jueves, 20 de diciembre de 2012

La última salida (y II)


Enmarcado por la capucha oscura del dosel del bosque, el casco de marfil del Kierra brillaba, un diente suave y redondo sobresaliendo del páramo. Guiado por esas reflexiones de la luz de la luna, Ross avanzaba a trompicones por el sendero lleno de baches, torciéndose los tobillos contra rocas invisibles.
-¡Kierra, luces!
Deslumbrado por la matriz brillante de faros de búsqueda, el contrabandista se estremeció, subiéndose en cuello de su guardapolvos. Un fuerte viento estaba descendiendo de las alturas, trayendo consigo la promesa de lluvia. Dentro del estrecho pasillo, Ross se pasó una mano por el pelo, tranquilizado por la calidez que inundaba el interior del carguero.
-Purga los impulsores principales -ordenó con distracción, advirtiendo que Brandl no lo había seguido a la nave.
Cada vez más acostumbrado a los erráticos vaivenes del estado de ánimo del Jedi, Ross se asomó al exterior al amparo de la puerta de la rampa. Debajo de él, al pie de la rampa, Brandl permanecía inmóvil mirando fijamente la oscuridad mientras pálidas nieblas se arrastraban sobre sus hombros y bajo sus pies.
-¿Brandl? -Con su sentido de contrabandista alerta, Ross ordenó-: Kierra, apaga las luces exteriores.
-Puedes salir ahora -susurró Brandl, cuando las austeras luces se extinguieron-. Nadie va a hacerte daño.
Ross se pegó a la pared interior del casco, sosteniendo su bláster y estabilizando el brazo y el hombro para obtener un tiro claro.
Al oírlo, Brandl miró al pasillo a oscuras, desarmando al corelliano con su aguda mirada. Cuando la desgarbada figura de un muchacho salió de la maleza, Ross pudo sentir cómo la tensión se desvanecía y bajó la rampa, reconociendo al niño de su breve encuentro en el asentamiento. Vestido con ropas color verde oscuro, a juego con el bosque por la noche, la cara del niño estaba enrojecida y sudada. Con cautela, se acercó a los dos hombres y al carguero.
Impresionado por la visión de Brandl, envuelto por la oscuridad, y sin embargo rodeado por la luz de la luna, el niño se movió cautelosamente hacia la nave, impulsado por una curiosidad insaciable. No hizo ningún esfuerzo para ocultar su asombro, observando todos los detalles de la figura ante sus ojos, como si almacenase su mera presencia en la memoria.
-Es cierto -susurró el muchacho-. Eres es un Caballero Jedi.
-¿Quién eres tú? –preguntó Brandl, pero no había fuerza en sus palabras. Incluso Ross pudo detectar la mentira de la negación temblando en su voz.
Hermoso, el niño sonrió, volviendo la cara para encontrarse con los ojos de su padre.
-¿No me conoces? -preguntó. Mirando fijamente a la espada de luz que colgaba del cinturón del Jedi, el muchacho gritó con enojo-: ¡Tú me pusiste el nombre! Jaalib, ¿recuerdas? -Recuperando sus modales, frotó la punta de su zapato en la tierra-. Mi apellido también es Brandl.
Suavemente, Brandl acarició el cabello y las mejillas del niño, sintiendo la suave piel bajo sus dedos. Era una sensación peculiar, que incendiaba cada nervio de su cuerpo. A pesar de la ternura de esa caricia, Ross experimentó una sensación de malestar arrastrándose en su vientre.
-¿Eso es un sable de luz real? Nunca he visto uno. –Con ganas de hablar, el joven añadió-: He visto accesorios de atrezzo, pero...
Su voz suave de tenor tembló, quedando en silencio cuando Brandl le ofreció el arma. Mirándola, Jaalib tendió vacilante su mano hacia la espada de luz, y luego la apartó.
-No tengas miedo -instó Brandl.
-No tengo miedo -dijo Jaalib con confianza, tomando la mano de su padre, en vez de la espada de luz. Una delgada película de lágrimas brillaba en la esquina de sus ojos. Tragando la emoción, Jaalib susurró-: He venido a avisarte. Oí hablar a Menges y los otros. Están enojados porque volviste al asentamiento. Madre no cree que vayan a hacer nada, pero sé que Menges tiene una nave.
Oyendo al joven, Ross espetó:
-¡Kierra, comprueba los sensores!
De repente, las luces del pasillo interior quedaron a oscuras.
-¡Sugiero que todos os agachéis!
Una tremenda explosión estalló cerca de la popa de la nave y el perímetro del bosque, acompañada por la ardiente estela de un caza que se marchaba. Esquivando raíces arrancadas, escombros y partículas de piedra, Ross se deslizó debajo de la rampa, poniéndose a cubierto bajo el casco del carguero. Chispas y escombros fundidos se esparcían por su cabeza y hombros, chamuscándole la ropa y el cabello. Sacudiéndose salvajemente, se retiró el material caliente de la piel. Cerca de allí, Brandl estaba ayudando al asustado muchacho a ponerse en pie, susurrando palabras de aliento al traumatizado niño.
-Informe de daños.
-Nos han dado, jefe -dijo Kierra con voz lastimera-. Misiles de conmoción. -Hubo una breve pausa mientras analizaba los datos entrantes-. Hemos perdido los escudos. Los motores están al 70 por ciento. Hay una probabilidad bastante alta de que las bobinas iónicas dejen de funcionar si las presionamos demasiado.
-¿Podemos despegar?
-Contigo en las riendas, piloto -se rió-, todo es posible.
Abrazando protectoramente al niño contra su pecho, Brandl susurró:
-Mientras no nos demos a conocer, pasará de largo.
-Mira -gritó Ross-, todo esto es muy emotivo, pero ese último pase fue sólo para obtener una ubicación aproximada. La próxima vez... -resopló ansiosamente-. Olvídalo, no voy a esperar a la próxima vez. ¡Salgamos de aquí, ya!
Agitado por el repentino giro de los acontecimientos, Brandl tomó la cara del niño en sus manos.
-¿Sabe tu madre que estás aquí?
-No.
-Entonces... -Brandl tartamudeó-, ¿cómo lo supiste?
Sosteniendo juguetonamente la mano de su padre, Jaalib sonrió.
-Otias me dijo la verdad hace mucho tiempo. Me dejó ver los holos de tu trabajo en el escenario. Al principio, Madre no quiso, pero luego vino conmigo y estuvo llorando todo el tiempo. –Con tristeza, el chico desvió la mirada, evitando los ojos de Brandl-. Cuando te vimos en el asentamiento común, tan pronto como llegamos a casa se puso a llorar. Así que yo supe que eras tú. -Mirando a Ross, el muchacho frunció el ceño, consciente de que la inevitable despedida era inminente-. ¿Volverás alguna vez a casa?
Brandl tomó las mejillas suaves de Jaalib en sus manos y besó suavemente la frente del niño.
-No puedo prometer nada.
Jaalib forzó una sonrisa.
-Entiendo. Otias dijo que tenías otros papeles importantes que interpretar, papeles que un mundo tan pequeño como Trulalis nunca podría ofrecer. -Aferrándose a la presencia de su padre, el muchacho susurró-: Cuando sea lo suficientemente mayor, yo también actuaré fuera del planeta. Otias dijo que me ayudaría. –Dudó un instante-. Quiero ser tan grande como tú, Padre. -La delgada película de lágrimas regresó, amenazando con derramarse por sus mejillas-. Nunca te olvidaré.
Usando el espeso dosel de la selva como escudo, Jaalib corrió por el sendero y desapareció en las sombras de la noche.
-Nunca le dijeron la verdad.
Brandl tragó saliva desesperadamente, luchando contra sus emociones.
-¿Por qué no se la dijo usted? -gruñó Ross, cerrando la escotilla exterior.
-¿Cree usted que tengo el valor? Un hombre valeroso es un hombre con convicciones, capitán Ross. -Pasando más allá del corelliano, el Jedi susurró-: Yo perdí las mías en el momento en que decidí creer en antiguas leyendas.
Dejándose caer en el asiento de aceleración, Ross comenzó a lanzar frenéticamente los controles de vuelo. Sus manos se movían con diligencia a través de la consola con pericia consumada. Estimulado por la amenaza de un caza estelar enemigo apareciendo al alcance del sensor, inició el encendido de propulsores, meciendo la dañada nave en sus manos. Un grave gemido envolvió la cabina de vuelo con ecos estáticos y vibraciones mientras el motor iónico trabajaba para levantar el carguero. El traqueteo metálico de las planchas de la cubierta retumbó en todos los pasillos y en la espaciosa bodega de carga.
-Oh -se quejó Kierra-, eso suena mal.
-¡No me importa cómo suene, empieza por conseguir que los generadores de escudo vuelvan a funcionar!
Luchando por mantener el control del carguero, Ross peleó con el acelerador parcialmente ionizado, maximizando la potencia de salida a través del motor dañado.
-La parte difícil será conseguir atravesar la atmósfera -susurró Brandl, mirando las pantallas de lectura.
-¡Puede que ni siquiera consigamos despegar! –gruñó Ross-. Kierra, ¿dónde está?
-Un Cazador de Cabezas Z-95, dirigiéndose directamente hacia nosotros y, de acuerdo a mis lecturas, la nave supera el ratio de peso normal para su categoría.
-¿Qué significa eso?
-Significa más misiles de conmoción. Está totalmente cargado.
-Enciende la torreta centinela principal -murmuró Ross, concentrándose en el dañado carguero-. ¿Cuándo entrará en funcionamiento el generador de escudo?
-Dame cinco minutos más. La presión hidráulica está subiendo a niveles operativos.
-Bueno, pues acelera el proceso. A este ritmo, ni siquiera lograremos llegar al espacio antes de que nos atrape. -Ross se quedó mirando el manto subyacente de la baja atmósfera, envolviendo su partida en el frenesí de la niebla nocturna-. ¿Qué puedes hacer para arreglar el motor iónico?
-Piensa en cosas alegres -respondió Kierra-. No tenemos ninguna carga. No tenemos material sobrante. Y -agregó con un dejo de orgullo femenino-, esta nave siempre ha estado por debajo de su cociente de peso. Somos más ligeros que el saco cerebral de un gamorreano.
-¿Cuánto tiempo antes de que nos intercepte?
-Digamos que voy a activar los escudos ya.
De repente, el carguero ligero modificado se estremeció con la conmoción del impacto de otro golpe directo. Sacudiéndose bajo el poderoso golpe, el Kierra derivó bajo la cubertura de las nubes mientras la energía destructiva rebotaba en los escudos de popa, disipándose inofensivamente contra el casco.
-¿Daños? -jadeó Ross.
-Los escudos los han absorbido -respondió Kierra con lentitud, accediendo todavía a la información de sus múltiples sistemas-. Pero el nivel hidráulico ya está cayendo. No sobreviviremos a muchos más como ese.
Atravesando la estratosfera, el Cazador de Cabezas continuó agresivamente su persecución. Obstaculizado por la espesa atmósfera de Trulalis, se balanceaba de lado a lado, acercándose para realizar otra pasada.
Armando la torreta inferior, Kierra se conectó con la interfaz del arma centinela, cronometrando unas ráfagas esporádicas contra el morro de la nave atacante. No habiendo esperado represalias del carguero lisiado, el caza se estremeció a través de la atmósfera, con la sección de su ala izquierda estallando en llamas. Evitando la precisión mortal de la torreta, el Z-95 se dejó caer, alejándose en picado fuera de alcance.
-Eso debería mantenerle con la cabeza gacha durante un tiempo.
-No lo suficiente -sostuvo Ross. Eludiendo el ojo cauteloso de Brandl, gruñó-: Si hay algo en su libreta de supervivencia Jedi, ahora es el momento de usarlo.
Brandl asintió con la cabeza, con el rostro notablemente agotado y demacrado. Buscando dentro de los pliegues de su túnica, extrajo de nuevo la peculiar cápsula. El dispositivo de forma cilíndrica estaba inteligentemente preparado para hacerse pasar por una hidrollave u otra herramienta mecánica. Mirando hacia el objeto, Ross lo reconoció de su breve incursión en el teatro. Mientras observaba, fascinado, el cabezal de control brilló intermitentemente a partir de una célula de poder oculta.
-¿Qué es eso? -canturreó Kierra. Intrigada por la extraña unidad, su orbe óptico brilló, ampliando el foco del transmisor.
-Es un transpondedor -respondió Brandl-. Y ha estado transmitiendo durante casi una hora.
El Jedi suspiró con esfuerzo, apoyado en el amplio respaldo de la silla de aceleración. En la dura luz de la cabina de vuelo, su arrogancia no podía ocultar las mejillas demacradas y las líneas de tensión que habían iniciado a erosionar el rostro atractivo de un hombre una vez orgulloso. Los signos mórbidos de la resignación y la rendición podían leerse fácilmente en su noble rostro.
Sin previo aviso, el Cazador de Cabezas interrumpió la persecución, dirigiéndose directamente hacia el planeta. Sus motores de popa mostraban su prisa, brillando con el acelerador a todo gas mientras el caza desaparecía en la densa cubierta de nubes sobre el planeta. Suspicaz, Ross miró a Brandl, sintiendo la contracción del miedo en su garganta.
-¿Cuál es el truco?
-Será mejor que se prepare -susurró Brandl.
Sonaron las alarmas de proximidad, lanzando un eco ensordecedor por el pasillo y las vías de acceso del carguero. Explotando de datos tácticos e inminentes advertencias de colisión entre naves, los sensores se centraron en la gigantesca estructura de un inmenso Destructor Estelar Imperial, recién salido del hiperespacio.
A medida que el Destructor Estelar cruzaba por delante de su parabrisas a sólo unos escasos 100 metros de distancia, Ross dejó caer contra el respaldo de la silla, derrotado antes de que se disparase un solo disparo. Poco a poco, decenas de baterías turboláser se volvieron hacia ellos, apuntando a su carguero. Todavía obstaculizado por un motor iónico defectuoso, el Kierra dio una sacudida y se abalanzó hacia el Destructor Estelar.
-¿Nos han atrapado? –gimió Ross, masajeándose los ojos y la frente.
Kierra rió nerviosamente.
-¿Disfruta Boba Fett de su trabajo?
-¿Podemos huir de ellos?
-En este momento no podríamos hacerlo ni en la imaginación, piloto. Nos tienen bien atrapados.
Descansando su cabeza y sus brazos contra la consola de vuelo, Ross suspiró, aceptando lo inevitable.
-¡Usted ha conseguido firmar mi sentencia de muerte!
-Por el contrario, he garantizado su indulto. -La boca del Jedi insinuó una sonrisa socarrona.
-¡Tengo un precio puesto sobre mi cabeza! ¡Una recompensa Imperial!
-Está a punto de descubrir que el Emperador es bastante generoso, especialmente cuando uno de sus ciudadanos considera oportuno devolverle su propiedad.
-¿Usted es uno de los monstruos del Emperador? -argumentó Ross-. ¿Qué estaba haciendo en Najiba...? ¡Estaba huyendo! -Mirando el Destructor Estelar Imperial, alcanzó a murmurar-: ¿Estaba huyendo del Imperio? ¿Por qué?
-Ya no importa -susurró Brandl-. Ha llegado el momento de hacer frente a la oscuridad y renunciar a ella para ir a lo que... tan sólo son sombras.
-¡Bueno, algunas sombras pueden matar!
Al atravesar el campo de atraque exterior, el carguero se vio envuelto en la oscuridad.
-Entonces deje que todo alcance la perfección en la muerte.
Levantando la placa de cubierta delantera de la consola de vuelo, Ross rápidamente de desabrochó el bláster, escondiendo la pistolera en el interior de un depósito oculto de detonadores térmicos y armamento ilegal. Motivado por las sanciones imperiales ante los equipos y armamentos no autorizados, retrocedió a un armario de utilidad general en el pasillo más allá de la cabina de mando. Recuperando un pequeño alijo de paquetes de energía para bláster, el nervioso corelliano volvió al puente para encontrar a Brandl mirando curiosamente al compartimiento oculto.
-Kierra, asegúrese de que el escudo de la caja está intacto. No quisiera que encontrasen tu célula de energía.
-Una chica tiene que tener su privacidad -bromeó ella-. Bien pensado, jefe.
Cerrando el panel oculto, Ross activó el sello de contaminación. Si los sensores imperiales analizaban la nave, pasarían por alto esta área como herramientas mecánicas contaminadas. De repente, las luces interiores fluctuaron cuando los niveles de potencia cayeron, pasando al modo auxiliar.
-Todo despejado -gritó Ross.
-He pasado mis acoplamientos de energía a una célula secundaria. Incluso si encuentran mi generador principal, no sabrán lo que es. Pero –advirtió-, ¡eso significa que no puedo escuchar el comunicador o escanear el perímetro!
-Por su propia seguridad -comenzó Brandl-, le aconsejo que no mencione Trulalis.
Recordando a la esposa y al hijo de Brandl, allá en el planeta, Ross asintió pensativo.
-Kierra, borra todas las grabaciones y registros desde que salimos de Najiba, introduce datos de un trabajo anterior. ¿Dónde nos deja eso?
-Entregamos ese bebé tris en Tatooine, ¿recuerdas?
-No me lo recuerdes -contestó Ross melancólicamente-. Sólo borra las razones y pon un añadido acerca de problemas en el motor sobre Trulalis.
-De acuerdo, jefe.
-Y, Kierra: Escóndete. Probablemente revisen cada centímetro de la nave.
-¿Noto una pizca de preocupación en tu voz, piloto?
-Sí -gruñó. Encogiéndose por la tensión que amenazaba sus hombros, caminó por el pasillo hasta la escotilla y desactivó el sello.
Antes de la rampa pudiera bajar completamente, dos soldados de asalto imperiales irrumpieron a bordo de la nave, apuntando a Ross con sus armas, empujándolo contra la pared del casco. La fuerza del golpe dejó sus pulmones sin aliento y el corelliano se dobló, tosiendo desesperadamente para recuperar el aliento. Veinte o más soldados de asalto estaban en formación fuera del carguero, apuntando sus armas a la rampa de ascenso, centrándose en el Jedi oscuro.
Sin dejarse intimidar por la demostración de poderío imperial, Brandl examinó el desfile de armaduras blancas y negras, hasta que se encontró con el rostro familiar de un oficial imperial más allá de la periferia de los soldados armados. Haciéndose a un lado, el Jedi permitió que tres soldados de asalto pasaran junto a él corriendo hacia la nave.
-Confío en que cooperarás -anunció el oficial. Pomposamente, se ajustó la visera de su gorra de color negro-. Si no por tu propio bien, al menos por el bien de tu compañero.
Fingiendo un toque de derrotismo con aplomo dramático, el Jedi proclamó:
-¿Cómo puedo colaborar?
-No pienses nada. No hagas nada. No digas nada hasta que te lo digan.
Ofreciendo una mano al jadeante contrabandista, Brandl sonrió con picardía, de espaldas a la comitiva imperial.
-Capitán Grendahl, descubrirá que soy muy bueno no haciendo nada.
El rostro de Grendahl era amenazador.
-Tenemos programado un encuentro con el Interrogador dentro de una hora. El inquisidor Tremayne está ansioso de volver a verte, Lord Brandl... muy ansioso. -Señalando a Ross, Grendahl ordenó-: Llevadlo al área de aislamiento para ser interrogado. -Cambiando su comportamiento con evidente falsedad, Grendahl se quitó el sombrero con respeto burlón-: Por favor, Lord Brandl, sus aposentos han sido preparados.

***

Masajeándose los moretones que comenzaban a hincharse en su pecho y sus brazos, Ross apoyó la cabeza contra la pared antisépticamente limpia de la celda. Varias horas habían pasado lentamente, marcadas con sesiones aisladas de interrogatorio de rutina. De repente, la puerta se abrió, dejando entrar a dos soldados de asalto y al capitán Grendahl, a quien reconoció del hangar. Con calma, el oficial imperial se sentó frente a él, colocando una gran tableta de datos en la mesa entre ellos.
-¿Reconoce usted a este caballero? -preguntó, haciendo aparecer una imagen en la pequeña pantalla.
Ross se rió suavemente, reconociendo las distinguidas curvas de su propio rostro.
-¿Ayudaría si dijera que no?
Grendahl sonrió generosamente.
-No. -Cruzando las manos contra la mesa, dijo burlón-: Interferir en una investigación imperial es un delito que se castiga con penas de prisión.
-¿Una investigación Imperial? –protestó Ross-. Era una pelea, y no una justa –argumentó-. Dos soldados de asalto contra un jawa, ¡venga ya!
-No importan las probabilidades -respondió Grendahl sin cambiar de tono-. Interfirió de todas formas; sin embargo...
-¿Sin embargo? –imitó el corelliano, burlándose del insípido oficial.
-Sin embargo, estoy autorizado a extender una generosa amnistía si coopera y responde a algunas preguntas.
-¿Amnistía? -Ross se rió entre dientes. Se rascó la cabeza, agitado-. Una amnistía imperial tiene casi el mismo valor que un wookiee enano sin pelo.
Grendahl frunció el ceño, cubriendo su consternación con hábil profesionalidad.
-Usted tiene la garantía del Emperador, capitán Ross. Ayúdenos con una breve investigación y será absuelto de todos los cargos.
Tratando de ganar tiempo, Ross exclamó:
-¡Me debe dinero!
-No puedo prometer que vaya a conseguirlo -respondió Grendahl-, pero tiene usted derecho a 10.000 créditos. -Sonriendo maliciosamente, observó la reacción de sobresalto del contrabandista-. Eso es un 10 por ciento de la recompensa ofrecida por el regreso seguro de Brandl.
Intrigado, Ross se inclinó sobre el borde de la mesa.
-¿Quiere decir que Brandl vale 100.000 créditos?
Deseoso de mantener la atención del contrabandista, Grendahl asintió en silencio a esa pregunta.
-Tiene suerte de estar aún con vida, capitán Ross. Adalric Brandl es altamente inestable, capaz de atrocidades inconcebibles. Sin embargo, su valor para el Emperador lo convierte en un recurso esencial. ¿Dónde lo encontró?
-Najiba.
El rostro de Grendahl se ensombreció, perplejo.
-Najiba tiene ordenanzas estrictas que restringen el tráfico a través del cinturón de asteroides.
-Para cuando llegué allí -explicó Ross-, nadie se preocupaba por las sanciones de control de puerto. Simplemente querían que se fuera del planeta.
-¿Hubo problemas? ¿Alguien herido?
El corelliano se encogió de hombros con aire casual.
-No llegué a salir de mi nave- mintió-, así que no sabría decirle.
-¿Y a dónde iban?
-A Mos Eisley, pero -Ross se rió-, teniendo en cuenta mi última visita, yo sólo pensaba llevarlo hasta Anchorhead. Después de eso, iría por su cuenta.
-¿Alguna vez mencionó su relación con el Emperador?
-No hasta que nos tuvieron en el rayo tractor.
-¿Los daños a su nave?
-Fuimos atacados por piratas -dijo Ross rítmicamente-. Mi hiperimpulsor falló y a duras penas logramos llegar hasta aquí.
Grendahl vaciló.
-Usted mantiene un registro minucioso de la nave, capitán Ross. Su libro de vuelo y su manifiesto corroboran su historia.
-Piense que es un vestigio de mis días de caza-recompensas -ofreció Ross-. Si querías cobrar tus gastos, era necesaria una documentación exacta.
Asomándose tímidamente a la habitación, un subteniente saludó a Grendahl, ignorando al preso que le acompañaba.
-Capitán Grendahl, señor. El almirante Etnam solicita su presencia en el puente inmediatamente, señor. A Lord Brandl se le ha asignado la tarea de escoltar al civil a su nave.
-¿Qué?
Ross ocultó una sonrisa maliciosa detrás del cuello de su abrigo. Fingiendo sorpresa, se levantó de la silla y se apoyó en la brillante mesa, pensando cómo Brandl consiguió arreglar esa escolta.
-Capitán Grendahl -susurró el teniente, consternado por el estallido de su superior-, las instrucciones del almirante Etnam eran muy específicas. Está ansioso por encontrarse con el Alto Inquisidor Tremayne. –Siendo el ayudante personal de Etnam y sin temer las represalias de Grendahl, hizo un gesto al soldado de asalto más cercano y le susurró-: Llévese al prisionero.
Grendahl luchaba por conservar la compostura, irritado por la influencia de Brandl, que a pesar de su momento de deshonra ante el Emperador, aún tenía bastante peso, incluso con el carácter intrépido del almirante Etnam. Con las fosas nasales dilatadas, siseó entre dientes:
-Muy bien. -Luego, para restablecer su ego ante el personal bajo su mando, enderezó sus hombros encorvados, borrando la amarga mueca de su rostro-. Es usted libre de irse, capitán Ross –gruñó-. La clemencia del Emperador puede ser abundante y de gran alcance, pero la próxima vez que meta las narices en una investigación imperial -hizo una pausa-, puede que se encuentre en el lado equivocado de la justicia imperial. -Cruzando las manos detrás de la espalda, Grendahl comenzó a caminar por el pasillo-. Recuérdelo la próxima vez que pretenda luchar contra las probabilidades.
Sobre los hombros pulidos de varios soldados de asalto, Brandl observó cómo Grendahl se alejaba. Burlándose del oficial imperial a sus espaldas, el Jedi soltó un bufido de desdén mientras guiaba al contrabandista por el pasillo.
-¿Es usted un hombre supersticioso, capitán Ross?
Preocupado por la escolta armada detrás de ellos, Ross susurró:
-Mi abuelo solía decir que la superstición era la base de una mente débil.
-Entonces estamos condenados sin duda, ya que los cimientos de nuestra civilización están en manos de sumos sacerdotes, chamanes y monjes. -Brandl se rió con genuino buen humor. Hubo una chispa de emoción traicionada por el brillo de sus ojos y Ross advirtió que las líneas de expresión que enmarcaban su boca se habían profundizado. Adalric Brandl estaba de buen humor-. Su abuelo era un hombre sabio.
Ross restó importancia al cumplido.
-Tan sólo otro contrabandista que se encontró en el lado equivocado de la justicia imperial. –Soltó un bufido, recordando la amenaza de Grendahl-. Por eso me convertí en cazador de recompensas, con la esperanza de evitar lo que le ocurrió.
-¿Y entonces?
-Y entonces me aburrí. Supongo que no estaba destinado a serlo.
-Pasamos casi toda nuestra vida buscando el papel adecuado que marcará el final de nuestra existencia con algún momento de gloria, ignorando el hecho de que la fama y la reputación no son más que meros perfumes de la virtud. Nunca duran.
-¿Eso es otra frase de teatro? –bromeó Ross.
-La actuación se aprende de forma profunda en la naturaleza humana y por eso me obsesionó tanto; pero conforme mejoró mi intelecto, mi moral fracasó y me convertí en aquello mismo que más despreciaba.
-¿Y qué era eso?
-Humano. Yo no era un rey, ni un héroe, ni un dios. Sólo un hombre atrapado en la pasión de la obra teatral.
-¿Y qué ocurrirá ahora? –tanteó Ross.
-Mi vida ha sido un drama continuo -susurró Brandl-, una tragedia, me temo. Y he tropezado a través de ella, escena tras escena, acto tras acto, como un novato aterrorizado. Esta noche, la Fortuna me reclama para la última salida. Ya no puedo vivir en la mentira.
-Va a regresar junto al Emperador, ¿no? ¿Después de lo que le ha hecho?
-No hacía más que apuntar en una dirección general. Fui yo quien decidió ir y hacer su voluntad.
-¿Y su familia? ¿Su hijo? ¿Y si el Emperador se enterara?
-Se lo aseguro; ningún mal habrá de sucederles. -Eufórico, suspiró-: Estarán a salvo.
Ross le creyó. Había una certeza alrededor del Jedi que iba más allá de las siniestras sombras que habían mantenido una vez a los dos hombres en pugna entre sí. Pero la conciencia del contrabandista exigía un poco más de seguridad.
-¿Cómo puede estar tan seguro?
-Nunca he estado más seguro en mi vida. -Colocando un chit de crédito en la mano del contrabandista, cerró los dedos de Ross sobre él. Ross notó otro objeto en la mano de Brandl, uno que el Jedi trató de ocultar cuando juntó las manos sobre él-. El chit es el resto de lo que le debo y la cuota obligatoria del Emperador por la captura de un renegado peligroso. -Sonrió malévolamente, divertido por su propio sarcasmo.
Deslizando el chit en el bolsillo de su guardapolvos, Ross advirtió la forma esférica y metálica debajo de las manos de Brandl, y se fijó en la áspera mancha grabada por el ácido en el explosivo donde los marcadores del número de serie habían sido eliminados. Abriendo los ojos como platos ante la revelación, se quedó mirando el rostro tranquilo de Brandl.
-Considere todas las deudas pagadas -susurró el Jedi. Girando bruscamente sobre sus talones, se retiró en el pasillo del hangar con la escolta a remolque.
Ross se apresuró a subir la rampa, y selló la escotilla del pasillo a toda prisa.
-¡Kierra! -siseó, corriendo por el túnel de acceso a la cabina de vuelo-. ¡Kierra, despierta!
-¡¿Qué quieres decir con despierta?! -exclamó ella-. Los motores han estado en línea y esperando desde hace una hora. Incluso conseguir colocar una de las bobinas iónicas en su sitio golpeando la carcasa de escudo. -Resopló, creando una especie de hipo errático en el comunicador-. ¿Qué prisa hay? Las principales bases de datos estaban limpias y de acuerdo con ese pequeño astromecánico que subieron a bordo...
-¡No importa! -gritó Ross, abrochándose en la silla de aceleración-. Brandl tiene uno de mis detonadores térmicos y creo que planea...
Una explosión sorda resonó por los pasillos de atraque, lanzando una cortina de humo y escombros hacia la bahía auxiliar.
Agudas y penetrantes alarmas comenzaron a sonar a todo volumen, alertando a los médicos y técnicos de la zona. En medio del caos de voces gritando, sirenas, y el sonido de pies blindados corriendo para asegurar el área, el Kierra flotó en cuestión de instantes sobre la plataforma de vuelo. Varias explosiones más pequeñas resonaron por el pasaje, agitando los cazas TIE y las lanzaderas de transporte que colgaban de los bastidores cercanos.
Desconcertada, Kierra jadeó.
-¿Qué se ha apoderado de él para hacer algo semejante?
-Tenía que proteger a su familia -dijo el contrabandista con tristeza.
-Pero, con él muerto, no hay garantía de que el Imperio no los encuentre. Sin embargo -reflexionó en voz alta-, tampoco hay garantía de que el Imperio los busque siquiera. -Aturdida por las infinitas suposiciones, trató de quitarle hierro al asunto-: Me alegro de que haya terminado.
-Pero no lo ha hecho –susurró él. Girando bruscamente junto a una serie de cazas TIE y bastidores de expulsión, Ross guió al Kierra fuera de la bahía de lanzamiento, acelerando varias veces los exhaustos motores-. Puede que Brandl haya hecho su última salida, pero la obra de teatro aún no ha terminado... para nosotros… o su familia.
El corelliano sonrió con nostalgia. Hipnotizado por la cara verde de Trulalis, observó rotar el planeta ante él, libre de ataduras físicas, inocentemente ignorante, momentáneamente sin cambios. Suspiró, con su sentido de contrabandista extrañamente en paz. Ya no había más sombras.
Reiniciando con aire casual el sistema de astrogación con destino a Najiba, se sujetó mientras el Kierra traqueteó a través del vacío abierto y luego desapareció en el brillo translúcido del hiperespacio...

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