viernes, 24 de agosto de 2012

La Tribu Perdida de los Sith #9: Pandemonio (IX)


9

Quarra despertó bajo una lluvia torrencial cayendo sobre su rostro. Sus ojos se abrieron para ver el sol de Kesh asomando a través de un exuberante dosel verde, muy por encima de ella. Gotas de agua caliente le golpeaban las mejillas.
-La temporada húmeda en la selva -dijo una profunda voz femenina por detrás-. Incluso cuando deja de llover, se queda en los árboles. No deberías tumbarte así en el exterior... no sin un sombrero.
Quarra se secó los ojos y parpadeó. Alanciar no había tenido selvas en siglos. Obviamente, este no era el lugar donde se había ido a dormir. Pero, ¿dónde estaba?
Se sentó en el lodo. Detrás de ella, una mujer humana con un sombrero de paja trabajaba la tierra, transplantando flores desde macetas de barro. Era más joven que Edell, con piel más morena, y el pelo corto de color castaño rojizo.
-Tengo que replantar los dalsas mientras la tierra aún está húmeda -dijo, sin levantar la vista de su trabajo-. Quarra, ¿no? Realmente deberías pensar en ese sombrero. Tampoco está de más dejarse el cabello corto. Los aracnoides son horribles aquí.
Quarra se tensó al oír su nombre.
-El Sith... me trajo aquí Tú eres uno de ellos.
La mujer se echó a reír.
-Yo nunca solía aceptar la impertinencia por parte de los keshiri –dijo-. Tienes suerte. He madurado desde que nos mudamos aquí.
Aparte, en un claro entre los árboles, Quarra vio a otro humano que trabajaba una pequeña parcela con una azada. Bajo la luz moteada, casi pensó que estaba mirando a Jogan: musculoso y sereno. Pero sin embargo distinto.
-Ambos sois Sith -dijo.
-No somos nada -respondió la mujer, levantándose del lecho de flores para enfrentarse a la keshiri-. No somos nada, si es que realmente existimos... o si es que existes. Yo soy Orielle... llámame Ori. Y él es Jelph.
Mientras hablaba, los rayos del sol se reflejaron a través de la niebla. El mundo se volvió ondulado por un momento.
-Esto no es real -dijo Quarra-. Estoy teniendo una visión de la Fuerza. O un sueño.
-Nunca creí que hubiera una gran diferencia -dijo Ori.
-¿Vives en la selva?
-Sí. O vivía. El tiempo pasa de forma diferente en las selvas y en los sueños.
Quarra bajó la mirada para ver a un niño humano pisoteando charcos. Antes de que pudiera llegar a su jardín, Ori acercó al niño a su cadera. Quarra escuchó otras voces jóvenes desde detrás de una choza.
-Tienes hijos.
-Tres. Al igual que tú.
-Así es. -Tenía que ser un sueño, pensó Quarra; ninguno de los Sith conocía detalles de su familia. Observó como Ori entregó el niño a sus hermanos mayores: cubiertos de barro, pero felices. Toda una vida viviendo ahí en el claro de la selva. Pequeña... pero aparentemente plena.
-En un tiempo, yo tenía responsabilidades, como tú -dijo Ori, espontáneamente-. Renuncié a ellas por amor.
-¿Amor? ¿Un Sith? -Quarra se contuvo-. Lo siento, dijiste que no eras...
-Dije que no era Sith ahora. Pero supongo que antes tampoco fui una Sith demasiado buena.
-¿Hay Sith buenos?
-Algunos son más fáciles de soportar que otros... pero si es así, probablemente ellos tampoco estén haciendo un buen trabajo como Sith. -Ori se rió-. Y no, el amor no es la única razón por la que vine aquí. Tuve una responsabilidad, y una posición... como tú. Vi hacia donde me estaba llevando. No me gustó.
Quarra miró a los exiguos alojamientos.
-Y esto es lo que elegiste en su lugar.
-Así son los escondites -dijo Ori. Miró a los niños jugando, y tomó una respiración profunda-. El problema es que, en mi época, el mundo ya se estaba quedando sin lugares donde esconderse. No sé si hay mucho futuro en ello.
Quarra dejó caer los hombros mientras escuchaba. Entre los niños y los sonidos de la selva, era un lugar ruidoso... pero ella sentía tranquilidad allí, algo que había anhelado a menudo en Uhrar.
-Quería vivir apartada -dijo, casi para sí misma-. Estoy muy cansada. Miraba a mi alrededor y todo lo que podía ver eran cosas que ya había hecho. Incluso mis hijos... yo ya sabía cómo iban a ser sus vidas, antes de que las vivieran. -Quarra hizo una pausa-. Supongo que por eso he creado algo diferente para mí. Para darme un sueño que seguir. Estoy segura de que suena mal:..
-Oh, puedes perseguir un sueño -dijo Ori, mirando de nuevo a su marido. El campesino miró brevemente y sonrió a las dos antes de regresar a su trabajo-. Puedes perseguir un sueño, y puedes construir todo tu mundo alrededor de uno. -Miró de nuevo a la keshiri-. Puedes vivir en un sueño durante mucho tiempo. Pero con el tiempo...
-...con el tiempo, el mundo te encontrará -susurró Quarra. Abrió los ojos.
Habían dormido en una alcantarilla seca, justo a un lado de la estación del canal de Kerebba. Era inútil convencer a Edell de que se quedara con ella en uno de los cuarteles a los que tenía derecho por su condición oficial. Desde la representación del Día de la Observancia, había estado tenso como una ballesta de mano lista para disparar.
Ella no sabía si eso era bueno o no... había visto de lo que era capaz. Pero que estuviera tan tenso ahora significaba algo. Ella tenía razón: Alanciar había sido su mejor arma contra él. Cuanto más al norte conducía Quarra al Sith, más confiada se sentía. Estaba cada vez más claro que su grupo era el único que había aterrizado... y al pasar a través de más centros industriales, podía verlo imaginarse las armas que se construían allí.
También comprobó que eso no le impedía seguir fingiendo indiferencia.
-Otro pueblo feo -dijo al salir de Minrath.
-No me engañas, Sith. Puedo sentirlo -dijo Quarra-. Estás impresionado.
Edell la miró a los ojos.
-Admitiré que vuestros keshiri de aquí están más capacitados para la elaboración de instrumentos prácticos que los nuestros.
-¿Vuestros keshiri?
-Por supuesto. ¿Quién es su dueño, si no?
Quarra dejó escapar un suspiro de exasperación.
-Keshtah es un continente suave y hermoso –dijo-. Tal vez eso es lo que orientó a sus naturales hacia el arte. Sí, hicieron acueductos, pero los hicieron hermosos. –Señaló un canal que cruzaba ante ellos-. Si hubieran pensado en la funcionalidad, como vuestro pueblo, nuestros acueductos habrían durado más tiempo.
-¿Ya no existen?
-No, los reparamos. Pero si tu gente los hubiera diseñado, nunca habríamos tenido el problema. -Apartó la mirada, como si sopesase sus siguientes palabras-. Creo –dijo finalmente-, que el Presagio cayó en el lugar equivocado.
Quarra negó con la cabeza.
-No comprendiste nada en Kerebba, ¿verdad? Vosotros sois la razón por la que Alanciar tiene el aspecto que tiene. Vosotros, los Sith, y vuestra amenaza. Durante dos mil años, nos hemos estado preparando para vuestra venida. -Miró de nuevo el paisaje urbano de color gris y se lamentó-. No nos entiendes en absoluto. Vosotros nos hicisteis así.
Edell sonrió.
-Y si crees que vamos a lamentarlo, entonces tú no nos entiendes a nosotros.
Al mediodía, llegaron a la región más bonita del Escudo Occidental. Las cosas estaban más dispersas sobre esta protuberancia de la Canilla, con granjas entre los cursos de agua, y carros de heno tirados por muntoks retumbando a lo largo de las carreteras. La tierra que en otros tiempos ascendía suavemente hacia el este, hasta la meseta que formaba el grueso del continente, hacía tiempo que había sido reformada en terrazas ordenadas. Pero la cosecha estaba cerca, y la vista de tantos verdes y dorados casi lograba que hasta las imponentes fortalezas en medio de los campos pasasen inadvertidas.
Los ojos de Quarra siguieron una línea de estaciones de señales que transmitían las noticias desde la costa hasta la capital militar en Sus'mintri, encaramada en el borde occidental de la meseta. La elevación era apenas visible entre las nubes hacia el este: una majestuosa muralla natural, protegiendo las entrañas de Alanciar. Se sintió mal por los encargados de las señales y los gritadores de pensamientos de esta zona. Puede que la vida de Jogan no estuviera llena de emociones, pensó, pero al menos tenía más que ver que campos de cereales.
Desde su sueño, pensar en Jogan le hacía sentir incómoda. Sabía que su torre no era ningún refugio en la selva... y había empezado a cuestionarse por completo su relación. Él era el aislado, sin nada que hacer casi todos los días, pero siempre había sido ella quien le escribiera a él. Ella era sin duda la más ocupada de los dos, y, sin embargo, cada vez que sus conversaciones terminaban a causa de alguna nueva misión de Quarra, siempre había sido ella quien comenzase la siguiente charla.
Quarra imaginaba que, ya que ella tenía tanto que hacer, él simplemente se ajustaba a su horario. Pero tal vez simplemente no le importara tanto.
¿Qué le importaba a él? ¿Y, de todos modos, qué bien haría una mujer poderosa a la vida de un vigía soltero empedernido? Ella había empezado a dudar.
-El centinela vuelve a estar en tus pensamientos -dijo Edell-. Tienes problemas para ocultarlo. -Olfateó el aire-. Yo nunca me casé, por supuesto.
-Menuda sorpresa -dijo-. ¿Quién podría vivir con un Sith? Me sorprende que todavía queden humanos en Kesh.
Edell se echó a reír, un sonido oscuro y profundo que la sobresaltó.
-¡A mí también me extraña eso! Yo tiendo a preferir construir cosas a la compañía de los demás.
Tal vez así es como llegó a ser Alto Señor, pensó. Es un eremita. Tal vez nadie que salga de la casa llegue nunca a cumplir los cincuenta por allá.
Habilidades sociales a un lado, Quarra no podía dejar de sentirse impresionada por su decisión... incluso aunque estuviera dirigida hacia un mal fin. Después de la obra se había preguntado por qué el Sith no había regresado simplemente al Infortunio y se había ido con lo que había aprendido. Evidentemente, él no sentía que eso fuera suficiente para que salvar su honor después de haber sido derribado. Era fácil imaginar que tenía rivales; las crónicas describían siete Altos Señores. ¿Estaría su posición en riesgo si sólo volvía con información?
-Tengo que hacer algo -decía una y otra vez. Pero, ¿qué podía hacer?
Posiblemente bastante. La Fuerza fluía alrededor de Edell y sus compañeros humanos de una forma que no lo hacía con nadie que hubiera conocido en Alanciar. Los alanciari tenían instructores en el uso de la Fuerza, como los tenían para todo lo demás, pero en el fondo era un entendimiento que, en el mejor de los casos, era poco profundo; justo lo que Adari Vaal había sido capaz de describir a partir de sus observaciones de los talentos de los Sith. Pero Edell venía de una larga tradición de usuarios de la Fuerza. ¿Qué poderes secretos conocería?
Muchos, decidió. El hecho de que hubieran llegado tan lejos no se debía a su propia capacidad de engaño. Edell estaba haciendo algo, amortiguando subrepticiamente la razón de los que dirigían la vista hacia él. Ella lo veía tal como era. Otros, si no veían literalmente a Edell como él quería que le vieran, parecían incapaces de centrar mucha atención en él sin ser distraídos por alguna otra cosa.
Sería muy útil aprender eso, pensó. Pero lo que estuviera haciendo no sería suficiente para ocultar su apariencia después de hoy. El Día de la Observancia había terminado, y un actor ambulante disfrazado todavía de Sith no engañaría a nadie. Señaló más adelante.
-Tan pronto como lleguemos al cruce, encontraremos un barco de carga para remontar el canal. Disfruta del aire mientras puedas... vas a hacer el viaje entre las cajas.
-¿Cuánto tiempo llevará eso?
-Es el camino más directo a Sus'mintri. Debería ser sólo un día o dos -dijo.
-¡Un día!
-Tienes suerte de que esté tan cerca. El Gabinete de Guerra solía reunirse más al interior, antes de que se construyera la Casa de Vaal. Solían llamarme para reuniones y tardaba una eternidad en llegar. Ahora está a sólo unos un par de días de marcha desde Uhrar. Pero no te preocupes. Habrá tiempo de sobra para volver al Infortunio... y para que llegues con vida a cumplir con tu parte del trato.
Miró a uno de los paquebotes, deslizándose rápidamente por el canal sin la ayuda de un grupo de muntoks.
-No parecen cómodos por dentro –dijo-. Seguro que puedes encontrar algo mejor.
Quarra puso los ojos en blanco.
-¡No creo que encontremos un camarote de lujo! Si quieres viajar a tu manera, tendríais que haber volado más alto con vuestras aeronaves y no haber dejado que os dispararan...
¡Piiiiiiiiiiii!
El sonido estaba de vuelta por todas partes: los pitidos de alarma, procedentes de las torres en los campos que cubrían la ladera. Quarra señaló a las estaciones de señales, con sus globos de fuego parpadeando sin parar. El vocabulario de colores estaba más limitado durante el día, pero podía ver desde la torre más cercana el mismo mensaje que Jogan había enviado al continente. ¡Los Sith habían regresado!
Agarrando el antebrazo de Quarra con una mano, Edell se quitó las gafas con la otra. Con aire de urgencia, recorrió con la mirada el bajo horizonte hacia el noroeste.
-Están ahí fuera -dijo.
-Lo sé -contestó ella. La inquietud que había experimentado en el campanario de la estación estaba de vuelta multiplicada por diez. Y ahora, también los gritadores de pensamientos transmitían advertencias. La llegada de Edell noches atrás había sido una salpicadura. Ahora, se avecinaba una tormenta.
Y, para su sorpresa, el Alto Señor parecía aún menos feliz por eso que ella.
-¡Demasiado pronto! ¡Demasiado pronto! -Agitaba los brazos al cielo-. ¡Demasiado pronto!

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