jueves, 3 de octubre de 2013

Operaciones Especiales: Puntos de recogida (II)


A Maglenna Pendower el corazón le latía con tanta fuerza en el pecho que le temblaban los brazos. Cerca del núcleo de potencia, la iluminación roja estaba en un parpadeo permanente; combinado con el cálido olor de los diversos metales y aceites, daba la ilusión de que algo estaba ardiendo. Respiró profundamente, entró en el hueco de mantenimiento, y miró a su alrededor.
Era una sala muy pequeña con grandes cajas amenazantes ocupando la mayor parte del espacio. A la derecha de Maglenna había una pared de acero repleta de pantallas y lucecitas brillantes, muchas de las cuales soltaban chispas. Echó un vistazo a los esquemas en su tableta de datos: Sí, eso es la matriz de energía. Justo cuando confirmó eso, distinguió el olor a carne quemada entre el resto de olores de la sala, y vio a Morgan.
No era difícil imaginarse lo que había ocurrido: Morgan había sido electrocutada por la matriz y arrojada contra el tabique. En ese momento, se encontraba yaciendo sobre las rejillas del suelo, sujetando una hidrollave medio fundida.
Maglenna se asomó por la puerta y extrajo una vara de tierra de su caja de emergencia junto a la pared.
-¿Morgan? –dijo, golpeando suavemente el hombro de Morgan con la vara aislante-. ¿Estás bien?
El reflejo rojo de Maglenna le devolvió la mirada desde las gafas de soldadura de Morgan. La pantalla en la punta de la vara dijo “negativo”; Maglenna la arrojó a un lado y buscó el pulso carótido con su mano desnuda. Nada. Se lo estaba esperando, pero se le hizo un nudo en el estómago de todas formas. La chica aún no tendría siquiera veinte años.
Maglenna había salido a medias del hueco con Morgan antes de que Jayme apareciera en la puerta del mamparo y se hiciera cargo. Llevó a Morgan a la bahía de reparaciones, le abrió el chaleco, e inmediatamente comenzó a bombearle el pecho.
-Ve a buscar ayuda –dijo a Maglenna.
-Yo soy la ayuda –dijo, sacando su tarjeta de identificación médica del bolsillo de su manga.
Jayme alzó la mirada y se centró en la tarjeta sin detener lo que estaba haciendo.
-Tráigame un medipac con una cinta desfibriladora y un escáner –dijo ella-. Puede encontrar uno en el extremo norte de...
Jayme señaló con la cabeza el conjunto de armarios, en la base del cual se encontraba una mochila medicalizada de lujo.
Maglenna la tomó con aire ausente. ¿No habían dicho que necesitaban...?
El escáner confirmó sus sospechas: fibrilación ventricular. No tenía sentido discutir por los medipacs. Maglenna le quitó a Morgan las gafas y sujetó al rostro de Morgan el resucitador de presión, manteniéndole la mandíbula abierta mientras el tubo de descompresión localizaba automáticamente la tráquea y alimentaba sus pulmones.
-Bien –dijo Maglenna, colocando un parche de adrenalina en el cuello de Morgan y ofreciendo a Jayme un estrecho paquete con su mano libre-. Esto es una cinta desfibriladora adhesiva. Conducirá una señal por su pecho, desde este hombro hasta justo sobre el corazón. Póngasela y aléjese.
Jayme quitó la protección de la parte trasera de la cinta la colocó donde Maglenna había indicado. Ambos retrocedieron mientras el dispositivo se activaba.  Una señal eléctrica cruzó el cuerpo de Morgan, que se sacudió una vez con convulsiones. Dos veces. Tres. Cuatro.
La luz en el lateral del resucitador se volvió verde.
-Ya respira por sí misma, ¿verdad? –preguntó Jayme.
-¿Quiere decir que ha funcionado? –dijo Maglenna, incrédula.
Los oscuros ojos de Jayme la atravesaron.
-¿No habías hecho esto antes?
-Claro que sí. –En un simulador, pero no mencionó eso. Jayme no insistió en el tema; estaba súbitamente fascinado por algo en la muñeca izquierda de Morgan.
-¡Lo encontré! –gritó Haathi, quien llegó corriendo por la puerta del mamparo. Se detuvo en seco al ver la situación.
Jayme hizo un gesto para tranquilizarla.
-Está bien, T’Charek. Tenemos pulso.
Maglenna mantuvo estable la cabeza de Morgan mientras el tubo de descompresión iba retirándose. Tras ella, podía sentir a Haathi, observando, evaluando, juzgando. Un soldado de seguridad se abrió paso a trompicones a la bahía de reparaciones, transportando medipacs en un trineo repulsor.
-Necesita algo de ayuda –dijo Maglenna en voz alta.
Un joven delgado y desaliñado surgió de las profundas sombras rojas de la puerta de la bahía de reparaciones.
-Ya estoy aquí. Ya podéis relajaros.
-Oh –dijo Maglenna. Entornó los ojos-. Usted debe de ser Nord.
-El mismo. –Apartó a Maglenna de su camino y se agachó junto a Morgan, con el soldado tras él. En cuestión de instantes confirmaron que Morgan tenía una clavícula y tres costillas fracturadas, pero no tenía daños en la columna; la cargaron en el trineo y salieron rápidamente de la nave. Parecía que Haathi y Jayme querían seguirles, pero en cambio se volvieron hacia Maglenna, que estaba apoyada incómoda contra el tabique. Los ojos negros de Haathi estudiaron durante largo rato el rostro de Maglenna.
-Pensé que eras una funcionaria –dijo Haathi. Su voz era firme, pero con muy poco volumen.
-No es por propia elección –dijo Maglenna serenamente.
-¿Te llamas Pendower?
-Llámeme Maglenna.
-Maglenna, ¿te importaría asegurarte de que Nord no extirpa el corazón de Morgan y lo dona a la ciencia?
Maglenna parpadeó. El tono de Haathi no había cambiado en absoluto.
-¿Qué?
-Simplemente digo que vayas a asegurarte de que hace bien su trabajo. –No había malicia en el tono de Haathi. Aparte del comentario irónico, sólo había frialdad profesional.
-Desde luego, comandante –dijo Maglenna.
Los ojos de Haathi finalmente pasaron su atención a Jayme, que estaba buscando ruidosamente en uno de los armarios.
-¿Qué te pasa? –le preguntó.
-Voy a averiguar quién le hizo esto a Morg –dijo.
-Nadie hizo nada –dijo Maglenna-. Fue un accidente. Probablemente se tropezó con la matriz de energía. Capitán, ya ha visto lo obvio que resultaba.
-No –dijo Jayme, sacando dos blásters pesados del armario y deslizándolos en sus respectivas fundas-. No lo he visto.

***

Morgan vagó por varios niveles de consciencia, pero Maglenna no pudo encontrar sentido en nada de lo que estaba diciendo. Estaban en el cubículo de suministros médicos; estaba previsto que los heridos graves fueran transferidos a la fragata médica más cercana, lo que significaba que no había tanques de bacta para el extraño desastre. Así que lo único que había entre Morgan y la muerte era una manta anti colapsos acolchada cubierta de cables y sensores, un lector digital de constantes vitales albergado en una de las almohadillas acolchadas cerca del corazón, y la pura suerte.
Maglenna estaba sentada junto al catre de Morgan. Ahora que Nord se había marchado, todo estaba casi opresivamente silencioso. Le daba a Maglenna demasiado tiempo para pensar en todo lo que podía haber salido mal. ¿Le habrían culpado Haathi y Jayme si Morgan hubiera muerto? Pero, por otra parte, ¿acaso no le habían dado las gracias, a su propia y extraña manera?
Pensar en Jayme trajo otra cosa a su mente. Maglenna tomó la vendada mano izquierda de Morgan y examinó la muñeca. Desde luego, ahí había algo: un pequeño verdugón rojizo, completamente ajeno al shock eléctrico.
De pronto, los dedos de Morgan se crisparon, y abrió los ojos.
Pendower sostuvo la mano de Morgan.
-¿Morgan? ¿Puedes oírme?
-¿Qu...?
-Todo está bien. Estás en el punto de recogida de la Alianza en Gelgelar...
-Yo no soy el Creador –dijo con voz pastosa.
-¿Qué?
Morgan lo repitió varias veces, y luego regresó a un murmullo ininteligible. Maglenna observó el lector digital con la mirada perdida. Desde luego, el organismo de Morgan estaba saturado de drogas, y Maglenna sabía por Nord que lo que Morgan decía no tenía mucho sentido incluso cuando estaba sana. Sin embargo, Maglenna conocía un contexto en el que “el Creador” significaba otra cosa aparte de la nave, y si esto tenía algo que ver con el estado actual de Morgan, Maglenna no quería pensar en lo que Jayme iba a encontrarse.

***

Jayme estaba de pie bajo El Creador, mirando fijamente la plataforma de aterrizaje, escuchando los sonidos de los droides y trabajadores que pululaban por el almacén. El camino lógico del asaltante de Morgan le había llevado a tierra a través de la escotilla de escape del compartimento del motor. Había una rejilla abierta en el suelo a dos metros a su izquierda.
Jayme se tumbó sobre la tripa y se deslizó con la cabeza por delante en la apertura. Seguramente esta conducía a un túnel de mantenimiento. Dobló el torso hacia abajo, se sujetó con las piernas en la plataforma de aterrizaje, y se quedó allí colgando un instante mientras sus ojos se ajustaban a la oscuridad. Salvo que el espacio del pasadizo no estaba totalmente oscuro. Había un brillo que manaba de un distante par de luces rojas. Jayme pensó que eran parte de un panel de control hasta que desaparecieron tras una esquina. Pensó que podía bajar y perseguir las luces, pero luego lo pensó mejor. Se puso en pie, salió de un salto de la plataforma de aterrizaje, y agarró un cartel con un plano de la base que colgaba de uno de los paneles de control. Por un instante estudió el cartel; luego salió corriendo cruzando la plataforma de aterrizaje en la dirección que seguían las luces.
En ese momento, todas las luces del almacén se apagaron.
Jayme se detuvo en seco. Medio segundo después se activaron las luces de respaldo, lumas baratas y brillantes que dejaban partes del almacén bajo una luz casi cegadora y otras partes en profundas tinieblas.
Oh, no, no, no.
Corrió cruzando el hangar, casi tropezando con sus propios pies.
Quiere atraparnos aquí con él. Si llega a los controles de la puerta del hangar, estamos todos muertos.
De pronto estaba allí, de pie ante el panel de control, arrancando la cubierta de mantenimiento con rallas amarillas y empapándose del esquema de control del interior. Con la potencia cortada, todo el sistema tenía que volver a prepararse antes de poder abrir las puertas manualmente. Dos grandes palancas desactivaban el sistema de freno hidráulico, e hicieron horribles ruidos de carraca cuando las bajó; y entonces se escuchó un tremendo golpe metálico desde las puertas del hangar cuando los ganchos de freno salieron de sus ranuras.
-De acuerdo –dijo Jayme en silencio para sí mismo, secándose las manos sudorosas en los pantalones-, anulación manual, anulación manual.
La disposición no estaba bien mapeada. Jayme deseó que Morgan estuviera allí. Podría haber abierto las puertas en dos segundos y dibujado un esquema de control mejor en el dorso del envoltorio de un caramelo.
Pensar en Morgan le despejó la cabeza. Encontró el interruptor negro que despresurizaba los sistemas hidráulicos automáticos y activaba los sistemas manuales. Luego, con mucho esfuerzo, encajó en su sitio los cilindros de potencia auxiliar de la unidad, y finalmente puso sus manos sobre la gigantesca palanca que desbloquearía las puertas del hangar.
Y habría tirado de ella, además, si no fuera porque su propia sombra se alzó de pronto ante él, y un pequeño punto rojo apareció en el panel ligeramente a su izquierda.
Antes de que el punto pudiera colocarse en su nuca, antes de que se oyera el sonido de los disparos de bláster, antes de que todo el panel explotara, encerrando por completo a todos en el interior, Jayme había ascendido por una cadena de cables, a mitad de camino al segundo nivel. Bajo él escuchó los pitidos de su asaltante, un pequeño y brillante droide asesino.
Y él y su equipo lo habían traído hasta aquí.

***

Haathi arrojó una tableta de datos contra el mamparo, después de haber pasado los últimos veinte minutos tratando de entender las notas de Morgan acerca del fallo en la matriz de potencia. Justo cuando estaba pensando en saltar sobre la tableta y aplastarla, sonaron unos golpecitos en la puerta.
-¿Comandante? –dijo el coronel Stijhl-. Pensé que apreciaría algo de ayuda.
-Qué amable por su parte, señor, pero, ¿sabe usted algo de placas de circuitos?
-Nada en absoluto. Precisamente por eso le he traído una ingeniera de verdad.
Pasó apretujándose junto al coronel, una tímida sullustana con el pelo apelmazado que llevaba una caja de herramientas. Haathi se apartó de su camino.
-Esta es la sargento Nofre Ecls. Es una de nuestros agentes encubiertos; regenta la Bahía de Reparaciones de Nofre –dijo Stijhl-. No se lo diga a su hermano. No le gustan demasiado los rebeldes.
-Gracias, señor. Se lo agradezco.
-Que no se le salten las lágrimas o algo así. Tengo otras cuatro naves que van a necesitar este hangar hoy, ¿sabe?
-A propósito, ¿su hangar es siempre así de ruidoso? Parece como si hubiera una revuelta desencadenándose ahí fuera.
-Eso es lo que usted quisiera. A mí me suena más a que un droide de carga ha chocado contra una columna. Probablemente nada.
-Nunca es nada, señor.
-No cuando ustedes están cerca –dijo Stijhl, y salió de la nave.

***

Subir la cadena, cruzar el raíl del segundo nivel sobre las manos y las rodillas, ponerse luego de pie, correr, saltar sobre un montón de cajas, correr, correr. Jayme recordó la carrera de obstáculos en la base de entrenamiento imperial de Merikon, tan difícil cuando era un adolescente. No se le había ocurrido entonces agradecer que no le persiguiera un droide asesino hecho a medida. Podía oír sus repulsores zumbando tras él, imaginárselo flotando sobre el suelo, deslizándose entre los raíles, avanzando tras él. El pensamiento hizo que un escalofrío le recorriera la espalda, y sintió que el corazón estaba a punto de estallarle.
Tranquilo. No te pongas a llorar todavía.
Blandió su bláster hacia atrás y disparó. El destello rojo chisporroteó inocuamente en los escudos del droide.
Vale, ahora sí puedes llorar.
Al menos el droide era más lento que él. Además, advirtió Jayme cuando se acercaba a una escalera, había salido con una buena ventaja. Y salir con ventaja era perfecto para una cosa.
Jayme saltó sobre el borde de la escalera y se agarró a uno de los escalones sobre su cabeza. Un instante después, un disparo bláster de color amarillo golpeó el suelo donde se habían encontrado sus pies. Para cuando salió un segundo disparo, Jayme estaba trepando por fuera de los escalones, mano tras mano.
Tan pronto como Jayme se aupó a la barandilla, una cortina de disparos cayó sobre los escalones, anticipando su siguiente movimiento. Pero no saltó a los escalones. En lugar de eso, se dejó caer de nuevo al suelo del segundo nivel, al otro lado de las escaleras.
El droide detuvo su ráfaga, confuso. Eso proporcionó a Jayme el tiempo suficiente para subir corriendo los escalones sin más. La mente de Jayme pensaba con rapidez. ¿Qué hay arriba? ¿Qué puedo usar?
La respuesta le vino en un doloroso destello. Arriba estaban las vigas del techo, y una vez que llegó allí no tenía ningún lugar donde esconderse.

***

La sullustana trabajaba diligentemente en la matriz de potencia, sujetando bajo el brazo la placa del circuito principal. La matriz aún humeaba un poco; trajo a la memoria de Haathi el olor a carne quemada.
Está viva. No pienses en ello.
-¿Cuál es la situación? –preguntó Haathi.
-La placa de circuito maestro está frita –le dijo Nofre.
-Lo sé. Háblame de la matriz de energía.
-La... eh... la matriz de energía también está frita.
Haathi tuvo que hacer una pequeña pausa para impedirse a sí misma gritar. No es culpa suya.
-¿Podrías concretar más, por favor?
-Tengo que recablearla por completo.
-¿Qué? –gritó Haathi.
Nofre retrocedió encogida contra el mamparo.
Haathi se aclaró la garganta.
-Quiero decir... eh... que parece que es un problema mayor de cómo lo haces sonar.
-No, señora, simplemente me llevará varios días.
-Quiero que mi técnica esté en una fragata médica para mañana a estas horas.
-Lo siento. No puede hacerse.
-Vamos. Tiene que haber un modo.
Nofre negó firmemente con la cabeza.
-¿No podemos empalmar sin más el motor principal al núcleo de potencia?
-No creo que quiera hacer eso.
-¿Por qué no?
-Estarían volando sin ningún tipo de salvaguarda.
-¿Qué significa “salvaguarda”?
-Un pico de energía y toda la nave estallaría.
Haathi soltó un salvaje suspiro de alivio.
-¿Eso es todo? –gritó, incrédula-. ¿Y por qué no me lo has dicho antes?
Nofre abrió los ojos como platos.
-El coronel Stijhl me dijo que no lo hiciera.
-Tía, me aburres. Vamos a hacer una cosa. Empalma el núcleo de potencia y yo recablearé la placa de circuito principal.
La sullustana apretó firmemente la placa de circuito contra su pecho.
Haathi avanzó inclinándose sobre ella.
-Sargento –dijo, y añadió las tres palabras que casi nunca usaba-: Es una orden.

***

El coronel salió de El Creador al caos. Kovings llegó corriendo hasta él para darle, sin aliento, un informe acerca de las puertas del hangar bloqueándose, los canales de comunicaciones siendo interferidos, y varios técnicos muertos en el pozo de mantenimiento delantero. Alrededor de Stijhl, los miembros de la limitada fuerza de seguridad del almacén disparaban a ciegas contra las luces del techo, bajo las cuales un objeto sombrío estaba persiguiendo a alguien por las vigas.
Entonces comenzaron las explosiones. Grandes montones de cajas en el lado oeste del hangar volaron por los aires y las que contenían algo inflamable comenzaron a arder. Mozos de carga con uniformes color canela salieron aullando al espacio abierto. Desde arriba surgió entonces una salva de fuego bláster, y cada uno de los disparos dio en su objetivo.
Stijhl, agazapado tras una columna, vio boquiabierto cómo su gente caía en rápida sucesión. Cuando los disparos terminaron, comenzaron a explotar más cajas, enviando al espacio abierto otra oleada de nuevos objetivos.
-¡A cubierto! –gritó el coronel. Algunos de ellos le escucharon y trataron de encontrar un lugar seguro entre los suministros que estallaban y el campo de tiro del enemigo.
-¡Señor! –exclamó alguien mientras llovían más disparos de bláster-. ¿No deberíamos evacuar?
Stijhl reconoció al médico de campo de Haathi.
-¡Nord, busque a Haathi! Necesitamos esa nave ya mismo, ¿lo entiende? ¡Que todo el mundo suba a esa nave!
Puede que Nord le escuchase, pero Stijhl no pudo saberlo, porque en ese momento sintió una quemazón en la espalda, y luego nada.

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