Aislada por
la arena en Tatooine
Peter
Schweighofer
-Genial... Simplemente fantástico. –maldice Platt
amargamente. Tamborilea con los dedos sobre la humeante consola de control de
su carguero-. No hay nada como tratar de salir pitando de Mos Eisley y que en
ese momento tu nave decida que está lista para el desguace.
Mira a través de la ventana de la cabina. Arena. No
dunas, simplemente arena, apilándose más y más cada minuto. La nave de Platt,
el Deceso de Pok, había caído en una
tormenta de grava del Mar de Dunas.
Platt repasa su fuga, tratando de descubrir qué
había fallado. Había estado tomando unas copas con Sovar, su “procurador de
carga”. La visita a la cantina era una especie de pago por el cargamento
mediocre que había negociado con ella. Entonces aparecieron los
cazarrecompensas. Platt volvió a toda prisa a la bahía de atraque 86, subió
corriendo a bordo del Deceso de Pok,
selló las escotillas de personal y de carga, y salió como una exhalación. Ya
estaba fuera incluso antes de que los cazarrecompensas pudieran hacer el primer
disparo.
Por supuesto, en esos despegues apresurados no
había realmente tiempo para realizar un análisis de diagnóstico completo en los
sistemas de la nave. Platt lo descubrió dos minutos después, cuando sus
propulsores de maniobra fallaron. Y luego sus motores iónicos. Y luego el
generador principal. Sin duda, en ese momento sus generadores de escudo eran un
montón de chatarra. El lugar más cercano para un aterrizaje de emergencia
estaba a unos kilómetros por debajo de ella: el Mar de Dunas. Platt hizo lo que
pudo para que la nave chocase contra la superficie en un ángulo no demasiado
pronunciado. Al menos el impacto no la había dejado demasiado dolorida.
Platt mira por la ventanilla. La arena la ha
cubierto por completo.
-Bueno, si tengo que esperar a que pase la
tormenta, podría aprovechar para ver qué queda de mi nave –suspira.
No queda gran cosa. El cañón montado en la parte
ventral había sido arrancado durante el choque. Los sensores inferiores han
desaparecido. La arena ha llenado los pasadizos de mantenimiento delanteros. La
cabina es un desastre. Be-Cerobé no había estado sujeto; sus restos están
dispersos por todo el pasillo principal. El droide es historia. Ya había
sufrido bastante.
Platt espera encontrar su bahía de carga
embadurnada de pasteles glaseados, la carga casi carente de valor que Sovar le
había endosado. Iluminando las paredes con su vara luminosa, no puede encontrar
ni una sola pizca de glaseado. Los contenedores siguen sujetos con sus redes,
pero algo había roído las correas de las redes superiores. Las tapas de los
cajones habían sido abiertas y apartadas a un lado. Platt mira dentro de una y
olisquea. Nota el olor a pastel glaseado y a algo más... algo animal.
Platt escucha ruido de arañazos en un conducto de
mantenimiento bajo las planchas de la cubierta. Repiqueteo de tuberías en la
estación de ingeniería de popa. Alguien está arrastrándose por ahí. Platt ya se
había encontrado otras veces con furtivos secuestradores de naves o polizones,
pero nadie podría nunca comerse todos esos pasteles glaseados y conseguir oler
tan mal como lo hacían ahora las cajas.
Con cautela, se aproxima a la escotilla de la
estación de ingeniería de popa. Platt se pasa la vara luminosa a la otra mano y
desenfunda su bláster. Con un rápido movimiento, da una patada a los controles
de la escotilla. La puerta de metal gime al abrirse lentamente. Platt hace
brillar la vara luminosa y mira al interior. Dos pies grandes y fuertes la
lanzan a la cubierta. Varias criaturas con hocicos afilados golpean con fuerza
a Platt. Algunos tienen cuernos dolorosamente afilados. Pasan por encima de
ella y huyen a alguna otra parte de la nave.
Platt se levanta de la cubierta, maldiciendo. El Deceso de Pok tiene scurriers, alimañas
de Mos Eisley. Alumbra la bahía de ingeniería con la vara luminosa. Hay pedazos
de maquinaria y piezas de la nave por todas partes. Los intercambiadores de las
bobinas iónicas están destrozados en un montón de pedacitos. Y la capa aislante
de dos acopladores de potencia está roída por completo. Las criaturas han
mordisqueado y destrozado componentes importantes de casi todos los sistemas.
Los scurriers debían de haber subido a bordo de la
lave de Platt cuando Sovar vino a invitarla a ese trago en la cantina: Había
dejado abierta la compuerta de carga del carguero.
-Bueno, ya no hay gran cosa que pueda hacer al
respecto –dice Platt a nadie en particular-. Lo mejor que puedo hacer es vender
este viejo trasto a los jawas como chatarra.
***
Desde las profundidades de su nave, Platt supone
que la tormenta de grava ha amainado. El incesante zumbido del exterior ha
cesado. Pulsa los controles de la escotilla superior y se aparta unos pasos. La
escotilla se desbloquea con un golpe metálico y se abre con un gemido. Una
avalancha de arena se vierte en el interior. Cuando terminó (y Platt queda
aliviada cuando por fin lo hizo), tomó una mochila con sus efectos personales y
de supervivencia y sale al exterior trepando por la escotilla.
Los soles gemelos de Tatooine asoman ligeramente
por el horizonte. Por lo que Platt puede ver, su carguero está enterrado por
completo. Con el transpondedor hecho pedazos, nadie va a encontrar la nave en
este desierto. Probablemente pasarían varias semanas hasta que alguno de los
reptadores areneros de los jawas aparezca por esta zona. Platt sabe que tiene
que irse de allí caminando por su cuenta. ¿Pero en qué dirección se encuentra
el asentamiento más cercano?
Platt se sobresalta cuando cinco scurriers surgen
de la escotilla abierta y salen corriendo por el desierto. Los odiosos
carroñeros deben estar rastreando la fuente de comida más cercana: basura.
Basura significa que debe de haber algún tipo de civilización por ahí. Platt se
arrodilla y busca los macrobinoculares en su mochila. Trepa a la duna más cercana
y enfoca los macros, tratando de seguir a los scurriers.
Ahí están, a casi un kilómetro de distancia, si las
lecturas de alcance de sus macrobinoculares son correctas. De repente, los
números indican cuatro metros cuando un enorme borrón se alza en la pantalla de
sus macros. Una cabeza gigantesca y un largo cuello surgen de la arena. Platt
deja caer los macrobinoculares y retrocede tambaleándose, temerosa. Le da igual
que sea un gusano de arena, un dragón krayt, o algo peor. Platt sólo lucha por
liberar el bláster de su funda. Está a punto de girarse y disparar a lo que
quiera que fuese, cuando un cálido hocico acaricia juguetonamente su pelo.
Platt alza la mirada para ver a un ronto con una
sonrisa inocente en su hocico. Sus aletas de arena cuelgan de su nuca. La
bestia emite un arrullo mientras vuelve a acariciarle el pelo.
-Eh, para –dice Platt, apartando amablemente al
ronto. Se pone en pie y se sacude la arena. Platt advierte que un juego de
riendas cuelga del hocico del animal, y hay una montura cuadrada sujeta a su
espalda. Estira el brazo para rascar el cuello del ronto. Él se agacha y le
lame la cara-. Hola, amigote. ¿Dónde está tu jinete? Pobre criatura, debes de
haberte aquí atrapada durante la tormenta de grava. Apuesto a que esas aletas
de arena te ayudaron a protegerte. A veces me gustaría poder acurrucarme en una
tormenta de arena y esperar a que termine.
El ronto se limita a frotar cariñosamente su hocico
contra el cabello de Platt.
Platt se echa la mochila al hombro y se acerca a la
montura del ronto. No hay cuerdas o arneses para subir. Girando su largo cuello
para mirarla, el ronto se arrodilla en la arena, como si supiera lo que ella
está pensando. Platt agarra la montura, coloca un pie en la pata doblada del
ronto, y se impulsa hacia arriba.
Acomodándose en la extraña montura, da una
palmadita al cuello de la criatura.
-Buen chico. Ahora, ¿puedes llevarme a casa? –El
ronto le devuelve una mirada de estupefacción-. Ya sabes, a casa –dice Platt con insistencia-.
¿Comida, agua, civilización? Hola... –dice, golpeándole la cabeza-. ¿Hay algo
que funcione en ese pequeño cerebro tuyo? Mira, amigo, si no encuentro
civilización, no puedo encontrar un transporte de vuelta a Mos Eisley. Si
consigo llegar allí, tengo que encontrar una nueva nave con cazarrecompensas
pisándome los talones. Pero no podré ir a ninguna
parte a menos que comiences a andar. ¿Lo pillas?
El ronto inclinó el cuello y acarició una vez más
su cabello.
-Mira, puedes jugar con mi pelo tanto como quieras
cuando lleguemos a un asentamiento, ¿vale?
Platt no está segura de que la criatura le
entienda. Tal vez sí, tal vez no. Tal vez simplemente le apetezca moverse. En
cualquier caso, la bestia se levantó de repente y comenzó a caminar a grandes
pasos por la arena, tomando el mismo camino que habían seguido los scurriers
momentos antes. Platt suspira. Da una palmaditas al cuello del ronto.
-Buen chico.
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