jueves, 12 de diciembre de 2013

Engranajes en movimiento (I)

Engranajes en movimiento
Jean Rabe

-A qué planeta tan hermoso nos han enviado, Teni. Totalmente rústico. Incluso me atrevería a llamarlo pintoresco.
-Deja de quejarte, Arvee. Vengler es sólo un poco primitivo, eso es todo.
-¿Primitivo? Hemos aterrizado en una meseta, no en un espaciopuerto. Sin comodidades. Sin una cantina a la vista. ¿Por qué no llamar a este lugar por lo que realmente es, señor? Una bola de polvo.
El teniente rebelde frunció el ceño al mirar al cuadrúpedo con aspecto de sapo, su segundo al mando, y luego señaló a las oscuras colinas.
-Un poco de polvo nunca ha hecho daño a nadie. Además, no estaremos aquí por mucho tiempo. Atajemos por ese paso y sorprendamos a los imperiales al otro lado. No hay muchos. Un par de docenas de soldados de asalto, personal de apoyo. Deberíamos ser capaces de ocuparnos de ellos sin demasiados problemas. Tenemos mucho espacio para prisioneros en la lanzadera.
-¿Prisioneros?
-Sí, prisioneros. Esto será fácil, Arvee. Zilg-dicody de Mundlop comido.
-Fácil –repitió Arvee-. Lástima que sea alérgico al zilg.
-Liberamos a los mineros –continuó el teniente-, y luego todos tendremos unos días de permiso en una gran nave rebaño ithoriana.
El teniente tenía que admitir que compartía el punto de vista de Arvee sobre el planeta perdido. Vengler carecía en gran medida de civilización, particularmente este continente, y al estar en la frontera se convertía en una presa fácil para la pequeña unidad imperial que, según se había informado, había llegado y ocupado la mina de quendek. Si no hubiera sido por un espía de la Alianza infiltrado en la tripulación de una fragata mercante que se hallaba de paso, la presencia imperial en Vengler probablemente habría pasado inadvertida durante años. Mejor llevar un destacamento ahora y acabar ya con ellos, pensó el teniente... antes de que los imperiales tuvieran la oportunidad de construir un emplazamiento de armas y establecer una base.
-Fácil. ¡Phfhfffftt! –Arvee se acuclilló sobre sus piernas traseras, se rascó una verruga, y tomó el rifle bláster que colgaba de su espalda moteada-. Claro, Teni. Fácil para vosotros, humanos. –Apretó los labios en una imitación de un mohín de enfado y miró al resto de la fuerza rebelde; la mayoría de los 150 eran reclutas corellianos. Había unos cuantos devaronianos y un par de sullustanos en la mezcla, pero él era el único que caminaba sobre sus cuatro extremidades-. Fácil porque todo este polvo no os molesta demasiado a vosotros los bípedos. Al menos esto es mejor que quedarme en mi catre y ver cómo van pasando las estrellas –bufó Arvee-. Un pequeño puesto de avanzada. Lástima que no haya dos o tres. Realmente me gusta disparar a las tropas de asalto. Y además se me da bien. -Arvee se agazapó, con su espalda marrón y llena de bultos ayudándole a mezclarse con el áspero paisaje. Un asomo de sonrisa cruzó sus labios bulbosos-. Eh, Teni, ¿puedo ir en cabeza?
El teniente asintió, y el explorador con aspecto de sapo se puso rápidamente por delante. El resto de los rebeldes avanzaba lentamente tras él. Conforme las estrellas comenzaban a aparecer a la vista, atravesaron en silencio el paso entre las colinas.
Arvee estornudó.
-Realmente odio todo este polvo –maldijo para sí, mientras recorría el gatillo de su bláster con un dedo de su mano palmeada-. Menos mal que no estaremos aquí mucho tiempo. –Alcanzó el extremo opuesto del paso y echó un vistazo por el campo árido y ondulado-. Vaya, me ocuparé de todos ellos sin ninguna molestia. Rápidamente. Sólo un escamoso servidor. Olvídate de los prisioneros. Y luego... –Su áspero aliento se quedó en su garganta y sus piernas se quedaron clavadas en su sitio al ver algo en el límite de su visión: varias naves imperiales de patrulla de sistema. Había un edificio detrás de las naves-. Eso no es un puesto de avanzada –susurró en una voz tan suave como pudo-. Ni dos ni tres. Es una base imperial. Con montones de emplazamientos de armas.
El polvo se arremolinó alrededor de sus patas traseras conforme sus camaradas le iban alcanzando.

***

-¡Es todo este polvo! –gruñó el piloto del carguero-. Polvo y arena. Cada vez que me quedo en Mos Eisley durante más de un par de días, se mete por las juntas de mis droides. Les hace funcionar mal o apagarse. ¿Puedes hacer algo al respecto?
Amalk Wulqpark echó un vistazo al droide de protocolo cubierto de polvo que el piloto había arrastrado bruscamente hasta su taller.
-Entonces no deberías haberlo dejado a la intemperie –sugirió Amalk-. El polvo no sería un problema si lo dejases dentro de tu nave.
-No puedo dejarlo en mi nave. Lo necesito cerca por si acaso me encuentro con algo o alguien con el que quiera hablar. Por negocios.
-¿Y realizas tus negocios en la calle?
-A veces. Y en la cantina, también. Pero las normas de la cantina... bueno, no me dejan meterlo al interior –replicó el piloto-. Así que lo dejo fuera junto a la puerta. Es lo mejor.
Entonces debes de pasar una terrible cantidad de tiempo dentro de la cantina, pensó Amalk, para que quede así de dañado por el polvo.
Amalk se inclinó sobre el mostrador y recorrió la deslustrada cara del droide con sus manos manchadas por la edad. Era un gesto amable que no significó nada para el piloto, pero que el droide achacoso sí supo apreciar.
-Necesitas un baño de aceite, mi nuevo amigo –dijo Amalk con dulzura-. Enderezar algunas de esas abolladuras.
-¿Eh?
-Diría que no debería haber demasiado problema en arreglarlo –dijo en voz más alta-. Parece que sus fotorreceptores están dañados.
El piloto alzó una ceja y abrió los labios en una silenciosa pregunta.
-Fotorreceptores –explicó Amalk-. Los ojos de tu droide, los aparatos que atrapan los rayos de luz, natural y artificial, y los convierten en señales electrónicas. Las señales se procesan por el ordenador de vídeo en la base de su cabeza y se traducen en imágenes para que pueda ver. Funcionan según el mismo principio que los ojos humanos. En todo caso, las carcasas tienen grietas. El polvo ha entrado al interior y ha ahogado los mecanismos.
-Odio todo este polvo –gruñó el piloto.
Amalk entrecerró sus acuosos ojos azules.
-Hmm. No son sólo las carcasas. Tienes más problemas, ¿verdad, amigo? –Estaba hablando con el droide, y el droide comenzó a responderle.
-¿Qué es ese ruido? –interrumpió el piloto-. ¿Esa cosa chirriante? ¿Le pasa algo a su vocalizador?
-Vocabulador. Sintetizador de habla.
-Sí. Eso es lo que quería decir. ¿Está roto también?
Amalk negó con la cabeza.
-No es ruido –murmuró-. Es lenguaje.
-No es ninguno que yo entienda –replicó el piloto.
-Pocos lo hacen.
Pero Amalk era uno de esos pocos. Lo que sonaba como zumbidos de insectos en el abarrotado interior de su taller, era un lenguaje de programación especializado. Los droides a menudo lo usaban para comunicarse entre ellos. Era mayormente ininteligible para los orgánicos. Amalk lo zumbaba fluidamente: pregunta tras pregunta iban saliendo de sus labios. El droide proporcionaba respuestas rápidamente.
-Viajarás mucho, supongo, siendo un piloto de carguero –dijo Amalk, devolviendo finalmente su atención al piloto.
-Sí.
-¿Has visto mucha galaxia?
-Sí. Me muevo mucho. Incluso he estado en el Sector Corporativo unas cuantas veces.
-¿Incluso viajas a territorio imperial? –preguntó Amalk mientras hacía saltar la placa pectoral del droide y miraba al interior.
-Sí. Aunque no es que eso sea asunto tuyo.
-Apuesto a que es peligroso. Lanzaderas de asalto imperiales zumbando a tu alrededor, tal vez incluso un Destructor Estelar. Pero no parece que le tengas mucho miedo a esas cosas.
-No. –El piloto sacó pecho-. Además, para mí no es tan peligroso. Tengo algunos contactos, hago algunos trabajos extraños para ellos de vez en cuando. Sólo cosas ocasionales. Mantén buena relación con ellos y te irá mejor. Más dinero y más salud. ¿Sabes a qué me refiero?
-Desde luego. –Los gruesos dedos de Amalk tantearon los cables y circuitos del droide-. Hmmm. ¿Qué tenemos aquí?
El piloto se acercó, tratando de mirar por encima del hombro de Amalk para ver el interior del pecho del droide.
-Esto no es bueno –dijo Amalk chasqueando la lengua-. Nada bueno. ¿Ves esto?
-¿Qué? ¿También ha entrado polvo ahí?
-No. El locomotor. Se está gastando. Habrá que cambiarlo de inmediato. Tu droide probablemente no sea capaz de dar más de cien pasos más o así por sí mismo antes de que el locomotor se funda.
-Menos mal que te lo he traído para que lo arregles, entonces. –El piloto parecía complacido consigo mismo-. En el hangar, me dijeron que eras el mejor. También dijeron que tu ascensor no subía hasta arriba del todo... si sabes a qué me refiero. Dijeron que piensas más en los droides que en las personas. A mí no me importan para nada tus preferencias. Yo, sólo estoy de paso con esta cosa, y necesito que la arregles.
-Lo.
-¿Eh?
-Que lo arregle. A tu droide.
-Sí. ¿Qué es un locomotor? Sé de naves y esas cosas. He volado durante años en un carguero. Los droides, bueno, nunca me ha dado por estudiarlos.
-Un locomotor es el servomotor que da a tu droide, y a otros droides de protocolo, exploradores y otros similares, la capacidad de andar, de moverse.
-¿Y puedes cambiarlo?
-Sí. Sin problema. Pero no ahora mismo. No tengo ningún locomotor de repuesto en el taller. Están pedidos. Espero que lleguen en el próximo transporte mercante.
-¿Cuándo será eso?
-La próxima semana.
-¿Entonces qué hago? Tengo que marcharme dentro de un día, dos como mucho. Tengo que ir a un sitio, una cita que cumplir. Necesito que esto traduzca por mí.
-Él.
-Sí. Necesito que él traduzca por mí.
-Puedes comprar otra unidad de protocolo. Tengo algunas en venta. –Amalk se apartó del droide del piloto y señaló las paredes de su tienda.
La tienda de Amalk consistía en una gran sala, que cuando fue construida se habría considerado espaciosa. Ahora parecía pequeña y abarrotada. Había droides alineados en las paredes. Como soldados, unas docenas de droides de protocolo permanecían en fila, con sus carcasas plateadas, doradas, cobrizas o broncíneas brillando a la luz que se filtraba por la única ventana.
Cerca había varias unidades R2, R4 y R5, y algo que parecía un prototipo o una modificación de otro modelo de serie R. Remotos de varios tamaños colgaban del techo, parpadeando y zumbando como decoraciones de cantina. Sin ser auténticos droides, eran programables para realizar funciones sencillas y no tenían iniciativa independiente.
También había droides médicos, droides mineros, droides de potencia, droides de compañía, droides exploradores, droides de sondeo geológico, y más. Uno de ellos, que parecía un droide interrogador remodelado, estaba ocupado barriendo el lugar. Detrás del mostrador había estantes y estantes llenos de piernas y brazos metálicos, ruedas, cadenas de oruga, rollos de cable, circuitos, chips, y cientos de pequeñas herramientas.
-Me gusta bastante ese plateado –dijo el piloto después de observarlo todo-. No he tenido uno plateado antes. ¿Está a la venta?
Amalk asintió.
-Sí, está a la venta.
-¿Cuánto?
-Si me entregas tu droide, que repararé cuando reciba el  cargamento de locomotores, y añades setecientos créditos, el droide plateado es tuyo.
-Seis.
-Seis cincuenta.
-Trato. –El piloto echó la mano al bolsillo en busca de un chip de crédito-. ¿Me darás un perno de contención? He visto que ninguno de tus droides de aquí lo tiene puesto.
-No he tenido necesidad de ello. –Amalk se agachó bajo el mostrador y rebuscó-. Este servirá.
Se lo pasó al piloto, y la transacción concluyó.
-Vaya, gracias –dijo el piloto mientras salía de la tienda-. No podría llevar adecuadamente mi negocio sin uno de estos droides.
La unidad de protocolo plateada echó una última mirada a Amalk, emitió una serie de frases apresuradas en un lenguaje de programación, y siguió a su nuevo propietario.
-¿Se ha ido el piloto? –Era un desfasado droide de sondeo geológico quien hablaba.
-Menudo ignorante –replicó un droide chef parcialmente reparado-. He conocido remotos más inteligentes.
-Está cruzando la calle –dijo un droide de protocolo dorado. Estaba girando su cuello brillante tanto como podía y apartándose de la pared para tener una mejor vista del cliente que se marchaba-. Ya está. Ya no se les ve. Se ha ido con C3-LD8 hacia el hangar. Pobre Eledé.
Los otros droides de protocolo se apartaron de la pared y comenzaron a charlar entre ellos y con Amalk. Las unidades R5 trinaron y ulularon. Y el droide chef repasó la lista de ingredientes que necesitaba para la cena de Amalk.
-Buena forma de librarse de ese cliente –añadió el droide de protocolo dorado-. Tatooine estará mejor tras su marcha. Al menos a Amalk le gusta vender a este tipo de clientes.
-¡Gracias al Creador que me he librado de él! –dijo el droide de protocolo cubierto de arena-. Ya he cumplido mi cupo de trabajo para un hombre tan patán. ¡Tratos ocasionales con imperiales, decía! ¡Ja! Trabaja para ellos todo el tiempo, ahora se va a una cita con un capitán imperial. Le utilizan, aunque él no se da cuenta. Le contratan para realizar transportes a territorio neutral o a mundos controlados por la Alianza. No es que sea un orgánico demasiado brillante, así que no ve cómo le manipulan. No ve lo realmente malvados que son. Y me gustaría indicar que a mi locomotor no le pasa nada malo.
-Lo sé –dijo Amalk.
-¿Entonces por qué...?
-Porque yo soy muy brillante para ser orgánico –respondió-. Es una larga historia, mi nuevo amigo. Puedes...
-¡Compañía! –anunció el droide explorador. El droide de protocolo dorado volvió a apoyarse contra el muro y sus colegas se unieron a él rápidamente. Fingieron apagarse. Las unidades R5 quedaron en silencio.
Un suave zumbido atravesó el aire mientras la puerta se abría. Amalk observó a un par de jawas entrar al interior. Conducían a un cuarteto de astromecánicos dañados por la batalla, uno de los cuales estaba arrastrando a un droide de protocolo con una sola pierna.
-Snizniber lr’tzt –comenzó a decir la más alta de las dos figuras encapuchadas-. R’trastnitatat duratzat. Elrzer tanna dint a minz! Rzdez.
El droide cubierto de arena comenzó a traducir, se llegó a un acuerdo, y Amalk les pasó una bolsa llena con fichas de crédito en efectivo. Los jawas se fueron rápidamente, directos hacia la cantina.
-Parece fuego de bláster. En los cinco. –Era la voz profunda del droide explorador. Se acercó a las nuevas adquisiciones de Amalk, y sus hombros se movieron en algo parecido a un escalofrío. Los jawas siempre hacían que el droide explorador se pusiera más que un poquito nervioso.
-Tal vez. Pero las marcas parecen más algún tipo de vibroarma –añadió uno de los droides médicos-. Observa ese corte a lo largo del soporte de las ruedas derechas. Y eso es probablemente lo que amputó la pierna del droide de protocolo. He atestiguado...
-Estoy de acuerdo –intervino el droide de protocolo dorado-. Vaya, cuando servía en una nave minera en órbita sobre Tibrin había un gamorreano que...
-No. Definitivamente blásters –discutió el explorador-. Rifles, lo más probable.

***

-¡Fuego de bláster! –exclamó el teniente-. ¡Rifles! ¡Es una trampa! ¡Retirada a la nave!
Los agudos gemidos de los rifles bláster cortaban el aire. Nubes de polvo se alzaban cuando los disparos erraban a los rebeldes y golpeaban en cambio a sus pies. Cuando los disparos no erraban, los rebeldes caían, agarrándose sus piernas y pechos. El olor a ropa y carne quemadas flotaba con fuerza en el aire. Una docena de hombres estaban en el suelo, muertos o moribundos, en cuestión de un segundo.
-¡Retirada! ¡Ya! –El teniente se pegó al costado de la colina. Se maldijo por atajar por el paso. Se dio cuenta de que era el lugar perfecto para una emboscada. Lo único es que no se suponía que los imperiales supieran que iban a tener compañía. No se suponía que estuvieran acechando, a la espera. Y no se suponía que fueran tantísimos.
Inclinó el cuello hacia delante, tratando de mirar a la parte superior de la colina frente a él, con los ojos llorosos por el polvo que volaba por todas partes. ¡Allí! Tumbados, unas docenas de soldados de asalto. Vio la luz de la luna brillando en sus cascos blancos. Todos armados con rifles bláster, parece, pensó. Probablemente tendrían pistolas para una lucha a menos distancia... aunque sabía que sus hombres no podrían ascender las colinas lo bastante rápido para acercarse. Debía de haber un número similar de soldados de asalto en la colina sobre él. Muchos más de los que el informe de inteligencia de la Alianza decía que habría.
-¡No podemos retirarnos! –se escuchó gritar desde alguna parte por detrás del teniente-. ¡Están viniendo por el paso detrás de nosotros, golpeándonos como mogos de Roon!
-¿Cuántos? –gritó el teniente.
-¡Veinte, treinta! –fue la bronca respuesta-. Es difícil de decir. ¡El polvo es demasiado denso!
Una decisión, pensó el teniente. Tienes que tomar una decisión ya.
-¡Vienen hacia aquí desde la base ante nosotros! ¡Se acercan con deslizadores! –El teniente reconoció esa voz. Era Arvee, su segundo-. Diría que tu informador se equivocaba, Teni. ¡Diría que nosotros somos el zilg-dicody, y que los impes se nos van a zampar!
-¡No! –gritó el teniente-. ¡No vamos a caer esta noche! –Se lanzó desde la pendiente y se arrojó al suelo, rodando y esquivando disparos de bláster. Sólo se detuvo para lanzar un par de disparos al casco blanco que observaba en lo alto de la colina, y luego siguió rodando, sin molestarse en mirar si había conseguido darle al soldado de asalto. Tengo que conseguir mirar al otro lado de la colina, pensó. Sólo para estar seguro. Puede que mi suposición sea incorrecta, puede que no haya unas cuantas docenas de soldados de asalto ahí arriba. Puede que podamos ascender esa colina, rodearla, volver a la lanzadera. Puede... El agudo zumbido de un bláster de repetición montado sobre un trípode cortó la penumbra. Un dolor cortante atravesó la pierna derecha del teniente y le subió al estómago. Luego el teniente no sintió nada, y no podía moverse. Me muero, pensó, probablemente el láser me haya arrancado la pierna. No siento nada, apenas puedo respirar. Hace mucho frío-. ¡Arvee! ¡Ahora estás al mando! ¡Saca a los hombres de aquí!
No escuchó la respuesta del cuadrúpedo con aspecto de sapo. El teniente ya era incapaz de escuchar nada.
-¡Retirada! –aulló Arvee-. Puede que haya menos delante de nosotros, pero es suicida dirigirse hacia la base. –Se colgó el rifle bláster de la espalda y corrió hacia el grueso de sus hombres, moviéndose más rápido al no tener que sostener su arma. Saltó sobre el cuerpo de un devaroniano y comprobó que al menos un tercio de sus colegas rebeldes cubría el polvoriento suelo. Deberíamos haber traído más hombres, más lanzaderas. Pero se suponía que esto era una operación pequeña, pensó. ¿De dónde han salido todos los impes? Deben de haber monitorizado nuestro descenso. Han esperado hasta que fuéramos presa fácil.
Justo delante, a su izquierda, tres corellianos se apretaban entre sí en un hueco bajo un saliente rocoso. Se turnaban para asomar sus cabezas y disparar a los cascos blancos del risco opuesto.
-¡Son demasiados! –exclamó Arvee mientras corría hacia el trío-. ¡Fuego de retirada! -Se detuvo cuando alcanzó el saliente, volvió a tomar el rifle bláster de su espalda, y apuntó al soldado de asalto que descendía por la pendiente opuesta. Su dedo palmeado presionó el gatillo, enviando destellos de siseante energía azul sobre el polvo y las rocas, que finalmente encontraron su objetivo en el torso del soldado. El soldado cayó. Pero ahora había más cruzando la cima-. ¡Dejadme uno de vuestros rifles! –ladró. Uno de los corellianos obedeció, y luego los tres salieron huyendo.
-¡Retirada! –gritó Arvee al resto de los soldados rebeldes mientras se cobijaba en el hueco dejado libre por los tres corellianos. Se agazapó lo más cerca del suelo que pudo, y sus dedos palmeados volaron sobre su propio rifle bláster, sujetando la culata, abriendo el compartimento donde se colocaban los paquetes que energizaban el rifle y sacando los paquetes. Tomó los paquetes de repuesto de su cinturón y los juntó todos. Luego arrancó la correa del rifle, usándola para sujetar firmemente entre sí todos los paquetes. Hizo una mueca al ver a media docena más de sus colegas caer bajo fuego bláster.
-A ver si os gusta esto –dijo, a modo de silenciosa maldición. Lanzó los paquetes bláster unidos hacia la pendiente por la que estaban descendiendo los soldados de asalto, tomó el rifle prestado, y disparó al conjunto.
La explosión sacudió el paso. Polvo y gravilla cayeron sobre Arvee y los soldados de asalto. Apenas audibles sobre el estruendo, el cuadrúpedo con aspecto de sapo escuchó los gritos de los imperiales moribundos. Sujetó el rifle y esperó, pretendiendo disparar al primer atisbo de blanco que pudiera ver cuando el polvo se asentase.

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