viernes, 28 de junio de 2013

La captura del Peligro Imperial (y III)


Los soldados de asalto que escoltaron a Neela y Stasheff de vuelta por el pasillo umbilical fueron detenidos ante la escotilla del Estrella Cruzada por Heedon y su rifle desintegrador desenfundado.
-Ni un paso más -advirtió, golpeando al mismo tiempo el puño sobre un panel elevado en la pared. La puerta blindada cayó cerrándose de golpe, separando a imperiales y rebeldes en sus lados respectivos.
-¡¿Se puede saber qué pensaba que estaba haciendo al dejarle separarnos de esa manera?! -explotó Stasheff, olvidando en su ira que Neela era alguien a quien reverenciaba.
Neela le dedicó una sonrisa genuina.
-¡Vaya, Stasheff, mírate! Puedes desatarte cuando lo intentas, ¿eh?
Stasheff no estaba en absoluto con ánimo para el humor.
-Mire, señora. ¡Algunas personas bastante importantes me enviaron para mantenerle a salvo!
-Bueno, sin duda estás desempeñando esa tarea de forma muy pobre. -Ella se aprovechó de su momentáneo estupor indignado para volverse a Heedon y decir-: Confío en que hiciera lo que le pedí mientras estábamos fuera.
-Por supuesto -dijo Heedon con un bufido-. Envié un mensaje a la base de Horob, diciéndoles que vengan a recogerla a usted y a sus prisioneros imperiales para el transporte. Van a enviar sus naves más grandes, o incluso tres o cuatro de ellas.
A Stasheff la ira le superaba; apenas podía hablar. En su lugar, se apoyó en una silla de la consola y susurró:
-¿Qué? -Se inclinó hacia ella lo máximo que pudo desde su posición, con los ojos saliéndole de las órbitas-. ¿Sus naves más grandes? ¡Si las tropas de Horob envían un convoy de cualquier tamaño contra ese Destructor Estelar, serán eliminados! ¡Pensé que estaba tratando de ganar tiempo para los soldados tiempo, no asesinarlos usted misma!
-Stasheff, por favor -intentó Neela.
Pero Stasheff no estaba escuchando.
-¡No tenemos en Horob el tipo de naves que harían falta para luchar contra un Destructor Estelar clase Victoria! ¡Como mucho tenemos algunos Ala-X! ¿Ha olvidado que Horob es una base de investigación?
-Stasheff -Neela lo intentó de nuevo, con más firmeza esta vez-. La base de Horob nunca recibirá el mensaje, porque será interceptado por el Peligro Imperial, y luego interferido. Este truco no sólo refuerza la mentira de que les estamos manteniendo cautivos, sino que nos da más tiempo para trazar nuestra propia fuga.
Stasheff quedó boquiabierto.
-¿Y qué le hace pensar que Lanox no pedirá refuerzos cuando intercepte el mensaje?
-Si fueras un capitán imperial al mando de un Destructor Estelar clase Victoria -respondió Neela-, ¿llamarías a tus superiores y les dirías que estabas siendo retenido como rehén por un yate de placer?
Este muchacho es demasiado divertido, pensó Neela ante la confusa mezcla de emociones que se dibujó en el rostro de Stasheff. Ella se inclinó sobre la silla y la agarró por la solapa. Cuando él se apartó en un acto reflejo, ella sostenía entre el pulgar y el índice un pequeño chip de datos que había sacado de debajo del cuello de su uniforme.
-Tú no lo sabías cuando dejé que Lanox se te llevara -dijo ella-, pero planté esta pequeña maravilla de la tecnología de la Alianza bajo tu solapa; registró cada código de detención y seguridad del nivel al que te llevaron. -Ella sonrió ante la mirada de asombro del hombre y e hizo girar el chip entre sus dedos-. Por lo menos espero que lo hiciera. Realmente no sé si funciona. Este es el prototipo de un chip sensor que se estaba desarrollando en Horob; es sólo experimental, y el producto terminado sin duda será mucho más sofisticado que esto, pero trabajamos con lo que tenemos. -Se lo entregó a Heedon que lo deslizó en una ranura en el tablero de comunicaciones-. Como se trata de un prototipo, utiliza un receptor simple -continuó.
-¿Quiere decir que tenía esto planeado desde el principio? -preguntó Stasheff.
-Desde el principio no –admitió-. No hasta que nos fuimos de Horob.
-¿Está dispuesta a poner nuestras vidas en manos de ese pequeño y frágil pedazo de basura, y ni siquiera sabe si funciona?
-El riesgo, Stasheff -le recordó Neela con voz suave-, forma parte esencial de la guerra. Y, además, no me habría perdido la ocasión de verte olvidar tus modales ni por todos los mundos de la galaxia.
-Bueno -dijo Heedon, girando desde la consola-, prototipo o no, lo que ahora tenemos desplazándose por la pantalla, señora y caballero, no sólo son los códigos para las celdas de detención, sino también los 10 de los proyectores del rayo tractor.
Neela miró a Stasheff con una sonrisa.
-Gracias, Stasheff: resultas ser un prisionero muy práctico. Capitán Heedon, ¿es usted tan amable de comenzar?

***

El Peligro se sacudió violentamente, derramando sobre el ordenador de Lanox la mayor parte de la bebida caliente que sostenía en su mano. El capitán maldijo y se puso en pie de un salto, frunciendo el ceño mientras la maquinaria silbaba y crujía en señal de protesta. La imagen holográfica de Sayer Mon Neela que Lanox había proyectado desde el pequeño equipo vaciló con la incertidumbre de la maquinaria sucia, pero cuando actuaron los circuitos de protección contra sobrecarga la imagen se estabilizó de nuevo. Lanox dio un puñetazo al botón del comunicador.
-Control, ¿qué ha pasado?
-Señor -respondió una voz insegura-. Hemos perdido un poco de altitud, pero no es nada serio. Estamos en ello, señor.
-¿Por qué hemos perdido altitud? -preguntó Lanox.
-Lo estamos comprobando ahora, señor.
Lanox cerró irritado el canal y volvió a sentarse, continuando el estudio de la imagen de Neela. Una vez más le molestaron sus impresiones claramente poco militares de ella. Era atractiva, no se podía negar. Incluso en holograma, su belleza -y sí, también su determinación y fuerza de carácter- eran evidentes. ¿Cuántos de sus enemigos, se preguntó, la habían subestimado? ¡Qué buena imperial habría sido! El Imperio no acostumbraba a utilizar mujeres en labores políticas o militares, pero había algunos casos extraordinarios... y Neela era, en efecto, extraordinaria. ¡Qué buen recurso habría sido para la gloria del Imperio! Y qué tragedia que una mujer tan talentosa e inteligente hubiera elegido desperdiciar sus habilidades en la Alianza Rebelde.
Lanox transfirió su mirada a la lista de estadísticas que se mostraba en la pantalla. Ella había sido ayudante del procurador general de la Antigua República y, por tanto, uno de los agentes del orden con puesto de despacho mejor colocados del gobierno anterior. También había sido una voz activa contra Palpatine en el Senado. Desde entonces se había convertido en una de los principales estrategas de guerra de la Rebelión. El ordenador indicaba que sus planes de batalla habían sido los responsables de un gran número de éxitos rebeldes.
Lanox apagó la pantalla y se recostó en su asiento, teniendo en cuenta sus opciones. Ponerse en contacto con el mando para obtener más instrucciones quedaba fuera de consideración. Se reirían de él con desprecio, y probablemente sería degradados (o peor) por incompetencia cuando regresase. Además, si él podía superar a Mon Neela donde otros habían fracasado -incluso tomarla prisionera- sería una victoria significativa.
Se dio cuenta de que una vez que ella estuviera en manos del Imperio, su destino no sería agradable, y eso oscureció su estado de ánimo. Pero rechazó con desprecio esos sentimientos. La guerra no era un juego agradable, pero Neela había elegido jugarlo. Cualquier consecuencia sería culpa de ella, no de él.
Sus reflexiones fueron interrumpidas por un oficial subalterno, que permanecía vacilante de pie junto a la escotilla, esperando que le prestase atención.
-¿Qué ocurre? -preguntó Lanox.
-Señor -respondió el joven-, me han enviado para informarle de que hay un mal funcionamiento en los ordenadores de seguridad del nivel de detención.
-¿Qué tipo de mal funcionamiento? ¡Venga, hombre, no se quede ahí boquiabierto como un imbécil, suéltelo!
-Los códigos de los ordenadores parecen estar confundidos, señor. Han empezado un ciclo de comunicaciones que los técnicos no pueden parar, y no saben qué lo está causando.
-¿El nivel de detención, dice?
-Sí, señor. Sin embargo, no está confinado a esa zona. Los ordenadores de toda la nave están mostrando signos de corrupción; ya hemos perdido altura.
-¿Estamos cayendo en la atmósfera? -preguntó Lanox.
-Sí, señor. Pero los técnicos están trabajando en ello, y me han dicho que le informe de que pronto habrán corregido el problema.
-¿Por qué no me lo dicen ellos mismos?
-Señor. Están preocupados, señor.
¡Esa nashtah rebelde es la responsable de esto!, pensó Lanox, y se encontró irracionalmente divertido ante la idea. No tenía la menor duda de que sus capaces técnicos encontrarían la dificultad y la solucionarían. Mientras tanto, admirar el ingenio de su oponente no haría ningún daño. Sería, después de todo, una de sus últimas estrategias de guerra antes de que (de alguna manera) la tomase prisionera.

***

-¿Qué quiere decir con que no sabe cómo detenerlo? -Stasheff estaba de pie junto a la silla de Heedon, mirándolo con toda la intensidad de su frustración acumulada.
-Mira -estalló Heedon-, yo no diseñé este maldito chip. Todo lo que hice fue insertarlo en el ordenador y decirle que haga su trabajo. Si tiene más ambiciones que eso, no es mi culpa.
Neela suspiró.
-¿Está diciendo que está recuperando y enviando la información demasiado rápido? ¿Que los ordenadores imperiales van a sobrecargarse?
-Eso es lo que estoy diciendo.
-Bueno -dijo ella, encogiéndose de hombros-. Eso no es malo. Si sus ordenadores están confusos, nos liberarán de los rayos tractores de todas formas.
-¡Lo harían -replicó Heedon-, si pudieran recibir correctamente el mensaje! ¡El problema es que el chip está leyendo y reenviando la información a sus ordenadores varios cientos de veces por segundo! “Apagar el rayo tractor, encender el rayo tractor, apagar el rayo tractor”... todo el rato así.
-Oh, eso no es bueno -musitó Neela.
Stasheff la fulminó con la mirada.
-¿No me diga?
-Stasheff, estás rozando la insubordinación -le reprendió-. ¿Puedes repararlo? -preguntó a Heedon.
El hombre de mundo le dio una mirada incrédula.
-No espera demasiado de un director de crucero, ¿verdad? Si sus supuestamente brillantes científicos rebeldes no pudieron eliminar los errores de esta cosa, ¿cómo espera que lo haga yo?
-Por supuesto -respondió Neela-. Perdone. Estoy acostumbrado a trabajar con personas que conocen su trabajo.
Heedon no estaba seguro de si había sido insultado o elogiado, pero no había tiempo para pensar en ello.
-Tenemos otros problemas, además.
-Menuda sorpresa -murmuró Stasheff.
-La nave imperial está perdiendo altitud, y nos arrastra con ella. No podemos apagar el rayo tractor, y tampoco podemos soltar el pasillo umbilical ni la garra, lo que significa que si se estrellan en ese planeta de abajo, nosotros nos estrellamos también. Y eso no es todo; ¡ese pequeño engendro electrónico está haciendo que nuestros ordenadores también entren en bucle! La puerta blindada en la escotilla del umbilical está abierta de par en par.
-¡Bueno, pues ciérrela! -gritó Stasheff.
-¿Quieres decirme cómo? -gruñó Heedon.
-¡No me importa cómo, solo hágalo! ¡Con esa puerta blindada abierta, estamos completamente expuestos a un ataque imperial!
-Mira, voy a decir esto una vez más -dijo Heedon, como si explicase matemáticas complejas para un niño-. Yo presiono botones, no sé de ordenadores.
-¿Podemos cerrar la puerta manualmente? -preguntó Neela.
-No se pierde nada con probar -dijo Heedon encogiéndose de hombros.
Neela agarró a Stasheff por el hombro y tiró de él hacia la escotilla.
-Quédese aquí y mire si hay cualquier cosa que pueda hacer para detener el bucle -exclamó hacia Heedon por encima de su hombro-. Mientras, Stasheff y yo trataremos de cerrar la puerta blindada.
Heedon los vio correr por el corto pasillo y girar una esquina, donde les perdió de vista. Contrariado, se volvió hacia la consola.
-¿No acabo de decirle que no sé de ordenadores? -murmuró.

***

-Capitán Lanox, no hay ningún error, señor. La cámara de vigilancia en el umbilical dice que su puerta blindada está abierta, y parecen estar tratando de cerrarla de forma manual.
Lanox giró en su silla para mirar a su oficial.
-No es tan fuerte como nos ha hecho creer, entonces. -Dio unos golpecitos con los dedos sobre el borde de la silla-. ¿Cuál es la condición de la nave?
-Estamos perdiendo altura rápidamente, señor, acercándonos más al planeta. Ingeniería también informa de que los bucles de energía están creando sobrecargas peligrosas. Corremos riesgo de implosión si no encontramos la causa originaria, señor.
-Sé cuál es la causa originaria -gruñó Lanox. La adrenalina le instó a ponerse en pie-. Tome un contingente de soldados armados y asalte ese corredor, mientras su puerta blindada siga abierta. No me importan los demás, pero quiero que Mon Neela sea capturada con vida. ¡Ella afirma que su nave está programada para detonar ante el primer acceso ilegal, por lo que no, repito, no entren a bordo de la nave en sí!
El oficial se cuadró.
-¡Entendido! ¡Informaremos por el comunicador cuando la captura se haya completado, señor!
-No será necesario -respondió secamente Lanox-. Iré con ustedes.
El oficial pareció alarmado.
-Perdóneme, señor, pero... pero la situación es extremadamente peligrosa, y nosotros...
-Tengo la intención de detener personalmente a esa mujer en nombre del Imperio -respondió, y luego se reconoció ante sí mismo como un mentiroso. Es notoria, pensó. Es una mujer, y me ha humillado. Quiero superarla, nada más y nada menos-. Es su responsabilidad mantenerla con vida, y protegerme -continuó diciendo a su oficial-. Reúna a sus tropas.

***

La puerta blindada se negó obstinadamente a moverse.
-¡Hemos llegado demasiado lejos para ser derrotados por algo tan absurdo como esto! -protestó Neela. Apretó los dientes y pateó la puerta, y luego la golpeó con el puño cerrado-. ¡Ciérrate, maldita seas!
Stasheff la agarró del brazo.
-¡Madame, esto no va a funcionar! ¡Tenemos que pensar otro plan, y tenemos que pensarlo ya! No van a tardar mucho tiempo en darse cuenta de que estamos tan vulnerables, y cuando lo hagan...
Una explosión de rayos desintegradores de los soldados de asalto, escudándose aún a los lados de la puerta blindada abierta del Peligro, le interrumpió impactando en el casco tan cerca de su cabeza que Neela podía oler su pelo chamuscado.
Stasheff se lanzó sobre Neela, envolviéndola protectoramente con sus brazos mientras arrojaba a los dos de nuevo a la dudosa seguridad de la nave.
-¡Déjame ir, Stasheff! -pidió ella. Pero él aún la sujetaba-. ¡Stasheff, suéltame! –Ella empujó con fuerza y rodó sobre la espalda del hombre.
Neela se quedó sin aliento. La túnica de Stasheff estaba saturada de sangre, sus ojos tenían una mirada aturdida de dolor que había visto con demasiada frecuencia en los ojos de los soldados heridos.
-Lo siento, Madame -dijo con voz áspera.
Neela no tuvo tiempo de consolarse. Cogió la pistola desintegradora de sus dedos y se colocó a un lado de la escotilla abierta.
Los cáscaras blancas todavía estaban situados en cada lado de la puerta blindada; vio el destello de un uniforme gris detrás de ellos y reconoció a Lanox.
-¡Adelante! -rugió el capitán imperial-. ¡No os detengáis aquí protegiéndoos como niños! -Impulsivamente, saltó más allá de ellos hacia el pasillo, indicándoles que avanzasen.
Era un blanco perfecto, y Neela lo tenía perfectamente en su punto de mira. Pero en el aliento de tiempo que le habría costado apretar el gatillo, le perdonó la vida.
El instante siguiente no dio tiempo para lamentaciones. Una explosión estalló en el interior del Peligro, meciendo con violenta fuerza las dos naves y el inestable umbilical.
Lanox cayó al suelo y salió despedido justo mientras las puertas blindadas del Peligro se cerraron atronadoramente detrás de él, separándolo de sus soldados.
Inmediatamente después, una segunda explosión hizo que el Destructor Estelar se escorase y cayera como un pájaro herido. Lanox trató de agarrarse a una pared del fondo, pero cayó, deslizándose torpemente por toda la longitud del pasillo, hacia Neela en el extremo opuesto.
Cayeron juntos en una maraña de brazos y piernas. Incapaces de recuperar el equilibrio, se aferraron el uno al otro, con los ojos llenos de horror mientras el pasillo se balanceaba y se tambaleaba, amenazando con derrumbarse con cada nueva explosión.
Después de lo que pareció una eternidad, las convulsiones y el ruido se detuvieron, y el pasillo cesó sus salvajes vibraciones y se limitó a un balanceo engañosamente suave. Delante de ellos -todavía confundida por los erráticos comandos del ordenador- la puerta blindada del Estrella Cruzada se cerró deslizándose en silencio, mientras que detrás la del Peligro se abrió de golpe.
Durante un aturdido instante, Neela y Lanox se miraron boquiabiertos el uno al otro, entonces Lanox se puso de pie y se quitó a Neela de encima, corriendo hacia su nave tan rápido como sus piernas se lo permitían.
Neela se volvió y se arrojó de rodillas delante del portal cerrado del Estrella Cruzada, intentando meter los dedos entre las uniones perfectamente cerradas mientras trataba contra toda esperanza de hacer que se abriera.
El silbido de la atmósfera escapándose a través de grietas en el mamparo interior del pasillo se burló de ella.
-¡Ábrete! -pidió a la puerta con los dientes apretados. Lanox se agazapó en la cornisa de entrada de su nave, jadeando en busca de aliento, doblando la cintura para agarrarse las rodillas con las manos. A su alrededor, sonaban sirenas de emergencia, y su tripulación corría de un lado a otro y se gritaba entre sí mientras luchaban por salvar su nave moribunda.
Pero a través de la abrumadora confusión y el ruido, era el sonido de Neela al final del pasillo, maldiciendo a la puerta blindada, al Imperio, y a su propio nombre, lo que captó toda la atención de Lanox.
Se enderezó, se volvió y la vio de rodillas, luchando aún por abrir la puerta de su nave antes de que el mamparo interior sucumbiera.
¡Esta es tu oportunidad, tonto!, pensó. ¡Deberías haberla capturado cuando tuviste la oportunidad! Captúrala ahora, llévala ante el Emperador, y te redimirás de esta debacle. Pero, ¿puedo hacerlo? ¡Las paredes de este pasillo cederán en cualquier momento! Cuadró los hombros y reunió lo que quedaba de su valor. Mejor aprovechar la oportunidad y morir aquí, que volver ante el Emperador, derrotado por esta rebelde. El castigo de Su Majestad sería mucho peor.
Con cautela, dio un paso atrás en el pasillo, se abrió paso a lo largo de una pared que no dejaba de crujir, y se situó junto a Neela, poniéndole una mano firme en el hombro.
Ella miró bruscamente hacia arriba, y todo el miedo se evaporó de su cara. Sólo la ira y el resentimiento se mantuvieron, como si se hubiera resignado a su destino, pero no quisiera darle la satisfacción de su miedo.
El conflicto y una culpa inexplicable irritaron el pecho de Lanox al mirarla; su admiración hacia ella luchando con su lealtad hacia el Imperio. Se sentía humillado al darse cuenta de que, enemiga o no, ella tenía más valor de que él nunca tendría.
Antes de darse cuenta de su propio cambio de intenciones o de saber siquiera muy bien lo que estaba haciendo, se puso de rodillas a su lado, introdujo sus dedos en las grietas de la puerta, y con una mueca se esforzó en abrirla. Neela le miró.
-¿Por qué me está ayudando?
-Madame -gruñó, deteniéndose sólo el tiempo suficiente para mirar hacia atrás-. Con todo el debido respeto, este no es en absoluto el momento de hacer preguntas. Se trata de su fuga. ¿Le importaría ayudarme?
¡Bajo la fuerza de sus esfuerzos combinados, el cierre de la puerta finalmente cedió y se abrió con un contundente golpe!
Lanox se puso de pie, arrastrando a Neela con él. La agarró por los hombros y la atrajo hacia él para darle un gran y generoso beso.
-Mi pago -explicó, y luego hizo girar a la estupefacta rebelde y la empujó a través de la escotilla a la seguridad de su nave.
El pasillo dio otro dramático gemido y una esquina del mamparo salió despedida con violencia. La súbita descompresión hizo que la gorra del uniforme de Lanox saliera disparada de su cabeza por la abertura, agitando su pelo, y azotando la túnica de su uniforme.
Neela se agarró con una mano a un puntal en la escotilla del Estrella Cruzada, mientras que le tendía con la otra.
-¡Aquí! -exclamó. Lanox le dirigió una mirada de desesperación, pero en cambio se volvió y se abrió paso hacia su propia nave por el pasillo que se deterioraba rápidamente. Neela vio con horror, incapaz de apartar la mirada, cómo se empujaba resueltamente a sí mismo hacia adelante. Más de una vez cayó y se arrastró sobre la tripa, agarrando con las manos la cubierta en busca de algún magro agarre contra la succión de la rápida despresurización del pasillo. Luego, de algún modo, estaba milagrosamente en la puerta blindada del Peligro. Se puso en pie con dificultad, agarró los bordes de la escotilla con tanta fuerza que los nudillos de sus manos estaban blancos, y se arrastró a su nave.
Fue lo último que Neela vio de él antes de que la puerta blindada del Peligro se cerrase de golpe, ocultándolo de su vista.
Sólo entonces Neela se giró y corrió hacia la cabina de mando de su propia nave.
Heedon, pálido y agitado, estaba al timón, con Stasheff apenas consciente, en un taburete detrás de él.
-¡Estamos libres de la garra y el rayo tractor! -exclamó Heedon-. ¡Los ordenadores han recuperado el control!
-¡Entonces vuelve al espacio, capitán, y dar el salto tan pronto como puedas! -exclamó Neela.
Mientras Heedon obedecía y salieron finalmente disparados hacia la seguridad de las estrellas, Neela miró desesperadamente por la ventanilla.
El Peligro se había estabilizado de alguna manera: ya no parecía estar en peligro de estrellarse, pero aún parecía indefensa. Según todas las apariencias, el Destructor Estelar estaba muerto.
El Estrella Cruzada alcanzó el punto de salto y se lanzó a la velocidad de la luz.

***

-Puede parecer una traición, pero siento una gran admiración por ese imperial -admitió Neela. Caminaba junto a Se'lab por los terrenos de la base rebelde de Carosi XII. Aferraba en su mano la distinción que (junto con Heedon y Stasheff, que se estaba recuperando) acababa de recibir por defender la base de Horob-. Cree en el Imperio tan fervientemente como yo lo desprecio –continuó-. Sin embargo, arriesgó su vida para salvar a un enemigo que casi lo destruye. Si se invirtieran los papeles, no creo que yo hubiera hecho lo mismo.
-Antes de te vuelvas demasiado sentimental sobre el enemigo, recuerda las vidas que ha destruido -le recordó el bothano. Se detuvo, obligándola a hacer lo mismo, y le puso las manos sobre los hombros-. No dejes que otros te escuchen hablar de esta manera, puede que no sean tan comprensivos como yo.
Neela hizo una mueca.
-Se'lab, entiéndeme, por favor. No es que yo apruebe a Lanox, simplemente... -suspiró, pensó un momento, y luego se encogió de hombros, resignada-. Me salvó la vida. Si sobrevivió a las explosiones a bordo del Peligro, no puedo evitar preguntarme si el Imperio le tratará duramente por perder su nave ante gente como nosotros. Compadezco a cualquier persona que caiga en manos de Palpatine.
Se'lab negó con la cabeza.
-Un imperial menos no es ninguna tragedia. Ahora vamos, o te perderás tu celebración.
Cuando Neela entró en el comedor, estalló una ovación. Aceptó una calurosa ronda de felicitaciones, y luego vio a Stasheff y Heedon en una mesa de la esquina, rodeados por lo que parecía ser su propio club de fans entusiastas.
Stasheff, con el brazo derecho y el hombro encerrados en un vendaje de bacta, le dedicó una sonrisa reprobatoria cuando se reunió con ellos.
La multitud se dispersó cortésmente, dando a los tres campeones Horob un tiempo para ellos mismos.
-Nunca antes había pensado en mí mismo como un héroe -reflexionó Heedon. Levantó su copa en la dirección de los festejantes que se marchaban-, pero dicen que lo soy, así que, ¿quién soy yo para discutirlo?
Neela se rió, asintió y volvió sus atenciones a su guardaespaldas.
-No puedo decir que el vendaje te favorezca, Stasheff. Espero que lleves algo un poco más a la moda en un futuro próximo.
-Eso depende de usted -respondió.
-Ah. –Sonrió-. ¿Entonces has decidido quedarte como mi guardaespaldas?
-Sólo si limita todos sus faroles al sabacc, señora.
-No prometo nada. -Sonrió, y se inclinó confidencialmente hacia él-. En realidad, Stasheff, estás realmente muy guapo sin camisa.
Él se sonrojó.
-Hablando de faroles -intervino Heedon-. Se ha perdido la noticia que acaba de salir en la red. -Golpeó la mesa y un proyector holográfico se alzó en el centro-. Pero la grabamos para usted.
-¿Qué...? -comenzó Neela.
-Sólo observe -ordenó Heedon.
Hubo una momentánea mancha de estática, un crepitar de ruido, y entonces la imagen holográfica de Sergus Lanox apareció en un magnífico estrado, con el renombrado Gran Almirante Imperial Takel, en persona, de pie frente a él.
-¡Vaya, está recibiendo una distinción! -exclamó Neela.
Takel colocaba la cinta alrededor del cuello de Lanox.
-Por su heroísmo extremo, y por no renunciar a su nave, incluso cuando se enfrentaba con el último y más atroz ejemplo del terrorismo rebelde desde la destrucción de Alderaan -estaba diciendo Takel-, le otorgo la Medalla Distinguida de Honor Imperial.
Hubo aplausos de un público invisible.
-¡¿Qué piensa usted de esto?! -exclamó Stasheff.
Neela apagó el proyector holográfico y se acomodó en su silla.
-Creo –respondió- que tal vez no hayamos visto lo último de Sergus Lanox después de todo. -Levantó su copa en un brindis-. Por las victorias improbables, señores.
Y vació su copa.

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