcando a todos los Sith en la habitación-. ¡Perdición, Edell! ¡Estuviste a nuestro lado en la Crisis, mostrándonos cómo destruir el templo!
-No fue uno de mis mejores momentos.
-No, por supuesto que no -dijo Bentado-. Pero yo no tengo intención de destruir lo que reconstruimos. Estoy hablando de una Segunda Tribu, aquí en Alanciar.
-Una segunda... -Edell estaba sorprendido. Nunca había considerado tal cosa.
-Es muy sencillo -explicó el hombre calvo-. No hay camino hasta el cargo de Gran Señor mientras Hilts viva. E Iliana... -su boca se curvó con maldad al pronunciar el nombre de la consorte real, haciendo que la palabra durase el doble de lo normal- Ella se ocupará de que Hilts viva hasta que tú y yo seamos demasiado viejos para que nos importe. -Bentado cojeó alrededor del mapa-. Tú mismo dijiste que los keshiri de aquí eran superiores a los que tenemos en casa... y no me refiero sólo a este desperdicio de carne, aquí presente, que Hilts me endosó -dijo, descargando pesadamente su mano sobre el hombro nudoso de Squab-. Yaru Korsin encontró escultores y pintores. Nosotros hemos encontrado una raza de guerreros. ¡De constructores y armeros!
-Los alanciari tienen algo -dijo Edell, señalando a Quarra-. Son verdaderamente increíbles. Pero son todos keshiri. También existe ese mismo potencial en las personas de nuestro viejo continente.
-¿Tienes dos mil años para entrenarlos? -preguntó burlonamente Bentado.
Edell volvió a mirar a los guardias humanos de la puerta. Lo habían oído todo, y no habían hecho nada. Su gente, había dicho Bentado. Sus tripulantes, cuidadosamente escogidos, se dio cuenta Edell. ¿Cuántos provenían de la vieja Liga Korsinita de Bentado? ¿Por qué no había prestado más atención?
Bentado pasó su mano enguantada sobre la superficie del mapa.
-Es perfecto, ¿sabes? Una solución perfecta. El problema de los Sith siempre ha sido el mismo. Nos enseñan la glorificación de uno mismo, y el sometimiento de los demás. El individuo sólo es verdaderamente libre cuando todas las cadenas se rompen, cuando nadie puede limitar su acción resistiéndose a su voluntad. El perfecto Sith debe controlarlo todo, y a todos. -Levantó con la Fuerza las miniaturas de las naves. Los pequeños dirigibles se balancearon en el aire, flotando como si fueran de verdad-. Pero hacer efectivo ese control... ahí es donde fracasa siempre el asunto. Hay demasiadas variables. Demasiados esclavos que aspiran a algo que no es tu propia gloria. Demasiados aspirantes a Sith trabajando en direcciones opuestas. -Con un movimiento de muñeca, las pequeñas aeronaves cruzaron de un lado al otro de la mesa-. ¡Pandemonio!
Edell no dijo nada. Bentado siempre hablaba así. Su lugar estaba en el escenario con otros actores.
-Cuando yo era joven -continuó Bentado- pensé que Yaru Korsin tenía la solución. Seguro que te acuerdas. Había engañado a los keshiri para que creyeran en él. No conquistó... sólo llegó y giró la llave. Hizo bien la primera parte, pero no la segunda. El resultado fue su propia muerte... y un milenio perdido. Pero aquí... -Bentado hizo una pausa para tomar un modelo de una estación de señales-. Aquí puedo hacerlo todo de nuevo, y hacerlo bien. Al igual que Korsin, he sido arrojado del cielo a estas costas. Aquí, hay funcionando un sistema de gobierno que puede doblegarse a mi voluntad, encajando en mi mano como un guante. Y aquí, no hay Sith.
Edell consideró las palabras. Al margen de lo que opinaba de la fuente, la idea era interesante. Un Señor Sith solitario nunca conseguiría una multitud para que trabajase en su nombre... a menos que esa multitud ya estuviera trabajando. Alanciar era un corazón que latía, manteniendo sus ejércitos preparados por la fuerza de la costumbre. Sólo necesitaba un Señor Sith que se colocase en lo alto, sin perturbar el funcionamiento de la gran máquina.
-Es una buena idea, Alto Señor -dijo finalmente-. Muy buena. Alguien debería recordarlo cuando conquistemos la República Galáctica.
Bentado sonrió.
-Hay un problema con hacerlo en Alanciar, por supuesto -dijo Edell-. Tú no eres el único Sith aquí.
-La gente en este edificio es leal -dijo Bentado-. Trabajarán para mí.
-¿Por cuánto tiempo, aquí encerrados? Son humanos. No pueden salir a la calle sin que los keshiri descubran inmediatamente que son diferentes.
-¡A ti no te han descubierto!
-Tenía ayuda -dijo Quarra, hablando por primera vez-. Ayuda motivada. Te prometo que nadie más va a ayudaros cuando descubran que estáis aquí. –Con mirada firme, señaló con el pulgar hacia la salida-. Y habéis matado a nuestros líderes. Estéis o no en el bunker, con el tiempo mi pueblo vendrá a buscarlos.
Edell leyó la frustración en el rostro de su rival. No, Bentado no había pensado a largo plazo. Y él sabía que algo Bentado no sabía, que él no le había dicho ni siquiera a Quarra.
-Los siguientes dirigibles pueden llegar antes de lo que esperáis. Tenemos que empezar a pensar en la manera de hacer que lleguen a salvo. Este plan tuyo... es interesante. Pero lograremos más cosas como una Tribu.
-¡Entonces, que gane la mejor Tribu!
-No. No vamos a hacer esto de nuevo. -Edell lanzó una mirada a Quarra, instándola a salir con la mirada. Al ver que comenzaba a moverse, se acercó a los guardias-. El Alto Señor Bentado ha establecido el control sobre los keshiri de este continente. Lo ayudaréis hasta que lleguen los refuerzos. Entonces trabajaremos juntos para consolidar aquí el poder... en nombre de la Tribu, y del Gran Señor Hilts.
Bentado dejó escapar un suspiro exasperado.
-Siempre has sido un muermo. –Se dirigió a los guardias-. ¡Apresadlo!
Los matones de Bentado que se hallaban en la puerta dieron un paso adelante, pero no más; Edell ya estaba en movimiento, con su sable de luz activado. Trazó un arco con su arma que atravesó el torso de ambos, despejado el camino.
-¡Quarra, vamos!
Quarra salió disparada por la puerta, pasando junto a Edell y a su brillante sable de luz. Él se volvió en el umbral para seguirla... y gritó. Quarra vio con horror como un relámpago iluminaba el oscuro pasillo. Desde el observatorio mundial, Korsin Bentado avanzaba con paso firme, con su mano iluminada con extraños tentáculos azules de energía. Edell tembló bajo el ataque, dejando caer su espada de luz.
Quarra clavó la mirada en el suelo, y en la visión que había tenido al entrar: ¡los Sith no se había molestado en despojar de sus armas a los keshiri muertos que custodiaban la habitación! Arrojándose pesadamente al suelo, Quarra agarró una ballesta portátil de repetición, rodó y disparó. Fragmentos de vidrio salieron disparados más allá de Edell. Bentado aulló de dolor cuando uno se alojó en el muñón que tenía por brazo izquierdo, haciendo desaparecer su ataque eléctrico.
Aún crepitante, Edell cayó de espaldas en el brazo libre de Quarra. Ella volvió a disparar, obligando a Bentado y a su ayudante Squab a ponerse a cubierto. Cuando su arma quedó vacía, atrajo con la Fuerza el sable de luz caído de Edell desde el suelo hasta su mano.
Ahora era Quarra quien abría la marcha, ayudando al Sith aturdido a  cruzar el laberinto de pasillos. Conforme avanzaban, iba rompiendo los globos de fuego que iluminaban el lugar; la oscuridad sería su amiga, para variar. Podía oír a la gente de Bentado moviéndose de nuevo por las salas tras ella, pero ella sabía dónde estaba. No había comprendido todo lo que había dicho el Sith, pero ella tenía que decirlo al mundo exterior: ¡el sistema había sido comprometido!
Jadeando, llegó a la antesala exterior de la cámara del Gabinete de Guerra. Al otro lado de la habitación se encontraban las empinadas escaleras que conducían al nivel de la superficie. Pero cuando se dirigió hacia ellas, Edell cayó al suelo, todavía en agonía por el ataque Sith. Ella no sabía lo que Bentado le había hecho, pero estaba claro que Edell nunca lo había experimentado antes.
Trató de ayudarle a sentarse... y tuvo un destello recordando haber hecho exactamente lo mismo con Jogan en Punto Desafío, días antes. Demasiados días antes. Quarra se levantó, tambaleándose al darse cuenta de ello.
-¡Se me acaba el tiempo, Edell! Tengo que irme.
Edell tosió ruidosamente.
-¿De... de qué estás hablando?
-Tengo que advertir a la gente... no intentes detenerme. ¡Y luego tengo que irme! Ya han pasado diez días desde que dejamos el barco. Incluso en uvak harían falta dos días para volver al Infortunio en la Cala Meori. -Trató de ayudarlo a ponerse de pie-. ¡Por favor, ven conmigo! ¡Si no regresamos, tu tripulación lo matará!
El Gran Lord se dobló de dolor. Quarra luchó para mantenerlo erguido, pero fracasó.
-Iré yo sola si es necesario...
-No, quédate, Quarra. Esto... es importante Quédate a ayudarme...
-¡No puedo! -Quarra se levantó y miró hacia las escaleras-. ¡Tengo que irme!
Ya estaba en el primer escalón cuando le oyó gritar.
-¡Quarra... no están allí!
-¿Qué?
-Sólo te dije que el Infortunio seguía allí para que me guiases hasta aquí -dijo Edell, tratando de incorporarse-. Yo los envié de vuelta.
-¿De vuelta? -Volvió corriendo a su lado-. ¿De vuelta a dónde?
-A Keshtah. A nuestro continente.
-¿Con Jogan?
-Si sobrevivía –dijo Edell con un jadeo-. Seguro que no iba a ninguna parte por sí mismo. Salieron tan pronto como tú y yo llegamos a la orilla.
-¡Maldito seas!
Quarra se volvió hacia la escalera... y se detuvo de repente. Se oían pasos allí arriba. ¿Tenía Bentado gente oculta allá arriba? Y ahora se oían voces en el pasillo oscuro.
Detrás de ella, Edell trataba trabajosamente de ponerse de rodillas. Ella todavía tenía su sable de luz.
-Quarra, nos matarán a los dos. ¡Entonces, todo el mundo perderá!
Quarra se quedó helada por un segundo, insegura de qué hacer. Dio un paso atrás hacia Edell, que cayó contra ella. Sintiendo su peso, ella miró con urgencia a las puertas... y luego al tapiz justo tras ella. Adari Vaal la miraba desde arriba, tan silenciosa como siempre mientras el clamor del exterior y el de las escaleras se hacía más fuerte.
-¡Roca de Kesh –exclamó-, salva a tu hija!
Sintió un temblor a través de la Fuerza... ligero, casi como una ráfaga de viento, que provenía de la dirección del tapiz.
Quarra abrió los ojos de par en par. ¡Sí! Sin tiempo para temer la falta de respeto histórico, apartó la tela a un lado... y miró hacia la oscuridad de la habitación oculta que había detrás. Colocando el brazo Edell sobre su hombro, se lanzó temerariamente con él al vacío.

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