lunes, 24 de febrero de 2014

Primera sangre

Primera sangre
Christie Golden

La aprendiz Sith Vestara Khai se encontraba de pie junto a su maestra, la Dama Olaris Rhea, en el patio del Templo Sith. El Gran Señor Darish Vol estaba presente, junto con todos los Altos Señores y el Círculo de Señores de los Sith. Había demasiados Sables Sith para incluirlos a todos, así que sólo habían sido elegidos algunos de los más prestigiosos. El padre de Vestara, el Sable Gavar Khai, estaba entre ellos. Ella le observó, de pie junto a su amigo Ruku Myal, un Sable con el cabello tan claro como oscuro era el de Khai, y tan animado como solemne era Khai. Oh, el resto de los Sith de Kesh estarían observando, por supuesto. Había holocámaras dispuestas por todo el patio, y el evento sería transmitido en directo por todo el planeta.
Vestara no prestó demasiada atención al discurso que pronunció el Gran Señor Vol, y sospechaba que, pese a lo venerado que era Vol, pocos lo habrían hecho. Todo el mundo estaba esperando a Nave, la esfera de entrenamiento Sith, que les había dicho que se reunieran porque tenía algo muy importante que contarles.
Y cuando finalmente habló, dentro de sus mentes, Vestara quedó aturdida.
Habéis estado aislados durante mucho tiempo. Sin embargo, más cerca de lo que creéis, una ruta de comercio bien consolidada os abrirá la galaxia para que la conquistéis. Encontraremos una nave de la que apoderarnos, y la usaremos para reparar la nave de guerra Presagio que os dejó aquí como náufragos al estrellarse. Y golpearemos una y otra vez, hasta que tengamos una flota para sembrar el terror por toda la galaxia. Cinco de vosotros me acompañarán en este viaje inicial. Venid.
Se levantaron murmullos de excitación, y entonces los nombres se posaron en sus mentes.
Alto Señor Sarasu Taalon.
Eso no era ninguna sorpresa, pensó Vestara. Con su cabeza color púrpura oscuro erguida, el Alto Señor keshiri parecía incapaz de ocultar una sonrisa de suficiencia mientras avanzaba para colocarse junto a la esfera de entrenamiento Sith.
Señor Ivaar Workan.
De nuevo, no era inesperado. Ambos hombres, el keshiri y el anciano humano, eran poderosos en la Fuerza y, según había escuchado Vestara, también despiadados. Por supuesto que Nave los elegiría.
Dama Olaris Rhea.
Lady Rhea emanó placer y seguridad en la Fuerza mientras, con aire ausente, daba una palmadita en la mejilla de Vestara y avanzaba con ágiles zancadas para unirse a los dos Altos Señores.
Sable Ruku Myal.
Vestara sintió una oleada de sorpresa en la Fuerza. ¿Un Sable? ¿Cuándo todavía quedaban Señores y Altos Señores a los que elegir? Los cincelados rasgos de Myal mostraban pocas emociones, al igual que su aura de la Fuerza. Sin embargo, debía de haberse sorprendido por la elección.
Vestara Khai.
Vestara parpadeó, confusa, pensando que, por alguna razón, Nave quería hablar con ella a solas.
¿Qué ocurre, Nave?
Una pincelada de humor.
Acércate, aprendiz. No hagas esperar a tus superiores.
Vestara sabía que no estaba teniendo ningún éxito ocultando su asombro y su deleite mientras avanzaba para colocarse junto a un Alto Señor, dos Señores, y un Sable. Pero, en el fondo, la desaprobación que procedía de los miembros de la concurrencia significaba poco para ella. Ella iba a marcharse con Nave, y ellos no.

***

-¿Buenos pensamientos, aprendiz Khai? –La voz era masculina y agradable. Vestara sonrió. Si su padre no podía estar ahí, al menos sí estaba el amigo de su padre.
-Los mejores, Sable Myal –respondió-. Estoy pensando en lo afortunada que soy de estar aquí en esta ocasión histórica.
-Aprendiz –gruñó Taalon-, malgastas tus energías y las de los demás. Deberías estar meditando.
-No, Taalon. Ninguno de nosotros debería –dijo Workan.  Y tenía razón. Vestara sentía el cambio en Nave, una tensión, como si se preparara para algo. Parte de las superficies curvadas que formaban el muro interior de Nave se hicieron transparentes. Esos cinco Sith, por primera vez, contemplaron una nave espacial que no fuera el Presagio.
Escucharon a Nave en sus mentes:
Esta nave es un carguero ligero damoriano s18. Tiene una tripulación de seis miembros. Viene procedente de Eriadu, un gran astillero. Su carga será de gran ayuda para nuestra causa.
-¿Qué hacemos? –preguntó Taalon.
Debemos dañarlo para obligarle a que aterriza a hacer reparaciones, respondió Nave. Dadme órdenes.
Taalon, el líder del grupo, respondió inmediatamente. Al instante, Nave –diseñada para obedecer a una voluntad poderosa- entró en acción. Vestara y los demás se encontraron haciendo uso de la Fuerza para mantener sus cuerpos tumbados contra el suelo del interior de Nave cuando esta, ansiosa por la batalla, se lanzó sobre su desprevenida presa. Aparecieron armas de la nada; cañones láser tomaron forma en su parte ventral y derramaron fuego sobre el carguero, un acelerador magnético se formó en su popa para lanzar devastadores orbes metálicos que atravesaron el costado del carguero dejándole grande agujeros.
Vestara observó con los ojos como platos. Nunca antes había visto a Nave atacando, y era un hermoso baile de destrucción.
¿No lleva ningún tipo de defensa? Vestara formuló su pregunta a Nave con el pensamiento.
Puede llevar hasta seis esquifes de tripulación APB, fue la respuesta de Nave. Ya los habrían lanzado si fueran a hacerlo.
Y como Nave había dicho que ocurriría, así ocurrió. El carguero quedó dañado e incapaz de saltar al hiperespacio. En lugar de eso, se dirigió al planeta. La euforia ondeaba en la Fuerza mientras Taalon dirigía a Nave en su persecución.

***

El planeta era agradable y templado. Nave había hecho un trabajo quizá demasiado bueno con el carguero; había grandes boquetes en su costado... e incluso a cierta distancia, Vestara pudo ver pisadas en el barro blando.
-Ya han huido –dijo Taalon mientras él y los demás salían del interior de Nave. Vestara dejó que los otros cuatro la precedieran, como era apropiado.
-Por supuesto que han huido –dijo Workan, con un tono de voz que casi era una mueca burlona-. ¿Acaso creería que se quedarían aquí esperando a que los atrapemos?
-Miren ahí –dijo Myal, señalando-. Rastros humanoides que parten en dos direcciones separadas.
-Tendrán armas –advirtió Workan.
-Nosotros también las tenemos –dijo lady Rhea con una sonrisa, palmeando el sable de luz que colgaba de su cinturón. Tenían más que eso, por supuesto. Todos ellos llevaban pequeños blásters de mano y parangs. Los parangs eran unas herramientas de cristal con bordes afilados que, al lanzarlas, regresaban a su lanzador. Habían sido diseñadas originalmente para despejar campos. Ahora, eran armas útiles y letales. Y, por supuesto, todos ellos tenían el arma definitiva.
El lado oscuro de la Fuerza.
Vestara, al igual que los demás, había estado extendiéndose en la Fuerza. El miedo que emanaba de la tripulación fugitiva era rico y satisfactorio, casi ensombrecía algo...
-Ven, Vestara –dijo lady Rhea-. Iremos con Lord Workan.
Vestara abrió la boca para decir que había sentido algo, pero por el rabillo del ojo pudo ver el movimiento de un pequeño mamífero que se arrastraba por el suelo apartándose de la vista. Agradeció haber tenido ese momento de duda. Ya estaba siendo escrutada por ser el único aprendiz de la misión; no quería cometer ni un solo error. Vestara cerró la boca y asintió, avanzando como se le había dicho.
-Usted vendrá conmigo, Lady Rhea –ordenó Lord Taalon-. Lord Workan llevará consigo al Sable Myal y a la aprendiza Khai.
La suave voz no admitía desacuerdo. Lady Rhea inclinó su cabeza rubia como si no le importara una cosa o la otra.
-Haz que esté orgullosa de ti, aprendiz –dijo a Vestara.
-Sí, lady Rhea. Por supuesto –respondió Vestara.
La caza había comenzado, y Vestara podía sentir la excitación en su interior. El terreno –despejadas llanuras de hierba con zonas de barro marrón aquí y allá- no era ni de lejos el ideal para esconderse. Había huellas claramente dibujadas aquí, hierbas aplastadas allá, y sólo un lugar que podría ofrecer algún tipo de refugio; la ligera elevación de unas colinas con bosques.
-Tenemos suerte de que no hay ningún usuario de la Fuerza –dijo Myal.
-Tenemos aún más suerte de que no tienen ninguna posibilidad de ocultar su rastro –comentó Workan. Vestara permaneció en silencio; sólo hablaba cuando le hablaban. Tanto el Alto Señor como el Sable tenían razón. Las asustadas auras de la Fuerza eran como balizas, y el rastro era obvio.
-¿Deberíamos capturarlos con vida? –preguntó Myal-. Es posible que puedan ayudarnos a reparar el carguero.
-No –dijo Workan-. Tienes una visión demasiado limitada, Myal. Nave sabrá cómo repararlo, si no está demasiado dañado. Si no puede, recuperaremos lo que podamos y volveremos cuando tengamos más naves. Es mejor eliminar a todos los testigos.
Vestara esperaba algo semejante. Sólo deseaba que se le permitiera efectuar una muerte. Sabía que Workan y Myal, que la superaban por mucho en rango, estarían ansiosos de realizar ese tipo de matanza ellos mismos. Atacar abiertamente a un enemigo era algo nuevo para los Sith. Normalmente, en su sociedad, los crímenes y asesinatos eran casi... refinados. Los oponentes de uno eran eliminados por uno mismo o por un asesino contratado. Las muertes por venganza eran honorables, y uno fanfarroneaba sacando a relucir la inconfundible hoja de un shikkar. Pero esto –perseguir abiertamente a un adversario, eliminarlos como bestias- era nuevo. No eran Sith. No se merecían ninguna elegancia ni sofisticación en sus muertes.
Hubo movimiento en uno de los árboles, y no estaba causado por el viento. Workan se detuvo, soltó su parang, apuntó, y lo dejó volar. Emitiendo su característico sonido zumbante, el arma dio en el blanco. Las hojas del árbol se agitaron ligeramente, y un cuerpo cayó. Era bajito y rechoncho, y parecía ser varón. Vestía lo que Vestara reconoció como un traje de piloto, con una cabeza desproporcionadamente grande que estaba –por desgracia para el piloto- hendida en dos. Los inmensos ojos negros estaban abiertos, mirando al infinito, y los pliegues que rodeaban la boca se agitaban en los espasmos de la muerte. Vestara arrugó la nariz.
-Sullustano, creo –dijo Workan-. Qué feo.
El sentido del peligro de Vestara la avisó. Abrió la boca para advertir a sus compañeros, pero ellos también lo habían sentido. Los tres sacaron sus sables de luz, rechazando los disparos de bláster que no hicieron otra cosa salvo que el tirador revelara su ubicación a sus asesinos.
-Ha abatido a su amigo –dijo Myal.
-Encárguese de ese –dijo Workan. Myal inclinó la cabeza, sacó su bláster, y disparó mientras Vestara y Workan le protegían casi sin esfuerzo. Ese tirador, un humano, también cayó, muerto antes de golpear el suelo.
Myal suspiró, frunciendo el ceño con decepción.
-Demasiado fácil –murmuró. Vestara estaba de acuerdo. Aparentemente, había un desafío mayor en planear y ejecutar el asesinato de un colega Sith que en matar a esos seres.
El comunicador de Workan trinó. Era Taalon.
-Hemos encontrado al resto, ocultos en una cueva. Supuse que ustedes dos desearían verlos antes de que nos encarguemos de ellos.
¿Ustedes dos? Vestara luchó por que su rostro permaneciera inexpresivo. Workan y Myal intercambiaron miradas.
-Desde luego –dijo Workan-. ¿Qué quiere que haga Vestara?
-Volverá a la fragata y comenzará a catalogar su contenido –dijo Taalon. Vestara sintió que las mejillas comenzaron a arderle de vergüenza y utilizó la Fuerza para ocultarlo. Workan apagó el comunicador y miró expectante a Vestara. Ella hizo una reverencia y dio media vuelta, volviendo hacia la fragata con un trote suave. Nave sintió su descontento, pero ella no respondió a sus preguntas.
Vestara estaba acostumbrada a obedecer sin rechistar, pero esta vez la forma en que había sido despachada le había dolido. Taalon le había negado deliberadamente la oportunidad de realizar una muerte, y había hecho su golpe aún más insultante al asignarle una tarea insignificante que además carecía de urgencia. Sin embargo, al aproximarse al carguero que estaba en tierra, sintió otra presencia en la Fuerza... y esta vez, estaba segura de que no era un animal.
Vestara extrajo su sable de luz y lo activó con un feroz siseo justo cuando alguien salía del agujero volado en el casco del carguero.
La chica humana estaba descalza y vestía sólo con una sencilla prenda que la cubría de los hombros a las rodillas. Estaba sucio, harapiento y con numerosos remiendos. La piel pálida mostraba cicatrices antiguas y recientes. Un corte fresco en la cabeza sugería que había resultado herida en el aterrizaje forzoso. Por eso su presencia en la Fuerza me resultaba tan débil, se dio cuenta Vestara. La chica había estado inconsciente y Vestara, como los demás Sith, se había concentrado en el miedo de las presas conocidas.
-¡Por favor, no me haga daño! –La voz era joven y asustada. La chica abrió sus manos en un gesto suplicante y su rostro, demasiado envejecido y demacrado para la edad que Vestara sospechaba que tenía, se llenó de lágrimas-. ¡No me importa el cargamento! ¡Puede quedarse con él!
Intrigada, Vestara bajó ligeramente su arma, feliz de aprovechar otra oportunidad de aprender algo acerca de esta vasta galaxia que su pueblo pronto conquistaría.
-No eres miembro de la tripulación. ¿Eres un polizón?
La chica dudó, y Vestara alzó su sable de luz. La otra chica retrocedió, encogiéndose.
-Los pilotos me estaban ayudando a escapar de B’nish. Soy... era... una esclava. ¿Sois cazarrecompensas? ¿Piratas?
¿Eran piratas? Un nombre tan bueno como otro cualquiera.
-Piratas –confirmó Vestara-. Queríamos el cargamento.
-Los demás...
-Están muertos, o lo estarán pronto.
La chica tragó saliva.
-No tengo nada que pueda interesarle –dijo-. Quédese con la carga. Déjeme aquí. Nadie me encontrará aquí.
-Esto... no funciona de ese modo –dijo Vestara en voz baja.
-Por favor... los demás ni se enterarán. No estaba en ningún registro de tripulación. Simplemente deja que me vaya, nunca me has visto. Y sólo... sólo quiero ser... vivir como un ser libre. Nunca he conocido eso. ¡Nadie lo sabrá!
Nadie lo sabría. Nadie excepto Vestara. Nadie excepto Nave, a quien podría sentir en su mente, observando en silencio su comportamiento. Esta chica, esclava o no, inofensiva o no, no era Sith. Y por tanto tenía que morir.
-Puedo hacerlo rápido e indoloro –dijo Vestara, preguntándose por qué pronunciaba esas palabras aunque nadie se las hubiera pedido. ¿Por qué debería importarle el dolor que causara?-. Arrodíllate, yo...
Los ojos azules de la chica, esperanzados un momento antes, ahora mostraron dureza incluso mientras las lágrimas brotaban de ellos.
-No –dijo, con voz firme y sorprendentemente fuerte-. Se acabó el arrodillarse. Se acabó el obedecer. No eres mi dueña. Nadie lo es. ¡Moriré libre!
Y rápida como una cierva sorumi, salió corriendo. Vestara era igual de rápida. Su parang estuvo en sus manos en cuestión de segundos. Hizo uso de la Fuerza para guiar su puntería, y lo hizo volar.
El arma de cristal no conocía la piedad. La atravesó con la misma despiadada eficiencia con la que en otro tiempo cortaba la enmarañada maleza. El impacto hizo que la chica perdiera el equilibrio a mitad de zancada.
Rojo, el mundo era rojo, caliente y vital y penetrante. Vestara se estremeció por un momento. Nadie le había advertido... no se había imaginado... tanto...
La chica había muerto resistiéndose a la muerte, abrazando la vida con una feroz pasión que Vestara no había encontrado nunca antes, y la sensación en la Fuerza cuando esa vida fue desgarrada dejó a Vestara sin aliento mientras su corazón golpeaba con fuerza en su pecho. Sintió que sus propias rodillas cedían y que el mundo giraba a su alrededor. Por un misericordioso instante, el gris amortiguó la urgente violencia del rojo, el tiempo suficiente para que la aprendiz de Sith se recuperara y recordase el poder de su voluntad.
Sólo los Sith debían sobrevivir. Esta chica nunca habría podido ser uno de ellos. Vestara había hecho exactamente lo que debía hacer.
Entonces, ¿por qué sigues temblando, aprendiz?
Yo... no lo sé, pensó Vestara, sin molestarse en pensar alguna mentira. Nave sabía cómo ver a través de ellas. Aún se estaba recuperando de la sensación de la Fuerza herida, de la visión de tanto... tanto... rojo. Caminó con piernas inseguras para colocarse sobre el cadáver, y se preguntó cuál habría sido el nombre de la muchacha.
Ponle un nombre tú misma, dijo Nave.
Vestara tragó saliva, y luego alcanzó la Fuerza para calmar su propio corazón acelerado. Respiró profundamente, sintiendo el aroma cobrizo de la sangre fresca.
La llamaré Primera, decidió Vestara, dejando que un frío desapasionado se instalase en ella. Porque será la primera de muchos. Y lo fue.

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