Atraco
Timothy Zahn
El mundo del latrocinio, como cualquier otro tipo
de empresa, tenía su colección de dichos de sabiduría popular. Cerca de lo más
alto de esa lista estaba la advertencia de que llevar a cabo un atraco a bordo
de un crucero de línea estelar era algo estúpido. Con una lista limitada de
sospechosos, y ningún sitio al que huir hasta que la nave llegara a puerto, las
probabilidades de que un ladrón fuera atrapado eran peligrosamente altas.
Bink Kitik había escuchado ese sabio consejo muchas
veces a lo largo de su carrera. Pero nunca se había preocupado demasiado por
las probabilidades.
-¿Vas a verle de nuevo esta noche? –preguntó Tavia,
la hermana de Bink.
-A menos que creas que vendrá a arrojarse en mis
brazos con todas esas preciosas joyas si le dejo plantado –dijo Bink mientras
se echaba un último vistazo en el espejo de su camarote de lujo.
-Supongo que es improbable –admitió Tavia,
poniéndose detrás de Bink y recolocándole un mechón de pelo suelto.
Bink miró atentamente a sus imágenes juntas, jugando
a su juego habitual de fingir ser un extraño que trataba de distinguir a una
gemela idéntica de la otra. Incluso sabiendo todas las sutilezas ocultas que
las diferenciaban, seguía siendo todo un desafío. Que ella supiera, nunca nadie
más había descubierto cómo hacerlo.
Era un feliz accidente de la naturaleza que había
resultado útil en numerosas ocasiones a lo largo de la carrera de Bink. Y
mañana volvería a serlo.
-Al menos no tuviste que... ya sabes... para poder
entrar en su camarote –continuó Tavia, haciendo una mueca al pensarlo-. Aprecio
que al menos traces la línea ahí.
-Sé cómo te molestan ese tipo de cosas –dijo
tiernamente Bink. A decir verdad, si se hubieran dado las circunstancias
adecuadas, probablemente habría estado dispuesta a dejarse atraer al dormitorio
de Cristoff. Habría sido mucho más fácil colarse en la caja fuerte privada de
su camarote si ya estaba a ese lado de la puerta.
Pero aunque Cristoff repetidamente había postulado
por ser invitado al camarote de Bink, nunca se había ofrecido a llevarla a ella
al suyo. Incluso la gente con más riqueza de la que podría gastar en cinco
vidas temía ser robada, y él aparentemente hacía a la sabiduría popular el
mismo poco caso que Bink.
-¿Qué tal te queda la malla? –preguntó Tavia mientras
terminaba con el cabello de Bink y pasaba sus manos por el elegante vestido que
envolvía de forma ceñida las modestas curvas de su hermana.
-Genial –le aseguró Bink. En realidad, la malla
sensora que Tavia había diseñado, construido e insertado en el material del
vestido rascaba un poco. También era probable que se fuera calentando
incómodamente conforme pasaba la noche, especialmente dado que el cuello, los
hombros, la cabeza y las manos de Bink eran las únicas partes de su cuerpo que
no estaban cubiertas por el vestido. Pero aquello era tal maravilla de
ingeniería electrónica que Bink no podía permitirse ponerse puntillosa-.
Deséame suerte –añadió mientras se apartaba del espejo y se dirigía a la puerta
del camarote.
Tras ella, escuchó suspirar a Tavia.
Bink sabía que, más que ninguna otra cosa, su
hermana deseaba una vida tranquila, pacífica, legal. Algún día, se prometió Bink. Algún día, cuando por fin
llegue el gran golpe. Hasta entonces, la vida continuaría siendo una lucha por
mantener sus cabezas a flote y tener un pedazo de pan cada día en la mesa.
Con suerte, Cristoff pronto realizaría su propia
aportación a esa meta.
***
Cristoff era uno de esos hombres que exudaban una
mezcla cuidadosamente calculada de galantería, encanto e instinto depredador.
Bink lo había estado estudiando desde una prudente distancia antes de acercarse
finalmente tres días atrás. Era una combinación seductora, una que
probablemente habría funcionado con la mayoría de las mujeres.
Pero Bink no era la mayoría de las mujeres. Desde
sus años de adolescencia, ella había tratado con más hombres de esa clase de
los que le gustaría, y sabía exactamente qué querían y cómo les gustaba
conseguirlo. Y aún más importante, sabía que para ellos la caza era más
importante que la propia conquista, y que mostrarse como una presa esquiva era
lo mejor para garantizarse su interés y un esfuerzo adicional en la
persecución.
Lo más importante de todo era el hecho de que,
mientras ella sabía los planes de él, él no tenía ni idea de los de ella.
Y de ese modo, una vez más se sentó a su lado en la
cena, esta vez entre la élite en la Mesa del Capitán, interpretando el papel de
la presa tan diestramente como él interpretaba el del cazador. Se reía de sus
chistes, alargaba ocasionalmente la mano para tocar su brazo o permitir que él
tocara el suyo, retrocediendo sutilmente otras veces. Después de la cena
vinieron un par de copas, luego bailaron con el sorprendentemente entretenido
ritmo skee del humorista del crucero, y luego un par de copas más.
Finalmente, con la excusa de estar cansada y del
ajetreo que la esperaba al día siguiente por ser el último del crucero, se dejó
escoltar hasta la puerta de su camarote. Una vez más, él trató de hacerse
invitar a pasar; una vez más, ella se disculpó con el pretexto de que la salsa
falpas que había pedido para su aperitivo le había dejado el estómago un poco
revuelto. Dando a entender que le compensaría al día siguiente después de la
última velada, le ofreció un pago de consolación en forma de un largo y
apretado abrazo y un beso aún más largo y prolongado.
Tavia, como de costumbre, estaba esperando ansiosa
su regreso.
-¿Cómo ha ido? –preguntó mientras conducía a Bink
al sofá y ayudaba a su hermana a quitarse el ceñido vestido.
-Como era de esperar –dijo Bink, resistiendo el
impulso de rascarse vigorosamente cada centímetro de piel recién liberado.
Había sido capaz de ignorar la malla mientras estaba interpretando su papel de
tímida seductora, pero ahora que estaba de vuelta en la seguridad y privacidad
de su propio camarote, el picor había regresado con fuerza desbocada-. Hizo
falta un poco de labia conseguir que pidiera la salsa falpas, pero estoy
bastante segura de que lo recuerda como si hubiera sido idea suya. –Se vistió
con la bata que Tavia le había ofrecido, suave y deliciosamente no-picante, y
señaló con la cabeza el vestido que ahora colgaba sobre las rodillas de su
hermana-. La gran pregunta es si todo eso ha merecido la pena.
-Lo sabremos en un minuto –dijo Tavia, moviendo
lenta y metódicamente un pequeño sensor sobre la malla-. Probablemente dependa
de si le abrazaste del modo que dijiste que ibas a hacerlo –añadió, con una
pizca de desaprobación en su voz.
-Alguien
tiene que hacerlo –murmuró Bink, reprimiendo una sonrisa.
-Aquí está –dijo Tavia, acercando más el sensor al
vestido-. El bolsillo de la cadera derecha. –Lanzó una mirada severa a Bink-.
No voy a molestarme en preguntar cómo te pusiste al alcance de esa parte de su anatomía.
Bink se encogió de hombros.
-Eh, si fuera un caballero como dios manda y siempre
llevase su tarjeta llave en el mismo lugar, no tendría que recurrir a estos
trucos solapados.
-Solapados –repitió Tavia con una mueca-. Qué mona.
-Gracias –dijo Bink con humildad-. Lo importante es
que lo tenemos. Lo que significa...
-Espera –la interrumpió Tavia, mirando la pantalla
del sensor-. ¿Qué dem...? Oh. Oh, muy bueno.
-¿Qué pasa? –preguntó Bink, sentándose a su lado.
Los datos que fluían por la pantalla del sensor eran demasiado rápidos para que
pudiera leerlos-. ¿Qué es bueno?
-Tu amigo no es tan estúpido como parece –dijo
Tavia-. Realmente estaba esperando
que le robasen el contenido del bolsillo. Y por tanto, esta tarjeta llave.
-Pensé que era “y por tanto, la cambia
aleatoriamente de un bolsillo a otro” –dijo Bink, frunciendo el ceño.
-No, esa parte es porque no quiere que parezca
demasiado obvio –corrigió Tavia-. Mira, esta tarjeta llave abre sin problemas
la puerta de su camarote. Pero también envía simultáneamente una alerta a la
seguridad de la nave.
-¿A menos que teclee un código en alguna parte?
–preguntó esperanzada Bink.
-Sin código –dijo Tavia. Pulsando el botón de
reinicio del sensor, comenzó a moverlo de nuevo sobre el vestido-. No, esto es
una trampa al cien por cien. Sin embargo…
Hizo una pausa.
-¿Sin embargo? –dijo Bink.
-Espera un poco –dijo Tavia, bajando el sensor
hacia el dobladillo inferior del vestido-. Sin embargo... ah. La otra tarjeta
llave, la de verdad, está ahí abajo, en una funda de su calcetín. No hay forma
de que nadie pueda robarle esa sin
que se dé cuenta.
-Menos mal que no necesitamos la tarjeta
propiamente dicha.
-Menos mal, desde luego –convino Tavia, estudiando
la pantalla-. También me alegro de haber insistido en que el vestido fuera un
elegante traje largo.
-Yo también –dijo Bink. Las tarjetas llave estaban
blindadas contra escaneos de sensores a una distancia superior a unos pocos
milímetros precisamente para evitar este tipo de escaneo y replicado
subrepticio, motivo por el que había tenido que abrazarlo con tanta fuerza y
tan cerca-. Pero bueno, era la Mesa del Capitán. De todas formas esperaban
cierta elegancia.
-Tendré que creer en tu palabra sobre eso. –Tavia
miró a su hermana-. Entonces, ¿seguimos adelante?
Bink asintió.
-Seguimos.
***
Era la última noche de la travesía, las últimas
horas antes de que el crucero estelar atracara en la estación de transferencia
de Kailor V a primera hora de la mañana y los pasajeros se preparasen para su
partida a mediodía. Todo el mundo estaba en cubierta vestido con sus mejores
galas, con sus atuendos diseñados para atraer e impresionar y, posiblemente,
cumplir esperanzas y promesas tácitas que habían tomado cuerpo con anterioridad
en el viaje.
Y, por una vez, era Tavia, no Bink, quien estaba
vestida con toda su elegancia y clase.
Pero sin embargo, Tavia no era realmente ella misma
esa noche. Tavia era, más bien, Bink.
-Bueno, ¿recuerdas todas mis frases y latiguillos?
–preguntó Bink mientras examinaba a su hermana. Bink siempre había pensado que
Tavia era una mujer adorable, más adorable que la propia Bink, a pesar del
hecho de que compartían el mismo rostro. Al contrario que Bink, Tavia tenía una
elegancia interior y un encanto natural y sencillo que la propia Bink siempre
tenía que esforzarse por imitar.
-Todas las tuyas, y todas las suyas –dijo Tavia,
mostrando en su sonrisa sólo una pizca de la tensión que obviamente sentía-.
También recuerdo sus gustos de música, comida y bebida, y todas sus historias
personales que te ha contado. No te preocupes, puedo manejar esto.
-Lo sé –le aseguró Bink, tratando de alejar su
propia tensión. Hacía tiempo que Tavia se había resignado a la necesidad de
interpretar ocasionalmente estos papeles, y a pesar de su resistencia ética
realmente era muy buena en ello. Pero eso no significaba que Bink se sintiera
cómoda arrojándola a los lobos de esta manera-. Te avisaré tan pronto esté de
vuelta.
-No te apresures por mí –dijo Tavia-. Estaré bien.
-Lo sé –volvió a decir Bink.
Diez minutos después, Cristoff llegó a recoger a su
cita para la velada. Oculta en la unidad sanitaria, Bink pegó la oreja a la
puerta y escuchó con atención la charla intrascendente mientras recogía su
bolso y su chal y los dos abandonaban el camarote. Todo parecía ir bien, pero
Bink sabía que eso podía cambiar en un abrir y cerrar de ojos.
No podía apresurarse, porque así era como un
trabajo te explotaba en la cara. Pero desde luego tampoco iba a perder el
tiempo.
Esperó otros diez minutos antes de salir ella
también del camarote, vestida mucho más modestamente que la mayoría de los
acicalados viajeros, y con suficiente maquillaje teatral en partes estratégicas
de su rostro para dejar de parecerse a la mujer que iba actualmente del brazo
de Cristoff. La suite de Cristoff estaba en la cubierta de super lujo del
crucero, en un pasillo detrás de una puerta cerrada que requería la tarjeta
llave de uno de esos lujosos camarotes de élite para abrirse. La copia que
Tavia había creado gracias a la malla sensora pasó su primer examen, abriendo
la puerta sin armar escándalo y dejando pasar a Bink.
Como esperaba, el pasillo estaba desierto; todos
sus ocupantes estaban abajo, en las zonas públicas. Bink atravesó el silencio,
con los ojos y oídos bien atentos en busca de indicios de que su acceso no
autorizado hubiera sido detectado o controlado. Pero cuando llegó a la puerta
de Cristoff, aún no había aparecido ningún oficial de seguridad ni ningún
droide inquisitivo.
Una vez más, la tarjeta llave cumplió con su
cometido. Bink entró, preguntándose brevemente si Cristoff podría haber
preparado alguna clase de doble juego, haciendo que fuera esta tarjeta la que
activase la alarma. Pero Tavia no había visto ningún código oculto, y en
cualquier caso, el análisis que la propia Bink había hecho a Cristoff no
indicaba que tuviera esa clase de exagerada sutileza. Era más probable que la
creatividad que pudiera tener el hombre se manifestase en la combinación que
hubiera preparado para la caja fuerte privada del camarote.
Por suerte, la creatividad era una de las
especialidades de la propia Bink.
La caja fuerte estaba exactamente donde lo mostraban
los planos del camarote: empotrada en el lado derecho de la mesa del ordenador,
unida molecularmente a la cubierta, y construida con planchas metálicas lo
bastante gruesas para requerir un soplete de plasma, un par de bidones de
combustible, y varias horas de trabajo para cualquier ladrón. El teclado
electrónico, integrado en la puerta, estaba rodeado por suficientes bloqueos de
sensores y codificadores para impedir que nadie pudiera descifrar la
combinación mediante fuerza bruta. Una vez que se establecía el patrón, sólo el
actual ocupante del camarote podría conseguir abrirla.
Y Cristoff acababa de hacerlo, como pudo ver Bink
mientras sostenía el sensor de Tavia sobre el teclado. Esa misma noche,
probablemente cuando sacó sus anillos y el brazalete absurdamente caro que
quería lucir.
Sonrió mientras miraba la pantalla del sensor. Una
de las mejores cosas de la salsa falpas, aparte de su delicioso sabor, era que
el cálido y hormigueante brillo que enviaba por el torrente sanguíneo terminaba
saliendo pocas horas después como una ligera alteración en la composición del
sudor. La cena de la noche pasada había dejado restos de ciertos elementos
químicos en los botones que Cristoff había tocado, elementos que podían ser
escaneados.
Lo que sólo era la mitad de la batalla, por
supuesto. Nadie con algo de cerebro usaría un código en el que ningún botón
fuera utilizado más de una vez, y al margen de otras cosas que pudiera o no
tener, Cristoff tenía cerebro.
Pero, aparte de cerebro, Bink también tenía un ojo
experimentado. El sudor cargado de falpas había dejado marcas tan claras que
podía ver los débiles bordes dobles donde había pulsado un botón concreto dos,
o incluso tres veces.
Por desgracia, nada de eso podía decirle el orden
en el que habían sido pulsados los distintos números. Para eso, tendría que
basarse en la historia de Cristoff, su vida actual, los tres largos días que
había pasado atenta a cada una de sus palabras, y el exhaustivo perfil de
búsqueda de datos que Tavia había reunido mientras Bink disfrutaba de las
lujosas comodidades del crucero.
Introduciendo los datos de teclas pulsadas en su
tableta de datos, obtuvo una lista de todas las posibles combinaciones. Abrió
la lista que Tavia había creado con las cifras, fechas y eventos significativos
de la vida de Cristoff y recorrió con la mirada las dos columnas paralelas,
buscando una coincidencia.
Y ahí estaba: La fecha y el código CTE de su
primera adquisición corporativa exitosa, el triunfo que le había lanzado por la
senda de su actual nivel de riquezas y poder. Sonriendo triunfal, pulsó la
combinación.
Con un chirrido suave y silencioso, la caja fuerte
se abrió.
Sabía que los estuches de las joyas tendrían
rastreadores integrados. Al igual que algunas de las gemas de mayor tamaño.
Pero Bink no había planeado ser excesivamente codiciosa. Volcó los estuches en
el interior de la caja, esparciendo su contenido sólo para crear un poco de
confusión, y luego seleccionó media docena de las piedras de tamaño más
modesto. Las introdujo en una bolsa anti-sensores, sólo para estar segura, y
luego deslizó la bolsa tras su cinturón.
Y con eso, casi había terminado. Casi. Porque en el
instante en que Cristoff abriera la caja fuerte y viera el caos que había
dejado atrás se desataría el infierno de un extremo a otro del crucero.
Lo que simplemente significaba que tenía que
asegurarse de que nunca volviera a abrir la caja.
Típicamente, un fallo en una célula de energía en
una de estas cajas fuertes públicas que pasaban de mano en mano activaba uno de
los dos modos por defecto. El primero era que la puerta simplemente quedaba
desbloqueada, lo que permitía al actual propietario recuperar sus objetos de
valor. La pega era que eso permitía igualmente que cualquier otra persona lo
hiciera si llegaba antes. La segunda opción, más común, era que la caja fuerte
quedara completamente bloqueada, requiriendo la visita del sobrecargo de la
nave y un pulso de códigos especializado para volver a abrirla.
El primer paso era asegurarse de que la
configuración por defecto era un bloqueo completo de la caja. El segundo era
agotar la célula de energía. El tercero era reconfigurar el código maestro del
sobrecargo.
Sólo por diversión, lo programó con la fecha y el
código CTE de la segunda adquisición
corporativa exitosa de Cristoff.
***
Había dado a Tavia la señal de todo despejado y
estuvo esperando ansiosamente en su camarote durante casi una hora cuando su
hermana regresó por fin.
-¿Estás bien? –preguntó ansiosamente Bink una vez
se cercioró de que Tavia estaba sola-. Estaba comenzando a preocuparme.
-Estoy bien –dijo Tavia, quitándose los zapatos y
desplomándose agotada en el sofá-. Tu Cristoff tiene mucho aguante.
Bink abrió los ojos como platos.
-¿Aguante?
-En la pista de baile –se apresuró a indicar
Tavia-. También bebe mucho más de lo que debería.
-Y sin duda intentó que tú bebieras lo mismo que él
–dijo Bink amargamente.
-Lo intentó. –Tavia inclinó la cabeza-. ¿Qué tal
tú?
-Sin problema –dijo Bink-. Todo el mundo supondrá
que la caja está sufriendo algún fallo, y pasarán horas tratando de abrirla por
la fuerza. Para cuando descubran lo que pasó realmente ya hará mucho que nos
hayamos marchado.
-Eso espero. ¿Cuánto conseguimos?
Bink se encogió de hombros.
-Tenemos suficiente para el próximo mes. No más de
eso, me temo.
-Un mes es suficiente –dijo Tavia, asintiendo-. Hay
varias empresas importantes de electrónica en Kailor V. Tal vez por fin pueda
conseguir un trabajo que cuente con tu aprobación.
-Tal vez –dijo Bink con diplomacia-. Estoy segura
de que en alguna parte hay trabajos así.
Sólo que sabía que no los había. No la clase de
trabajo que Tavia estaba buscando.
Pero tenían un mes de tiempo para respirar. Para
entonces, Bink ya tendría algo pensado. Probablemente algo pequeño, pero tal
vez algo grande.
Tal vez incluso ese gran golpe que finalmente les
sacaría de esta vida de una vez y para siempre.
Nunca perdía la esperanza.
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