Primera
sangre
Christie
Golden
La aprendiz Sith Vestara Khai se encontraba de pie
junto a su maestra, la Dama Olaris Rhea, en el patio del Templo Sith. El Gran
Señor Darish Vol estaba presente, junto con todos los Altos Señores y el
Círculo de Señores de los Sith. Había demasiados Sables Sith para incluirlos a
todos, así que sólo habían sido elegidos algunos de los más prestigiosos. El
padre de Vestara, el Sable Gavar Khai, estaba entre ellos. Ella le observó, de
pie junto a su amigo Ruku Myal, un Sable con el cabello tan claro como oscuro
era el de Khai, y tan animado como solemne era Khai. Oh, el resto de los Sith
de Kesh estarían observando, por supuesto. Había holocámaras dispuestas por
todo el patio, y el evento sería transmitido en directo por todo el planeta.
Vestara no prestó demasiada atención al discurso
que pronunció el Gran Señor Vol, y sospechaba que, pese a lo venerado que era
Vol, pocos lo habrían hecho. Todo el mundo estaba esperando a Nave, la esfera
de entrenamiento Sith, que les había dicho que se reunieran porque tenía algo
muy importante que contarles.
Y cuando finalmente habló, dentro de sus mentes,
Vestara quedó aturdida.
Habéis estado
aislados durante mucho tiempo. Sin embargo, más cerca de lo que creéis, una
ruta de comercio bien consolidada os abrirá la galaxia para que la conquistéis.
Encontraremos una nave de la que apoderarnos, y la usaremos para reparar la
nave de guerra Presagio que os dejó
aquí como náufragos al estrellarse. Y golpearemos una y otra vez, hasta que
tengamos una flota para sembrar el terror por toda la galaxia. Cinco de
vosotros me acompañarán en este viaje inicial. Venid.
Se levantaron murmullos de excitación, y entonces
los nombres se posaron en sus mentes.
Alto Señor
Sarasu Taalon.
Eso no era ninguna sorpresa, pensó Vestara. Con su
cabeza color púrpura oscuro erguida, el Alto Señor keshiri parecía incapaz de
ocultar una sonrisa de suficiencia mientras avanzaba para colocarse junto a la
esfera de entrenamiento Sith.
Señor Ivaar
Workan.
De nuevo, no era inesperado. Ambos hombres, el
keshiri y el anciano humano, eran poderosos en la Fuerza y, según había
escuchado Vestara, también despiadados. Por supuesto que Nave los elegiría.
Dama Olaris
Rhea.
Lady Rhea emanó placer y seguridad en la Fuerza
mientras, con aire ausente, daba una palmadita en la mejilla de Vestara y
avanzaba con ágiles zancadas para unirse a los dos Altos Señores.
Sable Ruku
Myal.
Vestara sintió una oleada de sorpresa en la Fuerza.
¿Un Sable? ¿Cuándo todavía quedaban Señores y Altos Señores a los que elegir?
Los cincelados rasgos de Myal mostraban pocas emociones, al igual que su aura
de la Fuerza. Sin embargo, debía de haberse sorprendido por la elección.
Vestara Khai.
Vestara parpadeó, confusa, pensando que, por alguna
razón, Nave quería hablar con ella a solas.
¿Qué ocurre,
Nave?
Una pincelada de humor.
Acércate,
aprendiz. No hagas esperar a tus superiores.
Vestara sabía que no estaba teniendo ningún éxito
ocultando su asombro y su deleite mientras avanzaba para colocarse junto a un
Alto Señor, dos Señores, y un Sable. Pero, en el fondo, la desaprobación que
procedía de los miembros de la concurrencia significaba poco para ella. Ella
iba a marcharse con Nave, y ellos no.
***
-¿Buenos pensamientos, aprendiz Khai? –La voz era
masculina y agradable. Vestara sonrió. Si su padre no podía estar ahí, al menos
sí estaba el amigo de su padre.
-Los mejores, Sable Myal –respondió-. Estoy
pensando en lo afortunada que soy de estar aquí en esta ocasión histórica.
-Aprendiz –gruñó Taalon-, malgastas tus energías y
las de los demás. Deberías estar meditando.
-No, Taalon. Ninguno de nosotros debería –dijo
Workan. Y tenía razón. Vestara sentía el
cambio en Nave, una tensión, como si se preparara para algo. Parte de las
superficies curvadas que formaban el muro interior de Nave se hicieron
transparentes. Esos cinco Sith, por primera vez, contemplaron una nave espacial
que no fuera el Presagio.
Escucharon a Nave en sus mentes:
Esta nave es
un carguero ligero damoriano s18. Tiene una tripulación de seis miembros. Viene
procedente de Eriadu, un gran astillero. Su carga será de gran ayuda para
nuestra causa.
-¿Qué hacemos? –preguntó Taalon.
Debemos
dañarlo para obligarle a que aterriza a hacer reparaciones, respondió Nave.
Dadme órdenes.
Taalon, el líder del grupo, respondió
inmediatamente. Al instante, Nave –diseñada para obedecer a una voluntad
poderosa- entró en acción. Vestara y los demás se encontraron haciendo uso de
la Fuerza para mantener sus cuerpos tumbados contra el suelo del interior de
Nave cuando esta, ansiosa por la batalla, se lanzó sobre su desprevenida presa.
Aparecieron armas de la nada; cañones láser tomaron forma en su parte ventral y
derramaron fuego sobre el carguero, un acelerador magnético se formó en su popa
para lanzar devastadores orbes metálicos que atravesaron el costado del
carguero dejándole grande agujeros.
Vestara observó con los ojos como platos. Nunca
antes había visto a Nave atacando, y era un hermoso baile de destrucción.
¿No lleva
ningún tipo de defensa? Vestara formuló su pregunta a Nave con el
pensamiento.
Puede llevar
hasta seis esquifes de tripulación APB, fue la respuesta de Nave. Ya los habrían lanzado si fueran a hacerlo.
Y como Nave había dicho que ocurriría, así ocurrió.
El carguero quedó dañado e incapaz de saltar al hiperespacio. En lugar de eso,
se dirigió al planeta. La euforia ondeaba en la Fuerza mientras Taalon dirigía
a Nave en su persecución.
***
El planeta era agradable y templado. Nave había
hecho un trabajo quizá demasiado bueno con el carguero; había grandes boquetes
en su costado... e incluso a cierta distancia, Vestara pudo ver pisadas en el
barro blando.
-Ya han huido –dijo Taalon mientras él y los demás
salían del interior de Nave. Vestara dejó que los otros cuatro la precedieran,
como era apropiado.
-Por supuesto que han huido –dijo Workan, con un
tono de voz que casi era una mueca burlona-. ¿Acaso creería que se quedarían
aquí esperando a que los atrapemos?
-Miren ahí –dijo Myal, señalando-. Rastros
humanoides que parten en dos direcciones separadas.
-Tendrán armas –advirtió Workan.
-Nosotros también las tenemos –dijo lady Rhea con
una sonrisa, palmeando el sable de luz que colgaba de su cinturón. Tenían más
que eso, por supuesto. Todos ellos llevaban pequeños blásters de mano y
parangs. Los parangs eran unas herramientas de cristal con bordes afilados que,
al lanzarlas, regresaban a su lanzador. Habían sido diseñadas originalmente
para despejar campos. Ahora, eran armas útiles y letales. Y, por supuesto,
todos ellos tenían el arma definitiva.
El lado oscuro de la Fuerza.
Vestara, al igual que los demás, había estado
extendiéndose en la Fuerza. El miedo que emanaba de la tripulación fugitiva era
rico y satisfactorio, casi ensombrecía algo...
-Ven, Vestara –dijo lady Rhea-. Iremos con Lord
Workan.
Vestara abrió la boca para decir que había sentido
algo, pero por el rabillo del ojo pudo ver el movimiento de un pequeño mamífero
que se arrastraba por el suelo apartándose de la vista. Agradeció haber tenido
ese momento de duda. Ya estaba siendo escrutada por ser el único aprendiz de la
misión; no quería cometer ni un solo error. Vestara cerró la boca y asintió,
avanzando como se le había dicho.
-Usted
vendrá conmigo, Lady Rhea –ordenó Lord Taalon-. Lord Workan llevará consigo al
Sable Myal y a la aprendiza Khai.
La suave voz no admitía desacuerdo. Lady Rhea
inclinó su cabeza rubia como si no le importara una cosa o la otra.
-Haz que esté orgullosa de ti, aprendiz –dijo a
Vestara.
-Sí, lady Rhea. Por supuesto –respondió Vestara.
La caza había comenzado, y Vestara podía sentir la
excitación en su interior. El terreno –despejadas llanuras de hierba con zonas
de barro marrón aquí y allá- no era ni de lejos el ideal para esconderse. Había
huellas claramente dibujadas aquí, hierbas aplastadas allá, y sólo un lugar que
podría ofrecer algún tipo de refugio; la ligera elevación de unas colinas con
bosques.
-Tenemos suerte de que no hay ningún usuario de la
Fuerza –dijo Myal.
-Tenemos aún más suerte de que no tienen ninguna
posibilidad de ocultar su rastro –comentó Workan. Vestara permaneció en
silencio; sólo hablaba cuando le hablaban. Tanto el Alto Señor como el Sable
tenían razón. Las asustadas auras de la Fuerza eran como balizas, y el rastro
era obvio.
-¿Deberíamos capturarlos con vida? –preguntó Myal-.
Es posible que puedan ayudarnos a reparar el carguero.
-No –dijo Workan-. Tienes una visión demasiado
limitada, Myal. Nave sabrá cómo repararlo, si no está demasiado dañado. Si no
puede, recuperaremos lo que podamos y volveremos cuando tengamos más naves. Es
mejor eliminar a todos los testigos.
Vestara esperaba algo semejante. Sólo deseaba que
se le permitiera efectuar una muerte. Sabía que Workan y Myal, que la superaban
por mucho en rango, estarían ansiosos de realizar ese tipo de matanza ellos
mismos. Atacar abiertamente a un enemigo era algo nuevo para los Sith.
Normalmente, en su sociedad, los crímenes y asesinatos eran casi... refinados.
Los oponentes de uno eran eliminados por uno mismo o por un asesino contratado.
Las muertes por venganza eran honorables, y uno fanfarroneaba sacando a relucir
la inconfundible hoja de un shikkar. Pero esto –perseguir abiertamente a un
adversario, eliminarlos como bestias- era nuevo. No eran Sith. No se merecían
ninguna elegancia ni sofisticación en sus muertes.
Hubo movimiento en uno de los árboles, y no estaba
causado por el viento. Workan se detuvo, soltó su parang, apuntó, y lo dejó
volar. Emitiendo su característico sonido zumbante, el arma dio en el blanco.
Las hojas del árbol se agitaron ligeramente, y un cuerpo cayó. Era bajito y
rechoncho, y parecía ser varón. Vestía lo que Vestara reconoció como un traje
de piloto, con una cabeza desproporcionadamente grande que estaba –por
desgracia para el piloto- hendida en dos. Los inmensos ojos negros estaban
abiertos, mirando al infinito, y los pliegues que rodeaban la boca se agitaban
en los espasmos de la muerte. Vestara arrugó la nariz.
-Sullustano, creo –dijo Workan-. Qué feo.
El sentido del peligro de Vestara la avisó. Abrió
la boca para advertir a sus compañeros, pero ellos también lo habían sentido.
Los tres sacaron sus sables de luz, rechazando los disparos de bláster que no
hicieron otra cosa salvo que el tirador revelara su ubicación a sus asesinos.
-Ha abatido a su amigo –dijo Myal.
-Encárguese de ese –dijo Workan. Myal inclinó la
cabeza, sacó su bláster, y disparó mientras Vestara y Workan le protegían casi
sin esfuerzo. Ese tirador, un humano, también cayó, muerto antes de golpear el
suelo.
Myal suspiró, frunciendo el ceño con decepción.
-Demasiado fácil –murmuró. Vestara estaba de
acuerdo. Aparentemente, había un desafío mayor en planear y ejecutar el
asesinato de un colega Sith que en matar a esos seres.
El comunicador de Workan trinó. Era Taalon.
-Hemos encontrado al resto, ocultos en una cueva.
Supuse que ustedes dos desearían verlos antes de que nos encarguemos de ellos.
¿Ustedes dos?
Vestara luchó por que su rostro permaneciera inexpresivo. Workan y Myal
intercambiaron miradas.
-Desde luego –dijo Workan-. ¿Qué quiere que haga
Vestara?
-Volverá a la fragata y comenzará a catalogar su
contenido –dijo Taalon. Vestara sintió que las mejillas comenzaron a arderle de
vergüenza y utilizó la Fuerza para ocultarlo. Workan apagó el comunicador y
miró expectante a Vestara. Ella hizo una reverencia y dio media vuelta,
volviendo hacia la fragata con un trote suave. Nave sintió su descontento, pero
ella no respondió a sus preguntas.
Vestara estaba acostumbrada a obedecer sin
rechistar, pero esta vez la forma en que había sido despachada le había dolido.
Taalon le había negado deliberadamente la oportunidad de realizar una muerte, y
había hecho su golpe aún más insultante al asignarle una tarea insignificante
que además carecía de urgencia. Sin embargo, al aproximarse al carguero que
estaba en tierra, sintió otra presencia en la Fuerza... y esta vez, estaba
segura de que no era un animal.
Vestara extrajo su sable de luz y lo activó con un
feroz siseo justo cuando alguien salía del agujero volado en el casco del
carguero.
La chica humana estaba descalza y vestía sólo con
una sencilla prenda que la cubría de los hombros a las rodillas. Estaba sucio,
harapiento y con numerosos remiendos. La piel pálida mostraba cicatrices
antiguas y recientes. Un corte fresco en la cabeza sugería que había resultado
herida en el aterrizaje forzoso. Por eso
su presencia en la Fuerza me resultaba tan débil, se dio cuenta Vestara. La
chica había estado inconsciente y Vestara, como los demás Sith, se había
concentrado en el miedo de las presas conocidas.
-¡Por favor, no me haga daño! –La voz era joven y
asustada. La chica abrió sus manos en un gesto suplicante y su rostro,
demasiado envejecido y demacrado para la edad que Vestara sospechaba que tenía,
se llenó de lágrimas-. ¡No me importa el cargamento! ¡Puede quedarse con él!
Intrigada, Vestara bajó ligeramente su arma, feliz
de aprovechar otra oportunidad de aprender algo acerca de esta vasta galaxia
que su pueblo pronto conquistaría.
-No eres miembro de la tripulación. ¿Eres un
polizón?
La chica dudó, y Vestara alzó su sable de luz. La
otra chica retrocedió, encogiéndose.
-Los pilotos me estaban ayudando a escapar de
B’nish. Soy... era... una esclava. ¿Sois cazarrecompensas? ¿Piratas?
¿Eran piratas? Un nombre tan bueno como otro
cualquiera.
-Piratas –confirmó Vestara-. Queríamos el
cargamento.
-Los demás...
-Están muertos, o lo estarán pronto.
La chica tragó saliva.
-No tengo nada que pueda interesarle –dijo-.
Quédese con la carga. Déjeme aquí. Nadie me encontrará aquí.
-Esto... no funciona de ese modo –dijo Vestara en
voz baja.
-Por favor... los demás ni se enterarán. No estaba
en ningún registro de tripulación. Simplemente deja que me vaya, nunca me has
visto. Y sólo... sólo quiero ser... vivir como un ser libre. Nunca he conocido
eso. ¡Nadie lo sabrá!
Nadie lo sabría. Nadie excepto Vestara. Nadie
excepto Nave, a quien podría sentir en su mente, observando en silencio su
comportamiento. Esta chica, esclava o no, inofensiva o no, no era Sith. Y por
tanto tenía que morir.
-Puedo hacerlo rápido e indoloro –dijo Vestara,
preguntándose por qué pronunciaba esas palabras aunque nadie se las hubiera
pedido. ¿Por qué debería importarle el dolor que causara?-. Arrodíllate, yo...
Los ojos azules de la chica, esperanzados un
momento antes, ahora mostraron dureza incluso mientras las lágrimas brotaban de
ellos.
-No –dijo, con voz firme y sorprendentemente
fuerte-. Se acabó el arrodillarse. Se acabó el obedecer. No eres mi dueña.
Nadie lo es. ¡Moriré libre!
Y rápida como una cierva sorumi, salió corriendo.
Vestara era igual de rápida. Su parang estuvo en sus manos en cuestión de
segundos. Hizo uso de la Fuerza para guiar su puntería, y lo hizo volar.
El arma de cristal no conocía la piedad. La
atravesó con la misma despiadada eficiencia con la que en otro tiempo cortaba
la enmarañada maleza. El impacto hizo que la chica perdiera el equilibrio a mitad
de zancada.
Rojo, el
mundo era rojo, caliente y vital y
penetrante. Vestara se estremeció por un momento. Nadie le había advertido...
no se había imaginado... tanto...
La chica había muerto resistiéndose a la muerte,
abrazando la vida con una feroz pasión que Vestara no había encontrado nunca
antes, y la sensación en la Fuerza cuando esa vida fue desgarrada dejó a
Vestara sin aliento mientras su corazón golpeaba con fuerza en su pecho. Sintió
que sus propias rodillas cedían y que el mundo giraba a su alrededor. Por un
misericordioso instante, el gris amortiguó la urgente violencia del rojo, el tiempo suficiente para que la
aprendiz de Sith se recuperara y recordase el poder de su voluntad.
Sólo los Sith debían sobrevivir. Esta chica nunca
habría podido ser uno de ellos. Vestara había hecho exactamente lo que debía
hacer.
Entonces,
¿por qué sigues temblando, aprendiz?
Yo... no lo
sé, pensó Vestara, sin molestarse en pensar alguna mentira. Nave sabía cómo
ver a través de ellas. Aún se estaba recuperando de la sensación de la Fuerza
herida, de la visión de tanto... tanto... rojo. Caminó con piernas inseguras
para colocarse sobre el cadáver, y se preguntó cuál habría sido el nombre de la
muchacha.
Ponle un
nombre tú misma, dijo Nave.
Vestara tragó saliva, y luego alcanzó la Fuerza
para calmar su propio corazón acelerado. Respiró profundamente, sintiendo el
aroma cobrizo de la sangre fresca.
La llamaré
Primera, decidió Vestara, dejando que un frío desapasionado se instalase en
ella. Porque será la primera de muchos.
Y lo fue.
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