viernes, 20 de septiembre de 2013

La ocupación de Rhamalai (I)

La ocupación de Rhamalai
M. H. Watkins

La ominosa sombra negra la envolvía por completo. Quería rebelarse contra ella, pero no podía moverse, no podía siquiera respirar. Algo la agarraba por los hombros con firmeza implacable...
-¡Madre, despierta!
La voz trajo a Charis Enasteri de vuelta a la realidad y se esforzó en abrir sus ojos cansados. Un rostro borroso, enmarcado en cabello castaño dorado, Observaba su figura tendida en la cama. Manos amables la agarraban de los hombros, agitándola para que despertara.
-¡Madre, tengo buenas noticias, despierta!
-Oh, Nadra. –Charis parpadeó mientras el sueño terminaba de desvanecerse. Lentamente el rostro de su hija comenzó a enfocarse-. ¿Qué pasa?
-Acabo de escuchar... He venido corriendo a casa a decírtelo...
-Nadra. –Charis tomó la mano de su hija-. Cálmate.
Nadra respiró profundamente.
-Hoy he escuchado buenas noticias. ¡Existe una posibilidad de que puedas curarte!
Charis suspiró. Su hija nunca aceptaría lo inevitable.
-No voy a mejorar, y lo sabes. Estos síntomas van y vienen, pero con el tiempo sólo empeorarán. Nada puede cambiarlo.
-¡Pero, madre, han aterrizado naves imperiales en Rhamalai! ¡Justo aquí, en Argona!
Charis soltó un grito ahogado y examinó el rostro de su hija.
-¿Cuándo?
-Hace tan solo una hora.
-Oh, no –gimió Charis.
-Pero eso son buenas noticias, madre. ¿No te das cuenta? El Imperio tiene toda la tecnología que Rhamalai rehúye. Debe tener también tratamientos médicos avanzados. ¡He descubierto que puedes curarte!
-¡Desde luego que no! No seré atendida por imperiales –insistió Charis. El aire perplejo y herido de su hija la conmovió-. Nadra, escúchame. Hay muchas cosas que no entiendes. No se puede confiar en la gente del Emperador...
El repentino sonido de pies desfilando la interrumpió. Nadra corrió a la ventana.
-Hay soldados con armadura blanca acercándose por la calle.
-¡Soldados de asalto! –Charis no podía disimular su miedo.
-Están entrando en las casas. ¿Qué hacen? –Nadra parecía tener más curiosidad que temor.
El pánico amenazaba con apoderarse de ella, pero Charis trató de calmarse.
-Ven aquí, Nadra. Ayúdame a incorporarme antes de que lleguen aquí –dijo.
Nadra regresó para ayudarla.
-¿Can a venir aquí? ¿Por qué?
-Registrarán todas las casas. Siempre lo hacen –respondió Charis-. Debemos parecer... despreocupadas. ¿Por qué no te sientas y me lees algo?
Nadra se encaramó en la estrecha silla cercana a la cama. Tomó el texto que habían comenzado la noche anterior, pero no lo abrió. Los segundos se alargaron, convirtiéndose en minutos. Pies enfundados en pesadas botas sonaron en el pavimento. Una voz aterrada gritó en la distancia. Un niño lloró.
Sin previo aviso, sonaron fuertes golpes en la puerta de su pequeña casa. Ambas mujeres se sobresaltaron.
-Este planeta se encuentra ahora bajo la jurisdicción de Su Majestad Imperial, el Emperador Palpatine –gritó una áspera voz atronadora-. Todos los habitantes de esta casa, salgan de inmediato.
Nadra avanzó hacia la sala exterior y Charis le susurró:
-Ten cuidado. No les hagas enfadar.
Nadra asintió.
Charis escuchó que su hija llegaba a la puerta y la abría.
-Estamos aquí. Mi madre está enferma, así que por favor no la molesten.
Pesadas pisadas resonaron por el suelo.
-¿Dónde está tu madre? –preguntó la misma voz filtrada.
-En la cama. Está muy enferma... –La respuesta de Nadra fue cortada cuando un soldado de gran estatura que llevaba una gran hombrera entró a grandes zancadas al dormitorio para colocarse junto a Charis. Nadra entró tras él a trompicones, con otro soldado de asalto agarrándola con fuerza del brazo.
Su presencia era abrumadora. Charis sintió nauseas.
-¿Cómo podemos ayudarles, teniente? –preguntó, esforzándose por mantener el control de su voz.
-Se ordena a todos los varones de entre dieciséis y treinta y cinco años que se presenten en la base imperial para su inmediato reconocimiento y alistamiento al servicio del Imperio.
-Aquí sólo vivimos mi hija y yo –consiguió responder Charis. El corazón le latía con fuerza y sintió que le faltaba el aliento-. Mi marido murió hace años. No tengo más hijos –añadió.
Las tétricas facciones de su casco hicieron que Charis se encogiera en las sábanas.
-Ni se le ocurra pensar en ocultarnos sus hombres –le amenazó, inclinándose sobre ella-. Si nos ha mentido, lo lamentará.
Se volvió y miró detenidamente a Nadra.
-Necesitamos civiles en puestos de apoyo. Preséntate mañana por la mañana en la oficina de personal del Servicio Civil de la guarnición. Te serán asignadas tareas.
-Pero mi madre está enferma –protestó Nadra-. Tengo que cuidar de ella.
El soldado de asalto volvió a mirar a Charis.
-El Emperador es benevolente –dijo con tono mecánico-. Será tratada en nuestras instalaciones médicas. Un transporte la recogerá por la mañana.
Se volvió a su compañero.
-Pasemos a la casa siguiente. –Se marcharon tan abruptamente como habían llegado.
Charis sintió como su le hubiera golpeado un rayo, con su energía fugaz y letal dejándola como una masa temblorosa.
Nadra regresó junto a su cama, agachándose para abrazar con fuerza a Charis.
-He conseguido mi deseo, pero creo que ya no lo quiero –dijo, con voz temblorosa.
Charis acarició el cabello de su hija.
-Ahora lo entiendes. El Emperador es un dictador opresivo y sus soldados de asalto son despiadados. Simplemente haz lo que te pidan. Tu padre lo dio todo por asegurar tu seguridad. No podemos tirar eso descuidadamente por la borda.
-¿Qué quieres decir? –Nadra se irguió para mirar a los ojos de su madre-. Creía que padre estaba muerto.
Charis lanzó un profundo suspiro.
-Tu padre estaba siendo perseguido por los agentes del Emperador. Abandonó Rhamalai cuando sólo tenías un año de edad, para protegernos. –Sus ojos se llenaron de lágrimas-. Nunca he vuelto a saber de él desde entonces.
-¿Entonces aún está vivo en alguna parte? ¡Podríamos buscarle, su pudiéramos salir del planeta de algún modo! –Los ojos de Nadra se iluminaron con esperanza.
-Han pasado dieciséis años. No ha dado señales de vida en todo ese tiempo. Debe de estar muerto.
-Tal vez el director Pellias pueda ayudar.
Charis suspiró.
-Nadra, he luchado con esto durante años. No hay forma...
-¡Pero tenemos que intentarlo!
Un dolor sordo se apoderó de la cabeza de Charis. Se puso la mano sobre los ojos.
-Nadra, por favor.
-Lo siento –murmuró Nadra. Besó suavemente a Charis en la frente-. Te traeré algo de té.
Cuando Nadra se fue, Charis dejó que las lágrimas cayeran. La esperanza en los ojos de Nadra le destrozaba el corazón-. Oh, por favor –susurró al aire-. Si hay alguien ahí fuera que pueda oírme, por favor, por favor, protege a mi hija.

***

Denel Moonrunner estaba sentado sobre el muro de piedra detrás de la casa de sus padres. El sol brillaba calentándole los hombros, pero algo no iba bien. Sentía una extraña perturbación, como si alguien estuviera pidiendo ayuda. Quería plantarse de un salto y ayudar, ¿pero a quién? Trató de localizar la fuente de esas sensaciones, pero se disiparon rápidamente. Últimamente tenía muchas de estas extrañas ansias... sólo deseaba poder saber qué significaban.
-Sólo son cosas de la edad, anhelos adolescentes –había dicho su padre. Pero Denel se preguntaba si Lorn Moonrunner sabía más de lo que querría admitir.
De pronto, otro fuerte sentimiento le invadió, esta vez una sensación de peligro. Estaba aturdido cuando algo le golpeó con fuerza en la espalda, casi derribándolo de su sitio en el muro del jardín.
-Cazador, viejo bribón –dijo Denel con una risita. Se volvió para rascar al gorset entre sus cuernos romos-. Nunca tienes suficiente atención, ¿eh, chico? –El animal de cuatro patas golpeó el suelo con una pezuña y meneó su cabeza rizada-. No, no puedo salir a correr contigo ahora. Tengo que terminar de estudiar.
El animal alto y negro soltó un rebuzno.
-¿Denel? –llamó su madre desde la casa-. Denel, ven aquí, por favor. –Su voz sonaba extraña, de algún modo. Saltó del muro y se dirigió a la casa.
Al entrar en la sala de estar, se sorprendió al ver a cuatro soldados de asalto imperiales rodeando a su madre. El rostro de Artis estaba tenso y asustado.
-¿Qué ocurre, madre? –preguntó con cautela.
-Debes ir con esos hombres –respondió ella con un hilo de voz.
-¿Por qué?
-¡Nada de preguntas! –ladró su comandante-. Has sido alistado al Ejército Imperial. Acompáñanos de inmediato. –Rodearon a Denel y comenzaron a empujarlo hacia la puerta.
-Espere un momento –protestó Denel-. He estado planeando acudir a la Academia durante años. Acabo de cumplir dieciocho años, de modo que ya puedo solicitar mi acceso. Denme una hora para que recoja algunas cosas y yo...
-¡Silencio! –ladró el oficial-. Obedecerás las órdenes. El Imperio te proporcionará todas tus necesidades, y mostrarás gratitud.
-Pero, ¿dónde me llevan? –continuó Denel mientras un soldado le empujaba a la puerta con la culata de su rifle bláster-. ¿Cuándo podré regresar? ¿Puedo al menos decir adiós a mis padres? –Se tropezó en los escalones.
-Calla y muévete. –Otro soldado agarró el brazo de Denel y lo levantó arrastrándolo hasta la puerta principal.
Denel pudo escuchar llorar a su madre. Se zafó del agarre del soldado de asalto y se volvió a mirar.
-Madre... –comenzó, pero cayó de rodillas por el dolor cuando le clavaron el cañón de un arma en la espalda.
-Obedecerás mis órdenes –gruñó el comandante al oído de Denel. Tiraron de él para ponerle en pie y lo condujeron fuera de la puerta.
Mientras lo conducían por la calle, Denel advirtió que muchos otros hombres estaban siendo sacados de sus casas. Vio a su vecino Dorn Lister, a su amigo Amos Granley. Un sudor frío cubrió la espalda de Denel. Nadie hablaba. Aparentemente todos habían aprendido su primera lección de obediencia, igual que él.

***

-Ordenará a su pueblo que coopere, o tendremos que demostrar nuestras intenciones de un modo más... dramático. –El general Yrros caminaba pomposamente por la oficina del director de comercio planetario-. Estoy seguro de que sus conciudadanos preferirían vivir en paz y tranquilidad que sacrificarse sin motivo. –Se detuvo para leer un diploma enmarcado que colgaba de la pared panelada.
Markren Pellias alzó la vista de su escritorio y miró el rostro cuadrado y arrogante del general imperial. Las uñas se le clavaban en las palmas de sus puños cerrados.
-Su paz ya ha sido desgarrada por sus soldados de asalto. Han invadido sus hogares, llevándose a sus maridos, hermanos e hijos. No era consciente de que el Emperador aprobase tales métodos.
El general Yrros se giró para mirarle a la cara.
-No es lo preferible, pero es necesario en este momento. Sus familias serán adecuadamente compensadas.
-¿Adecuadamente compensadas? –Pellias se puso en pie y avanzó hacia Yrros-. ¿Cree que unos cuántos créditos aquí y allá pueden compensar la pérdida de un ser querido? –Hizo todo cuanto pudo para evitar plantar un puñetazo justo en medio de la aristocrática nariz del general.
Yrros no se dejó intimidar. Con pasos precisos, cruzó la alfombra, deteniéndose con su rostro a no más de veinte centímetros de la cara del director. La elevada altura del general obligó a Pellias a inclinar la cabeza hacia atrás para mirar a sus ojos oscuros y furiosos.
-Es necesario en este momento –pronunció lentamente el general, mirando fijamente a Pellias.
El director bajó la mirada y retrocedió.
-Las tropas imperiales son generosamente remuneradas –continuó Yrros-. Sus familias no sufrirán en exceso. Todo el mundo estará agradecido por tener la oportunidad de contribuir al Nuevo Orden. Se asegurará de eso, ¿verdad?
-Sí, general. –Pellias se volvió para ocultar su amargura-. Cooperaremos.
-Bien. Ahora, por favor, siéntese y discutiremos los términos de nuestra presencia aquí. –Yrros se sentó en el brazo de una silla de madera con intrincados tallados que estaba frente a la mesa. No se detuvo a observar la belleza de la artesanía.
Pellias se sentó pesadamente tras su escritorio, preguntándose por cuánto tiempo seguiría siendo suyo.
Como si pudiera leer los pensamientos de Pellias, el general Yrros continuó.
-Ahora estoy al mando de este sistema. Usted será mi enlace principal entre la presencia militar y el pueblo.
”Si mantiene su cooperación, se le permitirá dirigir su gobierno prácticamente igual que antes, con una excepción. –El general se golpeó una mano con sus oscuros guantes mientras hablaba-. Cada decisión que tome, ya sea celebrar elecciones, promulgar nuevas leyes, acuerdos comerciales, o incluso celebraciones festivas, deberá ser aprobada previamente antes de ser llevada a la práctica. ¿Lo entiende?
Pellias entendía perfectamente. Él y todos los líderes del gremio so serían nada más que marionetas imperiales.
-Entiendo.
-Se le permitirá mantener estas oficinas. –El general miró a su alrededor, sin molestarse en esconder su sonrisa-. Las oficinas centrales imperiales estarán en la base.
-Por supuesto –respondió el director con un toque de sarcasmo.
-Sin embargo, habrá algunos cambios significantes, especialmente en cuanto a mejoras tecnológicas en este planeta perdido.
-¿Cómo cuáles?
-La razón por la que estamos aquí. Agricultura. El rico suelo de Rhamalai es ideal para el cultivo de cosechas de alimentos. Tan pronto como esté completa la construcción de la base de la guarnición, comenzaremos a trabajar en una cadena de plantas de procesado de alimentos y en un complejo de exportación central. Rhamalai tendrá la gloriosa tarea de alimentar a nuestras tropas.
Pellias no emitió ninguna respuesta.
-Informe a sus gremios de granjeros –continuó el general-. Que envíen representantes a Argona de inmediato. La próxima semana comenzaremos la reeducación, usando métodos modernos de producción de alimentos. –El general meneó ligeramente la cabeza-. No me entra en la cabeza cómo este planeta se mantuvo en una condición tan primitiva.
-No queremos sus mejoras –dijo Pellias-. Rhamalai ha existido durante cuatrocientos años sin trucos tecnológicos.
-Esa es una extraña actitud, considerando todos los beneficios de la tecnología. –Yrros miraba al director como un entomólogo examinando una nueva especie de insecto.
-Este planeta fue colonizado por los cherisitas –explicó Pellias-. Eligieron vivir con sencillez, en armonía con el planeta. Esas creencias se han mantenido hasta hoy y tenemos leyes para protegerlas.
-Soy bien consciente de la historia de su planeta, director –dijo el general Yrros-. Los cherisitas y todos los que siguen su senda son estúpidos. Ustedes no son más que una extraña colección de ciegos idealistas jugando a juegos infantiles. Es sorprendente cómo nadie ha conquistado este planeta hasta ahora.
-Durante tres siglos, un maestro Jedi que se asentó con los colonos originales protegió este mundo –respondió Pellias-. Defendió el planeta contra su explotación, y también actuó como sanador.
-¿Un Jedi? ¿Viviendo durante trescientos años? –dijo Yrros con tono burlón-. Ya no queda ninguno en toda la galaxia.
-Murió más o menos cuando el Emperador llegó al poder. Desde entonces hemos estado desprotegidos.
-Bueno, entonces alégrense de tener algo que el Emperador valora. Rhamalai ahora tiene la mayor protección del Imperio.
Pellias se puso en pie detrás de su escritorio.
-Sí, ¿pero quién nos va a defender de ustedes?
En dos zancadas, Yrros cruzó la sala, alzó su mano derecha y usó el dorso de la mano para soltar una bofetada en la cara de Pellias.
-Vigile sus palabras, director, o pronto se convertirá en la peor clase de ejemplo para su pueblo.
El general avanzó hacia la puerta. Se volvió de nuevo hacia Pellias.
-Hable esta noche con sus líderes e infórmeme por la mañana. Un día me agradecerán que trajera al siglo presente este pozo de barro al que llaman planeta. –Cerró la puerta tras él con un portazo.
-Sinceramente lo dudo, general –respondió Pellias.

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