viernes, 25 de octubre de 2013

Risas al caer la noche (y IV)

Mirando la acumulación de polvo y piel muerta bajo sus uñas, Ross usó el borde de su cuchillo para limpiarse la suciedad. Se recostó contra el respaldo acolchado de la silla de control, soplando los fragmentos de suciedad conforme iban saliendo. Plegando de nuevo la navaja, la guardó en su bolsillo y suspiró, frotándose la frente para liberar la tensión. Sobre él, en algún lugar en el perímetro de la base rebelde oculta, sonó una explosión. Una sombra apareció en la puerta, y el contrabandista se incorporó en su asiento, mirando en esa dirección.

-¿Qué te ha hecho tardar tanto?

-Tuve que esquivar a los centinelas. –El rostro de Trep estaba ensombrecido por la decepción-. Todo lo que tenían era este t’ssolok. –Extrajo la botella tallada de su abrigo, agitando en su interior el viscoso líquido azul hasta que tiñó todas las paredes de cristal del recipiente-. El cocinero dice que lo bueno está bajo llave en los aposentos de los oficiales. ¿Te esperabas eso? –Se sentó a horcajadas en otra silla de control, frente a Ross-. Uno no puede conseguir un buen trago hoy en día. No importa en qué ejército sea. –Olisqueó con desdén el fuerte aroma del t’ssolok-. ¿Realmente vas a beber esto?

Ross le arrebató la botella.

-¿Tienes algo mejor que hacer?

-Sí, pero está al menos a 50 años luz de este sitio. –Una explosión distante envió una onda de choque por la desierta sala de la estación-. Y es mucho más silencioso. –Observó cómo Ross tomaba un trago de la botella, y luego se atrevió valientemente a tomar otro él mismo-. Eh, no está mal. –De pronto comenzaron a formarse lágrimas en sus ojos e hizo una mueca en respuesta al cáustico sabor que le quemaba los labios y la lengua. Trep jadeó cuando el licor inflamó su garganta, lanzando vapores especiados por sus fosas nasales.

-No es el sabor de lo que tienes que preocuparte –dijo Ross con una sonrisa, tomando la botella de las temblorosas manos de Trep-. Es el regusto el que pega.

Otra explosión sacudió la sala de control, haciendo oscilas las vigas del techo. Las luces parpadearon.

-Guau –dijo Trep con voz ronca, masajeándose la garganta-. Esa ha estado cerca.

-No parece les esté yendo demasiado bien a los amigos rebeldes de Saahir. –Ross echó la cabeza hacia atrás para tomar otro trago, cerrando los ojos cuando el intenso sabor asaltó sus sentidos.

-Así es. –Saahir estaba de pie en la puerta, las gráciles curvas de su esbelto cuerpo eran una oscura silueta contra las brillantes luces del pasillo.

-Tal vez necesiten un poco de apoyo moral –dijo Ross-. ¿Por qué les tarareas unos cuantos compases patrióticos por el comunicador? Eso les calentará el ánimo. –Soltó una suave risa y miró a Trep para que le acompañara e su frío sentido del humor, pero el contrabandista no quiso tener nada que ver con ello.

-¿Qué hay de nuestro pequeño cargamento de municiones? –preguntó Trep con seriedad-. Sin duda igualó un poco las tornas.

-¿De qué sirven 500 rifles si sólo hay 100 hombres para utilizarlos?

-Ya se ha hecho otras veces. ¿Dónde está Marbra?

-Ahí fuera. Con sus hombres –susurró ella, con lágrimas en la voz-. Ahora voy a unirme a él. Me he detenido con la esperanza de que vinierais conmigo.

-No cuentes conmigo –dijo Ross con desdén-. No voy a ninguna parte por nadie. –Puso las piernas sobre la consola, apoyando la nuca en sus manos-. Ya he hecho más de lo que me correspondía.

-Eso es lo que me imaginé que dirías. –Saahir entró más en la sala, cruzando las manos a la espalda mientras se colocaba junto a Ross, bajando la vista para mirarle-. Hay un viejo dicho twi’lek: Es más fácil perdonar a un enemigo que perdonar a un amigo que te traiciona. Te he hecho daño, Ross. Lo sé, y creo que lo lamentaré por el resto de mi vida. –Se volvió, alejándose de él, con un brillo de lágrimas en las mejillas. En la puerta, la twi’lek se detuvo, volviendo la mirada hacia él-. Sólo espero que un día, recuerdes todas las cosas buenas que ocurrieron entre nosotros y encuentres la fuerza en tu corazón para perdonarme.

Trep tomó aire profundamente, mirándola mientras permanecía quieta en la puerta.

-¿Ross?

-Cállate, Winterrs. No voy a picar. –Ross tomó otro trago del t’ssolok, furioso por la debilidad que Saahir siempre conseguía hacer salir a flote. Sintió el afilado aguijón del licor barriendo todo los remordimientos que pudiera tener por rechazarla.

-Cielos despejados, Ross –dijo Saahir en voz baja, y se alejó por el pasillo.

Trep observó cómo la Twi’lek iba desapareciendo de su vista.

-¿Ross?

-¡He dicho que te calles, Trep!

Una violenta explosión y sacudidas secundarias golpearon de pronto con suficiente fuerza para arrojar a ambos hombres fuera de sus asientos. Rodando bajo la consola, observaron horrorizados cómo los refuerzos del techo se doblaban bajo la explosión, permitiendo que los muros interiores se agrietaran y cayeran por las sacudidas. Partículas de polvo y escombros evaporados por el calor de la explosión atravesaron la puerta y entraron en la sala de control. Al contrario que las explosiones anteriores, esta iba acompañada por fuego bláster que resonaba en el pasillo.

Ese familiar y asfixiante nudo regresó a la garganta de Ross.

-¡Saahir! –gritó.

Quitándose los escombros de encima, avanzó tropezando sobre las ruinas de la sala, mientras escuchaba a Trep caminando tras él. En la puerta, las voces creaban un somero pozo de ecos e interferencias, entremezcladas con la estática de las órdenes gritadas por los comunicadores. Un trio de soldados rebeldes cruzó corriendo la puerta, disparando al azar hacia el pasillo oscuro, donde se estaban formando crecientes nubes de polvo blanco. Uno de ellos recibió el impacto de los disparos que surgieron como respuesta, y se derrumbó en el suelo de la guarnición en ruinas. Las inconfundibles siluetas de los soldados de asalto comenzaron a hacerse visibles en la niebla.

Ross extrajo su bláster y saltó al pasillo, disparando aleatoriamente a los soldados de asalto que se acercaban a su posición.

-¡Saahir! –gritó, de pie junto a su cuerpo retorcido-. ¡Trep!

-¡Estoy contigo, socio! –Enrollándose la correa del rifle bláster imperial en el antebrazo, Trep disparó a la hilera de soldados de asalto. Sus primeros disparos causaron una impresión permanente en el equipo de avance de los soldados imperiales. Al ver a Saahir en el suelo junto a Ross, hizo un gesto a los cansados luchadores por la libertad, que se habían detenido para reagruparse tras ellos-. Sácala de aquí, Ross. ¡Te cubrimos las espaldas!

Tomando el ligero peso de Saahir en sus brazos, Ross se quedó espantado ante la gravedad de las heridas causadas por la metralla de la explosión. La acunó contra su pecho y corrió por el pasillo más allá de la sala de control, escuchando cómo Trep gritaba órdenes a los dos rebeldes supervivientes.

-Tú y tú, ¿queréis vivir? ¡Venid conmigo y haced exactamente lo mismo que yo!

Mientras el sonido de los disparos bláster estallaba tras él, salpicado por salvajes exabruptos de su socio, Ross continuó su desesperada huida al final del pasillo. La explosión había arrancado las puertas presurizadas del canal interior, dejando un portal oscuro al frío aire nocturno. Mientras se abría paso entre las puertas de metal retorcido, escuchó el chasquido de blásters apuntando a su espalda y se dio la vuelta, cegado por una batería de luces brillantes.

-¡No disparéis! ¡Es Lady Saahir y su amigo contrabandista!

Protegiéndose los ojos del resplandor, Ross obedeció al tirón que sintió en la manga cuando un líder de escuadrón de cabello canoso le condujo apresuradamente lejos de la puerta.

-Mi socio está de camino con dos de vuestros hombres –dijo Ross.

Los dos rebeldes aparecieron en la puerta, deslizándose a través de las ruinas. Uno de ellos se tumbó sobre su estómago, disparando fuego de cobertura por el pasillo mientras Trep les seguía de cerca.

-Eso es, muchachos. De izquierda a derecha, y luego cambiad el patrón. ¡No sabrán lo que les ha golpeado!

El sargento activó una tenue fuente de luz dentro del refugio médico abandonado y rápidamente despejó una mesa para que Ross pudiera colocar cómodamente a la twi’lek herida.

-Nuestros refuerzos se están retirando, hijo. No tenemos mucho tiempo. Puedes quedarte aquí con ella; pero necesitaremos todas las manos que podamos encontrar para retenerlos hasta que lleguen los equipos de evacuación.

-¡Si no me quedo, ella morirá! –gritó Ross. Mirando el rostro ensangrentado de Saahir, le agarró las manos con más fuerza, como si sujetara su frágil vida entre sus dedos-. ¿Dónde está el médico?

-Muerto.

-¿Muerto? ¿No hay nadie...?

-La única opción de ayuda médica murió con él. –Los rasgos del sargento se suavizaron-. No puedo prometerte nada, hijo. Pero puede que haya una fragata médica en órbita al otro lado del planeta. –Señaló los cielos nocturnos sobre su cabeza. Un escuadrón de alas-X pasó disparado, disparando sobre objetivos al otro lado de la destrozada base-. Estos cazas acaban de llegar desde allí. Los imperiales nos tienen dominados y estamos evacuando toda la base, pero los refuerzos no llegarán a nosotros hasta dentro de una hora, tal vez dos. Si tienes una nave...

-¡Trep! –bramó Ross.

-¡Estoy en ello! –Desapareció en la oscuridad del exterior del refugio.

-¿A dónde...?

-Ha ido a por mi nave –dijo Ross-. Está oculta en una cueva no lejos de aquí.

El sargento asintió, indicando a los soldados que salieran de la tienda.

-Los retendremos tanto tiempo como podamos, hijo. Quédate ahora con ella. Veré si alguno de mis hombres puede localizar esa fragata. –El rebelde se marchó, dejándole en la oscuridad a solas con Saahir.

-¿Ross?

Apenas era un suspiro, pero lo escuchó. Sosteniendo con fuerza los temblorosos dedos de la twi’lek, Ross se inclinó sobre ella.

-Estoy aquí. Estoy aquí –fue todo lo que fue capaz de decir.

-Hace mucho frío.

Ross se quitó la chaqueta y rápidamente la cubrió con ella. Registró el refugio en busca de una manta, y tomó una de una mesa cercana. La tela ensangrentada se agitó en el aire, y el rígido cadáver del comandante Marbra quedó al descubierto. Horrorizado, el contrabandista volvió a arrojar la manta sobre el cuerpo, ocultándolo de la vista de Saahir, y luego volvió rápidamente a su lado.

-¿Mejor? –preguntó, subiéndole el cuello de la chaqueta hasta debajo de la barbilla. Usó un paño húmedo para limpiarle los restos y la piel quemada de alrededor de los ojos.

-No puedo ver nada.

-Quemaduras por destello, eso es todo. Estarás bien en uno o dos días. –Se mordió los labios para reprimir la ráfaga de emoción.

-Tengo miedo. –Se estremeció de pronto cuando el fuego bláster más allá de ellos se intensificó, puntuado por los gritos moribundos de alguien atrapado en el tiroteo-. Está tan oscuro.

-No pasa nada –susurró Ross-. Sigo aquí. –La abrazó suavemente, manteniendo su cara cerca de ella para que ella pudiera sentirle.

-Ross, ¿cómo lo haces?

Ross frunció el ceño, confundido por su pregunta.

-¿Hacer qué?

-Nunca tienes miedo, nunca te asustas. –Saahir tembló de repente, tendiéndole las manos-. ¿Cómo lo haces?

Exasperado por no tener una respuesta, le sonrió, acariciándole las mejillas y la frente.

-Simplemente no pienso en ello. Que es exactamente lo que deberías estar haciendo tú. No pensar. Trep estará aquí en cualquier momento, y te llevaremos a esa fragata médica.

Saahir le apretó las manos con más fuerza, sintiendo su calor deslizándose por la punta de sus dedos.

-Tengo tanto miedo, tanto miedo... –Tragó saliva convulsivamente-. Me lo merezco. Después de todo lo que te he hecho, me lo merezco.

-No, nadie merece...

-Pero te hice daño –sollozó, tomando la mano de Ross y llevándosela a su mejilla-. Te hice daño; y esa es la última cosa que quisiera haber hecho, Ross. Tienes que creerme.

-Te creo. –Le apretó ambas manos, sintiendo que la twi’lek ansiaba notar su tacto.

-Siempre te he amado, Ross. Siempre. No eras como ninguno de los demás. Realmente te he amado; pero nunca pude llegar a creer que tú pudieras amarme del mismo modo... hasta que vi cómo te hice daño al presentar a Juri como mi prometido. –Con labios temblorosos, Saahir inclinó la cabeza hacia él, con lágrimas cayendo por los costados de su rostro magullado-. Lo siento, lo siento mucho. –Sus ojos quedaron súbitamente vacíos, inmóviles, desprovistos de expresión. Una inquietante quietud se asentó en su cuerpo.

-¡Saahir! –gritó Ross con pánico creciente-. ¡Saahir, por favor!

La twi’lek jadeó de pronto, suavemente, con su pecho ascendiendo y descendiendo con ritmo lento.

-¿Recuerdas Isamu, esa pequeña luna del sistema Birjis? –Su voz era apenas audible-. No me creíste cuando te dije que allí los árboles hacían el amor cada noche. Pero entonces lo viste por ti mismo, ¿verdad? Lo viste.

Ross inclinó la cabeza, apoyándola junto al cuello de Saahir, luchando contra las lágrimas que aguijoneaban sus ojos. Asintiendo lentamente con la cabeza pegada a ella, susurró:

-Lo vi.

-No te dije que era simplemente un truco de sombras. En Isamu, los árboles crecen en parejas y, por la noche, parecen amantes besándose bajo la luz de la luna. –Moviéndose con la lenta y elegante gracia que le caracterizaba, Saahir apartó su mano de la de Ross y se quitó el anillo de su dedo. Deslizó la fría sortija en el dedo meñique de Ross y sonrió.

-¿Qué estás...? –Ross ignoró el cálido torrente de lágrimas que manaba de sus ojos-. Saahir, no.

-Quiero que vuelvas allá, Ross, que vuelvas a Isamu a esa arboleda que descubrimos. Quiero que vuelvas allá, y quiero que me perdones por todas las cosas dolorosas que te he hecho. –Sus ojos eran joyas vítreas en la penumbra, y a cada momento que pasaba, su brillo se iba apagando.

-¡Pero ya te he perdonado!

-Quiero que vayas allí con alguien que sea especial para ti.

-No hay nadie más, Saahir. ¡Nadie!

Saahir comenzó a sufrir convulsiones en un ataque de terrible dolor. Comenzó a cantar.

-Antes la oscuridad solía asustarme tanto... antes solía pasarme la vida persiguiendo al sol. Conozco demasiado bien los miedos de la noche. Contigo, sólo había risas, risas al caer la noche. –Soltó una suave risa.

Ross sonrió, pensando que estaba luchando contra sus heridas.

-¿De qué te ríes?

-No hay nada de verdad en esa canción, Ross. No hay risas al caer la noche... sólo silencio.


***


En la atmósfera rancia y estancada del Malecón de Reuther, Ross se recostó contra el inclinado respaldo de su silla, ocultando sus emociones en la comodidad de las sombras. Apartando la botella de t’ssolok vacía, miró fijamente el peculiar cristal, sintiéndose tan hueco y transparente como el vidrio tallado. Para tranquilizar el temblor de sus labios y su barbilla, el contrabandista se limpió nerviosamente las comisuras de la boca, suspirando cuando la realidad de siete torturados años se hundía profundamente en su intranquilo espíritu.

-Murió –dijo con voz rota-. Justo en mis brazos. Y no hubo nada que pudiera hacer.

Reuther apuró su último sorbo de t’ssolok, deseando que el fuerte regusto del licor fermentado pudiera desatar el nudo que crecía en el fondo de su garganta.

-Ese es un vector muy difícil de calcular, Ross. Nunca me imaginé que llevaras contigo ese tipo de carga. Un peso semejante mataría a un hombre normal. –Meneó la cabeza un instante, tragando saliva ante su propio dolor-. Sé cómo te sientes. Cuando el Imperio comenzó a colonizar este sector, mi gente tomó para sí la responsabilidad de enfrentarse a ellos. De mostrar a esos igaluus invasores que no éramos una raza con la que se pudiera jugar. –Frunció los labios con gesto pensativo, cruzando las piernas bajo la mesa-. Perdí mi mujer, mis tres hijas, y mi ánimo por el castigo que siguió a nuestra insolencia. –Reuther miró fijamente a los ojos del corelliano, tamborileando ligeramente en la mesa con los dedos-. Necesitas volver a esa luna, Ross.

Ross se encogió ligeramente.

-¿Cómo sabes que no he estado ya allí?

-Porque aún no la has perdonado. O a ti mismo. Si lo hubieras hecho, no estarías aquí. Estarías ahí arriba bajo la luz de la luna. Hasta que no vayas, no podrás recuperarte por completo.

Mirándose las manos, Ross tomó aire profundamente.

-¿Alguna vez te recuperaste? –preguntó, pensando en la familia de Reuther.

-¿Por qué crees que tengo un bar? Mientras tenga clientes –dijo, señalando con la cabeza a un trío de rodianos que entraba por las puertas-, no tengo que preocuparme por mis problemas. –El najib saludó marcialmente al contrabandista antes de excusarse y alejarse de la mesa.

Ross se frotó pensativo la barba que comenzaba a crecer en su barbilla, escuchando el áspero sonido mientras le raspaba la punta de los dedos. Se puso en pie, dejó unos cuantos créditos sobre la mesa, y comenzó a caminar hacia la puerta. En la entrada, se detuvo brevemente para mirar a Reuther, sonriendo a su pesar cuando el camarero le guiñó un ojo desde donde estaba. Ajustándose el cuello de su camisa, salió a las calles desiertas y se llevó el comunicador a la mejilla.

-194.

-Te recibo, Ross. ¿Qué pasa?

-Establece un curso al sistema Birjis. A Isamu. –Avanzó por el espaciopuerto hasta el patio exterior tras el hangar principal, caminando con suave fluidez inducida por el efecto del t’ssolok.

-¿Qué haremos cuando lleguemos allí? –preguntó Kierra.

Ross se detuvo para mirar al cielo por encima de su hombro. Las lluvias habían parado, dejando un suave brillo fresco y limpio sobre los terrenos y los edificios del espaciopuerto. Más allá del denso manto de las nubes de tormenta, pudo ver romper el alba, abriéndose camino por los niveles superiores de oscuridad para alejar las sombras de la noche.

-Ross –gimoteó Kierra-, ¿qué vamos a hacer en Isamu?

Ross subió la rampa, pulsando el teclado para cerrar la escotilla.

-Vamos a dar descanso a unas cuantas almas.


***


Un gélido viento otoñal sopló desde las tierras altas, empujando una fina capa de niebla en la superficie del lago de la montaña. Ross sintió los suaves dedos de la brisa moviéndose entre sus mechones rubios y sonrió cuando su cuerpo se estremeció bajo el abrazo del frío. Después de siete años hibernando para evitar vivir, vivir de verdad, era confortante experimentar de nuevo las sensaciones del mundo.

Rodeado por las sombras entrelazadas de los árboles mu, sonrió cuando las sombras a su alrededor mezcladas con la luz azul que emitía la estrella primaria de Isamu se asemejaron a una docena o más de amantes, que se hubieran reunido con él a la orilla del lago para celebrar la más preciada de todas las emociones. Doblando el brazo debajo de la cabeza, Ross miró la negra extensión de la atmósfera, dándose el capricho de ponerse a contar todas las estrellas de un sector del cielo nocturno.

-Ross, ¿por qué no me has hablado nunca de este sitio?

Sintiendo un punto de molestia en la voz de la inteligencia droide, Ross se incorporó a regañadientes sobre sus codos.

-No te preocupes, Kierra, no vamos a quedarnos mucho tiempo.

-Oh, no, no, no. No me importa. Es bastante romántico. Me entran ganas de, de...

Ross miró por encima de su hombro hacia donde el YT-1300 estaba posado sobre una extensa formación rocosa.

-¿De qué, Kierra?

-De... –Una risita avergonzada sonó por el comunicador-... de cantar.

Ross sonrió, hundiéndose de nuevo en la hierba.

-Nada te impide hacerlo, querida.

Tras unos instantes, pudo escucharse un suave tarareo. Reconoció los primeros compases de la canción de Saahir, “Risas al caer la noche”. Se tomó el cordón de cuero que llevaba al cuello y soltó el nudo mientras sostenía el anillo metálico que colgaba en un extremo. Estaba caliente por tenerlo tan cerca de la piel.

Sujetando la sortija en el hueco de su mano, volvió a cruzar los brazos bajo su cabeza y suspiró cuando una tranquila paz le invadió. Cerca, la luz reflejada por el planeta que asomaba en el horizonte recortó la silueta de un árbol mu solitario. La enfermedad o el desastre natural habían marchitado a su gemelo, y se alzaba solitario al borde de la orilla del lago, rodeado por parejas reunidas. Sin lamentar su pérdida, el árbol era el único de la zona inmediata que mostraba varias ramas llenas de brotes de otoño tardío.

Ross cerró los ojos, escuchando la melodía de la voz de Kierra, y la del viento. Visualizó detrás de sus párpados al árbol mu, que continuaba creciendo, sin un compañero, que continuaba sobreviviendo, y cayó profundamente en un placentero y muy merecido sueño.

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