lunes, 3 de noviembre de 2008

Solitario de Jade (IV)

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A pesar del exterior liso y moderno de la fortaleza, el interior era oscuro y decididamente húmedo, con sus corredores retorcidos y de suelo áspero claramente inspirados en los túneles ocultos tan apreciados por los drach'nam en su planeta natal. Mara no se molestó en memorizar la ruta mientras los cinco guardias que la escoltaban la internaban cada vez más en las profundidades de la fortaleza, y en cambio se concentró en evaluar la estructura global de defensa de Praysh y en incrementar gradualmente el nivel de nerviosismo que estaba mostrando en su lenguaje corporal y en los poco frecuentes intentos de entablar conversación. Iba a echar terriblemente de menos su sable de luz, pero incluso si hubiera podido introducir el arma, ya había llegado a la conclusión de que la mayor esperanza de conseguir escapar radicaba en la nave encerrada de Sansia. Abrirse luchando un camino de vuelta a lo largo de los túneles y salir al nivel del suelo no era una opción que estuviera interesada en intentar.
Sin embargo, ese sable de luz había sido anteriormente de Luke, y él la mataría si lo perdiese. Con suerte, cuando esto hubiera terminado, podría buscar a H'sishi y comprárselo para recuperarlo.
Llegaron por fin a la sala de audiencias de Praysh, una sala enorme, de altos techos, que por su oscuridad, olores y repugnancia general le devolvieron los desagradables recuerdos del salón del trono de Jabba el Hutt en Tatooine. Aunque obviamente a su Primera Grandeza le faltaba la sensibilidad igualitaria de Jabba; los únicos seres en la sala eran más compañeros drach'nam de Praysh.
-Bien, bien -exclamó Praysh, girando su trono para encarar al grupo entrante-. ¿Qué tenemos aquí? ¿Un presente del Mrahash de Kvabja, no es así?
-Sí, Su Primera Grandeza -dijo Mara, añadiendo un temblor nervioso a su tono mientras miraba clandestinamente alrededor. Había un par de puertos bláster camuflados en la pared falsa detrás del trono de Praysh, pero aparte de eso las únicas defensas eran el manojo de guardias que están de pie entre ella y el jefe esclavista. Al contrario que los vigilantes de la puerta, este grupo no llevaba ningún bláster, sino que sólo estaba armado con el mismo tipo de cuchillos largos y látigos neurónicos. Probablemente el propósito era mantener las armas más peligrosas alejadas de prisioneros o esclavos sublevados; sin embargo, era un exceso de confianza del que bien podría ser capaz de aprovecharse-. Él le envía saludos y...
-Que alguien recoja esa baratija -la cortó Praysh, ondeando un cetro con gemas incrustadas hacia ella-. Tú, humana... acércate.
Uno de los guardias tomó el globo flotador y la empujó hacia adelante. Completamente alerta con todos sus sentidos, Mara caminó hacia el trono. En algún momento habría indudablemente una prueba para asegurarse de que ella no era nada más que la inútil esclava que aparentaba ser...
No había avanzado más de tres pasos cuando ocurrió. Abruptamente, uno de los guardias frente a ella sacó el látigo de su costado y con un golpecito casual de su muñeca envió la tralla serpenteando hacia ella.
Mara abrió la boca y arrojó sus manos inútilmente delante de su cara, forzándose a rechazar el impulso reflejo de esquivarla o agacharse o hacer algo -cualquier cosa- que fuera más efectiva.
Para su alivio, la tralla crujió a escasos centímetros de su cara.
-Su Primera Grandeza -balbuceó, dando un paso rápido e inseguro hacia atrás-. Por favor, señor... ¿qué he hecho?
La única respuesta fue el sonido de otro látigo tras ella. Comenzó a girarse...
Y de repente la tralla se enrolló alrededor de sus rodillas y una ola de dolor surgió a través de su cuerpo.
Mara gritó, con un sonido explosivo que solamente fingía en parte, mientras caía contra el suelo, la corriente del látigo cruzando agónicamente su cuerpo. Clavó los dedos en el látigo, gritando de nuevo cuando la corriente quemó las yemas de sus dedos.
-Por favor... no... por favor... yo...
-Ten... defiéndete -exclamó una voz, y ella alzó la vista para ver como un pequeño bláster aterrizaba en el suelo junto a sus piernas.
Tomó el arma, forzando a sus dedos a tantearla estúpidamente como si estuviera tratando con un objeto totalmente desconocido para ella, apretando los dientes contra las olas de dolor mientras cada parte de su ser le gritaba instándola a hacer algo. El bláster era indudablemente inútil, sólo otra parte de la sádica prueba de Praysh, pero si girara apoyándose en una cadera, agitando fuertemente las piernas alrededor, podría al menos ser capaz de arrancar el látigo de la mano de su atacante.
Pero si hiciera eso -si mostrase la mínima señal de habilidad en combate-, probablemente moriría.
Y entonces la tripulación del Salvaje Karrde moriría también.
Consiguió por fin sujetar el bláster, girándolo torpemente para intentar apuntar con el arma a su atacante. El cañón oscilaba ingobernablemente, e intentó apoyar su codo en el suelo para mantenerlo, mientras sollozaba como un niño. El bláster se soltó y cayó de sus paralizados dedos...
Y abruptamente, por fin, la corriente cesó.
Mara yacía allí, inmóvil, sollozando todavía a través de sus dientes apretados mientras se recuperaba de los súbitos calambres en los músculos de sus piernas. Si hubiera juzgado mal las intenciones de Praysh... si él hubiera decidido matarla por deporte en lugar de soltarla en los pozos de limo...
-Esto ha sido una lección práctica -dijo Praysh en un tono neutro de conversación. Hubo un movimiento junto a ella, y dedos ásperos empezaron a desenrollar el látigo de alrededor de sus piernas-. Ahora que has visto como se siente un látigo neurónico, estoy seguro de que no querrás provocar su uso de nuevo.
-No... por favor... no -consiguió decir Mara, las palabras amortiguadas entre sus sollozos. Un par de manos la agarraron de los antebrazos y la pusieron en pie. Tardó un instante en confirmar que sus piernas se habían recuperado lo suficiente como para sostener su peso, y luego dejó que sus rodillas tambaleasen y se derrumbasen de nuevo bajo ella. Los dos drach'nam la alzaron de nuevo y la giraron enfrentándola a Praysh-. Por favor... -susurró.
-Ahora me perteneces -dijo Praysh en voz baja, mirándola fijamente con sus ojos descoloridos-. Tu seguridad, tu bienestar... tu vida; todo está en mi mano. Si me sirves bien, sobrevivirás. Si no, habrá látigos neurónicos a tu alrededor durante el resto de una corta e insoportablemente dolorosa vida. ¿Ha quedado claro?
Mara asintió rápidamente, dejando caer su mirada e agachando sus hombros, con el terror desvalido de un animal vencido.
-Bueno -dijo Praysh, mientras haciendo un gesto despreocupado hacia una puerta diferente que conducía fuera de la cámara. El espectáculo había terminado, y ya se había aburrido de esa artista-. Llévensela al capataz de esclavos -ordenó-. Disfruta de tu nueva vida aquí, humana.

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